Download Ver docx
Transcript
Planteamientos al Proyecto de Ley que crea el Ministerio de Ciencia y Tecnología Eduardo Silva S.J. Agradezco la invitación de la Comisión de Desafíos del Futuro, Ciencia, Tecnología e Innovación del Senado para comentar este proyecto de ley. Mi primera palabra es para saludar y felicitar que este proyecto de ley que crea un Ministerio de Ciencia y Tecnología, este ya presentado al Congreso. Lo precede un largo debate que ve en la formula ministerial más ventajas que inconvenientes, más oportunidades que amenazas. Un órgano conductor que tenga una mirada de conjunto, se ve como propicio para un sistema muy fragmentado. Así lo manifestó la Comisión presidencial y así lo resume el propio mensaje de la Presidenta que nos introduce en el proyecto. Dicho esto, no me sumo a las voces que creen que la mera creación del Ministerio será la solución de nuestros problemas en este campo. La forma que adopte, el modo como salga al paso de las dificultades que la propia creación del ministerio produce y las otras cuestiones que hay que realizar son fundamentales. En mi primer apartado ofrezco una mirada crítica respecto de estos tres aspectos. En el segundo me ocupo del lugar fundamental que tienen las universidades en investigación y tecnología, de las que el proyecto se ocupa poco o casi nada. En tercer lugar ofrezco algunas reflexiones sobre los cambios en curso que nos obligan a considerar en crisis algunos de los modelos sobre ciencia y tecnología que debemos repensar. Saludo entonces como positiva la creación de un Ministerio, en tanto la capacidad ejecutiva de Conicyt se percibe como en crisis y la fragmentación de las instituciones dedicadas a la Innovación (Corfo) y Ciencia (Conicyt) se diagnóstica ineficiente. Dicho lo anterior, se enuncian los siguientes puntos críticos en relación al Proyecto de Ley ingresado al Senado: Comentarios sobre el proyecto presentado El proyecto de ley presentado para crear un Ministerio de Ciencia y Tecnología se presenta con una sola justificación: “la necesidad de articular con un órgano rector un sistema disperso”. Los 3 objetivos del Mensaje y los 3 artículos del proyecto (los otros dos son breves disposiciones generales y normas adecuatorias) indican claramente que se trata de crear un Ministerio, una agencia y dos órganos para fortalecer-consolidar el sistema (El Consejo Nacional y el Comité de ministros). Pero de estas estructuras lo único realmente nuevo es el ministerio: la agencia es el nuevo nombre que tendrá el CONICYT, el Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación para el Desarrollo es el heredero del actual CNID (Consejo Nacional de Innovación para el desarrollo, cuyo origen tiene que ver más con productividad y Competitividad) y el Comité Interministerial de Ciencia, Tecnología e Innovación reemplaza al actual Comité de Ministros de Innovación (la novedad está en que ahora se incorpora al nuevo ministro de Ciencia). Lo nuevo del proyecto es el carácter, estatuto de ministerio que adquiere la Ciencia y tecnología, y quizás con ello baste. Pero quizás no basta. El proyecto mantiene los “dos subsistemas paralelos actuales:…: un subsistema de capital humano y ciencia, radicado principalmente en CONICYT y el Misterio de Educación, y un subsistema de innovación y emprendimiento, radicado principalmente en la CORFO y el Ministerio de Economía”. Al salir de Educación uno de los subsistemas, se visibiliza más un tercer subsistema que es la relación del Ministerio de Educación con las universidades: allí queda el Consejo de Rectores (o más bien lo que queda de él) y allí queda el destino de la más importante partida de recursos para la investigación: los aportes basales. El 2013 el presupuesto de CONICYT fue de 348 millones de dólares para formación de capital humano; los fondos basales para las universidades fueron de 546 millones de dólares. Volveré sobre esto en el segundo punto. La sola creación del Ministerio puede provocar que estos órganos sean mejores, superen sus problemas actuales y fortalezcan el Sistema (Nacional de Ciencia, tecnología e Innovación) pero nada hay en el proyecto que nos lo pueda asegurar. No es claro que los actuales problemas administrativos y de financiamiento de CONICYT se vean superados por que ahora se llama Agencia y depende de otro ministerio. Tampoco es claro que el sesgo hacia la productividad y la competitividad del actual “Consejo nacional de innovación y desarrollo” va a ser superado por la figura de Consejo Nacional que ahora se propone, ni que la Estrategia Nacional de CTI que debe elaborar sea más integral que la estrategia de desarrollo que nos ofrece el actual CNID. En este diseño esa Estrategia es determinante, por lo que un debate respecto de quienes son sus integrantes y sobre qué tipo de reflexión se espera de ellos (para poder integrar y asumir la complejidad del cambio en el que estamos y no repetir formulas propias de paradigmas ya superados), es fundamental1. Lo mismo podemos decir de la Política Nacional de CTI que sobre la base de la Estrategia debe elaborar el nuevo Comité Interministerial (que claro ahora suma al flamante ministro de CyT, al de Hacienda, Economía, Fomento y Turismo y Educación). Lo único nuevo, reitero, –y quizás solo ello cambia todas las cosas– es la creación de un nuevo Ministerio. A este respecto, pudiera ser pensable –y me atrevo a sugerirlo– que se incorpore el Ministro de Desarrollo Social a este comité de ministros. Esta falta de definiciones conceptuales y concreciones políticas, esta suerte de carencia parece no ser un olvido sino una intensión querida por quienes diseñaron el proyecto. Mario Hamuy, su artífice es explícito en confesarlo: “el proyecto de ley es como los cimientos de una casa vacía. La arquitectura quedara fijada en la tramitación en el Congreso… Quien asuma el cargo (de ministro) deberá entonces en buena parte fijar la política, es decir, ponerle los muebles” (entrevista a Hamuy). Hay quienes han señalado que no solo faltan los muebles, sino la plata para comprarlos: “el proyecto no contempla una estrategia para incrementar el gasto en investigación en Chile… en su forma actual es un proyecto “costo 0” para el Estado” (Couve). Un asunto no menor en un 1 Solo a modo de ejemplo, tal reflexión debe considerar la crisis de la sociedad industrial, de la modernidad ilustrada, de un paradigma de desarrollo que solo vela por productividad y crecimiento económico, que tiende a privilegiar las ciencia útiles por sobre las ciencias puras, que cree más en las ciencias exactas y naturales, que en las ciencias sociales y las humanidades, una fe literalmente del “carbonero” propia del siglo XIX (y de un progreso ya añejo) que confía más en las ciencias gruesas que en las finas, que privilegia a las disciplinas que se dedican a los “objetos” (para medirlos y explicarlos) y no a las que se ocupan de los “acontecimientos” y las personas (para describirlos y comprenderlos, etc. (sobre este punto volveré más adelante). año de vacas flacas y donde otros proyectos de ley, cercano al asunto, como la Reforma educacional luchan por incrementar sus recursos. Los críticos de este proyecto sostienen que más importante que CONICYT cambie su nombre y migre desde Educación a un nuevo Ministerio, es que pueda aumentar sus recursos, toda vez que felizmente la cantidad y calidad de los investigadores que concursan ha aumentado, y los fondos no dan abasto, dejando fuera proyectos de calidad. Dotar de mayores recursos a FONDECYT sería la clave, pues se trata para algunos “de la columna vertebral de la ciencia chilena, por cuanto acrecienta la base de investigación y permite que se construya una comunidad de investigadores diversificada que acomete el desafió de sumergirse en variadas disciplinas: artes y humanidades, ciencias sociales, ciencias exactas y naturales tecnologías” (Krauskopf, 404). En definitiva, para estos críticos, la clave es simplemente que el Estado asuma sin titubeos su rol insustituible en el financiamiento de la investigación y que se acerque desde el actual gasto del 0,4% de su PIB en I+D, al 2,3% que promedian los países de la OCDE. Sin presupuesto, el proyecto también evita, todo tipo de definiciones conceptuales (que entendemos por ciencia, por tecnología, por innovación); todo tipo de debate reflexivo (que entendemos por desarrollo, como se articula en un desarrollo integral, el conocimiento, la cultura, la novedad con la productividad, lo económico y los mercados); toda cuestión de principios o jerarquías (entre los campos de las artes y las humanidades, de las ciencias sociales, las ciencias naturales y exactas, y la ingeniería” (art 17)). No estoy sosteniendo que tales reflexiones deben estar en el proyecto de ley, sino que subrayo, que son ellas las que decidirán de nuestro desarrollo científico y no la mera creación de un nuevo órgano, un ministerio, de que conocemos solo sus objetivos administrativos. Quizás la presentación del proyecto es una ocasión propicia –más que por la esperanza (bastante incierta) que su trámite legislativo culminara en septiembre y tendremos un nuevo ministro en enero del 2018– para intensificar el debate sobre los motivos que lleva a su proposición y las maneras como debemos fortalecer la investigación en el país. En definitiva, la creación del ministerio es condición necesaria pero no una condición suficiente. Respecto de esas insuficiencias, me gustaría referirme al déficit que en el proyecto tiene el lugar de las universidades y el déficit de reflexividad que si bien no se puede pedir al proyecto, si será necesaria para orientarlo. El lugar de las universidades. Si recordamos que son los investigadores el contingente más significativo en el trabajo en investigación y desarrollo (57% de investigadores, 31% de técnicos, 12% personal de apoyo (Santelices, 2015, 423) y que la mayoría de estos trabajan en universidades (70%) (el resto trabaja en empresas (20%), en ONG (15%) y en el estado (5%), aceptaremos que el rol de esos investigadores en las universidades es un asunto clave para el desarrollo de investigación (y por tanto de la ciencia, la tecnología y la innovación. “La mayor parte de la creación de conocimiento y una parte importante de la innovación tecnológica se realiza en unas pocas universidades” (Santelices, 423). A pesar de esa evidencia el proyecto es tacaño en sus alusiones a las universidades. Además de la creación de conocimiento quiero recordar otros 3 aportes fundamentales que realizan los investigadores en las universidades: -los académicos que investigan contribuyen mejor a la enseñanza y la formación de personas: hay en esto un círculo virtuoso entre la investigación y la docencia que contribuye a la formación de mejores profesionales y a alentar que algunos continúen con postgrados. Nuestras universidades napoleónicas se enriquecerían si adoptando el modelo de universidad humboliana validaran con más determinación este círculo virtuoso entre docencia e investigación. -los investigadores chilenos (escasos en número, 10 mil frente a los 9 millones del mundo) son un pequeño contingente vital para traducir para el país, la investigación que se realiza fuera, que sin ellos nos seria desconocida. - la formación de nuevos investigadores con entrenamiento doctoral -las universidades por su propia definición cumplen con dos polos: el uso público de la razón y la indagación de lo extraordinario. Por ello no es solo importante explicitar con más claridad los vínculos entre el nuevo ministerio y las universidades –intensificando los fondos concursables (FONDECYT y otros que son fundamentales para el desarrollo de los investigadores), apoyando los programas de doctorado en Chile (que significan un gran ahorro vs el apoyo a doctorados fuera), etc.–, sino terminar por reconocer la novedad, riqueza y heterogeneidad del sistema universitario. Un reconocimiento que, en el debate sobre la Reforma a la Educación Superior, está todavía pendiente. Lejos del reconocimiento mutuo y justo que distintas universidades nos debemos, lo que ha primado es la defensa corporativa del propio financiamiento, no solo ensalzando el tipo de universidad propia, sino que también denostando los otros. Mientras los rectores de las U estatales y algunos parlamentarios de centro izquierda estiman que en esta vuelta lo único que cabe es fortalecer a las universidades estatales (confundiendo trato preferente con trato exclusivo y excluyente), rectores de las U privadas y algunos parlamentarios de centro derecha estiman que todas las privadas deben ser tratadas por igual (amenazando con el tribunal constitucional cada vez que el reconocimiento de una diferencia les suena a discriminación), desconociendo que algunas de ellas –las privadas con vocación publica– son complejas con investigación y doctorados, que tienen acreditación y respetan la libertad académica, mientras otras son solo docentes y tuvieron finalidad de lucro. Menciono esta necesidad de reconocer tres subsistemas al interior del sistema universitario (estatales, publicas no estatales y privadas) porque esta división tripartita tiene un aire de familia con la que es necesario hacer a propósito de investigación. En primer lugar existen 5 o 10 universidades de investigación (cinco producen cerca del 75% de las publicaciones y solo la Chile y la PUC tienen el 50% de la producción). Sin duda requieren y merecen recursos proporcionales a su aporte. En segundo lugar existen otras 10 que dedicadas a la investigación no pretenden cubrir todo el campo del saber, sino que se especializan en algunas de sus áreas. En regiones hay algunas dedicadas a la investigación más relevante a su región: hay otras que como la que yo represento nos queremos especializar en ciencias sociales y humanidades y desde allí aportar con nuestra investigación y programas de doctorado. En tercer lugar existen otras 20 que están sobre todo interesadas en la docencia y en la formación de profesionales. Ellas si tienen calidad podrán adscribirse a la gratuidad pero no requieren de aportes basales. En este punto el proyecto de ley de la Reforma a la Educación Superior y el proyecto de ley que crea el Ministerio de Ciencia y Tecnología se pueden enriquecer mutuamente. Juntos nos dan luces respecto de la determinación de qué es público y qué no lo es. La reducción de lo público a lo estatal, difícil de justificar a la hora de pensar en las universidades (que son públicas por naturaleza) se hace insostenible cuando pensamos en la ciencia. “La ciencia como conocimiento… es un bien público… Los investigadores se asocian, en Chile y en todas partes, independientemente de si trabajan en una institución estatal o una privada… La asociatividad en investigación científica se construye entre pares que se reconocen recíprocamente y no en virtud de redes mandatadas por la propiedad de la universidad” (Krauskof, 2011, 389-413). Así ha operado CONICYT, la agencia que se ha ocupado orgánicamente del desarrollo de la ciencia y tecnología en el país. Así ha distribuido los fondos FONDECYT: el instrumento que financia, por méritos del proyecto y del postulante, proyectos de investigación en concursos abiertos y altamente competitivos. Resultaría escandaloso que la llamada revisión por pares o peer review dejara de ser el pilar fundamental a la hora de asignar recursos y analizar la ciencia, y fuera sustituida como criterio por el carácter estatal o privada de la universidad de pertenencia del investigador. Pero esto que es evidente, respecto de los 348 millones de dólares con los que contaba en el 2013 el presupuesto de CONICYT, parece no serlo respecto de la mayor inversión que hace el Estado chileno en investigación: los 546 millones de dólares de los fondos basales para las universidades. Ellos se han distribuido desde siempre por razones discrecionales e históricas. Uno de los mayores aportes a la investigación que realiza el país, quedo determinado, detenido, gracias al todavía vigente Decreto con Fuerza de Ley 4, de enero de 1981 que determino que los aportes basales solo se dan a las universidades que existen con anterioridad a diciembre de 1980. Un decreto anacrónico, que desconoce absolutamente lo que ha sucedido en el sistema universitario en todos estos años después de la dictadura. Este asunto no es solo algo que tenga que ver con la Reforma a la Educación Superior. Tiene que ver, y mucho, con la creación de este ministerio, pues si las universidades son claves para la investigación y la innovación, la ciencia y la tecnología, los aportes basales a aquellas que realizan investigación es un asunto clave. Me atrevería a decir, con algo de imprudencia, que el remedio a la fragmentación del sistema que el proyecto pretende, se vería mas logrado si tenemos un Ministerio de Educacion Superior, Ciencia y Tecnología. El lugar del conocimiento, las ciencias y las humanidades en estos tiempos de crisis Desde la edad media, para el desarrollo de una sociedad ha sido importante lo que se ha llamado el “Saber Superior” tradicionalmente encomendado a las universidades donde quedaba radicada la investigación. Hasta el siglo XVI ese saber estaba vuelto a comprender y actualizar lo que enseñaron los filósofos y maestros de la antigüedad. A partir de ese siglo, los sabios se vuelcan fuertemente hacia el conocimiento científico de la naturaleza lo que permitió no sólo conocer las leyes que la regían, sino dominarla y poner sus recursos al servicio del hombre. La sociedad industrial Con la invención de las máquinas a vapor y luego la electricidad, se genera una sociedad que produce nuevas relaciones sociales, un nuevo tipo de sociedad y de conflictos. La razón se enfoca crecientemente hacia la creación de nuevas tecnologías que refuerzan al capitalismo naciente y la dominación de las clases dominantes. Eso acrecentó un cierto positivismo que concentró el conocimiento en las ciencias exactas y en la tecnología y lo orientó fundamentalmente hacia la economía y la productividad. Si bien eso redundó en grandes beneficios en torno al bienestar material y la salud, se descuidaron otras dimensiones del ser humano esenciales para la sociedad. En muchos aspectos, la investigación salió de las universidades hacia laboratorios especializados al servicio de la industria. La globalización de la economía Las grandes transnacionales trajeron consigo dos consecuencias importantes: los estados perdieron parte de su autonomía debilitando la política y sobre todo, se generó una noción de progreso exclusivamente centrada en lo económico disociado de lo social, lo humano y el bien común. La era de las comunicaciones El acelerado progreso técnico, dejó atrás la “era industrial”, afianzando la globalización pero sin resolver los problemas de las desigualdades, del control de una economía financiera que pone en riesgo el futuro del planeta y el destino humano. Las comunicaciones produjeron un cambio profundo en el modo de pensar, en la acumulación de conocimientos y en la manera de trasmitirlos, revolucionando hasta en sus raíces la comunicación humana. (Manuel Castells “La era de la información: economía, sociedad y cultura, la sociedad red”. Siglo XXI México) (“Redes de indignación y esperanza: los movimientos osicales en la era de internet. Alianza Editorial, Madrid), (“Comunicación y Poder”, Alianza Editorial. Madrid). La era postsocial Luego de la crisis económica del 2007-2008 que debilitó en su raíza a todas las instituciones sociales, Alain Touraine ha hecho un agudo análisis hablando del fin de las sociedades, donde aparece necesario redefinir el progreso, velar por los derechos universales del sujeto, cuidar las identidades conjugando lo común, con lo singular. Por lo que es necesario analizar los movimientos sociales surgidos en el mundo para escuchar las voces de alerta Un nuevo ministerio de ciencia y tecnología El tema es de máxima importancia para el desarrollo del país. No podemos generar un ministerio para responder a un “mercado que está en profunda crisis. Es fundamental crear un ministerio que tenga claro el tipo de progreso y desarrollo que deseamos. ¿Se trata de fomentar solo un desarrollo material o un desarrollo integral que vela por el bienestar material y sobre todo la auténtica felicidad humana? Hay que escuchar a los movimientos sociales. Es esencial que la universidad que es una institución que debería generar una conciencia crítica sobre la cultura, con mirada global y a largo plazo. La Universidad y la investigación universitaria más universal deben tener una voz en este ministerio. Es fundamental ampliar la noción de conocimiento para no encerrarlo en lo tecnológico y económico. Es muy importante usar con cuidado la expresión “Sociedad del Conocimiento”. Porque conocimiento no puede reducirse a las ciencias positivas y menos a la tecnología, esencial también el conocimiento social, antropológico, humanista y estético. Debemos velar porque este ministerio no descuide a las humanidades, lo que debe quedar explícito en la configuración de la nueva entidad. A veces se confunden los conceptos y no se valora el aporte esencial que las disciplinas humanistas realizan al desarrollo del país en la formación de sociedades críticas, informadas y diversas. Se iría en contra corriente de la tendencia mundial que busca potenciar la ciencia y la investigación aplicada y el trabajo académico en humanidades. “Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado”—Laudato si’, p.20