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ADVIENTO 2016 “CORAZÓN DE DISCÍPULO: CONOCER” EL LEMA Hemos escogido un lema único que se mantendrá durante todo el año, pero que irá teniendo sus acentos, dependiendo del tiempo litúrgico que celebremos. El lema escogido es: “CORAZÓN DE DISCÍPULO”. En este año en que en nuestra Diócesis estamos trabajando el camino del discipulado, viene bien que al ritmo del año litúrgico, vayamos formando nuestro corazón de discípulo. Y lo haremos con aquellas tres palabras que ya San Ignacio de Loyola en los Ejercicios Espirituales nos ofrecía: Conocer, amar y seguir. Cada una de ellas, por este orden, irán iluminando los distintos tiempos fuertes de este año y pondrán el acento para ayudarnos a formar nuestro corazón de discípulos. Para el Adviento será: CONOCER. Durante la Cuaresma: AMAR y en Pascua: SEGUIR. “El Adviento –decía Joseph Ratzinger en “El resplandor de Dios en nuestro tiempo”, Herder 2008– quiere despertar en nosotros el recuerdo propio y el más hondo del corazón: el recuerdo del Dios que se hizo niño. Ese recuerdo sana, ese recuerdo es esperanza”. El Adviento, puerta del año litúrgico, nos introduce en esa “historia de los recuerdos” más valiosos (la historia de nuestra salvación). Nos ayuda a “despertar la memoria del corazón y, de ese modo, aprender a ver la estrella de la esperanza”. Hoy parece amenazada, en muchos cristianos, esta “memoria del corazón” que es el año litúrgico, por falta de experiencia y de conocimiento. Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo veinte, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, “esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre”. Así lo hizo María. Decía San Agustín: "Ella concibió primero en su corazón (por la fe) y después en su vientre". María escucha plenamente, acoge y medita dentro de su corazón, para dar fruto. Esta palabra, que requiere fe, disponibilidad, humildad, prontitud, es aceptada tal como se deben acoger las cosas de Dios. En María debemos reconocer las palabras de Jesús: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Luc. 11,27) Por lo tanto, la maternidad de María no es solo ni principalmente un proceso biológico. Es ante todo el fruto de la adhesión amorosa y atenta a la palabra de Dios. Por ello, decía Benedicto XVI: “En eso, queridos amigos, consiste la verdadera alegría: es sentir que un gran misterio, el misterio del amor de Dios, visita y colma nuestra existencia personal y comunitaria. Para alegrarnos, no sólo necesitamos cosas, sino también amor y verdad: necesitamos al Dios cercano que calienta nuestro corazón y responde a nuestros anhelos más profundos. Este Dios se ha manifestado en Jesús, nacido de la Virgen María. Por eso el Niño, que ponemos en el portal o en la cueva, es el centro de todo, es el corazón del mundo. Oremos para que toda persona, como la Virgen María, acoja como centro de su vida al Dios que se ha hecho Niño, fuente de la verdadera alegría.” Vivamos este Adviento desde el Corazón, volvamos al corazón. Reciclemos nuestro corazón cada día. Podemos plantear el Adviento como un proceso de reciclaje de nuestra persona, donde hay que renovar la humildad, el perdón, la búsqueda y la misión, aplicando a cada una de ellas las 3 erres del reciclaje: Reducir, Reutilizar y Reciclar: reducir lo que me sobra, reutilizar en mi vida la Palabra de Dios y reciclar o convertir lo viejo que hay en mí, en algo nuevo. Por lo tanto, deberíamos de insistir en este tiempo en la importancia de conocer a Cristo como base de la formación del corazón de discípulo. No se puede amar y seguir a quien no se conoce. Intensificar la profundización en la Palabra de Dios, dedicar tiempo a explicar la figura de Jesucristo, buscar espacios “motivadores y sanadores” para el encuentro con Él, motivar e intensificar la oración personal y comunitaria, pueden ser medios que nos ayuden en la vivencia de este tiempo de Adviento. EL SIGNO Proponemos que se coloque en un lugar visible la silueta de la iglesia que aparece en el cartel del PDP en gran formato para no perder de vista la Misión Diocesana. En su interior se puede colocar en relieve, con fondo, el corazón con la cruz que lleva en el pecho el pictograma del PDP y en él, pegada o con letras de madera, la palabra que corresponde. En el caso del Adviento será CONOCER. A los pies, puede colocarse la corona de Adviento que se irá encendiendo cada semana y la Palabra o la imagen de la Virgen María, modelo de discípula que concibió primero en su corazón que en su seno. Una variación sería colocar solo el corazón o la corona de Adviento hacerla con cuatro corazones que lleven en su interior una vela y que se puedan colgar. También, durante este tiempo se nos invita a profundizar en la Palabra. Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo, decía San Jerónimo. OTROS MATERIALES Adjuntamos el pliego de Vida Nueva, que puede ayudarnos en la reflexión y una breves consideraciones sobre la palabra “Conocer”. También se adjunta la imagen del corazón para ampliar. Esperamos que estas sugerencias puedan ayudarte a vivir mejor el año litúrgico. Si quieres compartir con nosotros las imágenes puedes enviarlas al Facebook Nivariense Digital o un mail a departamentodecomunicacion@obispadodetenerife.es “CORAZÓN DE DISCÍPULO”. CONOCER Todo el Ciclo de Navidad y, especialmente su primera parte –el tiempo de Adviento- es un tiempo litúrgico muy oportuno para despertar en nosotros el deseo de conocer a Cristo. Como quienes han sido citados por Dios desde siempre y aguardan el tiempo de encontrarse con Aquél que ha sido anunciado y puesto delante de nuestra esperanza en una cita histórica que cambiará nuestra vida. Un tiempo para desear conocer a Cristo en Carne; conocer el misterio de su Encarnación. Belén en el horizonte, y la promesa en el corazón. *** Hemos sido invitados por el Papa Francisco a renovar nuestra identidad de discípulos misioneros. Los que son enviados lo son en la medida en que son llamados a ser discípulos, a seguir a Jesucristo. Seguir a Cristo siempre y en todo. Quien nace en Belén, hecho carne como la nuestra, es el Verbo eterno de Dios. No nos seguimos entre nosotros, sino que le seguimos a Él que “… nos ha elegido antes de la creación del mundo” (Ef 1, 4). Le seguimos porque le amamos. Le amamos porque “… hemos conocido el amor que Dios no tiene” (1 Jn 4, 16). Por eso Conocer, amar y seguir es la trilogía verbal del discipulado. Todo comienza siendo conocidos… Y al reconocerle nos experimentamos sorprendidos y cautivados por su amor incondicional. ¡Cómo no anunciar lo que hemos conocido y lo que ha llenado de amor nuestro vivir! La misión del discípulo nace en las orillas de este mutuo conocimiento. *** El prólogo del Catecismo de la Iglesia Católica comienza con estas tres citas del Nuevo Testamento: "PADRE, esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3). "Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,3-4). "No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch 4,12), sino el nombre de Jesús. Conocer al Dios Padre y a su enviado es la vida eterna. Es el objeto de la voluntad de Dios que nos ha buscado para salvarnos. Conocer a Cristo es, por tanto, la puerta de nuestra iniciación como discípulos misioneros. Que le conozcamos es la voluntad de Dios. *** Pero, ¿es posible conocer a Dios? ¿Cómo? Es posible, pero hay cierta dificultad. Veamos los que nos enseña la Iglesia en los números 36 a 38 del Catecismo: "La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas" (Concilio Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, c.2 y Concilio Vaticano II, DV 6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado "a imagen de Dios" (cf. Gn 1,27). (nº 36) Por tanto, conocer a Dios es posible. ¿Y dónde está, entonces, la dificultad? “Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la sola luz de su razón: «A pesar de que la razón humana, sencillamente hablando, pueda verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas sensibles, y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que en semejantes materias los hombres se persuadan de que son falsas, o al menos dudosas, las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas (Pío XII, enc. Humani generis: DS 3875). (nº 37) Posible, pero difícil. Necesario, pero exigente. “Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios, no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error" (ibid., DS 3876; cf. Concilio Vaticano I: DS 3005; DV 6; santo Tomás de Aquino, S.Th. 1, q. 1 a. 1, c.). (nº 38) No estará mal meditar despacio estos números del Catecismo de la Iglesia Católica en este tiempo de Adviento. *** San Agustín, tratando del Conocimiento de Dios, Trinidad de Personas, en el Libro X de Trinitate, nos dice que “Es posible haya alguien que ame conocer lo que ignora, pero nadie ama lo desconocido”. Amar a Cristo como discípulo nos exige buscarle, desear profundamente conocerle. *** ¿Qué nos dice la Biblia sobre el Conocimiento de Dios? Para la Biblia, conocer algo es tener experiencia concreta de ello. Conocer a alguien es entrar en relaciones personales con él. La palabra conocer sirve para expresar tanto la solidaridad familiar (Dt 33,9), como también las relaciones conyugales (Gén 4,1; Lc 1,34). Se conoce a Dios cuando se es, poco a poco, introducido en su intimidad. Podemos descubrir cuatro etapas en el camino bíblico del conocimiento de Dios, que nos permiten reconocer la historia de la salvación desde esta clave: 1. La iniciativa divina. En el conocimiento religioso todo comienza por la iniciativa de Dios. Antes de conocer a Dios, uno es antes conocido por él. Dios conoce a Abraham (Gén 18,19), conoce a su pueblo (Am 3,2); antes de su nacimiento conoce a sus profetas (Jer 1,5). 2. El desconocimiento humano. En respuesta debería el pueblo conocer a su Dios, ser de él en el amor verdadero (Os 4,1; 6,6). Pero desde los comienzos se muestra incapaz de ello (Éx 32,8). «Éstos son gente de corazón torcido, que desconocen mis caminos» (Sal 95,10). 3. El conocimiento y el corazón nuevo. Permanece la esperanza de un renuevo maravilloso, en que «el país estará lleno del conocimiento de Dios como las aguas colman el mar» (Is 11,9). El Deuteronomio insiste sobre la necesidad de transformación interior, que no puede venir sino de Dios. «Hasta hoy no os había dado Yahveh un corazón para conocer» (Dt 29,3), Ezequiel completa la perspectiva indicando el papel del espíritu de Dios en esta renovación interior: «Yo os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo... pondré en vosotros mi espíritu» (Ez 36,26s). 4. La Sabiduría de arriba. Así pues, «toda sabiduría viene del Señor» (Eclo 1,1). Es lo que est este tiempo de Adviento nos invita la Escritura a anhelar. Cristo y el Conocimiento de Dios En Jesucristo se da el perfecto conocimiento de Dios prometido para los tiempos de la nueva alianza. Jesús nos dijo que él era único capaz de revelar al Padre (Lc 10,22) y de explicar el misterio del reino de Dios (Mt 13,11). Jesús enseñaba con autoridad (Mt 7,29), negándose a satisfacer las vanas curiosidades (Act 1,7). No daba una enseñanza teórica, sino que la presentaba como una «buena nueva» y un llamamiento a la conversión (Mc I,14s). En el evangelio de San Juan, aún con más claridad se indica esta realidad: hay que dejarse instruir por el Padre; los que le son dóciles son atraídos hacia Jesús (Jn 6,44s). Jesús los reconoce y ellos lo reconocen (10,14), y él los conduce al Padre (14,6). La vida eterna no se define de otra manera: consiste en «conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo» (Jn 17,3). San Pablo predica la cruz de Cristo (ICor 1,23). La salvación no se halla en un saber humano, sea el que fuere, sino en la fe en Cristo crucificado, «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (ICor 1,24). La fe en Cristo y el bautismo le dan entonces acceso a un saber muy distinto, «para conocer los dones que Dios nos ha hecho» en Cristo, recibimos el Espíritu mismo de Dios (ICor 2,11), y ese espíritu que «se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios... coherederos de Cristo» (Rom 8,16s). Porque el «amor de Cristo, que supera todo conocimiento» (Ef 3,19). Así, para Pablo como para toda la Biblia, conocer es entrar en una gran corriente de vida y de luz que brotó del corazón de Dios y vuelve a conducir a él. *** Concluyendo La misión diocesana nos invita a buscar a Cristo, de nuevo, cada uno de nosotros, para volver a hacer la experiencia del encuentro con Él. La misión nos exige profundizar en nuestra condición de discípulo. ¡Qué hermoso centrar este curso en la dicha de nuestra condición de discípulos! Vivir a la espera, siempre, del deseado encuentro con la verdad de Cristo que nos ha conocido en nuestra verdad limitada y nos ha salvado. El Señor de la historia ha sido anunciado y la promesa de su venida no nos defrauda. Está a la puerta y espera que le abramos para sentarse a nuestro lado y comer con nosotros. *** Cuentan que un pobre pedía limosna siempre a la puerta del mercado. Tan pobre era que comía en el mismo plato con el que pedía. Muchos le miraban con asco, algunos con compasión. Un noble joyero experto en metales preciosos pasó a su lado y, sintiendo lástima, le tiró una moneda en aquel viejo y sucio plato. El sonido que desplegó el toque de la moneda en aquel viejo plato le resultó muy conocido y se paró frente al mendigo. ¿Me dejas el plato? –le indicó. Detrás de aquella suciedad asquerosa a la vista se escondía un plato de plata bañada en oro imposible de ser reconocida por la mugre de años de pobreza y mendicidad. Sin conocer la verdad de su plato, aunque lo tenía entre sus manos, su triste vida seguiría siendo triste. ¡Qué necesario es que nos ayuden a conocer la verdad que nos circunda y por la que somos hijos en el Hijo y, como Él, heredero de su misma dicha! Adviento es tiempo para abrir los ojos y conocer cuánto amor guarda Dios para cada uno de nosotros en el corazón de carne de su Hijo.