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Departamento de Humanidades “Seminario de Formación Permanente” Noviembre 06 de 2013 La Música: Instrumento posibilitador de Humanismo Por: Grace Shakira Díaz Mejía Dayana Lucía Lizcano Herrera Dénix Alberto Rodríguez Torres “La música es amante y compañera para la soledad un cielo sin fronteras hasta donde subir el vuelo fugaz a un tiempo feliz la música es el tiempo de partida de una historia de amor el lazo que nos une y nos hace vibrar la música es un canto de amor y de paz que te despierta el corazón” (Canción: La Música. José Luís Perales) Bajo los preceptos modernos, la música es concebida como una composición sonora de ritmo, melodía, armonía y color, en la que se conjuga y expresa el pensamiento y la emotividad, propios del tiempo de quien los produce o interpreta. Sin duda, la música es una manifestación cultural que cumple funciones sociales, tendientes a identificar e integrar. El simbolismo concentrado en ella fragua vínculos afectivos y sentimientos de unión nacional, racial o de género; de allí que sea posible llegar a relacionarla con lo autóctono o lo propio, en especial cuando se piensa en la música folclórica. Sin embargo, la desterritorialización, propia de la reconfiguración geopolítica, conlleva a la hibridación cultural, de la cual no son ajenas las expresiones musicales; los elementos culturales mantienen tradiciones, pero se reelaboran y generan nuevas afirmaciones simbólicas (Rodríguez, 2013). Si bien, puede resultar difícil reconocer lo propio de lo extranjero y las políticas de mercado que acompañan la degustación musical, como práctica subjetiva, traspasen las fronteras, es innegable que la música continua aportando a la construcción de identidades colectivas y sus letras denotan, muchas veces, la realidad social de quienes las entonan y escuchan. De esta manera, cabe cuestionarse sobre las canciones que están apareciendo y cuyas letras carecen de un mensaje emotivo que identifique y dignifique la existencia humana; algunos géneros musicales sobresalen por sus elementos rítmicos y melodiosos, pero transfieren mensajes que representan una apología a la violencia e incitan a las prácticas sexuales descontroladas o por el contrario sus letras carecen de sentido, razón por la que se acompañan de bailes en el que la cercanía corporal deja entrever la intención de la canción. Desde la naciente “sociología de la música” se concluye que actualmente las diferentes expresiones musicales se debaten entre su esencial valor estético y la 1 influencia de las industrias en la conformación de gustos y estilos; de allí que se acentúen las críticas al sentido y uso social de la música, y a ésta en términos identitarios. (Reguillo, 2012). Sin querer desestimar el sentido de los diferentes géneros musicales, ni entrar a primar unos sobre otros, en la primera parte del siguiente documento se objeta la idealización del sexo y la criminalidad o el sinsentido en que caen algunas canciones apetecidas por la juventud. No obstante, más allá de su criticidad se propone, desde una perspectiva subjetiva, revivir su función social como agente que integra y permite rescatar la esencia cultural; es así como se realiza un acercamiento a la música andina colombiana, como posibilitadora de identidad, sentimiento y crítica social; y por último, se presenta de manera general una propuesta para la incorporación pedagógica de la música en las aulas de clase. 1. La música: fenómeno sociocultural La globalización y la aparición de nuevos fenómenos sociales, acercan cada vez más las diferentes expresiones musicales a los individuos en su cotidianidad. En la actualidad, se acentuó la importancia de acercar al neonato con la música, como una forma de estimular su crecimiento y contactarlo con el mundo en que se incorpora; así mismo, es común ver a la mayoría de personas realizar sus actividades diarias escuchando música. Sin embargo, la diversificación musical, producto la multiplicidad cultural y la sociedad de consumo, genera una ruptura acelerada en la manera en que ésta se produce y se concibe. Expertos aseguran que los jóvenes ya no articulan su gusto musical a un género, álbum o grupo específico; es decir, la cultura musical juvenil no se estructura sobre la base de repertorios completos o juran fidelidad a un artista en particular. Gracias a medios como el IPod, el computador u otros sistemas de reproducción, se construyen repertorios que se establecen desde la subjetividad de cada individuo, cuyo gusto se encuentra menos vinculado a una identidad musical delimitable y mucho más al gusto o estados de ánimo. (Reguillo, 2012. p.139) Ahora bien, hasta qué punto estos planteamientos pueden generalizarse a toda la juventud sin establecer diferenciación socioeconómica, puesto que algunas expresiones musicales son propias de ciertas “subculturas” o sectores con grandes carencias y problemáticas sociales que hacen que su gusto hacia ese tipo de música prevalezca y no sea desplazado por otro; en especial cuando dentro de ella encuentra una manifestación clara de su vivencia o son una representación de la manera en que afrontan su diario vivir. En estos casos, es evidente la función social de la música como generadora de identidad, pero ha entrado a cuestionarse el vínculo estrecho entre las letras de las canciones y su influencia en quienes las escuchan frecuentemente, pues tiende acrecentar las acciones delictivas que éstas elogian o el dolor por experiencias que allí se rememoran. Puede que estas manifestaciones musicales sólo sean el efecto de una sociedad que se hunde en la desesperanza, aun así no debe incentivarse las causas que conllevan a ello porque es posible que los infantes y jóvenes que las reciben, las perciban como algo normal en su cotidianidad y adopten como modelo a seguir. Ejemplo de estas expresiones musicales son los corridos prohibidos y las cumbias. Los corridos prohibidos, en su mayoría, representan una apología versificada y musicalizada de hazañas en las que es difícil distinguir lo real de lo imaginado; 2 muchas de sus letras relatan acontecimientos relacionados con la comercialización de sustancias ilícitas, con la traición y la venganza. En Colombia, a estas temáticas se sumaron aquellas que hacen mención a los grupos paramilitares y guerrilleros, así como a la corrupción que permea las diferentes estructuras estatales (Valbuena, 2006). La solución a todo lo que este género de música representa y puede desencadenar, no es prohibirlo, perseguir a aquellos que la producen ni señalar a quienes los escuchan; la solución requiere acciones más complejas y que involucren un cambio social, donde la educación desempeña un papel importante. Los corridos prohibidos no se deben justificar en que “así es nuestra realidad”, éstos deben estudiarse para convertirse en una herramienta de superación de nuestra cultura de la ilegalidad (Bahamón, 2006). Lo mismo acontece con las cumbias, las cuales se acompañan de un baile y una simbología empleada por los estratos sociales “inferiores” para simular enfrentamientos con armas cortopunzantes, tal como lo registra Julio Acelas en el documental “Cumbia Urbana”, grabado en la ciudad de Bucaramanga. En estas canciones se cuentan historias de amor y de despecho, se muestra la vida propia de los hogares disfuncionales que se forjan en la pobreza, se presentan sin tapujos el sexo y el consumo de drogas. De allí, la acogida de este género en los sectores populares; es así como algunos estudiosos de este fenómeno plantean que para conocer la forma en la que se educa sentimentalmente una buena parte de la población, se debe ahondar el universo contenido en la cumbia. Si bien, los corridos y las cumbias son producto de una subcultura y emblemas de la misma, las cuales tan sólo representan símbolos de identidad para unos pocos, pues para la gran mayoría pueden ser irrelevantes; no debemos naturalizar los historias que en ellas se narran, en las que se acentúa una sociedad fundada en la muerte, la injusticia y lo ilícito, esto sería resignarnos y aceptar que se repitan. No se trata de esconder la realidad, pero tampoco rendirle culto. Debe cuestionarse toda manifestación artística que haga ponderación al crimen y la violencia, en especial cuando ésta influya en la conducta de los individuos y de la sociedad a la que pertenecen. Está claro que las personas tenemos la capacidad de discernir y no dejarnos influir fácilmente, pero también es cierto que no todos hacemos uso de estas posibilidades en igual medida. De esta manera, desde la academia debemos promover una educación para desarrollar un espíritu crítico y una sociedad cimentada en valores que propendan a la bueno, a aquello que rescate y dignifique lo humano. Es pertinente aclarar que con este apartado no se busca excluir estos géneros musicales ni cuestionar a las personas que se sienten orgullosas de difundir sus productos culturales; en estas líneas se convoca a enseñar hacer una mejor decodificación de sus letras, con miras a encontrar solución a las diferentes problemáticas que allí se narran, evitando su reproducción como un destino ineludible. Así mismo, se quiere hacer un llamado al rescate de otros géneros que parecen estar condenados a sufrir una extinción generacional, entre ellos la música folclórica, desde la cual es posible fundar identidad, radicar la protesta social y deleitarse al ritmo de su melodía. La música representa una manifestación cultural que se puede llevar al aula de clase para dinamizar y reforzar conocimientos, pero lo más significativo de su traslado a los ámbitos pedagógicos es ayudar a encontrar en ella su esencia artística, la estética de sus elementos y valorar con objetividad el mensaje que trasmite su letra. 3 2. Música Andina Colombina: Identidad, Amor y Crítica Social El folklore nacional expresado en la música andina colombiana constituye un acervo cultural de importante valía para nuestra identidad. Muchas de las letras de los diferentes ritmos, manifestadas en bambucos, pasillos, danzas entre otros, cantan la vida, denuncian la injusticia social, evocan odios y amores, denotando una particularidad identitaria de nuestros pueblos, compositores y cantores. Desde esta perspectiva la música andina colombiana constituye una singular herramienta didáctica que coadyuva a la reflexión en el aula: logra mover sentimientos, generar pensamiento crítico, crear identidad nacional, componer metáforas de la vida y ponerles música. Llevar música andina colombiana a nuestras aulas constituye, además de un singular acto patriótico, una apuesta a la recreación espiritual y artística del hombre, y permite a nuestros estudiantes contrastar nuevos mundos y perspectivas de vida; soporta por otra parte, acentos humanísticos en perspectiva antropológica, epistemológica, ética, política y teológica, que acuden y dialogan con las fibras más íntimas de lo humano – donde nacen y llegan- recreadas por el arte. Invitar la música al aula requiere de cierto conocimiento y bagaje cultural de los maestros para integrarlo de manera efectiva y asertiva a las prácticas docentes, experiencia que resulta maravillosa y alternativa. Conocer las historias que esconden las letras y la vida de los compositores, podrá ofrecer una mejor hermenéutica a la hora de mediar pedagógicamente la música andina colombiana. Veamos apenas unos versos de algunas canciones del rico folklore andino colombiano que cantan a la vida, el amor o la realidad y que servirían para emprender importantes disertaciones (Ver ejemplos). 3. Mediación pedagógica de la música Los sonidos articulados de la voz, como manifestación de sentimientos, anhelos, emociones, vivencias, pensamientos, revelación y profecía se unen armónicamente a las vibraciones mágicas de la música para convertirse en una misteriosa búsqueda de sentido y de belleza, de misterio y creación imperecedera del espíritu humano. Los seres humanos disfrutan con la música y cantan en diversas circunstancias a lo largo de su vida (Guigliemino, 1986): Casi todos recordamos ciertas canciones que nos conmueven y nos liberan, nos iluminan y nos reconfortan, nos atan a la vida y nos prometen futuros, la música es un recurso de comunicación que nos permiten liberarnos de monotonía de nuestra cotidianidad para enfrentarnos al sentido profundo de nuestra existencia. La música es una representación cultural que a primera vista podría ser considerada de escasa trascendencia pero que enclaustra una importante capacidad educadora. Para Cassany "escuchar, aprender y cantar canciones en clase es una práctica de valor didáctico incalculable”. Son textos ideales para desarrollar habilidades comunicativas: la comprensión y expresión oral y escrita, la lectura y la escritura, las canciones suponen una alternativa motivadora de sensibilización y recurso para la enseñanza que promueve la participación y la creatividad. Como señala Cullen (1999), cuando un estudiante escucha 4 una canción se producen dos procesos de descodificación: por un lado el que transforma los sonidos en palabras que forman frases con sentido, y por otro el que lleva a comprender el sentido metafórico o real de la canción. Hay textos poéticos que han sido trasformados en música, como lo ha hecho el cantautor catalán J. Manuel Serrat con las poesías de Machado y de Hernández “Caminante, son tus huellas el camino, y nada más; Caminante, no hay camino, se hace camino al andar. Al andar se hace camino, y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante, no hay camino, sino estelas en la mar” En este caso, la canción es también un recurso importante para introducir a los estudiantes hacia el conocimiento de la poesía y la literatura. Las canciones antiguas y modernas, cultas o populares constituyen una imponente carga cultural, para la enseñanza, son verdaderos inventarios para desplegar su potencial como elemento creador de un ambiente en el aula o como manifestación narrativa o lírica de contenidos amorosos, sociales, históricos y políticos de la vida. Es muy claro que este ligero recorrido por el valor de la música y su incidencia en el aula y en los diferentes escenarios sociales no logran sintetizarse en unas cuantas líneas, quedan por fuera profundas reflexiones en torno al valor psicológico y espiritual de géneros musicales como el rock, el jazz, la música clásica entre muchos otros, y sus efectos en las personas y las comunidades y culturas. Constituye entonces este, un pretexto para empezar a reflexionar y debatir al papel de la música en los escenarios educativos; cómo ésta constituye una poderosa arma didáctica para abordar problemas tan complejos y humanos como la construcción personal y cultural, el afecto y la psicología humana; el medio ambiente, la vida, el amor, la esperanza, la muerte, la ilusión, asuntos irrenunciablemente humanos. Desde lo anterior es posible plantear las siguientes cuestiones: ¿Es posible formar en y desde la música? ¿Podemos humanizar realmente teniendo como instrumento la música? ¿Cómo ser mediadores y educadores desde la música sin ser irrespetuosos de una costumbre, un gusto, una tradición? ¿Cultivar las Humanidades y las artes implica el cultivo de la música…cuál música? ¿Cómo salvaguardar nuestros valores artísticos y musicales en los jóvenes sin caer en la idea de acudir a piezas de museo? 5 Referencias: Bahamón, P. (2006). Forma de vida colombiana en los corridos prohibidos. Tesis de grado Maestría en Semiótica. Universidad Industrial de Santander. Cullen, B. «Song Dictation». The Internet TESL Journal (en línea), http://itslj.org/ Techniques/Cullen-SongDictation.html, 1999. Guigliemino, L.: «The affective edge: Using songs and music in ESL instruction», enAdultLiteracy. Reguillo, R. (2012). Navegaciones errantes. De músicas, jóvenes y redes. Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente, México. Rodríguez, N. (2013). Música, transnacionalización e hibridación cultural. Reseña crítica de tres estudios antropológicos. Universidad de Córdoba, Argentina. Valbuena, C. (2006). El cartel de los corridos prohibidos. Printer Colombiana. 6