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HOMILÍA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY CLAUSURA AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA Domingo 20 de noviembre de 2016 + Cristián Contreras Villarroel Queridos hermanos sacerdotes, diáconos permanentes y sus familias, religiosas, seminaristas, hermanas y hermanos todos, ¡Iglesia viva y en salida! En el día de Cristo Rey, nos reunimos con alegría y gozo en nuestra Catedral. Lo hacemos precedidos por las Eucaristías Dominicales parroquiales y también por el Encuentro Juvenil Diocesano esta mañana en el parque de Melipilla, con misiones en el Hospital San José y en el Cementerio de la ciudad. Posteriormente nuestra pastoral juvenil realizó su peregrinación a nuestra Catedral dando testimonio público de nuestra fe. ¡Gracias a ellos y gracias al Señor! ¡Gracias a Ustedes que repletan nuestro templo! Año Santo de la Misericordia Tras un Año Santo extraordinario, dedicado a reflexionar y a experimentar el amor misericordioso de Dios, en comunión con el Santo Padre Francisco, la Iglesia se dispone a cerrar la Puerta Santa. Una puerta que ha sido un signo de la apertura del corazón de Dios para acogernos a quienes nos reconocemos pecadores, con un abrazo de compasión paterna y materna a la vez. Así lo han experimentado los peregrinos que llegaron a nuestra Catedral de Melipilla y también en las parroquias de Llolleo, San Antonio, San Pedro, María Pinto, Niño Dios de Malloco y Nuestra Señora de la Merced. Se clausura la puerta como signo de que un tiempo de Jubileo concluye, pero permanece la enseñanza y, sobre todo, la experiencia de haber sido sanados por Dios por su cariño entrañable, que se abaja para levantarnos de la miseria y restaurarnos en nuestra condición de hijos suyos. La misericordia, siempre Se cierra el signo de la puerta, pero queda para siempre abierto aquel costado de Cristo del que brotó sangre y agua, signos de la purificación, del nacimiento de la Iglesia y de los sacramentos con que el Señor quiso permanecer en medio de nosotros. ¡Felices aquellos que tienen un corazón humilde para reconocerse necesitados del 2 amor de Dios que sana, eleva y restaura la vida personal y comunitaria! Sólo un corazón humilde, capaz de identificar y asumir su propia precariedad, así como la necesidad absoluta de la gracia de Dios para caminar en su presencia, estará habilitado para dejarse cubrir por el bálsamo de la misericordia que nos ayuda a ser el buen aroma de Cristo. No olvidemos nunca la invitación de Jesús: “¡Vengan a mí los que están cansados y agobiados que Yo los aliviaré”. Sí, Jesús quiso contar con todos nosotros, bautizados en su Espíritu, para que el mundo conociera su amor infinito y se redimiera en su perdón. Así, la fuerte experiencia personal de la misericordia que hemos vivido durante este año de gracia, ahora se transforma en misión permanente para quienes nos reconocemos discípulos misioneros de Cristo. Quien se ha dejado sanar y restaurar por el amor de Cristo, que todo lo perdona, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta, ahora posee un corazón fortalecido para amar con esa misma capacidad a sus hermanos. Si Cristo es el rostro de la Misericordia del Padre, Él ha querido que nosotros, en medio de un mundo sediento de perdón y de la paz, seamos el rostro de su misericordia en el día a día. Cristo Rey, desde la Cruz No es fácil ser misioneros de la misericordia: existe el misterio de la maldad, existen personas malas y perversas. Es el misterio de la iniquidad; misterio que llega a tocar al mismo Hijo de Dios, a quien hoy celebramos como Cristo Rey del Universo. Un Rey que no ejerce según los criterios mundanos, sino uno que reina desde el patíbulo e ignominia de la Cruz. Y desde esa Cruz, la que contemplamos en el ábside de nuestra Catedral, nos asegura que la salvación es un eterno “hoy”: “hoy estarás conmigo en el paraíso”, le asegura al malhechor que pidió misericordia y ser contado en el reino del Señor. Jesús le otorga más: lo devuelve a esa inocencia originaria con la que Dios nos creó. Es el “hoy” de la misericordia. Hoy, mañana y siempre Jesús tendrá una palabra para nuestros dolores personales, familiares y existenciales. Es un “hoy” para todos nosotros; es el “hoy” del eterno contemporáneo de la humanidad. Es un “hoy” para todos nosotros. Acerquémonos con confianza pidiendo siempre a Jesús que nos salve, que tenga misericordia. Así nos responderá con un “hoy” eterno de salvación. Es un “hoy” de salvación que es parte de nuestro pasado liberado por la misericordia de Dios; por eso estamos aquí; es un “hoy” en el presente y quiere serlo para nuestro futuro: Cristo ayer, hoy y siempre. Como nos decía el Papa Francisco para que Jesucristo sea el Rey del Universo debe ser primero el Señor de nuestras vidas personales. Si nosotros dejamos que Cristo reine 3 en nuestros corazones, reinará en nuestras familias, en nuestros ambientes estudios, en nuestros barrios, en nuestras comunidades eclesiales… por qué no decirlo, también en nuestra Patria. Hermanas y hermanos, tras un año dedicado a contemplar y beber abundantemente de esa misericordia infinita, que no tiene límites para el perdón y la compasión, ahora tenemos la doble tarea de seguir viviendo de ella y, en consecuencia, siendo operarios de la misericordia de Dios. El perdón que podamos entregar a quienes nos ofenden, la atención que podamos dar a los necesitados, los gestos de amor compasivo que podamos expresar con los heridos del camino de la vida, serán el más fiel testimonio de que este Año Santo no se ha reducido a un tiempo acotado, sino que la Misericordia se ha instalado como un eje central de la vida cristiana y de la misión evangelizadora de la Iglesia y de nuestra Iglesia que peregrina en Melipilla. Que la Virgen María, Nuestra Señora del Carmen, nos proteja con su amor maternal, ella la madre de la misericordia. Amén.