Download Espacio y Poder
Document related concepts
Transcript
Documento de Trabajo No. 1 Espacio y poder Darío I Restrepo, junio de 2012 Este trabajo sustenta la tesis según la cual es necesario introducir la dimensión espacial para comprender tanto la economía como la política económica, la evolución de las funciones y formas del Estado, así como las pugnas alrededor del sistema político. Nuestro objetivo es persuadir a los investigadores sociales que estudian el poder en sus manifestaciones económicas, políticas e institucionales, así como a los activistas que agencian programas alternativos, sobre la imposibilidad de entender el poder por fuera de sus configuraciones espaciales. En consecuencia pensamos que tampoco debieran formularse programas alternativos contenidos estrechamente en los entramados espaciales hegemónicos, ya que estos no son neutros, ni meros lugares en donde ocurren los acontecimientos, son un componente de los dispositivos organizadores de la dominación.1 Dimensiones espaciales del poder Consideremos el sistema político. Las instituciones políticas, sus reglas, así como todo el sistema político es un conjunto de racionalizaciones alrededor de las soberanías, los derechos y los deberes políticos. Sobre qué se decide en el espacio público político, quién, cuando, bajo que reglas y con qué grado de incidencia; tales son las variables del poder político que 1. Una bella y persuasiva demostración de esta tesis la desarrolla Marta Herrera a propósito del siglo XVIII colombiano. Los españoles emprendieron infructuosos intentos por reducir a los indios chirimías y demás de las sabanas caribeñas, para lo cual debían destruir las formas de ocupación dispersa y móvil del territorio por tales pueblos indios bravos e indómitos. Para dominar era necesario “reducir”, es decir, conglomerar para vigilar, controlar y castigar. Herrera, Marta (2007), Ordenar para controlar. Ordenamiento espacial y control político en las llanuras del Caribe y en los Andes centrales Neogranadinos. Siglo XVIII, La Carreta Editores / Universidad de los Andes, Medellín. siempre establecen mapas de validez y de estructuración espacial. Por ejemplo, en donde se eligen o no se eligen mandatarios locales o del nivel intermedio y con cuales prerrogativas mandatarias sobre su territorialidad, son cuestiones que concentran todas las relaciones de poder entre ámbitos espaciales: el nacional, el intermedio y el local. De esta manera se definen las prerrogativas que ordena el alcalde y los grados de mando del ejecutivo nacional en el ámbito local. Cambiando de lugar hacia las cámaras nacionales importa si estas se configuran con un criterio de representación territorial o poblacional. Es decir, si todas las entidades territoriales tienen los mismos representantes independientemente de la cantidad de habitantes, o por el contrario si la representación nacional se logra mediante la expresión de la mayoría de individuos del censo electoral. La representación proporcional de los territorios en la nación equilibra la incidencia política de cada territorio en la promulgación de leyes y la adopción de presupuestos públicos nacionales. En cambio, cuando la representación nacional está configurada con base en el número de personas votantes, los territorios más poblados, que suelen ser los más desarrollados, concentran la asignación de cargos, determinan las políticas públicas y la ejecución de los presupuestos nacionales en los territorios dominantes. De esta manera se crean y recrean colonialismos internos y se distribuyen de manera diferencial los poderes políticos entre territorios de una nación. También existe la posibilidad de tener dos cámaras nacionales, una configurada por el principio de la representación territorial y la otra por la representación individual, o una combinación entre ambos principios de representación como en Colombia, aunque en este caso con un claro sesgo a favor de la representación individual. No debe sorprender entonces que la mayoría de representantes y senadores colombianos provengan de Cundinamarca, Bogotá, Antioquia y Valle y que a la vez allí se concentre la mayor cantidad de población, inversión pública y privada, así como de dichas entidades territoriales han sido los ministros y presidentes en la historia nacional. El estudio de la especialidad del sistema político bastaría como aproximación para desentrañar la construcción histórica de los poderes en la historia de los países, tanto los políticos como también los económicos. ¿Qué distingue a una danesa de una colombiana?, unos derechos y deberes de ciudadanía que están determinados por las leyes y sistemas políticos de cada país. Nada parece más evidente que esta anomalía. Los derechos ciudadanos no son universales, sino locales, anclados en los Estados nacionales, los cuales con el tiempo han construido pactos y reglamentaciones sobre los derechos de los extranjeros y migrantes en territorios de acogida, así como también hemos pactado entre Estados nacionales derechos universales que debieran imperar en todo lugar.2 La lucha por los derechos globales y por la ciudadanía global no es otra entonces que la batalla por construir la espacialidad mundial como lugar de derechos para todos.3 Esta, quizás la pretensión más elevada de las reivindicaciones políticas contemporáneas, es en sentido estricto una aspiración espacial. O dicho lo anterior de manera más precisa: la realización de los derechos humanos sin discriminación alguna de tiempo, lugar y modo, aspiración que nació con “la modernidad”, solo puede lograrse cuando su vigencia tenga irrestricta plenitud planetaria. Pasemos ahora administración a la administración pública. Por definición, la pública es la materialización de un poder administrado sobre personas que están en los territorios. En Bogotá más del 60% de las unidades prestadoras de servicios de salud se encuentran concentradas en el norte de la ciudad. Esto implica para los habitantes del sur desplazamientos más largos y costosos, así como mayor tiempo para llegar 2. Sassen, Saskia (2010), Territorio, autoridad y derechos. De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales, Katz editores, Madrid. 3. De esta aspiración participa la Organización Internacional de Trabajo –OITcuando promueva a escala planetaria el “trabajo decente”, las Naciones Unidas en la promoción de los derechos humanos a escala global, o Green Peace respecto de los derechos de la naturaleza. al lugar de atención. Más aun, ahora sabemos, en particular en una ciudad como Bogotá, -como en todas las grandes capitales del Tercer Mundo y cada vez más del primero también-, que las distancias que separan a las personas de los servicios implican mucho más que costos materiales, en la medida en que crean distancias simbólicas, barreras de acceso cultural y estéticas; literales fronteras entre mundos. La administración segmentada fragmenta las oportunidades, acerca los derechos para algunos y construye espacialmente la lejanía de su goce para la mayoría. La discriminación como los derechos se distribuyen territorialmente generando y manteniendo la marginalidad a raya, acercando los servicios, los placeres y la seguridad a algunos y reservando a otros una vida de precariedad administrada. El Grupo de Protección Social –GPS- del Centro de Investigaciones para el Desarrollo –CID- de la Universidad Nacional aplicó un análisis de equidad a la gran encuesta de calidad de vida en Bogotá.4 ¿Qué encontramos en este estudio? Qué existe una relación directa entre gradiente de clase social, menores riesgos de sufrir quebrantos de salud y afectación de la calidad de vida por enfermedad o calamidad. Al tiempo, entre más se asciende en el escalafón social mayores factores de protección, prevención y tratamientos se tienen en caso de necesidad. Entre más alta la posición de clase de la persona más seguridad en las calles y barrios, mejor infraestructura privada y pública, mejores seguros de salud, con más y mejores especialistas que practican un volumen mayor de exámenes preventivos. Además como ya se advirtió, la posición de clase asegura la cercanía de los servicios y especialistas a los lugares de residencia y trabajo. La pertenencia a la clase social alta determina una mayor esperanza de vida, menores riesgos de accidentes de trabajo y, en caso de catástrofe, menos riesgos de quedar lisiado de por vida. Por otra parte, la clase social también determina las 4. Ver entre otras publicaciones, Restrepo, Darío I., editor, (2007), Equidad y salud. Debates para la acción, Universidad Nacional de Colombia / Secretaría de Salud de Bogotá, Bogotá. barreras de protección contra las calamidades. Mejores seguros de salud brindan mejores tratamientos, aportan drogas de mejor calidad y en la cantidad necesaria medicadas por mejores especialistas, cuando no por equipos médicos que colectivizan sus saberes para la atención de pacientes con quebrantos. Es decir que las personas adineradas y con buenos patrimonios concentran menores riesgos y más protecciones ante la salud, la enfermedad y la calidad de vida. En el otro extremo de la gradiente social ocurre exactamente lo contrario. Los desprovistos de fortuna concentran todos los riesgos, trabajos precarios, mal pagos, inestables y sin contratos que garanticen seguridad en los ingresos. Los barrios atraen la inseguridad y los desplazamientos al trabajo recorren mayores distancias en las que se enfrentan a riesgos de seguridad y accidentalidad. Los factores de vulnerabilidad se concentran en la población pobre al punto que en la última década se ha asimilado pobreza con vulnerabilidad, es decir, con riesgos de súbito deterioro patrimonial, de la calidad de vida, de los ingresos y de la salud.5 Los barrios de pobres son los de los lisiados, accidentados frecuentes en el trabajo y la calle. Al mismo tiempo, son inobjetables las evidencias que demuestran como la clase social determina los precarios niveles de protección. Las clases bajas tiene seguros de salud menos buenos, con planes incompletos, enfermedades prohibidas para pobres, están sometidos a tratamientos truncados, a la negación de exámenes y medicamentos y al hacinamiento en los hospitales públicos. La pertenencia a la clase social baja determina claramente una mayor exposición a múltiples riesgos con instrumentos de protección más precarios. El punto que queremos señalar en este trabajo es que estas diferencias de clase se organizan en el espacio. Existe una perfecta correspondencia entre la distribución social de riesgos y protecciones con la segmentación territorial de las clases, los servicios y 5. Holzmann, Robert y Jorgensen, Steen. (2000) Manejo Social del Riesgo: un nuevo marco conceptual para la protección social y más allá, Documento del Banco Mundial, Washington. los seguros. Por lo tanto, a pesar de la evidente popularidad de hablar en términos de la división de la sociedad en clases, nosotros consideramos más pertinente considerar la división socio territorial de las clases. La introducción de la dimensión espacial al análisis de las clases sociales no es un mero surplus de sentido que enriquece el concepto de clase social, sino constitutivo de la creación y reproducción de las clases sociales. Para decirlo de otra manera, la creación de las diferencias de clase es al tiempo la creación de la separación de sus territorios, es la emergencia de distancias en el habitar y el trasegar, es la construcción de un orden espacial que consagra, defiende y reproduce las diferencias de clase. Toda la presencia del Estado y de la administración no son otra cosa que la concreción de los grandes aparatos de discriminación espacial entre las clases. De la misma manera, la reivindicación de una extensión universal (socio territorial) de servicios para toda la población en cuanto a derechos a la salud, la educación, la vivienda y un ingreso básico de ciudadanía6 se confunde con la pretensión del logro de una igualdad en la ciudadanía social. Por lo tanto, la lucha por extender los derechos sociales no puede ser otra que aquella por una cobertura territorial uniforme para toda la población sin discriminación por territorio, género, clase o etnia. Hasta ahora la conclusión es la siguiente: el espacio no es solo el lugar donde ocurren las cosas, es el lugar a través del cual se organizan las discriminaciones y las oportunidades; la política siempre define espacialmente los derechos y los deberes; y la configuración espacial de la administración siempre configura la repartición de derechos, protecciones . Muchos han contribuido a la persuasión, la construcción y la implementación de esta idea fuerza, entre ellos queremos resaltar al argentino Lo Vuolo que desde hace décadas se dedica a la promoción de esta idea. Ver por ejemplo: Lo Vuolo, Rubén Mario y Barbeito Alberto (1995), Contra la Exclusión: La Propuesta Del Ingreso Ciudadano, Centro Interdisciplinario para el Estudio de las Políticas Públicas -CIEPP-, Buenos Aires. 342 pp. 6 y riesgos. En este sentido, el Estado es un gran organizador y reproductor de las diferencias socio territoriales entre las clases. Pasemos ahora a la economía. La economía siempre es espacial. En la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, como en la mayoría de las facultades dedicadas a esta disciplina, se habla todavía en términos genéricos de la ley de oferta y demanda, de la elasticidad de precios, del crecimiento del PIB, de la tasa general de empleo o de la informalidad laboral. Ninguno de estos conceptos tienen vigencia por fuera de su materialidad territorial, no solo porque ocurren en algún sitio, sino porque el entramado territorial en donde ocurren explica su vigencia o invalidez, si intensidad relativa, tanto como los factores que la producen. En la década del 80 y 90 en Colombia fue mayor la tasa de rentabilidad y las utilidades de las empresas que los niveles de ahorro, consumo e inversión. ¿Significa entonces que no es cierta dicha correspondencia que tanto han predicado los economistas durante el siglo XX y lo que va corrido de este?. No necesariamente, lo que pasó es que en esas décadas la tasa de interés en los Estados Unidos fue alta y muchos capitalistas exportaron sus excedentes monetarios, mientras prefirieron endeudarse en el mercado nacional a menores tasas de interés. Cuando el valor del dinero subió en Colombia los excedentes inundaron las arcas del sector financiero en vez de la economía real. Por lo tanto, la relación entre rentabilidad del capital, ahorro, consumo, inversión y flujos monetarios entre sectores económicos no obedece a ninguna ley general que escape a las relaciones económicas y políticas en el espacio. ¿Por qué la intensa emisión monetaria emprendida por las autoridades de la reserva federal de los Estados Unidos desde que desprendieron el dólar de su convertibilidad en oro en 1971 no se ha traducido en una inflación correspondiente en ese país? ¿Acaso es invalida la tesis monetarista entre el incremento del circulante monetario y la inflación?7. La respuesta a nuestro juicio es porque los Estados Unidos exportaron la inflación durante los años 70 y 80 y después forzaron-exportaron un severo ajuste en los niveles de gasto y consumo en países del Tercer Mundo para contraer la inflación general causada por su exportación de capitales. La correspondencia entre cantidad de moneda e inflación no es entonces “generalmente válida”, por lo menos no se cumplió durante los últimos 40 años en los Estados Unidos, y no lo hizo porque desplegó una estrategia espacial que anuló su efecto nacional, pero lo trasladó de sitio. Mi conclusión entonces es que no hay economía que no sea economía geográfica. Cuando uno afirma que el PIB de Colombia creció en promedio en un 4.0% en la última década no debiera ignorar que más del 65% está concentrado en Bogotá, Cali y Medellín y sus áreas de influencia, que no siquiera en sus departamentos, sino en la Sabana de Bogotá, los municipios vecinos a Cali y el Valle de Aburrá. A través del tiempo unos departamentos crecen y otros decrecen.8 Algunos crecen ligados a la economía minera, es decir aquella actividad de extracción de recursos naturales para la cual el capital, el trabajo y la tecnología vienen de afuera de la región y hacia afuera van sus excedentes. La concentración regional del PIB y la extensión tentacular en el territorio de la agroindustria, la minería y las grandes plantaciones diseñan la arquitectura del colonialismo interno, el cual alimenta los centros nacionales e internacionales de los flujos de poder. Las relaciones económicas siempre articulan y desarticulan los territorios, generan jerarquías geográficas, así como dinámicas “endógenas” o “dependientes” y 7. “[…] la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario en el sentido de que es y sólo puede ser producida por un aumento más rápido de la cantidad de dinero que de la producción. Sin embargo, existen muchas razones posibles del crecimiento monetario, incluyendo descubrimientos de oro, la financiación de los gastos gubernamentales y el financiamiento del gasto privado.” Friedman, Milton (1992), La Economía monetarista, Editorial Gedisa, Barcelona, Pág. 29 8. Restrepo, Darío I., (2008), Transferencias y equidad. Datos para un debate. Red de Iniciativas para la Gobernabilidad, la Democracia y el Desarrollo Territorial –RINDE-, Bogotá. centros articuladores de las actividades conectadas a través de múltiples escalas. El mapa de la geografía económica es aquel de las relaciones entre centro y periferia a nivel internacional y en cada país. Por este motivo el estudio de la dimensión espacial de la economía ayuda a superar el fetichismo que trata de leyes económicas abstractas universales como designios de la ciencia y la naturaleza, para despejar la vista a los entramados en los que se trenzan los poderes económicos y políticos en el espacio. La vigencia actual del ordenamiento espacial La configuración espacial de la política, el Estado y la economía están sometidas a grandes transformaciones desde la década del 80 del siglo pasado, entre las cuales los llamados procesos de globalización y descentralización son los fenómenos más vistosos. El Estado nacional habría sido el principal “ensamble” de la autoridad y los derechos dentro de los territorios de las naciones durante el siglo XX. Ahora comparte dichas capacidades con agentes privados (empresariales, sociales y políticos) que no tienen en la nación, ni en el Estado, su único lugar desde el cual actúan, sino que lo hacen desde otras arenas transnacionales y locales, muchas de ellas bajo una lógica privada y social más que formal y estatal.9 Nosotros compartimos esta constatación de Saskia Sassen, en la medida en que la coincidencia temporal de procesos de descentralización y globalización indican una reconfiguración espacial del poder, o para expresarse en la terminología de la bonaerense-holandesa: la cartografía multi escalar de los circuitos del poder está en plena mutación. No podría ser de otra manera en tiempos de crisis. David Harvey advierte que ante el agotamiento del modelo de acumulación desde los años 70 los agentes más importantes del capitalismo central despliegan una serie de estrategias espaciales para resolver el problema de la sobre acumulación financiera 9. {Sassen, Saskia (2010), Territorio, autoridad y derechos. De los ensamblajes medievales a los ensamblajes globales, Katz editores, Madrid. que no logra tasas de rentabilidad adecuadas.10 Es en los momentos de crisis que se exacerban las características de los amarres espaciales que configuran el poder económico, político y administrativo por lo que la crisis siempre aparece como un problema espacial; y su solución no podrá sino plantear un nuevo ordenamiento territorial de los fundamentos de la producción, la circulación y el consumo. Procesos que, en el decir de Harvey, transforman el actuar del imperialismo y explican la exacerbación de la depredación a escala planetaria desde los años 70 bajo la forma de guerras por el petróleo, la competencia voraz desatada alrededor de la apropiación de los recursos naturales y las masivas privatizaciones, a precios desvalorizados, de los grandes activos estatales.11 En la nueva geografía económica cambian los balances entre clases nacionales y transnacionales, las alianzas al interior de los Estados, las pugnas sociales y territoriales por los excedentes que circulan en los países, buena parte del paisaje productivo y del habitar, la geografía urbana, las infraestructuras, las relaciones entre el campo y la ciudad y la configuración misma de lo “urbano” y lo “rural”. Nosotros estamos de acuerdo con las tesis de Harvey pero consideramos que el desbarajuste del orden espacial es más profundo aun, al abarcar todo el orden político contenido dentro de los Estados nacionales dentro de un intenso sacudón, dando lugar, entre otros fenómenos, a un cuestionamiento de la estructura centralizada de los Estados nacionales, fueren estos federales o 10. Adscribimos aquí a los análisis de David Harvey mediante los cuales explica las estrategias necesariamente espaciales de solución a la crisis de sobre acumulación del capital. Ver por ejemplo la compilación de artículos {Harvey, David (2007), Espacios del capital. Hacia una geografía crítica. (2001), (Madrid: Akal).} En particular el capítulo 15: La geopolítica del capitalismo. 11. Harvey, David (2004), El nuevo imperialismo,: AKAL, Cuestiones de Antagonismo, p. 170. Particularmente el capítulo IV: “La acumulación por desposesión”. Madrid unitarios.12 Dicho desbarajuste implica re negociaciones de poder entre niveles territoriales dentro del Estado, tanto procesos de descentralización política como re-localizaciones productivas y nuevos balances de poder económico entre territorios dentro de las naciones. La segunda especificidad de nuestro aporte respecto de la contribución de Harvey es que el resultado espacial no se explica solo a partir de la lógica de la acumulación, sino de las pugnas socio territoriales al interior de la reestructuración de las relaciones capitalistas y del Estado. No es una lógica la que explica, -la del capital como si este fuera un sujeto con intención-, sino un conflicto, o más bien una multiplicidad de conflictos que provocan y literalmente se desatan con la doble crisis de la acumulación y del contenedor del Estado nacional. Durante el siglo XX, en particular desde la década del 30 hasta mediados de la del 70, se habrían “estabilizado” ciertas relaciones entre economía, política e instituciones. Algunos llamaron a esta época el modelo fordista de acumulación para los países centrales y fordismo periférico para los dependientes.13 Un régimen de acumulación basado en la industrialización al interior de los espacios nacionales se compaginó con una fuerte intervención estatal sobre la economía mediante la política fiscal, comercial, monetaria y externa, y con la responsabilidad estatal en la reproducción del trabajo a través del desarrollo de una seguridad social con base en la asalarización. Economía, política económica y social se articularon a través de instituciones con gran incidencia estatal y de regulaciones centralizadas. La estabilización de dichos equilibrios dio lugar, después de la segunda guerra mundial, a la ilusión de que el capitalismo había superado las contradicciones internas autodestructivas. 12. Restrepo, Darío I., (2001) Reestructuración capitalista, formas de organización espacial del Estado y nuevas prácticas políticas, La otra política, Fundación Friedrich Ebert de Colombia – Fescol -, Bogotá. 13. Lipietz, Alain (1985), Mirages et miracles. Problèmes de l’industrialisation dans le Tiers-Monde, La Découverte, Paris. Pp 188 También alimentó los análisis estructurales que desde la sociología, las ciencias políticas y la economía crítica aminoraron la incidencia de la acción humana, el azar, la incertidumbre y las contradicciones inestables del sistema capitalista, para privilegiar el estudio de las grandes estructuras estables y auto reproducentes. En América Latina dicho ensamblaje fue conocido bajo el nombre de Modelo de Substitución de Importaciones – MISI -, para los que pusieron el énfasis en el modelo económico del equilibrio general, o como el Estado cepalino, desarrollista y populista para los que apreciaron la importancia de los sistemas políticos y las funciones estatales en la estabilidad social, económica y política del sistema. En dicha “fase de acumulación del capital”, o periodo de regulación, las relaciones espaciales tendieron a estabilizarse al punto de parecernos naturales. La política territorial se convirtió en una iniciativa sectorial de carácter relativamente marginal. En la década 70 regresa la importancia de “lo territorial” ligada a un conjunto de iniciativas para “ampliar e integrar” los mercados nacionales hacia más territorios, recursos naturales, personas y actividades económicas. Superar la estrechez de los mercados nacionales para ampliar la expansión territorial de los mercados, el Estado y los sistemas de integración institucional fueron objetivos cumbres que marcaron el fin de una época. Para superar la crisis de acumulación se pusieron en marcha dispositivos que integraron la dimensión espacial en los diagnósticos, tanto como en el portafolio de intervención. La estabilidad constatada por los estructuralistas y regulacionistas había empezado a sucumbir. Nuevos diagnósticos y propuestas se pusieron en marcha contrariando de manera frontal toda apelación a una necesaria intervención del Estado para superar la crisis. Por el contrario, de la mano de la ideología neoliberal se introdujo la creencia de que la intervención del Estado era el problema, la protección de los mercados nacionales de la libre competencia transnacional una manifestación crasa del pasado que se oponía al desarrollo del mercado y de la civilización. La forma centralizada de la administración pública y sus empresas participaban también de un sistema de organización territorial que contrariaba la vigencia plena de las leyes del mercado. La ideología neoliberal no será el único dispositivo programático con diagnóstico y alternativas de solución a la crisis económica y de legitimidad estatal, pero si la más fuerte en incidencia sobre las elites de América Latina durante un par de décadas. Deberá, sin embargo, actuar con otras lecturas, intereses y estrategias que se disputan nuevos ordenamientos espaciales de la economía, la política y las instituciones. Para decirlo de una manera más completa: desde la década del 70 en Europa, 80 en América Latina, 90 en Europa del Este y 2000 en los países africanos se ha desatado una pugna por redefinir las relaciones entre centros y periferias al interior de los Estados nacionales. Lineamientos del orden espacial neoliberal han permeado la mayoría de formas de organización interna a la administración pública de los países, pero dichos ordenes están lejos de ser únicos, completos e in-cuestionados. Por el contrario, están sometidos a muchas presiones: étnicas, nacionales, sociales, políticas y empresariales. Incluso en los países que con mayor juicio han implementado la doctrina neoliberal en el manejo de la economía y el diseño de la arquitectura espacial del Estado subsisten confrontaciones por ordenamientos alterativos, así como además, una miríada grande e importante de usos, intereses y sentidos diferentes al interior de los ordenamientos dominantes. Pugnas por ordenamientos territoriales descentralizados El poder siempre se materializa de manera espacial por lo tanto las luchas por el poder, cuando rebasan la mera administración del orden vigente, siempre vehiculan propuestas de organización espacial antagónicas. En este orden de ideas, la llamada descentralización (regionalización, provincialización, comunitarización, estatuto de autonomía) es un terreno en disputa. El neoliberalismo es un jugador muy fuerte en el rediseño de la arquitectura espacial del Estado buscando aquella que mejor exprese el imperio de las leyes del mercado14. De 7 maneras debiera servir la descentralización a este macro propósito. En primer lugar, la descentralización de los aparatos de la administración pública, de los grandes sistemas de salud, educación, reforma agraria, construcción de vivienda participan de un debilitamiento de la fuerza sindical. La transferencia de funciones y empresas de política social a los municipios y, mejor aun, a las “unidades prestadoras de servicios”, logra la fragmentación de los sindicatos entre tantos interlocutores territoriales y empresariales autónomos se logren. En segundo lugar, la transferencia de responsabilidades empresariales hacia abajo ha sido mecanismo igualmente efectivo en forzar y necesitar la privatización de parte crecientes de las funciones y empresas descentralizadas. En tercer lugar, administraciones locales, responsables ante sus electores de un mayor volumen de funciones que determinan el bienestar, acuden inevitablemente a un alza de tarifas e impuestos para complementar recursos públicos con los cuales responder a la presión social. Se logra así una socialización de los costos de las políticas sociales básicas que fueron cedidas mientras que la gran tributación al capital, la renta y los patrimonios sigue concentrada en el nivel central. En cuarto lugar, la descentralización ha servido de palanca para el desarrollo de un interesante mercado para el sector bancario. En efecto, hasta los años 70 el crédito público y privado se concentró en las grandes y pocas urbes centrales de América Latina. En cambio, la transferencia de importantes recursos del presupuesto nacional a los gobiernos locales ampara la colocación de volúmenes interesantes de créditos amparados en vigencias futuras de transferencias. En quinto lugar, la cesión de recursos y 14. En otro lado desarrollamos en extenso la historia del dispositivo programático neoliberal de descentralización: Restrepo, Darío I (2012), Ajuste estructural, política social y función de los gobiernos locales, 1980 – 2005. Una mirada crítica a la ortodoxia. Mimeo universidad Nacional de Colombia, Bogotá funciones ha permitido el desarrollo empresarial privado alrededor de los nuevos mercados territoriales de la administración pública. En sexto lugar, la “tercerización” de la función pública, es decir, la sub contratación de las políticas, programas y proyectos con agentes privados ha forzado una gigantesca conversión empresarial de organizaciones, asociaciones y liderazgos sociales y políticos; las cuales compiten, -unas organizaciones socio empresariales contra otras-, por los contratos públicos y de la filantropía. La contractualización y mercantilización de las relaciones sociales es un objetivo de la mayor importancia que la arquitectura descentralizada de los contratos con la administración pública facilita. En séptimo y último lugar, con la arquitectura descentralizada se persigue crear comunidades participantes en la ejecución y control a la administración pública; comunidades que además participan de la financiación de los costos de sus propios servicios y demandas. El tamaño óptimo del Estado y del gasto público sería aquel que las comunidades autogestionadas estuvieran en condiciones y de decidir y pagar libremente. Lejos está el neoliberalismo de jugar solo en la cancha de la reestructuración espacial del Estado. Una fuerza insurgente desde abajo se ha expresado en muchos países con la capacidad de incidir en la legislación, la construcción de instituciones, los sistemas políticos y los usos de las funciones y recursos descentralizados. Tales fuerzas no tienen una vocería única ni un cartel de intelectuales enquistados en las agencias multilaterales y en las principales universidades norteamericanas, cosa que sí ocurre con los ideólogos y tecnócratas neoliberales. No por ello dejan de escribir los trazos de sus exigencias y estrategias. Nos referimos por ejemplo a los movimientos cívicos colombianos de la década del 70 y 80 de finales de siglo. Cientos y miles de habitantes de pequeños poblados emprendieron paros, marchas y tomas para protestar en contra del sistema centralista que los excluía tanto de los servicios básicos de la política social de calidad, como de las oportunidades de generación estable de ingresos, tales como la infraestructura, el crédito, las centrales de acopio, el transporte, la investigación en ciencia y tecnología, el apoyo a mercados, productos, procesos y activos regionales desperdiciados. Tales movimientos se agitaron desde la periferia del sistema, desde los territorios al margen del desarrollo del mercado y del Estado de enclave, padeciendo además una precaria representación política en las esferas centrales donde se asignan los recursos. Las leyes de descentralización colombiana de la década del 80 asumirán la mitad de sus demandas, aquellas referidas a la elección de mandatarios locales, mecanismos de participación ciudadana en la administración pública, ejercicios de planeación territorial y de cabildos abiertos, y otros mecanismos de participación, control y veeduría sobre el gasto y la política pública.15 La fuerza de la insubordinación social no alcanzó a afectar la descentralización del modelo económico que constituía la segunda mitad de las exigencias, al lado de la descentralización del sistema electoral por abajo y de la política social básica. Ya en la década del 90 el sujeto social padecerá una doble tenaza. Por una parte, su ilusionada institucionalización dentro del “poder local” y, por la otra, sufrirá todo el rigor de la guerra sucia ascendente del ejército nacional, los paramilitares y la guerrilla, la última de las cuales también comprometió la autonomía popular dentro de las estrategias de confrontación militar. De muchas maneras se sigue expresando el anhelo y la demanda por rebasar el corsé de una descentralización de la política social que busca que los beneficiarios participen de los costos de las políticas públicas básicas. La socialización de las decisiones sobre los recursos naturales estratégicos se insertó dentro de la legislación colombiana, bajo la figura de la “consulta previa”. Tampoco cesan los pedidos de políticas estatales de apoyo a la economía popular y el desarrollo económico local. En la exigencia de la descentralización del 15. Restrepo, Darío I. (2006), Economía política de las estructuras espaciales del Estado en Colombia, Historias de descentralización. Transformación del régimen político y cambio en el modelo de desarrollo, América latina, Europa y EUA, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. modelo de desarrollo se confrontan dos lógicas, una tendiente a sistemas económicos locales con base en la economía regional y otra de enclave, apalancada en los grandes proyectos de inversión, la mega explotación de los recursos energéticos y mineros, y las plantaciones de la agroindustria. Consideramos ahora el caso de Bolivia, país en el cual la insurgencia social por un ordenamiento territorial alterno al diseño neoliberal es aun más fuerte. En cabeza del movimiento indígena se reclama con fuerza desde la década del 80 el reconocimiento de los “pueblos y comunidades originarias”. Lenguas, autoridades y derechos propios imperantes en sus territorios ancestrales fueron al fin reconocidos desde mediados de la década del 90, para pueblos despojados de su dignidad desde el comienzo de la colonización española. El orden territorial indígena no es solo una particularidad del “modelo de descentralización” boliviano, tampoco una mejora de la democracia liberal que reconoce a una minoría, ni una ampliación de la economía de mercado basada en la propiedad privada. La autonomía reclamada por los indígenas es una que pide reconocimiento de la propiedad colectiva sobre la tierra y los recursos del suelo y subsuelo. Las autoridades reclamadas no conocen el principio de la representación liberal ni de la elección individual, sino el principio de la rotación de los mandatarios, la asamblea para la toma de decisiones y el reclamo de lo social como estandarte superior de derecho a lo estatal u organizacional16. Independientemente de un juicio de valor sobre la superioridad o inferioridad entre la democracia liberal y las prácticas socio-políticas indígenas, cualquiera reconocerá su distancia y la diferencia radical en las propuestas de ordenamiento descentralizado del poder entre unos y otros. La descentralización se ofrece hacia los municipios en un caso y se exige hacia las comunidades en el otro; se le fija el límite de la política social en la estrategia neoliberal y se anhela al manejo de los recursos naturales 16. Fernández, Marta Cabezas (2005), Bolivia: tiempos rebeldes. Coyuntura y causas profundas de las movilizaciones indígena-populares, Revista de Antropología Iberoamericana, No 41 16. estratégicos en la causa indígena; una busca extender el mercado privado, mientras la otra extraer las decisiones públicas de la competencia entre particulares y de las relaciones mercantiles; el neoliberalismo avanza en la mercantilización de la tierra, los bosques y los recursos naturales y los pueblos indígenas lograron extraer del mercado inmensos territorios, hoy prohibidos de ser enajenados, subdivididos y vendidos. El caso boliviano es un ejemplo límite, como aquellos que usó Sigmund Freud, el cual permite apreciar de manera superlativa aquello que ocurre en otras naciones más “normales”, solo que de forma menguada, más sutil y difícil de leer. El punto sobre el que llamamos la atención aquí es que los ordenamientos descentralizados del Estado, -en Colombia y Bolivia como también en Ecuador, Brasil o Uruguay- hacen parte de la exigencia de movimientos sociales y populares, de base rural o urbana, que pugnan por una apropiación social del poder político, administrativo y económico. Una conquista del poder por el soberano exige, desde esta frontera, un ordenamiento espacial del poder antagónico al del neoliberalismo que impulsa el Banco Mundial. Podríamos continuar el ejercicio de mostrar otras fuerzas sociales que agencian diseños completos de ordenamientos territoriales distintos a los del Banco Mundial, o de manera más moderada, solo prácticas y exigencias parciales. Por ejemplo, el movimiento cívico popular de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, liderado por los gremios empresariales, el cual demanda autonomía regional17. Retener partes del excedente generado por la exportación de gas y una mayor discreción para elegir autoridades, legislar en su región y vincularse libremente con el mercado internacional, 17. Molina, Carlos Hugo (2008), El movimiento cívico frente al proceso de descentralización y autonomía, 1994 - 2006, IUED / Cepad / editorial El País, Cochabamba. son aspiraciones de un empresariado regional pujante18. No aspiran estos a subir los impuestos o tarifas regionales para financiar su política social y la administración pública, sino a financiar todo ello con las rentas de hidrocarburos. Tampoco consienten un sistema impositivo importante o una abierta competencia nacional o internacional. Anhelan más bien un control político y administrativo de las fuentes de riqueza, además aspiran construir un entorno que controle para ellos las variables de distribución ganadora de excedentes. Los agentes del mercado no son neoliberales que creen en la libre competencia, sino en prácticas de control de mercados y ganancias. En este caso, el ordenamiento espacial exigido se parece al promovido por los neoliberales en algunos asuntos, diverge en otros y se confronta en asuntos centrales. Se parece en aquello de la responsabilidad de cada quien en sus asuntos, diverge en la defensa del nivel departamental para articular el poder y lo servicios, mientras los neoliberales apuestan por los municipios y las unidades básicas empresariales de servicios. Y están más lejos aún en cuanto al control empresarial y gremial de las rentas regionales y la financiación rentista de la administración y los servicios, en vez de un régimen abierto de competencia y de precios al consumidor para el pago de sus bienes y servicios públicos. El investigador norteamericano Kent Eaton afirma la existencia de dos fuerzas conducentes a procesos de descentralización desde los sistemas políticos. Unas provienen de abajo hacia arriba, bottom-up, y las otras desde arriba hacia abajo, bottom-dawn19. Ejemplo de la emergencia de las fuerzas políticas territoriales que exigen y logran arañar cuantiosos recursos, autonomía política y competencias públicas a las estructuras 18. Eaton, Kent (2011), Conservative Autonomy Movements: Territorial Dimensions of Ideological Conflict in Bolivia and Ecuador, Comparative Politics, Volume 43, number 3 291 - 310. 19. Eaton, Kent (2004), Politics beyond the capital. The design of subnational institutions in South America, Stanford University Press, Stanford, California, 267. nacionales serían Brasil y Uruguay; nosotros podríamos agregar Colombia. Para Eaton, Chile y Argentina serían casos en los que la iniciativa de descentralizar se toma desde arriba debido a acomodos en relaciones de poder en el centro. La delegación de algunas funciones y recursos hacia abajo tendría el fin de ganar gobernabilidad nacional y crear nuevas relaciones de fuerza entre poderes políticos que se expresan en la arena nacional. Dentro de esta tipología podríamos agregar a México. Más allá de la ideología neoliberal, o de las exigencias de la globalización sobre los Estados nacionales, o de la presión de los movimientos sociales o empresariales, el norteamericano llama la atención sobre factores relacionados a la estructura de los sistemas y partidos políticos. Unos se habrían construido históricamente de manera más fragmentada y descentralizada que los otros; bien porque no hubieren existido partidos centrales fuertes (Brasil), bien por que dichos partidos habrían tenido que pactar constantemente con las fuerzas dominantes en los territorios (Colombia), o bien porque la base de los partidos nacionales sea ella misma regional (Uruguay). En estos casos, cuando circunstancias históricas (que el autor no explica) debilitan los arreglos centrales del poder, los sistemas descentrados facilitan la dinamización de proceso que exigen retornos de poder hacia lo territorial. En cambio en otros países la existencia de muy fuertes partidos políticos nacionales centralizados (Argentina, Chile y México) hace que sea desde la nación en donde se expresan las más importantes fuerzas, intereses y estrategias. En virtud de las pugnas centrales se pueden eventualmente usar reacomodos territoriales que llamamos descentralización. Los grados, formas e intensidad de las reformas de descentralización estarían entonces determinados por tramas históricas de larga duración, a través de las cuales se construyen las identidades, los lugares de expresión de intereses políticos y sociales, y las relaciones de poder inter espacial que organizan la expresión de clases sociales e ideologías. De este aparte concluimos que la descentralización no es “un modelo”, sino un terreno en disputa en el que confluyen estrategias ideológicas, intereses sociales y étnicos, así como condicionantes históricos de larga duración en su emergencia contemporánea y su evolución. Descentralización y democracia ¿Participa la descentralización necesariamente de estrategias de democratización de los sistemas políticos y facilita la redistribución del ingreso en los países? ¿Es la estructura descentralizada, “ella misma”, más democrática que la centralizada y son equivalentes en contendido político las demandas por mayor descentralización.? A todas estas preguntas la respuesta es: no necesariamente, por una consideración epistemológica básica. Las cosas, en este caso la forma de organización descentralizada de ciertas funciones estatales, no tienen un significado perenne a través de la historia. Lo que ellas expresan está determinado en cada periodo histórico en relación con el régimen de acumulación, el sistema político, las luchas sociales y las confrontaciones ideológicas. Los significados de los fenómenos son relacionales, es decir, emergen y se debaten en relación con una multiplicidad de variables históricas. En palabras del geógrafo brasilero Milton Santos20: “Desde el punto de vista geográfico, lo que hay que tener en cuenta es la sucesión de los sistemas y no la de las variables o sub-sistemas aislados. El espacio se define por una combinación integral de variables y no por una o varias por muy significativas que sean. Cada variable está totalmente desprovista de significado fuera del sistema al que pertenece […] Incluso, a partir del cambio del conjunto, del todo, los cambios cualitativos adquieren una expresión real, es decir, cada variable pasa a tener en relación con las demás variables, un significado diferente. La gran lección a la que se llega es que, en cada periodo histórico, el valor de una misma variable se altera.” (p. 224) Además, como consideramos arriba, en cada momento histórico se estabiliza una forma de organización espacial que consideramos entonces 20. Santos, Milton (1990), Por una geografía crítica, Por una geografía nueva, Espasa Universidad, Madrid, 171 – 236 natural. Pero, al escudriñar de manera más profunda descubriremos pugnas entre ordenamientos espaciales antagónicos, en particular de manera más álgida en momentos en que no se ha estabilizado una forma dominante. E incluso al interior de una forma relativamente estable no podemos sino constatar la efervescencia de múltiples usos, racionalidades e intereses en conflicto dentro de la forma espacial dominante. Nosotros partimos de una crítica radical al fetichismo de las formas, es decir al pensamiento que otorga a una forma de organización espacial contenidos unívocos y permanentes. Partimos, por el contrario, de reconocer significados hegemónicos pero cuestionados, usos dominantes pero no siempre predominantes, predominantes pero formas atravesadas espaciales por los quizás dominantes conflictos21. Lo que y la epistemología sistematiza la historia enseña. El general Pinochet practicó una radical descentralización en la década del 70 y 80 con dos fines principales22. Una regionalización para organizar la intervención económica y la administración pública a imagen y semejanza de los cuarteles militares. estamentos sociales Una a municipalización la administración para integrar pública local diferentes mediante mecanismos de participación ciudadana por corporaciones y estamentos. El ordenamiento territorial de la dictadura fue pieza clave del nuevo orden económico y político, de la desaparición de los partidos políticos y los sindicatos, a la vez que sirvió a los propósitos de la privatización de empresas estatales locales. En la Colombia de la década del 80 la descentralización, -en tanto elección de alcaldes, transferencia de recursos 21. Un análisis que otorga contenidos políticos unívocos a una forma de organización descentralizada con base en provincias y otro que deriva la forma descentralizada de la reestructuración capitalista a la que le es completamente funcional, se encuentran respectivamente en: Borda, Orlando Fals (2000), Acción y Espacio. Autonomías en la nueva República, Tercer Mundo Editores / Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, p. 99. Moncayo, Víctor Manuel (2004), El Levietán derrotado, Grupo Editorial Norma, Bogotá, p. 387. 22. Tetelboin, Carolina (2003), La transformación neoliberal del sistema de salud. Chile: 1973 - 1990. Reformas de primera generación, Universidad Autónoma Metropolitana, México, D.F, p. 267. y cesión de competencias-, se adoptó dentro de la “Apertura Democrática” del presidente Belisario Betancur. Institucionalizar lo social y crear bases institucionales para la inserción del movimiento guerrillero a la vida política fueron razones de fondo que llevaron a las elites políticas a emprender el camino de una profunda descentralización. La asamblea constituyente de finales de los 80 en Brasil adoptó la más radical descentralización de fines de siglo en el continente latino americano. La insurgencia de las clases populares, movimientos cívicos, urbanos regionales y campesinos confluyeron en la lucha por la apropiación de los poderes locales como ejercicio de democracia. Hacía pocos años la dictadura brasilera agonizante de finales de los 70 había descentralizado recursos y competencias hacia los gobiernos estaduales con el fin de “comprar” adhesiones al régimen político en barrena. En la Bolivia de la década del 90 la descentralización se adoptó al tiempo que un gigante paquete de privatizaciones de empresas estatales. De “Leyes malditas” fueron calificadas tales iniciativas por los sindicatos en la medida en que el ordenamiento descentralizado se inscribió claramente en una estrategia de debilitar la administración estatal, privatizar activos y trasladar costos de servicios a los ciudadanos. Y así sucesivamente se pueden multiplicar ejemplos que ilustran usos y contenidos hegemónicos de los procesos de descentralización en los países en diferentes momentos. Empero, no se debe olvidar que en cada una de dichas circunstancias varias estrategias de ordenamientos espaciales se confrontaban, así como usos alternativos de las formas espaciales así reformadas. En Colombia, como en muchos otros países de América Latina, la descentralización de recursos durante más de 20 años ha esparcido el gasto social básico, pero se mantiene una gran desigualdad en la concentración social y territorial de los ingresos totales, expresada en términos del coeficiente Gini y del PIB inter-regional23. En cambio en el mismo periodo otros países como Brasil han combinado una acrecentada transferencia de recursos hacia los gobiernos locales con el achicamiento de la desigualdad social y territorial. No existe entonces un efecto necesario y en un solo sentido entre descentralización y equidad. Para finiquitar estas apreciaciones debe llevarse la crítica contra el fetichismo de las formas al de las palabras mismas. Es decir que bajo un mismo mote como el de “autonomía”, “regionalización”, “participación” o “soberanía” no se quiere decir lo mismo. El significado estratégico de los reclamos espaciales depende de quien los enuncie, en qué circunstancias y con qué propósitos. Varios ejemplos. En Colombia no tiene el mismo significado el reclamo de autonomía y la creación de las Entidades Territoriales Indígenas por el movimiento étnico, que aquel amenazado por los para-políticos de la costa Caribe; o en boca de 6 gobernadores del sur del país durante el gobierno de Andrés Pastrana que levantaron la consigna de la autonomía regional para articular planes de desarrollo y de paz en regiones perdedoras del centralismo, la globalización y las múltiples guerras. De la misma manera, no tiene el mismo significado el reclamo de la soberanía fiscal en boca de los neoliberales que persiguen el alza de impuestos locales, que en los voceros de los movimientos regionales brasileros que aspiran a una mayor incidencia en la adjudicación general de los recursos públicos a manos de los gobiernos locales. El airado reclamo de autonomía por los movimientos empresariales conservadores del Oriente boliviano dista mucho de aquel de los pueblos, comunidades y organizaciones sociales e indígenas de ese país. Los unos defienden la propiedad privada, la internacionalización del espacio económico interior, la democracia representativa liberal y el liderazgo político de los gremios 23. Restrepo, Darío I., (2007), La descentralización en América Latina: 20 años después, 20 años de la descentralización en Colombia: Presente y futuro, Red de iniciativas para la gobernabilidad, la democracia y el desarrollo territorial – RINDE-, Bogotá. del capital. Los otros defienden la apropiación colectiva de la tierra y sus recursos, una industrialización nacional de los hidrocarburos y la defensa de las prácticas societales de base en la toma de decisiones sobre la vida colectiva. No solo el proceso de descentralización es un terreno en disputa, la palabra misma está cargada de antagonismos; los de siempre: entre dominación y emancipación, entre privatización y socialización del poder.