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JESUS MISERICORDIOSO, PRESENTE EN LA EUCARISTIA HASTA EL FIN DEL MUNDO Divina Misericordia (antes de la Coronilla) Director --- sentados Al mirar a Jesús, traspasado con la espada en la cruz, experimentamos vivir la certeza de que su Corazón sigue abierto para darnos vida. Santa Faustina en visión contemplativa recibe de Jesús la imagen de su Divina Misericordia y dice: Ví a Jesús en mi celda frente a mí, con una mano señalaba su pecho, de la abertura de su túnica salían rayos blancos y rojos, con su mano derecha bendecía y me dijo: “Pinta esta imagen según el modelo que ves y firma al pie “Jesús, yo confío en Ti”. Haz que sea venerada primero en la capilla y después en todo el mundo” Los rayos blancos que salen del Corazón abierto de Jesús significan esos ríos de agua que sanan a quien se postra ante Él; los rayos son el símbolo de su sangre redentora que sigue salvando al pecador que se refugia en su Divina Misericordia y con el Corazón arrepentido confía en Él. Cuando nos postramos ante la divina Eucaristía confiados en su amor misericordioso, El sigue lavando nuestros pecados, nos da conciencia de pecado y dolor de haber ofendido su amoroso Corazón. Impulsados por esta gracia, vamos gozosos al tribunal de la penitencia con la certeza de que somos perdonados, es entonces que de su Corazón salen los dones que fecundan nuestra vida cristiana, nos permite dar frutos de salvación mediante las virtudes de santidad que son las hojas de la medicina para todas las personas que nos rodean. El Profeta Zacarías, de igual forma, anuncia los tiempos mesiánicos en los cuales Jesús es nuestro único Salvador de quien fluye un torrente de agua viva y señala: “Aquel día brotará un manantial en Jerusalén: el Señor será rey de todo el mundo. Aquel día, el Señor será único y su nombre será único” (Zac 14, 8-9) De rodillas y comenzamos con la coronilla Lector 1 Se quedó para demostrarnos su caridad y amor. El amor ardiente del Corazón misericordioso de Jesús en un arrebato de su entrega generosa por nuestra salvación, le hace exclamar “Yo me quedaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Jesús ya glorioso, no quiso ascender a la gloria “de su Padre y nuestro Padre” (Jn 20,17), dejándonos huérfanos. Por tal motivo, promete quedarse vivo con su dulce presencia entre nosotros, de una forma eminente y única en la divina Eucaristía. Esta presencia real la disfrutamos cuando acudimos llenos de Fé a cada sagrario donde permanece preso por amor; la Sagrada Escritura y el magisterio de la Iglesia testifica y profesan con fé firme que Jesús Sacramentado, resucitado y glorioso, en cuerpo, sangre, alma y divinidad, se ha quedado con nosotros para siempre. Consoladora verdad, respuesta de amor y misericordia para el hombre peregrino, débil y herido por el pecado, siempre necesitado de sanación, liberación del demonio y del pecado; siempre anhelante de paz, la cual sólo irradia del Corazón eucarístico de Jesús en su presencia sacramental. Empecemos a fundamentar lo anterior, con la doctrina de la Sagrada Escritura y el magisterio de la Iglesia. 1 Lector 2 ANTIGUO TESTAMENTO El antiguo Testamento llevaba en sus entrañas a Cristo. Hay acontecimientos que anuncian de forma figurada, el manjar de vida que hoy saboreamos viviendo en la plenitud de los tiempos. El hombre disfruta como una fuente de vida y vida abundante la presencia sanadora y liberadora de Jesús (Jn 10,10). El aspecto sacrificial de Jesús en la Eucaristía es anunciado por los profetas desde el Antiguo Testamento. El sagrado libro del Génesis nos ofrece un relato que nos hace pensar que en forma figurada, aparece Jesucristo en aquel personaje misterioso de Melquisedec; aparece sin genealogía, y con el título de rey de Salem. Cabe mencionar aquí, en la perspectiva del Salmo 76,3 y según la insignia bíblica así como la tradición judía y de muchos santos padres, que este relato identifica a Salem con Jerusalén; en este caso, su rey es el rey-sacerdote Melquisedec. De pie Lector 3 Salmo, 76 2. En Judá Dios se ha dado a conocer, grande es su nombre en Israel, 3. pues en Salem está su tienda y su morada en Sión. 4. Allí rompió las flechas del arco, el escudo, la espada, las armas de la guerra. 5. Allí estás radiante, majestuoso, triunfante sobre montañas de trofeos: 6. ¡todo se les quitó! Los valientes no despertaban de su sueño, el ejército entero, todos desfallecieron. 7. Al oír tu amenaza, Dios de Jacob, carro y caballo quedaron petrificados. 8. ¡Qué terrible eres tú!, ¿quién te resistirá, el día de tu ira? 9. Si en los cielos dictas la sentencia, la tierra se asusta y queda sin palabras. 10. Dios entonces se levanta, hace justicia y salva a todos los humildes de la tierra. 11. El furor del hombre redundará en tu gloria, los que escapen de tu cólera te alabarán. 12. ¡Hagan votos al Señor, al Dios de ustedes, y vengan de todas partes a cumplirlos, traigan ofrendas para el Dios terrible! 13. El apaga el coraje de los príncipes y es terrible para los reyes de la tierra." Sentados Lector 4 La tradición patrística ha aprovechado y enriquecido esta exégesis alegórica, como el anuncio del sacerdocio de Jesucristo, tratado y desarrollado por el autor de la carta a los Hebreos: “Miren ahora cuán grande es éste, a quien el mismo patriarca Abraham dio el diezmo de lo mejor del botín”. Los hijos de Leví que reciben el sacerdocio tienen orden según la ley de percibir el diezmo del pueblo, es decir, de sus hermanos, aunque también proceden éstos de la estirpe de Abraham; mas aquél, sin pertenecer a su genealogía, recibió el diezmo de Abraham, y bendijo al depositario de las promesas. Pues bien, es incuestionable que el inferior recibe la bendición del superior. Aquí, ciertamente, reciben el diezmo hombres mortales; pero allí, uno de quien se asegura que vive. Por así decirlo, hasta el mismo Leví, que percibe los diezmos, los pagó en la persona de Abraham, pues ya estaba en las entrañas de su antepasado cuando Melquisedec le salió al encuentro. (Heb 7, 1-10) DE PIE Lector 5 2 LECTURA DEL APOSTOL SAN PABLO A LOS HEBREOS TE ALABAMOS SEÑOR Hebreos, 7 1,10 1. En efecto, éste Melquisedec, rey de Salem, sacerdote de Dios Altísimo, que salió al encuentro de Abraham cuando regresaba de la derrota de los reyes, y le bendijo, 2. al cual dio Abraham el diezmo de todo, y cuyo nombre significa, en primer lugar, «rey de justicia» y, además, rey de Salem, es decir, «rey de paz», 3. sin padre, ni madre, ni genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre. 4. Mirad ahora cuán grande es éste, a quien el mismo Patriarca Abraham dio el diezmo de entre lo mejor del botín. 5. Es cierto que los hijos de Leví que reciben el sacerdocio tienen orden según la Ley de percibir el diezmo del pueblo, es decir, de sus hermanos, aunque también proceden éstos de la estirpe de Abraham; 6. mas aquél, sin pertenecer a su genealogía, recibió el diezmo de Abraham, y bendijo al que tenía las promesas. 7. Pues bien, es incuestionable que el inferior recibe la bendición del superior. 8. Y aquí, ciertamente, reciben el diezmo hombres mortales; pero allí, uno de quien se asegura que vive. 9. Y, en cierto modo, hasta el mismo Leví, que percibe los diezmos, los pagó por medio de Abraham, 10. pues ya estaba en las entrañas de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro." PALABRA DE DIOS TE ALABAMOS SEÑOR Sentados Lector 6 De igual forma, en esta exégesis se quiere ver en el pan y en el vino ofrecidos por Abraham, nuestro padre en la Fé, una figura de la Eucaristía, verdadero sacrificio eucarístico, interpretación aceptada en el canon de la Misa. Algunos padres han admitido que Melquisedec era una aparición del Hijo de Dios en persona, por su presencia misteriosa, sin descendencia ni relación histórica. Para ellos, Melquisedec es imagen del sumo sacerdote postexílico (es decir: después del exilio), heredero de las prerrogativas reales y cabeza del sacerdocio, a quien los descendientes de Abraham pagan el diezmo. Consoladora promesa hoy cumplida, Jesús es nuestro sumo y eterno sacerdote que vive con nosotros, que en cada sacerdote de la nueva alianza sigue renovando su sacrificio, incruento pero real, para nuestra salud; para que encontremos en cada Eucaristía, la presencia misericordiosa de Jesús, quién nos bendice como a Abraham que es bendecido por Melquisedec: “¡Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra, y bendito sea el Dios, que entrega a tus enemigos en tus manos.¡” (Gen 14, 18-19) En estas palabras de bendición vemos el anuncio de la verdadera consagración que hoy recibimos de Jesús, que en la Eucaristía nos bendice y pone a nuestros enemigos bajo los pies de su cruz. Hoy con certeza afirmamos que de la Eucaristía irradia a nuestra alma toda sacralización como respuesta a las necesidades del hombre que como Abraham, padre en la Fé, reconoce su presencia real y salvadora en cada Hostia consagrada. 3 Desde el Antiguo Testamento se anuncia por medio del profeta Malaquías, esta bendición de la víctima divina, que en todo el mundo se ofrece en el altar del sacrificio, desde la salida del sol hasta el ocaso: “Desde donde el sol hasta el ocaso, grande es mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece incienso a mi nombre y una oblación pura. Pues grande es mi nombre entre las naciones, dice Yahvé Sebaot” (Mal 1,11) Lector 7 Cuando celebramos en la Eucaristía el sacrificio de Cristo, estamos dando cumplimiento a esta profecía, en todo el mundo desde la salida del sol hasta su ocaso, Jesús vivo y glorioso se inmola para nuestra salud. Al glorificar, alabar y adorar la divina Eucaristía su presencia real en cada Hostia consagrada recibe el verdadero incienso de nuestro corazón, que enaltece el nombre de Dios que en Jesús Sacramentado hace grande y glorioso su nombre. Toda adoración a Dios y el reconocimiento de su grandeza y misericordia, cuando la hacemos desde lo íntimo del corazón da como fruto en quien la realiza una respuesta sanadora, liberadora y de gran paz. Esto le permite a cada hombre vivir ya, desde éste mundo su cielo. Otro aspecto importante que aparece en el Antiguo Testamento y que es preludio de la Eucaristía, es el aspecto sacrificial; en efecto, con la inmolación de animales se anuncia el martirio de Cristo, superior y más agradable al Padre que todos los sacrificios antiguos: “Ni sacrificios, ni ofrendas querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas. Dije entonces: ´Heme aquí, que vengo ´. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad” (Sal 40,78). “ Sacrificios y oblaciones no quisiste; pero me has formado un cuerpo” (Heb 10,5). Lector 8 Los sacrificios del Antiguo Testamento eran sólo figura de la verdadera inmolación agradable al Padre y que es capaz de borrar el pecado; éste es el sacrificio de Cristo. El libro del Exodo dice: “ El cordero será, sin defecto, macho y el primero” (Ex, 12,5) Aunque la víctima es un animal, éste ha de ser sin defecto, así lo pide el libro del Levítico: “Habló Yahvé a Moisés diciendo: ´Habla a Aarón y a sus hijos y a todos los hijos de Israel y diles: si alguno de la casa de Israel, o de los extranjeros residentes en Israel, presenta su oblación, sea en cumplimiento de su voto, o como ofrenda voluntaria suya, si la presenta a Yahvé como holocausto, la víctima a fin de alcanzar la gracia, ha de ser macho sin defecto: buey, oveja ó cabra ´” (Lev 22, 17-19) Continuando esta riqueza del Antiguo Testamento, ahora pongamos nuestra mirada en otro elemento no de menos importancia y sí de gran elocuencia que encontramos en el anuncio profético del manantial de vida que fluye del Corazón abierto de Cristo en cada Hostia consagrada. En efecto, la promesa es vital: “Los rociaré con agua pura y quedarán purificados; de todas sus impurezas y de todas sus basuras los purificaré. Y les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un espíritu nuevo, quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que los conduzcan según mis preceptos y observen y practiquen mis normas” (Ez 36, 25-27) DIRECTOR Esta promesa del agua viva, es el Espíritu Santo que Cristo resucitado da a quienes lo obedecen, haciéndolo centro y Señor de su vida. De forma dinámica, el profeta anuncia una fuente de agua que emana del Santuario de Dios: Me dijo: Esta agua sale hacia la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda , y el agua queda saneada. Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes a donde llega el torrente. 4 Estas profecías se cumplen en plenitud en Jesús, El es el agua viva que llena del Espíritu Santo a quienes se acercan a su presencia sacramental; de su costado abierto es de donde emana el torrente de vida a cada latido de su amoroso corazón. El alma de todo aquél que con fé se postra ante El es vivificada con este torrente de salud, manantial que de cada Hostia consagrada fluye para limpiar a cada pecador que lo contempla con fé. La Causa fundamental por la que muchos hombres y mujeres hoy mueren de sed y viven vacíos, sin salud, sin vida, es por 2 razones: “ Me han dejado a mí, manantial de agua viva para ir al buscar esa agua en cisternas rotas, agrietadas, que el agua no pueden contener” (Jer 2, 13). ¿Dónde podemos gustar esta agua viva? Sólo en el Corazón eucarístico de Jesús, en cada Hostia consagrada. Oración a María Santísima, Madre de la Eucaristía Madre de la Eucaristía, tierna y purísima flor de azucena, fragancia que exhala todas las virtudes, perfume que cautivando a la Trinidad Santísima, descendió a Ti gozosa para hacerte su santuario; a quien abriste tu ser entero encarnándose en tus purísimas entrañas la segunda persona, para que como primer sagrario en Ti y por Ti fuera adorado. Mira a tus hijos pecadores; con la sangre inmolada de Jesús que le diste en tus purísimas entrañas y que está presente en cada Hostia consagrada, lava nuestros pecados para que nuestra adoración sea menos indigna. Cúbrenos María con tu pureza y danos los latidos de tu pecho enamorado. Comparte a nuestra alma los sentimientos que te movieron a adorar a tu Hijo Jesús, pequeñito, nacido en Belén: tierno Niño que en cada Hostia consagrada nos dice: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno como de éste pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo” (Jn 6,51) Madre Inmaculada, formadora del pan vivo, fruto bendito de tu vientre, a Ti clamamos en entregamos todo nuestro ser, somos tuyos, te nombramos nuestra formadora, porque sabemos que Tú anhelas formar en cada uno de nosotros a tu Hijo adorado, por amor sacramentado. Cuida nuestra alma, para que en pureza, y dignamente, reciba tan glorioso manjar del cielo, de modo que para siempre vivamos cantando las misericordias de nuestro Jesús Sacramentado. Madre de la Palabra hecha carne en tus purísimas entrañas y Madre nuestra, enséñanos a ser fieles a Jesús, Palabra hecha carne, que desde la última cena se entrega como alimento para dar vida y vida abundante, repitiendo hasta el fin del mundo esta misma entrega en cada celebración eucarística: “Éste es mi cuerpo que se entrega por ustedes; hagan esto en memoria mía” (Lc 22,19) Enséñanos a adorar a tu Hijo, nadie como Tú puede enseñarnos la verdadera adoración, que sale de lo más íntimo de tu amante Corazón, como poema de amor, fruto de tu Sí generoso que hizo bajar a Jesús del cielo del eterno Padre, al cielo de tu alma llena de gracia. Haz que no nos falte, Virgen Inmaculada, este manjar celestial; que al meditar ésta Hora Santa, se encienda en nuestro corazón unido a Ti, la verdadera hambre de éste pan celestial, comida cotidiana que realmente es fuente de sanación, liberación y paz, oh clemente, oh piadosa, oh dulce y siempre Virgen adorante María. Amén. Del libro Vivamos la Eucaristía del P. J. Jesús Ceja A. 5