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LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR Muy queridos hermanos y hermanas. Hemos escuchado tanto la primera lectura como el Evangelio, del evangelista San Lucas, Lucas que no conoce directamente a Jesús, él había sido discípulo de San Pablo y de él va tomando nota como dice en ese comienzo de los hechos de los apóstoles “querido Teófilo amigo de Dios”, de modo así general, “yo he querido enterarme de todo lo que ha pasado qué ahora escribo” escribe los Hechos de los Apóstoles y escribe el Evangelio. Y me gustaría señalar cuatro elementos que los dice el evangelio de hoy, en la primera lectura y que tiene que ver precisamente lo que estamos hoy celebrando “La Ascensión del Señor al cielo”. La primera palabra es camino. El camino de Jesús es un venir de Dios, nace pobre en Belén, nace con absoluta humildad y sencillez en la noche del pesebre y toda su vida va a ser un camino hacia El Padre, y la misma pasión entrar en ese area misteriosa de su muerte y después de su resurrección, es un camino que rompe para siempre, una puerta que para el hombre estaba cerrada, que es la puerta de la inmortalidad. El Señor con la resurrección rompe para siempre ese cerrojo, y Él camina hacia El Padre llevándonos a nosotros con Él, lleva con Él una multitud de hermanos. Jesús hace un camino recorre un camino y con él nos asocia a nosotros, por eso la segunda lectura de la carta a los hebreos nos decía “Jesús ha inaugurado un camino nuevo” atravesando la cortina por medio de su carne, ha abierto un camino nuevo de hecho en los primeros tiempos no se le llamaba a la fe cristiana cristianismo se llamaba camino, un camino, un camino nuevo. El hombre de hoy camina desorientado, camina en la oscuridad, camina sin saber si hay una meta, a donde puedo llevar mi vida, camina en la soledad sin ser ayudado, por lo tanto es un camino lúgubre, oscuro que muchas veces queremos anestesiar pues con pequeñas alegrías, pequeñas cosas. Jesús nos abre un camino luminoso, un camino lleno de vida y lleno de plenitud, acompañados por Él, acompañados por tantos hermanos que se llaman iglesia, sostenidos por su presencia. El segundo elemento sabemos a dónde vamos, el fin de nuestro camino no es la nada, no es el abismo, es estar con Jesús, es estar juntos con El, Él vuelve al Padre y allí nos prepara un sitio, y allí nos dice cuál es nuestra meta, que es dar cumplimiento a todos los deseos de felicidad, de plenitud, de amor que invaden nuestro corazón. Porque Dios ya pasado por nuestro corazón y en él ha dejado su huella. Y para hacer este camino, para llegar a la plenitud la tercera palabra es el don del Espíritu Santo. Hemos escuchado que Jesús da instrucciones a los apóstoles antes de marchar a la casa del Padre dice, “vosotros aguardad en Jerusalén a que El Padre os revista con la fuerza de lo alto”. Ha dicho San Lucas en la primera lectura que Jesús nos va a enviar la promesa del Padre, cuál es la fuerza, cuál es la promesa del Padre, cuál es el don de Cristo, es el Espíritu Santo, es la persona amor, que es derramada en la iglesia, que es derramada en la humanidad, Él es la luz. Nos dice que en Jesús cuando venga el Espíritu Él os recordará todo lo que yo he hecho, y os lo enseñara de un modo nuevo, el Espíritu Santo que ilumina nuestra mente, por medio del espíritu Santo Dios hace morada en nuestro corazón y ya no hay que buscarle por fuera, está en nuestro corazón desde el día del bautismo, esta Dios en mi corazón yo voy a ser ese pesebre de Belén. Si El Señor no rehuyó aquel pesebre pobre pues tampoco va a rehuir mi corazón y además es la presencia de Jesús, el Espíritu Santo es que hace presente al Señor en la iglesia, por eso la iglesia siempre invoca el don del Espíritu Santo cuando celebra todos los sacramentos, porque es el que hace que Cristo este en medio de nosotros, de modo operante, de modo pleno. Y la última palabra es la palabra bendición, es una palabra que a mí me llama mucho la atención, aparece ya en el Génesis cuando El Señor crea el mundo dice “Dios cuando crea al hombre y la mujer”, y dice “Dios los bendijo”. Y ahora antes de marchar al cielo les dijo a los discípulos aguardad la fuerza de lo alto y los bendijo. La bendición de Dios, es decir la promesa de un bien de Dios, la promesa de que Él cumple lo que promete, Él es fiel, cada día nos bendice somos su bendición, por eso me parece que hoy tenemos todos que alegrarnos los que ya hemos recibido este don de Dios, su propia vida, su propio ser. Nos tenemos que alegrar de que hermanos nuestros reciben el don del bautismo, sin ninguna duda el día más importante de sus vidas, porque hoy renacen a la vida eterna. Juan bautizo con agua y hoy vais a ser bautizados en el Espíritu Santo, renacemos con el bautismo a la vida eterna, a la vida de la gracia. Enhorabuena también a los que reciben la confirmación, el don de Cristo que les va a transformar para siempre. Bautismo y confirmación son los sacramentos que nunca más se vuelven a recibir, porque producen un cambio radical interior que configura para siempre de un modo nuevo. Configurados con El Señor por el sacramento de la confirmación y el sacramento de la eucaristía, la mesa del Señor donde Él no nos da de comer cualquier cosa, nos da a comer su cuerpo y su sangre, que es el pan de vida, como dice ese discurso largo del Evangelio de San Juan “Yo soy el pan de vida, quien no come de este pan no tiene vida, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo, el pan que yo daré es la fuente para la vida eterna”. Por eso no podemos más que dar gracias a Dios porque Él nos lo ha dado todo, todos los dones, para que nuestra vida sea grande, sea luminosa, sea hermosa, capaz de superar todas las dificultades, todas las desesperanzas, todas las angustias. La gracia del Señor nos va permitir vivir siempre en esa plenitud que Él nos tiene prometido y nos va a acompañar hacia esa plenitud que es la vida eterna. Así lo pedimos hoy para estos hermanos que se bautizan, para estos hermanos que reciben hoy la confirmación, para todos nosotros que recibimos el don inmenso de la eucaristía. Que la Virgen María nos ayude a recibir este don de Dios y que con ella podamos cantar siempre la misericordia que Dios tiene con nosotros. Que así sea. + Mario Iceta Gabicagogeascoa Obispo de Bilbao