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Francisco Gachet Sociología Reflexiva Prof. Cristina Cielo 2011-12-15 Reflexión 3: Los conceptos de capital social y redes sociales, a debate. Varios han sido los intentos académicos por cuestionar los fundamentos epistemológicos y metodológicos de la economía neoclásica. Uno de los representantes más importantes de las perspectivas críticas frente a la hegemonía de esta rama del pensamiento moderno es Pierre Bourdieu (2000, 2001), quien a lo largo de su trayectoria intelectual se ha esforzado por desarrollar un marco teórico que rompa con los paradigmas económicos dominantes y ofrezca nuevas luces sobre diversas problemáticas sociológicas. De manera paralela, desde mediados del siglo XX, una nueva rama de la sociología empezó a emerger tanto en Estados Unidos como en Francia, en respuesta a la necesidad de estudiar los fenómenos económicos desde una perspectiva más arraigada con lo colectivo, y menos apegada al individualismo metodológico. En este corto ensayo intentaré ofrecer una visión general sobre estas perspectivas críticas de análisis social y económico, con el objetivo de delimitar una perspectiva teórica alternativa a la ofrecida por la economía neoclásica. Para ello revisaré en un primer momento el concepto de capital social según lo desarrollan autores como Bourdieu, Coleman, Fukuyama y Putnam. Posteriormente, y por medio de las contribuciones de Mark Granovetter, intentaré explicitar los vínculos teóricos entre esta categoría de análisis y los postulados de la sociología económica. A manera de conclusión quisiera mostrar tanto las complementariedades como los puntos de encuentro entre las distintas perspectivas teóricas a revisar, así como la importancia de los aportes críticos de Pierre Bourdieu y Mark Granovetter por sobre aquellos provenientes del resto de autores aquí explorados. Aunque el concepto de capital social en Bourdieu no puede ser comprendido por fuera del amplio marco teórico que el autor desarrolla a lo largo de su obra, sobre todo en sus intentos por desarrollar una “economía general de las prácticas” que cuestione profundamente los fundamentos epistemológicos de la economía neoclásica, es importante intentar aislar las definiciones y particularidades de éste concepto para entender con mayor claridad el aporte específico de éste autor al análisis de las redes sociales. En un primer momento, Bourdieu define al concepto de “capital” de manera general como “trabajo acumulado, bien en forma de materia, bien en forma interiorizada o incorporada" (Bourdieu, 2000 [1986]: 131). Este “trabajo acumulado”, que es un acto tanto individual como colectivo, puede tomar tres formas fundamentales, diferenciables entre sí por sus funciones dentro de un “campo de poder” determinado: el capital económico, el capital cultural y el capital social. Por su parte, el capital social estaría directamente relacionado con la extensión de la red de conexiones que puedan ser movilizadas por un actor social, así como por el volumen de otros tipos de capital (económico, simbólico o cultural) que tengan las personas dentro de esa misma red. En palabras del Bourdieu: "el capital social esta constituido por la totalidad de los recursos potenciales o actuales a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de conocimiento y reconocimiento mutuos […] se trata aquí de la totalidad de recursos basados en la pertenencia a un grupo" (ídem: 148). Cada una de las tres formas del capital funciona de manera particular, sobre todo en lo que respecta a la posibilidad de convertirlos en otros tipos de capitales y su capacidad por generar procesos de diferenciación social. Esta característica común de los capitales en Bourdieu es lo que Luciano Martínez resalta a través del concepto de capital social, en tanto esta categoría de análisis nos ayuda a entender el esfuerzo teórico de Bourdieu por desarrollar una “sociología relacional y contestataria” en términos epistemológicos. Así, el capital social no solo tiene la capacidad de mostrar la importancia de las redes de relacionamiento interpersonales que posibilitan una acción determinada, sino que, al ser parte del marco teórico general de Bourdieu, nos obliga a prestar atención en [1] las diversas estrategias de reproducción y mantenimiento de éste capital por parte de los actores sociales, quienes deben proporcionar un esfuerzo específico (que resulta en trabajo acumulado) por sostener diversos tipos redes (de parentesco amistad, económicas, o de cualquier tipo), sean estas heredadas o forjadas por el mismo actor, y [2] las funciones de diferenciación social que cumple en un determinado campo social, según el acervo acumulado por el mismo actor de los tres tipos de capital fundamentales (Martínez, 2007, 91-92). Aunque dentro de la sociología el concepto de capital de Bourdieu ha sido ampliamente utilizado, también existe otro grupo de académicos (mayoritariamente anglosajones y franceses [Heredia y Roig, 2008]) que, con definiciones y perspectivas distintas, se han visto interesados por las teorías del capital social y la capacidad explicativa y analítica de la teoría de redes. Adriana Marrero identifica al menos cuatro perspectivas de análisis de la teoría del capital social comúnmente utilizadas en América Latina, tanto en el análisis sociológico como en estudios preliminares para la implementación de programas de desarrollo y de asistencia social, sea desde organizaciones no gubernamentales o desde instituciones multilateriales como el BID o el Banco Mundial (Marrero, 2006: 73): - La primera perspectiva de análisis está relacionada con los trabajos de James Coleman, quien se posiciona dentro del paradigma de la acción y la elección racional para explicar la importancia de las redes de relacionamiento para [1] permitir la movilidad del actor en una estructura determinada y [2] mejorar los niveles de productividad, de manera análoga a los conceptos de capital físico y capital humano (Coleman, citado en Marrero, 2006: 77). - La segunda perspectiva está relacionada con los trabajos de Robert Putnam, para quien el concepto de capital social tiene menos que ver con el individuo que con una comunidad más amplia. Como lo señala Marrero, en Putnam el capital social “pasa a caracterizar a agregados de personas, comunidades enteras o aún países y a ser entendido en términos de ‘civismo’” (2006: 79). En consecuencia, Putnam intentó explicar las diferencias sociales internas entre Italia del norte y del sur, en tanto Italia del norte consiguió forjar históricamente mejores niveles de integración económica por medio de un entramado de relaciones (capital social colectivo) más denso y amplio. - La tercera perspectiva está liderada por los trabajos de Francis Fukuyama, quien advierte sobre las dimensiones negativas del capital social al explicar que, aunque en ciertas circunstancias y contextos un denso entramado de relaciones puede favorecer la acción individual, también puede limitarlo profundamente (ídem: 80). Sin embargo su preocupación primordial al desarrollar el concepto de capital social, a decir de Marrero, es analizar detenidamente al quiebre de la familia nuclear a partir de la década de los 60s (sobre todo en los países del centro), y los efectos de ésta ruptura o fractura social en la capacidad del individuo a sostener redes duraderas (ídem: 82). - Mark Granovetter, aunque no utiliza el término ‘capital social’ en su investigación sobre los mercados laborales estadounidenses, es considerado uno de los más importantes pensadores sobre la teoría del capital social y, de manera más general, sobre la incipiente rama de la sociología económica. De manera análoga a los hallazgos de Fukuyama, Granovetter también encuentra ciertas limitaciones propias de los entramados de relaciones. En su investigación titulada “Conseguir un trabajo: un estudio de contactos y carreras”, en la cual estudia las posibilidades de acceso al mercado laboral de jóvenes estadounidenses, Granovetter encuentra una particularidad contra-intuitiva propia de las redes, en la correspondencia comúnmente observada entre relaciones de parentesco/amistad/vecindad y las ventajas sociales que de ellas se derivan. Al contrario de esta común malinterpretación de las potencialidades de las redes sociales marcadamente locales/familiares, que al mismo tiempo desestiman las potencialidades de los llamados “lazos débiles”, éste estudio concluye que “fuera del ámbito de la familia y los círculos de amistad, [los grupos de relacionamiento] pueden ofrecer tanta o más ayuda que los más allegados para insertarse en un trabajo, en la medida en que pueden ser personas con acceso a redes diferentes, más privilegiadas y al mismo tiempo pueden establecer vínculos menos problemáticos y comprometidos” (Marrero, 2006: 78). Además de ser un autor central en la teoría del capital social por sus importantes contribuciones sobre éste concepto, Granovetter es también considerado uno de los pensadores más importantes dentro de la rama de la sociología económica anglosajona, y tal vez el autor que más a incidido en el desarrollo de un debate académico sistemático con la sociología económica francesa (Heredia y Roig, 2008). Aunque esta rama del conocimiento sociológico se ocupa de temas tan diversos como el capital social, los mercados de trabajo, las cadenas de producción globales, empresa y organizaciones e incluso performatividad de las ciencias económicas (Callon, 2008), uno de sus intereses más específicos está ubicado en el estudio de las redes sociales como parte constitutiva de la actividad económica y, en términos más generales, de la acción social. Incluso podríamos argumentar que Granovetter parte de esta afirmación al reconceptualizar el clásico concepto de “embededness” (imbricadas) de la actividad económica, acuñado por Karl Polanyi: para éste último autor, las actividades económicas han estado históricamente imbricadas en una estructura social, en tanto las formas de reciprocidad de los clanes familiares y la posterior distribución que ofrece la consolidación del Estado, han funcionado como los mecanismos históricos que precedieron al mercado capitalista autoregulado (Pozas, 2004: 13; Heredia y Roig, 2008: 212-213). Para Granovetter, por el contrario, el mercado en el capitalismo nunca fue capaz de autonomizar por completo la acción económica, en tanto los intercambios de mercancías necesitan de redes sociales de distinto tipo (no solamente económicas/comerciales) y de instituciones específicas (social e históricamente construidas) que coordinen y posibiliten el intercambio. Así las cosas, en los intercambios mercantiles habrían dos tipos de relaciones sociales fundamentales que coordinarían la actividad económica en su totalidad: las relaciones horizontales, igualitarias, reguladas por normas de confianza y cooperación y las relaciones verticales, asimétricas, donde prima el poder y el acatamiento (Pozas, 2004: 30). No obstante, Granovetter no fue el primer autor que empezó a trabajar teórica y empíricamente alrededor del concepto de redes sociales en al academia estadounidense. Harrison White, desde la década de los sesenta, empezó a desarrollar diversos modelos matemáticos para medir cuantitativamente ciertas variables representativas de las redes sociales, como su grado de centralidad, densidad, multiplicidad y profundidad (Pozas, 2004: 30-31). Según Viviana Zelizer, White aportó con una crítica central en los orígenes de la sociología económica al cuestionar los presupuestos neoclásicos que negaban, o simplemente obviaban, el hecho de que los mercados y la actividad económica que en ellos se desenvuelve “son creaciones profundamente sociales, y no arenas autónomas simplemente afectadas por procesos sociales”, aseveración que fue continuamente acogida y desarrollada por investigadores posteriores (Zelizer, 2007: 98). Al respecto, Granovetter ha advertido que muchos investigadores de la sociología económica, aunque críticos frente al individualismo metodológico característico de la ciencia económica neoclásica, han seguido estudiando a las redes de relacionamiento dentro del paradigma de la acción racional, perdiendo de vista que éstas no funcionan como un conjunto de individuos autónomos que se interrelacionan constantemente en busca de un beneficio propio y particular; por le contrario, Granovetter advierte que incluso los límites de la red son espacios dinámicos difíciles de determinar con total seguridad, por lo que es necesario observar cómo se han construido las redes a lo largo del tiempo para desarrollar un análisis económico más allá de los fundamentos de la economía neoclásica (Pozas, 2004: 16). Como vemos, esta breve revisión de las categorías centrales de Bourdieu y los aportes teóricos de la sociología económica al análisis de redes nos ha mostrado distintas especificidades conceptuales sobre una misma problemática. De manera crítica frente a los postulados neoclásicos, los conceptos de capital social, campos de poder, redes de relacionamiento, lazos débiles y “embededness” representan una verdadera alternativa analítica y, a decir de Luciano Martínez, una poderosa “caja de herramientas” sociológica para develar aspectos anteriormente ocultados por miradas parcializadas de la realidad social (Martínez, 2007: 90). Sin embargo algunas precisiones deben ser realizadas para buscar complementos coherentes entre visiones diferenciables sobre las capacidades, funciones y cualidades de las redes de relacionamiento en la actividad económica. En primer lugar, uno de los aportes más importantes de Borudieu alrededor de la teoría de redes es advertir sobre el trasfondo político que subyace a todo tipo de prácticas sociales, incluso en aquellas que pueden ser denominadas como estrictamente económicas. A diferencia de los conceptos de capital social de Coleman y Fukuyama revisados con anterioridad, para quienes las relaciones de poder entre actores-red están prácticamente ausentes o son irrelevantes en el análisis, Bourdieu ofrece una mirada teórica profundamente crítica y de denuncia, en la medida en que las relaciones de poder o, en otras palabras, las posiciones diferenciables entre actores en un campo de poder determinado están fundamentadas en distintas cantidades de capitales poseídas, o heredadas, por cada individuo. En esta misma línea los trabajos de Putnam confirman ésta afirmación teórica de Bourdieu, aunque de manera parcial puesto que pierde de vista el peso de otros tipos de capitales (cultural y económico) que inciden marcadamente en procesos de diferenciación social y, en consecuencia, en las relaciones de poder interpersonales. Por el contrario, los hallazgos empíricos y las construcciones teóricas de Mark Granovetter en lo relacionado con el capital social pueden ser leídos como una clara contestación a ciertas generalizaciones teóricas de Bourdieu. Dado que éste último autor, por la amplitud de su marco teórico, no se detiene a observar las particularidades empíricas del funcionamiento de las redes sociales, es importante considerar continuamente la advertencia de Granovetter tanto sobre la efectividad de los “lazos débiles” en la actividad económica como sobre la importancia de analizar históricamente la construcción de dichas redes (y los consecuentes límites del análisis cuantitativo sobre las mismas). Al mismo tiempo, Granovetter no logra desarrollar en su marco teórico una explicación satisfactoria sobre las relaciones de poder dentro de las redes sociales de tipo económicas (relaciones horizontales y verticales), razón por la que el marco teórico de Bourdieu, en lo que respecta a los conceptos de campo y capitales, resulta de fundamental importancia. Aunque en este breve ensayo no se pretende desarrollar una revisión completa sobre el debate entre la escuela bourdieusiana y la sociología económica alrededor de la teoría de redes, algunas particularidades conceptuales entre ambas tradiciones han sido aclaradas. Además, es importante conectar este descontextualizado debate teórico con una problemática social y económica contemporánea que me interesa de manera particular: la cuestión agraria en América Latina en general, y en Ecuador en particular, representa una de las preocupaciones más importantes de diversos pensadores sociales latinoamericanos que no ha sido extensamente estudiada a través de la teoría de redes. Aunque éste enfoque ha sido utilizado (en repetidas ocasiones y de manera parcial e incluso contraproducente) por parte de ciertas instituciones que promocionan el ideal del desarrollo económico, es importante cuestionar cualquier utilización instrumental de las categorías de análisis social aquí delimitadas, para devolverles su capacidad explicativa y, sobre todo, crítica y propositiva. Lamentablemente estas problemáticas exceden los objetivos del presente ensayo, por lo que serán desarrolladas con mayor detenimiento en el primer capítulo de mi tesis. Referencias: Bourdieu, Pierre. (2000 [1986]). “Formas de capital,” en Poder, Derecho y Clases sociales. Bilbao: Editorial Desclée de Brouwer. Pp 131-164. Bourdieu, Pierre. (2001 [2000]). “Principios de una antropología económica,” en Estructuras sociales de la economía. Buenos Aires: Ediciones Manantial. Pp 219-248. Heredia, Mariana y Roig, Alexandre. (2008). “¿Franceses contra anglosajones? La problemática recepción de la sociología económica en Francia”. En Apuntes de investigación del CECYP No. 14. Disponible en: http://apuntescecyp.com.ar/index.php/apuntes/article/view/299 Marrero, Adriana. (2006). “La teoría del capital social. Una crítica en perspectiva latinoamericana”. En Arxius 14: 73-90. Martínez Valle, Luciano. (2007). Siete aportes de la investigación sociológica de Bourdieu. En: Ecuador Debate n.72. Quito, Ecuador: CAAP. Michel Callon. (2008). “Los mercados y la performatividad de las ciencias económicas”. En Apuntes de investigación del CECYP 12(14): 11-68. Pozas, Maria de los Angeles. (2004). “Aportes y limitaciones de la sociología económica”. En Cuaderno de Ciencias Sociales 134. FLACSO, sede Costa Rica. Pp. 9-36. Zelizer, Viviana. (2007). “Pasados y futuros de la sociología económica”. En Apuntes de investigación del CECYP 12(14): pp.94-112