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XXXIII Reunió Cercle d’Economia Viernes 26 de mayo La economía del bien común, propuestas para un mundo mejor Jean Tirole, presidente de la Toulouse School of Economics (TSE) y Premio Nobel de Economía 2014 Tirole inició su intervención afirmando que, cuando se produce un conflicto entre la economía y la sociedad, los economistas son quienes deben ir al rescate. De esa vocación partió precisamente la idea detrás de su último libro, con el que el ganador del Nobel de 2014 ha querido hacer extensiva la conversación que ha mantenido en los últimos años con estados y legisladores a cualquier persona con una mínima curiosidad intelectual. Sus diecisiete capítulos son además auto-conclusivos, de modo que pueden leerse de forma separada y en cualquier orden. Tras este primer apunte, el ponente se detuvo en el fenómeno de los populismos, afirmando que, pese a sus disfraces diversos y sus acostumbrados rasgos locales, estos siempre presentan elementos recurrentes: fundamentalmente, ampararse en el avance tecnológico o en el aumento de la desigualdad para capitalizar la frustración de los perdedores de la crisis, la hostilidad hacia los inmigrantes o la reticencia hacia el comercio libre. Esto se debe en parte a una paradoja singular: que, pese a ser el sistema económico hegemónico en todo el mundo salvo excepciones como Corea del Norte, la economía de mercado ha despertado siempre una cierta desconfianza, reflejada en eslóganes como el de que el mundo no está en venta. En ese contexto, y pese a haber cometido muchos errores, los economistas son hoy para Tirole más importantes que nunca. Sin embargo, la difusión de su conocimiento plantea una primera complejidad: que, pese a ser en el fondo una ciencia sencilla, la economía requiere a quien se acerca a ella superar las primeras impresiones. Otro factor de complejidad es que los economistas no prestan en ocasiones atención suficiente a las victimas indirectas de determinadas políticas, centrándose en cambio en sus efectos positivos y en sus beneficiarios directos. Tampoco ayuda que las más de las veces los economistas sean portadores de malas noticias, o que sus planteamientos pongan de relieve comportamientos sociales reales y que sin embargo a la gente no les gusta ver. Tras estas primeras reflexiones, el ponente afirmó que España tiene un problema parecido a Francia con su mercado laboral. En ambos casos, sus victimas son sobre todo los jóvenes de hasta 24 años y los mayores de 45 con un bajo nivel de cualificación, y su consecuencia es la lacra del desempleo de larga duración. Sin embargo, esa es solo la punta de iceberg, cuya faceta oculta son unos enormes costes laborales. La solución según Tirole debería venir de la mano de una mejor asignación de trabajos y trabajadores, superando el actual paradigma en que las personas se instalan en un único rol e impiden a los efectos una auténtica movilidad laboral. El ponente lamentó además que esa situación va camino de empeorar de la mano de una tormenta perfecta, en la que convergerán la indisponibilidad de recursos para mantener la actual política de subsidios –derivada de los problemas de deuda–; la obsolescencia de 1 muchos trabajos de la mano de la revolución digital; y los problemas derivados de la inmigración en aquellos países que no sepan afrontarla como una oportunidad. Las recetas de Tirole para navegar por esa tormenta consisten en evitar las soluciones cortoplacistas –como la continuidad o aumento de los subsidios o los trabajos de corta duración, que criticó por no aportar al trabajador ningún tipo de formación– y superar la creencia de que existe una cantidad fija de trabajo disponible, y que, por lo tanto, pueden adoptarse políticas como las reducciones de jornada, la reinstauración del servicio militar, etcétera. En paralelo, debe dejar de protegerse el trabajo para proteger en realidad al trabajador: brindarle una buena formación, contar con un mercado fluido que permita pasar de un trabajo a otro rápidamente, etcétera. Además, es necesaria una implicación directa del estado, consistente por ejemplo en superar la legislación que otorga a los jueces la decisión de autorizar o no determinados despidos. Esos jueces carecen normalmente de información suficiente para tomar ese tipo de decisiones, lo cual reduce la flexibilidad del sistema. Otra medida a emprender desde la esfera pública podría consistir en que las empresas que despidan a más trabajadores realicen mayores contribuciones sociales –justo lo contrario a lo que pasa ahora–, o bien que se establezca un contrato único en un punto intermedio entre la contratación temporal y la indefinida, que para Tirole resultan igual de inadecuadas. De vuelta a la economía digital, el ponente reconoció que los economistas no están preparados todavía para abordar sus retos. Por un lado, todo apunta a que nos deparará una sociedad más sana y rica, pero también que tendrá asociados profundos cambios que, si no somos capaces de pronosticar, podrían conducirnos a graves problemas – incluido un repunte del populismo. Tirole afirmó de hecho que debemos formularnos preguntas tales como si seguirán habiendo trabajos o si desaparecerán las clases medias, y abordar no sólo los riesgos de desigualdad doméstica, sino también internacional; no en vano, el talento digital se caracteriza por su elevada movilidad geográfica, y, por lo tanto, la elite digital y sus empresas podrían acabar concentrándose en países concretos. Por último, el ponente pronosticó un aumento del número de trabajadores autónomos de la mano de fenómenos como Uber, pero también que estos seguirán cohabitando con unos asalariados que nada hace pensar que estén condenados a desaparecer. En el espacio dedicado al coloquio, y en relación a la renta básica universal, Tirole indicó que, en menor o mayor medida, ya existe en muchos países, entendida como un paquete de medidas fiscales encaminadas a proveer de una red a quienes se caen del sistema. Sin embargo, en la consideración de ese tipo de rentas entra en juego también la necesidad de dignidad de las personas, muchas de las cuales quieren realizar una contribución a la sociedad en lugar de vivir de la beneficencia. Por lo tanto, su puesta en práctica ha de ir de la mano de medidas para incentivar el trabajo, con la complejidad añadida de que estas cuestiones suelen regularse a escala nacional, y por lo tanto no pueden realizarse experimentos a escala para probar su efectividad. Sobre la responsabilidad de los políticos en las malas decisiones económicas, el ponente les disculpó en parte porque el único incentivo al que reaccionan es el de su reelección. En cuanto a su valoración de Emmanuel Macron, Tirole lo tildó de persona capaz, pero afirmó a la vez que su mandato está plagado de incertidumbres. Por suerte, la primera mitad de la legislatura es el momento en que los políticos han de tomar sus decisiones más arriesgadas, y, por lo tanto, Macron se someterá pronto a una primera prueba de 2 fuego: el lanzamiento antes del próximo mes de septiembre de su anunciada reforma del sistema laboral. Para acabar, e interpelado sobre el futuro de Europa, el ponente apuntó que existen sólo tres caminos: retroceder en la Unión, profundizar en Maastricht o tender hacia el federalismo. De entre las tres, el estado federal es para Tirole la mejor construcción intelectual posible, pero requiere ingredientes de los que el proyecto europeo carece todavía; por ejemplo, la disposición a compartir y una política que asegure que todos los estados se rijan por las mismas reglas del juego, lo cual implicará necesariamente una menor o mayor pérdida de soberanía. 3