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Filosofía, política y democracia liberal en Richard Rorty Juan José Ramírez* Resumen Decidida la des-consideración de jerarquías metafísicas y/o epistemológicas por parte de Rorty, éste propone sostener el status de los discursos sólo a partir de la capacidad de los mismos discursos para articularse con otros discursos y/o para persuadir. En los clásicos, los discursos y su pretendida legitimidad establecían las bases arquitectónicas de aquellas proposiciones que habrían de volverse operantes en el ámbito práctico. En contraste con la propuesta clásica, Rorty propone la consideración de la democracia como estilo de vida sobre la base de “negar cualquier posibilidad de fundamentos”; dicho de otro modo, propone la consideración de la democracia sin por qué, o lo que es lo mismo: la democracia se auto justifica a sí misma. Se plantea entonces un surco de desconfianza, esto es, la posibilidad de que la noción de democracia no goce, respecto de la filosofía política, de aquella aparente independencia; la posibilidad de que la “prioridad de la democracia sobre la filosofía” encierre consideraciones ontológicas acerca de la democracia y consideraciones democráticas-pragmáticas acerca de la misma filosofía política. Palabras clave: filosofía, política, democracia, pragmatismo, Rorty Introducción En las ideas que se desarrollan a continuación se quieren señalar una serie de interrogantes respecto de las consecuencias que se siguen en el orden social y en el caso de la democracia, de la indistinción de los discursos en el marco del “pragmatismo hermenéutico” de Richard Rorty. Se inicia este discurso con la apertura de un camino que refiere a los distintos enfoques históricos respecto de la relación entre la filosofía y las formas de organización social. Atendemos en aquellos enfoques al carácter de privilegio que “a priori” han tenido los discursos filosóficos y políticos respecto de la cuestión pública. Se reflexiona sobre la noción de democracia patriótica no sostenida y fundamentada por el rigor de un discurso de privilegio. Se supone que la noción de democracia liberal guarda un parentesco no explicitado con la filosofía política, y que la supuesta prioridad de la democracia respecto de la filosofía y la teoría política envuelve un núcleo de consideraciones sociales que, negando la alteridad social, propone la ampliación de una comunidad democrática a partir de la exclusión. I) Una cuestión de lenguaje: El status de los discursos De la antigüedad a la edad media, el status de un determinado tipo de conocimiento estaba dado por la nobleza de su objeto, de aquí el valor de metafísica para los griegos y de la teología natural para los medievales. Con el nacimiento de la moderna ciencia experimental y el nuevo significado de la teoría, el valor de un conocimiento pasa a ser cuestión no ya de la excelencia de su objeto, sino más bien del grado de precisión y de exactitud con que dicho objeto era alcanzado. Esta línea fue continuada y exacerbada más tarde por el positivismo. El status de un conocimiento fue forjado por relación con una determinada jerarquía metafísica o por relación con una determinada jerarquía epistemológica. El lenguaje, clásicamente éste fue concebido como traducción fiel de lo conocido; es decir que las palabras han sido simples signos del pensamiento; en el ámbito de la ciencia experimental la cuestión ha sido más o menos similar, haciendo la salvedad de que el lenguaje más idóneo para las traducciones científicas fue identificado con el lenguaje matemático. Las relaciones de la metafísica y/o de la epistemología con el lenguaje siempre fue concebida de modo “unidireccional”; esto es, de la cosa y/o del objeto a la palabra; o si se quiere del significado al signo. El significado ha operado como presupuesto del signo, y entonces el lenguaje, se convierte en aquello de lo que hay que dar cuenta, aunque como se dijera más arriba, siempre fue considerado como fiel traducción de aquello supuesto, y por esto no como cuestión. ¿Cómo se vuelven cuestión estas palabras en Richard Rorty? De entrada y con el propósito de acortar distancias se ha de dejar planteada en Rorty la supresión de toda metafísica que suponga la existencia de algo como la naturaleza o esencia de las cosas así como la supresión de toda epistemología que suponga algo semejante a una naturaleza del conocimiento. Para Rorty la evidencia de la metafísica así como la certeza de la epistemología en relación con la verdad son muestras de un sueño que se terminó. Ahora bien, la incapacidad de un discurso filosófico para arrojar resultados “definitivos” a cerca de algo no debe ser considerada como un síntoma de debilidad de ese discurso, a menos que supongamos que existen otros discursos que no lleven en sí mismos ese sello de debilidad. Según Rorty, todo discurso, filosófico o no, lleva en sí mismo aquel carácter de debilidad, cabe preguntarse si es feliz aquel calificativo cuando no hay posibilidad de discurso “fuerte”. No hay lugar para el dualismo discursivo; no hay lugar para sostener el dualismo de discursos fuertes y débiles, como no hay lugar para admitir la distinción entre ciencias blandas y ciencias duras (Rorty, 1991, p. 113) ¿Se suprime entonces el status de un determinado discurso sobre otro? La respuesta es afirmativa en lo que se refiere a la posibilidad de que un discurso traduzca fielmente lo real o algún sector de la realidad; pero ésta cuestión, en realidad, no es cuestión alguna ya que el lenguaje no tiene aquella función. La textura de un lenguaje no hace más que mostrar el carácter de los acuerdos previos en una comunidad acerca de las consecuencias de un hecho, o dicho de otro modo, la diferencias entre un lenguaje duro y uno blando reside en la diferencia existente entre las instituciones que proponen y acuerdan jugar uno u otro juego de lenguaje, es decir que no se trata más que de acuerdos respecto a que juegos de lenguaje es más útil jugar para satisfacer los propósitos de la institución o comunidad (Rorty, 1991, p. 113). Ahora, el status de un discurso puede no estar “dado” a priori precisamente por la capacidad de referencia a una “realidad” sino que, y además, el status de un discurso puede señalar la capacidad del mismo para operar acuerdos, dentro de la institución, con otros discursos y fuera de ella, para persuadir. En este sentido algunos discursos poseen un status superior a otros; ahora bien el status discursivo no proviene más que de la capacidad del mismo discurso para articularse con otros discursos que “nos” permitan contar más y mejor los relatos que se quieren contar, así como que “nos” permitan convencer (de la utilidad) evitando el violentar a (“nuestros”) escuchas. No es posible concebir un lenguaje que carezca de status; por la sencilla razón de que todo lenguaje describe o refiere a intereses y propósitos. La diversidad de lenguajes no sólo es posible sino que es inevitable. Sin embargo no interesan las posibilidades de un discurso singular y privado, sino que la cuestión sigue siendo encontrar aquel lenguaje que “nos” permita contar más y mejor los relatos al mismo tiempo que convencer. El discurso “más y mejor” es simplemente aquel que más puede. Aquel que más puede es el que mejor puede. El mejor de los lenguajes es aquel que tiene el poder de disponer mayores posibilidades. El lenguaje que mejor dispone posibilidades es el lenguaje del poder. El juego continúa y propone una figura: La síntesis Dewey-HeideggerWittgenstein en el orden pragmático para la política. De la pluralidad de lenguajes emerge aquel con mayor posibilidades (el lenguaje que hace posible más y mejor los significados), este lenguaje (es) tiene el poder de disponer, y se cierra sobre sí mismo siendo completo en sí mismo por sus reglas. Un discurso último sólo es posible -e inevitable- en el sentido de que hay un lenguaje que (“nos”) permite relatar más y mejor; sin embargo aquel discurso no puede (ni debe) excluir otros discursos, ya que entonces no serian visibles ni sus posibilidades, ni su poder -el discurso del amo se reconoce como tal por la presencia del discurso del esclavo-, (Hegel, 1993, p. 117). Un discurso último no es ni puede ser un discurso final. Hablar de un discurso final equivale a suprimir (“nuestras”) posibilidades El status de un discurso está dado por sus posibilidades y su poder. Aquel discurso que nos permite contar más y mejor los relatos es el discurso oficial; entendiendo por oficial no un tipo de discurso privilegiado “de derecho” sobre otros discursos, sino mas bien aquel discurso que “de hecho” tiene el oficio de “poder” contar más y mejor aquellos relatos que “pueden” ser contados. Jugar otros juegos de lenguaje (“nos”) excluye de nuestro tiempo y limita las posibilidades de (“nuestros”) relatos. El lenguaje de Rorty alberga un cuidado: tiene un carácter protector respecto de la violencia de aquellos discursos que pretenden imponer una determinada justificación a sus creencias, sin embargo abre al desamparo a aquellos que no se persuaden con el discurso oficial. La violencia de los discursos metafísicos ha sido superada por los acuerdos. No acordar sumerge en el exilio, pero, en términos de Rorty cabe una pregunta: ¿quiénes no acuerdan no se han exiliado a sí mismos por elegir jugar otros juegos? II) “Juegos de lenguaje” y puentes Inter-culturales La noción de “juego de lenguaje” planteada por Ludwig Wittgenstein es en sí misma una noción difusa, aún en el contexto en que el mismo Wittgenstein hace referencia manifiesta a ella; sin dudas el alcance de la expresión está signado por la ambigüedad que encierra el mismo concepto de juego, y esto es así al punto que el mismo Wittgenstein señala explícitamente aquella difusión afirmando que “el concepto de juego es un concepto de bordes borrosos” (Wittgenstein, 1998, p. 91). La “idea” de “juego de lenguaje” en relación al uso de las palabras no dice de aquella relación una relación accidental entre la significación de un término y su uso, antes bien señala el “hecho” de que los significados de las palabras se constituyen en tales sólo en la relación con su uso; esto sostiene que no existe por una parte el término (y su significación) y por otro lado el uso del término sino, antes bien, que la significación misma del término viene dada por el uso que se haga de aquel. En este sentido, con Wittgenstein se diluye la “diferencia” entre una dimensión pragmática del lenguaje y un pragmatismo lingüístico (Morris, 1994, p. 67). La idea de “juegos del lenguaje” remite a la consideración de que el significado de las palabras de una oración no “viene dado” a priori por el hecho de que los términos de las proposiciones expresen algo en sí mismos. Los términos en cuanto términos independientemente de la proposición y, con ella, del uso en el que “se encuentren” no dicen nada, y esto es así sencillamente porque “nombrar no es aún en absoluto una jugada en el juego del lenguaje, [...] al nombrar una cosa todavía no se ha hecho nada” (Wittgenstein , 1998, p. 69) Las palabras encuentran su significado en las proposiciones en que están contenidas y aquellas proposiciones en su uso dicen su significación. No se trata de una “reducción” del significado de una proposición a su uso, y esto debido a que es “en el uso” de la proposición que surge su significación. Esto es lo que Wittgenstein expresa cuando sostiene que el sentido de las oraciones coincide con su empleo. Podría afirmarse que “lo que es una proposición está determinado [...] por el uso del signo en el juego del lenguaje” (Wittgenstein, 1998, p. 137), sin embargo aquella expresión puede prestarse a confusión al igual que la analogía con la caja de herramientas (Wittgenstein , 1998, p. 27). En efecto, pensar que una proposición se determine por el uso de los signos que la conforman puede interpretarse en el sentido de que aquella proposición tiene un sentido previo e independientemente del uso de sus signos. Así como no hay reducción del sentido al uso puesto que no hay sentido fuera del uso, del mismo modo puede sostenerse que no hay manera de concebir que sea una herramienta “antes” de su uso. El lenguaje como herramienta encuentra en su uso su sentido y al mismo tiempo alcanza la significación de los términos que lo componen. En el contexto de la expresión “juegos del lenguaje” son numerosas las ocasiones en las que el mismo Wittgenstein refiere a la identidad de sentido y uso, sobre la base de aquella identidad se puede decir que el lenguaje no es “algo” que se encuentra allí fuera, al exterior del hombre que dice, y por eso, utiliza signos. El lenguaje no es una “hallazgo feliz” sino una construcción humana (Rorty, 1996, p. 27). En tanto construcción humana el lenguaje no tiene la condición de una entidad intermedia entre el sujeto y el mundo; en este sentido el lenguaje no posee la función de representar el mundo. “El lenguaje es un instrumento” (Rorty, 1993, p. 81) que como todo instrumento “se comprende” siempre y en todo caso en relación con su uso y con la finalidad que aquellos que lo usan le otorgan. Como construcción instrumental humana no es arbitrario el jugar tal o cual “juego de lenguaje”. Si bien es cierto que el lenguaje no representa el mundo, y entonces, el mundo no puede decirnos que juego de lenguaje jugar, no se sigue de ello que los “juegos del lenguaje” sean cuestión de elecciones o de arbitrariedad (Rorty 1996a, p. 26). Para Rorty, “Wittgenstein se aproximaba a concebir el lenguaje exclusivamente como referencia al intercambio de marcas y ruidos entre los seres humanos para determinados propósitos” (Rorty, 1993, p. 95). En este sentido la elección de tal o cual juego de lenguaje no es arbitraria sino que se encuentra emparentada precisamente con los propósitos y los intereses de los jugadores. Son los jugadores los que construyen las herramientas en expresa correspondencia con el uso de las mismas. “Los conceptos *…+ son la expresión de nuestro interés y guían nuestro interés” (Wittgenstein , 1998, p. 359) y no pueden concebirse como piezas de una rompecabezas de cuyo armado resulte el espejo del mundo. El mundo no tiene la posibilidad (ni la necesidad) de ser alcanzado por el lenguaje; de hecho el mundo se encuentra inevitablemente envuelto de nuestro lenguaje, de no ser así aquello que llamamos mundo referiría simplemente a innombrables marcas y ruidos. Nuestro lenguaje tiene pocos visos de poder explicar la verdad. Se puede decir que “hay verdades porque la verdad es una propiedad de los enunciados, porque la existencia de los enunciados depende de los léxicos” (Rorty 1996a, p. 26). Es en este sentido que Wittgenstein sostiene que “llamamos una proposición a aquello a lo que aplicamos en nuestro lenguaje el cálculo de las funciones de verdad [...] asimismo la proposición de que sólo una proposición puede ser verdadera solamente puede querer decir que predicamos “verdadero” y “falso” sólo de lo que llamamos una proposición [...] y lo que es una proposición está determinado [...] por el uso del signo en el lenguaje” (Wittgenstein , 1998, p. 135). La “verdad como propiedad de los enunciados” no dice, según lo afirmado hasta aquí que existan enunciados que sean mejores candidatos que otros enunciados para “decir un mundo verdadero”, en este sentido no hay lugar para la escisión y la correspondencia respectiva entre mundo verdadero y enunciados verdaderos. Aquella escisión ajena a una consideración holística del lenguaje en general y a la noción de “juegos del lenguaje” en particular resulta de la con-fusión de mundo y verdad. Se hace necesario “distinguir entre la afirmación de que el mundo está ahí afuera y la afirmación de que la verdad está ahí afuera [...] decir que la verdad no está ahí afuera es simplemente decir que donde no hay proposiciones no hay verdad, que las proposiciones son elementos de los lenguajes, y que los lenguajes humanos son creaciones humanas. La verdad no puede estar ahí afuera [...] porque las proposiciones no pueden tener esa existencia ahí afuera. El mundo está ahí afuera, pero las descripciones del mundo no” (Rorty, 1996a, p. 25). Según Rorty no hay necesidad de explicar porque jugamos tal o cual juego de lenguaje. Los “juegos de lenguaje” evolucionan según los límites de nuestra imaginación. Aquella evolución de carácter contingente se encuentra ligada estrechamente con la metáfora como elemento “extraño” y de ampliación de nuestra literalidad; de este modo se puede decir de la multiplicidad de “juegos de lenguaje” que aquella multiplicidad “no es algo fijo, dado de una vez por todas; sino que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje, como podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan” (Wittgenstein , 1998, p. 39). Ahora bien, ¿existe algún tipo de relación entre los juegos que componen aquella multiplicidad?, ¿son salvables las “distancias” entre los diversos “juegos de lenguaje”? Que existe una “multiplicidad de juegos de lenguaje” (Wittgenstein , 1998, p. 41) parece ser hasta aquí una cuestión que no ofrece dudas. La cuestión que se presenta ahora es “qué” es lo que permite hablar de una diversidad de lenguajes. Wittgenstein entiende que “no hay nada en absoluto común a los juegos del lenguaje [...] sino que están emparentados entre sí de muchas maneras diferentes. Y a causa de este parentesco, o de estos parentescos, los llamamos a todos lenguaje [...] la expresión que mejor caracteriza los parecidos entre aquellos juegos es la expresión parecidos de familia” (Wittgenstein , 1998, p. 65). La afirmación de Wittgenstein puede adquirir mayor comprensión si se pone énfasis en el concepto “absoluto”. Decir que “en absoluto” hay algo común en aquella diversidad de juegos es afirmar que aquellos juegos son inconmensurables entre sí. La inconmensurabilidad de los juegos del lenguaje refiere precisamente a la idea de que un “juego de lenguaje” no puede ser explicado ni “medido” por referencia a otro juego. Ahora bien, ¿se ha de concluir de aquella inconmensurabilidad que son insuperables las “distancias” entre los juegos? La noción de “parecidos de familia” ofrecida por Wittgenstein para señalar aquello de común y aquello de diverso que existe entre los “juegos de lenguajes” parece ser ocasión, en este punto, para que se acentúe ya lo común, ya lo diverso entre aquellos juegos. La acentuación de lo diverso entre los juegos y el acento en la incapacidad de los relatos para fundar sus significados más allá de la pragmática del lenguaje expresa perspectivas como la de Lyotard en torno a la cuestión. Lyotard pone la mirada sobre aquella diversidad para hacer de los distintos juegos islas lingüísticas entre las que las distancias son infranqueables. Haciendo “uso” de la noción de “regla” planteada por Wittgenstein, Lyotard viene a sostener en consideración de la multiplicidad de juegos y de reglas, la “imposibilidad de superar la diversidad mediante la conversación entre juegos”. (Rorty, 1991, p. 290) En el planteo de Lyotard existe una multiplicidad de juegos. Cada juego posee sus propias reglas. No hay posibilidad de conversación entre jugadores que ensayan distintos juegos, salvo que alguno de aquellos jugadores sea forzado al cambio (violento) de reglas y entonces también de juego. Rorty difiere de la interpretación que de Wittgenstein hace Lyotard. Para él, la expresión “parecidos de familia” no está diciendo otra cosa que lo siguiente: los juegos no son incomunicables, y esto es así, simplemente porque no existe juego alguno que no sea aprensible (Rorty, 1991, p. 291). Rorty echa mano a “lo común” que se trasluce en los parentescos entre juegos. Entre aquello que los “juegos del lenguaje” poseen en común se encuentra justamente la capacidad de estos juegos de ser aprendidos. La importancia que tiene la interpretación de Wittgenstein que hace Rorty, radica en el hecho de que aquella interpretación es la puerta de acceso para afirmar las conversaciones entre culturas. Si como quiere Wittgenstein los juegos del lenguaje se hallan entretejidos con acciones y “la expresión juego de lenguaje remite a una forma de vida” (Wittgenstein , 1998, p. 31), entonces la conversación entre jugadores de distintos juegos (conversación que por ser posible no deja de ser dificultosa) se vuelve una conversación entre culturas. Aquellas conversaciones en tanto puentes culturales “arrojarían luz sobre las condiciones de nuestro lenguaje por vía de semejanza y desemejanza”, estimularían nuestra imaginación y nos permitirían la “ampliación” del nosotros. Así, mientras que la interpretación que Lyotard hace de los “juegos de lenguaje” se empareja con la incompatibilidad de axiomas geométricos, la interpretación de Rorty permite afirmar taxativamente que: “Las geometrías alternativas son irreconciliables porque tienen estructuras axiomáticas y axiomas contradictorios. Están diseñadas para que sean irreconciliables. Las culturas no están diseñadas de ese modo, y no tienen estructuras axiomáticas” (Rorty, 1991, p. 45). Sobre la base del carácter no-axiomático de las culturas y a partir de la consideración de posibles puentes conversacionales entre culturas es que surgen en este caso particular los interrogantes siguientes: ¿No es la democracia liberal en Richard Rorty una cuestión ontológica que hace posible la comprensión e inclusión (y exclusión) de otros juegos y por ende de otras culturas?, ¿Encierra aquella democracia abismal (carente de fundamento) un alcance instrumental que permite conversaciones con juegos y culturas no democráticas?. III) El discurso filosófico político y la democracia. La normativa social es una arquitectura discursiva que históricamente se fundamenta en la idea de lo justo, idea que en el plano ético-político encontraba sus bases referentes en aquellos discursos con pretendidos status dados por entidades metafísicas o certezas epistemológicas. La idea de un discurso filosófico privilegiado puede ser rastreada hasta el Platonismo. La edad media organizó las instituciones públicas y la vida práctica en general atendiendo al mismo mecanismo de articulación verdad-justicia que proponía Platón. La diferencia medieval estuvo dada por el “hecho” religioso. La respuesta medieval al planteo antes que establecer un lugar de privilegio para la filosofía, establece un lugar de privilegio para la teología, ya que es la misma teología, la que, mediada por la filosofía de modo instrumental, establece los cimientos para el ulterior ordenamiento del obrar humano en torno a la vida social. El pensamiento filosófico moderno, desde Descartes hasta Hegel, se hace eco de aquella respuesta inaugurada por Platón. Así, de modos diversos las respuestas de la modernidad a la cuestión, guardan en última instancia un carácter análogo a la respuesta Platónica. Comte establecerá la posibilidad de un ordenamiento social no sobre la base de “entidades metafísicas”, sino más bien a partir de su Sociología cuasi-religiosa que aunque pretende constituir una crítica a la metafísica, por ser una crítica parcial, recae otra vez y de modo indirecto, en un posicionamiento metafísico-positivo. El mismo Marx establece un status de privilegio a la filosofía; aunque dicho status sea sólo provisorio en función de que la misma filosofía debe ser superada por su realización y consumación, lo cierto es que para él, el discurso filosófico (identificado ideológicamente) goza de cierto privilegio. (Apel, 1985, p. 9) Como puede observarse, la cuestión del status de un discurso se revela como una cuestión “fundamental”. ¿Qué ocurre allí donde los discursos han perdido su pretendido status en virtud del desenmascaramiento de aquellos pretendidos fundamentos?, ¿dónde encuentran eco las regulaciones de la vida social? Para Rorty la filosofía política y la política misma carecen de articulación alguna. De hecho el mismo Rorty sostiene la independencia de estas cuestiones. La cuestión filosófica, aún en relación al problema político, no parece ser algo más que el conjunto de ciertos acuerdos previos en torno a un determinado género literario, de aquí que la filosofía no tenga misión alguna. La cuestión política en cambio es una cuestión pública, es un hecho, es democracia. La filosofía y la política no están tan estrechamente unidas, siempre habrá cabida para el desacuerdo filosófico entre personas que comparten la misma visión p olítica y para puntos de vista diametralmente opuestos entre pensadores de la misma escuela, de hecho nuestra opinión acerca del pragmatismo (o cualquier escuela filosófica) puede y debe ser independiente de nuestra opinión sobre la democracia. IV) La democracia como indeterminación: Hacia una Democracia Patriótica Allí donde los fundamentos de la democracia han sido desenmascarados es ilusoria la pretensión de buscar un modo de argumentar a favor de determinadas prácticas políticas. No se trata de que el discurso filosófico haya cedido su privilegio ante otro discurso, se trata de que ya no hay “lugar” de privilegio para discurso alguno; ni siquiera el discurso político goza “a priori” de privilegios; él es privilegiado sólo en la medida en que sus metáforas aún nos son útiles (Rorty, 1993, p. 9). La distancia que existe entre la filosofía política y el hecho político es la misma distancia que existe entre la filosofía y la democracia, y esta no es una distancia provocada por algún tipo de superación en un marco de continuidad, sino la distancia que establece la simple “prioridad” de la democracia sobre la filosofía. Es una distancia de elección; después de todo la democracia es aquello que hace posible no sólo el discurso filosófico del pragmatismo, sino los discursos filosóficos en general; y no sólo los discursos filosóficos, sino también cualquier género de discurso. La prioridad de la democracia ante la filosofía significa al mismo tiempo la deslegitimación del pretendido status de los discursos, la discontinuidad entre filosofía y democracia y un nuevo interrogante: ¿filosofía o democracia? Cuando se habla de democracia se hace referencia a la democracia liberal de las burguesías posmodernas. Para Rorty aquella democracia “se encuentra” muy bien ejemplificada con aquel país, es decir, se trata de una democracia patriótica (Rorty, 1997, p. 29). La noción de democracia carece de elementos constitutivos para su comprensión, o, si se quiere ella no es otra cosa que “una absoluta indeterminación”. Esta indeterminación encarna históricamente en aquel estilo de vida que corresponde al norteamericanismo. Esta noción de democracia se halla, en cierto sentido, emparentada significativamente con la noción de ser hegeliana. La democracia como abstracción absoluta es (indeterminación) y no es (determinación alguna). La democracia en su concreción (nunca definitiva) alcanza una extensión tal como la de aquel estilo de vida que solo puede corresponderse con un “nosotros”. Si este “nosotros” comprende una indistinción absoluta, entonces podríamos afirmar que estamos en presencia de un círculo inmanente que dejaría fuera de sí toda posibilidad de alteridad. No hay elementos desde los que la noción de democracia alcance comprensión; antes bien, parece ser la misma noción de democracia una indeterminación absoluta que alcanza su plenitud en la democracia liberal. La plenitud de la democracia liberal no es la concreción acabada y definitiva de la democracia. La democracia no pone fin a la historia ni constituye la clausura del movimiento histórico; por el contrario ella constituye un proyecto abierto a innumerable perspectivas que estimulen la creatividad y la espontaneidad. La democracia liberal etnocéntrica juega sus propios juegos de lenguaje (Wittgenstein) y estos juegos son inconmensurables (en tanto ellos cuentan con sus reglas propias) con cualquier otro estilo de vida. Pero, siendo inconmensurables los juegos de lenguaje de la democracia, y siendo la democracia encarnada y ejemplificada en los estados unidos de Norteamérica, ¿qué extensión lógica tiene la idea de democracia? Si la democracia es un estilo de vida que se corresponde con un juego de lenguaje en particular entonces esta democracia corresponde siempre a un nosotros. Somos nosotros los demócratas liberales con este juego de lenguaje en particular los que contamos “nuestros relatos”, y “nuestros relatos” gozan del status de aquellos relatos que cuentan más y mejor lo que queremos contar por el sólo hecho de que nuestros discursos son los discursos del poder. Ahora bien si esta democracia se significa por un “nosotros”, ¿cabe seguir hablando de democracia? Se sospecha que hay escasa distancia entre la democracia rortyana y la aristocracia nietzscheana, y esta sospecha se apoya en la manipulación que el mismo Rorty ha hecho de aquella figura que se ensayo antes. La democracia liberal etnocéntrica se descubre absoluta y niega toda posible alteridad o bien se vuelve una aristocracia (al modo nietzscheano) en el marco de una pluralidad de culturas que no sólo “no pueden” (carecen de poder) alcanzar la emancipación, sino que se encuentran” privadas” de la idea misma de emancipación. (Rorty, 1991, p. 285). Si las antiguas concepciones metafísicas carecían de validación ínter subjetiva y se desarrollaban como solipsismos privados que pretendían ser impuestos con autoridad por parte de aquellos que las imponían, y autoritariamente para aquellos que eran impuestas, la democracia, “nueva metafísica” (Rorty, 1997, p. 16) para Rorty, se impone de modo análogo; sólo que ahora esta nueva metafísica no apela a la idea de autoridad, sino a la de poder. “Esto equivale en el campo de las ideas a la verdad de que el poder hace a lo justo y de que la justicia es el interés del más fuerte” (Rorty, 1997, p. 14). Conclusión Decidida la des-consideración de jerarquías metafísicas y/o epistemológicas por parte de Rorty, éste propone sostener el status de los discursos sólo a partir de la capacidad de los mismos discursos para articularse con otros discursos y/o para persuadir. En los clásicos, los discursos y su pretendida legitimidad establecían las bases arquitectónicas de aquellas proposiciones que habrían de volverse operantes en el ámbito práctico. En contraste con la propuesta clásica, Rorty propone la consideración de la democracia como estilo de vida sobre la base de “negar cualquier posibilidad de fundamentos”; dicho de otro modo, propone la consideración de la democracia sin por qué, o lo que es lo mismo: la democracia se auto justifica a sí misma. Se plantea entonces un surco de desconfianza, esto es, la posibilidad de que la noción de democracia no goce, respecto de la filosofía política, de aquella aparente independencia; la posibilidad de que la “prioridad de la democracia sobre la filosofía” encierre consideraciones ontológicas acerca de la democracia y consideraciones democráticas-pragmáticas acerca de la misma filosofía política. Referencias bibliográficas APEL, Karl O. (1985) La transformación de la filosofía. Madrid: Taurus. COMTE, Augusto. (1984) Discurso sobre el espíritu positivo. Madrid: Sarpe. HEGEL, Georg E. F. (1993) Fenomenología del Espíritu. Madrid: Fondo de Cultura Económica. MORRIS, Charles. (1994) Fundamento de la teoría de los signos. Barcelona: PlanetaAgostini. RORTY, Richard. (1990) El giro lingüístico. Barcelona: Paidós Ibérica. RORTY, Richard. (1991) Objetividad, relativismo y verdad. Barcelona: Paidós Ibérica. RORTY, Richard (1993) Ensayo sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos. Barcelona: Paidós Ibérica. RORTY, Richard. (1996a) Contingencia, ironía y solidaridad. Barcelona: Paidós Ibérica. RORTY, Richard. (1996b) Consecuencias del pragmatismo. Madrid: Tecnos. RORTY, Richard. (1997)¿Esperanza o conocimiento?, una introducción al pragmatismo. Buenos Aires: Fondo de Cultura económica. RORTY, Richard. (1998) Pragmatismo y política. Barcelona: Paidós. WITTGENSTEIN, Ludwig. (1988) Investigaciones filosóficas. Barcelona: Crítica *** * Juan José Ramírez: es Lic. en Filosofía y Lic. en Ciencias de la educación (Universidad Católica de Córdoba). Doctorando en Ciencias Políticas en el Centro de estudios avanzados de la Universidad Nacional de Córdoba. Profesor de la Universidad Católica de Córdoba. Sus estudios se vinculan con problemáticas epistemológicas y hermenéuticas vinculadas a la política. En el ámbito de la filosofía intenta releer el pragmatismo de Richard Rorty. Además se interesa por cuestiones de actualidad en relación a la política educativa. [Email: jjrcba@hotmail.com].