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Equipo Diocesano de Animación Pastoral para el Apostolado Asociado Laico Catequesis sobre la relación de los laicos con el Obispo Nota Introductoria Ante el anuncio del nombramiento del V Arzobispo de Yucatán, Mons. Gustavo Rodríguez Vega, y su próxima llegada el 29 de Julio a las 11 hrs en el Centro de convenciones siglo XXI, se ha elaborado este material para conocer mejor la figura del Obispo y la relación que nosotros como fieles laicos debemos tener con él. Esperamos pueda hacerse llegar a todos los integrantes de sus movimientos y/o grupos apostólicos. RELACIÓN DE LOS LAICOS CON EL OBISPO A través del Catecismo de la Iglesia Católica la santa madre iglesia nos enseña que “los fieles deben estar unidos a su obispo como la Iglesia a Cristo y como Jesucristo al Padre” (CEC. 896). Los obispos, en comunión con toda la Iglesia y bajo la dirección y guía del santo padre, son llamados a ejercitar, a nombre de Cristo, la autoridad que se les confía sobre sus respectivas diócesis. Debido a que el obispo es, en realidad, un verdadero sucesor de los apóstoles, nuestra actitud hacia su persona debe estar marcada por la caridad, el respeto, y la obediencia. Mientras que la familia de Dios en el Antiguo Testamento se construye sobre la base de las doce tribus de Israel, en el Nuevo Testamento, la edificación y diseño de la familia de Dios se construye sobre la sólida base y los cimientos de los Doce Apóstoles. Al instituir a estos apóstoles, Jesucristo los congregó y junto para formar una especie de colegio o asamblea estable y permanente (CEC. 880). Cristo escoge de entre los doce apóstoles a San Pedro, y lo coloca a la cabeza de este singular cuerpo colegiado, o asamblea apostólica (CEC. 880). El oficio pastoral de Pedro y de los demás apóstoles “pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se continua por los obispos bajo el primado del Papa” (CEC. 881). El concilio Vaticano II afirma que “los obispos por institución divina han tomado el lugar de los apóstoles como pastores de la Iglesia, de tal manera, que los que los escuchan, están escuchando a Cristo y los que los desdeñan, desdeñan a Cristo y a aquel que envió a Cristo”. -‐ 1 -‐ En una época sin ley, en la que no se respeta la autoridad de Dios–la fuente de toda autoridad–ni se honra la autoridad de los padres, no es de sorprender que la autoridad de los obispos, como sucesores de los apóstoles, sea continuamente desoída y menospreciada. Por lo cual, hoy en día, es más importante que nunca que nosotros intentemos comprender el respeto debido a la santa autoridad que nuestro Señor ha concedido a nuestros pastores, y poner de manifiesto, a través de nuestras acciones y palabras, nuestro compromiso con esta lealtad y respeto. Es importante entender que nuestro obispo no es, ni un mero representante del Papa, ni una autoridad eclesial aparte del Papa. El obispo ejercita su autoridad eclesial, en su diócesis, a nombre de Cristo y en comunión con toda la santa iglesia (CEC. 895). Los católicos están obligados a mantenerse firmemente fieles a todos los obispos que estén en comunión con el Papa, y muy particularmente con su propio obispo. En un discurso de fecha 20 de noviembre de 1999, el Papa Juan pablo II ilustro una serie de enseñanzas que atañen a las relaciones entre laicos y sus obispos, en la cual cita extensamente del documento del concilio ecuménico Vaticano II que se titula Lumen Gentium, y lo hace de la siguiente manera: «Asimismo, resalto, y les hago notar, la actitud que los laicos deben tener hacia sus obispos y sacerdotes: “Hacia sus pastores deben manifestarles sus necesidades y sus deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos de Dios y a los hermanos en Cristo…esto hágase, si las circunstancias lo requieren, a través de las instituciones establecidas para ello por la iglesia, y siempre en veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su sagrado ministerio, personifican a Cristo». La unidad con el obispo constituye la esencial e indispensable actitud que el buen y fiel católico debe siempre intentar mantener, puesto que uno no puede aseverar estar del lado del Papa, si uno, también, no se pone firmemente del lado de los obispos que están en comunión con el Sumo Pontífice. -‐ 2 -‐ COLABORACIÓN LAICOS-OBISPO Todos aquellos que han renacido en Cristo, a través del bautismo, son llamados a cooperar en la construcción del cuerpo de Cristo (CEC. 871-873). Un adecuado entendimiento de la complementariedad de los roles en la Iglesia, particularmente la concerniente a la relación de los fieles laicos con sus pastores, es especialmente importante hoy en la medida que los laicos se esfuerzan en ocupar el lugar que les corresponde en la “nueva evangelización” y la vida de la iglesia. El Concilio Vaticano II enfatizo la dignidad bautismal de los laicos y su consecuente llamada a la santidad y a la de misión. El clericalismo que pudo haber caracterizado las generaciones pasadas, mediante el cual los fieles son alentados a “dejar todo en manos del Cura”, debe ser rechazado. Al contrario, un laicado activo y evangelizador no puede dejar de comulgar con la iglesia local en una comunión de mente y alma. Dios nos salva colectivamente como un pueblo, una familia, y no como individuos aislados. Por lo cual, la actitud del laicado hacia el apostolado debe ser la de sentirse “colaboradores” de la obra y no la de “llaneros solitarios”. Sobre este punto, el Catequismo cita a San Ignacio de Antioquia, un discípulo del apóstol san Juan, quien dice: “Que nadie haga al margen del obispo nada en lo que atañe a la Iglesia” (CEC. 896) Fuentes Visibles de Unidad- El Obispo, punto de unidad en su Diocesis La unidad es uno de los atributos de Dios. Dios es uno. Cristo es uno con su Padre y el fervientemente rezaba y deseaba que sus discípulos puedan llegar a experimentar esta unidad en su plenitud (Jn 17, 20-21). La unidad en la familia, en la Iglesia, y en todas las estructuras sociales son un signo y un reflejo de la unidad de Dios. Por otra parte, la desunión con la que nos topamos diariamente nos recuerda a los efectos del pecado que subsisten en nuestras vidas y en el mundo. La unidad demanda obediencia a las autoridades competentes, y toda autoridad competente proviene de Dios. Todas aquellas personas a quien Dios les ha otorgado autoridad sobre otras, deben ejercer dicha autoridad en aras de la unidad. El concilio Vaticano II (Lumen Gentium No. 23) enfatiza que “los Obispos son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares” (Véase, también el CEC. 886). Pero, ¿cómo ejercitan su autoridad los obispos, al servicio de esta unidad? -‐ 3 -‐ La iglesia nos enseña que existen los siguientes vínculos visibles de comunión o unidad en la misma iglesia: • – la profesión de una misma fe recibida de los Apóstoles; • – la celebración común del culto divino, sobre todo de los sacramentos; • – la sucesión apostólica por el sacramento del orden, que conserva la concordia fraterna de la familia de Dios (CEC. 815); Estos tres elementos, profesión de una misma fe, celebración de los sacramentos, y gobierno eclesial, están directamente ligados a la misión episcopal tripartita de enseñar, santificar y gobernar que tienen los obispos, la cual, a su vez, está relacionada con el ministerio de Jesús como rey, sacerdote y profeta. La principal función de los obispos es enseñar, a fin de cumplir con el mandamiento divino de nuestro Señor Jesucristo de predicar el evangelio a todo el mundo. Un obispo por sí solo, con la excepción del Papa, no posee, por su cuenta, el carisma de la infalibilidad, pero como legitimo sucesor de los apóstoles, él es, de todas maneras, un auténtico maestro de la fe cristiana “dotado de la autoridad de Cristo” (CEC. 888) La función episcopal del obispo también es sacerdotal y, por eso, el obispo está llamado a ofrecer sacrificio a nombre del pueblo de Dios. Como sumo sacerdote de la nueva alianza esto no significa sacrificar corderos y terneros, más bien, es su deber ofrecer a Dios el sacrificio eucarístico del cuerpo y sangre de Jesucristo, el eterno sumo sacerdote, a través del ejercicio sacramental de su ministerio sacerdotal. El obispo también está dotado de la autoridad y poder divino para gobernar la iglesia particular que está a su cargo. Esta autoridad no le es dada para su mal uso o para el abuso de los fieles confiados a su cargo, ni para enseñorearse con ella (Mt 20, 25-28), al contrario, esta autoridad paternal debe ser ejercida en un espíritu de servicio y de caridad pastoral. El papel que debe cumplir el obispo, en este sentido, es el de fomentar la comunión eclesial y la unión de la iglesia, y la de juntar a gente diversa, con talentos y habilidades diferentes, para agruparlos en una asamblea eucarística, desde la cual él debe encargarles cambiar el mundo. Construyendo Vínculos Familiares -‐ 4 -‐ Hay tres principios bíblicos, sólidos como una roca, que siempre se aplican a nuestras relaciones con nuestros obispos. En primer lugar, el Evangelio nos ordena a amar a todos, inclusive cuando este amor derive en sacrificios o sufrimientos de índole personal (Mt 5, 43-48; Jn 15, 12-27). El documento del concilio Vaticano II sobre el apostolado laico nos recuerda, claramente, que la caridad, sobre todo aquella emanada de la eucaristía, “es el alma de este apostolado”. Aparte de la caridad, nosotros no podemos hacer nada (1 Cor 13, 1-3), excepto empeorar las cosas, y como el concilio vaticano II enseña claramente que no podrán “salvares aquellos hombres…se negasen a entrar o perseverar en la caridad”. Por lo cual, nosotros debemos regularmente orar, con gran fervor, por todos aquellos que tienen autoridad sobre nosotros (1 Tim 2, 1-4), de modo que, si un caso particularmente difícil, no se resuelve satisfactoriamente y a nuestro parecer, mientras que todas nuestras acciones hayan estado ancladas e imbuidas en la caridad, al final, nuestro Señor igual nos dirá, “Bien hecho, siervo bueno y fiel” (Mt 25, 21). En segundo lugar, ya que nuestros obispos son nuestros padres espirituales, el cuarto mandamiento nos ordena honrarlos como tales. En tercer lugar, ya que los obispos derivan su autoridad de nuestro mismo Señor Jesucristo, le debemos obediencia a todo legítimo ejercicio de dicha autoridad, lo cual se aplica, en verdad, a toda legitima autoridad terrenal. El fundador de Católicos Unidos para la Fe (CUF), H. Lyman Stebbins utilizó un ejemplo bíblico para ilustrar como deberíamos comportarnos si alguna vez creemos que nuestro obispo está equivocado. Poco después del diluvio, Noe se embriago. El noble patriarca estaba, sin lugar a dudas, incurriendo en un grave error, pero sus hijos leales no dudaron en cubrir su desnudez, mientras caminaban en reversa (Gen. 9, 23). Ellos probaron su lealtad al patriarca, y recibieron las bendiciones de su padre. Si se presentan dificultades, nosotros debemos, de igual manera, probar nuestra lealtad utilizando los mecanismos y procedimientos establecidos por la iglesia para estos casos. De esta manera nos mantendremos leales a la iglesia y respetuosos del papel que desempeñan nuestros obispos en la iglesia. Con paciencia, fortaleza y caridad debemos preservar la unidad en nuestra búsqueda de la verdad de Cristo. -‐ 5 -‐ -‐ 6 -‐