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El médico ante sus pacientes. Capítulo I de “El médico y su mundo” de Eduardo Meaney. ISBN: 968-7821-10-8 Cortesía de Laboratorios Bayer La medicina, una de las profesiones más antiguas Quien diga que la prostitución es el oficio más viejo del mundo se equivoca de medio a medio. En efecto, como bien ha dicho Claudine Legardiniere, si fuera el oficio más antiguo, "la prostitución sería un fenómeno natural, in temporal, como lo son los huracanes o las mareas. Pero no es así. Inexistente en las sociedades primitivas. la prostitución es una realidad ligada a la urbanización masiva y a la sociedad de consumo”. Así es: en la sociedad tribal, matriarcal y primitiva, la prostitución no era necesaria porque toda la comunidad era una gigantesca familia y los intercambios sexuales se hacían en forma natural entre muchos o todos los componentes de la tribu, sin tantos rollos como ahora. Muy posiblemente los primeros oficios fueron el de la caza y la recolección de frutos y vegetales, que ya se practicaban entre los australopitécidos avanzados precursores del hombre y los primeros homínidos anteriores al Homo sapiens. Ya en las primeras comunidades verdaderamente humanas las primeras profesiones fueron quizá la de los guerreros-cazadores y los fabricantes de utensilios para la caza y la vida doméstica. Sin embargo, porque el ser humano es un ser frágil amenazado por numerosos agentes productores de lesiones o enfermedad, al mismo tiempo que los cazadores y los fabricantes, aparecieron los primeros chamanes. Los brujos eran seres que desempeñaban diversas funciones en la sociedad tribal, pues eran a la vez sacerdotes, hechiceros, sanadores, hombres de poder político y también los primeros sabios investigadores de la naturaleza, las enfermedades y las técnicas curativas. El poder psicológico y político de estos personajes era tan grande que muchas veces fue Utilizado más para el beneficio personal del curandero. Esta amalgama de los poderes político, religioso y científico constituía una mezcla peligrosa que podía originar muchos abusos. Un virulento crítico de la ciencia actual, Bryan Wallace, ha señalado que en efecto la prostitución fue uno de los primeros oficios, pero no precisamente la prostitución sexual sino la de la ciencia primitiva, puesta al servicio de intereses mezquinos y perversos: los chamanes prehistóricos usaron su conocimiento primitivo para adquirir estatus, riqueza y poder político, en la misma forma que los científicos dominantes y los políticos religiosos lo hacen en nuestro tiempo. ¡La medicina y la ciencia en general se encontraban aún en estado germinal y ya generaban problemas éticos! Quizá porque también los prestigios tienen raíces antiguas y profundas es que todavía en nuestros días los hombres con poder político, los líderes religiosos, los médicos y los científicos, están nimbados de una aureola de prestigio (a veces inmerecida) y gozan, en general, otorgado casi en forma automática, de un elevado respeto social. Sin desconocer que en todas las épocas de la historia de la humanidad, desde la edad de piedra a nuestros días, las malas razones, la perversidad y el egoísmo, han sido las fuerzas rectoras del curso de los acontecimientos humanos y han prevalecido sobre las fuerzas de la bondad y la solidaridad, es de suponer que estos chamanes que pertenecían a sociedades sometidas a condiciones extremadamente duras, poco propicias a la piedad, alguna vez fueron tocados por el amor a sus semejantes. Algunos de los restos encontrados en la cueva de Shanidar, en Irak septentrional, fueron los de un individuo muerto unos 45 000 años antes a consecuencia de un derrumbe de piedras. Había sido tullido de nacimiento y además era tuerto, por lo que seguramente no participaba en las tareas de caza y recolección. Su tumba tenía restos de arreglos florales, indicando que su muerte fue sentida por alguno o algunos de sus compañeros de tribu y que, como nosotros en este tiempo, la pena de la separación causada por la muerte y el respeto a los desaparecidos era expresado con símbolos florales. Si el hombre de Neandertal tenía sentimientos básicos muy similares a los nuestros, se puede suponer que sus hechiceros y curanderos fueron movidos a veces por la compasión y el deseo de ayudar. Para beneficio de la medicina, hubo en el curso de la evolución de la sociedad humana una división del trabajo originalmente encargado a los primeros chamanes. La casta sacerdotal se fue distanciando lentamente de la de los curanderos y, con el tiempo, los sanadores formaron un gremio especial que ha sido trascendental desde esas épocas bárbaras hasta nuestros días. En el curso de la evolución humana, el viejo cerebro reptiliano, donde radica mucha de nuestra esencia brutal, ha estado en pugna con el neocórtex, de cuya función dependen las más altas funciones de la mente y el espíritu. Pero incluso en el neocerebro humano, la obra material más acabada del universo que conocemos, perviven en eterna pugna dialéctica las fuerzas de ángeles y demonios. Somos la única especie biológica capaz de llevar a cabo voluntariamente los más horribles crímenes, pero también las acciones de amor y solidaridad más extraordinarias, Y pese a que las fuerzas brutales han prevalecido, en el remoto ayer y en el negro presente, en tramando las relaciones humanas, y pareciendo ser los motores de nuestra historia, la bondad no ha sido en modo alguno derrotada. En ese sentido, la medicina es, o debería ser, una de las manifestaciones más elevadas de la benevolencia humana. De hecho lo es, pese a que el perverso entorno moral de la sociedad contemporánea la contamine de utilitarismo, egoísmo y materialismo vulgar. Como la esencia de la medicina, por encima de todo, radica en la vocación de servir a nuestros semejantes estragados por la enfermedad y el sufrimiento, el médico tiene que sujetarse a un estricto código moral, que señale los propósitos primarios de su quehacer y marque con tajante claridad los límites entre el beneficio personal y la naturaleza bondadosa de su profesión. La actitud moral del médico Somos seres utópicos, capaces de percibir la realidad de nuestra propia persona y de la sociedad, reconocer las fallas y carencias de una y otra, e imaginar un futuro susceptible de enmienda y mejoría. En ese sentido, la fe religiosa, muchas ideologías, o los sueños e ideales que todos abrigamos, nos dan una visión utópica de lo que debería ser, en doloroso contraste con lo que en realidad es. La utopía es entonces fuente de fuerza moral y sustento de la capacidad de remodelación del hombre y de su entorno social. Cito de memoria, a lo mejor equivocadamente, a Montaigne: los ideales utópicos son para el hombre lo que las estrellas para los marineros. No se pueden alcanzar pero nos sirven de guías. Sólo los que se sueñan mejores pueden llegar a serlo. Sólo los que tienen visiones de un mundo mejorado pueden modificar el entorno social del ser humano Y dado que el hombre y la mujer son sujetos utópicos, también deben ser seres morales. Sin utopías, el ser humano se desmorona y la sociedad degenera y se autodestruye moralmente. Habría que modificar la famosa frase de Dostoievski: si Dios no existiera, todo estaría permitido, para darle un sentido más amplio y menos teológico: si no hubiera utopías todo mal estaría permitido. La utopía, por su carácter "magisterial y renovador, debe ser la raíz de la ética y la moral. ¿Pero qué significan estos conceptos de ética y moral? Aunque etimológicamente tienen origen similar (ethos, palabra griega que puede significar lugar, carácter, hábito o costumbre, y la palabra latina mos, que tiene los mismos significados), no son sinónimos. De acuerdo con el citado Escobar Valenzuela: en tanto la Ética es la disciplina filosófica que estudia el comportamiento moral del hombre en sociedad, la moral es el conjunto de normas, reglas y deberes que regulan la conducta individual y social de los seres humanos. En otras palabras, la moral es el objeto de estudio de la ética. En una interpretación más amplía, se podría decir que la moral persigue la consecución del bien individual y social, en el sentido utópico señalado líneas arriba. Ahora bien, a diferencia de la doctrina platónica, que hablaba del "bien en sí mismo", como si el concepto del bien fuera inmutable y eterno," Aristóteles ligó el concepto de la ética a las realidades concretas del hombre; es decir, a la realidad de su tiempo y de su historia. Los valores morales son determinados en cada época histórica, por cada comunidad, por cada realidad social. Por ejemplo, si era moral en la época de Aristóteles poseer esclavos, hoy tal propiedad sería considerada una infamia. Si no era inmoral someter a los niños a jornadas laborales extenuantes y prolongadas en épocas de la Revolución Industrial, hoy en día las legislaciones avanzadas y la opinión social rechazan dichas prácticas y las consideran inmorales y delictivas. Para algunos credos religiosos es aceptable que el varón tenga varias esposas; otros en cambio establecen que sólo la monogamia es moralmente permitida. Porque la diferencia entre el bien y el mal es relativa y mutable, es difícil establecer un código moral in temporal y absoluto. Aún así, en forma pragmática, aceptando de antemano la naturaleza relativa y temporal de los ordenamientos morales, basados en la experiencia histórica del hombre, en el sentido común yen el sentimiento del bien natural, toda persona razonable tiene hoy en día una idea bastante clara de lo que es bueno y provechoso por un lado, y lo maligno y perverso por el otro. Hay situaciones específicas frente a las cuales es relativamente sencillo separar lo bueno de lo malo, por lo menos bajo la óptica de individuos pertenecientes a nuestras sociedades contemporáneas, después de diez mil años de civilización. ¿Quién puede considerar aceptable en este tiempo actos como la tortura, la esclavitud, el genocidio, la discriminación, la violación sexual, la explotación sexual de menores, el robo y tráfico de infantes, las guerras de conquista, el narcotráfico y otros horrores? Sólo los fanáticos, los lunáticos, los fascistas y otros perturbados podrían considerar moralmente permitidos esos actos atroces. En ese sentido, la ética médica no difiere en mucho de la ética general aplicable a la conducta de los seres humanos. No puede haber un código de moral médica permanente e inmutable, válido para todas las épocas y en todas las circunstancias, dado que los médicos han trabajado, trabajan o trabajarán en sociedades diferentes, bajo principios morales distintos y sumergidos en entornos sociales desiguales. Sin embargo, en la misma forma en que aceptamos que ciertas conductas del comportamiento individual o social no pueden aceptarse, y aceptando a priori la relatividad de los juicios éticos se pueden señalar como inaceptables y condenables cienos actos médicos que atentan contra la esencia bondadosa y solidaria de la medicina. Creo que todos condenaríamos la colaboración de los médicos en las ejecuciones y actos de tortura judiciales y extrajudiciales, la investigación en seres humanos que no se ciña a los estrictos preceptos éticos aceptados universalmente sobre todo en sujetos sin libre albedrío (prisioneros, enfermos mentales y menores de edad), el tráfico de órganos, el engaño a los pacientes, con fines de lucro, el abandono de pacientes, la venta de estupefacientes, etcétera. Hay sin embargo muchas áreas del quehacer médico en las que la distinción entre el bien y el mal no es tan tajante. En complejos problemas como la eutanasia, el aborto y la prescripción de anticonceptivos, por citar' unas cuantas, las opiniones de médicos y legos difieren abismal mente, porque no son sólo asuntos médicos, sino problemas de conciencia y de interpretaciones diferentes de la persona humana. Y porque nadie es dueño de la verdad absoluta, cada quien, desde la perspectiva de su formación ideológica y religiosa de sus prejuicios, de su visión filosófica, de sus vivencias y experiencias, obrará como dicte su conciencia. El acto médico y los derechos de los pacientes Durante un largo lapso la medicina, aunque benevolente en el mejor de los casos, fue profundamente autoritaria, muy de acuerdo con sus orígenes chamánicos. Pero en nuestro tiempo, el acto médico refleja la complejidad de la moderna comunidad humana y las nuevas concepciones de los derechos universales. La esencia del quehacer médico ha obligado desde los orígenes más remotos a los médicos a elaborar códigos de conducta moral. Como ya se ha dicho, esos códigos no pueden ser permanentes, dada la relatividad de todo juicio ético. Por eso, el famoso juramento hipocrático, por más que contenga valores que todavía son vigentes, huele irremisiblemente a viejo. Otros intentos de plasmar en unas cuantas líneas las normas que deben guiar los pasos de los médicos se dificultan porque hay confrontaciones y dilemas éticos insuperables si se abordan en forma unipolar, privilegiando una visión del mundo (por ejemplo, la religiosa) y haciendo caso omiso de otras, por ejemplo, las concepciones laicas. Por eso me parecen particularmente útiles los esfuerzos internacionales para redefinir los valores fundamentales de la medicina moderna. En la espléndida ponencia del Dr. Francisco Tenorio, en el marco de un simposio organizado al alimón por la Comisión Nacional de Arbitraje Médico (CONAMED) y la Academia Mexicana de Cirugía," se pusieron de manifiesto estos valores analizados en 1994 por un grupo de trabajo reunido en Oxford, Reino Unido. Dado que, como lo apunta Tenorio, el acto médico más que un contrato mercantil "es una confianza frente a una conciencia", debe ser regulado por valores éticos y legales. Los valores discutidos en la junta de Oxford fueron: la confianza, la confidencialidad, la competencia, el contrato, la responsabilidad comunitaria y el compromiso. Cada uno de esos valores amerita ser considerado en forma un poco más amplia. La confianza es un acto de fe de parte del paciente que pone en las manos del médico su vida y bienestar. No debe ser, empero, una confianza ciega, incondicional e ilógica. El paciente espera que el profesional que lo atiende sea c1paz, honorable y veraz, pero no puede esperar resultados milagrosos y sentirse traicionado si no se cumplen las expectativas irreales. La confianza es uno de los polos que forman la relación médico-paciente. El otro es la conciencia del médico, constituida por su integridad, competencia y espíritu solidario. La confidencialidad obliga al médico a callar hechos que atañen a la vida privada, al ámbito personal de sus pacientes. Si un caso es presentado en una sesión académica, en un comunicado científico o en una charla amistosa o profesional, no se debe violar en modo alguno el anonimato del paciente. Es muy difícil, sin embargo, guardar totalmente esta confidencialidad en el caso de los pacientes institucionales, porque la institución y no el médico es quien controla y guarda el expediente clínico y a él' tienen acceso numerosos médicos y empleados administrativos. Por ello, datos de la vida privada que no tienen interés directo en el caso del paciente, es mejor no asentarlos en un expediente que puede ser visto por muchas personas ajenas totalmente al acto médico. La competencia profesional es tan importante como la integridad y la 4 hondad del médico. La competencia se adquiere en las escuelas de medicina, en las residencias, maestrías, doctorados y cursos de posgrado, en congresos, simposios, conferencias y talleres, en la lectura de libros y revistas médicas, en las labores de investigación y divulgación, etcétera. El médico no puede dejar de estudiar, so pena de venderle a sus pacientes un producto degradado y caduco. La competencia debe ser supervisada y acreditada y reacreditada por los Consejos o Colegios profesionales, para tratar de mantener los más altos estándares posibles en la práctica médica. Cuando un paciente es asistido por un médico, se establece un contrato generalmente tácito y de buena voluntad, un tanto asimétrico que el paciente puede romper cuando quiera, sin dar cuentas de nada, a veces por motivos injustos y pueriles. En cambio, el médico no puede negarse a ver a un paciente por antipatía o por razones económicas, raciales, religiosas, políticas o de preferencias sexuales. El contrato, sin embargo, obliga a las dos partes a un trato digno y respetuoso y al acatamiento de ciertas normas generales, no sólo morales, sino legales e incluso mercantiles. De nuevo la asimetría: hay un número considerable de demandas de todo tipo contra los médicos y muy pocas de parte de éstos contra pacientes morosos, que no cumplieron sus obligaciones económicas o que extendieron cheques sin fondo o hicieron otras trapacerías. El contrato se crea entre médicos y pacientes de manera automática, no sólo en el ámbito de la medicina privada, sino en la institucional, pues su esencia no es meramente mercantil, sino principalmente moral. "Su primer deber es con la institución" -me reclamó un día un viejo burócrata que alguna vez fue médico y que tenía cierta posición de mando en alguna de las instituciones en las que he trabajado. "No señor" -le respondí. "Mi primer deber es con mi conciencia, vale decir, con el bienestar de mis pacientes". La responsabilidad comunitaria del médico es muy amplia y abarca deberes que van desde la vigilancia de las normas éticas que rigen el ejercicio de la medicina, hasta la implementación de conductas preventivas más que curativas, la crítica a la actuación de aquellas autoridades de salud que no cumplen bien su cometido, los pronunciamientos en contra de los alardes publicitarios engañosos de los productos del tabaco o los alimentos chatarra, la exigencia de que los recursos que la nación destina a la salud sean administrados en forma proba y eficiente, y el rechazo de medicamentos que son elaborados sin los estrictos requerimientos de la bioequivalencia. Finalmente, el compromiso significa que todo nuestro accionar: lo que estudiamos, investigamos, aprendemos y practicamos, está dirigido esencial y primariamente a preservar el bienestar de nuestros pacientes. Si no se tiene esta visión superior, si no se antepone esta sagrada misión ante cualquier otra consideración, se puede ser un técnico competente, pero nunca un médico en el generoso significado del término. De estos puntos fundamentales de la esencia del acto médico se derivan en forma natural los derechos de los pacientes, Como los pacientes son los sujetos del acto médico, tienen derecho a que su confianza no sea traicionada, a recibir el cuidado esmerado, científico, técnicamente competente, supervisado de manera estrecha y correcta y amistosamente administrado: de parte de sus médicos tienen derecho a que sus enfermedades y problemas personales queden como secreto de confesión, al amparo de otros escrutinios tienen derecho a que se les informe con detalle y con palabras simples y entendibles la naturaleza de su enfermedad, las estrategias diagnósticas, d alcance del tratamiento, sus riesgos y complicaciones. En ese sentido, hay que aceptar que muchos médicos tienen una visión autoritaria que los aísla de sus pacientes y les impide ver el problema desde el otro polo. Ellos deciden, dictaminan y ordenan; los pacientes obedecen, aceptan y acatan lo que se les manda, no se vaya a enojar el doctor y les vaya peor. Esta actitud es muy frecuente en muchas de nuestras instituciones públicas donde todo trabaja en contra de la sana relación médicopaciente. Los médicos sobrecargados de trabajo no tienen tiempo para establecer ese vínculo mágico que es la base de la confianza y la colaboración. Sin una buena relación médico-paciente, el acto médico hace incompleto o malformado desde el inicio. Animales verbales, los seres humanos se comunican mediante la palabra oral y escrita. La comunicación entre el médico y su paciente es ante todo oral y de ese hecho surgen problemas potencialmente importantes. Muchas veces las explicaciones son dadas en un lenguaje técnico incomprensible para la mayor parte de los pacientes. Hace unos días no pude dejar de oír la explicación de uno de nuestros residentes de cardiología a la angustiada esposa de un paciente coronario en estado crítico. El joven médico empleó palabras que para nosotros son comunes y parte de nuestro argot, pero que resultan un galimatías para la mayor parte de los legos. Términos como "placa rota", "evento coronario", "choque cardiogénico", "isquemia recurrente", "miocardio aturdido", "balón de contra pulsación" y "sent.", entre otros más que empleó el joven colega, hubieran sido muy esclarecedores para el Dr. Eugene Braunwald (uno de los cardiólogos más importantes del siglo que acaba de concluir), pero para un ciudadano común lo mismo hubiera valido que la explicación fuera en copto, sánscrito o arameo. Explicar mal, acostumbro decirles a mis jóvenes pupilos, equivale a no explicar. Una amiga mía cuenta la anécdota de un médico, con ínfulas de sabio, que trataba de explicarle con términos domingueros y tecnicismos, el estado clínico de su madre atendida por severa pancreatitis en la sala de cuidados intensivos de uno de nuestros hospitales. Al final de la arenga, con enojo y sorna, mi amiga le espetó: "Escuché con atención y admiración su ponencia, doctor, pero ahora hágame el favor de explicarme cómo está mi madre", El otro derecho de los pacientes, a menudo conculcado, es el de tener voz y voto a la hora de tomar decisiones difíciles. Algunos colegas, por cierto los menos, elevados en los globos aerostáticos de la prepotencia y el orgullo, piensan que los pacientes, que no tienen por qué saber de asuntos médicos, son a la vez, y por el hecho de su ignorancia médica, necesariamente estúpidos. Pero tampoco la medicina tiene la complejidad de la física cuántica. La explicación de los complejos procesos y fenómenos médicos en términos sencillos, al alcance de personas con inteligencia promedio, es un arte que se aprende con el tiempo y la perseverancia. Si me lo explican despacio y con términos asimilables para un lego, yo también puedo entender cómo se interpreta tal ley del código penal, cómo funciona un reactor nuclear, cómo opera una computadora. De la misma manera, la gran mayoría de los pacientes y sus familiares pueden entender lo fundamental de cada caso, incluso los que tienen gran complejidad, si la explicación es bien formulada. Pero digo también que los pacientes y sus familiares, como los espías, deben saber justo lo necesario, ni más ni menos. Si un médico locuaz o desprevenido habla de más y les manifiesta a sus interlocutores las dudas que con frecuencia nos asaltan al tratar un caso difícil o comenta que hay alguien en el equipo de trabajo en desacuerdo con talo cual medida, en lugar de clarificarla vuelve más confusa la situación y genera desazones o rechazos de parte del paciente y de sus familiares. El arte de comunicar es entonces la base de la relación médico-paciente y el fundamento mismo del éxito del acto médico. La epidemia de las demandas y cómo enfrentarla Hubo un tiempo en que las quejas contra los médicos eran excepcionales en nuestra sociedad. Hoy, en cambio, somos testigos de una ola de demandas de todo tipo en contra de las instituciones de salud y de los médicos. Aunque todavía estamos lejos de la situación que prevalece en Estados Unidos, el número de quejas ante la CONAMED y los Ministerios Públicos ha convertido este problema en una verdadera epidemia ante la cual los médicos hemos permanecido insensibles y abúlicos. En Estados Unidos la cultura de la demanda ha destruido el tejido mismo de la relación médico-paciente. La persona que entra al consultorio del médico ya no es un paciente aquejado de un mal en busca de alivio, no es ni siquiera un cliente en pos de un arreglo comercial o mercantil. Es un enemigo potencial que buscará cualquier error, todo avatar, la mínima omisión, para demandar y obtener un pingüe beneficio a costa del seguro médico. Por eso el profesional se protege adquiriendo costosos seguros contra la mala práctica y cubriéndose las espaldas ordenando una serie de estudios onerosos, a veces riesgosos y otras más, innecesarios. Cualquier dolor de cabeza origina la orden de un estudio de resonancia magnética nuclear, cualquier molestia precordial termina en la banda de esfuerzo o en el gammágrafo. La medicina se complica, los costos se elevan y finalmente son los pacientes y la misma sociedad los que pagan esa locura. Ha sido una tragedia allá, y aquí en México ya hemos comenzado a deambular por ese malhadado camino. ¿Cómo fue que llegamos a esa situación? Seamos honestos, durante muchísimos años los médicos tuvimos un régimen de excepción. Todos fuimos testigos de errores garrafales de omisión o comisión que provocaron enormes desgracias, de crímenes sin nombre que quedaron impunes, de abominables fallas a la ética médica más elemental. Para bien de todos esa situación terminó para siempre, pero desafortunadamente el péndulo se ha ido al otro extremo. Algún día, algún investigador de la medicina social hará el recuento de las numerosas quejas contra las instituciones médicas y los profesionales de la salud que ha registrado la CONAMED o las denuncias ante el Ministerio Público. Aunque no tengo datos al respecto, me atrevería a afirmar que la mayor parte de ellas son un conjunto de casos insustanciales, producto irracional del enojo y la desesperación ante el sufrimiento o la muerte de un ser querido. Otras veces, intuyo que las menos, son casos bien fundamentados de mala práctica, faltas morales o conductas delictivas. Otra porción más la constituyen casos de difícil juicio, donde no es fácil separar la responsabilidad personal del médico de la institución a la que sirve, o la conducta del médico del efecto de factores externos, azarosos e imprevisibles ("acto de Dios", en el derecho anglosajón, "coup de Dieu" o golpe de Dios, como dicen los franceses). Hay ramas de la medicina que por su naturaleza son especialmente proclives a generar este tipo de problemas a quienes las practican. Por ejemplo, disciplinas quirúrgicas como las cirugías plástica, ortopédica, cardiovascular y la neurológica. Y también especialidades como la cardiología, la medicina crítica, la medicina de urgencia y la obstetricia, entre otras más. Nuestra sociedad actual, lastimada por los abusos cometidos durante largos años por las fuerzas represivas del Estado, por los poderosos por muchas autoridades grandes y pequeñas y por diversos servidores públicos, está harta del autoritarismo y la impunidad. El clamor popular hizo posible la creación de diversas instancias de defensa de los derechos humanos conculcados a diario. Ello ha permitido que, poco a poco, la comunidad acepte menos los excesos y los abusos perpetrados desde el poder o por los grupos poderosos. El número de demandas médicas de todo tipo se ha ido incrementando en los últimos años a una velocidad vertiginosa, a escala exponencial. La CONAMED, creada para atemperar esta tormenta, en el intento de conciliar la visión de pacientes y familiares con la evidencia de los hechos y la defensa de los propios médicos o instituciones acusados, ha tenido, en términos generales un desempeño correcto. Otras veces, los pacientes o sus familiares agraviados acuden al Ministerio Público, donde los que juzgan la pertinencia de las acusaciones no son médicos, sino abogados sin los conocimientos adecuados para formarse un juicio técnico sobre materias muy complejas. Para colmo, las autoridades de la Contraloría persiguen a muchos de los médicos acusados de alguna cuestión que termina en una pérdida material para las instituciones gubernamentales. Aplicando una ley a todas vistas anticonstitucional, los contralores tienen el poder de suspender a los profesionales y de cobrarles sumas de dinero, exorbitantemente elevadas, que ellos mismos estiman, con oscuros criterios administrativos. Ante este problema se debe desarrollar lo que llamo la "cultura contra la demanda," destinada a prevenir estos problemas que pueden ser una catástrofe en la vida profesional de cualquier médico. Lo primero que hay que hacer es volver nuestra praxis meticulosa y en extremo responsable, no sólo por temor a las demandas, sino porque ésa debe ser la actitud vigilante y perfeccionista de los médicos. Nuestro trabajo debe ser esmerado en la medida de nuestras posibilidades humanas. Hacer sólo lo que se sabe hacer y hacerlo bien es la regla de oro. Esa actitud de esmero conlleva un constante espíritu de superación para mantener muy alto el nivel de nuestras destrezas y actualizados nuestros conocimientos. Pero como errar es humano, todos los que atendemos pacientes estamos en riesgo de equivocamos, a veces gravemente, y originar con nuestro yerro consecuencias funestas, incluso la pérdida de la vida del paciente. Muchos de estos errores son cometidos sin dolo y sin otros agravantes. ¿Cómo criticar sin actitudes farisaicas esta falibilidad humana? ¿Quién puede juzgar estas fallas que dependen de la naturaleza misma de los seres humanos y del hecho de que la medicina no es una ciencia exacta? Pero si se obra con prudencia y eficiencia, la posibilidad de errar disminuye grandemente. Aún así, los médicos como los porteros de futbol, aparte de buenos tienen que tener suerte. Insisten nuestros abogados y cuesta trabajo hacérselo entender a muchos colegas: es el expediente el que salva o condena. El expediente clínico no sólo es un texto académico: es además la fuente documental de todo lo que se hizo y lo que no. Las notas clínicas, deben reflejar quién vio al paciente, en qué día ya qué hora, en qué condiciones clínicas lo encontró el médico, qué pensó al respecto, qué exámenes ordenó y cómo y por qué comenzó a tratarlo en la forma en que lo hizo. Debe firmar la nota sólo el que vio al paciente y no poner la retahíla de nombres de los jefes del servicio, que muchas veces no tienen idea del caso. No se trata de escribir un tratado cada vez que se asienta una nota clínica, sino dejar constancia de lo relevante, escrito con ahorro expresivo, en caligrafía entendible. En cada visita se debe hacer lo mismo, consignando los hechos nuevos, el resultado de los exámenes pedidos, estableciendo el grado de avance de la ruta diagnóstica y el curso de la evolución del padecimiento. Al proponerle al paciente un estudio o intervención armada que involucre cierto riesgo, aparte de explicar las razones de su indicación, hay que señalar la naturaleza y magnitud del riesgo y su 1I'ladón con el beneficio que se obtendrá. Y todo lo que se le dice al paciente y a sus familiares hay que escribirlo en el expediente, y hacerlos firmar, frente a testigos, un documento donde se dan por enterados y conformes con las explicaciones recibidas. Por otro lado, es posible muchas veces, detectar los casos de "alto riesgo" que pueden terminar en demanda. Hay pacientes con una trágica historia de maltrato institucional. De médico en médico, de un empleado administrativo a otro, de fila en fila, de clínica en clínica, fueron sometidos a vejaciones, retrasos y abandonos. Están justamente exhaustos y enojados. Con la paciencia agotada, pueden estallar ante la menor provocación del último médico que lo atendió para hacerle pagar sus culpas y las de todos los demás. En otros casos, aparte de sufrir varios agravios y esperas, alguien del equipo de trabajo (administrativo, enfermera o médico) trata al paciente o a sus familiares con rudeza o en forma desconsiderada. Si algo mal va en el caso, se juntan la desventura y la ira por el maltrato recibido. Pero aparte de esos casos en los que el enojo del paciente no sólo es comprensible sino justificado, hay pacientes y familiares, una minoría por cierto, que son fuente de problemas sin que medie provocación alguna, porque son naturalmente rijosos, maleducados, insolentes o prepotentes. Los casos que se complican por razones naturales o a consecuencia de una intervención médica también pueden terminar mal si no se llevan a cabo las medidas preventivas apropiadas. La sensibilidad y la experiencia de los jefes de las áreas con especial potencial de generar problemas: la consulta externa, las unidades de cuidado intensivo, las urgencias, etcétera, deben servir para advertir a tiempo estos casos potenciales de conflicto. Hemos aprendido, tanto en pacientes privados como institucionales, que el buen trato baja el nivel de la ira, las explicaciones amistosas el ansia de revancha, el interés genuino que muestra el médico por el caso, la animosidad militante. La importancia de una buena empatía con el paciente y sus familiares desbarata el estado mental que propicia las demandas y, lo que es más importante, facilita todo el proceso del acto médico. Por eso es tan importante enseñar a los residentes bisoños y a otros médicos jóvenes el valor de establecer una relación cálida y de gran calidad con sus pacientes. El derecho que asiste a los pacientes de demandar a sus médicos es hasta ahora un derecho no equitativo o asimétrico, pues si el paciente o sus familiares no prueban su aserto el médico no es resarcido. Si la acusación finalmente no es probada, nadie le paga al médico el gasto de su defensa legal, el efecto nocivo sobre su reputación si el asunto llega a los medios de comunicación, la pena moral, la pérdida de tiempo, etcétera. Nuestro grupo ha tratado, hasta ahora en vano, de contraatacar legalmente quienes nos demandan injustamente, Pero las cosas están hechas para proteger el acusador y no para defender al acusado. Sería un eficiente mecanismo de disuasión el que supieran los pacientes y familiares que piensan demandar que la ley nos protege a todos y que una acusación no probada puede originar una contrademanda penal y civil. Tú me acusas de homicidio, de mala práctica, de dolo, de impericia, de lo que quieras, pero tendrás que probarlo, ante el juez de una corte, Y si no lo pruebas, tendrás que pagar algo por mi tiempo, por el costo legal que generó acusación, por la pena moral que me infligiste, por el daño que sufrió mi reputación y por la pérdida de ingresos que tu acción me ocasionó, Es útil recordar que las leyes justas, por naturaleza, distribuyen equitativamente los derechos y obligaciones, Pero parece ser que el régimen de excepción que gozábamos los médicos se ha convertido en otro, al servicio de pacientes y familiares, que con razón o sin ella desean una vindicación penal o una reparación económica. Finalmente, es muy conveniente que todos los médicos que tienen a su largo el cuidado de pacientes, pero en especial aquellos que practican las ramas de la medicina de elevado riesgo estén protegidos con un amplio seguro de protección legal. La medicina como negocio y como empresa La práctica liberal de la medicina debe proveer al médico de los recursos de un buen vivir, Se da el caso de médicos muy exitosos que acumulan grandes riquezas, bien ganadas mediante el ejercicio honrado y eficiente de su profesión, Si la fortuna se ganó en buena lid, qué bueno para todos, Habida cuenta que las instituciones pagan salarios indignos, una buena parte de nosotros, a la vez que médicos institucionales, practicamos la medicina privada, que es la fuente primordial de nuestro ingreso. La práctica liberal de la medicina es menos vigilada y sancionada que la institucional. El médico que ejerce en forma privada sólo rinde cuentas a cada paciente y a su conciencia. Sólo a veces tiene que explicar su conducta a las instancias de conciliación o a las agencias de procuración de justicia y los tribunales civiles o penales. En relación con sus ingresos, por supuesto es vigilado por las autoridades hacendarias, pero el monto de los honorarios lo determinan las leyes del mercado y la clase social a la que cada médico sirve. Una buena parte de los médicos que ejercemos nuestra profesión en este difícil momento histórico de nuestro país vivimos simplemente bien, sin lujos excesivos. Muchos, sin embargo, son asalariados y trabajan en una, dos o tres instituciones, devengando sueldos raquíticos. Otros más, ante la falta de empleo y las dificultades de una práctica privada lucrativa, abandonan la medicina y se dedican a otras tareas más o menos conectadas con la profesión. ¡Qué desperdicio! Los recursos que este país dedica a la educación superior no pueden perderse porque el sistema de salud y la sociedad empobrecida no pueden sostener a los médicos que preparamos. En general, como el resto de la clase media a la que pertenecemos luchamos contra la depauperación creciente a la que el sistema económico imperante nos condena. La medicina es un arte liberal, fundada como hemos dicho en una sólida base moral y solidaria, pero no es un "apostolado". Si Jesucristo, con su prédica y ejemplo portentoso, sólo pudo hallar doce apóstoles, es difícil que la medicina concite un número mayor. Los pacientes deben aceptar que el médico no lucra con su dolor, sino que intercambia su conocimiento y sus cuidados por un emolumento justo, pues como el resto de los humanos, los médicos tienen necesidades y familias que atender. Sin embargo, hay que reconocer que algunas veces el espíritu mercantil prevalece y contamina el quehacer de algunos colegas. La regla de oro sigue siendo la que establece que antes que nada están el interés y el bienestar del paciente. A veces, como tarea colateral del ejercicio de la medicina, hay colegas que se dedican a empresas más o menos conectadas con la profesión. No hay nada en los ordenamientos legales ni en las normas éticas generalmente aceptables que prohíban tal práctica. El médico puede ser propietario de una farmacia, un sanatorio, un gabinete de servicios clínicos o una compañía productora o importadora de insumos médicos, en la misma forma en que nada le impide poseer una flotilla de taxis, un taller metalúrgico o una tienda de ropa. Sin embargo, cuando el médico es a la vez empresario y su negocio está conectado con la medicina, deberá ser extremadamente cuidadoso para no incurrir en conductas condenables o situadas en un claroscuro moral. Y es que la razón primigenia de la medicina es la salud y el bienestar de los pacientes, en tanto que la de los negocios mercantiles, industriales o de servicios, es hacer dinero. Cuando interno a un paciente en un hospital de mi propiedad, ¿estoy actuando como médico o como empresario? No digo que no puedan llevarse ambas funciones en forma independiente y bajo dos estrictos códigos morales, pues también los negocios deben y pueden llevarse a cabo bajo un impecable código de conducta. Pero los médicos empresarios dd1en sopesar todas sus acciones, pues no es fácil separar la materia del acto médico de los intereses empresariales. En todo caso, ante cualquier duda moral, es menester inclinarse por los generosos principios médicos, situados por encima del lucro personal. En este sentido, acostumbro decir a mis discípulos que sus principales preocupaciones deben ser las siguientes: llegar a ser buenos médicos y el mantenimiento de su competencia profesional, durante todo el lapso que dure su práctica. Lo demás, riqueza, fama pública, prestigio académico, como dicen los evangelios, se les dará por añadidura. Tepic, Nay. Junio 22 de 2007