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Conferencia pronunciada en la Universidad de Gijón Benedicto XVI y el Islam De la lectura de los muchos libros publicados en castellano por Benedicto XVI se deduce que su incomprensión del Islam no procede de una mala fe sino de que sencillamente el Islam desde fuera es incomprensible. Ciertamente, no le ha ayudado a entrar en el corazón del Islam que su ideología etnocentrista le haga percibir la fuerza del Islam como una amenaza: “Con esta fuerza interior del Islam, que está fascinando los ambientes académicos, es con la que tenemos que habérnoslas” (La sal de la tierra, p. 264-7). La recurrente comparación que hace entre los creyentes de las ambas religiones es el fruto de un desasosiego que acaba contagiando a los cristianos que beben en sus palabras: “(El Islam) Se hace fuerte en nuestras debilidades, en nuestro escepticismo” (El alma de Benedicto XVI. p. 126-9). El Papa está funcionando cuando hace estas valoraciones con la misma lógica hobbesiana con que antiguamente escribían los latinos en sus lápidas “Mi muerte es tu vida; tu vida es mi muerte”. Cualquier valor del Islam es transformado en la mente de Benedicto XVI en miedo por el futuro del Cristianismo. La seriedad con que los musulmanes cumplen un mes de ayuno al año en Ramadán, por poner un caso, no es una bendición para el género humano sino la evidencia de que los cristianos no son capaces de hacer tan sólo un día de ayuno al año por el hambre en el Tercer Mundo… A mí me gustaría pensar que Cristianismo e Islam han dejado de funcionar con esta lógica exclusivista y excluyente. Y que el Islam puede existir dentro del Cristianismo como el Cristianismo late dentro del Islam. En mis artículos anteriores intentaba mostrar cómo la Umma ha garantizado ya la supervivencia del Cristianismo dentro de sí en la forma de Sufismo. No se nos oculta que Benedicto XVI invita de forma insistente al diálogo interreligioso. Pero es un diálogo con las cartas marcadas, en el que a priori se sabe quién debe aprender de quién: “Es aquí donde puede empezar un verdadero diálogo interreligioso, pero naturalmente podemos y debemos decir que, por ejemplo, los valores del matrimonio monógamo, de la dignidad de la mujer, etc…, demuestran indudablemente una superioridad de la cultura judeocristiana” (El alma de Benedicto XVI. p. 126-9). Es posible que Ratzinger nunca haya entendido el Islam. Esto no es un descubrimiento para nadie. Por poner sólo un ejemplo, entre los marroquíes afincados en España, la mayoría huidos del régimen alawita, se va extendiendo de boca en boca a modo de chascarrillo, la división de los tipos de Islam establecida por el Papa Benedicto XVI: “Hay, por una parte, un islam noble, representado, por ejemplo, por el Rey de Marruecos, y hay un Islam terrorista, extremista” (La sal de la tierra, p. 264-7). No hacen falta comentarios. El Islam de Benedicto XVI está a años luz de ser es ese universo civilizador que ha dado tantas glorias a la cultura humana, porque toma la peor parte por el todo, identificando el tumor al paciente. Siento darme cuenta por las citas que hace el Papa, que su Islam es el de la sharî‘a, el de “la superioridad del varón sobre la mujer”, el que predica la Guerra Santa, el que “en su esencia contradice el sistema democrático” …, y en conclusión no es raro que afirme: “(El Islam) no se trata de una confesión religiosa, como tantas otras, pues no se inserta en los espacios libres de una sociedad pluralista” (La sal de la tierra, p. 264-7). Es cierto que el Islam tiene, entre otros muchos, estos problemas que menciona Benedicto XVI. Los cristianos, con Ratzinger a la cabeza, deberían ayudar a los musulmanes a sacar a la luz la verdadera tradición de Muhammad, y no identificarla con sus más lamentables interpretaciones. Hay una aleya coránica que es para nosotros “el corazón del corazón del Corán”, una que marca todo nuestro ser de musulmanes, nuestra forma de relacionarnos entre nosotros y con las otras creencias; es la que dice «Ninguna constricción haya en las cosas de la religión». Pues bien, a los musulmanes nos es doloroso ver que el único comentario que tiene a bien hacer el líder espiritual de los católicos a este versículo es el siguiente: “Es una de las suras del período inicial en el que Mahoma mismo aún no tenía poder y estaba amenazado”. Es decir, que al profeta Muhammad le convenía en ese momento que el Corán concediese la libertad de culto, pero que luego, cuando ya tenía poder, la Revelación cambió de signo. Los musulmanes sabemos escuchar lo que se dice entrelíneas, y lo que se dice abiertamente. El Papa ha dicho que el Islam “deberá reconsiderar su naturaleza teocrática” (El Cristianismo en la era neopagana. pp. 104106 y p. 154-155), y ha hecho referencia al “pasado combativo del Islam, con su disponibilidad a usar la fuerza al servicio de lo sagrado” (ibid.), que con el pasado que tiene la Iglesia ya son ganas de hablar. Y de pronto llegó Ratisbona con aquella célebre cita del “docto emperador bizantino Manuel II Paleólogo”, ¿Cómo decía? Ah, sí, “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. No son palabras del Papa, pero no hay por qué citar todo aquello que leemos. Ratisbona, a mi juicio, hizo mucho más daño a los católicos que a los musulmanes. El Papa pidió perdón al Islam por aquello, ¿pero se excusó también ante todas aquellas culturas a las que les negó la racionalidad por el mero hecho de no ser herederos de Grecia? “El Islam se halla en constante peligro de perder el equilibrio, de dar entrada a la violencia” no lo dijo el Emperador Manuel II Paleólogo sino Ratzinger en Fe, verdad y tolerancia (p. 177-178). Los musulmanes podemos llegar a hacernos el tonto y a usar los lenguajes políticamente correctos como el que más. Podemos después de Ratisbona enviar al Vaticano a una serie de autoridades espirituales del mundo islámico necesitadas de hacer comprar en los grandes almacenes de Roma y de paso hablar de Alianza de Civilizaciones. Pero si ocultamos nuestros verdaderos sentimientos, nos apartamos de la sinceridad que mostraba el profeta Muhammad como forma última de misericordia y de respeto con los que no le querían bien. Benedicto XVI, ya siendo Papa, cometió un error de diplomacia, él precisamente que querría transformar el diálogo interreligioso en una relación entres instituciones. Ahora el lema que guía sus relaciones con el Islam es “Olvidar Ratisbona”. Pero no es fácil. Aquello fue una salida de reina en falso. Me explico. Las fuerzas del etnocentrismo europeo vieron el ascenso de Ratzinger al solio pontificio como el momento propicio de “una salida de reina”. Una jugada maestra que recrudeciese la ofensiva que tiende a eliminar el Islam de Europa. Todo jugador de ajedrez sabe que para sacar la reina ésta debe tener suficientes apoyos ya desplegados o habrá de volver a su sitio original. Así hizo en seguida Benedicto XVI. Estar solo dando tumbos ante las líneas enemigas amenazando con una espada de juguete no habría sido digno de uno de los mejores cerebros de nuestro siglo. Ratzinger tiene los defectos y las virtudes de todas estas mentes privilegiadas. Sus virtudes son evidentes: ha conseguido expresar el trasnochado Cristianismo de Trento con algo de la belleza de un Teilhard de Chardin. Sus defectos son también fácilmente visibles. Giran todos ellos en torno a la vanidad. La vanidad intelectual de pensar que miles de teólogos de la liberación estaban en un error, que el Vaticano II fue un horror, y que será únicamente su teología la que conseguirá adaptar el Cristianismo a las necesidades del mundo actual. Y, si no, al menos adaptar el mundo actual a las necesidades de su Cristianismo. Habrá quien diga que el Ratzinger de la Congregación para la Doctrina de la fe es otra persona completamente distinta al Papa Benedicto XVI, que tiene la asistencia del Espíritu Santo. Entonces, ¿qué? ¿Perdonaremos a Ratzinger la aniquilación de la Teología de la Liberación porque haya nombrado al Cardenal Lombardi S.J. portavoz del Vaticano?.. Dar marcha atrás ya es imposible. Yo creo que no somos como queremos ser, ni como queremos pasar a la Historia; somos lo que hemos hecho.