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Un Corazon sabio e inteligente “Y la gente se maravillaba sobremanera y decían: Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37) 1. Algo está mal Muy temprano en la mañana salí con mi papá de casa. A pesar que le costaba ya aguantar más de tres horas sin estar acostado por el cáncer y su operación reciente y que, además, el viaje duraba una hora hasta nuestro destino, mi padre no se contentaba con despedir a su amigo con una simple llamada. Necesitaba ir a su entierro. Yo debía celebrar la misa. A las 8 y media llegamos a la funeraria. Había mucha gente conocida. Mucha gente se acercaba a mi papá a saludarlo. Se sorprendían que con apenas una semana de operado y con un cáncer encima mi papá estuviera allí. Él como podía saludaba, pero se apresuraba como quien pasa entre la gente para llegar a su destino y acercarse a la sala donde estaba el cuerpo de su amigo. Yo me tardé un poco más. Mi papá llegó antes que yo y se quedó junto al cuerpo muerto del señor Amaro. Al entrar en la sala una sensación de que algo estaba mal, un sentimiento que he tenido muchas veces, me inquietó el corazón. Contemplaba aquel extraño espectáculo de dolor, de misericordia, de fidelidad, de paz, de tristeza, de confusión. Al lado de la urna del amigo de mi papá había otra más pequeña. Era el nieto del Señor Amaro. Murió el mismo día y a la misma hora que su abuelo. El abuelo en una clínica en Valencia después de haberle operado de un cáncer en el colon. Su nieto, quien sufría de Síndrome de Down, murió en Tinaquillo en el hospital después de una pequeña complicación en su frágil salud. El abuelo fue el mejor amigo del niño, siempre veló por su bien. Extraña coincidencia aquella. Abuelo, nieto y amigo estaban unidos por una afinidad difícil de explicar. El llanto del amigo por su amigo y mi llanto por el llanto de mi papá y por la impresión de encontrarme con aquel ataúd tan pequeño. Es dura la muerte del amigo, sobre todo cuando ese amigo hacía apenas una semana lo había visitado en la clínica y le dijo que se hallaba como un toro, que le quedaba mucho que vivir, pero es más confusa, extraña y dolorosa la muerte de un niño. Aquella escena era para mí una de las escenas de amor más conmovedoras que me haya tocado vivir. Aquella eucaristía fue una de las que más me ha costado celebrar. El llanto ahogaba mi garganta y por momentos la voz no me salía. Sentía tristeza, pero a la vez me conmovía ser parte de una escena de amor tan particular. Había algo que nos traspasaba1 a todos. La enfermedad y la muerte resultan dolorosos, inexplicables, no justificables y, sin embargo, las experiencias de vida auténtica las he hecho en situaciones donde la muerte y la enfermedad están presentes. El título de este primer apartado no es una protesta ante la incomprensión de la enfermedad, se trata más bien de una expresión de sorpresa por haber encontrado la vida donde la muerte es la protagonista. Sin darnos cuenta desgastemos la vida destruyendo todos los días nuestra 1 Traspasar tiene en el español un doble sentido muy interesante. Por un lado significa algo que está más allá de nosotros y por lo tanto resulta inalcanzable y por otro lado significa algo que no está fuera de nosotros, que atraviesa nuestra piel y penetra en nuestro interior. vida: el cigarro, el sexo sin amor, el alcohol, la droga, la obsesión por el dinero y por el poder. Me sorprende que pocas escenas de amor estén presentes en nuestro día a día, que vivamos y aclamemos la muerte en la cotidianidad de nuestros días y que sea, precisamente, en estos escenarios de muerte donde la vida y el amor sean tan densos que hasta podemos tocarlo. Algo está mal sin que nada esté mal. Somos nosotros quienes hemos elegido vivir así y nos gusta este modo de vivir. “Hay que reconocer que los objetos productos de la técnica no son neutros, porque crea un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en la línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar”2. Hemos pasado de tener cosas útiles que resuelven necesidades a tener por sólo el placer de poseer, disponible para pocos, pero una verdadera ilusión para muchos. Se trata de “gozar de la posibilidad del goce. Una potencia virtual que se goza en sí misma”3. Nuestro hoy parece una reacción a un pasado que nos ha causado disgustos. Es extraño que la época moderna, caracterizada por el rigor, el racionalismo, el altruismo y el socialismo haya fracasado tan estrepitosamente. Justamente cuando la humanidad parecía encaminada a hacerse cargo de sí misma en justicia y con justicia estallan sendas guerras mundiales. ¿Qué sucedió? Todo parecía bien en la nueva sociedad secularizada, en la que ni la Iglesia, ni la doctrina, ni la fe formaban parte de las reglas de juego. No hemos caído en cuenta que vivimos en una época reaccionaria: “propio porque el mundo moderno está uniformado de la racionalización, se llegó contemporáneamente como compensación a la cultura a la multiplicidad, de lo variopinto se alcanzó lo individual. Propio porqué en el mundo moderno surgen las universalizaciones y las nivelaciones, se llegó en la contemporaneidad a la coyuntura de la singularidad, particularidad y compensación”4. La ausencia de Dios sigue presente en nuestra contemporaneidad. Es curioso que habiendo desterrado a Dios del ámbito político, social, intelectual, sigamos echándole la culpa de todos los males. Uno de los autores recientes más ácidos al respecto ha sido Richard Dawkins, biólogo evolutivo quien menciona a Dios como una ilusión, pero es a la vez la causa de todos nuestros problemas. Otro personaje famoso entre nosotros que vive diciendo que Dios no existe, pero vive escribiendo sobre el filósofo español Fernando Savater. Citando a Agnes Heller, al hablar de la fundamentación de la ética, terminan reconociendo la eternidad, pero sin reconocerla: “cada vez que decidimos padecer un acto indebido en lugar de cometerlo, actuamos como si fuésemos inmortales, aunque sabemos que no lo somos. Uno no necesita creer en la inmortalidad del alma o en la resurrección para sentirse familiarizado con esta actitud”5. Sabemos que vivimos mal, experimentamos que somos cada vez más infelices, lo cual no significa que no vivamos más cómodamente, el conocimiento nos está consumiendo en un juego de mercado que deja por fuera de toda esperanza de vida a muchos seres humanos y de todo esto le echamos la culpa a Dios, siendo que nunca hacemos el esfuerzo de escucharlo. En una sociedad así es fácil 2 Laudato Si, 107 P. SEQUERI, Contro gli idoli postmoderni, 39. 4 O. MAQUARD, “Il senso delle parole: il postmoderno come parte del moderno”, en Filosofica 18 (1994), 14-15 5 A. HELLER, General Ethics, Oxford, 1988, 177 en F. SAVATER, La vida eterna, 121. 3 combinar ecología con aborto, defensa a los animales con descuido por el hambre de la humanidad y cualquier otra combinación posible. El papa Francisco considera todo esto una hipocresía, ya que “dado que todo está relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades”6. “Cuando es la cultura que se corrompe ya no se reconoce alguna verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, (por lo cual) las leyes se entenderán como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar”7. Termino este apartado con el título de él: “Algo está mal, pero queremos que siga mal”. Hemos pasado de la estética a la cosmética. La estética contempla la belleza en lo que aparece, mientras que la cosmética quiere imponer un canon de belleza, simplemente adorna aquello que está, ocultando aquello que es para que no pueda volver a aparecer. 2. Dignidad de la vida desde el nacimiento hasta la muerte No me gusta la palabra dignidad. Cuando la mencionamos nos ocupamos de argumentos a favor de lo que llamamos digno. Los conceptos no son rectores en la vida, es más bien la vida la que nos proporciona conceptos cuando queremos entenderla. Además, el concepto dignidad será positivo o negativo dependiendo como sea leído. Si el punto de partida es ontológico y dignidad es sinónimo de vida bilógica, es claro que acciones como el aborto, el asesinato, la eutanasia, son de por sí indignos. Si el punto de partida es hermenéutico y la dignidad es una acción puesta por el sujeto, el aborto podría ser leído como algo digno y respetuoso para la vida. Ya de por sí la palabra dignidad corre el riesgo de moverse en un terreno movedizo. Defendiendo la fftvcftvfff de la vida desde su concepción hasta la muerte, puede ser que estemos apoyando iniciativas abortivas, dependiendo de lo que se entienda por dignidad. Si dignidad es la posibilidad de una familia, de unos estudios, de ser un sujeto de decisión, autónomo y libre, creo que más de la mitad de la humanidad no es digna. Este es el motivo por el que prefiero no hacer uso de la palabra y hacer referencia a la biografía. La vida es algo extraño, por un lado es frágil, vivimos hoy y no sabemos si viviremos mañana y por otro lado es extremadamente fuerte. Cuántos niños no son encontrados abandonados o viven en auténticos basureros al contacto con ratas y bacterias en condiciones que llamamos hoy antihigiénicas y gozan de una mejor salud que muchos niños con pediatría, con alimentación balanceada, en total asepsia, pero son enfermizos y frágiles. Es extraño el fenómeno, pero se ve. La vida es muy frágil, pero a la vez es muy fuerte. Escuchar nuestro nombre, ver el llanto, ver las sonrisas y reír, decir la palabra papá o mamá, tener un amigo, un olor característico, algún ruido, un sabor… todo eso forma parte de la biografía y todo eso hace que la vida de cada uno valga la pena vivirla. San Agustín, un gran santo, escribió un libro llamado las confesiones. Su primera teología, sus primeros conceptos fueron relatos de su 6 7 Laudato Si 120 Ibid, 123 vida. Fue allí donde se forjó su doctrina trinitaria, su doctrina cristiana, su ciudad de Dios, su comentario a los salmos. Es en la vida de todos los días donde la dignidad está, en lo más sencillo: la melodía de una música, el llanto de un bebé, en el olor a café de la mañana, en la voz de la esposa o del esposo, en el canto del gallo… La dignidad otorgada por Jesús tampoco fue teórica, estuvo llena de gestos, de palabras, de paseos, de miradas, de oración, de encuentros… En el mundo de hoy lo teórico no funciona, tan sólo sirve para probar que eres muy inteligente, que eres capaz de relacionar conceptos y reflexiones abstractas, pero en verdad no cambian nada. Es por eso que no quiero proponer teoría y mi primer cuestionamiento fue precisamente a la teoría. En la teoría, la biblia no va contra el aborto, tampoco está a favor, simplemente no habla de ello. Es un tema de nuestro tiempo. Buscar en la Biblia relatos a favor o en contra es sacar a la Palabra de aquello que ella misma nos dice. La palabra está a favor de la vida desde siempre porque allí está Dios. Ya adulto, Isaías experimentó tan fuerte al Señor que no pudo más que reconocer que estuvo presente durante toda su vida: “El Señor me ha llamado del Seno materno, cuando todavía estaba en el vientre de mi madre ha pronunciado mi nombre” (Is 49,1). La misma experiencia la tiene el profeta Jeremías: “Antes que te formaras dentro del vientre de tu madre, te conocía, antes que salieras a la luz, te consagré; te establecí como profeta de las naciones” (Jer 1,5). Ambos profetas han experimentado de tal modo el llamado de Dios, que no conciben a su vocación como un accidente de su vida o un acaso de un instante, fue desde siempre un don de Dios. La vida es don y ella no es distinta al llamado que Dios nos ha hecho y eso lo entendieron y escribieron estos profetas. El mismo Pablo, aquel que perseguía a los cristianos y los encerraba, tiene que reconocer que la vida es llamado de Dios, vocación, don y por ende acontecimiento de vida: “Pero cuando Dios, quien me eligió desde el seno de mi madre y me llamó con su gracia, se complugo revelar en mí a su Hijo para que lo anunciara en medio de las gentes…” (Gal 1,15s). El seguimiento de Jesús, el valor de la vida de los demás, la compasión, la misericordia, el evangelio, se va tejiendo en la vida de Pablo, pero no como un añadido, sino como lo esencial, aquello que ya aconteció antes de su nacimiento. La muerte no es propia de Dios. Quien mata quiere borrar biografías porque no quiere recordar la suya. Abortar es olvidar el día que me acosté con alguien, negar que soy capaz de engendrar vida, negar la vocación, aquello que Pablo, Jeremías e Isaías cuentan que ya aconteció en el seno materno. Quien niega su biografía niega otras posibles biografías, se hace todavía la ilusión que puede adueñarse de la vida, la suya y la de los demás. No se trata entonces de dignidad o no, sino de vivir la vida o dejar de vivirla. A quien no permite que una vida venga al mundo, no lo juzguen según una moral, entérense más bien de su biografía, quizás hallarán una vida que no vale la pena vivir y que cree hacer misericordia cuando no permite que otros vengan al mundo. 3. Dios quiere la vida Hay un texto sumamente interesante que me gustaría compartir con ustedes, Gn 16,1-15. El texto está lleno de detalles interesantes, aunque es posible que nos resultae chocante. ¿Cómo es posible que Sarai no sólo permita, sino que sea ella la que pida que Abram tenga relaciones con una esclava egipcia? Resulta muy interesante el modo como Dios trata la egipcia. El hecho que Abram, padre del pueblo elegido, esté ya conectado con una egipcia, siendo que el pueblo de Israel en un futuro será esclavo del pueblo egipcio, no resulta menos llamativo. El texto nos puede resultar inadmisible por su trasfondo de infidelidad. Moralmente lo que hicieron Sarai y Abram nos parece incorrecto. La esclava es entregada cual especie de vientre en alquiler. Hoy día ni la mujer comparte a su marido, ni el marido comparte a su mujer. Hay una pertenencia mutua y un celo. Podemos tener nuestro jujú a escondidas, pero es inadmisible aceptarlo y menos aún promoverlo. El texto, sin embargo, no puede ser visto con nuestros ojos. La fidelidad es sinónimo de fertilidad. Sarai se casó con Abram para darle hijos, motivo por el cual da a su esclava a su marido. La figura de la esclava es más difícil de interpretar. Ella queda en cinta y se dice que desde entonces comenzó a despreciar a su señora. A su vez Sarai la maltrató al punto que tuvo que huir. Una egipciana en cinta de Abram fue esclava maltratada, antes que el pueblo de Isarael fuera esclavo y maltratado por los egipcios. En peligro está la vida del primogénito de Agar, así como en peligro estuvieron los primogénitos varones de los hebreos en Egipto. Moisés, de hecho, fue rescatado de la muerte cuando lo encontró la hija del Faraón quien se lo quedó. En este caso Sarai debería cuidar y hacer al niño suyo aunque fuera Agar la que lo amamantara. La muerte estaba rondando, Sarai ya no quería la esclava y de ese modo tampoco quería la vida del niño. Abram no defiende a Agar, al contrario, la pone en manos de su esposa. Quien rescata a Agar es el Señor de Israel, a quien ella llama de un modo interesante “Dios de la visión”, porque había visto a aquel que la veía. El Señor se preocupa de su vida y de la del niño. Dios no se desentiende de la vida del niño. El texto del génesis dará a entender a Sarai que la fecundidad o infertilidad, que la vida o la muerte, no la decide ella, es designio de Dios (Cf. Gen 17, 15-22). Por su parte Abram reconoce su paternidad dándole el nombre Ismael al niño. El vientre se Sara se abrió y tuvo un hijo (Gen 21, 1-7). Cuando nació su Hijo Sara no quiso que Isaac se juntara con Ismael, por lo que pidió que Abraham despidiera a su esclava y a su hijo. Este relato resulta también interesante, pues Abraham no estaba de acuerdo con su mujer y se negaba a despedir a Agar, pero es el mismo Dios quien le pide al padre de la fe que escuche la voz de su mujer en todo lo que ella le dice. En el texto pareciera que Dios fuera injusto, pero nada más justo que lo que él hace. En la acción permitida por Dios, Ismael deja de ser el hijo de la esclava y por tanto pueblo esclavo de Isaac. Lo que Dios realmente hizo fue darle la libertad a Agar y a su Hijo. Isamel será una gran nación (Gen 17,13). Abraham despide al hijo, le dio para sobrevivir parte del trayecto, pero Agar, perdida en el desierto, se queda sin agua y sin comida. El desierto sin el agua y el alimento es sinónimo de muerte. En esta circunstancia Agar se distancia del hijo, pues no quiere ver su muerte. Agar clama y llora. El texto nos dice que Dios escuchó la voz de su hijo. Así como Dios escuchó el clamor de Egipto también escuchó al del hijo de una egipcia. Dios dio la libertad a la egipcia y a su hijo y salvó su vida en medio del desierto. El paralelo con la historia del pueblo de Isarael en el desierto llama mucho la atención. El niño creció se hizo arquero y Agar le buscó una mujer egipcia. Como vemos, según la escritura, Dios cuida de la vida, pero no sólo de la vida del pueblo de Israel, sino de la vida de todos. 4. Cargar con la camilla Pero Dios cuida de la vida, no solo porque permite nuestro nacimiento, sino porque nos cuida la vida. Así nos lo mostró su hijo. Muchas de las escenas de la vida de Jesús transcurren entre enfermos y endemoniados. Este dato reclama nuestra atención y más cuando Jesús, al parecer, fue un hombre muy saludable. De hecho, ningún pasaje de los evangelios canónicos, ni de los apócrifos, así como ninguna tradición, dice que Jesús estuviera alguna vez enfermo. Partiendo de este dato me pregunto ¿para qué la salud? O mejor ¿qué es la salud? El hecho que los valores sanguíneos, los órganos, la motricidad, y la fuerza estén bien, no es sinónimo de salud, es sinónimo de que algunos indicadores de nuestra vida están bien. La palabra salud y salvación, ambos provienen del griego soteria, podríamos decir que son sinónimos. Sin embargo hemos reducido la salud al ámbito de algunos indicadores de la medicina. Esta reducción no es ingenua, pues detrás de ella hay una visión de lo humano y del tipo de sociedad que queremos. Lo humano ideal tiene que ver con la potencia, con la posibilidad de ir adonde quiero y cuando quiero, de no depender de nadie, de hacer lo que yo quiero, de tener la posibilidad de proyectarme sin depender de los demás. A mayor salud, mayor autonomía y mayor capacidad de decisión. Somos más saludables cuando no dependemos de los otros en la gestión de nuestra vida. Lo contrario, es decir, la dependencia, causa lástima, más no compasión. La compasión es un don de Dios. A pesar que el ideal sea vivir desde uno mismo, para uno mismo, existe en nuestra constitución una especie de afinidad que no nos permite desentendernos tan fácilmente de quienes sufren. El dolor ajeno nos mueve a la lástima, nos resulta incomprensible y, muchas veces, se nos hace insoportable. La eutanasia es una palabra que dice muy bien nuestra sociedad: cuando las fuerzas físicas se agotan y dependemos de otro la vida ya no tiene sentido y es preferible morir a seguir viviendo. Jesús realizó muchas curaciones a lo largo de su vida. Cuando llegó a Genesaret lo reconocieron y comenzaron a “traer los enfermos en camillas adonde oían que él estaba. Y dondequiera que entraba, en pueblos, ciudades y aldeas, colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que tocara al menos la orla de su manto; y cuantos le tocaron quedaron salvados” (Mc 6,53-55). Es significativo que la gran mayoría de los enfermos que curó Jesús permanecen anónimos. Nunca se nos dicen sus nombres y de algunos sabemos apenas algunas referencias, como la suegra de Pedro, la hija de Jairo o el siervo del centurión. Al parecer lo menos importante es el nombre del enfermo, sí el hecho de encontrarse con Jesús, de saber que apenas el contacto con él salva, es decir, le devuelve la vida y le restituye la salud. Quisiera acercarme a un pasaje del Evangelio que describe los distintos aspectos que hasta ahora hemos tratado. El fragmento de Mc 2,1-12 nos presenta un paralítico llevado entre cuatro. Se trata de alguien que depende de los demás. Lo único que querían quienes lo llevaban, era presentárselo a Jesús. Viendo Jesús la fe de quienes lo traían, pues no desistieron hasta no colocarlo al frente, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados están perdonados” (Mc 2,5). Jesús ve la fe y no le queda otra cosa que pronunciar una palabra que sana. Quienes le escuchaban entendían bien lo que había hecho Jesús: “¿Quién puede perdonar los pecados, sino Dios solo?” (Mc 2,7). Perdonar significaba restablecer totalmente a la persona. Jesús se había atrevido a hacer algo que a nadie estaba permitido, pues solo Dios nos puede recrear. Podemos curar, ayudar, cargar con el paralítico, pero no podemos hacer de él alguien digno de Dios, eso sólo le corresponde a Dios solo. Quienes no creen en Jesús, no aceptan lo dicho por él y aquí entra en juego el corazón. Por dos veces se menciona al corazón como espacio donde se alberga la duda respecto a la palabra de Jesús: “¿Por qué piensan así en sus corazones?” (Mc 2,8). ¿Acaso alguien perdonado podía seguir postrado? Si sus pecados están perdonados, y su vida forma parte ya de la esfera de Dios, ¿por qué sigue paralítico? Pero el Hijo del hombre porque tiene poder para perdonar los pecados, tiene también poder para levantar al paralítico. “Toma tu camilla y vete a tu casa” (Mc 2,11) es lo que le ordena Jesús. ¿Para qué cargar con su camilla si ya no la necesita? Para esto no tenemos respuesta cierta. Tantos enfermos han recuperado la salud y han olvidado su camilla. La salud no está en el vigor recuperado, sino en saber que alguien lo levantó de la camilla. La camilla es su historia de enfermedad, pero también su nueva historia de sanación. La camilla le recuerda que el vigor provino de las palabras de Jesús y de la fe de los cuatro que lo llevaron. ¿Cuántos olvidan su camilla y después que se han curado, abandonan a su mujer y a sus hijos, olvidan aquellos que cargaban con él y viven una vida peor a aquella que tenían, dejando muertos y paralíticos a su alrededor? ¡Qué grande es cargar con la camilla: con el amor de la esposa, con la preocupación de la madre, con las oraciones hechas, con la solidaridad de los amigos…! Si nuestro corazón duda, como dudaron los corazones de los escribas que allí estaban, seremos incapaces de ver lo que Dios hace con nosotros. 5. Apenado por la dureza de su corazón (Mc 3,5) Les invito a leer el texto de Mc 3,1-6. Cuando Jesús entró por segunda vez en una Sinagoga algunos se pusieron a observarlo. El sábado es el día del Señor, es el día para contemplar la bondad de lo creado, la grandeza de su creador, el trabajo realizado, el acontecimiento y la espontaneidad de la vida. Algunos sábados Jesús curaba. Qué alegría debe experimentarse ver alguien enfermo sano. Algunos no se alegraban del enfermo sanado, les molestaba que alguien fuera curado en sábado y así como la acción de Jesús transmite vida, la asechanza de los fariseos busca la muerte. Que interesante que se busque matar a quien da vida. Este dato nos informa que la vida no es el centro de sus biografías. Al centro se halla una coacción: la del sábado. El sábado fue hecho para contemplar la vida y no para pensar en la muerte. Jesús se salta la ley por curar y no se dan cuenta que ellos son quienes se la saltan a maquinar la muerte de quien da vida. La pregunta que está al centro del relato pone al descubierto los corazones de quienes están presentes: “¿Es lícito hacer el bien o hacer el mal el día sábado, salvar una vida o asesinar?” (Mc 3,4). El lícito, es decir, es según la ley. Mientras que para los fariseos, según la ley, es lícita la muerte: “Los fariseos salieron y tuvieron consejo con los herodianos en su contra (de Jesús) para quitarle la vida” (Mc 3,6), para Jesús es la vida: “Jesús dijo al hombre: extiende el brazo. Él la extendió y su brazo quedó curado”. (Mc 3,5). Esta opción por la muerte la llama el evangelista Marcos dureza de corazón. Es todo lo contrario de un corazón sabio e inteligente. Todos habían visto el hombre con el brazo paralizado, nadie se compadecía de él, nadie se alegra por su sanación, lo único que interesa es que el sano se curó en sábado. La dureza es esa incapacidad de celebrar la vida y alegrarse de la salud de quien comparte mi propio espacio. El corazón sabio es aquel que se fija, que se acerca y sana, ese es el modo del corazón de Jesús, que contrasta totalmente en este pasaje con el corazón de los asistentes a la sinagoga. Un corazón sabio e inteligente es un corazón abierto a Dios y a todo lo que es de Dios. Un corazón insensato y obstinado, culpa a Dios de todos los males aun a pesar de haberle desterrado de sus vidas, termina matando, negando biografías porque no está conforme con su propia vida. Pidamos a Dios un corazón sabio e inteligente semejante al del corazón de Jesús para ser promotores de vida y no de muerte. "Jesús manso y humilde de corazón haz nuestro corazón semejante al tuyo". Gracias por su atención.