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La música. DE PITÁGORAS A LAS REDES DE NEURONAS Enrique Soto Eguibar* Alex todo ha cambiado mucho Ya no está de moda colchoquear Oh hermanito se acabaron los delitos Nadie compra discos de Ludwig van La naranja no es mecánica Los Nikis, 1985 La música pura es el número hecho audible San Agustín R ecuerdo estar en el Arsenal de Venecia escuchando una obra de percusiones de Iannis Xenakis, unos momentos después degustando un platillo, luego música de Brian Eno, otro platillo, Stockhausen, un brindis, etcétera. En suma, seis horas de comer, beber y escuchar música recostado en una poltrona que para fines prácticos constituyó una forma moderna }aceptable para la Bienal de Música de Venecia (2006)} de una bacanal. El tema que convocó dicha bienal fue el de La música y el pensamiento, y es el asunto que abordaré desde la perspectiva de las neurociencias. Instituto de Fisiología de la Universidad Autónoma de Puebla. La música es cara a la ciencia, ya que el descubrimiento por Pitágoras de las bases aritméticas de los intervalos musicales no fue sólo el inicio de la teoría musical, sino el inicio de la ciencia como tal. Por primera vez el hombre descubrió que verdades universales pueden ser explicadas a través de la investigación sistemática y el uso de símbolos matemáticos. Como ha dicho Iannis Xenakis: en cierta forma “todos somos pitagóricos” (James, 1993). ORIGEN DE LA MÚSICA ¿Por qué es la música una forma de expresión en aparentemente todas las culturas?, ¿cómo es que se ha originado?, ¿a qué se debe su notable capacidad para evocar sentimientos y emociones en el hombre? Éstas son algunas de las preguntas que se han mantenido sin respuesta durante años y que la investigación en neurociencias ha abordado recientemente. Se ha especulado que en sus orígenes la música tiene que ver con el cortejo, o que sirvió para promover lazos de orden social en las sociedades primitivas. Hay autores que piensan que es simplemente un subproducto evoluMETAPOLÍTICA núm. 57 | enero-febrero 2008 35 SOCIEDAD ABIERTA l ENRIQUE SOTO EGUIBAR tivo del desarrollo del lenguaje (Weinberger, 2004). La música no tiene sentido simbólico como el lenguaje; se trata de una forma de comunicación preconceptual y enraizada en la expresión emocional. En inglés existe el término motherese para indicar los cantos y sonidos que, teniendo a su hijo en el regazo, una madre emite para arrullar al bebé. Este comportamiento podría apuntar al origen de la cognición musical en el hombre como un elemento innato, muy probablemente relacionado con el lenguaje, pero enraizado más profundamente en nuestro cerebro, relacionado no con el contenido simbólico sino con la forma de los sonidos y las relaciones temporales y tonales que existen entre ellos. La pregunta esencial es cómo es que un conjunto de sonidos deviene en nuestra mente en algo musical, o es simplemente un ruido o una conversación. ¿Qué es lo que sucede en el cerebro que determina esta forma peculiar de la cognición que llamamos musical? Los sonidos no son en sí mismos musicales, lo son cuando resuenan en un cerebro. No es que existan consonancias per se de las notas musicales; la percepción consonante-disonante refleja la forma como los humanos percibimos y procesamos el sonido en nuestra corteza cerebral. En los animales se pueden identificar conductas que se relacionan con la percepción musical }particularmente en las aves, pero también en anfibios como las ranas } o al menos que a nosotros nos parecen musicales. ¿Qué percepción tendrá un canario en celo cuando escucha el canto de los machos? Es imposible imaginarlo, pero parece legítimo pensar que el comportamiento de las aves canoras ante secuencias complejas de sonidos emitidos por sus congéneres está en la base de la evolución de lo que en el hombre constituye lo musical. MÚSICA Y CEREBRO La evidencia neurofisiológica indica que las áreas cerebrales involucradas en la música no son las mismas que las relacionadas con la producción del lenguaje. Se sabe, por ejemplo, de lesiones cerebrales que producen afasias profundas sin alterar las habilidades musicales. Tal es el caso bien documentado del compositor ruso Vissarion Shebalin, quien en 1953 sufrió un accidente vascular cerebral que le impedía completamente comprender el lenguaje hablado, aunque retuvo intactas sus capacidades para escribir música hasta su muerte (Sacks, 2007). METAPOLÍTICA núm. 57 | enero-febrero 2008 36 Dependiendo de que el sujeto escuche música o esté ejecutando una obra musical, se activarán diferentes regiones del cerebro. Al escuchar la música, se activarán exclusivamente áreas sensoriales; en cambio, si el individuo es además capaz de ejecutar la obra, o de hecho la está ejecutando, se activarán también regiones motoras del cerebro. Las áreas de la corteza relacionadas con la audición se localizan predominantemente en las regiones temporales del cerebro. Al igual que en otras modalidades sensoriales, existen niveles primarios y secundarios de análisis de la información auditiva. El tono, el ritmo, la melodía, la armonía, la identificación de instrumentos por su timbre, etcétera, se realizan en diferentes regiones de la corteza cerebral (Soto, 2001; Peretz y Coltheart, 2003). Inicialmente la información auditiva se disgrega en sus componentes y diversas redes neuronales extraen características del sonido; en los niveles superiores toda esta información se integra finalmente produciendo la percepción musical. En los individuos que ejecutan una obra, las áreas de la corteza parietal relacionadas con el control motor tienen un papel predominante ya que contribuirán al control del movimiento de las manos o la cara para tocar un instrumento. En los individuos con educación musical, la percepción de la música implicará necesariamente la coactivación de las áreas motoras y de planificación del movimiento aunque el sujeto no esté tocando ningún instrumento. En este caso, la percepción implica una forma de identificación empática probablemente mediada por el sistema de neuronas en espejo (Soto y Vega, 2007). Se ha demostrado usando resonancia magnética funcional (fMRI) que si, por ejemplo, un trompetista escucha un sonido musical, reacciona como cualquier otra persona, pero si se trata del sonido de una trompeta, su cerebro activa regiones completamente diferentes que incluyen áreas motoras y orbitofrontales relacionadas con la planificación del movimiento. En este caso el sonido aparece para el músico inmediatamente codificado como un conjunto determinado de hipótesis de acción (Rizolatti y Sinigaglia, 2006). Estudios con fMRI en sujetos sin conocimientos musicales, demuestran que al escuchar música, por ejemplo la Sinfonía del nuevo mundo de Dvorák, se activa la parte del hemisferio derecho correspondiente a la percepción sonora, la misma que se activaría con cualquier otro sonido. Pero en sujetos con entrenamiento musical (un violinista por ejemplo) se activan diversas regiones corticales inclu- DE PITÁGORAS A LAS REDES DE NEURONAS l SOCIEDAD ABIERTA yendo áreas relacionadas con la espectancia, áreas premotoras y motoras que programan el movimiento para ejecutar la pieza y otras áreas más asociadas con la expresión emocional y la memoria. Se ha demostrado que algunas áreas auditivas (circunvolución de Heschl), así como el cuerpo calloso que comunica ambos hemisferios cerebrales, tienen un desarrollo claramente superior en los individuos con educación musical temprana. Un caso especial es el de los compositores. Ellos imaginan una composición que deberá ser traducida a patrones escritos y a su ejecución, muy probablemente en el piano. Un caso que ilustra estos procesos es el de Ravel, que en la etapa final de su vida, luego de un proceso probablemente de tipo neurodegenerativo, quedó incapacitado para escribir música. Así, en 1933 declaraba a un amigo: “Nunca escribiré mi Juana de Arco; esa ópera está aquí, en mi cabeza, la escucho, pero nunca la escribiré. Se acabó: ya no puedo escribir mi música” (Sergeant, 1999). El caso de Ravel da una luz en el sentido de que no sólo el análisis, sino todo el pensamiento musical se realiza de forma modular, lo que explica que existan sujetos incapaces de imaginar siquiera unos cuantos acordes de una melodía, en tanto otros son capaces de reproducir mentalmente una sinfonía completa de forma tan vívida que no pueden diferenciar si la escuchan o la imaginan, sin que ello implique diferencias en el goce estético entre ambos. De hecho, la capacidad de disfrutar intensamente de una cierta melodía es independiente de la educación musical del sujeto y de su capacidad para reproducir mentalmente o ejecutar obras musicales. Cierto que en los sujetos “educados” musicalmente la parte analítica y racional producirá además un goce intelectual estético más complejo, que se añade o se monta sobre el componente emocional. Tan es así que en sujetos con lesiones bilaterales de los lóbulos temporales puede perderse completamente el reconocimiento musical, sin que por ello se afecte la expresión emocional relacionada con la música (Weinberger, 2004). Pero ésta es sólo una cara de la moneda; la otra, quizá más sutil y compleja, tiene que ver con el proceso de creación artística. ¿Qué sucede en la mente del autor cuando encuentra el hilo de una nueva melodía, el ritmo de una obra, su estructura? Existe un gran vacío de conocimiento en este campo. Sin embargo, algunos datos pudieran ayudar a guiar la reflexión al respecto. Por ejemplo, el hecho de que el proceso de creación es de tipo autopoiético, que se inicia por una pequeña perturbación del flujo del pensamiento, y culmina en un acto conductual que consume el total de las energías física y mental del individuo (Soto, 2007). Pero, ¿qué sucede finalmente en el cerebro durante el acto de creación artística? Empezando por el final, es claro que en la culminación del acto creativo participa el total del sistema nervioso, y particularmente el neocortex. Un nivel básico, tónico, de actividad en sistemas que mantienen el estado de ánimo del individuo, asociado con la activación de circuitos relacionados con el reforzamiento y el placer, es un requisito para generar el impulso que lleva a la creatividad. Luego es la interacción de estas áreas con la corteza frontal, en un diálogo sostenido, lo que probablemente mantiene el impulso creativo. LA MÚSICA Y EL MUNDO MODERNO Es necesario anotar que hemos hablado de la música idealizando una situación en la que un individuo escucha con atención e interés. En el mundo moderno la música es una de las artes que podrían convertirse en una forma de contaminación ambiental y en un elemento molesto del ambiente citadino. Particularmente en México (donde se carece de legislación o, si existe, se le ignora) la presencia continua de música estridente se convierte en una amenaza que invade todos los espacios. Dice Pascal Quignard (1994): Amplificada de manera infinita por la invención de la electricidad y la multiplicación de su tecnología se tornó incesante, agresiva de noche y de día, en las calles comerciales de las ciudades, en las galerías, en los pasajes, en las grandes tiendas, en las librerías, en las piscinas, en las playas, en los taxis, en los aeropuertos. Incluso en los campos de la muerte. Según George Orwell, el objetivo de esta música ligera y continua es el de impedir el pensar. La música adquiere así un carácter doble: una, la música que escogemos escuchar con atención y que nos deleita, induciendo estados mentales complejos, o invitando al baile y la fiesta }la que invita a las musas a acercarse a nosotros; otra, la música altisonante que nos es impuesta muy a nuestro pesar y que bloquea la interacción social, un mero zumbido ambiental contaminante contrario a cualquier forma de expresión artística. METAPOLÍTICA núm. 57 | enero-febrero 2008 37 SOCIEDAD ABIERTA l ENRIQUE SOTO EGUIBAR Imagino que existirán lectores que no hayan tenido la oportunidad de gozar del canto de un enorme conjunto de ranas }cada vez menos abundantes} en un bosque húmedo, o de permanecer en silencio buscando percibir el canto de las aves. En el mundo moderno estamos cada vez más lejos de estos acontecimientos de la naturaleza que seguramente han contribuido a moldear nuestra cultura y nuestros gustos musicales. Hoy habremos de aprender a gozar del canto de los teléfonos celulares, de los clicks del ratón y del sonido de cientos de miles de automóviles. De hecho, uno de los muchos aportes de la música contemporánea es el haber llamado la atención sobre la musicalidad de ciertos sonidos cotidianos. Tal es el caso de las máquinas de escribir en las Gymnopedias de Satie (habrá lectores jóvenes que nunca hayan usado una máquina de escribir y desconozcan su sonido), o el de los helicópteros o chirridos de columpios en la obra de Stockhausen (El cuarteto de los helicópteros o Mikrophonia-1), o el sonido de los silbatos de los trenes en Trenes diferentes de Steve Reich, o el sonido de ambulancias en la obra de Varèse. Esta posibilidad de percibir como musicales sonidos que tradicionalmente no lo son, constituye un ejercicio que sin duda contribuye a expandir la experiencia artística y nos reconcilia con nuestro mundo citadino. COLOFÓN La música, una de las grandes artes, que ha jugado un papel tan fundamental en el desarrollo cultural del hombre en todos los ámbitos y rincones del mundo, la música que permitirá al dios de los católicos anunciar el fin del mundo, es hoy objeto de estudio científico, y al igual que ha sucedido con la cognición visual y las artes plásticas (Zeki, 1999), los estudios neurocientíficos han permitido desentrañar algunos de sus secretos y sientan las bases para una comprensión más profunda de la cognición humana. El conocimiento sobre la fisiología del sistema nervioso es aún fragmentario; insuficiente para dar cuenta de los procesos psíquicos complejos; sin embargo, no cabe duda de que todos los procesos mentales, al igual que nuestras percepciones }incluyendo las artísticas} se relacionan con una cierta dinámica de actividad cerebral. En lo que se refiere al placer estético, se ha propuesto que se produce un “diálogo” neuronal estructurado entre las regiones relacionadas con el pensamiento racional, como lo son las regiones frontales del cerebro, y aquellas que se relacionan con la expresión de conductas emocionales, como el sistema límbico (Changeux, 1997). La experiencia estética singular que nos invade cuando percibimos una obra de arte tiene componentes emocionales e intelectuales muy intensos, que dominarán según el individuo en particular. Ante la abstracción del compositor no podemos menos que contraponer a Alex, personaje de La naranja mecánica, a quien la música, particularmente la quinta sinfonía de Beethoven, le producía un estado mental que de forma incontrolable le inducía a la transgresión y a la violencia, y que luego del tratamiento quedó incapacitado para la violencia, pero sobre todo para gozar de la música. ■ REFERENCIAS Changeaux, J. P. (1997), Razón y Placer, Barcelona, Tusquets. James J. (1993), The Music of the Spheres. Music Science and the Natural Order of the Universe, Nueva York, Grove Press. Peretz, I. y M. Coltheart (2003), “Modularity of Music Processing”, Nature Neuroscience, Vol. 6. Quignard, P. (1994), El odio a la música, París, Hachette. Rizzolatti, G. y C. Sinigaglia (2006), Las Neuronas en espejo: los mecanismos de la empatía emocional, Paidós, Barcelona. Sacks, O. (2007), Musicophilia, Nueva York, Alfred Knopf. METAPOLÍTICA núm. 57 | enero-febrero 2008 38 Sergeant, J. (1999), “La música, el cerebro y Ravel”, Elementos, núm. 35. Soto, E. (2001), “El oído y la música”, Elementos, núm. 44. Soto, E. y R. Vega (2007), “El sistema de neuronas en espejo”, Elementos, núm. 68. Soto, E. (2007), “Arte y cerebro”, Metapolítica, núm. 56. Weinberger, N. M. (2004), “Music and the Brain”, Scientific American, vol. 291, núm. 5. Zeki, S. (2006), Inner Vision. An Exploration of Art and the Brain, Nueva York, Oxford University Press.