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La crisis financiera mundial y el contrato sexual: Hacia un cambio de paradigma M.Sc. María Flórez-Estrada Ponencia ante la 19 Conferencia Anual de la International Association on Feminist Economics 22 al 24 de julio de 2010 Buenos Aires, Argentina 1 Cuando redacté esta ponencia, aparecían las primeras noticias alentadoras sobre lo que sería una recuperación más pronta, de lo inicialmente estimado, de la crisis que llevó a la eliminación de unos 8 millones de empleos solo en Estados Unidos, desde que comenzó, en diciembre de 2007 (Bernanke, 2009: Internet 1).1 Las expectativas catastrofistas sobre el colapso final del capitalismo, tan recurrentes entre algunos detractores del neoliberalismo, parecían esfumarse, una vez más, con la misma levedad con que estallan las cíclicas burbujas en los mercados de valores. ¿Qué está pasando? ¿Es tan robusto, a pesar de sus contradicciones internas, el capitalismo? ¿Qué es lo novedoso en la actual crisis financiera mundial? ¿Qué es exactamente y cómo funciona eso que llamamos capitalismo? Mi propósito, en este ensayo, es aproximar ideas para, por una parte, tratar de responder a estas interrogantes y proponer nuevos enfoques para comprender la realidad actual, y por la otra, hacer una crítica epistemológica a la economía clásica y neo-clásica, así como a las limitaciones del marxismo para analizar los grandes sesgos androcéntricos que no permiten ver el cambio paradigmático que estamos viviendo en el capitalismo contemporáneo. Haré esto a partir de desarrollar cuatro ideas principales: 1. La actual es una crisis financiera producto de una crisis de confianza y no del sector real de la economía, si bien este sector tiene sus propios problemas y crisis cíclicas. 2. La actual crisis se origina en un problema ético de carácter histórico, no resuelto. 3. El dilema de la economía política sexual y de los géneros está en el centro del problema y de la solución. 4. La actual crisis debería marcar un cambio de paradigma, pero no es seguro que esto ocurra tan rápido. 1. Una crisis de confianza real Un conjunto de señales –la disminuida actividad del mercado inmobiliario, la reducción del consumo (ambas indicativas de perspectivas pesimistas sobre la economía), y la amenaza permanente de nuevas alzas en los precios del petróleo-, atizaron, desde comienzos de 2007, las advertencias sobre el inminente estallido de la crisis en Estados Unidos. 1 En julio de 2009, los empleos perdidos alcanzaban los 6 millones y el desempleo en ese país se ubicaba en 9.5%, el más alto desde 1983, según el diario The New York Times. (Goodman, NYT: 08/07/2009). A finales de ese año, la pérdida de empleos se estimaba en 8 millones (La Jornada, 18/11/09). 2 No obstante, cifras oficiales sobre la creación de empleos, dadas a conocer el 7 de julio de ese año por el Bureau of Labor Statistics (Oficina de Estadísticas de Empleo), devolvieron un, de todos modos, incierto optimismo al mundo de los negocios: en el mes de junio, los sectores público y privado contrataron a 132 mil personas, cifra que, si bien era un poco inferior al promedio histórico de los últimos cinco años -148 mil-, superó las predicciones de las autoridades. Como en un paseo en la montaña rusa, el resultado se reflejó en una nueva, aunque no espectacular, bonanza de las bolsas de valores. Sin embargo, la sensación de que el declive vendría en cualquier momento fue cada vez más profunda al aproximarse las elecciones de noviembre de 2008. Una cosa segura, en la economía real estadounidense, era que los factores estructurales que afectan al principal mercado de las exportaciones centroamericanas hacían tic tac y amenazaban con propiciar un aumento de la inflación (incremento sostenido de los precios), debido a que la capacidad productiva de ese país, principalmente su fuerza de trabajo disponible, estaba prácticamente utilizada en su totalidad (pleno empleo), y esto no era suficiente para satisfacer la demanda. Esta fue la clara advertencia que dio Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal (el Banco Central de ese país), al Congreso de EE.UU, cuando compareció ante el Comité de Asuntos Bancarios del Senado, en febrero de ese año, para dar su Informe Semianual de la Política Monetaria, y que opacó la atención sobre otros dos problemas serios e históricos de la economía estadounidense: sus hiperbólicos déficit fiscal y comercial. La crisis en la capacidad productiva, explicó Bernanke, se debe a dos factores: el incremento en la participación laboral de las mujeres habría alcanzado ya su tope, y la generación del llamado baby boom comenzaba a jubilarse sin que se esperara un aumento en las tasas de reposición demográfica, debido a decisiones culturales. (Bernanke, 2007: Internet 2) Así las cosas, era prácticamente un hecho que el ritmo de crecimiento económico de Estados Unidos, por el lado de la economía real, tendería a disminuir, después de varios años de una expansión “sin precedentes” (Bernanke, 2007: Internet 2), que hoy sabemos fue alimentada por una demanda en buena medida artificial, creada por el manejo financiero irresponsable en un marco de aplicación de políticas derivadas de la filosofía neo-liberal o neoclásica. 3 Un aumento de la inflación obligaría a la Reserva Federal a subir las tasas de interés (el precio del dinero), con el fin de restringir el acceso al “dinero barato” -en gran parte ofrecido mediante créditos hipotecarios- lo cual, a su vez, disminuiría la actividad económica. Precisamente para exorcizar el fantasma de la inflación, esta entidad aumentó, en ese momento, las tasas de interés, de 1% al 5,25%, en lo que constituyó el alza número 18 de las tasas en un período de dos años. (AP, 2007: Internet). Bernanke también reconoció la presión inflacionaria que ejercían los altos precios del petróleo, que alcanzaron hitos sin precedentes, pero argumentó que estos son parte de la realidad incontrolable con la que debe lidiar el país de manera contingente, pues lo central del problema son las limitaciones más estructurales, de largo plazo, de la capacidad productiva estadounidense. “La presión hacia el alza de la inflación se podría materializar si la demanda final excediera la capacidad productiva de la economía durante un período prolongado. La tasa de utilización de los recursos es alta, está por encima de su promedio de largo plazo, y puede verse de manera más evidente en lo ajustado que está el mercado laboral”, dijo entonces. Y es que, ya para ese momento, las empresas –en EE.UU y en Costa Rica, por ejemplo- estaban teniendo dificultad para reclutar a trabajadores bien calificados en ciertas ocupaciones, las remuneraciones al trabajo mostraban signos de estar en crecimiento, y si las empresas no absorbían este mayor costo salarial a través de recortar sus ganancias, sino que lo pasaran al público consumidor mediante un incremento en los precios de los productos, entonces el escenario para un atizamiento de la inflación estaría dado. Este era el escenario “real”, en Estados Unidos, sin incluir, todavía, la explosión de la gran “burbuja” especulativa que se inflaba en sus mercados hipotecario y financiero, y que sería lo fino por donde se rompería el hilo y estallaría la crisis. Detengámonos un momento en esta dimensión real. Así como el análisis marxista clásico, del capitalismo, estuvo impregnado de la epistemología estamental premoderna (en nociones como las de “conciencia de clase” o “proletariado”), sin duda tiene aciertos decisivos. Uno de ellos es el haber planteado que las crisis cíclicas del capitalismo son siempre crisis de sobreproducción y, por tanto, de acumulación del capital. “La razón última de todas las crisis reales es siempre la pobreza y la limitación del consumo de las masas frente a la tendencia de la 4 producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas como si no tuviesen más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad”, escribió Marx en El Capital. (Marx, 1977: 220) En el caso de la crisis actual, aparentemente sucedió todo lo contrario en la economía real: se produjo lo que economistas llaman un “sobrecalentamiento”, solo que, esta vez, “sin precedentes”, con el máximo uso de recursos como la fuerza de trabajo y la oferta de combustibles y aun así no se satisfacía la demanda. Sin embargo, esta extraordinaria demanda no se debió a que el desarrollo de las fuerzas productivas por el capitalismo y la capacidad absoluta de consumo de la sociedad por fin se encontraran –con la consiguiente eliminación de la pobreza-, sino a la expansión artificial de la capacidad de consumo, por la economía “virtual”, mediante crédito otorgado irresponsablemente, esta vez a escala global, dado el libre flujo de instrumentos financieros y, por tanto, de capitales, facilitado por las nuevas tecnologías, y que – dada la ética neoliberal- permiten la mundialización de la usura. Al final, el ciclo culminó en una situación peor que la existente en el punto de partida: el “ajuste” -en gran medida demandado por los acreedores de los bonos del Tesoro estadounidense, como la República Popular China, ante la pérdida de valor del dólar- pasó por la eliminación de más de 8 millones de empleos solo en EE.UU, como se dijo al comienzo; la destrucción, como planteara Marx, de “unos burgueses por otros” (piénsese en la impensable bancarrota de Lehman Brothers o en la compra de Chrysler por el gobierno estadounidense, por citar solo pocos ejemplos); y una depreciación de los salarios (por reducción de las horas laboradas), que hoy lleva al premio Nobel de economía, Paul Krugman, a advertir sobre el riesgo de que, si bien la crisis en tanto pérdida de confianza y contracción del consumo ya parece estar tocando fondo, la economía estadounidense podría caer en un largo período de estancamiento. (Krugman, 2009: Internet) Por supuesto que la actual crisis no es idéntica a las pasadas, ni siquiera a la de 1929, que hasta hace poco era considerada como la más seria del capitalismo. Y no es igual por diversas razones. Entre ellas, el hecho de que la producción basada en el petróleo y sus derivados no había tocado su “techo” en aquellos años y, al mismo tiempo, los efectos del uso de la base industrial dependiente del petróleo hoy está perdiendo viabilidad y legitimidad social, debido al sobrecalentamiento del planeta; o porque las mismas nuevas tecnologías que facilitan el flujo de la información y de los malos instrumentos financieros en tiempo real, permiten la existencia de mecanismos para suspender las transacciones en las bolsas y evitar el colapso total, por autoridades económicas mundialmente concertadas; o porque en la coyuntura actual no existe un 5 escenario bipolar que en el imaginario social haga posible o amenace –según quien la mire- con la alternativa de un sistema socialista y que, en consecuencia, la guerra todavía pueda tener legitimidad como medio para superar la crisis, máxime cuando la de EE.UU contra Irak, más bien ha agotado este recurso, etc. Tensionada, pues, la economía, más allá de su máximo, llegó a su fin el delirio de los mercados, no solo “libres”, sino tramposos, en su búsqueda de la ganancia fácil e hiperbólica, a partir del dinero de los demás. Sin embargo, hoy es imprescindible remarcar que la juerga había comenzado mucho antes, y la pérdida de confianza en el intercambio –una base fundamental para que exista el mercado- era creciente desde hacía rato. Recuérdese el escándalo de la corporación Enron, en 2001, poco antes de los ataques a Nueva York, el 11 de setiembre, que culminó con su quiebra y que implicó una estafa millonaria, de sus gerentes y directivos, para decenas de empleados y otras personas que invirtieron sus ahorros y pensiones en las acciones y fondos mancomunados de la compañía. Fue a consecuencia de esa debacle que, a instancias de los senadores Paul Sarbanes y Michael Oxley, el Congreso estadounidense aprobó, en 2002, un Acta, que lleva sus apellidos, y que cambió, en el sentido de buscar hacer más transparentes las prácticas financieras, y más estrictas, las regulaciones en ese país. Hoy sabemos que tal ampliación de reglas y restricciones fue insuficiente y que fue olímpicamente eludida por los CEO (gerentes corporativos) y las propias autoridades económicas que, en nombre de la usura, dejaron hacer y pasar. Una pregunta, ociosa, que cabe hacer es: ¿la fiesta hubiera durado todavía un rato más si los cálculos no hubieran establecido como muy probable el triunfo de Barack Obama en las elecciones de noviembre de 2008, esto es, que se previera el posible fin de la institucionalización del lucro desmedido, como estuvo garantizada durante ocho años por la dupla Bush-Cheney? De haber continuado los neoliberales republicanos en el poder, quizás el inicio de la crisis solo se hubiera retardado un poco, pero, sin duda, estaría a la vuelta de la esquina. 2. La usura: un problema ético de carácter histórico, no resuelto 6 La Summa Theologica de Tomás de Aquino (1225-1274) es considerada como una “obra maestra” de economía. En ella, retomando a Aristóteles, de Aquino establece las reglas éticas cristianas frente al empuje comercial del naciente capitalismo. Esta ética aristotélica y cristiana condenaba la acumulación de capital basada en el cobro de intereses, salvo cuando se produjera un atraso en el pago acordado. Sin embargo, “esta última excepción proporcionó más adelante una base para la explicación racional de los pagos de interés” (Hahne, 1997:20), gracias a lo cual, contemporáneamente, el Vaticano o la Conferencia Episcopal costarricense han podido incursionar en el negocio bancario y financiero sin, aparentemente, transgredir la ética católica. Como se sabe, el desarrollo del capitalismo comercial selló el fin del sistema artesanal y de servidumbre de la Edad Media europea, y el movimiento cultural que, hacia los siglos XVI y XVII culmina en la Reforma protestante y su ética, legitimó el enriquecimiento personal y la acumulación de capital como “buena a los ojos de Dios”. En tanto administrador de la moral y mediador de la relación entre los seres humanos y “Dios”, el clero católico había establecido su propia economía rentista, a partir no solo de cobrar el diezmo (un 10 por ciento de los ingresos anuales), sino por la realización de matrimonios y dispensas, bautizos e, inclusive, por el “derecho de llave” a la puerta del Cielo, mediante la venta de indulgencias. En realidad, esta economía rentista y medieval de la Iglesia fue solamente la dimensión material del ejercicio de poder centralizador con que llenó el vacío dejado por el imperio romano, tras su caída, y con la que luego disputó a los nacientes Estados liberales el control de la organización social. De hecho, con el empuje del capitalismo, el clivaje histórico más importante de la modernidad se produjo en torno a una nueva ética: la de los derechos individuales, incluido el de prosperar económicamente, que se contrapuso a la ética católica, que condenó el enriquecimiento personal –el excedente debía entregarse a la Iglesia directamente o mediante “obras de caridad”. En Costa Rica, no fue diferente. La Iglesia Católica terminó por convertirse en una pesada carga para las comunidades que, de su arduo trabajo, eran obligadas a pagar diezmos, primicias (prestación de frutos y ganados que, además del diezmo, debían entregar) dispensas matrimoniales (permisos, por ejemplo, para eludir la prohibición del incesto y permitir el matrimonio entre hermanos u otros parientes consanguíneos en pueblos alejados con muy pocos 7 habitantes –es decir, de “enmontañados”), así como por muchos otros servicios pastorales, ingresos que servían para el mantenimiento de la estructura cural.2 El estudio de Max Weber (1978) sobre el papel de la ética calvinista en el desarrollo del capitalismo, da cuenta de este proceso, que no fue mecánico, es decir, de causa y efecto, no se trató de que la ética protestante fuera la causante del desarrollo capitalista, sino que, en el contexto de la expansión del capitalismo comercial y financiero centrado en el trabajo individual, a diferencia de las prohibiciones tomistas contra la usura, el éxito económico fue interpretado, por el calvinismo, como una señal de haber recibido la “gracia de Dios”, una predestinación que “el hombre” no podía alcanzar, sino que, por el contrario, era indicativa de la voluntad arbitraria de Dios. Al “hombre”, solo le quedaba vivir su destino de manera humilde y virtuosa, tanto en lo que respecta a su trabajo profesional como a su vida personal, con una disciplina y una ética que sirvieron al desarrollo del capitalismo.3 Vale la pena recordarlo, pues. La ciencia económica tiene su origen en los debates teológicos sobre la usura y en las preocupaciones éticas de los filósofos morales escoceses, como Adam Smith, en un momento histórico en el cual se producía un salto epistemológico sin precedentes en la historia humana, como fue el abandono de la conciencia estamental antigua y la aparición del “hombre” (literalmente) moderno, sujeto de derechos, incluido el derecho a la propiedad privada individual y a la acumulación individual, así como a un “yo”, supuestamente claro y distinto. Y, desde entonces, desde la legitimación del derecho a la acumulación privada, el debate ético está instalado en la economía. Si, con Tomás de Aquino, se aceptó el cobro de intereses sobre el préstamo de dinero, aunque solo fuese cuando se produjera un atraso en el pago, ¿adónde está el límite? Si, además, la bonanza económica sería una señal de la complacencia divina, ¿deberíamos erigir altares para individuos como Bill Gates o, en otro extremo, Silvio Berlusconi? Y los gerentes de la ENRON, ¿no serían algo así como mártires de su destino? No pretendo aquí entrar en el debate acerca de si el capitalismo solo requiere de mayor regulación pública o de si es necesario eliminar la propiedad privada de los medios de producción con el fin de zanjar el problema ético de la usura. No creo que la cosa sea tan simple. 2 Sobre esto puede verse más en González (1997) y Flórez-Estrada (2009). “Para aquel a quien Dios había negado la gracia, no existía medio mágico alguno ni de otra índole que pudiera otorgársela”, dice el autor. (Weber, 1978: 67). 3 8 Más bien me interesa llamar la atención sobre los límites androcéntricos con los cuales se construyó la ciencia económica y en los que, consecuentemente, se enmarcaron tanto el debate sobre la usura como en torno a la plusvalía -que vendría a ser la máxima forma de usura en el capitalismo-, y se ignoró una parte fundamental e imprescindible del dilema, del debate y de cualquier posible solución. Y esto es que, en el mundo estamental antiguo, la primera forma de organización económica o modo de producción consistió en la institución de un orden sexual conformado por dos clases de seres humanos: los hombres y las mujeres (con sus desiguales opciones y libertades socialmente determinadas), y la primera división del trabajo fue la división sexual del trabajo. Este orden primario, sobre el cual se construyeron otras formas de opresión y explotación: esclavismo, servidumbre, capitalismo, nunca fue olvidado por la economía clásica ni lo es ahora por la neo-clásica –como explicaré-, pero sí lo fue y lo es por el marxismo que, sin embargo, lo había estudiado inicialmente más que nadie, en trabajos radicalmente críticos como El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Engels (1884), o en La ideología alemana, de Marx y Engels (1845), por mencionar algunos. Y, sin embargo, este problema tiene todo que ver con las crisis cíclicas del capitalismo, y se hace cada vez más evidente ante la creciente significancia de las dimensiones demográfica y cultural de la crisis actual, como el Secretario del Tesoro estadounidense no tuvo más remedio que reconocer. Porque, ¿qué significa, por una parte, que el incremento en la participación laboral de las mujeres, en Estados Unidos, habría alcanzado ya su tope, de modo que lo que Marx calificó como “ejército industrial de reserva”, se agotó? Y ¿qué significa, por la otra, que la generación del llamado baby boom haya comenzado a jubilarse, sin que se espere un incremento en las tasas de reposición demográfica, debido a decisiones culturales? Significa que la actual crisis del capitalismo está poniendo en evidencia o, más bien, reactualizando, el papel central que juegan, en el sistema, el orden sexual y la división sexual del trabajo. Nada menos que el hecho de que la economía ya no puede seguirse analizando y comprendiendo sin atender al papel relevante que la clase de las mujeres tiene para el capitalismo. El debate entre David Ricardo y Thomas Malthus sobre la relación entre demografía, comercio y pobreza, en el siglo XIX, es un ejemplo claro de que los clásicos y neoclásicos nunca olvidaron 9 este hecho fundamental (aunque, por supuesto, nunca le dieran protagonismo a las mujeres); la escuela marginalista de la llamada “nueva economía de la familia” de Gary Becker, otro (aunque solo lo hicieran para reafirmar la prescripción social sobre las mujeres). Las declaraciones de Bernanke, también. La razón es sencilla: el orden sexual y su correspondiente división sexual del trabajo fueron naturalizados al punto que, para la economía ortodoxa, resulta más fácil incorporar la demografía al análisis económico y argumentar a favor de la eficiencia de este orden en cuanto a maximizar los beneficios y los costos de oportunidad para la familia (por supuesto, tomando como típica la familia nuclear del capitalismo industrial), que discutir acerca de la justicia y naturalización de este orden y de las relaciones de poder implícitas. En cambio, desde la crítica materialista histórica, el marxismo hegemónico (pues habría que reivindicar a Alejandra Kollontai y a Rosa Luxemburgo, por ejemplo) tiene una gran deuda de silencio con las mujeres en la medida que si su principal aporte epistemológico fue desnaturalizar las relaciones de poder instituidas, no hay excusa para no haberlo hecho, con la misma fuerza y valentía, en lo que respecta al orden sexual. Para entender esta dimensión de la crisis actual, retomemos, entonces, desde un enfoque crítico feminista, la relación entre ética y economía en la ciencia económica clásica y neoclásica, pero también en la marxista, en lo que tienen en común: su androcentrismo. Hagámoslo en torno a la definición marxista de plusvalía, que es el principal aporte conceptual del marxismo. El primero de los Manuscritos Económicos y Filosóficos, de (1844)4, comienza con el análisis del salario en el sistema capitalista. Afirma que, desde la perspectiva de una sociedad dividida en clases: “(I) El salario está determinado por la lucha abierta entre capitalista y obrero. Necesariamente triunfa el capitalista. El capitalista puede vivir más tiempo sin el obrero que éste sin el capitalista. La unión entre los capitalistas es habitual y eficaz; la de los obreros está prohibida y tiene funestas consecuencias para ellos. Además el terrateniente y el capitalista pueden agregar a sus rentas beneficios industriales, el obrero no puede agregar a su ingreso industrial ni rentas de las tierras ni intereses del capital. Por eso es tan grande la competencia entre los obreros. Luego sólo para el obrero es la separación entre capital, tierra y trabajo una separación necesaria y nociva. El capital y la tierra no necesitan permanecer en esa abstracción, pero sí el trabajo del obrero. Para el obrero es, pues, mortal la separación de capital, renta de la tierra y trabajo.” (Marx, 2001: 51-52) 4 En este primer manuscrito, Marx analiza los siguientes conceptos: salario, beneficio del capital, renta de la tierra y trabajo enajenado. 10 Marx hace notar que, en el capitalismo, el obrero es precisamente aquel ser humano que se encuentra despojado del capital y de la tierra, es decir, de los medios de producción, y cuya sobrevivencia depende de ofertar su fuerza de trabajo “libremente” en el mercado. Pero, tanto debido a esta condición de no ser propietario, como a la alta competencia entre los desposeídos, el capitalista tiene todas las de ganar en la fijación del salario. No obstante, la descripción marxista de la condición del proletario, en el capitalismo, es inexacta porque: i) no es cierto que a diferencia del capitalista, el obrero no tenga rentas que agregar a su salario industrial y ii) tampoco es exacto que en el capitalismo desaparezcan o “se superen” –en términos históricos- otras formas y relaciones de producción, como la economía doméstica. En cuanto al punto i) el obrero posee una renta patriarcal –heredada históricamente con la institución de la división sexual del trabajo y la producción de los géneros (en tanto disposiciones, habilidades y usos del tiempo socialmente prescritos)-, que es el trabajo gratuito doméstico o de la reproducción social de la fuerza de trabajo, que es realizado por mujeres. En lo que respecta al punto ii) esta renta patriarcal que el obrero adquiere en el ámbito de la economía doméstica también proporciona una plusvalía al capital, en la medida que es, precisamente, el trabajo gratuito de mujeres el que le permite al capital bajar el costo social de la producción y reproducción del trabajador libre que concurre al mercado a intercambiar su fuerza de trabajo. Luego, no es cierto que “para el obrero es, pues, mortal la separación de capital, renta de la tierra y trabajo”: no lo es –o en todo caso el salario industrial no es la reserva límite del obrero- porque el obrero sí tiene una renta adicional para su supervivencia, que es el trabajo gratuito de la mujer e incluso de los hijos, en la economía doméstica. La que sí ha sido separada del producto y del valor de su propio trabajo, de la tierra y del capital, es la mujer –la esposa del proletario, pero también la esposa del burgués-, pues, en el modelo típico, ni siquiera es dueña de su cuerpo ni de los productos de su cuerpo, es decir, de los hijos que, por razón patriarcal, “pertenecen” al obrero o “jefe de familia” del capitalismo industrial – quien reina sobre sus destinos y sobre los ingresos que obtengan. 11 En realidad, no se trata de que Marx no se diera cuenta de la existencia de esta renta patriarcal, cosa que, como ya dije, se constata, por ejemplo, en La ideología alemana5, sino de que la dejó de lado en su análisis posterior del capitalismo porque, igual que Adam Smith y los sucesivos economistas clásicos y neoclásicos, también omitió el hecho de que la economía doméstica es imprescindible para el funcionamiento del mercado y del capitalismo. En la lógica del materialismo histórico, es decir, del proletariado como “última clase de la historia”, llamada a redimir de toda opresión a la humanidad en su conjunto, el hecho de que esta renta patriarcal formase parte del cálculo racional capitalista, y fuese utilizada por éste para tirar a la baja su salario, debería llevar al obrero -si no por “solidaridad de clase”, por “interés familiar”- a demandar el reconocimiento salarial del trabajo doméstico socialmente necesario de su esposa, en particular, y de la “clase” de las mujeres en general. Pero no es esto lo que ocurre ni lo que la “conciencia de clase” proletaria reconoce- precisamente porque se trata una renta patriarcal –producto del pacto entre hombres-, en los que la contradicción capitalista/obrero desaparece o, en todo caso, pasa a un segundo plano: en tanto usufructuarios de los privilegios materiales y simbólicos que significa ocupar el lugar de “hombre” en la división sexual del trabajo, ambos tienen el interés común de mantener la subordinación de las mujeres. Lo cual solo tiene sentido porque, para ambos, el costo de oportunidad que significaría que las mujeres no se encargaran gratuitamente de la plataforma de la reproducción social sería mayor tanto en términos económicos como simbólicos. En consecuencia, el marxismo entiende el salario mínimo del obrero exactamente en los mismos términos que Smith y la economía política clásica, esto es, como: “(…) lo requerido para mantener al obrero durante el trabajo y para que él pueda alimentar una familia y no se extinga la raza de los obreros.” (Marx, 2001: 52. Subrayado mío) 5 “Con la división del trabajo, que lleva implícitas todas estas contradicciones y que descansa, a su vez, sobre la división natural del trabajo en el seno de la familia y en la división de la sociedad en diversas familias contrapuestas, se da, al mismo tiempo, la distribución, y concretamente la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que por lo demás ya aquí corresponde perfectamente a la definición de los modernos economistas, según la cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros. Por lo demás, división del trabajo y propiedad privada son términos idénticos; uno de ellos dice, referido a la esclavitud, lo mismo que el otro, referido al producto de esta.” (Marx, 1999: 29) 12 Es decir, entregándole a él, “cabeza de familia”, el salario -conocido como “salario familiar”que en realidad correspondería a la mujer por su trabajo, porque de esta manera se conserva la jerarquía sexual del orden social.6 Por el contrario, entonces, bien puede parafrasearse a Marx aquí diciendo: “Luego, sólo para la mujer es la separación entre capital, tierra y trabajo una separación necesaria y nociva. El capital y la tierra no necesitan permanecer en esa abstracción, pero sí el trabajo de la mujer. Para la mujer es, pues, mortal la separación de capital, renta de la tierra y trabajo.” Para la mujer, esta separación o enajenación de los medios de producción y de los productos de su propio trabajo, ha tenido lugar mucho antes de la formación del capitalismo, mediante la violencia masculina organizada, y que alcanza su grado pleno de sofisticación cuando se institucionaliza y naturaliza en la cultura. Es el momento que Engels identificó como el de la instauración del derecho paterno y de la patrilinealidad de la herencia, y al que llamó “la gran derrota histórica del sexo femenino”. (Engels, 2003: 56) Pero, retomemos la crítica. Si, en el capitalismo, “la existencia del obrero está reducida a la condición de existencia de cualquier otra mercancía”. ¿A qué queda reducida la existencia de las mujeres cuyo trabajo no es remunerado ni por el obrero ni por el capitalista? ¿Es esclava? ¿Es sierva? ¿Cómo se define a este factor que produce y reproduce trabajadores pero no recibe por ello salario ni renta de la tierra ni posee capital y se le ha arrebatado incluso la autonomía de decidir sobre su propio cuerpo, así como de dejar huella y nombre en los productos de su cuerpo: sus propias hijas e hijos? El papel del trabajo de las mujeres en el capitalismo –de su función, valor y precio- quedó “en la abstracción”, como diría Marx, fue invisibilizado tanto por el liberalismo clásico como por la economía política marxista. La relación entre la economía doméstica y el capitalismo, quedó igualmente sin examen, excepto por marxistas críticos prácticamente olvidados, como Claude Meillaseux (1978). 6 Es el mismo modelo que seguirá también, a finales del siglo XIX, el teórico de la escuela marginalista o neoclásico, Alfred Marshall, cuando recuperó de Smith la idea de que en el cálculo del salario mínimo se incluyera un “salario familiar” que se pagara a los hombres y que fuera equivalente al costo de mantenimiento de la esposa y los hijos. Con esta y otras iniciativas Marshall buscó desalentar la participación de las mujeres en el mercado laboral y fortalecer la relación de poder patriarcal en el seno de la familia. Por ejemplo, en 1896, Marshall también abogó porque no se concedieran títulos académicos a las mujeres en la Universidad de Cambridge. (Gardiner, 1999: 74 y 75) 13 A esto contribuyó el sesgo teleológico del materialismo histórico, pues, igual que el liberalismo, cree ver en lo que llamamos “historia”, la idea de “progreso”, en el sentido de una progresión cualitativa –es decir, en la que un modo de producción se extingue y da paso a otro que es sintéticamente “superior” en una suerte de “avance” cualitativo dialéctico. Según esta idea, primero fue el modo de producción esclavista, luego el feudal, luego el capitalista, y se proyecta como fin de la historia al comunismo o la sociedad sin clases. Pero esta visión es contradictoria con el hecho real de que modos de producción distintos coexisten simultánea pero también necesariamente: la economía doméstica, basada en el trabajo gratuito de mujeres, sustenta cada uno de los cambios en los modos de producción definidos por Marx, y continúa presente en el capitalismo “post-industrial”. Es más, como el propio Bernanke reconoce implícitamente para el caso estadounidense, el capitalismo no podría existir sin ese trabajo gratuito, hoy por hoy realizado mayoritariamente por mujeres, en la reproducción de la fuerza de trabajo que será intercambiada en el mercado: la participación de las mujeres en el mercado de trabajo remunerado tiene un límite dictado por esa necesidad de contar con un cierto número de “amas de casa”, límite que no existe para los hombres, esto es, para el “trabajador libre” del capitalismo. De modo que, si bien es cierto que el “proletario” es explotado por el burgués, quien le “roba” una parte del salario que le corresponde por el valor producido (plusvalía), en el modelo típico el obrero y el burgués extraen una plusvalía (simple, el primero, doble, el segundo) del trabajo no pagado que las mujeres realizan en la producción y reproducción de la fuerza de trabajo, pero que, además, ni siquiera es reconocido por la ciencia económica ortodoxa como trabajo creador de valor y que, a lo más, es pagado simbólicamente con amor romántico y reconocimientos que encubren prescripciones sociales, como “El Día de la Madre”. Si la Iglesia Católica antigua condenaba el cobro de interés que produjera usura, entendida como lucro, es decir, como la extracción de un valor superior al equivalente prestado, incluido el costo de oportunidad y de la depreciación en caso de no pagarse el préstamo a tiempo, es claro que la extracción de plusvalía, cualquier forma que esta tome, y su equivalente virtual, el interés, es un acto antiético incluso cuando sea consensuado. Se me dirá que en un matrimonio que cumpla con la típica división sexual del trabajo existe “consentimiento informado”. Puedo contra-argumentar que en una relación laboral entre un capitalista y un obrero, también. Y sin embargo, también sabemos que ciertos consentimientos o consensos se dan y existen porque no queda más remedio. Se me dirá que el proletario que se 14 identifica con los intereses de su patrón está alienado, no tiene conciencia de clase, esto es, conciencia de su propia explotación y que, en todo caso, actúa así por sobrevivir en una correlación de fuerzas desfavorable. Lo mismo podría decirse de la clase de las “amas de casa”. 3. El dilema de la economía política sexual y de los géneros está en el centro del problema y de la solución Estamos ya en capacidad de volver a los factores estructurales influyentes en la crisis reciente del sistema productivo estadounidense. El primero, según Bernanke, es que el incremento en la participación laboral de las mujeres estadounidenses habría alcanzado ya su tope. Y el segundo, estrictamente ligado al primero, que la generación del llamado baby boom comienza a jubilarse, sin que se espere un incremento en las tasas de reposición demográfica, debido a decisiones culturales. Es decir, que ambos factores estructurales de la reciente crisis en la economía real estadounidense, tienen como protagonistas a las mujeres y ponen en cuestión al sistema tradicional de los géneros. En el primer caso, porque al incrementarse de manera creciente la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, pero también al ser ellas cada vez más educadas y capacitadas, no solo en EE.UU sino en el mundo entero, se ha producido un cambio cultural y también demográfico: cada vez más mujeres postergan la maternidad y la subordinan a otras metas existenciales, como educarse, trabajar y ganar dinero, comprar una casa, viajar, divertirse y “vivir bien”, o la rechazan del todo, no quieren ser “amas de casa” como lo fueron sus propias madres. Y esto, a su vez, está produciendo un cambio demográfico: la tasa neta de fecundidad está al nivel o incluso por debajo de la tasa de reposición, como ya ocurrió en Costa Rica en el 2007. Por lo tanto, mientras las y los infantes que nacieron en la generación del llamado baby boom han envejecido y salen de la fuerza laboral –se jubilan-, las decisiones culturales que están tomando principalmente las mujeres, no garantizan que esa fuerza laboral pueda ser repuesta con nuevas generaciones. Pero, igualmente importante, el jefe de la FED también está reconociendo que el capitalismo estadounidense actual necesitaría de más mujeres trabajando remuneradamente o, en todo caso, de una fuerza de trabajo más numerosa (y ya sabemos de sus restricciones migratorias), para atender la demanda global en tiempos de actividad económica de pleno empleo. 15 Esto significa que el “pacto” sexual implícito en el modelo típico de “burgués y proletario” y de “proletario-proveedor-con-esposa-trabajadora doméstica gratuita-productora de prole para intercambiar en el mercado”, del capitalismo industrial, ya no da para más. Y no da para más por “decisiones culturales”, porque crecientemente las mujeres no quieren ser “amas de casa” y tener prole y reproducirla como su sentido fundamental en la vida, sino que quieren ser autónomas económicamente para poder decidir más libremente qué hacer de sus vidas. Y los avances feministas logrados por las mujeres en sus diferentes luchas han producido una transformación cultural que a su vez transforma a la economía. Es decir, que no solo es el ser social el que determina la conciencia, sino también la conciencia la que determina el ser social en un movimiento concatenado, multidimensional y no causal. ¿Quién se encargará, entonces, de la producción y reproducción gratuita de la fuerza de trabajo necesaria para el mercado y, con ello, de abaratar el costo de los salarios? ¿Podrá la revolución científica y tecnológica proveer el incremento en la productividad que se requiere para compensar la limitada oferta laboral? He aquí un nudo gordiano que enfrentan, en mayor o menor medida, las economías reales del capitalismo contemporáneo. Y como está reiterando la crisis actual, el truco de espada que el sistema tiene regularmente en su repertorio para resolver las crisis de sobreproducción y de acumulación, es la destrucción de puestos de trabajo, que en el caso actual adquiere proporciones espeluznantes debido, también, a la extraordinaria, pero en buena medida artificial demanda que coadyuvó a la creación de esos nuevos puestos de trabajo. Lo cierto es que no se puede seguir analizando la economía únicamente como “modo de producción” en sentido clásico, cuya caracterización depende del lugar que ocupen los actores en cuanto a la propiedad o no de los medios de producción, sino también en cuanto a quiénes, cómo y a qué precio se hacen socialmente cargo de producir y reproducir a la fuerza de trabajo, lo cual implica analizar la economía según el lugar que en ella ocupan los hombres y las mujeres. Simultáneamente, las economistas feministas están estudiando el fenómeno por el cual, en la globalización actual, la “exportación” masiva de mujeres migrantes de los países más pobres hacia los de mayor desarrollo industrial y de mayores ingresos, para trabajar como empleadas domésticas remuneradas, contribuye a sustentar las economías de esos países y a abaratar sus propios costos de reproducción mientras, simultáneamente, contribuye a estabilizar tanto el 16 entorno macroeconómico de sus países de origen, mediante la importación de remesas, como a mitigar la pobreza. Por supuesto, la exportación de esta clase de fuerza de trabajo implica que, gracias a las trabajadoras domésticas migrantes, muchos hogares pudientes en los países industrializados pueden seguir viviendo el paradigma de la familia nuclear, mientras que las propias mujeres migrantes viven en culpa y con el dolor de tener divididas a sus propias familias. La hipótesis que quiero plantear, entonces, es que –según es consenso ya- la usura causante de la crisis financiera (expresada en la política de laissez faire, laissez passer neoliberal en tanto opción ética de las autoridades económicas, pero también como simple y directa corrupción empresarial, así como de quienes apostaron a lucrar con la usura del sistema, trabajadores incluidos) no solo está en el sector especulativo y virtual (del valor como abstracción) de la economía, sino también en el sector real, mediante la extracción de trabajo gratuito, principalmente de las mujeres, con su consentimiento, mediante los complejos mecanismos de la violencia simbólica. Esta, según la clara y útil definición de Bourdieu, consiste en ejercer la dominación con el consentimiento de los dominados en tanto desconocen que están contribuyendo a ser objeto de tal dominación. (Bourdieu et al, 1995). Y, sin embargo, este desconocimiento de las mujeres está cambiando y, con ello, el paradigma de desarrollo capitalista adoptado a raíz de la crisis económica mundial de la segunda mitad de los años 70 del siglo XX, pero con mayor claridad con el modelo económico iniciado en la década de los años 80 del siglo XX y que estaría llegando a su final con la actual crisis. Como he propuesto en otro trabajo (Flórez-Estrada, 2009), lo fundamental de este cambio de paradigma es que se ha roto el pacto sexual y social sobre el que se construyó el capitalismo de la posguerra. Mientras que después de la Segunda Guerra Mundial -y de la Guerra Civil de 1948, en el caso de Costa Rica-, se fundó la Segunda República sobre la base de un pacto social –que a su vez llevaba un pacto sexual implícito- por el cual Estado, patronos y trabajadores garantizaban tripartitamente la provisión de garantías sociales o de ese “salario familiar” suficiente para la reproducción del trabajador (literalmente) y de su familia, a lo largo de sus vidas (la promesa del Estado del Bienestar), con la puesta en efecto del nuevo modelo aperturista y exportador, en la década de los 80 del siglo XX, el viejo pacto comenzó a fracturarse. La decisión política de realizar cambios estructurales en el sentido de retirar al Estado de la economía –desmontar el “Estado empresario”, en el caso costarricense- y ampliar el espacio para 17 el sector privado, unido al abaratamiento del costo de la fuerza de trabajo, mediante el ataque a los salarios mínimos -se redujeron de 400 a 90 las categorías ocupacionales para las que el Consejo Nacional de Salarios fijaba montos mínimos (Lizano, 1999:80),7 y se garantizó “a los asalariados” (literalmente) un salario mínimo que les permitiera adquirir una “canasta básica salarial” que cubría “apenas una tercera parte de los bienes y servicios tomados en cuenta para calcular el Índice de Precios al Consumidor”. (Lizano, 1999: 77-78) 8-, tuvo un impacto en los ingresos de los hogares, que provocó el efecto de “trabajador añadido”, esto es, que los hogares no pudieran subsistir con un solo proveedor, y este trabajo remunerado adicional fue y todavía es provisto principalmente por las mujeres. Esto quiere decir que el viejo pacto sexual y social se rompió y que aquella crisis se zanjó mediante la sustitución del “salario familiar” por el salario individual, de modo que mientras el capital y los trabajadores seguirían obteniendo plusvalía del trabajo gratuito de las mujeres en la reproducción de la fuerza de trabajo socialmente necesaria para el mercado, los hogares ya no podrían subsistir únicamente con un proveedor, sino con dos, y con la sobreexplotación del trabajo (doméstico gratuito y remunerado) de las mujeres. La expresión económica más directa de este cambio paradigmático fue, como dije, un ataque a los salarios mínimos. El siguiente gráfico muestra que, mientras que bajo el modelo anterior Costa Rica tuvo una política pública de salarios mínimos crecientes, desde la crisis de comienzos de los 80 del siglo XX, pero con mayor claridad desde la puesta en marcha de las reformas estructurales del modelo neoliberal, los salarios mínimos se estancaron.9 7 Según Gindling y Terrel (2006), citados por la OIT, Costa Rica pasó de 520 categorías fijadas por ocupación, calificación y sector industrial, en 1987, a 19 categorías determinadas por educación y calificación únicamente, en 1997. (OIT, 2008:13) 8 El mismo autor, y Presidente del Banco Central a lo largo del período de las reformas, explica que superada la crisis, progresivamente se aumentaron los productos incluidos en la canasta básica y que podían ser adquiridos con el salario mínimo, hasta tomar como referencia al IPC. 9 Agradezco a Juan Diego Trejos su generosidad de facilitarme esta serie. 18 Fuente: Cálculos Juan Diego Trejos con base en información oficial y Laure (1990). Notas: Promedio mensual del año. Encadenamiento realizado por Juan Diego Trejos. El IPC del 2005 estimado a partir de agosto según promedio mensual del año. De 1950 a 1957 corresponde al salario más bajo de los decretos (Laure, 1990). A partir de 1958 se toma del artículo 2 de los decretos. Promedio anual corresponde a un promedio ponderado según días (1950 1957) o meses (1958 en adelante) en que estuvo vigente cada decreto. En adelante, para una gran mayoría de hogares, la identidad masculina y la autoridad patriarcal ya no se podrían construir en torno a la función del “proveedor”, ni las mujeres podrían vivir en el estado de abstracción de las “amas de casa”, sino que, además de cumplir con el trabajo doméstico no remunerado, tendrían que salir del claustro doméstico a trabajar remuneradamente y a convertirse en agentes económicas. El paradigma clásico del homo economicus comenzaría a enfrentar los dilemas y desafíos de la mulier economicus, lo cual, en términos de la división sexual del trabajo nos coloca en un escenario más parecido –por supuesto, salvando las diferencias- al mundo del capitalismo preindustrial, en el cual la distinción hombre proveedor/mujer “ama de casa” era más difusa. 10 Sin embargo, como esta crisis ha hecho evidente para el caso estadounidense, tampoco la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo es suficiente para garantizar la acumulación del capital y, a la vez, los avances culturales logrados por ellas colocan en serios aprietos al sistema. Nos encontramos, pues, ante la necesidad de cambiar de paradigma, no solo en términos de Sobre el mito de la “mujer trabajadora” del capitalismo industrial puede verse el excelente trabajo de Scott (2000). 10 19 “modelo de desarrollo”, sino en cuanto al orden sexual tradicional, pues es bastante dudoso que, tras la destrucción masiva de empleos, las mujeres que se han educado y capacitado y que quieren ser autónomas económicamente, a través del trabajo remunerado, acepten volver al viejo rol de “amas de casa” y cerrar sus horizontes a los que muestra la ventana de su casa, incluso si esta se ubica en un confortable barrio residencial de clase media. Y, a no dudar, debido a los prejuicios androcéntricos, los empleos de las mujeres corren, en la actualidad, mayor peligro que los de los hombres, en la medida que en épocas de alto desempleo se tiende a dar preferencia al supuesto “proveedor” al tiempo que -con ese criterio de “eficiencia” marginalista- se quiere devolver a las mujeres al ámbito de la economía doméstica.11 Pero, ya no se puede ignorar la profundidad de los cambios que están ocurriendo en el orden sexual: a pesar de las amenazas que enfrentan las mujeres en cuanto a su derecho al trabajo y a la autonomía económica, y si bien con la presente crisis estamos viendo la facilidad con que el capitalismo puede destruir millones de empleos en nombre de la acumulación, es dudoso que el sistema pueda revertir, con la misma facilidad, los cambios culturales que están afectando al tradicional sistema de géneros. 4. El cambio de paradigma: la crisis como oportunidad La crisis, afirmé al comienzo, obliga a cambiar de paradigma en muchos sentidos: ambiental, porque la ecología del planeta no resiste más una producción organizada a partir del uso de recursos que lo trastornan hasta un punto peligroso y de un consumo muchas veces irracional y artificialmente construido, en nombre de la ganancia; financiero, porque la cowboyada que hizo Estados Unidos en la economía virtual abusando de su hegemonía militar, pero también monetaria, ha dañado al conjunto de la economía globalizada; en la economía real, porque con la destrucción de empleos en todo el mundo, se agrava el problema de la pobreza y se amenaza la “paz social” requerida por el propio capital para acumular; ético, porque la crisis ha demostrado que el laissez faire, laissez passer en busca de lucro -el viejo problema de la usura-, atenta contra los derechos humanos, que son la base de la modernidad occidental a la que, hasta donde 11 La OIT estimaba que, en 2009, la tasa de desempleo mundial de las mujeres podría aumentar hasta 7,4 por ciento, comparada con 7,0 por ciento la de los hombres. (OIT, 2009). Sin embargo, en Costa Rica, según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples, en 2008, antes de la crisis, el desempleo de las mujeres ya alcanzaba 6,2% frente al 4,2% de los hombres. 20 sabemos, no se quiere renunciar. Pero, también y sobre todo, impone la necesidad de un cambio cultural que transforme el orden social construido a partir de la jerarquía sexual y de su consecuente división sexual del trabajo, que sobreexplota de manera naturalizada a la mitad de la humanidad, que son las mujeres. Todas estas dimensiones están, por supuesto, interrelacionadas y se alimentan las unas de las otras. Y nos encontramos ante un escenario inédito que obliga a reflexionar y proponer salidas creativas y que por eso mismo exigen valentía. Mientras los países con mayor poder reconfiguran las regulaciones monetarias y financieras, de modo que no pueda ocurrir otra debacle como la actual en la economía especulativa (pues es poco probable que lo sucedido ponga sobre la mesa el tan necesario debate sobre la usura); mientras los jefes de los organismos multilaterales y las autoridades monetarias nacionales se señalan responsabilidades entre sí (porque lo cierto es que hasta ahora se ponen serios en cuanto a acabar con la banca off shore y los paraísos fiscales, incluida Costa Rica), pongámosle atención a cómo se puede potenciar la economía real para crear más empleos, para hombres y mujeres, y para dotarles de condiciones que les impidan caer en la pobreza como consecuencia de esta crisis. ¿Por qué no comenzar por reconocer que la reproducción de la fuerza de trabajo, y el cuido de la infancia y de las personas adultas mayores es una responsabilidad que debe ser atendida socialmente? La banca pública y semi-pública, y las municipalidades, podrían promover y brindar capital semilla a cooperativas y/o empresas que, en una primera instancia, seguramente terminarán estando integradas mayoritariamente por mujeres y por personas adultas mayores, para crear una oferta diversa de cuido tanto de infantes como de otras personas adultas mayores o dependientes, que esté dirigida a distintos segmentos socio económicos de la población, y que darían empleo a una variedad de profesionales y otro personal capacitado. Lo anterior, independientemente de que la sociedad en su conjunto debería reconocer y valorar monetariamente el trabajo socialmente necesario que realizan las “amas o amos de casa” (esperamos que progresivamente esta sea una responsabilidad asumida tanto por hombres como por mujeres), y pagarlo de una forma u otra. Además, estas personas deberían tener derecho a una pensión y cotizar para ello en función de la paga que socialmente se les asigne por este trabajo. 21 La crisis también ha puesto en el centro de la discusión la necesidad de fortalecer la producción de alimentos y la seguridad alimentaria de los países pobres, como los centroamericanos. Parece haber llegado la hora de volver a enfatizar en el “desarrollo hacia adentro”, sin que esto signifique cerrarse al comercio internacional. Por eso mismo, ya es hora de que la banca pública y privada y los movimientos cooperativos revisen sus políticas androcéntricas en el otorgamiento de facilidades de crédito, títulos de propiedad y apoyo técnico. ¿Y qué decir de la sobrecarga de trabajo que tienen las madres que deben responsabilizarse de que los subsidios directos de los programas de transferencias condicionadas lleguen a su destino y cumplan su finalidad? Estas madres deberían recibir un pago que reconozca este trabajo, que no solo garantiza la capacitación inicial de la futura fuerza de trabajo, sino que ahorra dinero al Estado porque le evita realizar la mitad de la tarea para que el programa sea eficiente. Mundialmente se reconoce que la productividad del país sería mayor y los sistemas de seguridad social serían más solventes si las mujeres se convirtieran en agentes económicas en igualdad de condiciones que los hombres. Empecemos por reconocer y pagar el trabajo que ya hacen y construyamos las condiciones para que todos los seres humanos tengan acceso al poder y la autonomía que dan la capacidad de tener acceso a bienes y servicios, y a intercambiarlos. Y, por supuesto, saquemos a discusión el viejo problema de la usura, pues es necesario definir si el nuevo modelo de sociedad que queremos construir sobre las cenizas que deje esta crisis, tendrá como propósito el lucro sin límites o una perspectiva más modesta, pero más real, que vaya asegurando el bienestar conjunto. Bibliografía Associated Press “EEUU: Reserva Federal mantiene tasas de interés”, 28/6/07. Bernanke, Ben S. “The economic outlook”. Before the Joint Economic Committee, U.S. Congress, Washington, D.C. May 5, 2009. En: http://www.federalreserve.gov/newsevents/testimony/bernanke200 90505a.htm (Internet 1) 22 ______________ “Semiannual Monetary Policy Report to the Congress”. Before the Committee on Banking, Housing, and Urban Affairs, U.S. Senate February 14, 2007. En: http://www.federalreserve.gov (Internet 2) Bourdieu, Pierre y Löic J.D. Wacquant. Respuestas por una antropología reflexiva. Grijalbo. México, 1995. Goodman, Peter S. 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