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RAE 1. TIPO DE DOCUMENTO: Trabajo de investigación realizado sobre la concepción de Jesús a partir de la literatura musulmana y su utilidad para la cristología cristiana. 2. TÍTULO: JESÚS EN LA LITERATURA MUSULMANA: INCIDENCIAS PARA LA CRISTOLOGÍA. 3. AUTOR: Carlos Andrés Cabrera. 4. LUGAR: Bogotá D.C. 5. FECHA: Noviembre de 2010. 6. PALABRAS CLAVE: Islam, Jesús, Muhammad, Corán, Profeta, Judeocristianismo, Cristianismo árabe, Misterio de la cruz, Escatología, Palabra de Dios, Trinidad, Encarnación, Hadices, Diálogo interreligioso. 7. DESCRIPCIÓN DEL TRABAJO: El presente trabajo es una propuesta de acercamiento a Jesucristo desde la perspectiva musulmana a partir de sus principales escritos 8. LÍNEA DE INVESTIGACIÓN: Este trabajo se desarrolla en el marco de la Maestría en Hecho Religioso de la Facultad de Teología de la Universidad de San Buenaventura. 9. FUENTES CONSULTADAS: Caspar, Robert. Para una visión Cristiana del Islam. Bilbao: Sal Terrae, 1995; Cortés, Julio. El Corán. 9º edición española. Barcelona: Herder, 2005; Daniélou, Jean. Teología del judeocristianismo. Madrid: Cristiandad, 2004; Flaquer, Jaume. “Jesús, profeta musulmán de excepción”, Selecciones de Teología 175 (2005): 165170; Gnilka, Joachim. Biblia y Corán. Barcelona: Herder, 2005; González Casado, Pilar. Hechos y dichos de Jesús en la literatura ascética musulmana. Madrid: Ciudad Nueva, 2009; Hayek, Michel. Le Christ de l‟Islam. Paris: Éditions du Seuil, 1959; Jomier, Jacques. Biblia y Corán. Madrid: Razón y fe, 1966. El Corán: textos escogidos en relación con la Biblia. Estella: Verbo Divino, 1985. Un cristiano lee el Corán. Estella: Verbo Divino, 1990; Khalidi, Tarif. Un musulman nommé Jésus. Paris: Albin Michel, 2003; Khoury, Adel-Thedore. Los fundamentos del Islam. Barcelona: Herder, 1981; Küng, Hans. El Islam: historia, presente y futuro. Madrid: Trotta, 2006; Marcel, Simon y Benoit, André. El judaísmo y el cristianismo antiguo: de Antíoco Epífanes a Constantino. Barcelona: Labor, 1972; Vidal Manzanares, César. El judeo-cristianismo palestino en el siglo I: De Pentecostés a Jamnia. Madrid: Trotta, 1995. 10. CONTENIDOS: En el trabajo se presenta una contextualización históricogeográfica de la relación de Muhammad con el cristianismo. Luego se describen los elementos más característicos de la cristología judeocristiana y del cristianismo árabe relacionados con la cristología coránica cuyos elementos fundamentales se describen en la tercera parte del trabajo. Finalmente Se plantean una serie de conclusiones que además tienen como fin establecer la utilidad de este estudio para la cristología cristiana. 11. METODOLOGÍA: Para la investigación se optó por utilizar tanto el método inductivo como el hermenéutico, analizando y clasificando la información sobre los temas expuestos e interpretando la utilidad de este estudio para que el teólogo cristiano tenga una visión objetiva del acontecer de Jesucristo en otra religión y ayudar a establecer su identidad frente al eventual diálogo interreligioso. 12. CONCLUSIONES: Fruto de este trabajo fue descubrir el contenido sobre Jesús y la evolución cristológica subyacente del Corán, de los hadices del Profeta Muhammad y de la literatura musulmana posterior, particularmente del sufismo. En dicho contenido se enfatiza el profetismo de Jesús, cuyo estudio tiene mucho que aportar a la cristología cristiana y que tiene mucha relación con la doctrina judeocristiana. De la misma manera, la respuesta coránica ante la filiación divina de Jesús plantea una serie de retos a la pedagogía de la cristología cristiana, particularmente en la terminología. Otro de los aportes de la cristología musulmana es la peculiar concepción escatológica que presenta un modo distinto e interesante de esperar la segunda venida de Jesús. Finalmente, el concebir a Jesús como un modelo de mística y ascética plantea un aporte valioso a la espiritualidad cristiana. Este trabajo aporta al diálogo interreligioso en cuanto visibiliza la identidad cristológica musulmana y plantea a la cristología cristiana un reto sobre cómo hacerse entender cuando habla de Jesucristo. 2 JESÚS EN LA LITERATURA MUSULMANA: INCIDENCIAS PARA LA CRISTOLOGÍA CARLOS ANDRÉS CABRERA UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA FACULTAD DE TEOLOGÍA BOGOTÁ 2010 3 JESÚS EN LA LITERATURA MUSULMANA: INCIDENCIAS PARA LA CRISTOLOGÍA CARLOS ANDRÉS CABRERA Monografía exigida para optar al título de licenciado en Teología Director Martin Bellerose Doctor en Teología Asesor metodológico José Fernando Rubio Navarro UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA FACULTAD DE TEOLOGÍA ÀREA DE TEOLOGÍA SISTEMÁTICA BOGOTÁ 2010 4 Nota de aceptación ________________________ ________________________ ________________________ ________________________ Presidente del Jurado _________________________ Jurado _________________________ Jurado Bogotá, noviembre 30 de 2010 5 A mi querida madre y a mi Congregación Religiosa de los Misioneros de la Divina Redención, con sentimientos de cariño y gratitud. 6 AGRADECIMIENTOS El autor expresa sus agradecimientos: Al Dios Compasivo, Clemente y Misericordioso, en quien creemos cristianos y musulmanes, por la salud y los dones concedidos durante la formación espiritual e intelectual. A mi madre, María del Carmen Cabrera Vargas, por su apoyo incondicional, su amor y cariño que me ha permitido llegar a ser quien soy. A los docentes y amigos Martin Bellerose, José Fernando Rubio Navarro, Álvaro Mejía, Jaume Flaquer y Serkan Kökmen, por su dirección y sus valiosos aportes para el desarrollo de esta investigación. A la Congregación de los Misioneros de la Divina Redención, especialmente al equipo de formadores encabezado por los Padres Heliberto Morales y Francisco Calderón a los demás cohermanos de Casa Emaús por su apoyo, paciencia, amistad y corrección fraterna. 7 CONTENIDO Página INTRODUCCIÓN 11 CAPÍTULO 1 1 Encuentro Muhammad-cristianismo: contextualización históricogeográfica 15 1.1 Presencia judía y cristiana en la península arábiga 15 1.2 Contactos del Profeta Muhammad con el cristianismo 20 1.2.1 Periodo Mequí o Mecano 20 1.2.2 Periodo Medinense 24 1.3 Judeocristianismo 28 1.4 Cristianismo árabe („arab masihiyyun) 36 CAPÍTULO 2 2. Cristología del judeocristianismo y cristianismo árabe 41 2.1 Títulos atribuidos a Jesús 43 2.1.1 Profeta 43 2.1.2 Mesías 45 2.1.3 Siervo 47 2.1.4 Hijo de Dios 48 2.1.5 Señor 50 2.1.6 Nombre 52 2.1.7 Verbo 54 2.2 Ejes cristológicos comunes a las cristologías coránica y Judeocristiana 56 2.2.1 Encarnación-Bautismo 56 2.2.2 Resurrección-Redención 61 2.2.3 Escatología 68 8 2.2.4 Misterio de la cruz 76 CAPÍTULO 3 3 Jesús en la literatura coránica 83 3.1 Jesús en el Corán 83 3.1.1 Jesús como profeta 85 3.1.1.1 Profetismo coránico 85 3.1.1.2 Carácter profético de Jesús 95 3.1.1.2.1 Confirmación de su carácter profético 95 3.1.1.2.2 Su misión 98 3.1.1.2.3 Profeta escatológico 100 3.1.1.2.4 Jesús el Mesías (al-Masîh) 104 3.1.1.2.5 Una palabra de Dios (Kalima mim Allâh) 106 3.1.1.2.6 Siervo de Dios („Abd-Allah) 107 3.1.1.2.7 Espíritu de Dios o fortalecido con el espíritu de santidad (Rûh al-Qudus) 3.1.2 108 Jesús hijo de María („Isâ ibn Maryam) 110 3.1.2.1 La Trinidad o el Triteísmo 112 3.1.2.2 La Encarnación 114 3.2 Resonancia de la cristología coránica en la literatura postcoránica 116 3.2.1 Hadices del Profeta Muhammad 119 3.2.2 Literatura posterior 123 3.2.2.1 Dichos primitivos de Jesús en la literatura ascética musulmana 123 3.2.2.2 Dichos y relatos posteriores 128 CONCLUSIONES 136 BIBLIOGRAFÍA 147 9 ANEXOS 151 Anexo 1. Cronología básica sobre Muhammad 151 Anexo 2. Glosario de algunos términos árabes 153 Anexo 3. Arabia preislámica 156 Anexo 4. Iglesias orientales en la actualidad 157 Anexo 5. Dos ejemplos de iconografía musulmana sobre Jesús 159 10 INTRODUCCIÓN Durante las últimas décadas se ha hablado en la Iglesia católica de la necesidad del diálogo interreligioso como un elemento fundamental para la paz entre los pueblos, sobre todo a partir de los ataques del 11 de septiembre de 2001 a Nueva York y del constante conflicto entre Israel y Palestina. Dicho diálogo se ha concentrado en buscar elementos “comunes” a los distintos credos (especialmente judaísmo, cristianismo e islam), como por ejemplo el monoteísmo o, en los últimos años, el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo1. Para este diálogo la primera condición debe ser tener bien clara la identidad de cada una de las partes para evitar el relativismo y terminar en acuerdos superfluos. Es precisamente de esta doble necesidad de encontrar elementos comunes y fortalecer identidades donde surge la pregunta que orienta la presente investigación: ¿cómo presentar estructuradamente la elaboración musulmana sobre Jesús? es decir, la identidad musulmana en cuanto a su “cristología” y descubrir los puntos de contacto con la cristología cristiana, pues “hay conceptos y palabras utilizados por las dos tradiciones religiosas, pero con un significado distinto”2, que se deben aclarar para el correcto conocimiento del pensamiento musulmán sobre Jesús, teniendo en cuenta por ejemplo, que el Profetismo coránico no se entiende de la misma manera que en el judaísmo o el cristianismo. Dentro de este estudio se hace necesario deshacerse de prejuicios o visiones políticas que sólo muestran el fundamentalismo de algunos grupos musulmanes. Es premisa para la investigación el planteamiento musulmán del monoteísmo, muy 1 Naced, Aref Alí. Carta de las 138 personalidades musulmanas: “Una palabra común entre nosotros y vosotros”. Amman: Fundación Âl al-Bayt, (13 de octubre de 2007), citado por Borrans, Maurice. ¿A dónde va el diálogo islamo-cristiano? En: Omnis Terra. Roma: Pontificia Unión Misional. no. 388 (marzo 2009), p. 107. 2 Flaquer, Jaume. Condiciones, dificultades y esperanzas en el diálogo con el Islam. En: Selecciones de Teología. Bogotá. vol. 47, no. 186 (abril-junio 2008); p. 108 11 relacionado con el de Jesús y responder con argumentos objetivos que no se guíen por la polémica, sino por el respeto mutuo sin renunciar a la propia identidad. Es importante aclarar que la investigación se realiza para optar al título de pregrado, por lo cual se han seguido las normas establecidas para este tipo de trabajo de grado. Se debe puntualizar también que en la investigación se optó por utilizar tanto el método inductivo como el hermenéutico, analizando y clasificando la información sobre los temas expuestos a continuación e interpretando la utilidad de este estudio, para que el teólogo cristiano tenga una visión objetiva del acontecer de Jesucristo en otra religión y ayudar a establecer su identidad frente al eventual diálogo interreligioso. Será interesante visibilizar la enigmática figura de Jesús en el islam y especialmente la evolución de esa concepción en la literatura musulmana, partiendo de la recepción de la figura de Cristo que ha tenido esta religión, el Jesús coránico, los hadices (para tener claridad sobre algunos conceptos, consultar el Anexo 2 al final de trabajo) del Profeta Muhammad (Mahoma), la literatura ascética y las corrientes de pensamiento musulmán como el sufismo. En el primer capítulo, entonces, se presentará el contexto histórico-geográfico del naciente islam y el cristianismo que lo rodeó, como premisa para entender su relación originaria y posterior con el cristianismo. Se verá entonces cómo el Jesús coránico, antes de surgir de una relación consecuente con su propia mentalidad monoteísta, tuvo como origen aspectos de los evangelios canónicos y escritos apócrifos, por lo cual refleja en gran medida más de una cristología entre las ya existentes en el ambiente cristiano. La cercanía “teológica” que tuvo Muhammad y el islam naciente con el judeocristianismo y su “heredero”, el posterior cristianismo árabe primitivo, tiene su origen en las raíces mismas de la Iglesia apostólica. 12 Luego, en el segundo capítulo, se procederá a analizar la cristología judeocristiana que hasta cierto punto subsistió en determinados aspectos, tanto del cristianismo occidental como de las determinadas facciones del cristianismo oriental, del cristianismo árabe, el judeocristianismo gnóstico y el islam. Dicho estudio se realizará teniendo en cuenta los títulos cristológicos judeocristianos y algunos elementos fundamentales que ofrecen una síntesis de la cristología con que concretamente se encontró el islam. Esta cristología se irá relacionando con lo que podemos llamar una cristología coránica, comparando algunos textos de la literatura cristiana canónica, del judeocristianismo apócrifo y árabe con extractos del Corán y la Tradición musulmana. En el tercer capítulo, se empezará por analizar las formas más significativas para una posible cristología coránica tal y como se nombra a Jesús en el texto sagrado del islam, enfatizando en la categoría de profeta y los términos relacionados como Mesías, Verbo, Siervo de Dios y portador de su Espíritu, así como su filiación de María y no de Dios y las consecuencias teológicas y cristológicas que todo ello implica. Al haber examinado la cristología coránica, se procederá a mostrar su evolución en la Tradición postcoránica plasmada específicamente en los hadices (dichos) atribuidos al Profeta Muhammad y, posteriormente, la concepción de Jesús en la literatura ascética musulmana, así como en los escritos de algunos teólogos musulmanes de la Edad Media. En cada una de estas etapas se dejará ver la identidad propia de Jesús a los ojos musulmanes y una constante dinamicidad de esta cristología, estudio que busca una sana coexistencia de una religión con otra y, en este caso, una posible complementariedad del cristianismo con el islam. En las conclusiones se verá más precisamente de qué forma este análisis ayuda a la comprensión de la identidad musulmana y cristiana en lo que respecta a la cristología, como un elemento esencial del diálogo interreligioso. 13 Este estudio, por tanto, no se quedará sólo en una recolección de datos, sino que brindará elementos valiosos para que el cristiano, en palabras de Flaquer, “sea capaz de entrar en la sacralidad de la experiencia espiritual” 3 del islam. Incluso los frutos de esta investigación ayudarán a tener una postura clara de la propia concepción cristiana de Cristo frente a las diferencias teológicas entre estas religiones, enriquecer nuestra visión de Jesús a través del pensamiento musulmán rehabilitando nociones olvidadas para la cristología en el ámbito cristiano como por ejemplo a Jesús como Profeta o como Siervo de Dios. 3 Ibid., p. 110 14 CAPITULO 1 ENCUENTRO MUHAMMAD-CRISTIANISMO: CONTEXTUALIZACIÓN HISTÓRICO-GEOGRÁFICA La concepción musulmana de Jesús, además de tener una relación consecuente con determinados aspectos de los evangelios canónicos y algunos escritos apócrifos, incluso judíos, refleja en gran medida más de una cristología entre las ya existentes en el ambiente cristiano. Cabe recordar que para el siglo VII, en cuyos inicios nació el islam, aunque en el cristianismo ya habían ocurrido cinco concilios ecuménicos, apenas se estaba consolidando una doctrina oficial sobre Jesucristo: recientemente en el 2º Concilio de Constantinopla (553) se había confirmado definitivamente la doctrina de los concilios anteriores (Nicea en el año 325, 1º de Constantinopla 381 y Calcedonia 451) sobre la Trinidad, la divinidad de Jesucristo y la maternidad divina de María. Sin embargo, el ambiente con el que se encontró Muhammad y en el que nació el islam se caracterizó por una gama de cristianismos y de cristologías, muchas de ellas consideradas herejías por dichos concilios. 1.1. Presencia judía y cristiana en la península arábiga La península de Arabia preislámica no estaba organizada en agrupaciones o asociaciones territoriales sino personales, en tribus beduinas compuestas por familias nómadas que se asentaban temporalmente en oasis. Por el territorio cruzaban varias rutas, entre las cuales la más conocida era la ruta del incienso que llevaba desde el mar Arábigo en el sur (Hadramaut, actual Yemen) hasta el Mediterraneo (Gaza). El sur era más desarrollado culturalmente, gobernado por las tribus de los mineos y los sabeos. En la península existía el politeísmo, con religiones en las que se veneraban los astros, siendo el Sol, la Luna y Venus la 15 triada divina4, acompañados de dioses domésticos y tribales de rango inferior a quienes se ofrecían animales, incienso, holocaustos y libaciones. En algunas zonas de la Península se veneraba a Allah5 como el Dios superior a los demás6. Existía también la costumbre de hacer peregrinaciones anuales a La Meca, al santuario de la Ka‟aba donde se veneraban todos los dioses, siendo Allah conocido con el nombre de Hubal incluso en La Meca eran venerados Jesús y María (Para mayor precisión cronológica, consultar el Anexo 1 ubicado al final del trabajo). Se cree que el judaísmo estaba presente desde el siglo I a.C. en el sur de Arabia y en Abisinia y que luego del destierro judío por los romanos (año 135) creció su presencia allí (en el Anexo 3, ubicado al final del trabajo, se puede encontrar un mapa detallado de la zona antes de la aparición del Islam). Además de esta presencia judía en el sur, ya existían varias tribus en el norte de la Península, quienes llegaron a la zona muy seguramente fruto del exilio sufrido por Babilonia y luego de la invasión griega (siglos IV-I a.C.). La región con mayor presencia judía, sobre todo de campesinos y artesanos, fue el noroccidente (en plena ruta del incienso) y especialmente la población de Yatrib (que luego se llamó Medina) donde se calcula que la tercera parte de su población era judía7. El cristianismo, por su parte, luego de impregnar el Imperio Bizantino y Etiopía, envió misiones a Arabia, particularmente en las regiones cercanas a Egipto y Abisinia (occidente de la península). Tal fue el caso de Teófilo el Indio (siglo IV), misionero bizantino y arriano quien hizo que los himyaríes (quienes dominaban el sur de Arabia desde el siglo I a.C) aceptaran al cristianismo, llegando a fundar iglesias en Tafarán, Adén y Ormuz8. 4 Cfr. Gnilka, Joachim. Biblia y Corán. (Barcelona: Herder, 2005), p. 20. Es bueno aclarar que Allah es la palabra usada para designar al Dios único en el mundo árabe, incluso dentro del cristianismo que habla esta lengua. 6 Cfr. Gnilka, Joachim. Op. cit., p. 20. 7 Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. (Madrid: Trotta, 2006), p. 52. 8 Cfr. Ibíd., p. 51. 5 16 Es necesario distinguir las dos tendencias cristológicas de mayor presencia en oriente durante el siglo V: el nestorianismo y el monofisismo. El primero afirma que hay dos naturalezas separadas (por eso se le llama también “difisismo”), dos hipóstasis y una persona en Cristo. Según Nestorio (Patriarca de Constantinopla hacia el 428-431), María no puede llamarse “Madre de Dios” (Theotókos) sino solamente “Madre de Cristo” (Kristotókos), lo cual despertó sospechas de adopcionismo (Jesús era un hombre lleno del Espíritu Santo que fue adoptado por Dios como hijo, porque era imposible el sufrimiento y la muerte de Dios) hasta ser condenado en el llamado “latrocinio” (o “sínodo de ladrones”) de Éfeso impulsado por el monofisita Cirilo de Alejandría (431)9. Al ser expulsado el nestorianismo del imperio romano, se extendió hacia el oriente, particularmente hacia la zona del Imperio Persa (destacándose su presencia en Edesa y en Hira, en el bajo Éufrates) y luego hacia Armenia. Actualmente se asocia erróneamente el nestorianismo con la Iglesia Católica Asiria de Oriente debido a su historia, teniendo adeptos en Irak y en la India, particularmente. El monofisismo, por otra parte, es la doctrina según la cual Cristo sólo conserva la naturaleza divina después de la unión de divinidad y humanidad, pues la naturaleza asumida por el Logos divino carecía de alma (pues él mismo es el alma). Aunque derivó del arrianismo, inició formalmente con Apolinar de Laodicea, Eutiques (378-454) y luego Dióscoro, quienes defendían que “en la unión de lo humano con lo divino en Cristo, lo humano no tiene autonomía sino que es dominado o absorbido por lo divino”. Sin embargo, se distingue un monofisismo herético y otro ortodoxo. Como mayor representante del primero se cuenta a Apolinar de Laodicea10, quien acuñó el término mia physis, “una naturaleza” en Cristo: la divina, a través del dominio del Logos. La mayor figura del monofisismo no herético fue Cirilo de Alejandría, quien afirmó en Éfeso: “única naturaleza encarnada del Logos preexistente” queriendo afirmar que la Encarnación y la 9 Cfr. Vogt, Hermann Josef. Nestorianismo. En: Diccionario Enciclopédico de Historia de la Iglesia, vol. 2. (Barcelona: Herder, 2005), p. 1018-1020. Grillmeier, Alois. Cristo en la tradición cristiana. (Salamanca: Sígueme, 1997), p. 701-720. 10 Cfr. Ibíd., p. 525-542. 17 humanidad del Logos estaban fundadas en su eterna divinidad sin menoscabar la humanidad de Jesús, aceptando luego las dos naturalezas. El Concilio de Calcedonia (451), siguiendo la doctrina antioquena (aunque esta tendía separar las naturalezas), determinó que Cristo es de la misma naturaleza que el Padre y de la misma naturaleza que el hombre, siendo la “persona” el sujeto uno y único de Cristo: “dos naturalezas que confluyen en una sola persona y en una sola hipóstasis”. Los opositores de esta doctrina de las dos naturalezas se consideraron desde entonces monofisitas; la oposición a Bizancio (que adoptó la cristología calcedoniana) influyó determinantemente en el desarrollo de la corriente anti-calcedoniana, particularmente en Armenia, Alejandría y Siria 11. Son diversas las denominaciones cristianas monofisitas que aún existen: los coptos (cristianismo egipcio), los jacobitas (sirios occidentales), los armenios y los etíopes (las Iglesias antiguas ortodoxas y las Iglesias orientales ortodoxas: Iglesia apostólica armenia, Iglesia copta ortodoxa, Iglesia etíope ortodoxa, Iglesia siria ortodoxa y la Iglesia sirio-malancar ortodoxa de la India)12. Volviendo al tema, luego de un período de convivencia de judíos y cristianos en la península arábiga, la rivalidad aumentó en el siglo VI, particularmente cuando el rey Yusuf (Du Nuwas) se convirtió al judaísmo e inició una fuerte persecución contra los cristianos, siendo famosa la masacre en Nayran (ciudad en la actual frontera de Arabia con el Yemen). Luego de esto, el rey Ellesbaas de Etiopía animado por Timoteo, patriarca de Alejandría y por Justino rey de Bizancio reaccionaron militarmente convirtiendo el sur de Arabia en un protectorado etíope (523), con Nayran por capital y principal centro cristiano13. Por esa época un etíope llamado Abraha se separó de Aksum, capital de Etiopía y construyó un imponente templo en San‟a, atreviéndose fallidamente a lanzar un ataque militar, 11 Cfr. Hainthaler, Theresia. Monofisismo. En: Diccionario Enciclopédico de Historia de la Iglesia. Op. cit. p. 265-268. Breuning, Wilhelm. Concilio de Calcedonia. En: Ibíd. Vol. 1, p. 182-186. 12 Sobre esta diversidad cristológica existen escritos también en el mundo musulmán, como lo atestigua Emilio Platti. La doctrine des chrétiens d‟après Abû „Isâ al-Warrâq dans son traité sur la Trinité. En: MIDEO, Editinos Peeters: Louvain, Paris, n. 20 (1991), p. 7-30. 13 Cfr. Gnilka, Joachim. Op. cit., p. 22. 18 acompañándose de un elefante, contra la ya poderosa ciudad de La Meca (Cfr. 105, 1-5), al norte. Luego de un tiempo de domino persa en la región (desde el 575), el quinto gobernador persa, llamado Bathan, abrazó en el 628 la fe musulmana, iniciándose la conquista de Muhammad14 hacia el 630. Como se puede inferir de lo expuesto anteriormente, antes de la aparición del islam ya se contaban alrededor de seis siglos de cristianismo árabe, impulsado sobre todo por los aliados de Roma, especialmente los monjes sirios quienes dejaron las ciudades y establecieron monasterios en el desierto. La presencia cristiana se concentró en tres zonas características de la península arábiga: Al norte, donde hacia el 106 se conformó la tribu cristiano-árabe de los gassánidas (“hijos de Gassan”, monofisitas) en la provincia romana de Arabia al sur de Damasco. En la misma zona existió también el principado arábigo-cristiano de los lahmíes (nestorianos) en el bajo Éufrates cuya capital fue Hira, bajo soberanía persa. Estos dos principados mantuvieron contacto con el judeocristianismo arameo: Edesa, Jerusalén, Palmira y Damasco. Otra zona fue la suroccidental, en la que el cristianismo era sobre todo monofisita debido a la conquista etíope, como ya se dijo antes. Al caer la región bajo dominio persa estos cristianos pasaron a depender de los nestorianos del norte. Una tercera zona fue la del oriente de la península bordeando el golfo Pérsico (actual Bahréin, Qatar y Omán), donde existían una serie de diócesis monofisitas dependientes de Hira y Edesa. Sin embargo a pesar de la presencia cristiana diseminada por toda la región y del apoyo de Bizancio, la religión politeísta árabe mantuvo su hegemonía hasta la llegada del Islam15. Ni el cristianismo ordotoxo-bizantino, ni el monofisismo como tampoco el nestorianismo, lograron implantar la fe cristiana de forma duradera en la mentalidad árabe. Para Hans Küng, siguiendo al orientalista Kenneth Cragg, la 14 Se utilizará el nombre Muhammad para referirse al Profeta, como se hace en los estudios orientales modernos. 15 Cfr. Küng, Hans. Op. cit., p. 57 19 cristología helenística, que había divinizado oficialmente a Jesús, Dios encarnado y crucificado, hizo intelectualmente imposible que el cristianismo (con estas categorías provenientes del mundo griego) se adaptara a la mentalidad árabe 16. Ante esto, Muhammad presentó lo que vendría a ser la autenticación de la religión semita, el monoteísmo puro. 1.2. Contactos del Profeta Muhammad con el cristianismo El Corán deja ver que evidentemente Muhammad tuvo contacto con el judaísmo y el cristianismo. Sin embargo, aunque en general se piensa que el islam tuvo desde el principio una actitud de aversión ante judíos y cristianos a quienes se les exige la conversión a su religión a cambio de no pagar fuertes impuestos, se dejan entrever al respecto dos posturas distintas que obedecen principalmente a dos épocas diversas de acuerdo a los períodos de escritura del Corán: el periodo Mequí (escrito en La Meca, del 612 al 622 d.C.) y el Medinense (luego de la famosa hégira o huida de Muhammad a Medina el año 622)17. 1.2.1 Periodo Mequí o Mecano En la primera época, el Corán doctrinalmente es muy cercano y flexible con “la gente del Libro” o “de la Escritura”18 (la Torah y el Evangelio). En los textos de este período se deja ver la relación de Muhammad con un cristianismo que habría poseído una cristología muy similar a la musulmana y con una organización diferente solamente en algunas leyes19: parece que se trata del judeocristianismo (tema que se desarrollará con más profundidad al final de este capítulo). Es tan 16 Cfr. Ibíd. Cfr. Cortés, Julio. El Corán. 9º edición española comentada por Jacques Jomier. (Barcelona: Herder, 2005), p. XXVII y XXXIV-XXXVI, donde se especifica la lista de las suras que pertenecen a cada época. 18 Cfr. Jomier, Jacques. El Corán. Textos escogidos en relación con la Biblia. (Estella: Verbo Divino, 1985), p. 67. El Corán se refiere en numerosas ocasiones a judíos y cristianos como a “la gente de la Escritura” indistintamente y que hay otros textos dirigidos estrictamente a los judíos (ante quienes hay más rechazo) y otros a los cristianos. 19 Ibíd. 17 20 significativa la relación, que en el Corán se exhorta a Muhammad a seguir esta línea de pensamiento judeocristiana y limitarse a discutirla afablemente, a la vez que se pide a la gente del Libro afirmarse en el monoteísmo, aceptando también el Corán. “Y a Abraham le regalamos a Isaac y Jacob. Dirigimos a los dos. A Noé ya lo habíamos dirigido antes y, de sus descendientes a David, a Salomón, Job, a José, a Moisés y a Aarón. Así retribuimos a quienes hacen el bien. Y a Zacarías, A Juan, a Jesús („Isa) y a Elías, todos ellos de los justos. Y a Ismael, a Eliseo, a Jonás y a Lot. A cada uno de ellos le distinguimos entre todos los hombres, así como a algunos de sus antepasados, descendientes y hermanos. Les elegimos y dirigimos a una vía recta. Esta es la dirección de Dios, por la que dirige a quien Él quiere de sus siervos. Si hubieran sido asociadores (término usado en el Corán para referirse a los politeístas, que “asociaban” a Dios otras divinidades), todas sus obras habrían sido vanas. A ésos son a los que les dimos la Escritura, la Sabiduría y la Profecía; y si éstos no creen en ello, lo hemos confiado a otro pueblo, que sí cree (los musulmanes). A estos ha dirigido Dios. ¡Sigue, pues, su Dirección! Di (Muhammad): „No os pido salario ni cambio. No es más que una amonestación dirigida a todo el mundo‟”. (6, 849020) Como se puede ver, este texto se acerca más a un cristianismo que considera a Jesús como un hombre justo, guiado por Dios como lo fueron los demás personajes propios del judaísmo y la misma idea debe seguir Muhammad, renunciando a asociar otras cosas al Dios Uno (pues otros cristianos, con los que probablemente Muhammad también tuvo contacto, asocian a Jesús con la divinidad). Esta cercanía era además posible porque el ambiente político era favorable, pues musulmanes y judíos convivían en paz en La Meca, tanto así que varios de éstos se convirtieron al islam21. La relación con los cristianos no fue tan estrecha pues su presencia en la región no era tan arraigada. Sin embargo, es importante tener en cuenta la relación del Profeta con algunos cristianos, particularmente con 20 De aquí en adelante se citará el Corán de esta forma, donde el primer número es la sura (o carta) y seguidas de la coma, las aleyas (versículos). Se tendrá como referencia la 9ª edición española preparada por Julio Cortés, op. cit. comentada por Jacques Jomier. 21 Cfr. Jomier, Jacques. Un cristiano lee el Corán. (Estella: Verbo Divino, 1990), p. 18. 21 monjes22 como el nestoriano Bahira (también conocido como Sergio) quien según una tradición musulmana predijo la carrera profética de Muhammad y que en el cristianismo oriental es conocido como Bahira de Bosra, de la región de Haurán (en Siria)23. Los adversarios de Muhammad desde el principio le acusaban de haber tenido a este monje como su instructor religioso desde los doce años, cuando en el camino de La Meca a Siria lo convenció de ser un profeta cristiano. Fue él y otros cristianos quienes, según los detractores del islam, dictaron el Corán a Muhammad y no Dios. El Corán alude probablemente a este monje en la aleya siguiente: “Bien sabemos que dicen: „Le enseña sólo un mortal‟ (Bahira a Muhammad). Pero aquél en quien piensan habla en lengua no árabe, mientras que ésta es una lengua árabe clara” (16, 103 Cfr. 25, 4-5; 44, 14). En definitiva, se puede decir que el Corán refleja una admiración al menos originaria, de Muhammad hacia el monacato: “Encontrarás, ciertamente, que los más hostiles a los creyentes (musulmanes) son los judíos y los asociadores, y encontrarás, ciertamente, que los más amigos de los creyentes, son los que dicen: „Somos cristianos (nazoreos)‟. Es que hay entre ellos sacerdotes y monjes y no son altivos. Cuando oyen lo que se ha revelado al Enviado, ves que sus ojos se inundan de lágrimas de reconocimiento de la Verdad. Dicen: „¡Señor! ¡Creemos! ¡Apúntanos, pues, como testigos! (5, 82-83 Cfr. 57, 27) Sin embargo, en aleyas de periodos posteriores se dejan a un lado las alabanzas a los monjes y se les acusa de hacerse llamar “señores” y de ser usureros (9, 31.34). Aparte de Bahira, a quien conoció cuando era muy joven, se supone el contacto del Profeta con los predicadores cristianos que iban de pueblo en pueblo en caravanas en las que seguramente viajó Muhammad. Según Ibn Hisham, quien escribió un antiguo documento llamado Vida de Muhammad, uno de los primos del Profeta se hizo cristiano en Abisinia (Etiopía) hacia el 615-61624. 22 Cfr. González, Pilar. Hechos y dichos de Jesús en la literatura ascética musulmana. (Madrid: Ciudad Nueva, 2009), p. 79-84. 23 Cfr. Ibíd. 24 Cfr. Ibíd.; Hayek, Michel. Le Christ de l‟Islam. (Paris: Éditions du Seuil, 1959), p. 13. 22 A pesar de tantos cristianos alrededor del Profeta con ninguno de ellos tuvo tanto contacto como con Waraqa ibn Nawfal, primo hermano de Jadicha (su mujer), quien era un notable cristiano (probablemente un judeocristiano25). Este familiar de Muhammad sabía arameo y era conocedor de las Escrituras, además esperaba la venida de un profeta prometido que para el judeocristianismo equivalía a un personaje poco inferior a Jesús (el Mesías). Ante él se dirigieron Jadicha y Muhammad cuando éste volvió de su meditación en una cueva, aclarándoles que el ser misterioso que se le apareció al Profeta era el ángel de la revelación; por eso se puede afirmar que directa o indirectamente, Waraqa ibn Nawfal dio luz verde a lo que sería el islam. Se cuenta que el Profeta vivió con él tres años (alrededor del 609 al 611 d.C.)26, aunque ya lo conocía desde niño, por ser mayor que él y habitante de La Meca. Algunas otras citas coránicas que reflejan esta época de tolerancia del naciente islam con judíos y cristianos son las siguientes: “¡Recita lo que se te ha revelado en la Escritura (la Torah y los evangelios)! ¡Haz la azalá27! La azalá prohíbe la deshonestidad y lo reprobable. Pero el recuerdo de Dios es más importante aún. Dios sabe lo que hacéis. No discutáis sino con buenos modales con la gente de la Escritura, excepto con los que hayan obrado impíamente. Y decid: „creemos en lo que se nos ha revelado a nosotros y en lo que se os ha revelado a vosotros. Nuestro Dios y vuestro Dios es Uno. Y nos sometemos a Él‟” (29, 45-46). “Lo que de la Escritura te hemos revelado es la Verdad, en confirmación de los mensajes anteriores. Sí, Dios está bien informado de sus siervos, los ve bien” (35, 31). Incluso, se invita al Profeta a consultar a la gente del Libro ante cualquier duda sobre la Revelación: “Si tienes alguna duda acerca de lo que te hemos revelado, pregunta a quienes, antes de ti, ya leían la Escritura”28 (10, 94). 25 Cfr. Küng, Hans. Op. cit., p. 553. Cfr. Jomier, Jacques. Un cristiano lee el Corán. Op. cit., p. 7. 18-19. 27 En árabe salat u oración institucional-ritual obligatoria (Cfr. 11, 114). 28 Para los musulmanes más ortodoxos esta aleya no se dirige a Muhammad sino a quien lee, pues el Profeta no puede ser capaz de dudar. En este caso se trata de consultar a Waraqa ben Nawfal, cristiano. Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p.219; Un cristiano lee el Corán. Op. cit., p. 17. 26 23 1.2.2 Periodo Medinense Los textos coránicos de la segunda época (desde el 622 hasta la muerte de Muhammad en el 632) acontecida sobre todo en Medina, se preocupan por reafirmar aún más una doctrina que se propuso desde el principio: que Dios le reveló su palabra a Muhammad sin intervención humana y que el hecho de que el Profeta no sabía escribir antes de serle dictado el Corán, confirmaba la intervención divina en su enviado (Cfr. 42, 52; 29, 48). Aunque seguía teniendo una influencia del judaísmo y el cristianismo, el Profeta viene a purificar ambas doctrinas en el islam, contaminadas por los creyentes posteriores a la fundación de ambas religiones. De ahí que el Corán pasó a ser el criterio de toda verdad, pues contenía la verdadera doctrina de las religiones monoteístas precedentes, por tanto se rechaza toda insinuación de que Muhammad conocía directamente la Escritura y mucho más que algún cristiano le dictó el Corán. Las suras medinenses se caracterizan por tener un vocabulario más concreto. Por ejemplo, se introduce la diferenciación entre la Torah y el Evangelio (Injil, en singular) pues antes se hablaba solo de la “Escritura”. Lo que más influye en estas suras son las tensiones en las relaciones del islam con los judíos de La Meca que rechazaron a Muhammad hasta llegar a la violencia, lo cual provocó la hégira. Además, luego de que Muhammad se convierte en jefe de Medina y celebra un pacto con las tribus judías, imponiéndoles una especie de protectorado, ellos tampoco lo aceptan y por el contrario buscan recuperar su autonomía haciendo alianzas. Un gesto que expresa esta ruptura se manifiesta en lo ritual: los musulmanes de Medina oraban vueltos a Jerusalén (como lo hacían los judíos); a partir del rechazo judío, a finales del 623, surgió un texto coránico ordenando orar hacia La Meca y la Ka‟aba (rito que se conoce como la alquibla Cfr. 2, 142. 177). Con la conquista musulmana, las tribus árabes paganas se adhieren en su mayoría al islam. En este periodo el Corán propone aún más insistentemente el monoteísmo 24 como punto de acuerdo, presentando a Abraham como el personaje clave, ni judío ni cristiano. Un texto de esta época nos aclara este cambio en las relaciones del islam y el cristianismo: “Di: „¡Gente de la Escritura! Convengamos en una fórmula aceptable a nosotros y a vosotros, según la cual no serviremos sino a Dios, no le asociaremos nada y no tomaremos a nadie entre nosotros como Señor fuera de Dios‟. Y, si vuelven la espalda, decid: „¡Sed testigos de nuestra sumisión!‟ ¡Gente de la Escritura! ¿Por qué disputáis de Abraham, siendo así que la Torah y el Evangelio no fueron revelados sino después de él? ¿Es que no razonáis? ¡Mirad cómo sois! Disputabais de lo que conocíais. ¿Vais a disputar de lo que no conocéis? Dios sabe, mientras que vosotros no sabéis. Abraham no fue judío ni cristiano, sino que fue hanif29, sometido y no asociador. Los más allegados a Abraham son los que le han seguido, así como este Profeta (Muhammad) y los que han creído. Dios es el Amigo de los creyentes” (3, 64-68. Cfr. 2, 135). Con el paso del tiempo, las relaciones se hicieron difíciles también con el cristianismo, particularmente con el Imperio Bizantino que se extendía por el sur de la península arábiga como se vio anteriormente. Por eso, hay textos más tardíos de la época medinense que se expresan en un vocabulario más desafiante a los cristianos, a quienes llama asociadores por “asociar” a Jesús con Dios: “¡Gente de la Escritura! ¡No exageréis en vuestra religión! ¡No digáis de Dios sino la verdad: que el Ungido, Jesús, hijo de María, es solamente el enviado de Dios y su Palabra, que Él ha comunicado a María, y un espíritu que procede de Él! ¡Creed, pues, en Dios y en sus enviados! ¡No digáis „Tres‟! ¡Basta ya! Será mejor para vosotros. Dios es sólo un Dios Uno. ¡Gloria a Él! Tener un hijo… Suyo es lo que está en los cielos y en la tierra… ¡Dios basta como protector!” (4, 171). De ahí se puede ver cómo finalmente la posición de Muhammad ante el cristianismo que se refleja en el Corán termina siendo la de un rechazo manifestado en una serie de reproches, como se puede ver en la sura 5 (una de 29 El Corán habla de los honafa (plural de hanif), palabra que a comienzos del siglo VII se refería a los monoteístas que no eran ni judíos ni cristianos y que luego llegó a designar a los impíos o paganos, pues en el Corán aparecen tanto honafa que abrazaron luego el Islam como quienes lo rechazaron. Más tardíamente, la palabra se volvió sinónimo de musulmán. También se fue una palabra hebrea y siriaca, pero muy peyorativa. Cfr. Ibíd., p. 20. 25 las suras más tardías, cronológicamente la penúltima), llamada “La mesa servida”, donde se acusa a los cristianos de rechazar una parte del Evangelio en la que se anunciaba la venida de Muhammad (Cfr. 5, 14). Además, la división entre el cristianismo se propone como una prueba manifiesta de la legitimidad del Islam: “Concertamos un pacto con quienes decían: „Somos cristianos‟. Pero olvidaron parte de lo que se les recordó y, por eso, provocamos entre ellos enemistad y odio hasta el día de la Resurrección” (5, 14). Enfatiza una vez más que Jesús e incluso María, por quien el Islam siente admiración, son simples criaturas a quienes Dios puede aniquilar cuando le plazca (Cfr. 5, 17). De igual forma, reprocha que judíos y cristianos hablen de “hijos” o “amigos amados” de Dios: “Los judíos y los cristianos dicen: „Somos los hijos de Dios y Sus predilectos‟. Di: „¿Por qué, pues, os castiga por vuestros pecados?‟ No, sino que sois mortales, de Sus criaturas. Perdona a quien Él quiere y castiga a quien Él quiere” (5, 19). Estas últimas aleyas se ubican en el contexto de las primeras batallas por las que los musulmanes fueron conquistando pueblos vecinos, como es el caso de Tabuk, en el noroeste de la península en el año 63030. Debido a estos hechos era necesario establecer normas sobre qué hacer con los pueblos conquistados. Sin embargo, en el Corán se deja entrever que el principio de la Guerra santa no es algo propio del islam, sino que todos los pueblos ya lo entendían así como se constata en la misma sura: “Dios ha comprado a los creyentes sus personas y su hacienda, ofreciéndoles, a cambio, el Jardín (el Paraíso). Combaten por Dios: matan o les matan. Es una promesa que le obliga, verdad contenida en la Torah, en el Evangelio y en el Corán” (9, 111). A pesar de las tensiones en el Corán, siempre se deja la puerta abierta a un grupo de cristianos que no tienen una doctrina tan distante al islam, teniendo como base el monoteísmo, la espera del último día y la práctica de la caridad (Cfr. 5, 69). 30 Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. 191. 26 Estos serán los elementos clave para analizar en este capítulo. El Corán llama a estos cristianos la “comunidad bien dirigida” entre las gentes de la Escritura (Cfr. 5, 68). Entre ellos se cuentan también los monjes y sacerdotes judeocristianos particularmente nestorianos que tienden a convertirse al islam porque ellos también consideraban que Jesús sólo podía ser hijo de María, Cristo es una persona distinta que habitó luego en Jesús (Cfr. 5, 82-84 citada textualmente más arriba). Sin embargo, no deja de advertir que entre los cristianos hay quienes se extraviaron y hacen caer en el politeísmo (asociación) a otros (probablemente refiriéndose al monofisismo y a la secta judeocristiana de los nazoreos), asociando a Dios un Hijo (Jesús), incluso, hablando de tres dioses (Cfr. 5, 72.77). Esta idea se refuerza en la última sura escrita (la 9, llamada “El arrepentimiento”) en la que se parece anticipar lo que luego serían las Cruzadas o la Guerra Santa: “Cuando hayan transcurrido los meses sagrados, matad a los asociadores dondequiera que les encontréis. ¡Capturadles! ¡Sitiadles! ¡Tendedles emboscadas por todas partes! Pero si se arrepienten, hacen la azalá y dan el azaque, entonces ¡dejadles en paz! Dios es indulgente, misericordioso” (9, 5 Cfr. 9, 12-14.29). Al lado de cristianos y judíos, el Corán menciona otros grupos religiosos que incursionaron en el mundo árabe. En tres ocasiones menciona a los “sabeos”, cierta comunidad de monoteístas gnósticos, bautistas o quizás los mismos mandeos de la zona pantanosa del actual Irak 31 (Cfr. 2, 62; 22, 17; 5, 69) y en 22, 17 añade a los zoroastrianos, provenientes de Persia y cuya influencia en el Corán se ve en los ángeles Harut y Marut (Cfr. 2, 102). El ayuno durante el mes lunar de Ramadán es un ejemplo de la influencia maniquea y sabea sobre el Islam. En definitiva, el ambiente de búsqueda de algunos árabes inconformes con el politeísmo y que tuvieron contacto con Bizancio o con pueblos vecinos de Oriente, se ve reflejado también en Muhammad. Sin embargo, como ya se ha visto, doctrinalmente el mayor punto de contacto del Corán con una visión cristiana de 31 Cfr. Ibíd. 27 Jesús proviene del judeocristianismo nacido en la primitiva comunidad jerosolimitana anterior a la helenización32 y cuyo estudio se hace importante para la concepción musulmana de Cristo. 1.3 Judeocristianismo Dejando a un lado el cristianismo helenista que heredó el Imperio Bizantino y ante el cual se enfrentaron los musulmanes, para esta investigación es particularmente importante resaltar el judeocristianismo como la corriente cristiana que en su cristología se presenta como la más afín con la mentalidad musulmana y que tiene su origen en las raíces mismas de la Iglesia apostólica. Para su definición han existido diversas interpretaciones. Primero se pensó en considerar al judeocristianismo como la comunidad de los cristianos que provenían del judaísmo (que se puede identificar con el cristianismo primitivo, los discípulos de Jesús) cuyo centro fue Jerusalén, pero esta definición se concentra demasiado en lo étnico (judíos convertidos al cristianismo, como fue la tesis de Jean Daniélou en el siglo XX) olvidando otros aspectos. Otra clase de definición es la de sentido religioso y de observancia ritual: cristianismo que retoma elementos rituales y leyes judías. Viéndolo de este modo todo el cristianismo es judeocristiano, pues reivindica el patrimonio espiritual de Israel y la Torah33. Se deben distinguir de los “judaístas” o “judaizantes” que son aquellos cristianos de la Iglesia primitiva mencionados en el Nuevo Testamento (Cfr. Hch 15; Gál 2. 4ss.) que consideraban esas leyes y prácticas como indispensables para la salvación. Hay un consenso general que considera que el cristianismo primitivamente fue judeocristiano, ya que es innegable que surgió del judaísmo, pues Jesús y sus 32 Cfr. Küng, Hans. Op. cit., p. 58. Cfr. Marcel, Simon y Benoit, André. El judaísmo y el cristianismo antiguo: De Antíoco Epífanes a Constantino (Barcelona: Labor, 1972), p. 190. 33 28 primeros discípulos eran precisamente judíos y además fueron considerados como iniciadores de una secta judía, bajo el nombre de los “nazarenos” 34. De ahí que como primeras fuentes judeocristianas se consideren Los dichos de Jesús (Fuente Q, originalmente en arameo), el Evangelio según Marcos y según Mateo (escrito en ambiente antioqueno), algunos pasajes de los Hechos de los Apóstoles, la Carta de Santiago (máximo representante del judeocristianismo palestinense 35) y el Evangelio según Juan (que conserva una tendencia apocalíptica particularmente judeocristiana y en la que el cristianismo primitivo toma una clara posición frente al judaísmo). Además de los escritos canónicos, se distinguen otras fuentes por las que se tiene conocimiento del judeocristianismo posterior, como lo son los escritos de los Padres de la Iglesia que citan algunos de los libros doctrinales y de revelación propios de estos grupos, así como evangelios judeocristianos (el de los Nazoreos, de los Hebreos y el de los Ebionitas)36. En un sentido más estricto, sobre todo a principios del siglo XX (según los estudios de Hort y Hoennicke)37 se definió al judeocristianismo como “la rama de pensamiento cristiano que considera fundamental e irrenunciable una teología y una forma de vida estructuradamente judía”38, es decir, en el sentido de observancia de las prescripciones mosaicas como la circuncisión, los alimentos o el descanso sabático. Hans Küng, siguiendo los estudios de H. J. Schoeps (hacia la década de 1950) sobre unos escritos atribuidos a Clemente de Roma39 conocidos como los escritos pseudoclementinos40, prefiere hablar de judeocristianos como la primitiva 34 Cfr. Küng, Hans. El cristianismo: esencia e historia. (Madrid: Trotta, 2001), p. 113-115. Se utiliza el término “palestinense” cuando se quiere hablar del ambiente judío y cristiano en tiempos de Jesús pues “palestino” puede llevar a la confusión debido a su uso actual relacionado con los conflictos en Medio Oriente. 36 Cfr. Marcel, Simon y Benoit, André. Op. cit., p. 853. 37 Ibíd., p. 191-192. 38 Weiser, Alfons. Judeocristianismo. En: Diccionario Enciclopédico de Historia de la Iglesia. Op. cit., p. 852. 39 Quien según la tradición, fue un romano convertido al cristianismo que acompañó a Pedro en Palestina y Siria. Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 59. 40 Diferentes a los escritos verdaderamente clementinos, como las Cartas de Clemente a los Corintios (hacia los años 96-98 y el sermón del 150) que eran efectivamente de tendencia judeocristiana. Cfr. Beatrice, P.F. Clemente Romano. En: Di Berardino, Angelo. Diccionario 35 29 comunidad jerosolimitana que se consideraba un grupo en el judaísmo y que se reagrupó luego de la experiencia de la resurrección41. Su representante insigne fue Santiago, el hermano del Señor. Emigraron según Eusebio de Cesarea (siglo IV) a la ciudad de Pella en la Transjordania hacia el año 62 (y definitivamente en el 135) debido a la guerra judío-romana42. Küng caracteriza a la primera comunidad judeocristiana como eminentemente mesiánica, que esperaba que todo el pueblo de Israel aceptara a Jesús como Mesías, el Crucificado pero resucitado por Dios. Sin embargo, era fiel a la esencia de las prácticas y doctrinas judías: -Compartía con el judaísmo la fe en el Dios único de los Patriarcas. -Se atenía a los Escritos Sagrados. -Observaba la Ley (Torah): circuncisión, sábado, fiestas, normas sobre la pureza y los alimentos. - Acudía al Templo, ofrecía sacrificios y oraba con los salmos e himnos judíos43. Aunque eran en general fieles a la observancia judía, según Schoeps, los judeocristianos tenían una doctrina original ante la sinagoga (puesto que el Mesías se identifica según ellos con la persona de Jesús), considerándose como una secta esotérica y marginal del judaísmo. También para el cristianismo posterior algunas de sus facciones representaron una secta, al no considerar a Cristo como “nacido del Padre antes de todos los tiempos”, consubstancial con Dios sino solamente un profeta o mesías no Divino. patrístico y de la antigüedad cristiana, V. I, (Salamanca: Sígueme, 1991), p. 436-438. Trevijano, Ramón. Pseudoclementinas. En: Ibíd., p.437-438. 41 Cfr. Küng, Hans. El cristianismo: esencia e historia. Op. cit., p. 86-87. 42 Cfr. Ibíd., p. 58. El mismo Eusebio considera que un misionero cristiano llamado Panteno de Alejandría, hacia el año 180 se encargó de difundir el Evangelio en la India (a donde se cree que ya había ido Bartolomé, quien dejó un supuesto evangelio según Mateo en hebreo). Según Von Harnack, al hablar de la India Eusebio se refería al sur de Arabia, de ahí explica la presencia de cristianos en la zona. Cfr. Gnilka, Joachim. Op. cit., p. 24. 43 Cfr. Küng, Hans. El cristianismo: esencia e historia. Op. cit., p. 87. 30 Jean Daniélou, hacia la década de 1960, difirió de Schoeps al considerar que no hay filiación directa entre la comunidad jerosolimitana y el judeocristianismo de los ebionitas o gnósticos del siglo II (cuya doctrina no se encuentra tanto en los escritos pseudoclementinos sino en el Evangelio de los Ebionitas y en algunos escritos de los Padres de la Iglesia). Para él, en principio, existen dos variedades de judeocristianismo: una que doctrinalmente se caracteriza por su cristología gnóstica y herética como los ebionitas (para quienes Jesús tiene su trascendencia como Mesías, profeta agraciado por Dios de quien es “hijo” por adopción en el sentido de enviado especial44) y otra que se puede considerar en principio no alejada del cristianismo oficial, al considerar a Jesús como Hijo de Dios, de lo que según Daniélou se puede inferir su divinidad45. Siguiendo con Daniélou, el judeocristianismo reflejado en los escritos pseudoclementinos es de tipo herético. A este judeocristianismo pertenecen diferentes grupos que con el tiempo fueron surgiendo y a quienes los Padres de la Iglesia designaron con nombres diversos. Entre los más conocidos figuran los ebionitas (pobres), cuya denominación empieza a aparecer en los escritos de Ireneo de Lyon (particularmente en Adversus haereses). Durante los siglos III y IV el judeocristianismo en su conjunto fue conocido bajo esta denominación. La interpretación que Eusebio de Cesarea (265-340) le dio al nombre otorgado a este tipo de cristianismo es la de quienes “piensan pobremente a Cristo” 46, pues se mantuvieron al margen de (o simplemente ignoraban) la evolución doctrinal de la Iglesia. Sin embargo, los ebionitas no consideraron a Jesús como un hombre cualquiera sino como el “elegido de Dios”, el “verdadero profeta” aunque omitan su infancia y nieguen su nacimiento virginal, su filiación divina y su preexistencia. No aceptan que el título “hijo de Dios” signifique la divinidad de Jesús ni tampoco se adhieren al adopcionismo (aunque su doctrina se le parezca mucho): 44 Cfr. Grillmeier, Alois. Op. cit., p. 210 Cfr. Marcel, Simon y Benoit, André. Op. cit., p. 194. 46 Eusebio de Cesarea, “Historia Ecclesiastica”, 3, 27, 1, en: Ibid., p. 199. 45 31 “El hijo de José y María habría llegado a ser el Mesías cuando fue ungido por el Espíritu en su bautismo. Pablo sería un renegado de la fe verdadera. En cambio Jesús fue siempre un judío fiel a la Ley y al cumplimiento de su justicia. El Espíritu que Jesús conoció sería sólo aquel que habló por medio de los profetas”47. La cristología ebionita es propia del gnosticismo48, pues se trata de la unión de un ser celestial con el hombre Jesús en el Hijo de Dios: Cristo. Jesús se ganó el nombre de Cristo por su observancia de la ley y tiene como misión abolir los sacrificios judíos y poner fin al sacerdocio, por tanto, es la ley y no Jesús el camino de la salvación49. Para Simon Marcel (retomando un poco la teoría ya expuesta de Daniélou), los ebionitas (junto a otros grupos) difieren de los judeocristianos de corte jerosolimitano sobre todo en el tipo de herejía en la que incurrían 50. El carácter herético lo da, según Marcel, su posición ante la doctrina de Pablo. El llamado “Apóstol de los gentiles” se abrió al paganismo y en cierto modo relegó al judaísmo por su actitud ante la ley, lo cual produjo en algunos judeocristianos la no aceptación del desarrollo del pensamiento cristológico que precisamente tuvo como representante más insigne a Pablo. A los descendientes directos de la comunidad primitiva de Jerusalén que ignoraron voluntaria o involuntariamente la evolución doctrinal, retomando estrechamente las prácticas y la doctrina judías (a quienes Daniélou define como no heréticos), Marcel los llama herejes “negativos” o “pasivos”. 47 Ireneo de Lyon, Adversus haereses. En: Biblioteca Electrónica Cristiana, http://www.multimedios.org/docs/d001092/p000002.htm#1-p0.1.2.6. Consultado el 20 de octubre de 2010. 48 Es necesario aclarar que se puede entender la gnosis de diversas maneras: en un sentido intermedio, la gnosis fue la forma particular que el conocimiento religioso tomó entre el siglo primero y el segundo después de Cristo. Este pensamiento tuvo un origen judío con elementos provenientes de Irán y Grecia y de él participaron la apocalíptica judía, la teología judeocristiana, el gnosticismo egipcio y el hermetismo griego, cada uno de los cuales tuvo su propia interpretación del gnosticismo. Entre las muchas interpretaciones están la de San Juan, la de San Pablo, Clemente Romano, el Pastor de Hermas incluso el dualismo de Valentín y otras corrientes esotéricas. Cfr. Grillmeier, Alois. Op. cit., p. 260. 49 Cfr. Ibíd., p. 212. 50 Cfr. Marcel, Simon y Benoit, André. Op. cit., p. 199-200. 32 Los otros grupos (los ebionitas, elkesaítas, cerintios, simaquianos, mandeos y otros) que combinaron gnosis con judaísmo, serían herejes positivos o activos, es decir, que además de no acoger el pensamiento ortodoxo de la Iglesia, adoptaron doctrinas que contradecían dicha ortodoxia e incluso al cristianismo primitivo51 Por ejemplo, además de la ya mencionada cristología ebionita, se encuentra la doctrina de los elkesaítas, cuyo nombre viene aparentemente de ser fundados por un tal Elkesai o por el nombre en hebreo de su libro de revelaciones, llamado “Libro de la fuerza escondida”. Tuvieron su centro en los alrededores del Éufrates, mezclando doctrinas cristianas y judías apocalípticas con la gnosis. Su importancia radica más en su libro de revelaciones (cuyo origen se remonta hacia el 116 narrando las creencias de un grupo de hebreos marginales) el cual fue difundido y adoptado por subsiguientes judeocristianos como Alcibíades de Apamea, quien lo dio a conocer en Roma. Se cree incluso, que Manes (padre del maniqueísmo) fue líder de los elkesaítas. Según Hipólito (siglo III), Alcibíades difundía una vida hebrea, aceptando una cristología según la cual Cristo aparecía en todas la eras y llena de elementos exorcísticos y astrológicos 52. Entre los grupos judeocristianos Epifanio de Salamina mencionó también a los “nazoreos” y Jerónimo a los nazarenos de Beroea. El judeocristianismo de la comunidad jerosolimitana que se trasladó a Transjordania (particularmente a Pella) según Daniélou no es herético. Sus descendientes directos serían los llamados “nazoreos” por Epifanio de Salamina (y “nazarenos” por Jerónimo)53 que compusieron el Evangelio según los Hebreos y que a partir de las palabras atribuidas a Dios que habla desde la nube en el momento del Bautismo en el Jordán (Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22) adoptaron luego la divinidad de Jesucristo expresada en los Concilios. Sin 51 Cfr. Ibíd. Cfr. Klijn, A. F. J., Elcasaitas. En: Di Berardino, Angelo. Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana. Op. cit,. V.I, p. 700-701. Esta doctrina es sorprendentemente similar a la posterior concepción chiita del Mahdi o imán del fin de los tiempos con el que algunos musulmanes relacionan a Jesús. 53 Cfr. Klijn, A. F. J., Nazarenos. En: Di Berardino, Angelo. Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana. Op. cit,. V.II, p. 1505. 52 33 embargo, afirmar que desde el principio este judeocristianismo aceptara la divinidad de Cristo (como lo trató de insinuar Daniélou) es difícil de verificar, pues además de que se sabe muy poco de una cristología en los primeros discípulos, es muy probable que en el judeocristianismo jerosolimitano no hubiera una doctrina sobre la divinidad de Cristo54. Estos nazarenos55, que fue el primer nombre con que se conoció a los seguidores de Cristo según Hch 24, 5 y que por tanto constituyen los primeros cristianos en Jerusalén, fueron considerados luego como una secta debido a su distanciamiento de las prácticas y doctrinas que la Iglesia adoptó de la mentalidad helenista y que se convertiría luego en la ortodoxia. La actitud que se ha tenido en la Iglesia, sobre todo en occidente, frente al judeocristianismo responde sin duda a una mentalidad que concibe que en el cristianismo primero surgió la doctrina ortodoxa y luego las herejías56. Pero como ya se mencionó, no todo judeocristianismo puede ser considerado “hereje”, pues el cristianismo fue en sus orígenes judeocristiano, distinto a las desviaciones de algunos grupos de los cuales el más representativo fue el de los ebionitas gnósticos. Daniélou finalmente optó por definir al judeocristianismo como una forma de pensamiento que no implica un vínculo con la comunidad judía, pero que se expresa en esquemas mentales de esa cultura. Dentro de este judeocristianismo se podrían considerar a todos los cristianos desde los orígenes hasta la mitad del siglo II, enriqueciéndose de las diversas afiliaciones judías, especialmente del fariseísmo y de los esenios. Para Marcel y Benoit la definición menos objetable es la que considera judeocristianos en cuanto a la práctica de prescripciones rituales 54 Cfr. Marcel, Simon y Benoit, André. Op. cit., p. 195. Se debe aclarar que es muy probable que el Corán se refiera este tipo de judeocristianismo cuando emplea la palabra al-nazara (nazarenos) como también puede tratarse de los cristianos en general, pues no conocían la palabra massihiyyin la cual en árabe designa a los cristianos. Cfr. Corbon, Jean. L‟Église des Arabes. (Paris: Éditions du cerf, 2007), p. 15. 56 Casi desde el principio, varios padres de la Iglesia condenaron de hereje cualquier forma de conexión entre la fe en Cristo y la praxis judía, como Ignacio de Antioquía (110), Ireneo de Lyon (180-185). Luego, algunos sínodos se seguían pronunciando contra el judeocristianismo: el sínodo de Elvira (305) y el sínodo de Laodicea (343-381). 55 34 judías, rebasando los mínimos establecidos por el “decreto apostólico” (Cfr. Hch 15, 28-29: abstenerse del sacrificio a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza). Sin embargo, los diversos grupos ya mencionados fueron adoptando particularidades doctrinales (como el adopcionismo y la teología de los escritos pseudoclementinos, por ejemplo) que con la evolución de las doctrinas ortodoxas pasaron a considerarse herejías. El judeocristianismo se instaló sobre todo en Oriente, en las fronteras siropalestinenses, ubicándose dentro de la Gran Iglesia pero marcado por el judaísmo sinagogal, un poco alejado de la doctrina paulina y atraído por la estructura judía en cuanto a su disciplina y liturgia, así como por el modelo rabínico y el ascetismo esenio. Su lengua era el arameo y el sirio, ubicándose especialmente en la región de Antioquía. A este judeocristianismo llamado “siro-palestinense” se refiere la Didascalía que ofrece muchos elementos como para pensar en la supervivencia de la doctrina judeocristiana en la primitiva comunidad de Jerusalén57. El otro centro de mayor confiabilidad acerca de esta herencia, lo constituye la región de Transjordania, pues como ya se dijo antes, es muy probable que hacia el año 135 la comunidad cristiana jerosolimitana se trasladara definitivamente a la población de Pella luego de la destrucción de Jerusalén. Sin embargo, después del siglo II el rastro de este judeocristianismo originario se va haciendo cada vez más difuso a la vez que van creciendo y aumentando el número de movimientos sincretistas 58. De ahí es necesario estudiar concretamente a aquellos cristianos con quienes el islam primitivo tuvo contacto concreto, que adoptaron en su mayoría la cristología judeocristiana (aunque dejaron las prácticas judías), de quienes se tienen más escritos59 para cotejar con el Corán y que en la actualidad persisten: los cristianos árabes. 57 Cfr. Marcel, Simon y Benoit, André. Op. cit., p. 200-202. Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. Cit., p. 61 59 La obra más aceptada entre los orientalistas que constituye la síntesis de la literatura árabe cristiana fue la realizada por el alemán Georg Graf, Geschichte der christlichen arabischen Literatur, aparecida en 4 volúmenes entre los años 1944-1951. Cfr. Di Berardino, Angelo. Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana. Op. cit., p. 190. 58 35 1.4 Cristianismo árabe (‘arab masihiyyun) Para empezar hay que recordar que la etnia y la lengua árabe tiene como sustrato lingüístico el arameo de las iglesias de Mesopotamia y Siria. Antes de la aparición del islam, existían tres pueblos árabes de importancia: el Nabateo, de religión semita y lengua árabe (al sur de Siria y en el Sinaí); Palmira, de lengua aramea (al noroeste de Siria) y Gassan, originalmente judíos y luego cristianos monofisitas (en el centro de Siria). Estos pueblos se caracterizaron por el comercio (utilizaron las rutas que el mismo Muhammad recorrió) y luego fueron destruidos por el Imperio Romano, el Persa y luego el Bizantino. El cristianismo árabe estuvo originariamente presente en la región en dos zonas principales: la región Siro-Mesopotámica, donde habitaron los ibadíes (de la Iglesia Asiria o nestorianos) con Hira como centro (provenientes de Siria en el noroeste, donde hubo un obispado desde el 410 y varios príncipes cristianos árabes); los gassánidas y los jacobitas (ambos monofisitas) en la Alta Mesopotamia60. La otra región fue el sur (actual Yemen), habitada también por los gassánidas, evangelizados por el cristianismo etíope (monofisita) y cuyo principal centro fue Nayran. Precisamente donde históricamente tuvo mayor fuerza el cristianismo árabe fue particularmente en las ya mencionadas tribus de los gassánidas (monofisitas, habitantes de Siria) y los lahmíes (nestorianos, quienes habitaron el bajo Éufrates). Se trataba de un cristianismo muy diverso cuya característica principal fue su lengua y cultura árabe, aunque no necesariamente habitaran la península arábiga. La época de mayor desarrollo y expansión del cristianismo en la península arábiga transcurrió entre los siglos IV al VI, particularmente debido a la evangelización de los monjes eremitas y anacoretas en el desierto además de los asirios y los jacobitas. Este contacto se debió muy probablemente a la ruta que había entre 60 Abumalham, Montserrat y Monferrer Sala, Juan Pedro. Apócrifos árabes cristianos. (Madrid: Trotta, 2003), p. 24. 36 Yemen y Siria61, a través de la cual se fueron asentando eremitorios cuyos monjes, la mayoría de veces melquitas (siro-bizantinos que aceptaron el Concilio de Calcedonia) y en menor grado nestorianos y jacobitas fueron evangelizando las tribus de la zona, tribus que muchas veces les fueron hostiles62. De esta manera, como resultado de la controversia sobre la naturaleza de Cristo, la cristología calcedoniana (de la que ya se habló antes) fue aceptada por la Iglesia Antioquena (siro-bizantinos) y por la melquita y rechazada por los siro-occidentales y los asirios (nestorianos), y como disidentes fueron perseguidos en el siglo VI hasta ser marginados al extremo oriente y al desierto árabe. Es así como en el siglo V la presencia de cristianos árabes dentro de los diversos grupos de cristianos orientales se podía describir de la siguiente manera: los maronitas, los siro-ortodoxos, en la zona del Hiyaz (cerca a La Meca y Medina) entre los bizantinos y jacobitas; en el oriente (Golfo Pérsico) la Iglesia Asiria nestoriana (llamados luego caldeos); en el suroeste y en Abisinia (Etiopía) el monofisismo (y los asirios en las costas) y en Egipto los coptos (monofisitas) y los melquitas (griegos propiamente dichos que dominaban la costa mediterránea). Hacia el siglo VI la división entre los calcedonianos bizantinos y los anticalcedonianos persas fue tan notable que dentro del cristianismo la fragmentación religiosa fue imposible de solucionar. Con este cristianismo fraccionado se encontró el mundo musulmán en el siglo VII, tanto así que muchos jacobitas y nestorianos (y demás grupos perseguidos por el oficialismo bizantino, incluidos los judíos) acogieron con agrado, en un primer momento, la invasión musulmana en detrimento de Bizancio63. Sin embargo, con el paso del tiempo las relaciones entre los musulmanes y estos grupos “disidentes” también fueron resquebrajándose, como se pudo notar en páginas anteriores al estudiar el 61 Cfr. Corbon, Jean. Op. cit., p. 37. Abumalham, Montserrat y Monferrer Sala, Juan Pedro. Op. cit., p. 26. 63 Cfr. Voicu, Sever J. Jacobitas. En: Di Berardino, Angelo. Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana. Op. cit., V. II, p. 1140. 62 37 contacto del Profeta Muhammad con los cristianos en los periodos Mecano y Medinense. Esta dominación musulmana, que impuso el árabe y el islam como lengua y religión oficial, llevó a que muchos cristianos se convirtieran por conveniencia para no pagar los altos impuestos64, y a los que permanecieron en la fe cristiana los obligó a irse hacia el mediterráneo o adoptar el árabe como lengua (dejando el arameo, griego o el copto, lenguas que quedaron reducidas al uso litúrgico e intracomunitario) y fueron ellos quienes produjeron luego del siglo VIII una gama de traducciones bíblicas y de escritos patrísticos, hagiográficos y apócrifos vétero y neotestamentarios que se mencionan en este trabajo. Cabe resaltar que la lengua árabe usada en el Corán no dista mucho del árabe cristiano. Como ya se dijo, el árabe proviene de un arameo tardío (como también el siriaco, que era la lengua litúrgica cristiana hasta el siglo XIV y que prevalece en el cristianismo asirio) usado por los nabateos que tenían como capital Petra y que se consolidaron en la región hasta extenderse al sur de la Arabia preislámica. Se cree incluso que entre los primeros inventores de la escritura árabe se encuentran Zaid ibn Hammad y su hijo, dos cristianos provenientes de Hira. 65 En el Corán se pueden encontrar palabras tanto profanas como de gran relevancia provenientes tanto del judaísmo como del cristianismo árabe. Por ejemplo: sura (fragmento escrito), rabb (señor), „abd (siervo), ar-rahman y ar-rahim (“El misericordioso” y “El Clemente”, nombres de Dios); qeryana (del sirio “lectura litúrgica”, que derivó en al-Qur‟an: “El Corán”). Pero sin duda, la más relevante es la forma árabe cristiana de llamar al Dios supremo: Allah, “Dios altísimo”, para algunos, por la combinación de al-ilah, “el Dios” y según otros, derivada del hebreo elohim y del siriaco alaha: “el Dios”66. 64 Cfr. http://wapedia.mobi/es/%C3%81rabes_Cristianos consultado el 31 de agosto de 2010. Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. Cit., p. 56. Según Küng es seguro que el árabe se perfeccionó y se practicaba en Hira (primer gran centro cristiano árabe) mucho antes de que se impusiera en la península arábiga. 66 Cfr. Ibíd., p. 57. 65 38 Otro dato importante de este tipo de esta relación es que el cristianismo árabe produjo insignes pensadores que influyeron incluso en el mundo musulmán: entre los más conocidos se encuentra el melquita sirio Juan Damasceno (675-749), quien en medio de la dominación musulmana entró en el monasterio de San Sabas (Jerusalén) y llegó a convertirse en Doctor de la Iglesia. Su Libro de las herejías67 fue uno de los primeros escritos cristianos que dan cuenta de la doctrina del islam y que fue de gran influencia en el cristianismo oriental, atacó además el iconoclasismo, el maniqueísmo, monotelismo y el animismo. Otro teólogo importante de esta época fue Teodoro Abu Qurra (muerto en el 830), monje del monasterio de Mar Saba que produjo numerosos textos en siriaco, árabe y griego; que contribuyó, junto a Juan Damasceno, a elaborar una teología cristiana en árabe basada en el racionalismo aristotélico que adoptaría luego la teología musulmana68. Actualmente, la mayoría de los cristianos árabes se concentran en países como Egipto, Líbano, Siria, Jordania, Irak, Israel y alrededor del Mediterráneo. El Anexo 4 ubicado al final del trabajo, ofrece un panorama general de las iglesias orientales tal y como subsisten hoy en día69. En varios estudios se puede constatar cómo el cristianismo árabe ha desarrollado una literatura muy diversa de acuerdo a sus distintas vertientes y regiones 70. En el presente trabajo no se profundizará más sobre el asunto pues el propósito es el de ofrecer un contexto general para analizar, a continuación, la cristología judeocristiana que hasta cierto punto subsistió tanto en ciertos aspectos del cristianismo occidental como en determinadas facciones del cristianismo oriental 67 Cfr. Juan Damasceno. Herejía 100: El Islam. En: Le Coz, Raymond. Écrits sur l‟Islam. Sources chrétiennes n. 383. (Paris: Éditions du cerf, 1992). 210-227. 68 Cfr. Abumalham, Montserrat y Monferrer Sala, Juan Pedro. Op. cit., p. 40-41. 69 También en la costa Caribe colombiana se pueden encontrar muchos árabes cristianos maronitas provenientes de Medio Oriente (la mayoría libaneses), como fruto de guerras como la civil ocurrida en el Líbano entre 1975 y 1990, entre otras. Los cristianos árabes también habitan en gran número otros países latinoamericanos como Brasil (8.520.000 cristianos árabes), México (1.000.000) y Chile (750.000). Cfr. http://wapedia.mobi/es/%C3%81rabes_Cristianos consultado el 31 de agosto de 2010. 70 Por ejemplo, en la introducción de la ya citada obra de Montserrat Abumalham y Juan Pedro Monferrer Sala, se ofrece una síntesis de los escritos tanto de tipo bíblico como literario, jurídico y litúrgico de los melquitas, jacobitas y nestorianos (Cfr. p. 30-46), presentando luego una selección de textos apócrifos cristianos según diversos temas (apócrifos vetero-testamentarios, neotestamentarios, apocalípticos, hagiográficos, leyendas y cartas). 39 (el monofisismo de los jacobitas, los coptos, los etíopes y los armenios; y el nestorianismo de los asirios) y del judeocristianismo gnóstico. Esta cristología se irá relacionando con lo que podemos llamar una cristología coránica, la cual se expondrá más detalladamente en el tercer capítulo del trabajo. 40 CAPÍTULO 2 CRISTOLOGÍA DEL JUDEOCRISTIANISMO Y CRISTIANISMO ÁRABE Ante todo se debe partir del férreo monoteísmo de la primera comunidad de discípulos de Jesús. Como consecuencia de esta fe en el Dios uno, no en su detrimento, el judeocristianismo (cuyas creencias no se pueden catalogar como una doctrina definida mediante concilio, sino por profesiones de fe expresadas en los escritos neo-testamentarios, en boca de los Apóstoles) consideraba a Jesús como quien fuera crucificado pero a quien Dios elevó hacia él y que ocupa ahora un puesto a su derecha, hecho “Señor y Mesías” por la resurrección (Hch 2, 2236). De la misma manera, es Jesucristo el indicador del camino, portador de la salvación y futuro juez del mundo. Es la encarnación del Dios soberano y de su Reino que se experimenta ahora en el Espíritu 71. Como signo de esa fe, surgió el bautismo, primero con una fórmula unitaria (“en el nombre de Jesús”), hasta evolucionar litúrgicamente a una fórmula ternaria: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Sin embargo, no se puede defender la teoría de que en el cristianismo primitivo se hablara ya de la Trinidad, es decir, unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. A pesar de que se quiere fundamentar en la primera carta de Juan (“tres son los que dan testimonio: el Padre, el Verbo y el Espíritu” y que en la Biblia de Jerusalén figura: “el Espíritu, el agua y la sangre” 1Jn 5, 7-8), según la investigación histórico-crítica, es probable que se trate de una glosa marginal introducida tardíamente, aunque no después del siglo II o III 72, siglos en los que respectivamente Ireneo de Lyon y Tertuliano ya consideraban dicho pasaje para su elaboración doctrinal. El Nuevo Testamento no deja ver una doctrina de un Dios en tres personas, pero sí una relación de Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un Dios (ho 71 72 Cfr. Küng, Hans. El cristianismo: esencia e historia. Op. cit., p. 110. Cfr. Ibíd. 41 theós: “el Dios”, en singular) que permanece oculto, de quien sólo se ve su gloria. Jesús, visible como el Hijo del hombre que está “a la derecha de Dios”: es decir, en comunidad de trono con Dios, en igual poder y gloria. Como Hijo de Dios es elevado y recibido en la vida eterna de Dios, vicario suyo para el hombre y como hombre, representante de los hombres ante Dios73. Espíritu Santo, fuerza y poder invisibles que proceden de Dios. Litúrgicamente se habla de orar en el Espíritu, mediante Jesucristo a Dios así como San Pablo afirma que Dios obra la salvación mediante Jesucristo en el Espíritu. Para estudiar la cristología judeocristiana los orientalistas han coincidido en hablar primero de los títulos atribuidos a Jesús y luego enfatizar en temas como la encarnación, la redención, el misterio de la cruz y la escatología. Producto de este estudio se puede llegar a formular dicha cristología desde lo que le es característico, lo que también incluye la coincidencia de varias de sus creencias con ciertas definiciones doctrinales recogidas por los Concilios cristológicos, pues como se dijo anteriormente, en cierta medida el cristianismo empezó siendo judeocristianismo. A continuación se presentará una síntesis de esta cristología a partir de los estudios de Jean Daniélou74 y César Vidal Manzanares75. El primero presenta una visión global basado en las fuentes disponibles sobre todo de los Padres de la Iglesia; Vidal Manzanares se concentra en el judeocristianismo palestinense, retomando sobre todo la influencia del judaísmo en los primeros cristianos hasta finales del siglo I, teniendo como fuentes la literatura judía y el Nuevo Testamento. Para este trabajo se tendrán en cuenta los títulos cristológicos judeocristianos trabajados por este último autor (sobre todo los relacionados con el Corán) y los temas propuestos por Daniélou, ya que estos estudios nos ofrecen una síntesis de la cristología con que concretamente se encontró el Islam. 73 Cfr. Ibíd., p.111. Daniélou, Jean. Teología del judeocristianismo, (Madrid: Cristiandad 2004), p.229-352. 75 Vidal Manzanares, César. El judeo-cristianismo palestino en el siglo I: De Pentecostés a Jamnia, (Madrid: Trotta, 1995), p. 245-275. 303-321. 74 42 2.1 Títulos atribuidos a Jesús Como un presupuesto importante, se debe recordar que la cristología judeocristiana palestinense se caracteriza originariamente por anteceder o desarrollarse contemporáneamente con la cristología paulina y que San Pablo también puede considerarse en principio un judeocristiano, aunque la formulación que luego hizo optó por categorías alejadas del judaísmo. Sin embargo, con el paso del tiempo surgieron algunos grupos judeocristianos que adoptaron el gnosticismo y deformaron la doctrina originalmente judeocristiana y que luego los concilios consideraron heterodoxos. El judeocristianismo en sí tuvo contacto con la cristología paulina, por eso hay títulos de la cristología occidental comunes al judaísmo como “Hijo del hombre”, “Siervo”, “Hijo de Dios”, “Cordero”, “Profeta”, “Mesías”, “Justo”, “Verbo”, “Señor” y los mismos con el paso del tiempo fueron adquiriendo significados distintos, así como fueron apareciendo otros como “Nombre” o “Principio y Día”. 2.1.1 Profeta Las referencias a este título en el Nuevo Testamento aparte de los evangelios son precarias: ni Pablo ni los escritos prominentemente judeocristianos (como el Apocalipsis) lo utilizan, probablemente para evitar que sirviera para empequeñecer la figura de Jesús fuera de Palestina76. Sin embargo, en las citas específicas sobre este título (Hch 3, 22 Cfr. 7, 37), no se considera a Jesús como un profeta más sino como “el profeta” escatológico que anunció Moisés en Dt 18, 15-16. En los Evangelios el profetismo de Jesús se relaciona con su ministerio público, en textos donde Jesús señala explícita o implícitamente su condición de profeta así como en otros pasajes donde sus discípulos y adversarios lo consideran como tal: “Aparecerán falsos mesías y falsos profetas, que harán señales y prodigios capaces de engañar incluso a los elegidos, si esto fuera posible” (Mc 13, 22 Cfr. Mt 24, 24). “Entonces Jesús les dijo: „Si hay un lugar donde un profeta es 76 Ibíd., p. 255. 43 despreciado, es en su patria y en su propia familia‟” (Mt 13, 57 Cfr. Jn 4, 44). “Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: „Este es, verdaderamente, el Profeta que debía venir al mundo‟” (Jn 6, 14 Cfr. Mt 16, 14; 21, 11. 46). “Pero debo seguir mi camino hoy, mañana y pasado, porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!...” (Lc 13, 33-34). A pesar de estas referencias, la denominación de Jesús como profeta no prosperó en la cristología posterior debido a que este tipo de profetismo se entendía más como referido al Mesías esperado del judaísmo que venía a realizar prodigios y señales. Dicha espera en ese profeta-Mesías se puede constatar en el interrogatorio a Juan el Bautista: “Le preguntaron (sacerdotes y levitas enviados por las autoridades judías): „¿Quién eres, entonces?‟, „¿Eres Elías?‟. Juan dijo: „No‟. „¿Eres el Profeta?‟. „Tampoco‟, respondió” (Jn 1, 21); o en las palabras de la samaritana: “La mujer le dijo: „Señor, veo que eres un profeta‟… „Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo‟” (Jn 4, 19. 25), pues los samaritanos también esperaban al taheb (el que regresa o el restaurador), que realizaría milagros, restauraría la ley y la adoración verdadera y llevaría el conocimiento de Dios a otras naciones77. A este tipo de profeta es el que en cierta medida se relaciona Jesús en el judeocristianismo. El título “profeta” unido a la concepción de un “segundo Moisés”, no era muy atractivo para los judeocristianos, aún menos cuando se comenzó a mezclar con el gnosticismo. En el Evangelio de los hebreos y las Pseudoclementinas todavía se usaba (siglo II). También se hace referencia a su carácter profético en el Evangelio de Tomás (gnóstico): “Dijo Jesús: „Ningún profeta es aceptado en su aldea; ningún médico cura a aquellos que le conocen‟” (Logion 31). “Sus discípulos le dijeron: „veinticuatro profetas alzaron su voz en Israel y todos 77 Ibíd., p. 256. 44 hablaron de ti‟. Él les dijo: „Habéis dejado a un lado al Viviente (que está) ante vosotros ¡y habláis de los muertos!‟” (Logion 52)78. Finalmente, es de constatar en escritos de Qumrán (en el Testamento de Leví) que la figura que recogió la doctrina de Jesús como profeta es la de “Mesías”, así como también sucedió con “Hijo del hombre” y con “Siervo de Yahvéh”. En el Corán es precisamente el profetismo lo más característico de Jesús, en cuanto a su papel de rasûl o “enviado” de Dios particularmente al pueblo israelita y cristiano al que se la ha dado el libro del Evangelio. Junto al judeocristianismo, se considera profeta a Jesús en cuanto a su humanidad, que en el Corán está determinada por el servicio a Dios como buen musulmán. Sin embargo, la categoría profeta no se entiende de la misma manera que en el judaísmo y el cristianismo. Por ser un tema tan amplio y crucial para el Corán y no tanto para el judeocristianismo posterior, se trabajará de lleno en el siguiente capítulo del trabajo. 2.1.2 Mesías Hay que tener cautela frente a la aplicación del título “mesías” a Jesús, pues podía ser equiparado en el cristianismo primitivo como el Siervo de Yahvéh o el Hijo del hombre. Era esperado como un dirigente con características políticas, pero para unos iba a ser restaurador y vengador ante las naciones y, para otros, un líder religioso y pacífico. Precisamente una de las categorías que caracterizaban a los primeros cristianos como judeocristianos es el mesianismo, por tanto el concepto que tuvieron de mesías es básicamente judío pero adquirió algunas características que no eran propias de ese ambiente. La palabra hebrea Masiaj, que significa “ungido”, sirvió tanto para designar al rey de Israel (Cfr. 1 Sam 89, 16) como para quien recibiera una misión específica de 78 Cfr. De Santos Otero, Aurelio. Los evangelios apócrifos, 9ª ed. (Madrid: BAC 1996), p.689-705. 45 Dios, ya sea sacerdote (Aarón y sus hijos, cfr. Ex 28, 41), profeta (Eliseo, cfr. 1Re 19, 16) o un instrumento de los designios de Dios, así fuera pagano (Ciro, rey persa. Cfr. Is 45, 1). Ante las dificultades del Reino de Israel se creó luego la imagen de un personaje futuro y escatológico, descendiente de David. Este mesías en algunos profetas es considerado como salvador terrenal, final y eterno: “Acontecerá aquel día - oráculo de Yahveh Sebaot - que romperé el yugo de sobre tu cerviz y tus coyundas arrancaré, y no te servirán más los extranjeros, sino que Israel y Judá servirán a Yahveh su Dios y a David su rey, que yo les suscitaré…” (Jer 30, 8-9). En el profeta Zacarías se habla de un mesías manso y pacífico (Cfr. Zac 9,9) y en los Salmos de Salomón, de un monarca guerrero79. Resulta fundamental resaltar que un aspecto doctrinal clave del judeocristianismo fue el de considerar a Jesús como el Mesías: “Pero como él (David) era profeta y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono un descendiente de su sangre, vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción” (Hch 2, 3031). Sin embargo, no se trataba de un guerrero sino de un ejecutado injustamente (Cfr. Hch 2, 36; 3, 14; 4, 10), de un siervo sufriente (Hch 3, 13) pero según el propósito del plan salvador de Dios (Cfr. Hch 2, 23) y según las Escrituras (Cfr. Hch 3, 18). No sería el monarca que todos los judíos aceptarían y que los uniría, sino que “Él es la piedra que vosotros, los constructores, habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular” (Hch 4, 10). Según Vidal Manzanares, la novedad judeocristiana del mesianismo es que toda una serie de perspectivas que ya existían en el ambiente judío, se encarnaron en un personaje concreto80, a pesar de que no era el título más usado en el judeocristianismo, sí se le atribuyeron muchas actividades mesiánicas como el ser soberano de los reyes de la tierra (Cfr. Ap 1, 5), Lucero del alba, raíz y linaje de 79 80 Cfr. Vidal Manzanares, César. Op. cit., p. 259. Cfr. Ibíd., p. 261. 46 David (Cfr. Ap 22, 16), pastor con vara de hierro (Cfr. Ap 19, 15) constituyéndose este mesianismo como el eje distintivo entre el judaísmo y el cristianismo primitivo. Para el Corán, al-Masîh (el Mesías) no es sino otro de los nombres con que fue conocido el profeta Jesús en medio de su pueblo. Sólo algunos exégetas musulmanes consideran que Mesías significa “el Ungido” o “el tocado” en cuanto fue tocado por Dios o por el ángel Gabriel. No se profundizará más en este capítulo sobre el tema, porque además de que es poco importante para la cristología coránica, tiene casi las mismas connotaciones de profetismo y humanidad que serán tratadas en el tercer capítulo de este estudio. 2.1.3 Siervo En el judeocristianismo es un título muy común aplicado a Jesús. En los discursos de Pedro se utiliza la palabra pais (que también admite la traducción de “hijo”) en cuanto siervo de Dios: “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando éste estaba resuelto a ponerle en libertad” (Hch 3, 13 Cfr. 3, 26; 4, 27). Sin embargo, se usa para hacer referencia al siervo de Yahveh (Ebed Yahveh) de Isaías (Cfr. 42, 1-4; 49, 1-7; 50, 4-11 y 52, 1353), cuya muerte tenía un sentido sacrificial y expiatorio, ya aplicado al Mesías antes de Jesús, sacrificio que incluso era en favor de los impíos. En escritos judeocristianos como el Enoc etíope, el siervo se identifica con el “hijo del hombre” unido a otros títulos como “Mesías”, “luz de las naciones”, “elegido”, “justo”, cuyo nombre fue pronunciado desde antes de la creación “en presencia del Señor de los espíritus” 81 . Incluso, en varios escritos de la literatura rabínica, la idea de un Mesías-siervo sufriente no era ajena, como se atestigua en el Targum de Is 42, el Midrash sobre el Salmo 2 y la compilación haggádica de la Biblia hebrea de Yalkut Shimoni. Además, la idea de resurrección del Siervo de Yahvéh, 81 Cfr. Ibíd., p. 247. 47 aparece en el Targum de Is 53, 8 y 10: “fue cortado de la tierra de los vivientes… prolongará sus días… y verá la luz”82. Sin embargo, esto no quiere decir que estrictamente este texto haya sido motivo para que los primeros cristianos contemplaran la idea de la resurrección. Se puede ver cómo, al igual que el título “Mesías”, lo característico del “Siervo” judeocristiano aplicado a Jesús es su identificación con una persona y una historia concretas, retomando un concepto judío ya existente. Para el islam es precisamente lo que hace de Jesús un musulmán ejemplar. Esto se manifiesta en las primeras palabras que pronuncia desde su cuna: “Soy el siervo de Dios. Él me ha dado la Escritura y ha hecho de mí un profeta” (19,30), tratan de aclarar desde el principio su humanidad y sumisión a Dios así como su labor de profeta. 2.1.4 Hijo de Dios Aunque en el Corán no se atribuya este título a Jesús sino que, por el contrario, es precisamente al que más se opone, resulta necesario determinar en qué sentido el judeocristianismo entendía a Jesús como el Hijo de Dios. El título proviene del Antiguo Testamento vinculado a tres circunstancias diferentes: todo el pueblo de Israel como hijo de Dios (Cfr. Ex 4, 22; Os 11, 1); título del rey (2 Sam 7, 14: a David; Sal 2, 7) y al referirse a personajes superiores como los ángeles (Job 1, 6; 2, 1; 38, 7). En el judeocristianismo al tratarse del Mesías era muy frecuente traducir “hijo” del griego pais cuando su significado era más bien el de “siervo”. Sin embargo, en el campo interpretativo judío numerosos textos dejan entrever que antes de Jesús ya se aplicaba este título en relación al Mesías (unido al de Siervo e hijo del hombre), como en algunos manuscritos de Qumram, en el Talmud y en varios Midrash sobre algunos salmos83, por ejemplo el mismo Salmo 2 se refiere explícitamente al Mesías como “Hijo de Dios”. 82 83 Ibíd., p. 248. Cfr. Ibíd., p. 262. 48 Hijo de Dios, según la mayoría de estas interpretaciones, indica la elección para una misión concreta y determinada, más específicamente la ligada al concepto de mesías. En el judeocristianismo palestinense, este título se deja ver en los Sinópticos, en Juan y en la fuente Q. Particularmente en pasajes del Evangelio de Juan más cercanos al helenismo no sólo tienen connotaciones mesiánicas sino que indican igualdad con Dios (Jn 5, 17-18; 10, 30, etc.). En Mateo, extrapalestinense, se pretende a través de este título señalar la autoconciencia de Jesús como Hijo del Padre, con quien tiene una relación distinta a la de cualquier otro ser: “Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre lo conoce nadie sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (11, 25-27). En Hebreos se menciona para afirmar la divinidad del Hijo, relacionándola con la del Padre (1-2), hasta afirmar que el Hijo es Dios (1, 8-9) al que todos los ángeles le sirven, aplicándole además textos antes relacionados sólo a Yahveh (Heb 1, 10: “Tú, al comienzo, ¡oh Señor! pusiste los cimientos de la tierra” y Sal 101, 26-28). Pablo utiliza el título tres veces, entre las cuales la más significativa es: “constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad, por su resurrección entre los muertos” (Rom 1, 4; cfr. 2Cor 1, 19 y Gal 2, 20). En el islam hay una referencia parecida: el “espíritu de santidad”, que es una especie de poder (o el ángel que comunica ese poder de parte de Dios) que Dios otorga al profeta para que pueda cumplir con su misión, de ahí que en el Corán Jesús es sostenido por este espíritu (Cfr. 2,87.253; 5,110; 19,17; 21,91). El Pastor de Hermas reserva el puesto de Hijo de Dios en medio de los ángeles a Cristo: “El varón glorioso es el Hijo de Dios y aquellos seis varones son los ángeles gloriosos que lo rodean a derecha y a izquierda. De estos ángeles gloriosos, nadie accede a Dios sin él; quien no reciba su nombre, no llegará al reino de Dios” (Sim. IX, 12, 7-8)84. Este Hijo de Dios no es primero entre iguales (como sí se trata a Miguel), porque es el camino hacia Dios. La misma idea se expresa con el símbolo de la estatura prominente de Cristo (que sobrepasa las torres) para coronar a los elegidos y el ser elevado como el soberano de una 84 Cfr. Grillmeier, Alois. Op. cit., p. 178. 49 corte, como se expresa en el 5º Esdras y en escritos más tardíos como el Evangelio de Pedro y en los escritos elkesaítas. Esta imagen de la estatura que sobrepasa los espíritus celestiales fue volviéndose una forma de representar la figura divina en el mundo para el cristianismo helenista. Se puede concluir pues, que además de las implicaciones mesiánicas del título, este título se interpretó luego con visos de divinidad que se refuerzan en la relación particular que Jesús manifestaba tener con Dios, al que consideraba Abba. Sin embargo, en la predicación del judeocristianismo primitivo no se le daba una importancia particular al título Hijo de Dios, probablemente porque podría ser confundido con la idea política de Mesías y por ende con la revolución política, por eso se optó por utilizar más expresiones como “siervo” o “justo”. Además, en el ámbito judeocristiano era mejor no utilizar este término al designar esa relación especial de Jesús con Dios como Padre, pues prefería no alejarse del judaísmo evitando atribuirle un rango de divinidad85. En este mismo capítulo y en el siguiente se profundizará más esta filiación dentro del judeocristianismo al tratar el tema de la Encarnación. Cabe adelantar que el Corán entiende la filiación divina de Jesús en sentido carnal y sexual, pues repite una y otra vez que Dios lo que quiere lo hace por medio de su palabra (Cfr. 2,117) y no por generación (Cfr. 112,3), de ahí que por ser Dios no necesita de compañera (Cfr. 6,101; 72,3) y además el tener un hijo al cual esté supeditado, no es propio de todo un Dios trascendente (Cfr. 2,116; 10,65; 19,35). 2.1.5 Señor Este término aplicado a Jesús es el que más implica la idea de su divinidad. Se deja ver por ejemplo en Ap 22, 20: “marana thá”, “ven Señor nuestro”, que en el ambiente palestinense era un título honorífico, pero en el griego implicaba divinidad. Sin embargo, en el Antiguo Testamento, mar (Señor) ya se le decía a 85 Cfr. Vidal Manzanares, César. Op. cit., p. 264. 50 Dios (Dn 2, 47: Señor de los reyes; 5, 23: Señor del cielo). Así pues, el judeocristianismo palestinense usó esta palabra para referirse tanto a Dios como a Jesús86, como aparece en el himno de Flp 2, 5, originalmente judeocristiano, donde se presenta a Jesús como un ser pre-existente en forma de Dios pero que no se aferró a su condición de ser igual a Dios, tomando forma de siervo y muriendo en cruz, por lo cual fue exaltado por Dios otorgándole el “nombre” sobre todo nombre y que toda lengua lo debe proclamar como Señor (Flp 2, 11). Existen varias razones por las que dentro del judeocristianismo el título Señor (mar en arameo) atribuido a Jesús tenga implicaciones de divinidad: a) Es la misma palabra para referirse a Dios (Hch 2, 39; 3, 22; 4, 26). Incluso, la palabra kyrios fue la utilizada por los Setenta para traducir Yahveh. b) Este título no se le atribuye a Jesús solo en un sentido honorifico (Hch 4, 33: “los Apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder”; 8, 16; 10, 36; St 1, 1; etc.). c) La palabra kyrios era usada en el culto para referirse a Dios (Hch 7, 59; St 2,1): Esteban se dirige a Jesús con este título en el momento de su muerte y Santiago le añade “de gloria”, sólo aplicado antes a Yahvéh (Is 42, 8). d) A Jesús se le llama “Señor de señores” (Ap 17, 14; 19, 16), fórmula exclusiva para Yahvéh (Dt 10, 17), con la cual se identifica con el Dios del Antiguo Testamento. En el Corán nunca se aplica este término a Jesús, pues implica directamente la divinidad, sobre todo en cuanto creador y soberano del universo, pues Dios es el “Señor creador de toda cosa” (40, 64), “Señor del oriente y del occidente” (73, 9) y es a quien se da cuentas el día del Juicio (Cfr. 6,164; 39,7). Por ser un título 86 Cfr. Ibíd., p. 265. 51 teológico y no cristológico dentro del Corán, no será trabajado en el segundo capítulo. 2.1.6 Nombre Relacionado a Señor se encuentra particularmente demarcado en el judeocristianismo el título “Nombre” aplicado originalmente a Jesús en cuanto “hijo del hombre”87 y luego relacionado con la divinidad de Cristo y el lugar del Logos 88. Se puede ver en las fórmulas bautismales (Hch 2, 38; 10, 48), en las curaciones (Hch 3, 6.16; 4, 30; St 5, 14), en el perdón de los pecados y la salvación (Hch 4, 10. 43), el más alto nombre sobre todo nombre bajo el cielo (Hch 4, 11-12). En el Antiguo Testamento este título (shem) se usaba para referirse a Dios mismo: “llevareis al lugar elegido por Yahveh vuestro Dios para morada de su nombre todo lo que yo os prescribo” (Dt 12, 11. 21; Cfr. Dt 14, 23; Is 18, 7) en cuanto que se manifiesta, se revela a sí mismo. En el judaísmo se usaba al puesto de Yahveh, el cual se callaba por respeto. En Filón, “el Nombre” es una de las denominaciones del Logos. Así pues, tanto Señor como Nombre (sobre todo Nombre en Hch 4, 11-12; Flp 2, 10-11) y Verbo (Palabra), conllevan divinidad para Jesús lo cual sin duda influyó en el pensamiento posterior tanto paulino como conciliar. Se puede decir que en Pablo y en Juan el Nombre designa la naturaleza divina de Cristo, nombre común con el Padre y el Espíritu, incluso se usó antes que Verbo, ya sea por una desconfianza del judeocristianismo para con el Logos griego o porque simplemente le estaba “preparando” el camino por ser onoma un término más arcáico. Este título tuvo, según Daniélou, una evolución en el judaísmo tardío hasta llegar a ser equivalente a la ousía griega, lo inefable de Dios. Incluso pasó a significar luego la Potencia por la que Dios realiza sus obras. Lo novedoso del 87 88 Cfr. Grillmeier, Alois. Op. cit., p. 169. Cfr. Vidal Manzanares, César. Op. cit., p. 267-268. Daniélou, Jean. Op. cit., p. 229-246. 52 judeocristianismo es que el Nombre pasó a convertirse en una persona distinta al Padre89. En las Epístolas de Clemente Romano (por ejemplo en la Epístola a los Corintios XLIII), el Nombre se refiere al Hijo en un ambiente litúrgico al cual hay que obedecer y que es “príncipe original de toda la creación”. En el Pastor de Hermas se lee: “La torre (la Iglesia) está fundada sobre la palabra del Nombre todopoderoso y glorioso, está sostenida por la potencia invencible del Maestro” (III, 3, 1), donde al parecer, en la “palabra del Nombre” el Nombre designa la divinidad que actúa por su Palabra. En el judeocristianismo posterior, particularmente el gnóstico, el Nombre adquiere un tinte mágico. En el Evangelio de la verdad, escrito atribuido a Valentín (gnóstico), el Nombre es la virtud de Dios que actúa, opuesto al primer principio inaccesible. Sin embargo, a pesar de su proveniencia este escrito conserva una teología judeocristiana muy pura y estructurada y además con poca influencia gnóstica: “El fin consiste en conocer al que está oculto, y Éste es el Padre, del que ha salido el principio y hacia el que retornarán los que han salido de Él. Ellos, por otra parte, han aparecido para la gloria y la alegría de su nombre. El nombre del Padre, empero, es el Hijo. Es Él el que en el Principio dio un nombre al que ha salido de sí, que era Él mismo y al que engendró como Hijo. Le ha dado su nombre, el que le perteneció; es aquel al que le pertenece todo lo que existe en torno al Padre. Suyo es el nombre; suyo es el Hijo. Es posible para éste verlo. Pero el nombre es invisible porque sólo él es el secreto del Invisible que viene a los oídos que están completamente llenos de él por él. Porque, realmente, el nombre del Padre no es dicho, sino que se revela por medio del Hijo. Entonces y siendo así ¡grande es el nombre!”90. El Nombre designa la esencia divina que es invisible e inefable que se manifiesta por el Hijo. El hecho de que el Padre le haya dado el Nombre al Hijo, significa que éste tiene la misma naturaleza de aquél. Incluso no sólo el Hijo posee el Nombre sino que se identifica con él. El Nombre designa al Hijo bajo tres aspectos a la vez: posee naturaleza divina, esa naturaleza divina se manifiesta en él y es una 89 90 Cfr. Ibíd., p. 231. Evangelio de la verdad 37-38. 53 persona distinta del Padre. Valentín aclara que el Padre no tiene nombre porque es innombrable, indecible, de ahí que su nombre es el Hombre, Jesús91. Además el Nombre se presenta como instrumento de la creación y mediador de la revelación. Sin embargo, aunque se parezca a la cristología ortodoxa, aquí no está implicada la preexistencia. Fueron los discípulos de Valentín como Marcos el Mago quienes le añadieron elementos del esoterismo judío como la Cábala y la numerología, así como la doctrina gnóstica de la caída de Sofía fuera del Pleroma y el quebrarse del Nombre en la diversidad de Eones (seres divinos o semi-divinos inferiores a uno superior: el Padre, del que todo se origina). 2.1.7 Verbo El título de “Verbo” o “Palabra” es indispensable si se quiere indagar sobre una posible concepción de preexistencia de Jesús en el cristianismo primitivo. En el libro del Apocalipsis (hay que recordar que lo escatológico es fundamental en el pensamiento judeocristiano), Palabra de Dios es uno de los nombres del jinete victorioso que “vistiendo un manto empapado de sangre”, vence a los paganos y a la Bestia, para gobernar con cetro de hierro, “Rey de Reyes y Señor de Señores” (Cfr. Ap 19, 11-21). Aquí, el título de Palabra lo designa como revelación eficaz de Dios, ejecutor de sus obras (Cfr. Ap 20, 11-12). Sin embargo, el Logos del Apocalipsis se conecta igualmente con la divinidad (Jn 1, 1.14) y está presente en otros escritos judeocristianos como poder regenerador (Cfr. St 1, 18), en 1Pe es germen de vida que otorga además la posibilidad de obrar según la voluntad de Dios (1, 23). En Pablo está ausente, aunque para él es el Espíritu quien nos constituye hijos de Dios (Cfr. Rom 6, 4), siendo dinamismo de la palabra. La palabra Logos es originaria del paganismo (Heráclito, el estoicismo, platonismo, gnosticismo, hermetismo, etc.) y lo más probable es que ya había influido antes en la literatura judía. Particularmente en los targumim92 judíos su equivalente fue 91 92 Cfr. Daniélou, Jean. Op. cit., p. 242. Traducciones de textos de la Biblia hebrea al arameo así como interpretaciones del mismo texto. 54 Memrá, designación para referirse a Yahvéh creador, revelador y salvador. Al aplicarse este título a Jesús se estaba diciendo que el Dios Logos-Memrá, se había encarnado en un humano. Sin embargo, esta mención no surgió del helenismo sino del judeocristianismo palestinense indicando una pre-existencia de ese Siervo y Mesías que por ser Palabra de Dios, intervino en las acciones salvíficas y reveladoras de Dios, de ahí que no sería extraño que también se le llamara “Señor”. Así pues se llegó a esta concepción como resultado del contacto de los primeros cristianos con el judaísmo iluminados por su experiencia de la resurrección de Jesús: “A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. „Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado‟” (Hch 2, 32-36). En el Corán el título “una palabra de Dios”, con el artículo indeterminado “una”, designa a Jesús como un signo en María por medio del Kun, (“sé” Cfr. 2,117) que es el “hágase” del Creador. Así pues se relaciona sobre todo con la concepción milagrosamente virginal de Jesús que es una Palabra emanada de Dios (Cfr. 3, 45) que había sido ofrecida a María (Cfr. 4, 171). Se trata entonces de la manifestación de la Palabra creadora de Dios muy similar a la del primer capítulo del Génesis, pero de ninguna manera es posesión de un ser humano. Más bien se podría hacer una comparación de este tipo con el Corán, que es la Palabra de Dios hecha recitación y que tiene un cierto poder. Sólo en interpretaciones posteriores, como se verá en el tercer capítulo del trabajo, se considera que Jesús es palabra de Dios en cuanto que es portador de Su palabra a los judíos y cristianos. 55 2.2 Ejes cristológicos comunes a las cristologías coránica y judeocristiana Daniélou en su Teología del judeocristianismo ha examinado algunas doctrinas de importancia para tener una visión clara de la cristología con la que se encontró Muhammad. Su estudio no sólo se basa en las citas bíblicas que pueden fundamentar el carácter judío de determinado tema, sino que presenta una relación minuciosa de la cristología judeocristiana en los escritos del siglo II y III. A continuación se describirán una serie de “ejes cristológicos” (título acuñado en esta investigación, no en la obra de Daniélou) importantes para establecer una relación de la cristología judeocristiana con la coránica, y que se intentará demostrar con citas específicas de escritos judeocristianos y coránicos. 2.2.1 Encarnación-Bautismo Entre los aspectos particulares de la Encarnación en la teología judeocristiana, se puede ver cómo este misterio es escondido a los ángeles, como se encuentra en la Ascensión de Isaías de la cual retoma el Physiologus (escrito que agrupa una serie de sentencias, probablemente en Alejandría, siglo IV): “Así mi Salvador, el león espiritual… enviado por el Padre eterno, ha escondido sus huellas espirituales, es decir, su divinidad. Se ha hecho ángel con los ángeles, hombre con los hombres, con las potestades, potestad, hasta su descenso. Ha bajado al seno de María, para salvar la raza extraviada de las almas humanas… pero ellos no le conocieron como bajado de lo Alto y decían: ¿Quién es este rey de la gloria? Entonces respondió el Espíritu Santo: El Señor de las potestades, ése es el rey de la gloria”93 Este rasgo de la teología judeocristiana ya aparecía en Pablo: “A mí… me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios… para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos, mediante la Iglesia” (Ef 3, 8-10). La 93 Physiologus, en: Daniélou, Jean. Op. cit., p. 265. 56 idea de este misterio escondido también se demuestra en Ignacio de Antioquía (Carta a los Efesios) y en Ireneo, quienes retomando la Ascensión de Isaías, ponen de relieve que el Verbo toma forma de ángel para no ser reconocido como Dios. En escritos posteriores no pertenecientes a la ortodoxia como la Gnosis de Simón, el descenso del Verbo sucede para dominar a las potestades evangélicas en cuanto potencias planetarias que dominan el mundo obrado por el Demiurgo y hablando también de una Encarnación aparente. En la Pistis Sophia (que traduce “Sabiduría de la fe”), Cristo toma la forma del ángel Gabriel en cuanto Verbo y para disimular su identidad, así como toma forma de hombre para no ser reconocido por la humanidad: “Se ha ocultado a todos los cielos y a todos los príncipes. Y he visto que en Nazaret mamaba como un niño y seguía la ley común, para no ser conocido” (Ascensión de Isaías XI, 16-17)94. En la Ascensión de Isaías no se niega, pero sí permanece oculta a cualquier realidad. En el gnosticismo de Simón el carácter oculto del descenso de la divinidad corresponde a la tendencia docetista y a la propia negación de la Encarnación, por tanto no se habla del descenso del Verbo como en el Evangelio de Juan, sino de Cristo como emisión del Pleroma que baja sobre Jesús en el bautismo. La secta de los ofitas (gnósticos) introduce otra idea: el Verbo sí es visible pero es invulnerable a los arcángeles judíos (considerados malévolos por esta secta) porque porta los “sellos” de protección (esta idea también se encuentra en las Odas de Salomón, de la literatura judía). Particularmente parecida a la doctrina coránica es la gnosis de Basílides, para quien Cristo antes de la Pasión toma la forma de Simón de Cirene el cual es crucificado en su lugar, mientras Cristo sube a quien le ha enviado (Adversus haereses I, 24,4). El judeocristianismo relaciona al Espíritu Santo en la Encarnación con la Sabiduría. Según la Epístola de los Apóstoles el Verbo desciende revestido de la 94 Cfr. Daniélou, Jean. Op. cit., p. 266. 57 Sabiduría del Padre. Para los ofitas en Jesús, Cristo ha bajado unido a la Sabiduría, constituyéndose Jesucristo, descenso que se da en el bautismo (no se habla de Encarnación). Además, debido a que Cristo tiene que bajar por siete cielos, en cada uno va recibiendo un espíritu de acuerdo a cada cielo: los siete dones propios de la teología siria, específicamente representada por Teófilo de Antioquía95. Otro aspecto característico de la cristología judeocristiana es el hincapié que hace en el carácter sobrenatural de la Encarnación. Particularmente en los misterios de la natividad, la adoración de los magos y el bautismo se deja ver un énfasis especial y que conserva aún la cristología de occidente. Primero, el nacimiento de Jesús se presenta como un hecho milagroso: nace de una mujer virgen, cuya prima anciana y estéril también tuvo un hijo. Además, en los escritos apócrifos judeocristianos se trata de realzar el carácter sobrenatural del nacimiento, como en los Hechos de Pedro y el Protoevangelio de Santiago: “Contesté (José a la partera): „Es María, la que se crió en el templo del Señor, que aunque me cayó en suerte a mí por mujer, no lo es, sino que ha concebido por virtud del Espíritu Santo‟… Al llegar al lugar de la gruta se pararon, y he aquí que ésta estaba sombreada por una nube luminosa… De repente la nube empezó a retirarse de la gruta y brilló dentro una luz tan grande que nuestros ojos no podían resistirla… la partera dio un grito diciendo: „Grande es para mío el día de hoy, ya que he podido ver con mis propios ojos un nuevo milagro‟… Salomé pues, introdujo su dedo en la naturaleza mas de repente lanzó un grito diciendo: „¡Ay de mí! ¡Mi maldad y mi incredulidad tienen culpa! Por tentar al Dios vivo se desprende de mi cuerpo mi mano carbonizada‟” (Protoevangelio de Santiago XIX, 1 - XX, 1)96. Luego Salomé (la partera) elevó una oración a Dios pidiendo perdón y un ángel del cielo la hizo cargar al niño, con lo que su mano quedó curada. Estas mismas ideas aparecen en el Evangelio árabe de la infancia (II, 2- III, 2), en el que se añade que la partera, una anciana de Jerusalén, aquejada de una parálisis pide a 95 Cfr. Ibíd., p. 269. Cfr. De Santos Otero, Aurelio. Op. cit. p. 163-165. Este apócrifo es el más antiguo de los ortodoxos que se conservan íntegros y el que más ha influido en las narraciones extra-canónicas sobre la natividad de María y de Jesús. Data probablemente del siglo IV. 96 58 María una recompensa y ella le indica que ponga sus manos sobre el niño, ante lo cual la mujer queda curada; luego la gruta se llena de ángeles y pastores que alababan a Dios. Este Evangelio tiene la particularidad de empezar con la misma fórmula con que inician las suras del Corán, es decir, la basmala: “En el nombre de Dios, el Clemente y Misericordioso”. Esta tradición judeocristiana del carácter milagroso del nacimiento de Jesús se puede ver en el Corán de una manera muy particular: en las suras 3 y 19 se enfatiza en la concepción por el espíritu (entendida aquí como la acción del Ángel Gabriel) y del nacimiento virginal. Como en el Protoevangelio de Santiago (I, 1VIII, 2) y en el Evangelio del Pseudo-Mateo (I, 1-VIII, 1), se narra la admirable vida de María, llena también de muchos detalles maravillosos y piadosos. Tanto el momento de la Anunciación, que se narra dos veces en el Corán (Cfr. 3,43-47; 19,16-34) y el nacimiento, están llenos de signos árabes y de milagros, por ejemplo, María concibe a Jesús al lado de una palmera y junto a ella brota una fuente milagrosa de agua para calmar su sed. Este hecho se puede ver representado incluso en algunas imágenes que notables musulmanes conservaban en palacios o que figuraban como adorno de escritos espirituales propios del sufismo, como se puede encontrar en el Anexo 5 ubicado al final de la investigación. Cuando María vuelve a su casa y es acusada de fornicación, el niño en la cuna habla defendiendo su virginidad (Cfr. 19, 30-33; 3, 46; 4,156) modificando lo que se encuentra en el Evangelio árabe de la infancia: “Encontramos lo que sigue en el libro del pontífice Josefo, sacerdote que vivió en los tiempos de Cristo y a quien algunos identifican con Caifás. En él se cuenta que Jesús habló cuando se encontraba precisamente reclinado en la cuna y que dijo a su madre: „Yo soy Jesús, el hijo de Dios, el Verbo, a quien tú has dado a luz de acuerdo con el anuncio del ángel Gabriel. Mi Padre me ha enviado para la salvación del mundo‟” (I, 1-2). En la literatura judeocristiana (Libro II de Henoc y luego en la Ascensión de Isaías), se narra también el nacimiento virginal de Melquisedec, quien hablaba también en la cuna. En el nacimiento de Jesús, para el judeocristianismo, es muy importante el silencio cósmico y el carácter excepcional de los astros que guían a 59 los magos97: en algunos escritos se afirma que toda la creación descansa para alabar un momento a Dios en la mitad de la noche. Además, la estrella significa la luz mesiánica que vence las tinieblas y que irradia la gnosis. Es un astro que reluce ante los demás astros y ante los magos (signos de las tinieblas, pues se afirma que eran de Damasco, ciudad opuesta a Jerusalén), queriendo decir la superación de Dios de toda magia y astrología: “Brilló una estrella en el cielo por encima de todas las demás estrellas; y su luz era inefable, y su novedad causaba asombro; y todas las demás constelaciones con el sol y la luna formaron un coro alrededor de la estrella; pero la estrella brilló más que todas ellas; y hubo perplejidad sobre la procedencia de esta extraña aparición que era tan distinta de las otras. A partir de entonces toda hechicería y todo encanto quedó disuelto, la ignorancia de la maldad se desvaneció, el reino antiguo fue derribado cuando Dios apareció en la semejanza de hombre en novedad de vida eterna” (Ignacio de Antioquía, Epístola a los Efesios, XIX, 2). Sin embargo, lo que más relevancia tiene en estos escritos es la victoria de Cristo sobre el maligno desde el momento mismo de su nacimiento, lo cual hace que los magos se conviertan (la magia y la astrología eran considerados cultos para el demonio). El islam retoma este mismo combate de Cristo contra las potencias del mal en su literatura apocalíptica (no en el Corán), idea que marca tanto la cristología judeocristiana como la occidental e incluso la musulmana, sobre todo en los hadices de corte escatológico. Finalmente, se debe resaltar que en el judeocristianismo el bautismo de Jesús tiene más importancia que la natividad. El Evangelio según San Marcos inicia con el bautismo, lo cual era muy común en el ambiente judeocristiano (bajo la influencia esenia) cuya liturgia anual empezaba en septiembre con este misterio y terminaba con la entrada de los Ramos. Para el judeocristianismo, el significado de que Jesús baje a las aguas es el de derrotar al dragón escondido en las aguas de la muerte (propio de la cosmología judía y que luego afirmara Cirilo de Jerusalén en sus Catequesis) y purificándolas del poder del maligno, consagrando 97 Cfr. Daniélou, Jean. Op. cit., p. 272-280. 60 el rito del agua. Además, el bautismo prefigura su Pasión (descenso al infierno) y resurrección (doctrina presente en las Odas de Salomón). El bautismo para el judeocristianismo también tiene un sentido escatológico: el bautismo de agua y el bautismo de fuego aluden al juicio último por el fuego y el papel de juez de los últimos tiempos que tiene el Mesías. El fuego (o una luz) alrededor de la escena del bautismo está muy presente en los escritos judeocristianos, particularmente en el Evangelio de los ebionitas y en los Extractos de Teodoto (escritos gnósticos). En este último se presentan las etapas de la redención en la vida de Cristo en un ambiente gnóstico: el nacimiento del Salvador nos libra del destino y la fatalidad, el bautismo nos saca del fuego y su Pasión nos libra de la pasión eterna98. Cerinto y Carpócrates (exponentes del docetismo) interpretaron heterodoxamente el episodio del bautismo. Su doctrina se refleja en la literatura ebionita y gnóstica (sobre todo en el Evangelio de los ebionitas) donde se dice que en el bautismo desciende la divinidad sobre (o que el Espíritu Santo entra en) el hombre Jesús. 2.2.2 Resurrección-Redención Conviene recordar que para el cristianismo en general el acontecimiento de la resurrección de Jesús es el núcleo fundamental de la predicación, ya que si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe y predicación, en boca de San Pablo, serían vanas (1Co 15, 14). Efectivamente, en numerosos textos del judeocristianismo, tanto de Palestina como fuera de ella, la resurrección es el mensaje decisivo en la predicación de los Apóstoles (Cfr. Hch 1, 22ss.; 2, 22-28. 35-36; 3, 12-36; 4, 9-10), siendo este hecho el que da sentido a todos los acontecimientos en la comunidad, y de lo cual los Apóstoles fueron testigos (Hch 5, 30ss). En el discurso de Pedro la resurrección, en definitiva, es la interpretación del pasado (por qué Jesús fue crucificado y murió), del presente (Dios lo ha reivindicado y con su resurrección 98 Cfr. Ibíd., p. 285-286. 61 indica que efectivamente él es el Mesías-siervo y es el Señor) y del futuro (Volverá para restaurar todas las cosas) (Hch 3, 13-21). El Apocalipsis, por ejemplo, tenía también la concepción de Jesús como “el que vive; estuve muerto, mas ahora vivo por los siglos de los siglos” (1, 18). La resurrección se relaciona igualmente en escritos extra-palestinenses con el renacer del cristiano (1Pe 1, 3) y la salvación por el bautismo (1Pe 3, 21). Los escritos paulinos dan un puesto de predilección a este hecho (1Co 15) e incluso afirman que el poder que Dios actuó en la resurrección de Jesús es el que mueve la comunidad (Ef 2, 19ss). El judeocristianismo se interesó por la exaltación y elección Divina de Jesucristo como el Mesías de una forma particularmente diversa ante las expectativas del judaísmo, aunque muchas de sus fuentes sean escritos judíos (además del Antiguo Testamento) particularmente apocalípticos; en fin, se fue formando en el cristianismo primitivo una cristología que tuvo como base la experiencia del Resucitado y que los llevó a formar una comunidad de creyentes propia 99. Sin embargo, la resurrección de Cristo en los escritos judeocristianos integra y pone su acento en varios elementos, tales como la redención, la Ascensión y la Cruz, cada uno de ellos dentro de la idea de la Glorificación de Jesucristo 100, yendo más allá de la doctrina judía sobre el Mesías esperado. Se trata la redención como la finalidad de la resurrección y por eso prácticamente tratan ambas ideas como un todo. Sobre la redención los textos judeocristianos, tanto canónicos como extra-canónicos desarrollan dos temas fundamentales: el 99 Cfr. Küng, Hans. El cristianismo: esencia e historia. Op. cit., p. 89. Hay que recordar que en el judeocristianismo hubo la tensión sobre las dos naturalezas de Jesucristo, es decir, entre quienes afirmaban que Jesús es Hijo del Padre (Dios) e Hijo del hombre (humano) y entre (particularmente los gnósticos) quienes consideran que el glorificado fue Cristo (la divinidad que descendió sobre Jesús en el momento del Bautismo), lo que no sucedió con Jesús (terreno, humano) a quien no se aplica divinidad alguna aunque haya sido elegido por Dios y por tanto puede llamarse su “hijo”. Cfr. Küng, Hans. El cristianismo: esencia e historia. Op. cit., p. 109-111. 100 62 descenso de Jesús a los infiernos y la Ascensión-Glorificación101, supuesta la necesidad de dar razón detallada de cómo fue el proceso de la pasión, muerte, sepultura, descenso a los infiernos, Ascensión-Glorificación ante los cuestionamientos judíos y griegos. En cuanto a la primera idea (el descenso a los infiernos, distinto del descenso de los cielos a la tierra), el judeocristianismo establece que el fin por el cual Cristo después de su muerte bajó a las regiones subterráneas fue el de anunciar su liberación a los justos que estaban en el infierno, ya que para el judaísmo era importante saber qué ocurrió con los patriarcas y profetas. Se entiende como la extensión de la salvación realizada por Cristo. Esta doctrina se puede inferir de textos canónicos como: “Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres. ¿Qué quiere decir „subió‟ sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo” (Ef 4, 9); “Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados… En el espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados, en otro tiempo incrédulos, cuando les esperaba la paciencia de Dios…” (1 Pe 3, 18-20) y “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos” (Flp 2, 10); entre otros. Textos no bíblicos como el Evangelio de Pedro y el Apócrifo de Jeremías dicen explícitamente que Cristo no sólo les anuncia su liberación de la muerte a los justos que habían muerto antes que él, sino que la hace efectiva con la resurrección de los cuerpos ya realizada (Cfr. Mt 27, 52-53, donde los sepulcros se abren y resucitan los muertos ante la muerte de Cristo) y que les viene como anticipo de la resurrección escatológica. En otros textos, como el Pastor de Hermas (IX 16, 5-7) se expresa otra idea relacionada con este descenso: ya no es Cristo sino los Apóstoles quienes mandados por él bajan a “bautizar” a los justos del Antiguo Testamento con un 101 Cfr. Ibíd., p. 291-323. 63 sello, además este escrito ya no habla de una resurrección de los cuerpos sino de la entrada del alma en el Reino. En la Epístola de los Apóstoles se niega una resurrección inmediata de los muertos antes de Cristo, sólo se menciona el perdón de sus pecados: liberación y no resurrección, como complementa el Testamento de Leví. En las Odas de Salomón se enfatiza la victoria de Cristo sobre la muerte, liberándose primero él mismo al vencer a Satanás y luego a todos los demás muertos. Esta doctrina cada vez más se fue asociando con el bautismo al enfatizar en el descenso y la salida de las aguas. La concepción de redención tal como se fue desarrollando en el judeocristianismo y el cristianismo posterior no tiene cabida en el islam debido a que la responsabilidad individual por los pecados es absoluta y no se puede concebir el sufrimiento vicario: “Nadie cargará con la carga ajena. Al final volveréis a vuestro Señor y ya os informará Él de lo que hacíais” (39, 7; Cfr. 6, 164; 17, 15; 35, 18; 53, 38) de lo cual ya se hablaba en el profeta Ezequiel (18, 2-20) y luego San Pablo lo menciona someramente (Gal 6, 4-5). Es probable que al mismo Muhammad se le haya tratado de equiparar con un intercesor o protector, por lo cual se reacciona en el Corán: “No te hemos nombrado custodio de ellos, ni eres su protector.” (6, 107; Cfr. 6, 66; 10, 108; 39, 41; 42, 6). Esto corresponde a la misericordia divina que expresa el islam de donde se desprende el rechazo a la transmisión de la mancha del pecado de Adán y Eva (pecado original) a los demás seres humanos (Cfr. 2, 37). Algunas interpretaciones del Corán concluyen que hay un poder otorgado a Jesús para interceder “en la vida de acá y en la otra” especialmente por quienes lo siguen (Cfr. 3, 55), facultad que le ha sido dada por ser allegado de Dios (Cfr. 3, 45), sin embargo, de lo que se trata es que Jesús será testigo contra quienes rechazaron la Escritura: “Entre la gente de la Escritura no hay nadie que no crea en Él antes de su muerte. El día de la Resurrección servirá de testigo contra ellos” (4, 159). Para el islam, por tanto, la muerte y resurrección también juegan un papel muy importante en su cristología aunque con un sentido distinto. Sin embargo, en 64 algunas citas coránicas se afirma que Jesús no pudo morir pues como profeta elegido, rasûl de Dios, no merece tal suerte. En cambio, también en el Corán se puede ver por ejemplo un pasaje coránico donde se dice lo contrario en palabras del recién nacido hijo de María: “la paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado a la vida” (19,33). Según el texto y de acuerdo con el profetismo coránico, Jesús como cualquier ser humano estaba sujeto a la muerte, como también se afirmó de Juan Bautista (Cfr. 19, 15). De todos modos para el islam la resurrección es necesaria sobre todo para que haya Juicio final (Cfr. 16, 38; 10, 53; 3, 185; 4, 47; 22, 7), así pues, se entiende como preludio del infierno o del paraíso. Además es cumplimiento de las promesas o las amenazas Divinas (Cfr. 14, 47; 21, 104) y sólo por Dios es posible, porque si Él fue el creador, el que ha llamado todo a la existencia, también puede llamar de nuevo a todos los seres a la nueva creación (17, 98-99; 23, 78-80; 30, 27), aludiendo un poco a lo que San Pablo afirmaba ya de quien está en Cristo (Cfr. 2Co 5, 17; Col 1, 19ss; Gal 6, 5; 2Pe 3,13) que se convierte en “hombre nuevo”, en “nueva creación”. Sin embargo, se trata de una resurrección idealista, pues aún nadie ha resucitado (ni siquiera Jesús, porque no ha muerto). En este punto la concepción musulmana introduce la idea de ascensión: “Cuando Dios dijo: „¡Jesús! Voy a llamarte a Mí, voy a elevarte a Mí, voy a librarte de los que no creen y poner, hasta el día de la Resurrección, a los que te siguen por encima de los que no creen. Luego, volveréis a Mí y decidiré entre vosotros sobre aquello en que discrepabais” (3, 55). Esto concuerda con la tradición musulmana mayoritaria (sunita) que defiende que Jesús ni fue crucificado ni murió (Cfr. 4, 157-158), sino que fue elevado en vida por Dios para esperar “la Hora”, es decir, el día del Juicio final. Sobre estos temas se hablará más detalladamente en el tercer capítulo del trabajo, particularmente al tratar a Jesús como profeta escatológico. 65 La Glorificación de Cristo se identifica en la teología judeocristiana con la Ascensión102. El texto al cual se hace más referencia sobre este tema es el de Efesios arriba citado (4, 9) y el de Jn 16, 28: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre”. Como categoría teológica, la Ascensión significa la exaltación por encima de toda criatura, de la humanidad a la que se unió el Verbo de Dios, es decir, de forma invisible. Una interpretación judeocristiana afirma que la Ascensión-exaltación se dio al mismo tiempo que la resurrección, tal y como se narra en el Evangelio según San Juan y en textos extra-bíblicos como el Testamento de Benjamín y el Evangelio de Pedro, donde la resurrección-Ascensión equivale a la entrada al cielo. También son muy característicos en el judeocristianismo los relatos de ascensión de personajes del Antiguo Testamento, relacionados con la resurrección que opera Cristo al descender al infierno. Sin embargo, es más significativa la concepción de una Ascensión-exaltación asociada a la partida definitiva de Cristo, luego de un tiempo muy considerable de estancia en la tierra después de la resurrección, aunque de ésta se hable también como exaltación en la que Cristo sube sobre los hombros de los ángeles (Cfr. Ascensión de Isaías III, 16-20), que ocurre antes de encomendar la misión a los apóstoles (Cfr. Mt 28, 19-20) y de los 545 días que permanece en la tierra en espera de la Ascensión. En los escritos gnósticos (particularmente de los discípulos de Ptolomeo y los ofitas) existen dos ascensiones: una es la vuelta del Cristo celeste antes de la Pasión (la cual es sufrida por Jesús, a quien denominan el “Cristo terreno”, no por el Cristo celeste) y otra es la Ascensión del Cristo físico. Además se atribuye a Cristo una enseñanza prolongada durante 18 meses en el periodo entre la resurrección y la Ascensión, pues supuestamente es cuando se considera que se le ha dado la verdadera gnosis. 102 Cfr. Ibíd., p. 307-323. 66 La Ascensión en los escritos judeocristianos viene acompañada por una serie de símbolos significativos: es trasladado a las alturas sobre un trono constituido por ángeles (Cfr. Ef 1, 20-22; 1Cor 15, 25-27 y el Evangelio de Pedro) como manifestación extraordinaria de su gloria y misterio escondido a la vez; otro signo es la travesía de los siete cielos y jerarquías angélicas, que no lo habían reconocido al bajar (porque tomó forma de ángel) y en algunas tradiciones, tampoco lo reconocen al subir, pues el hecho de que el Verbo se haya hecho hombre deja estupefactas a las potencias celestiales. El tener a sus enemigos bajo sus pies designa la realización escatológica del sentarse a la diestra de Dios (Cfr. Heb 10, 12-13). Son varias las referencias de los escritos judeocristianos a algunos salmos que hablan de la ascensión, particularmente el 110: “siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies”; el 68: “subiendo a la altura llevó cautivos y dio dones a los hombres” y el 23: “portones, alzad los dinteles, levantaos puertas antiguas, va a entrar el rey de la gloria. ¿Quién es ese rey de la gloria?” y responde el judeocristianismo: “el Señor de las potencias, ese es el rey de la gloria”103. En la literatura coránica algunos de estos signos se repiten, como la presencia de los ángeles o del trono. Asimismo, Jesús muere y luego es llamado por Dios para elevarlo hacia Él, constituyéndolo soberano de un reino unido por cuarenta años, antes del Juicio. De la misma forma, como la literatura judeocristiana enfatiza en la victoria de Cristo sobre la muerte y Satán, presente en las aguas de la muerte, la literatura post-coránica (especialmente los hadiz o dichos del profeta) presenta a Jesús como el profeta del día del Juicio que aniquilará al Dayyal (Demonio). Esto nos introduce a un terreno muy característico del judeocristianismo y del islam: el escatológico. 103 Cfr. Justino, Diálogo XXXVI, 5-6 67 2.2.3 Escatología El aspecto escatológico, es decir, lo que se entiende referente a la resurrección (que se acabó de trabajar), a la segunda venida de Cristo y al fin de los tiempos, es un tema muy recurrente tanto en los inicios del cristianismo como en la tradición musulmana, sobre todo post-coránica. Otro tema que se desarrollará a la par es el de lo soteriológico, entendido como la manera de evitar la condena en el juicio final104. Unido al mensaje de la resurrección (como se constata en el ya citado discurso de Pedro) estaba la esperanza en que Jesús sería enviado de nuevo (Cfr. Hch 3, 2021; Rm 8, 18-19; 1 Co 15, 24-25) estando en los cielos para la restauración de todas las cosas, es decir, hasta el “día del Señor” como la plenitud en la que los hombres entrarán en la eternidad de Dios (Cfr. Ap 21, 1-8)105. Para Santiago, la creencia en la restauración que obrará Jesús en su segunda venida determina la acción de los discípulos (Cfr. Ap 5, 7ss). Es preciso hacer la salvedad que para el cristianismo primitivo la segunda venida de Cristo empezó por presentarse inminente (Cfr. Mc 13; Rm 13, 11; 1Co 7, 9), debido al corto tiempo que el autor y su comunidad habían esperado y los acontecimientos acaecidos en torno a la destrucción de Jerusalén en el año 70; luego tal espera se va dilatando (Cfr. 2Ts 2, 1ss; Mt 10, 17; 24, 36-44; Lc 21, 5-36) para lo cual es necesario estar preparados. Una muestra clara de esta espera judeocristiana se constata en los discursos escatológicos de los sinópticos, donde aparecen diversos signos como el oscurecimiento del sol y la luna, la caída de las estrellas, la señal del Hijo del hombre, el envío de los ángeles con sus trompetas y la reunión de los elegidos (Cfr. Mc 13, 24-27; Mt 24, 29-31; Lc 21, 25-28) presentando el día del juicio con 104 Cfr. Vidal Manzanares, César. Op. cit., p. 304. Join-Lambert, Michel y Grelot, Pierre. Tiempo. En: León-Dufour, Xavier. Vocabulario de teología bíblica. 10 ed. (Barcelona: Herder, 1978), p. 896. 105 68 señales como “el pastor que separa las ovejas de las cabras” (Mt 25, 31-46) en que el Hijo del hombre se sentará sobre su trono. El judeocristianismo, ante el rechazo y la inminencia de las persecuciones, en lugar de adoptar una actitud violenta como la zelota, optó por una espera en la intervención divina (Cfr. 1 Pe 4, 7-19; 5, 4ss; Hb 10, 37), solución planteada por el mismo Jesús “siervo sufriente”, “piedra rechazada” y relacionando su regreso con la consumación señalada por los profetas (Is 65, 7; 66, 22)106. En la tradición paulina la segunda venida, la Parusía, hace parte del núcleo fundamental de la predicación: “si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús… los que quedemos hasta la Venida del Señor no nos adelantaremos a los que murieron. El mismo Señor bajará del cielo con clamor, en voz de arcángel y trompeta de Dios…” (1Ts 4, 14-16). Parusía que en los primeros escritos se demuestra inminente y ante la cual hay que estar preparados. En Romanos (9-11) el arrepentimiento del pueblo de Israel y la conversión de los gentiles se manifiestan como fundamentales en la espera de la segunda venida. El objeto de la Parusía además de ser un aliciente para el comportamiento ético en la comunidad y de tener como punto focal la liberación, la justicia y la recompensa, también incluía el rechazo por medio de un juicio terrible, de quienes no formaban parte del movimiento (Cfr. Hch 3, 11-26), pues Jesús regresará como el profeta anunciado por Moisés (Cfr. Dt 18, 15-16), que al no ser escuchado, se le pedirá cuentas (Cfr. Dt 18, 19). De todas maneras, el juicio estaba destinado tanto a los vivos como a los muertos (Cfr. Hch 10, 42; 1Ts 4, 13; 5, 10), es decir, los que en el momento de la Parusía estén vivos y los muertos que resucitarán para el juicio. En efecto, el papel de Juez soberano ha sido entregado a Jesús por Dios mediante la resurrección (Cfr. Hch 17, 30-31; Jn 5, 22.27; 2Tm 4, 1; 1Pe 4, 5; Rm 14, 9). 106 Cfr. Vidal Manzanares, César. Op. cit., p. 309. 69 El Apocalipsis plantea la ejecución del juicio por parte de Cristo de una forma más evidente (Cfr. Ap 6, 10) para hacer justicia a los mártires, antecedido de unos signos apocalípticos como la caída de plagas (Cfr. Ap 8, 6-21; 11, 15-19) y la venida de Jesús por los suyos (Ap 19, 1-10) antes de vencer a la Bestia (Ap 19, 11ss). El juicio definitivo de toda la humanidad luego de los mil años del dominio de la Bestia (Ap 20, 11-15) acompañada de una serie de repercusiones cósmicas que influirán en la literatura judeocristiana posterior e incluso en el islam, como se verá más adelante. En otros escritos joánicos el juicio se hace presente desde ya: “el que no cree ya está juzgado porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Y el juicio está en que la luz vino al mundo, y hombres amaron más las tinieblas que la luz…” (Jn 3, 16-18; Cfr. 5, 22-30; 1Jn 4, 17). Esta visión de futuro (del regreso de Jesús para recompensar a los fieles y condenar a los incrédulos) iluminada por el presente de la persecución exigía pues el soportar con paciencia al estilo del siervo-sufriente y con la esperanza proyectada en el juicio. La respuesta que exige esta idea es la de tener a Jesús como el único camino de salvación: “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch 4, 12). Así pues, en vez de vincular la salvación con la práctica de ritos o de normas, lo que contaba era la actitud hacia Jesús, el cambio de vida, la aceptación de la predicación apostólica sobre él107, expresada por medio del bautismo. De ahí que dentro del mismo judeocristianismo la salvación está abierta a los gentiles, pues podían también tener los corazones purificados por la fe (Cfr. Hch 15, 9), salvos por gracia del Señor Jesús porque la salvación no es fruto de un esfuerzo personal sino que es don de Dios. Según Vidal Manzanares, el judeocristianismo contemplaba el devenir de los hechos futuros tal como se puede resumir en el siguiente esquema: 107 Cfr. Ibíd., p. 315. 70 A. “Los muertos creyentes marchaban desde el momento de su fallecimiento al lado de Jesús. B. Retorno de Jesús como juez y como quien recompensa. C. Resurrección de justos e injustos, juicio sobre los incrédulos y castigo de los mismos. D. Restauración de todas las cosas”108. En definitiva es posible afirmar que la escatología cristiana, antes del Concilio Vaticano II, tiene su fundamento en esta visión judeocristiana sobre las cosas futuras, pues las mismas ideas prevalecieron en la tradición cristiana posterior, aunque varíen las categorías utilizadas para su descripción al tener contacto con la culturas griega y latina, que tenían sus propios términos y símbolos para hablar de las realidades últimas sobre todo en términos locativos (infierno, paraíso, purgatorio). Por su parte, para el islam la creencia en el juicio final es casi uno de sus pilares: “La piedad no estriba en que volváis vuestro rostro hacia el Oriente o hacia el Occidente, sino en creer en Dios y en el último Día, en los ángeles, en la Escritura y en los profetas” (Cfr. 2, 177) hasta tal punto que lo hace parte integrante de la fe en Dios (Cfr. 2, 8. 126. 232; 3, 114; 4, 162; 58, 22), quien es en definitiva el Señor del juicio (Cfr. 1, 4)109. Buena parte de la simbología y terminología utilizadas por el islam al hablar de la muerte, de lo apocalíptico, de la resurrección y del juicio han sido heredadas del ambiente persa, del helenismo y más aún de la tradición judeocristiana y del cristianismo árabe. Por ejemplo, se considera la muerte como “el final definitivo de la existencia histórica y terrena de todos los hombres”110 la separación del cuerpo y del alma, destino inexorable para todo hombre. Dios es el Señor dador de la vida y de la muerte la cual existe para hacer renacer a una vida desconocida, para que haya verdaderamente sucesión de generaciones, para probar la fidelidad de los hombres y que haya una nueva creación (Cfr. 56, 60-62). 108 Ibíd. p. 323. Cfr. Khoury, Adel-Th. Los fundamentos del Islam. (Barcelona: Herder, 1981), p. 180. 110 Kehl, Medard. Escatología. (Salamanca: Sígueme, 1992), p. 76. 109 71 La angelología, muy presente en el judeocristianismo y herencia persa, también es fundamental en la concepción escatológica musulmana. Son los ángeles111 los que llaman a los muertos para hacerles un primer juicio particular (Cfr. 62, 8) con cuatro preguntas fundamentales: ¿Quién es tu Dios?, ¿Quién es tu profeta? ¿Cuál es tu religión? y ¿Hacia dónde orientas tu oración? Las almas que hayan sido consideradas justas irán al cielo, donde conocerán que Dios les ha perdonado sus pecados y que las han destinado al paraíso (Cfr. 41, 30; 16, 32), luego serán reconducidas a su propio cuerpo a esperar el Día del juicio en una especie de sueño o estado inconsciente en que desaparece la conciencia del tiempo (Cfr. 10, 45); los condenados serán devueltos de la puerta del cielo al conocer que han sido destinados al infierno (47, 27; 8, 50) y volverán igualmente al cuerpo para ser atormentados en la tumba como anticipo de los tormentos en el infierno; sin embargo, este estado no se trata propiamente de un purgatorio aunque sea una espera que se escapa a la medida del tiempo. El Día del juicio (o “la Hora” como es conocido también en el mundo musulmán, porque durará un espacio muy breve de tiempo) viene precedido de igual forma que en el judeocristianismo por una serie de signos de la gran catástrofe, cuyo momento sólo conoce Dios (Cfr. 79, 34-46): la tierra temblará (Cfr. 56, 4; 73, 14), los montes correrán y serán reducidos a arena y polvo (Cfr. 81, 3; 56, 5), saldrán los cadáveres de las tumbas al toque de la trompeta del juicio (así se entiende la resurrección que precede al juicio), el cielo se abre (Cfr. 25, 22-29), las estrellas se apagarán y caerán (77, 8; 81, 2); el sol se oscurecerá (Cfr. 81, 1), la luna se volverá pedazos (Cfr. 54, 1) el trono de Dios es llevado por los ángeles (Cfr. 69, 13-37), siendo la Escritura (el Corán) la medida para el juicio. Todo esto obviamente hará que la angustia se apodere del cielo y de la tierra (Cfr. 27, 87) y los hombres sientan pavor (Cfr. 22, 1-2). Las referencias con la implicación cosmológica del juicio, herencia del judeocristianismo no sólo gnóstico sino 111 A los que incluso algunas tradiciones les tienen nombre según el lugar de destino: Munkar y Nakir para los condenados y Mubashshar y Bashir para los justos. Izra‟il es el ángel de la muerte en general. Cfr. Khoury, Adel-Th. Op. cit. p. 180-181. 72 también primitivo (manifestado también en los sinópticos) son en el Corán más numerosas (Cfr. 82, 1-5; 81, 1-14; 69, 13-51; 77, 7-14; 75, 1-13). En el islam, la ignorancia del ser humano es posiblemente más latente que en el cristianismo cuanto más se quiere hacer notar la trascendencia Divina, por tanto sólo Dios tiene el conocimiento de cuándo serán la resurrección y el juicio (Cfr. 67, 26; 79, 42-44), conocimiento que está vedado a todos los profetas (Cfr. 67, 25; 79, 42) incluso Muhammad (Cfr. 53, 57-58). En la literatura coránica ocurre algo parecido con la espera en el Nuevo Testamento: al principio, Muhammad menciona la inminencia de la catástrofe (Cfr. 53, 57) y luego en aleyas posteriores se afirma que Dios concede un plazo al ser humano como signo de su misericordia (Cfr. 11, 104; 10, 49), sin embargo ese plazo puede ser muy corto y llegar en el momento menos esperado (Cfr. 7, 187; 19, 39; 21, 40; 27, 65). Otras imágenes como la del Libro de la vida (o de una lista de las propias acciones que cada persona llevará en sus manos) y la balanza también son evocadas por el islam en cuanto se refiere al juicio (Cfr. 82, 10-12; 81, 10; 83, 7-9; Dan 7, 10; Ap 20, 12). Además, en el mismo juicio los ángeles también cumplen una función de guiar a las almas a su destino, sea al Paraíso (como por ejemplo dice la tradición cristiana que sucedió con María) o al infierno (Cfr. 37, 23), camino que consistirá en un puente, del cual caerán los injustos al fuego eterno y los justos pasarán rápidamente hacia el Paraíso112. También se retoma la imagen ya existente en el cristianismo de la separación de los justos hacia la derecha y los impíos hacia la izquierda113, siendo el infierno un lugar de tormentos, de fuego, grillos, cadenas y agua hirviendo; mientras que el Paraíso se describe con mucho más detalle: reposar bajo árboles frondosos, vino, manjares exquisitos, mujeres vírgenes (que para algunos exégetas significa el volver al estado original, la nueva creación)… una felicidad eterna desde los placeres sobre todo dirigido al sexo masculino (Cfr. 56, 10-40), particularmente a los mártires que han tomado partido en la Guerra 112 113 Cfr. Khoury, Adel-Th. Op. cit. p. 187. Cfr. Kehl, Medard. Op. cit., p. 78. 73 Santa (Cfr. 9, 111; 61, 10-13). Es sin duda una prueba notable de la evolución del banquete escatológico propuesto en el judaísmo (Cfr. Is 25, 6; 55, 1-2; Sal 22, 27) heredado por el cristianismo (Cfr. Mt 8, 11; 22, 1-14; 25, 21; 26, 29; Lc 13, 29), en un sentido espiritualizado para evocar la reconciliación de Dios con su esposa, la humanidad114. En las suras del periodo medinense, del cual ya se hablaba al inicio del capítulo, el tema del juicio se menciona poco y si lo hace es de una forma menos apremiante: “es posible que sea dentro de poco” (17, 51; Cfr. 42, 17; 33, 63). Es por eso que el profeta Jesús y su papel escatológico, sobre todo en la tradición musulmana (no tanto en el Corán sino en los hadices y en los comentarios de exégetas) se presenta como un signo de la Hora del juicio (Cfr. 43, 61). Sin embargo, como ya se dijo, en el Corán el Juez es Dios, que vendrá en su trono transportado por ángeles para hacer justicia (Cfr. 36, 54; 21, 47; 17, 71), mientras que en el cristianismo es el Hijo del hombre, como figura de la gracia y misericordia de Dios, siendo la acogida de su amor y transformación lo definitivo en el juicio115. Jesús, como todos los profetas, comparecerá como testigo ante su pueblo (los judíos y los cristianos, cfr. 4, 159; 16, 84-89; 10, 47). Como ya se dijo, no cabe la idea de redención, ni siquiera de intercesión por parte de algún profeta a favor de una persona o de un pueblo (Cfr. 32, 4; 40, 18) porque sólo basta con la misericordia de Dios. Algunas interpretaciones dan cabida a que Dios puede conceder el permiso a sus escogidos de interceder por el pueblo al cual fue enviado, entre los cuales podría estar Jesús (Cfr. 10, 3; 20, 109; 19, 87; 43, 86; 3, 45) incluso los ángeles podrían hacerlo si es voluntad de Dios (Cfr. 78, 38; 53, 26; 21, 28). Algunos comentaristas se valen de pasajes coránicos para reforzar lo que la tradición habla sobre este tema. Jesús, según ellos, bajará del cielo al final de los 114 115 Cfr. Ibíd., p. 79-80. Cfr. Ibíd., p. 80. 74 tiempos a Tierra Santa, donde será modelo de musulmán, para aniquilar al Dayyal (una especie de Anticristo) matando incluso a quienes no creen en el Islam 116. Suprimirá lo contrario a la ley, eliminando todas las señales que no hagan parte del islam ortodoxo (cruces, iglesias y sinagogas). Asimismo, declarará en su calidad de testigo contra los judíos y cristianos que desvirtuaron lo que él era y no creyeron en el islam. Esta tradición se apoya en la sura 43,61: “será un medio de conocer la Hora. ¡No dudéis, pues, de ella y seguidme! Esto es una vía recta”. El cristianismo, como ya se mencionó, abordó la escatología desde un punto de vista locativo hasta el Concilio Vaticano II, cuando se empezó a reconocer en Cristo como el realizador de la historia (cfr. LG 48-49; GS 45, 2), en quien todo tiene su desenlace (cfr. Ef 1, 10; Col 1, 20; 1Pe 3, 10-13). Por tanto, la concepción judeocristiana y musulmana de Jesús como Juez o como restaurador del orden en los tiempos finales, es reinterpretada a la luz del Nuevo Testamento en la teología del post-Vaticano II de tal forma que el obrar de la persona durante su vida terrenal ya constituye la vida eterna como anticipación (espera) de lo que ha de venir (esperanza). La doctrina judeocristiana y la musulmana tienden hacia el gnosticismo y el maniqueísmo y especialmente hacían el milenarismo, donde Jesús será el soberano de un reino perfectamente unido, gobernará como rey justo y otorgará la paz a todo el mundo por cuarenta años. Como todos los profetas, se casará y engendrará hijos, morirá y será sepultado en Medina, al lado de Muhammad y los primeros califas. Todo esto precederá a la Hora del Juicio, por eso se afirma que la acción de Jesús será un signo que preparará a la humanidad para su llegada. Sobre este tema se profundizará un poco más en el siguiente capítulo, cuando se exponga la función escatológica de Jesús como profeta en el islam. 116 Cfr. Khoury, Adel-Th. Op. cit. p. 69. 75 2.2.4 Misterio de la cruz La cruz juega un papel muy importante en la teología judeocristiana en cuanto que acentúa la victoria de Cristo sobre la muerte y sus implicaciones en todo el cosmos. Para la elaboración de esta teología se debe tener en cuenta que además de ser un dato histórico sobre la existencia de Jesús y que ha tenido múltiples interpretaciones simbólicas, la cruz en el judeocristianismo es una relevante categoría teológica, sobre todo como virtud de Cristo en su resurrección, signo de la extensión cósmica de la redención y objeto de la espera escatológica. La cruz es para el judeocristianismo signo de la gloria de Cristo, no significa sufrimiento ni Pasión. Incluso en algunos escritos se habla de ella como de un ser vivo que acompaña a Cristo en la ascensión de la tumba al cielo y además habla para responder a la pregunta sobre la predicación de Cristo a los muertos (Evangelio de Pedro X, 1-10)117. La exaltación de la cruz luminosa y viva también ha sido un tema abordado por los gnósticos. Por ejemplo, en los Hechos de Juan se identifica a Cristo mismo con la cruz: es Jesús el crucificado pero Cristo es la cruz, no de madera sino de luz. Cirilo de Jerusalén en sus Catequesis, exalta la cruz como el “signo verdadero y propio” de Cristo, la cual es su trofeo, cruz luminosa que precede al rey. En el judeocristianismo se identifica la cruz como el signo anunciado por Jesús como su antecesor en la Parusía: “Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre… y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria” (Mt 24, 30). El Apocalipsis de Pedro de igual forma manifiesta esta identificación de la cruz como signo escatológico: “Igual al relámpago que aparece desde Oriente hasta Poniente, así vendrá sobre las nubes del cielo… en mi gloria, mientras que mi cruz irá delante de mi rostro”. Esta última referencia se relaciona con la tradición litúrgica judeocristiana de poner una cruz en una pared oriental de la casa y orar siete veces al día hacia ella, porque Cristo debería volver por el 117 Cfr. Vidal Manzanares, César. Op. cit., p. 326. 76 Oriente como sucede con el Sol (como lo afirma Daniélou citando los Hechos de Hiparco y Filoteo)118. Se puede ver una relación con el mundo musulmán, para el cual el punto de dirección es particularmente el santuario donde está la Ka‟aba en la ciudad de La Meca. Se ve claramente que la cruz en el judeocristianismo no sólo es el madero sobre el cual fue sacrificado Cristo (o el Jesús terrestre para gnósticos como los valentinianos), sino que es una categoría teológica que expresa el contenido de salvación, dynamis de la Pasión de Cristo como lo atestigua Justino119. Y la forma como lo expresa es a través de lo visible que tiene: su materia (la madera), su forma y posición. En la literatura judeocristiana estos elementos visibles van a llevar a una particular teología de la cruz que en gran medida subsiste aún hoy en la teología occidental. Se retoman pasajes del Antiguo Testamento relacionadas con la cruz, como es el caso de la serpiente de bronce o la victoria de Josué sobre Amalec, gracias a que Moisés mantuvo alzados los brazos, aparentemente en forma de cruz (Cfr. Ex 17, 8-16). Otra referencia es la marca que los hebreos hicieron sobre el dintel de sus puertas con la sangre del cordero (algunas cruces se hacían con un travesaño que descansaba sobre dos palos verticales) y que Justino asocia con la marca de la cruz hecha a los cristianos en el bautismo. Tanto Justino como Ireneo traen a la memoria la relación de la cruz con el arado en el sentido de que aquélla “ha escarbado la tierra inculta” (Adversus haereses IV, 34, 4). Un significado parecido es el del hacha, evocando a Mt 3, 10: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego”. En cuanto a su materia, al asociarse la madera al agua, la cruz simboliza la virtud divina que le es comunicada al agua120. Existen asimismo muchas imágenes que la literatura judeocristiana relaciona con la madera y por ende con la cruz, como el 118 Cfr. Ibíd., p. 328. Cfr. Ibíd., p. 330. 120 Cfr. Epístola de Bernabé XI, 1, en: Vidal Manzanares, César. Op. cit., p. 336. 119 77 árbol plantado al borde de la acequia, el bastón de Moisés, el brote de Jesé, el bastón que consuela y particularmente el árbol de la vida (Gn 2, 9; 3, 3-7) con el que Ignacio de Antioquía relaciona la cruz: “Evitad, pues, estos viles retoños (los no creyentes, probablemente refiriéndose a los gnósticos que afirmaban que la crucifixión sólo fue aparente) que producen un fruto mortal, que si uno lo prueba, al punto muere. Porque estos hombres no son plantados por el Padre; porque si lo fueran, se vería que son ramas de la cruz, y su fruto imperecedero (la cruz por la cual Él, por medio de su Pasión, nos invita, siendo sus miembros)”121. Sin embargo, los textos judeocristianos posteriores fueron buscando cada vez más identificar la acción poderosa, vivificadora de la cruz como dynamis, Potencia que actúa también en el bautismo. Los escritos gnósticos buscarán más minuciosamente figuras de la cruz relacionadas con esta dynamis, como el bieldo con el que Cristo limpiará su era y recogerá el trigo (Lc 3, 17) o el látigo con que expulsó a los vendedores del Templo (Jn 2, 15), puesto que ambos expresan la expulsión del mal y la renovación por el espíritu. Los anteriores textos expresan, en síntesis, cómo la cruz por su forma y su materia, manifiesta la virtud divinizadora de Cristo resucitado que se realiza en la Iglesia con el Espíritu. En el siglo II, los simbolismos se vuelcan hacia la universalidad de la acción de Cristo resucitado que se desprende de las dimensiones de la cruz, es decir, el carácter cósmico de la redención. Ireneo considera que el hecho de que la cruz tenga magnitud, altura, profundidad y anchura, expresa la acogida de todos los pueblos hacia Dios por parte de Cristo, incluso sus manos abiertas significan la reunión de los dos pueblos diseminados hasta el extremo de la tierra, y una sola cabeza, porque uno sólo es Dios (Adversus haereses V, 17, 4)122, tema que se dejaba entrever en San Pablo: “que arraigados y cimentados en el amor… podáis comprender con todos los santos 121 122 Cfr. Epístola a los Trallianos XI, 2. Cfr. Vidal Manzanares, César. Op. cit., p. 339. 78 cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios” (Ef 3, 18). También, por medio de la cruz, Cristo derribó el muro de la separación entre los pueblos y entre los hombres y Dios (Cfr. Ef 2, 14-16; Col 1, 20). De esta manera, la posición de la cruz revela que Cristo ha reunido a los que están abajo (los hombres) y los que están arriba (Dios y los ángeles) como refleja el palo vertical y une también a los que están en Oriente y los que están en Occidente, expresando igualmente cuanto se refiere a Jn 12, 32: “Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí”, que el mismo evangelista interpreta como su muerte en la cruz. Esta dimensión vertical de la cruz fue también interpretada como el descenso-ascenso del Verbo, el cual recapitula todas las cosas (Cfr. Col 1, 20; Adversus haereses V, 18, 3), es decir, consolida, distingue y unifica toda la realidad, atributos propios del Dios creador. Sin embargo, el Verbo también separa, divide: “viva es la Palabra de Dios, más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta la división entre alma y espíritu… discierne sentimientos y pensamientos del corazón” (Heb 4, 12; Cfr. Ap 19, 15). Los gnósticos hablan de Sofía, último eón del Pleroma, que se disuelve por amor al Padre y emite un nuevo eón (Horos, también llamado Cruz), Potencia que consolida los demás eones (Adversus haereses I, 2, 4). Para los gnósticos, esta Potencia tiene el fin de consolidar (a los fieles, quienes toman su cruz) y a la vez separar (a los infieles, quienes no creen) como se separa la maleza del trigo, en términos gnósticos, separación entre el Pleroma y el Quenoma, propio del dualismo que profesaban. Uno de los temas más enigmáticos en el islam es saber en definitiva cuál es su posición frente a la cruz: ¿fue o no crucificado Jesús?, si en realidad lo fue, ¿ocurrió a manos de los judíos?, ¿murió? También existe la respuesta negativa (expresada literalmente en el Corán), y si no fue crucificado ¿entonces quién?, ¿fue algo aparente?, ¿otro tomó su lugar? Como se podrá constatar, como en el 79 Corán el tema quedó abierto, las interpretaciones son del todo diversas aunque haya unas que prevalezcan en la mayoría de los musulmanes. Según la literatura coránica, al igual que para el cristianismo, Jesús venció la cruz pero de una manera distinta, porque fue crucificado alguien parecido con quien lo confundieron (Cfr. 4, 157) tal y como se encuentra en los Hechos de Juan: “… ni soy yo quien está en la cruz” y también en el Apocalipsis de Pedro. Según otra tradición, Jesús también venció la cruz porque fue crucificado y no murió 123 o por otras razones que veremos más adelante. Es muy frecuente entre los judeocristianos posteriores hablar de una sustitución o negar la muerte de Jesús (o de la divinidad, Cristo) en la cruz. Por ejemplo, para los gnósticos basilidianos Simón de Cirene fue crucificado en lugar de Jesús, como lo afirma Ireneo de Lyon (Cfr. Adversus haereses 1.24, 4). Sin embargo, el Corán no habla de sustitución ni de un cuerpo aparente (como lo afirma el docetismo), simplemente no fue crucificado porque los judíos no pudieron con él, ya que era un profeta agraciado por Dios quien lo protegió de sus enemigos y luego lo elevó junto a Él (Cfr. 3,55). También existe la tradición según la cual Jesús murió, pues en su propia cuna lo reconoce: “La paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado a la vida” (19, 33). Precisamente del mismo texto que se refiere a la elevación de Jesús: “Cuando Dios dijo: „¡Jesús! Voy a llamarte a Mí, voy a elevarte a Mí” (3, 55), el verbo “llamar” (tawaffa en árabe) significa hacer morir (Cfr. 5, 117) como también se aplica a los muertos que son llamados de sus tumbas para el Juicio. Sin embargo, de todas maneras la muerte de Jesús para la mayoría de exégetas no ocurrió a manos de los judíos en la cruz, sino luego de un tiempo, aunque fue resucitado por Dios y elevado al poco tiempo de morir. Otra interpretación dice que Jesús ascendió sin haber muerto, sólo morirá al fin de los tiempos124, afirmando que Jesús y María vivían aún en tiempo de Muhammad 123 124 Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. 101. Cfr. Khoury, Adel-Th. Op. cit. p. 68. 80 (Cfr. 5, 17), de tal manera que Jesús fue elevado en vida al cielo por Dios (Cfr. 4, 157-158) donde está en cuerpo y alma y antes de su muerte, toda la humanidad terminará creyendo en él125. Según otra tradición, aunque los judíos pudieron matar el cuerpo de Jesús, no pudieron matar su mensaje ni el espíritu de su misión, de esta manera no se puede hablar de una muerte real de Jesús, porque espiritualmente permanece vivo126 tal y como ocurre con los mártires de la fe que no puede ser llamados muertos (Cfr. 3, 169; 4, 157). Para finalizar este tema específico puede servir la síntesis que extrae Khoury del exégeta musulmán Fakr al-Din al Razí (1849-1905) donde resume las interpretaciones musulmanas sobre la crucifixión de Jesús: -Dios elevó a Jesús al cielo cuando los judíos habían tomado la decisión de matarlo. Entonces prendieron a otro hombre y lo crucificaron por temor a que se formara un amotinamiento, haciéndole creer a la gente que era el Cristo. -Dios otorgó a otro hombre un parecido con Jesús, existiendo varias posibilidades: a un judío llamado Titeo que buscaba a Jesús en una casa, Dios le otorgó un parecido con Jesús, de tal forma que cuando llegaron los judíos a esa casa lo prendieron pensando que era Jesús y lo crucificaron; encargaron a un hombre de vigilar a Jesús, pero éste fue elevado al cielo y Dios le confirió al centinela un parecido con Cristo y sufrió su condena; otra tradición afirma que a un seguidor de Jesús, Dios le confirió un parecido con su maestro, de tal forma que fue crucificado y finalmente otras interpretaciones afirman que fue Simón de Cirene (como fue el caso de los basilidianos) o que fue Judas Iscariote el crucificado a quien Dios castigó por traidor, haciéndole confundir con Cristo. (Cfr. Comentario III, 350, El Cairo 1308 H)127. 125 Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. 102. Cfr. Khoury, Adel-Th. Op. cit. p. 69. 127 Cfr. Ibíd., p. 68. 126 81 Al concluir este capítulo conviene tener en cuenta que no es posible determinar la influencia doctrinal de un solo tipo de cristianismo o de judeocristianismo sobre Muhammad. Como se ha podido demostrar, aunque no se puede negar la intervención divina y de una cultura determinada tanto en el Profeta como en el nacimiento de esta religión, tampoco es posible afirmar que el islam haya nacido “de la nada” pues no sólo en el ámbito espiritual sino también en lo comunitario, lo jurídico, lo literario y, más aún, en lo teológico y lo cristológico, el mundo musulmán ha adoptado determinados matices a lo largo de su historia y de su consolidación política en la zona del Oriente Medio. Se ha tratado hasta el momento de establecer los antecedentes históricos, geográficos y doctrinales más cercanos al inslam y particularmente el Profeta Muhammad y en los cuales podemos ubicar una cristología coránica que se trabajará en el siguiente capítulo de una forma más detallada. 82 CAPITULO 3 JESÚS EN LA LITERATURA CORÁNICA 3.1 JESÚS EN EL CORÁN Es necesario introducir este capítulo afirmando que para el islam, Jesús (en árabe „Isa128) es un profeta tan amado y respetado129 como Abraham, Moisés y Muhammad130, aclarando que es hijo de María y no de Dios. Es de común acuerdo en todas las vertientes del mundo musulmán, que los cristianos están cometiendo una “exageración” alrededor de la persona de Jesús, incurriendo en el error hasta originar una serie de doctrinas que se apartan abiertamente del monoteísmo: la Trinidad, la divinidad de Jesús, su filiación divina, el pecado original y la Redención. Sin embargo, Jesús es considerado como el gran profeta que antecede a Muhammad y como aquél que “ha llevado al ideal ético hasta su límite extremo”131, principal aspecto que el sufismo (rama mística del islam) atribuye a Jesús y sobre el cual han escrito diferentes maestros. Sobre este tema se hablará más adelante. ¿Se puede hablar de cristología coránica? Hay posiciones encontradas: por un lado está la respuesta negativa, basada en que a pesar de que lo largo de las suras del Corán, se mencionan repetidos relatos acerca de Jesús o sentencias que salen de su boca, según Joachim Gnilka ayudan a fundamentar la tesis de 128 Algunos teólogos musulmanes polemizan con esta palabra, diciendo que es el correspondiente al “Esaú” hebreo, verdadero nombre de Jesús. Cfr. Deedat, Ahmed. Cristo en el Islam. (El Cairo: Conveting Islamic Message Society, 2008), p. 7. 129 Por ejemplo, luego de mencionar el nombre de Jesús (y algunas veces del de María) en la tradición musulmana se suele agregar: “la paz sea con él” o “la bendición de Dios y la paz sean con él”, fórmulas que habitualmente se utilizan para referirse a Muhammad. Cfr. González, Pilar. Op. cit., p. 93. 130 Cfr. Al Johani, Maneh Hammad. Jesús en el Corán. (Madrid: S.I. Editores, 1956), p.7. 131 Talbi, Mohamed. “El Cristianismo visto por el Islam”, en: Iniciación a la práctica de la Teología, Vol.1. ed. Bernard Laurey y François Refoulé, (Madrid: Cristiandad, 1984), p. 429. 83 que en el Corán no hay cristología, ya que esas sentencias según el Corán no son palabras de Jesús sino del mismo Dios y por tanto no aportan nada a su imagen132. Para Hans Küng, por el contrario, el Corán sí propone una cristología ante todo profético-teocéntrica, la cual a pesar de que usa términos neotestamentarios sobre Jesús, no tiene nada que ver con la cristología cristiana clásica y sus doctrinas de preexistencia, encarnación y las dos naturalezas133. En este capítulo se empezará por analizar las formas más significativas para una posible cristología coránica tal y como se nombra a Jesús en el texto sagrado del islam, enfatizando en la categoría de profeta y los términos relacionados como Mesías, verbo, siervo de Dios y portador de su espíritu, así como su filiación de María y no de Dios y las consecuencias teológicas y cristológicas que todo ello implica. En este capítulo no se hará una comparación exhaustiva entre las cristologías cristiana y musulmana porque ya se ha hecho en el capítulo anterior al tratar la relación entre la concepción judeocristiana de Jesús y la musulmana. Sin embargo, los puntos más relevantes sobre esta relación y que puedan enriquecer el diálogo interreligioso en clave cristológica serán retomados en las conclusiones del trabajo. No obstante es necesario recordar que en la cristología cristiana los más importantes títulos son Cristo-Señor e Hijo de Dios. El primero, como preanunciado por los profetas como Cristo-Mesías-Ungido y prometido como el Salvador del fin de los tiempos, pues como lo ratifica el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 436): “sólo él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra significa”. Es Hijo de Dios en cuanto mantiene una relación excepcional con su Padre: sólo él lo ha visto y por eso lo da a conocer (Cfr. Jn 1,18; 3,13; Mt 11,27; Lc 20,22), es su Verbo preexistente, por quien todo fue hecho (Cfr. Jn 1,1-5) y por el 132 133 Cfr. Gnilka, Joachim. Op. cit., p. 149. Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 548. 84 cual posibilita al ser humano ser también hijo de Dios (Cfr. Jn 1,12), siendo él el primogénito entre muchos hermanos (Cfr. Rom 8,29). Es el camino al Padre, su revelador absoluto, nacido de una mujer (Cfr. Gal 4,4), verdadero Dios y verdadero hombre (Cfr. 1Jn 4,2-3; 2Jn 7), Hijo por naturaleza y no por adopción, engendrado no creado (Concilio de Nicea en el año 325) “constituido Hijo de Dios con poder, según el espíritu santificador, a partir de su resurrección de entre los muertos” (Rom 1,4). 3.1.1 Jesús como profeta 3.1.1.1 Profetismo coránico La noción de profeta se encuentra a lo largo de todo el Corán, siendo Muhammad el “sello de los profetas”, definitivo y universal: “no te hemos enviado sino como anunciador de buenas noticias y advertidor para todos los hombres; sin embargo la mayor parte de los hombres no sabe” (34, 28)134. Si se quisiera definir en sentido general al profeta, tanto en el judaísmo, el cristianismo como en el islam hay algo central y común, en palabras de Caspar: “el Dios creador guía personalmente a su criatura y la dirige mediante su voz, no sólo por medio de los signos de la naturaleza, sino mediante una Palabra personal, transmitida de forma inteligible a través de los hombres que él ha escogido y enviado: los profetas”135. Son los hombres a los que Dios les ha otorgado una determinada revelación con el fin de que señalen a los hombres el camino recto136. El contenido esencial de su predicación es la invitación a creer y a servirle a un solo Dios. 134 Se debe recordar que cuando aparezca esta forma de citar, se trata de un pasaje coránico, donde el primer número es la sura y seguidas de la coma, las aleyas. 135 Cfr. Caspar, Robert. Para una visión cristiana del Islam. Colección Presencia Teológica 80. (Bilbao: Sal Terrae, 1995), p.137-138. 136 Khoury, Adel-Th. Op. cit. p. 43. 85 Además de los enviados al pueblo de Israel (Adán, Noé, Abraham, Lot, Moisés), existieron profetas anteriores a Muhammad que predicaron a las diferentes tribus en la Arabia preislámica, como Hud (enviado a la tribu Ad), Salé, profeta de la tribu Tamud y Suayb enviado a Madián (Cfr. 26,123-140; 54,23-31; 26,176-191). El Corán retoma la historia de personajes bíblicos muy conocidos por los árabes a los que identifica con la palabra nabî o rasûl, según haya sido la importancia de su misión y cuya mayoría no son llamados “profetas” por los judíos ni cristianos, al contrario, los que son reconocidos como tal en la Biblia, la mayoría brillan por su ausencia en el texto coránico: “Es verdad que te hemos inspirado al igual que inspiramos a Nuh (Noé) y los profetas posteriores a él. Y también le inspiramos a Ibrahim (Abrahám), Ismail (Ismael), Ishaq (Isaac), Yaqub (Jacob), las Tribus (los hijos de Jacob, jefes de las doce tribus), „Isa (Jesús), Ayyub (Job), Yunus (Jonás), Harún (Aarón) y Sulayman (Salomóm). Y a Daud (David), al que le dimos los Salmos. Hay mensajeros de los que te hemos referido y mensajeros de los que no te hemos contado nada. Y a Musa (Moisés) le habló Dios directamente. Mensajeros portadores de buenas noticias y de advertencias, para que así los hombres, después de su venida, no tuvieran ningún argumento frente Dios. Dios es Poderoso y Sabio”. (4,153-165) En ocasiones los relatos de cada uno de estos profetas en el Corán no coinciden con los datos bíblicos pues retoma aspectos de la literatura rabínica y apócrifa, acogiendo elementos de fuentes distintas tal y como lo hizo la Torah, por ejemplo, según una perspectiva particular como las tradiciones egipcias y mesopotámicas. Esto lleva a afirmar de entrada que el Corán tiene un profetismo propio, original, que debe ser comprendido en su significado real y no quedarse en establecer si los relatos son fieles o no a la Biblia. Por ejemplo, cuando Dios anuncia la destrucción de Sodoma, Abraham recibe la orden de Dios de no interceder por ese pueblo, pues en el Corán no cabe la idea de que alguien tan sumiso como Abraham “discuta” con Dios para interceder por alguien, mas bien, se arrepiente de esa intención y de querer interferir en la orden del Señor (Cfr. 11, 74-76). Es decir, los relatos coránicos sobre los profetas tienen 86 la intención de mostrar aún más la omnipotencia y omnisciencia de Dios (anticipar el desarrollo del relato cuando un personaje dice lo que piensa hacer) a la vez que muestra más sumisos a los enviados de Dios. Esta idea se deja ver muy claramente en el relato sobre Moisés, donde Dios dice expresamente de una sola vez todo lo que sucederá a este profeta (Cfr. 20, 37-48). Existen otros relatos que muestran la no correspondencia bíblica y que particularmente evocan la literatura rabínica o la apócrifa137, como es el caso del arrepentimiento y el perdón de Adán, la predicación de Noé a su pueblo para advertirles del diluvio, los genios que trabajaban para Salomón, la infancia de María, los milagros de Jesús en su cuna y siendo niño, entre otros. Finalmente, algunos relatos coránicos sobre los profetas son propios de la tradición árabe, como es el caso de la fundación del culto en La Meca y la construcción de la Ka‟aba por parte de Abraham (Cfr. 2,124-134; 14,35-41; 22,26) o la historia de los profetas árabes pre-islámicos ya mencionados: Hud, Salé, y Suayb. Entrando en otro aspecto particular de este profetismo, se deben aclarar dos palabras que se mencionaron antes para hablar de profeta: nabî (procedente de la misma raíz semítica del hebreo) que significa “profeta” en cuanto “inspirado” y rasûl (que puede traducirse por profeta, enviado o apóstol) quien es el profeta al que se le encarga una misión a un pueblo particular. Doctrinalmente se ha definido que el profeta en general es el nabî, pero quien tiene una misión especial y concreta, como Moisés, Jesús o Muhammad, es un rasûl138. Para Khoury y Hans Küng, rasûl es el profeta que además de exhortar y advertir (nabî), “produce un escrito en que se consignan las revelaciones divinas”139, además de una ley particular; esta es la opinión más aceptada en el mundo musulmán. Hay algunas opiniones divergentes como la de Caspar para quien nabî es el profeta relacionado con la Biblia y rasûl el enviado propio de las tradiciones árabes140. En 137 Cfr. Jomier, Jacques. Biblia y Corán. (Madrid: Razón y Fe, 1966), p. 80. Cfr. Jomier, Jacques. Un cristiano lee el Corán. Op. cit., p. 11. 139 Khoury, Adel-Th. Op. cit. p.43. 140 Cfr. Caspar, Robert. Op. cit. p.133. 138 87 resumen, se puede decir que todo rasûl es necesariamente un nabî, pero no todo nabî es un rasûl. Para todos los profetas (nabî) se sigue un esquema: hay un pueblo impío, monoteísta. Dios “elige” a un hombre de ese pueblo, le revela su monoteísmo y le envía a anunciárselo a sus hermanos con la advertencia de un castigo si lo rechazan. El pueblo rechaza la revelación (a excepción de algunos) e intenta matar al profeta. Ante esto Dios salva a su enviado y castiga a los infieles 141. Este reducido esquema es desbordado por los relatos referentes a Abraham142, Moisés, Jesús y Muhammad, a quienes además de cumplir la labor de nabî se les ha revelado una escritura como rasûl. El primero se destaca por ser el heraldo del monoteísmo, sometido a la voluntad de Dios (fundador del islam primordial, ni judío ni cristiano), tronco de los profetas y del cual el islam es su legítimo heredero. Moisés es considerado el interlocutor de Dios por excelencia al que le fue dada la Ley (padre del Judaísmo). Muhammad no sólo es “enviado” (rasûl) de Dios sino “sello de los profetas” (Khatam al-nabiyyin) y se convierte así en el recuperador de la verdadera religión, la completa, única y salvífica, siendo Jesús el profeta que antecede su venida; sin embargo, no deja de ser un humano, un creyente que tuvo como misión transmitir la Palabra de Dios que es el Corán143. Para hablar de la labor del profeta se debe considerar la noción de revelación en el Corán, la cual no corresponde exactamente a la formulación cristiana. Aunque en este libro sagrado se supone que Dios se ha revelado desde el inicio de la historia de la humanidad (como lo es para el judaísmo y el cristianismo), para el Corán es fundamental mostrar que no hay una progresión en la revelación aún en 141 Khoury, Adel-Th. Op cit., p. 47; Caspar, Robert. Op cit., p. 133-134. Quien junto a Ismael edificó la Káaba, templo sagrado en La Meca, pero cuyos habitantes abandonaron el monoteísmo (Cfr. 2,126-127). Cfr. Ibíd. p. 132. 143 La devoción popular ha llegado a exaltar mucho a Muhammad, por eso dentro del islam los movimientos ortodoxos, con representantes especialmente a partir del siglo XIX como Mohamed „Abduh, han publicado obras que presentan al Profeta como un ser humano, limitado. Cfr. Ibíd. p.136. 142 88 cuanto su evolución pedagógica,144 para salvaguardar la trascendencia divina de posibles falsas interpretaciones que afecten el monoteísmo. El mismo mensaje fundamental es recordado en lugares y a personas diferentes en boca de los profetas, encargados de reforzar el pacto originario de tal forma que el mismo contenido de la fe de Adán es el mismo que el de Moisés, de Jesús o de Muhammad. La historia de la revelación es aquí la de los sucesivos llamamientos de la religión eterna conforme a la naturaleza humana145 y en el escrito coránico no se presenta consecutivamente sino a través de relatos fragmentarios, alusiones y sucesos que se consideran lecciones o argumentos para especificar la revelación. Sin embargo, el aspecto fundamental se concentra en los “puntos de llegada” o de culminación de esa revelación única: en el cristianismo, la profecía prepara la llegada de Cristo Jesús el Mesías esperado, y aún más, es el culmen de la revelación, de tal forma que él mismo es Dios. Para el islam, aunque se prepare la llegada de Muhammad como el “sello de los profetas”, a quien se le da por medio del ángel Gabriel el mensaje definitivo de Dios (el Corán), de ninguna manera él es la plenitud de la revelación. Aunque el Corán sea la revelación definitiva, no es posible afirmar que el Corán es al islam lo que Jesús es al cristianismo146 porque a pesar de la analogía sigue siendo libro, recitación y no una persona, hijo de Dios ni Dios que se vuelve libro. Se afirma por tanto que la fe monoteísta está sembrada en el corazón del ser humano, de tal forma que el conocimiento de Dios está entre las disposiciones naturales de cada hombre. Las señales de Dios en la creación son para el Corán las pruebas más claras del poder y la providencia de Dios: “Mantén tu rostro sin 144 Para el cristianismo se ve claramente cómo en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, Dios se revela de forma pedagógica: a grandes rasgos, primero se manifiesta como el Creador (muy trascendente), el Providente, el Rey de Israel, para luego ser el Padre, como lo revela Jesús en el Nuevo Testamento. 145 Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. L-LII. 146 Cfr. Imbach, Josef. ¿De quién es Jesús? Su significación para judíos, cristianos y musulmanes. (Barcelona: Herder, 1991), p. 167. 89 apartarlo de la Adoración primigenia, como hanif147. La marca original de Dios, con la que ha marcado a los hombres al crearlos. No se puede reemplazar la creación de Dios. Esa es la forma de Adoración genuina, sin embargo la mayoría de los hombres no saben” (30,30) Algo importante que rescata Jomier, es que Dios revela aspectos de su ser a través de la experiencia de los profetas148. Así pues, Abraham revela al Dios benéfico al darle gracias por sus beneficios como lo hace Zacarías: “¡Señor mío! Mis huesos se han debilitado y mi cabello ha encanecido y nunca, Señor, en lo que te he pedido, he sido decepcionado” (19,4). De la misma manera, se manifiesta la misericordia del Dios que asiste en las pruebas, particularmente en el caso de Jacob y en especial en el de José (hijo de Jacob), quien es vendido por sus hermanos (Cfr. 12,3-20), tentado por la mujer de su amo (Cfr. 12,21-34) y que en prisión predica el monoteísmo (Cfr. 12,35-42). Moisés (quien es tenido por rasûl en el Corán) es el personaje bíblico más mencionado en el Corán y en el que hay más convergencias entre los relatos, expresando su carácter liberador, legislador, jefe de un pueblo, a quien se le dio la Torah, por eso podemos decir que es el personaje modelo para Muhammad. En definitiva, el Corán no se preocupa por presentar la vida de los profetas tal como lo hace la Biblia, sino que a través de algunos rasgos particulares va ilustrando quién es Dios. Por eso, aunque parezca extraño ver que la mayoría de los personajes que el Corán llama profetas no lo son en la Biblia (sino que están entre los patriarcas y personajes históricos como Noé, Abraham, Moisés, entre otros), a través de las peripecias de cada uno de ellos se refleja una teología subyacente como se mostró en el párrafo anterior. Unido al concepto de revelación está, como ya se dijo, el de “inspiración”. Los profetas tienen acceso a ella ya sea porque Dios les habla a través de sueños, 147 148 Monoteísta preislámico. Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. LII. 90 directamente a su corazón o por medio de un ángel. El proceso de inspiración se refleja mejor en el caso de Muhammad. La tradición afirma que por los años 609610 d.C. el Profeta tuvo una serie de sueños, sintiéndose atraído por la soledad, buscando una cueva en las montañas cerca a La Meca. Un ser misterioso lo abordó, intimándolo a predicar un texto concreto y designándolo “enviado de Dios”: “No es propio que Dios le hable a ningún ser humano, excepto por inspiración, o a través de un velo, o por medio de enviar a un mensajero que le inspire con Su permiso lo que Él quiera. Verdaderamente Él es el Excelso, el Sabio. Asimismo te hemos inspirado un espíritu que viene de Nuestra orden; antes no sabías qué era el Libro ni qué era creer, pero lo hemos hecho una luz con la que guiar a quien queremos de Nuestros siervos” (42,51-52) Muhammad refirió esto a su esposa Jadicha y a un primo de ella, Waraqa ben Nawfal (quien era cristiano, según se dijo en el capítulo anterior) quienes lo tranquilizaron. Dos años después, el ángel Gabriel vino a revelarle, y durante veinte años (hasta su muerte en el 632), oráculos en nombre de Dios, los cuales fueron reunidos poco después de su muerte para formar el Corán. Es decir, Dios le revelaba él mismo la Escritura149, indirecta (a través de Gabriel) o directamente (en los sueños). De esta forma se considera increado el contenido del Corán (la Palabra de Dios), como perteneciente a la Escritura eterna, aunque su expresión escrita o leída sea creada. Así pues, ante este concepto de inspiración existen diversas interpretaciones como la ortodoxia musulmana (que tiende a ser literalista) y una línea de pensamiento que da paso a la interpretación y la consideración de cuestiones históricas para traducir el texto a la actualidad. En esta última tendencia, en la práctica se admite la teoría cristiana de inspiración, donde Dios suscita hombres para hablar en su nombre, quienes usan su propia lengua y mentalidad de su época, expresando la Palabra de Dios pero en lenguaje humano. 149 Para el Corán hay una sola Escritura primordial que ha descendido en diversas épocas sobre cuatro rasûl: la Toráh (Moisés), los Salmos (David), el Evangelio (uno solo, a Jesús) y el Corán (Muhammad). 91 La tradición musulmana postcoránica, que se nutre especialmente de los hadices: (de hadith: “relato”, “tradición” de dichos del Profeta Muhammad) van a desarrollar mejor la forma como el ángel transmite la revelación al profeta. En general, en el islam se identifica al Espíritu Santo o Espíritu de santidad (ruh al-qudus) con el ángel Gabriel (Cfr. 2, 87.97; 16, 102; 26, 193; 70, 4) a quien se le ha confiado la revelación. De ninguna manera lo relacionan con la tercera persona de la Trinidad cristiana. Está relacionado con la literatura apocalíptica judía, en la que a los ángeles se les llama "espíritus”150. Asimismo, en algunos pasajes de la Biblia se tiende a asociar espíritu con ángel, como el “ángel del Señor” que guía a Felipe en Hch 8,26, que es el mismo espíritu mencionado tres versículos más adelante y también en Hch 8,39 (Cfr. Mc 1,10 y Lc 4,14). En algunos escritos de Qumrám, como el apócrifo de la Ascensión de Isaías (9,36; 11,4) Gabriel es asimilado al Espíritu Santo. En definitiva, son muchos los pasajes coránicos 151, donde el Espíritu Santo (Gabriel) cumple la función de transmitir la revelación y la fortaleza a sus enviados haciendo las veces de intermediario de Dios. En el Corán se menciona específicamente la función que tiene cada profeta de anunciar a Muhammad152, por medio de un pacto que han hecho con Dios: “Y (ten presente) el compromiso que Dios pidió a los profetas: Os damos parte de un Libro y de una Sabiduría, luego vendrá a vosotros un mensajero que confirmará lo que tenéis; en él habréis de creer y le habréis de ayudar. Dijo (Dios): ¿Estáis de acuerdo y aceptáis, en estos términos, Mi pacto? Dijeron: Estamos de acuerdo. Dijo: Dad testimonio, que Yo atestiguo con vosotros. Quien dé la espalda después de eso... Esos son los que se salen del camino” (3,81-82). Así pues, los libros revelados contienen una doctrina que se va confirmando con el paso del tiempo, de los enviados y de las escrituras por ellos transmitidas. Por eso el Corán es el último referente, pues además de que confirma y corrige la Torah y 150 Cfr. Libro de los jubileos 2,2; libro etiópico de Enok 15,6-12; 60, 17-21. en: Cortés, Julio, Op. cit., p.15. 151 Cfr. 2, 253; 5, 110; 16,102; 26,193; 70, 4; 78, 18; 97, 4; 5, 70. 152 Cfr. Jomier, Jacques. Un cristiano lee el Corán. Op. Cit. p.38. 92 el Evangelio, está preservado de todo error, ya que fue transmitido directamente, en un periodo relativamente corto y sin tantas intermediaciones como los escritos anteriores. Esto es importante porque según la interpretación coránica el punto culminante del profetismo es Muhammad, “sello de los profetas” (Kha-tam alnabiyyin) y no Jesús (como lo afirma el Nuevo Testamento). Como una de las funciones del profeta es dar a conocer con claridad las cosas de fe y conducta, Dios puede hacer que los profetas obren señales extraordinarias para confirmar su misión (Cfr. 6, 109; 13, 38; 29, 50; 40, 78) llamadas mu'jiza (“milagros”) que sólo son posibles con permiso divino. Se debe distinguir este milagro del signo, palabra con la que se traduce ayât, la cual es usada para aquello que en la naturaleza da cuenta de la existencia de Dios, así como el ser humano o las mismas aleyas del Corán153. De esta manera, el mu'jiza también es un ayât porque da prueba del poder de Dios y es por eso que se suelen traducir ambas como “señales” o “signos”, aunque como ya se dijo, no todos los ayât son mu'jiza. En el caso de Moisés, por ejemplo, sucedió con las serpientes, con el agua que brotó de la roca, con el mar que se abrió por mitad. El mu'jiza más recurrente es, sin embargo, la destrucción de los pueblos que se niegan a obedecer a los profetas. Esto se puede constatar en la sura 26 cuando luego de cada castigo se repite la fórmula: “Es verdad que en eso hay un signo, pero la mayoría de los hombres no son creyentes” (26,67. Cfr. 26, 103.121.139.158.174.190) seguida la mayoría de las veces por la proclamación de Dios como el Poderoso y el Misericordioso. Otro signo que Dios realiza en los profetas es que los exenta de toda debilidad, error y pecado, así por ejemplo, no se menciona nada acerca de las fallas de David o Salomón a las que la Biblia sí dedica varios versículos. 153 Cfr. Ibíd. p. 60. 93 También el profeta debe mantener la unidad comunitaria (umma), evocando los orígenes de la comunidad primitiva que era fiel a un único Dios, pero que con el paso del tiempo se disolvió con la aparición de diferentes confesiones religiosas: “Los hombres eran una única comunidad y Dios envió a los profetas como portadores de buenas nuevas y advertidores. E hizo descender el Libro con la verdad, para que fuera un juicio entre los hombres sobre aquello en lo que discrepaban. Pero no fue sino después de tener las pruebas claras, cuando aquéllos que lo habían recibido, discreparon sobre él por envidias de unos con otros... Y Dios guió a los que creían a la verdad de la que discrepaban, con Su permiso. Dios guía a quien quiere al camino recto” (2, 213). Al mencionar el Corán a los antiguos profetas se está ilustrando cómo debe ser un musulmán: son modelos de fe, abandono, oración, confianza y lucha, frente a los cuales Dios se manifiesta bondadoso y poderoso a la vez, haciéndoles triunfar al final, a pesar de la oposición de los no creyentes. Finalmente, en la actualidad es preciso distinguir la profecía de la “santidad” (wali), pues en la religiosidad popular del islam (particularmente en el sufismo) se ha llegado a exaltar demasiado a algunos personajes que son más hábiles para captar el mensaje de Dios, hasta tal punto que se han equiparado a los profetas, por ejemplo los fundadores de cofradías religiosas. El título más indicado para hablar de los “santos” en el islam es el de “amigos de Dios” (Khalil Allah), aunque no es común en el islam, excepto cuando se refiere a los compañeros del Profeta Muhammad (Abû Bakr, Umar ibn al-Jattab, Utman y Alí). El amigo de Dios no deja de ser un simple creyente, sometido a la Ley, puede recibir una “inspiración” (ilham) y hacer prodigios (karamat) pero no recibir una revelación (wahy) y hacer milagros (mu'jiza)154. Ante esta innovación censurable para el islam ortodoxo, algunos reformistas como el ya mencionado Mohamed 'Abduh han reaccionado incluso contra el culto excesivo al Profeta Muhammad, enfatizando su mortalidad, sus defectos, pero en especial su función como transmisión de la palabra de Dios (el Corán) y no su persona. Este movimiento se niega a reconocer que los profetas 154 Cfr. Caspar, Robert. Op. cit. p.135-137. 94 no sean pecadores, admitiendo sólo cuatro características: la veracidad, la fidelidad, la sagacidad y la eficacia en transmitir lo que Dios les ha revelado. 3.1.1.2 Carácter profético de Jesús “Dijo (Jesús en la cuna): Yo soy el siervo de Dios. Él me ha dado el Libro y me ha hecho profeta” (19, 30) 3.1.1.2.1 Confirmación de su carácter profético Al mencionar el Corán al profeta Jesús, aunque también lo llama nabî, lo hace ante todo con el sentido de rasûl, siendo toda su vida una manifestación de la acción de Dios que demuestra su poder en este enviado al pueblo judío y cristiano: “Así son los enviados. Hemos favorecido a unos sobre otros: Hubo algunos a los que Dios les habló y a otros los elevó en grados. A Jesús, hijo de María, le dimos pruebas evidentes y lo reforzamos con el Espíritu Puro” (2, 253). Jesús obra distintos milagros con permiso de Dios para refrendar su misión: “Cuando Dios dijo a Jesús hijo de María: Recuerda Mi bendición sobre ti y sobre tu madre cuando te ayudé con el Espíritu Puro para que hablaras a los hombres estando en la cuna; y en la madurez. Y cuando te enseñé el Libro y la Sabiduría, la Torah y el Evangelio y cuando, a partir de barro, creaste algo con forma de ave con Mi permiso y sanaste al ciego de nacimiento y al leproso con Mi permiso. Y por haberte protegido de los hijos de Israel, cuando fuiste a ellos con las pruebas claras y los que de ellos se habían negado a creer dijeron: Esto no es más que magia evidente” (5, 110) El mismo relato de su nacimiento de una virgen, realza la asistencia divina para con el profeta Jesús: María fue consagrada por su madre Ana, mujer de Imrán (Joaquín) y puesta bajo la protección de Dios ante la amenaza del Demonio, bajo custodia del sacerdote Zacarías en el Templo (el alimento le era proveído por Dios), es escogida y purificada por Dios (Cfr. 3, 33-44; 19, 16-39). 95 Se presentan dos relatos de la Anunciación y Natividad (Cfr. 19, 16-39, el más antiguo y 3, 33-49)155, con paralelos en escritos apócrifos ya mencionados en el capítulo anterior como el Evangelio del Pseudo-Mateo, el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio árabe de la infancia. Concibe a Jesús por obra de Dios al anuncio del ángel Gabriel, quien es un Espíritu de Dios que ha tomado forma humana (pues en árabe el Espíritu o “rûh” se relaciona también con una criatura angélica)156, nace al pie de una palmera que alimenta con sus dátiles a María a la vez que le proporciona agua. Ante el anuncio de Gabriel, María responde al igual que lo mencionan los evangelios: “Dijo: ¡Señor mío! ¿Cómo voy a tener un hijo si ningún hombre me ha tocado? Dijo: Así será, Dios crea lo que quiere; cuando decide un asunto le basta decir: ¡Sé! Y es” (3, 47), quedando claro el poderío de la palabra creadora de Dios, pues al igual que Adán, Jesús nace sin intervención de varón. Ante las recriminaciones de la familia de María, el niño habla desde la cuna atestiguando su proveniencia (19, 30-33) y en el otro relato, añade los milagros y su misión (3, 49b-60). Al final de su estancia en la tierra, se narra un particular milagro en que los apóstoles le piden que ruegue a Dios para que baje una “mesa servida” como signo de la autenticidad de su mensaje (5, 112-113), para ellos también ser testigos de la verdad por él anunciada. Este pasaje ha sido interpretado como alusión a la Última Cena o a la visión de Pedro en Joppe (Cfr. Hch 10, 9-16). Como muestra de la protección divina para con su enviado, Jesús no pudo ser asesinado, pues la ascensión (no física) y no la crucifixión, es el punto culminante de su vida, ya que al ser elevado junto a Dios, puede retornar a la vida, donde debe permanecer atento para cumplir su rol asignado para el fin de los tiempos, sugerido en el Corán (Cfr. 43, 16). El Corán menciona que los judíos creyeron haber matado a Jesús (Cfr. 4, 157), pero fue Dios quien lo preservó de la muerte y 155 156 Cfr. Jomier, Jacques. El Corán. Textos escogidos en relación con la Biblia. Op. cit., p.59-62. Cfr. Jomier, Jacques. Un cristiano lee el Corán. Op. cit., p. 55. 96 lo llevó hacia sí: “Cuando dijo Dios: ¡Jesús! Voy a llevarte y a elevarte hacia Mí y voy a poner tu pureza a salvo de los que no creen” (3, 55). Como ya se analizó antes, para algunas interpretaciones musulmanas (no en el Corán), se menciona que en lugar de Jesús murió otra persona, aparentemente relacionada con la herejía del docetismo,157 la cual afirmaba que Jesús durante su vida terrena no tuvo cuerpo real sino aparente, fantasmal y que todos sus actos, incluidos los sufrimientos y, por ende, la crucifixión, no fueron reales sino aparentes. Sin embargo, la diferencia entre ambas posiciones radica en que para el docetismo Jesús sólo tiene naturaleza divina y su crucifixión sólo afecta su carne aparente; para el islam tradicional Jesús fue claramente un ser humano a quien los judíos no pudieron matar porque un profeta, un rasûl de Dios no puede terminar así. Según la moderna secta ahmadí, Jesús fue crucificado pero sobrevivió y predicó hasta los ciento veinte años, cuando murió y fue sepultado en Srinagar, Cachemira (norte de Paquistán)158. Este tema se retomará más adelante cuando se hable de Jesús como profeta escatológico, así como se pueden encontrar algunas otras aclaraciones en el capítulo anterior, al tratar la cristología del judeocristianismo y su relación con el Corán. Es fundamental tener en cuenta esta visión musulmana porque servirá para la formulación de las conclusiones de este proyecto de investigación, es decir, particularmente en la relevancia de este estudio para la cristología cristiana. Baste con decir que es inquietante pensar que en el cristianismo católico existe una mentalidad similar a la del islam: la difícil aceptación (e incluso la negación) de que Dios haya muerto en la cruz. En conclusión, desde el punto de vista coránico estos signos (ayat) y milagros (mu'jiza) no implican que Jesús tenga un poder sobrenatural ni mucho menos que sea Dios, sólo se presentan para atestiguar su misión159, pues esos favores 157 Ibíd. p. 56. Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. 101. 159 Cfr. González, Pilar. Op. cit., p. 73. 158 97 otorgados, permitidos por Dios, ya habían sido concedidos a otros enviados antes de Jesús. 3.1.1.2.2 Su misión Jesús es enviado a los israelitas para recordar la Ley de Dios que ya había sido transmitida por medio de Moisés (confirma la Torah) y además es quien recibe y transmite al-Injil160 (el Evangelio) “hicimos que tras ellos, siguiendo sus huellas, viniera Jesús, hijo de María, confirmando aquello que ya estaba en la Torah. Y le dimos el Evangelio en el que había guía, luz y una confirmación de lo que ya estaba en la Torah, así como guía y amonestación para los temerosos” (5, 46). Se puede percibir en la escritura coránica que la Torah y el Evangelio son el uno confirmación del otro, casi como si fueran capítulos de un solo libro, así como el Corán los confirma a ambos: “hicimos que te descendiera el Libro (el Corán) con la verdad, como confirmación de lo que había en el Libro (Torah y Evangelio) y para preservarlo” (5, 48 Cfr. 3, 2-3). Además, permite hacer lícitas algunas cosas que habían estado prohibidas por la malinterpretación de la Torah (Cfr. 3, 50). Los discursos y las declaraciones de Jesús se ponen en función profética a la llegada de Muhammad: “Y cuando dijo Jesús, hijo de María: ¡Hijos de Israel! Yo soy el mensajero de Dios para vosotros, para confirmar la Torah que había antes de mí y para anunciar a un mensajero que ha de venir después de mí cuyo nombre es Ahmad (Muhammad)” (61, 6). En la economía coránica de la revelación, Jesús era “un medio de conocer la Hora (el Juicio final). ¡No dudéis, pues, de ella y seguidme! Esto es una vía recta” (43, 61), es decir, su profetismo se muestra como señal de que la historia se acelera hacia el término fijado por 160 Para los musulmanes el evangelio (uno sólo y no cuatro) no es Jesús, sino un texto revelado que no ha llegado íntegro a los actuales cristianos por las distintas traducciones y versiones. Por eso se habla de la doctrina del tahrîf o alteración del evangelio. Cfr. Talbi, Mohamed. Op. cit. p. 435. 98 Dios para el hombre, “anunciaba y preparaba el final del ciclo de la profecía y la llegada del ciclo de la presencia de la palabra”161, que es el Corán. Muhammad no se anunció a sí mismo, sino que fue el último mensajero anunciado (lo cual es reiterado por el Corán: 2, 129; 3, 81; 7, 157; 61, 6), es quien cierra el capítulo de la revelación. En la exégesis musulmana al hablar de la misión de Jesús como precursor de Muhammad existen dos líneas: la de quienes admiten que los evangelios omiten este anuncio y por ello han sido falseados, o la de quienes afirman que los evangelios sí contienen tal anuncio, interpretando que el término Parakletos (que el cristianismo tradujo por Espíritu Cfr. Jn 14,16-17.26; 16,4-14) fue una desviada transcripción de la lengua semita, y que el término correcto sería Pariklytos (que en árabe es “El Alabado”, uno de los nombres de Muhammad). Sin embargo esta tesis ha sido poco fundamentada y no se considera apropiado hablar de una conciliación a partir de ella162. Para los musulmanes que interpretan de esta manera el Nuevo Testamento, es inconcebible que Jesús haya silenciado el anuncio del advenimiento del islam en la persona de Muhammad. Sobre este tema vale la pena mencionar el Evangelio apócrifo de Bernabé (que data de los siglos XIV al XVI) 163 donde Jesús rechaza formalmente su divinidad y dice que él no es el Mesías, pero que viene a anunciar a Muhammad como el mesías esperado. Por otra parte, acerca de su predicación, no hay referencias al Sermón de la montaña, a las parábolas, a la ley del Espíritu o a la Pasión. En lugar de éstas, a 161 Ibíd. p. 436. Ibíd., p. 437. Cfr. Jomier, Jacques. El Corán. Textos escogidos en relación con la Biblia. Op. cit. p. 64. Jomier afirma que en el siglo IX la biografía de Muhammad escrita por Ibn Hishâm ya identificaba al Parakletos con el Profeta. Afirma también que Manes también se había hecho llamar Paráclito. Cfr. Nasr, Seyyed Hossein. Vida y pensamiento en el Islam. (Barcelona: Herder, 1985), p. 285. 163 Escrito probablemente por un cristiano que apostató para convertirse al islam. Se conservan manuscritos en italiano y español, aunque se presume que el original fue escrito en árabe. Es distinto del Evangelio de Bernabé que ya se mencionaba en la lista de apócrifos contenida en el capítulo II del Decretum Gelasianum que data del siglo VI. Cfr. Santos Otero, Aurelio. Op. cit., p. 18-20. y Jomier, Jacques. El Corán. Textos escogidos en relación con la Biblia. Op. cit. p. 79-82. 162 99 Jesús se le presenta humilde y atento con su madre y portador de un mensaje de unidad divina que confirma los mensajes proféticos precedentes. El conjunto más extenso de referencias hacia Jesús es el de las declaraciones divinas que hablan de él o en su nombre, personajes que evocan a Jesús mismo, recalcando siempre su sumisión a Dios, su carácter de servidor, profeta obediente totalmente a su Creador. 3.1.1.2.3 Profeta escatológico Como se vio en el capítulo anterior, el día del juicio final está siempre presente en la mente del musulmán. Por ejemplo, en la Fatiha, primera sura del Corán que es recitada cinco veces al día como oración, se afirma que Dios es el Rey del día del juicio, en el sentido de que todos los hombres le rendirán cuentas, coincidiendo en muchos puntos con las creencias judías y cristianas al respecto, como por ejemplo se expresa en el Apocalipsis164. Todo parte de que el islam busca la felicidad, tanto en este mundo como en el otro, prevaleciendo la gloria en el más allá. Los textos coránicos que evocan el fin de los tiempos presentan una gran inspiración épica, tal es así que las suras 81, 82 y 99 han sido llamadas “apocalípticas”165, seguramente retomando el género literario ya existente y muchas de sus figuras, añadiendo otras del ambiente árabe: “Cuando el sol sea oscurecido. Cuando las estrellas pierdan su brillo. Cuando las montañas echen a andar. Cuando las camellas preñadas sean desatendidas. Cuando las fieras sean juntadas. Cuando los mares se desborden. Cuando las almas formen grupos. Cuando la niña enterrada viva sea preguntada por qué crimen la mataron. Cuando las páginas sean desplegadas (como el libro de la vida). Cuando el cielo sea arrancado (se quede sin estrellas). Cuando el fuego del Yahim (la Gehena) sea avivado. Cuando el Jardín sea acercado. Cada uno sabrá lo que presenta”. (81, 1-14 Cfr. 82, 1-5) 164 165 Cfr. Du Pasquier, Roger. El despertar del Islam. (Bilbao: Desclée de Brouwer, 1992), p.25. Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. 690. 100 Toda una serie de signos que dejan entrever mucho más la trascendencia de Dios, quien incluso deja actuar más a los ángeles para impresionar a los hombres. Saldrán los cadáveres de las tumbas al toque de la trompeta del juicio (así se entiende la resurrección que precede al Juicio), el cielo se abre (Cfr. 25, 22-29), el trono de Dios es llevado por los ángeles (Cfr. 69, 13-37), siendo la Escritura (el Corán) la medida para el juicio. Entre los pasajes más significativos y que resumen mejor el día del Juicio, está la sura 39, 67-73, que enfatiza en la justicia y en la labor de los profetas de hacerla efectiva. Se utilizan simbolismos como el de la derecha y la izquierda, el registro en los libros, los ángeles, la balanza, el fuego, los sufrimientos de los condenados, entre otras, retomados como ya se trabajó anteriormente, de las tradiciones judías y cristianas. El paraíso es nombrado como el Jardín, lugar de paz con todas las delicias imaginables para el mundo árabe: lechos, telas preciosas, sombra, bebidas refrescantes, frutos y manjares, poblado de huríes (vírgenes de grandes ojos), para el descanso y la felicidad de los justos (Cfr. 37, 40-49; 44, 51-59; 56, 11-40). Esta visión del paraíso es de corte milenarista, imágenes materiales que algunos musulmanes interpretan como evocación de realidades más sublimes166. En el Jardín se encontrará el trono de Dios ante el cual los ángeles cantarán alabanzas. El lugar de la condenación es la gehena, donde el fuego eterno, el agua caliente, atormentará a los condenados y del cual no podrán salir (Cfr. 44, 43-50; 55, 37-38; 56, 41-56). Sin embargo, la mayor alegría debe ser la satisfacción total en Dios167, la vuelta a Él: “¡Oh alma sosegada! Regresa a tu Señor, satisfecha y satisfactoria. Y entra con Mis siervos, entra en Mi Jardín” (89, 27-30). Es una relación muy cercana entre los hombres y Dios, como una visión beatífica (Cfr. 75, 22-23 aunque Dios evita dejarse ver por el hombre, como sucedió con Moisés (Cfr. 7, 143) o un reposar junto al Señor (Cfr. 75, 12). 166 167 Cfr. Jomier, Jacques. El Corán. Textos escogidos en relación con la Biblia. Op. cit. p. 55. Cfr. Jomier, Jacques. Un cristiano lee el Corán. Op. cit., p. 49. 101 En definitiva, el “día” o la “Hora” será cuándo los hombres sepan toda la verdad, cuando las acciones sean descubiertas al abrirse los registros escritos por los ángeles de cada ser humano (Cfr. 81, 10; 82, 10-12), sin importar las riquezas ni los parientes, ni el clan al que se pertenece. El mensaje coránico, como ya se dijo, será confirmado el día del Juicio, así pues, los que fueron indiferentes con los pobres, los que asocian otras divinidades a Dios, los que no creen en la resurrección (Cfr. 22, 5-8)168 y desvirtúan el mensaje de los profetas, serán los primeros condenados. Retomando lo ya expuesto sobre el final de Jesús, como cualquier ser humano estaba sujeto a la muerte, pues él mismo lo afirma en la cuna: “la paz sobre mí el día que nací, el día que muera y el día que sea resucitado a la vida” (19, 33) y expresado como un llamado de Dios para después elevarlo hacia Él (Cfr. 3, 55; 4, 158; 19, 57; Gn 5,24; Hch 1, 9-11)169 pero no entendida como la Ascensión según el cristianismo, sino como una elevación social, no física, particularmente en el chiísmo y el sufismo170. Para la interpretación musulmana mayoritaria (la sunita), Jesús no murió en la cruz sino que fue elevado al cielo junto a Dios físicamente. Vale la pena recordar el significado del verbo “llamar” (tawaffa), que se identifica tanto con el “hacer morir” como con la resurrección de los cuerpos, pues en la tradición musulmana el alma es llamada del cuerpo y acompañada por el ángel de la muerte („Izra‟il) hacia el cielo, donde se realiza el juicio intermedio en presencia de otros ángeles (Cfr. 16, 28.32-33; 32, 11). Si es juzgada como un alma justa, será destinada al paraíso, volviendo al cuerpo para esperar el Juicio final. Si es condenada, será arrojada a la tierra, a la tumba, donde será atormentada para esperar la gehena. Esa espera, sin embargo, no es el purgatorio: “El día en que 168 La resurrección de los cuerpos se entiende en el islam como necesaria para que haya juicio final y, por ende, es preludio del cielo y del infierno. Sin embargo, a diferencia del cristianismo, esta resurrección es eminentemente idealista, pues nadie ha tenido la experiencia de resucitar como sí la tuvo Cristo, siempre manifestando la omnipotencia de Dios, quien sí fue capaz de crear de la nada todo cuanto existe o llevar a cabo el milagro del nacimiento, hacer reverdecer el desierto, puede de igual manera realizar una segunda creación por la resurrección. Él es el Señor de la vida y de la muerte. Cfr. Khoury, Adel-Th. Op cit., p. 183-185. 169 Algunos aluden a la desaparición de Enok incluso a la elevación de Elías. 170 Cfr. Khoury, Adel-Th. Op cit., p. 67. 102 ocurra la Hora, los que hayan hecho el mal jurarán no haber permanecido (en las tumbas) sino una hora. Así estaban de desviados” (30, 55 Cfr. 20, 103-104; 79, 46). En fin, para la mayoría de exegetas (sunitas) Jesús no murió a manos de sus enemigos; algunos entre ellos afirman que murió luego y poco tiempo después fue resucitado y elevado al cielo. Otra interpretación dice que Jesús ascendió sin haber muerto, sólo morirá al fin de los tiempos171, afirmando que Jesús y María vivían aún en tiempo de Muhammad (Cfr. 5, 17), de tal manera que fue elevado en vida al cielo por Dios (Cfr. 4, 157-158) donde está en cuerpo y alma y, antes de su muerte, toda la humanidad terminará creyendo en él172. Hay que recordar que hay musulmanes (chiitas y sufíes) que afirman que los judíos sí mataron el cuerpo de Jesús en la cruz, pero no su mensaje ni su espíritu, tal como sucede con los mártires: “No digáis de quienes han caído por Dios que han muerto! No, sino que viven” (Cfr. 2, 154; 3, 169). El Corán no habla claramente de la función escatológica de Cristo, sin embargo, los comentaristas se valen de pasajes coránicos para reforzar la tradición que existe al respecto. Según ellos, Jesús bajará del cielo al final de los tiempos a Tierra Santa, donde será modelo de musulmán, aniquilando al Dayyal (una especie de Anticristo) con la ayuda del Mahdí173, cumpliendo con la oración ritual, colocándose detrás de quien dirige la oración. Luego suprimirá todo lo contrario a la ley, eliminando todas las señales que no hagan parte del islam ortodoxo (cruces, iglesias y sinagogas). Asimismo, declarará contra los judíos y cristianos que desvirtuaron lo que él era y no creyeron en el islam. Esta tradición se apoya en la sura 43, 61: “será un medio de conocer la Hora. ¡No dudéis, pues, de ella y seguidme! Esto es una vía recta”. 171 Ibíd. p. 68. Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. 102. 173 Algunos afirman que el mismo Jesús es el Mahdí, el “bien guiado”, jefe de gran prestigio que pondrá fin a la opresión haciendo triunfar la justicia y la fe. Para el chiismo es asociado a los imanes, descendientes de Alí y Fátima, hija de Muhammad. Entre ellos, los chiitas creen que el Mahdí es el imam del fin de los tiempos, el número doce, que vendrá a restablecer el reino de la justicia, la verdad y la paz. Cfr. Du Pasquier, Roger. Op. cit. p. 28; Talbi, Mohamed. Op. cit. p. 437. 172 103 Jesús será el soberano de un reino perfectamente unido, gobernará como rey justo y otorgará la paz a todo el mundo por cuarenta años. Como todos los profetas, se casará y engendrará hijos, morirá y será depositado en Medina, al lado de Muhammad y los primeros califas. Es entonces cuando llega la Hora del Juicio. Dios se sienta en su trono como único juez universal y permitirá a quien le plazca interceder por los hombres. Entre esos elegidos está Jesús, según la promesa que se le había hecho y que se menciona en el Corán: “considerado en la vida de acá y en la otra y de los allegados” (3, 45): se interpreta que en la tierra se le concede su misión profética, y en el día del Juicio, el derecho de intercesión, además de testificar, como ya se dijo, contra la gente del Libro (judíos y cristianos) que no creyeron en él. Sin embargo, el hecho de que sea intercesor no quiere decir que se abra paso la idea de redención, pues vale la pena recordar que según la tradición islámica los hombres no necesitan de redención sino de la misericordia de Dios, de tal manera que cada uno pagará por sus propios pecados (Cfr. 39,7; 6,164). Se puede evidenciar que el carácter escatológico de Jesús no es más que una extensión de su privilegio de ser profeta, según el Corán y que como se ha podido constatar, el tema ha sido elaborado en su mayoría por los exégetas musulmanes y que está rodeado de varias interpretaciones. 3.1.1.2.4 Jesús el Mesías (al-Masîh) Al-Masîh significa en árabe “el Ungido” (Cfr. 3, 45; 4, 157.171; 5, 17.72), corresponde al arameo Mešîhkhâ o al hebreo Mašiah, que fue traducido al griego por Christos (Cristo). En el antiguo Israel los reyes y sacerdotes eran consagrados ungiendo sus cabezas con aceite; luego de la deportación a Babilonia creció la esperanza entre los judíos de un descendiente de David, el ungido por excelencia de Dios, como una figura escatológica que traería el reinado de la paz. Los judíos aún lo esperan, los cristianos lo identifican con Jesús. Sin embargo, también es 104 cierto que masîh (“tocar” en árabe) denota además de “ungido”, el “tocado por Dios” o por el ángel Gabriel. Sin embargo, en el Corán “Mesías” no tiene las mismas connotaciones que en el Antiguo ni el Nuevo Testamento, porque esta expresión no hace referencia al concepto de liberador anunciado y esperado, ni tampoco se señala su descendencia de David a través de José, incluso la relación entre Jesús y David es muy débil así como ni siquiera se mencionan los esponsales de María con José174, porque Jesús no es su hijo. Mucho menos esta palabra denota una dignidad divina o una misión histórico-salvífica175. Para el Corán y el islam en general, tanto „Isâ, como al-Masîh (traducido como el Ungido o Cristo) son nombres del profeta Jesús, tal como en el Evangelio según San Juan se le atribuye “el Mesías” como título (Jn 1, 41) y simplemente “Mesías” como nombre propio (Jn 4, 25). Este nombre fue usado en la Biblia para designar a Jesús en cuanto que recibió la unción sagrada que era propia de los profetas y sacerdotes del antiguo Israel (Cfr. Lv 4,3.5.16; 1Sm 10,1-12), pero en el Corán no existe tal unción (salvo el ser “tocado” del que se habló antes) como tampoco se alude a un reino o a tiempos mesiánicos176. Según la exégesis musulmana, se le llama Mesías, Cristo o Ungido a Jesús por varios motivos, entre los cuales están: “-Fue ungido con la bendición de Dios. -La unción consistió en que Gabriel le cubrió con sus alas, de tal modo que Satán no pudo descender sobre él ni tocarle al momento de nacer: la unción significa entonces su inocencia y ausencia de pecado. -La unción es la bendición que obtuvo entre los descendientes de Adán, pero sobre todo por su nacimiento milagroso de la virgen María, pues fue una excepción a la ley humana. 174 Cfr. González, Pilar. Op. cit., p. 70. Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 547. 176 Cfr. Talbi, Mohamed. Op. cit., p. 432. 175 105 -En sentido activo, Jesús es Mesías también en el sentido que unge, a los enfermos, a los ciegos, a los huérfanos en su cabeza”177. 3.1.1.2.5 Una palabra178 de Dios (Kalima mim Allâh) El término kalima en el Corán aparece con significados muy diferentes: “una buena palabra” (14, 24); “una mala palabra” (14, 26); “una palabra de incredulidad” (9, 74); “una palabra de condena” (39, 19.71); “un término medio” (3, 64); la palabra de Dios opuesta a la de los infieles (9, 40) entre otros significados. Al aplicarla a Jesús se hace siempre en el contexto de su concepción, nacimiento e infancia: “Cuando dijeron los ángeles: ¡María! Dios te anuncia una palabra procedente de Él” (3, 45), “…el Ungido, hijo de María es el mensajero de Dios, Su palabra depositada en María y un espíritu procedente de Él” (4, 171) y en el anuncio del nacimiento de Juan hecho a Zacarías: “los ángeles lo llamaron mientras permanecía en pie rezando en el lugar de oración: „Dios te anuncia la buena noticia (del nacimiento) de Juan, que será confirmador de una palabra de Dios‟” (3, 39). De aquí que Jesús como palabra para los musulmanes no tiene el mismo significado que para los cristianos, pues se trata de la concepción milagrosamente virginal de Jesús, la cual procede del Kun, (“sé” Cfr. 2, 117) que es el “hágase” del Creador, tal como había sucedido con Adán: “Verdaderamente Jesús, ante Dios, es como Adán. Lo creó de tierra y luego le dijo: ¡Sé! Y fue” (3, 59), sin intervención de padre según la carne. Algunos cristianos han intentado asociar esta idea con el logos del Evangelio de Juan y la doctrina que afirma que la Palabra de Dios que existía desde el principio y a través de la cual se crearon todas las cosas, se hizo carne en Jesús (Jn 1,118). Para el Corán, como ya se mostró, no significa que Jesús era la Encarnación 177 Khoury, Adel-Th. Op cit., p. 159. Se enfatiza aquí que se habla de “una” y no “la” palabra de Dios, pues no es la única. Además, en el Islam se evita hablar de Verbo para no relacionarlo con el Logos de Juan 1, 1-18. 178 106 de la hipóstasis divina preexistente, sino la forma como fue llamado por Dios a la existencia. Lo que en el cristianismo se entiende por Logos de Dios en el islam equivale (salvando las proporciones) al Corán, Palabra de Dios hecha recitación y que nos llega a través de Muhammad, a quien Dios depositó su Revelación en su corazón a través del ángel Gabriel, como guía y buena nueva para los creyentes179. Los comentaristas musulmanes lo han interpretado de cuatro formas180: -Jesús es una palabra de Dios, la ofrecida en María mediante la palabra creadora de Dios. -En cuanto fue vaticinado por la palabra profética de Dios, proclamada por profetas anteriores a él. -Ha traído a los hombres la palabra de Dios. Entonces es palabra en cuanto que es su heraldo. -No sólo es anunciador de la palabra de Dios sino que él mismo es una buena nueva de Dios a los hombres, según lo afirman exégetas como Tabari en su Tafsir y Razi en su Comentario (III, 470)181. 3.1.1.2.6 Siervo de Dios (‘Abd-Allah) Otro apelativo relacionado con el carácter de profeta en el Corán es el de Siervo de Dios („abd-Allah). Jesús es un servidor de Dios como lo es cualquier profeta y lo debe ser cualquier musulmán. Precisamente las primeras palabras que pronuncia desde su cuna: “Soy el siervo de Dios. Él me ha dado la Escritura y ha hecho de mí un profeta” (19, 30) tratan de aclarar desde el principio su humanidad y sumisión a Dios. Sus acciones, milagros y palabras son producto de la acción de Dios a través suyo, por eso ha recibido una gracia y favor especiales: la de ser un 179 Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 80-98. Cfr. Ibíd., p.160. 181 Cfr. Khoury, Adel-Th. Op cit., p.160. 180 107 muchacho puro (19, 19), un bendecido (19, 31), un “siervo a quien hemos (Dios) agraciado y a quien hemos puesto por ejemplo a los hijos de Israel” (43, 59). Se puede decir que esta designación le describe mejor como profeta, en cuanto a la misión por la cual Dios lo eligió (Cfr. 19, 39), enviándolo particularmente a los israelitas en categoría de fundador religioso, para transmitir una escritura (el Evangelio), una doctrina y un conocimiento religioso que Dios le ha confiado. Además de ser servidor, invita a sus interlocutores a serlo también: “Dios es mi Señor y Señor vuestro. ¡Servidle, pues! Esto es una vía recta” (19, 36). Jesús es modelo de siervo de Dios y, por tanto, no puede ser igual a Él, como lo manifiesta la sura titulada “las mujeres” (Cfr. 4, 171-175), si no es correcto tener a Jesús como protector, amigo o auxiliar, mucho menos como Hijo de Dios o Dios mismo y para quien sea tan altivo de rechazar el ser siervo de Dios (rechazando la Luz, es decir, el Corán), habrá un castigo doloroso. Sobre esta filiación se hablará más adelante. 3.1.1.2.7 Espíritu de Dios o fortalecido con el espíritu de santidad (Rûh alQudus) El Espíritu de Dios está presente desde el momento mismo de la creación (no engendramiento) del ser humano Jesús, de tal forma que infundió “de su Espíritu” al ser que creó de barro arcilloso (Cfr. 15, 29; 32, 9; 38, 72) para darle la conciencia y la racionalidad para poder relacionarse con Él182. Al hablar de Jesús, en el Corán se puede encontrar tanto “espíritu de Él (de Dios)”, como “espíritu de santidad”. El primer caso se refleja en este pasaje coránico: “…el Ungido, Jesús, hijo de María es el mensajero de Dios, Su palabra depositada en María y un espíritu procedente de Él” (4, 171), como un aliento que proviene de Dios muy relacionado con su palabra creadora. Es la única ocasión en que “espíritu” se refiere directamente a Jesús. 182 Cfr. Talbi, Mohamed. Op. cit., p. 429. 108 Así pues, en relación al milagro donde Jesús modela unos pájaros de arcilla y les da vida (Cfr. 5, 110), existe una interpretación en la tradición sufí donde se compara con el acto creador de Dios183, quien creó el mundo con sus manos y le dio la vida por medio de un soplo (ruah). Jesús participa de este soplo creador gracias al espíritu de santidad que ha infundido a María. El término que aparece más frecuentemente es Rûh al-Qudus, que se traduce comúnmente como “espíritu de santidad”, refiriéndose a un poder que Dios otorga a los profetas, para fortalecerlos y posibilitar que actúen en su nombre y hagan su voluntad. Por eso se dice que Jesús es sostenido por el espíritu de santidad (Rûh al-Qudus) (Cfr. 2, 87.253; 5, 110; 19, 17; 21, 91). Los comentaristas identifican en general a este espíritu con el ángel Gabriel, pues es llamado “el Espíritu” (Cfr. 70, 4), “Espíritu Santo” (Cfr. 16, 102), “Espíritu digno de confianza” (Cfr. 26, 193). Esta forma de llamar al ángel Gabriel no es extraña, pues en la literatura antigua, incluso en la Biblia184, los ángeles también eran llamados espíritus y en el Corán Gabriel ocupa un lugar prominente entre ellos, pues es portador de la revelación que comunica a los profetas. Este espíritu se presenta junto a la concepción virginal de María a quien Dios infunde su Espíritu o una partícula suya (Cfr. 21, 91; 66, 12), para que sea un signo (ayât) de su obrar en confirmación del profeta. En este sentido Jesús es semejante a Adán, creado por insuflación del Espíritu de Dios (15, 29, 32, 9; 38, 72). Sin embargo en el caso de Adán el espíritu no se confunde con el ángel Gabriel, sino que se refiere al hálito de vida, al estilo del segundo relato de la creación (Gn 2, 7). 183 Flaquer, Jaume. “Jesús, profeta musulmán de excepción”. en: Selecciones de Teología n.º 175 (julio-septiembre 2005), p. 168. 184 En los Hechos de los Apóstoles se ve claramente cómo en el relato en que Felipe bautiza al eunuco, primero se habla de un ángel del Señor (Cfr. Hch 8,26) y luego de un espíritu (Cfr. Hch 8, 29.39). 109 En la línea profética coránica se puede afirmar que por el espíritu de santidad Jesús recibe la capacidad de ser mensajero de Dios, prueba de ello es la concepción virginal (Cfr. 19, 16-22; 3, 42-47). Además, se percibe aquí una mediación histórica de Dios en el mundo: el profeta interviene en el nombre de Dios en la historia. Percibimos claramente la relación dinámica entre Dios y el profeta. Por el soplo del espíritu de santidad se ve reflejada la relación de Dios y la humanidad185. El espíritu de santidad es también transmisor de la gracia, como es el caso de Muhammad con el Corán y los demás profetas a través de su enseñanza, pues manifiesta la realidad divina de manera histórica, así como se hablaba antes, en la vida del profeta Dios revela algo de sí, un aspecto de su divinidad. Algo particular es la relación entre el espíritu y la palabra, como aparece por ejemplo en los relatos de la anunciación: “cuando (Dios) decide algo, le dice tan sólo: “¡Sé!” y es” (3, 47.59; Sobre Jesús cfr. 2, 117; 19, 35. En otro contexto cfr. 6, 73; 16, 40; 36, 82; 40, 68) y como se mencionó arriba: una “palabra depositada en María y un espíritu procedente de Él” (4, 171). Se trata del “kun”, la palabra creadora de Dios que es acompañada del espíritu, del cual comunica una parte a los profetas para manifestar la acción de Dios en el mundo. 3.1.2 Jesús hijo de María (‘Îsâ ibn Maryam) Se puede afirmar que el título más presente de Jesús en el Corán es el de “hijo de María” a la vez que se puede catalogar como el título que presenta mejor su humanidad. Aunque lo normal en el mundo semítico es llamar a un hombre por el nombre de su padre, el Corán hace esta excepción omitiendo del todo a José y añadiendo a Jesús el nombre de su madre186. Todo esto responde a la concepción milagrosa de María y el signo que obra Dios al hacer que nazca un hombre sin 185 Cfr. Bellerose, Martin. “La relación entre Jesús y el Roh Kudus en el Islam”. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 27 de agosto de 2009. 186 Sin embargo, es preciso aclarar que en el mundo semita, la religión se transmite por la madre. Por ejemplo, en las genealogías de Jesús presentadas por Mateo y Lucas, Jesús es judío porque María lo es (Ley del Vientre). Particularmente la de Lucas enfatiza más en la comparación de Jesús con Adán, en el hecho de que ninguno tuvo padre terrestre (Cfr. Lc 3,23). 110 intervención de varón alguno. El Corán aplica este título 23 veces, el Evangelio Siriaco de la Infancia 15 veces y el Evangelio Árabe de la Infancia 4 veces. En la Biblia sólo se menciona en Mc 6,3. Jesús en el Corán al no tener padre biológico (porque fue creado por la palabra y el espíritu de Dios) siempre será llamado “hijo de María”, y a ella le debe piedad filial (Cfr. 19, 32). Como madre de Jesús, María ocupa un lugar relevante en el Corán. La sura 19 lleva su nombre y la 3 el de su padre („Imrâm). En ambas se habla de la concepción de Jesús por el espíritu y del nacimiento virginal. En la piedad popular musulmana es tenida como modelo de mujer que estará en el paraíso, equiparada con Jadiya, „Â‟isha y Fâtima187, esposas e hijas de Muhammad. Nunca se plantea llamarla “madre de Dios” porque esto implicaría también su divinidad al estilo griego (Cfr. 5, 73. 116) como se verá más adelante en al hablar de la Trinidad o Triteísmo en el Corán. Fue elegida, purificada188 y escogida por Dios desde antes de nacer (Cfr. 3, 42). Su madre Ana, una anciana estéril, prometió consagrar al templo al hijo que le naciera milagrosamente (Cfr. 3, 35). Al nacer una niña fue puesta junto con su descendencia (Jesús) bajo la protección de Dios contra las acechanzas del demonio (Cfr. 3, 36). Creció bajo la tutela de Zacarías siendo una excepción, pues una mujer no podía servir en el templo. Vivía aislada en una celda cerrada donde era alimentada por Dios. En este ambiente se le apareció el ángel Gabriel anunciándole que sería la madre de Jesús, a quien llama palabra de Dios, permaneciendo ella virgen (Cfr. 3, 43-47; 19, 16-34). María aceptó la voluntad de Dios, quedó encinta y se retiró al desierto. Al pie de una palmera dio luz a su hijo. Una fuente milagrosa le calmó su sed. 187 Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 548. Se interpreta como el ser librada de la menstruación, pudiendo así entrar al templo y también el ser librada de todo mal. 188 111 Cuando volvió donde su familia llevando al niño la acusaron de fornicación 189. Ella guardó silencio pero Jesús, recién nacido, habla milagrosamente desde la cuna y exime a su madre de toda culpa. Aquí prácticamente termina la historia de María en el Corán. Sólo un versículo aparte añade que Dios hizo que María y Jesús encontraran refugio en una colina. El Corán habla en repetidas ocasiones sobre las virtudes de María: ella además de ser purificada y colmada de gracias por Dios (Cfr. 3, 42; 5, 110), tiene dos características específicas que la definen: ser una mujer virgen y creyente (Cfr. 21, 91; 66, 12). Se menciona literalmente que ella “conservó sus partes pudendas” o que “guardó con fortaleza su seno” para luego ser fecundada por el “aliento de Dios”. La virginidad de María es muy defendida tanto en el Corán (Cfr. 4, 156) como por la mayoría de los musulmanes. Es también la virgen de la fe y del “sí”, porque creyó en la palabra del Señor y fue considerada veraz (Cfr. 5, 75; 66, 12). Igualmente se le califica de piadosa y devota. Se percibe así mismo como un signo junto a Jesús: “hicimos del hijo de María y de su madre un signo” (23, 50), sin embargo, siguen siendo simples mortales que necesitan alimentarse (Cfr. 4, 159; 5, 17. 75; 6, 14; 21,8 y Lc 7, 34). 3.1.2.1 La Trinidad o el Triteísmo Como ya se veía en el apartado anterior, pese a la particularidad de María y de Jesús, el Corán aclara la limitación humana de ambos, su carácter creatural ante la omnipotencia y el Señorío de Dios: “Han caído en incredulidad los que dicen que Dios es el Ungido, hijo de María. Di: ¿Y si Dios quisiera destruir al Ungido, hijo de María, a su madre y a cuantos hay en la tierra, todos a la vez? ¿Quién podría impedírselo?” (5, 17) 189 Según una leyenda judía, Jesús nació de la unión extraconyugal de María con un soldado romano llamado Pandera. En el Talmud (segundo libro más importante para el judaísmo) se le llama a Jesús el “hijo de Pandera”. Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. 101. 112 Es complicado decir que el Corán cuestiona siempre explícitamente la Trinidad tal y como se entiende en la doctrina cristiana (Cfr. 4, 171) pues a veces se trata de una interpretación donde María es la segunda persona de la Trinidad, de la que forma parte junto al Dios y Jesús: “Y cuando Dios dijo: ¡Jesús, hijo de María! ¿Has dicho tú a los hombres: Tomadme a mí y a mi madre como dioses aparte de Dios? Dijo: ¡Gloria a Ti! No me pertenece decir aquello a lo que no tengo derecho! Si lo hubiera dicho, Tú ya lo sabrías. Tú sabes lo que hay en mí, pero yo no sé lo que hay en Ti. Es cierto que Tú eres el Conocedor de lo más recóndito” (5, 116 Cfr. 4, 171; 5, 73) Como se puede ver, esta exhortación coránica no se refiere directamente a la doctrina de la Trinidad cristiana sino a un triteísmo herético (Dios, María y Jesús) de alguna secta cristiana no identificada, quizá la de los coliridianos (siglo IV), que eran árabes mariólatras, en su mayoría mujeres190. Esto no quiere decir entonces que acepte la Trinidad tal y como se entiende en el cristianismo católico, pues explícitamente se defiende la unicidad inequívoca de Dios, rechazando la interpretación de la palabra “Tres” como “tres dioses”: “no creen en realidad los que dicen: „Dios es el tercero de tres‟…” (5, 73), entendido “tercero” no en sentido ordinal (tercero en categoría) sino partitivo (uno en tres). Existe una aleya discutida que según una interpretación, refleja la Trinidad: “(Dios) Hace descender a los ángeles con el Espíritu que procede de Su orden sobre quien Él quiere de Sus siervos: ¡Advertid que no hay más dios que Yo! ¡Temedme pues!” (16, 2). Se ha interpretado por algunos “su orden” como su “palabra”. Sin embargo, en el contexto de la sura, “su orden” quiere decir su voluntad191. Se trata entonces de la forma como Dios comunica su Espíritu a través de los ángeles y no de una aceptación de la Trinidad. 190 Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. 104. Epifanio les dio este nombre porque sus adeptos celebraban en nombre de María un culto ofreciendo un pan de galleta, llamado collirla. Cfr. Cocchini, Francesca. “Coliridianos”, en: Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana, Op. cit. vol. 1, p. 448-449; Cfr. Hayek, Michel. Op. cit., p. 30. 191 Cfr. Cortés, Julio, Op. cit., p. 274. 113 Para el Corán es muy importante aclarar que Dios es Uno, pues como se mencionó antes, la zona era politeísta y en La Meca pre islámica Dios coexistía con deidades menores, de tal manera que el Profeta tuvo que predicar la unicidad de Dios (que repercutía en la unidad de la comunidad musulmana naciente), lo cual se ve reflejado en varias aleyas con un patrón distintivo: “Vuestro Dios es un Dios Uno. No hay más dios que Él, el Compasivo, el Misericordioso” (2,163)192 así como en el Antiguo Testamento se formuló el monoteísmo: “Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh (o „es nuestro Dios, sólo Yahveh‟)” (Dt 6,4 Cfr. Is 44,6-8). Incluso, el nombre más usado y el que abarca los 99 nombres otorgados a Dios es Allah: “El Dios”, con el artículo determinado que resalta mucho más su unicidad, término usado también por los árabes cristianos. 3.1.2.2 La Encarnación Para el islam es mucho más fuerte la idea de que de un lado está Dios y de otro las creaturas. La idea de que la divinidad se encarne, que tome la naturaleza humana sin dejar de ser lo que es, no tiene cabida en el rígido enfoque de la Unidad y la Trascendencia del Dios reflejado en el Corán. El libro sagrado del islam refuta primero los dioses del paganismo así como la idea de la generación en Dios, porque la interpreta de manera carnal. Algunos árabes paganos de La Meca creían que los ángeles eran hijos de Dios (Cfr. 16,57; 37,149). Sin embargo estas aleyas se refieren más a hijas humanas que las atribuyen a Dios porque ellos no las querían tener (Cfr.16, 62) 193. En la Biblia se ve reflejada una tradición mitológica en la que se mencionan “los hijos de Dios” aparte de “las hijas de los hombres”, interpretados aquellos como los mismos ángeles que uniéndose a las humanas engendran los “nefilim” (Cfr. Gn 6,1-4; Job 1,6; 2,1). Y en Sal 29,1; 89,7 se les llama a los ángeles “hijos de los dioses”. 192 Cfr. 2, 255; 3,2; 4, 171; 5, 73; 6,19; 14, 52; 16, 22.51; 18, 110; 21, 22.108; 22, 34; 37, 4; 41, 6; 44, 8; 112,1. 193 Cfr. Jomier, Jacques. Biblia y Corán. Op. cit., p. 93. 114 Jesús no puede ser hijo de Dios (y mucho menos Dios) porque él mismo acoge ser un simple servidor de Dios como lo es cualquier profeta y como lo debe ser todo hombre (Cfr. 4, 172; 43, 59), de manera que la única actitud que le compete es obedecerle. Jesús estaría contradiciendo su mensaje: “No cabe en un ser humano a quien Dios le ha dado el Libro, la Sabiduría y la Profecía, que diga a los hombres: Sed siervos míos en vez de (siervos de) Dios” (3, 79). Quien sea considerado dios estaría negando al verdadero Dios. Si Jesús fuera Dios, estaría negando al mismo ser Trascendente que no está supeditado a nadie (Cfr. 10, 65; 2, 116). El Altísimo lo que quiere lo hace por medio de su palabra (Cfr. 2, 117) y no por generación (Cfr. 112, 3). El Corán pregunta explícitamente: “Creador de los cielos y de la tierra. ¿Cómo iba a tener un hijo si no tiene compañera, si lo ha creado todo y lo sabe todo?” (6, 101; Cfr. 72, 3). Se niega también la posibilidad de adopción “No es propio de Dios tomar ningún hijo. ¡Gloria a Él! Cuando decide algo, sólo dice: Sea, y es” (19, 35). Sin embargo, en el caso de Jesús el cristianismo no le atribuye a Jesús nada metafórico: él es el Hijo del Padre (como lo evidencia por ejemplo la cristología joánica), va mucho más allá: es Dios-Hijo en sentido intratrinitario. El Corán también niega la filiación de Dios en sentido metafórico194, como es el caso del judaísmo o del cristianismo, quienes se atribuyen ser “hijos de Dios”. Dios es imparcial, aunque se hagan llamar “hijos” o “amigos amados de Dios” (Cfr. 5, 18) Él perdona y castiga a quien quiera, porque son seres humanos como cualquiera. La consecuencia de quienes asocian a Dios con otros dioses (por eso se llama a los cristianos “asociadores”) es la prohibición de entrar en el paraíso, el fuego (Cfr. 5, 72; 9, 30-31). Finalmente, Jesús no puede ser el Redentor de la humanidad. Primero, porque el Corán no considera el pecado original y, segundo, porque tampoco acepta el sufrimiento vicario, pues “Nadie comete mal sino en detrimento propio. Nadie 194 Cfr. Khoury, Adel-Th. Op. Cit., p. 163. 115 cargará con la carga ajena. Luego, volveréis a vuestro Señor y ya os informará Él de aquello en que discrepabais” (6, 164 Cfr. 39, 7), tal y como lo afirmaba el profeta Ezequiel (18, 2-20: “el que peque es quien morirá”); además, como ya se dijo, Jesús no fue crucificado y menos pudo morir de esa manera. Es decir, para el islam no cabe hablar de que Jesús, Hijo de Dios, se entregó a la muerte por la redención de los hombres, pues ellos deben responder por sí mismos el día del Juicio. Lo que sí admite, es que al final de los tiempos, Jesús puede interceder por quien él quiera, particularmente por los judíos y cristianos según la misericordia de Dios195. 3.2 RESONANCIA DE LA CRISTOLOGÍA CORÁNICA EN LA LITERATURA POSTCORÁNICA Las fuentes de la religión islámica son el Corán y la tradición. Luego de la muerte del Profeta, la comunidad se encontró con interrogantes a los que no respondía explícitamente el Corán y en estos casos se remitía a las palabras y obras de Muhammad como interpretación del mensaje revelado para diversos aspectos de la vida cotidiana. Esto se considera como tradición, que luego fue escrita en los hadices, que contienen la conducta de Muhammad en diversas situaciones de la vida y que es modelo para la comunidad. También se encuentran sentencias, amonestaciones, ordenanzas y opiniones del Profeta sobre determinadas cuestiones, así como el modo de vivir de los compañeros de Muhammad y que por ser aceptados por él, son recomendados para todo musulmán. Con el paso del tiempo se vio la necesidad de recoger las tradiciones que agrupaban las sentencias y actuaciones del Profeta, sin embargo, fueron éstas surgiendo en un número muy considerable y muchas veces no eran auténticas sino interpretaciones de teólogos, exégetas y jurisconsultos. Así pues, se establecieron criterios para determinar la credibilidad que merecían: su contenido y el respaldo de determinados fiadores tradicionalistas dignos de crédito. Se 195 Cfr. Ibíd., p. 69-70. 116 dividieron en tres categorías: las tradiciones genuinas y auténticas (sahîh), las bellas (hasan) aunque no fiables del todo y las débiles (da‟îf), objeto de grandes dudas196. Las compilaciones tradicionales genuinas fueron reunidas por los siguientes autores: al-Bûjari (810-870) y Muslim (817-875), los dos más importantes; también por Abû-Dâwûd (817-888), al-Tirmidhi (quien murió entre 883 y 892), Ibn Mâdia (824-886) y al-Nasai (fallecido en 915)197. La tradición en definitiva se entiende como un complemento del Corán, no porque éste sea imperfecto, sino como una orientación para la práctica religiosa y la vida de la comunidad, según lo contenido en el Corán, el cual es la fuente absoluta y válida del islam. Con el fin de entender adecuadamente el mensaje coránico y fijar sus prescripciones legales surgieron los comentaristas, quienes realizaron análisis gramaticales, estudiaron la tradición de los primeros exégetas (sobre todo quienes vivieron con el Profeta y conocían el contexto en el que se escribió el Corán) y su aspecto teológico. Los más importantes comentarios son: el de al-Tabari (el más famoso, de carácter literario y lingüístico 839-923), Zamaj-Sharí (más teológico, 1075-1145), Fakr al-Din al Razí (1849-1905) y al-Manar, recopilador de Muhammad Abduh (1849-1905). Entre ellos también existen una serie de Historias de los profetas (Qisas al-anbiyâ), por ejemplo las compiladas por al-Talabi (exégeta del siglo XI) que son relatos elaborados, por lo general, con base en el Nuevo Testamento y en los apócrifos cristianos. Se debe aclarar que existen dichos y relatos por separado relacionados a los que en estudios cristianos reciben el nombre de agraphon (a-graphos: “no escrito”, plural: agrapha)198, es decir, palabras y relatos atribuidos a Jesús por la tradición y que están ausentes en los escritos canónicos. En la tradición musulmana sus autores son diversos 196 Cfr. Ibíd., p. 127. Ibíd. p. 128. 198 Cfr. González, Pilar. Op. cit., p. 17. 197 117 teólogos y místicos que se irán mencionando en las páginas siguientes. Hay que aclarar que en el mundo musulmán no se les llama agrapha a estos dichos y relatos, sin embargo es la palabra que se utilizará para objeto de este estudio, como lo hace Pilar González. Conviene mencionar tres importantes obras que se tendrán en cuenta para este análisis de los hechos y dichos de Jesús en la literatura postcoránica. La primera es la ya citada traducción de los 233 agrapha de Jesús en la literatura musulmana compilados en la obra de Miguel Asin y Palacios, realizada por el Instituto de filología Clásica y Oriental San Justino bajo la dirección de Pilar González Casado, publicada por la editorial Ciudad Nueva con el título: Hechos y dichos de Jesús en la literatura ascética musulmana. Otra obra muy importante para esta investigación es un estudio parecido del profesor de la Universidad de Beirut, Tarif Khalidi, Un musulman nommé Jésus, quien en la introducción elabora una importante cronología de la literatura musulmana sobre Jesús, defendiendo la dinamicidad de lo que podríamos llamar la cristología musulmana. Finalmente y no menos importante, el trabajo de otro profesor que enseñó en la misma Universidad de Beirut, residente ahora en Francia, el libanés Michel Hayek199, quien en su obra Le Christ de l‟Islam aborda un gran número de dichos y sobre todo, relatos de eminentes teólogos musulmanes como al-Gazālī, Ibn al-Arabi, Tabari y Talabi. Hayek plantea su obra en apartados temáticos, donde agrupa los dichos y relatos, de la siguiente manera: en un primer capítulo, presenta la cristología del Corán (el anuncio hecho a Zacarías, la historia de Juan Bautista, el anuncio a María, el Nacimiento de Jesús, el día del Juicio o “la Hora”, el nacimiento de María, la Trinidad o triada y la Cena). En los capítulos restantes empieza a citar los relatos musulmanes sobre los personajes y situaciones ya mencionadas: el segundo capítulo lo dedica a Juan Bautista y Zacarías, el tercero a María, el cuarto a los milagros de Jesús durante su infancia. Luego dedica un capítulo a los Apóstoles. En el quinto, muestra a Jesús como el “imam de los errantes” (Imâm al-Sâ‟ihîn). 199 Hayek, Michel. Op. cit., 287 p. 118 En el siguiente apartado, muestra la literatura musulmana sobre la elevación de Jesús y finalmente, todo lo que concierne al Jesús de la Parusía y el Juicio final. 3.2.1 Hadices del Profeta Muhammad Los hadices como ya se dijo, intentan aclarar la doctrina coránica para su correcta comprensión por parte de la comunidad. Es por eso que temas como la crucifixión o no, el día del Juicio y el regreso de Jesús200 o sus dichos y comportamientos se pueden encontrar en numerosos hadices. Algunos de ellos pudieron haber sido introducidos por judíos o cristianos convertidos al islam201. Sin embargo, es muy probable que las tradiciones bíblicas y apócrifas sirvieran de fuente para muchos de ellos. Por ejemplo: “Dijo Jesús202: „¡A vosotros os digo! Guardaos de mirar (a una mujer con deseo) puesto que, ciertamente, siembra las pasiones en el corazón y basta para (caer en) la tentación‟.” Este dicho, que figura como el número 23 en la colección de Asin y Palacios, evoca directamente a Mt 5, 28: “Pues yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”. Uno de los temas cristológicos preferidos por la Tradición es el nacimiento de Jesús y su naturaleza. Por ejemplo, está una especie de “profesión de fe” de Muhammad acerca del tema: “Yo confieso que Jesús hijo de María es el Espíritu de Dios y su Verbo que Él infunde en María, la Virgen, la Santa, la Pura. Ella concibió entonces a Jesús que Dios creó de su Espíritu e insufla (la vida), como creó a Adán con sus manos y le insufló la vida” (Carta de Muhammad al Négus de Abisinia, Tabari, Annales, I/III, 1579). En la Tradición igualmente existe el interés por hablar del aspecto físico del recién nacido: “Jesús, rechoncho, rojo como si hubiera salido de una bañera… cabellos rizados, el pecho amplio” (al-Bûjari, Sahih III, 354, 368). 200 Sobre estos dos temas en particular ya se habló en páginas anteriores, en el marco del profeta escatológico. 201 Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 556. 202 La frase que la mayoría de agrapha añaden, “la paz sea con él”, luego de mencionar el nombre de Jesús (como de cualquier profeta) será omitida por cuestión de practicidad. 119 En algunos hadices se dice que todos los humanos al nacer son tocados por Satán, por eso los recién nacidos emiten un gemido. Sólo María y Jesús han sido exentos de este contacto, como se encuentra en varias fuentes de la tradición: alBûjari (Sahih, V, 155) y Muslim (Sahih II, 224) y en escritores posteriores como alTalabi (Qisas al-anbiyâ 372)203. Para ciertos autores el toque de Satán también se refiere a la tentación204. También en defensa de María, que estaba a punto de ser lapidada por la gente de su pueblo al incurrir ella presuntamente en adulterio, se aclara en varias sentencias la intervención de dos testigos claves: la palmera que se compadeció de ella y la alimentó y Jesús que la defendió hablando desde la cuna (al-Bûjari, Sahih III, 367; Tabari, Anales, I/I, 383). Existe un gran número de hadices sobre el día del Juicio, tratando de responder incógnitas, por ejemplo sobre cómo resucitarán los muertos, qué sucederá mientras esperan el Juicio, cómo será éste, etc. Por ejemplo, ante la cuestión de la espera del Juicio para los muertos, la mayoría de hadices afirma que las almas esperaran en los sepulcros, que se han transformado en mansiones o en jardines semejantes al cielo, gozando de felicidad temporal. En el caso de las almas de los pecadores, el sepulcro se convertirá en lugar de tormentos semejante al infierno. Jesús, como signo de la Hora, es el único al que Dios le ha dado el conocimiento de cuándo será: “Durante su Ascensión Nocturna, el Apóstol de Dios (Muhammad) se encuentra con Abraham, Moisés y Jesús. Ellos hablan sobre la Hora. Comienza interrogando a Abraham quien no tiene conocimiento alguno. Luego interroga a Moisés quien tampoco sabe nada. Finalmente la palabra le fue dada a Jesús, hijo de María, quien declara: „A mí ha sido confiado el conocimiento de lo que precederá su advenimiento. En cuanto a su advenimiento, sólo Dios sabe el momento fijo‟ Y después de haber mencionado la venida del falso mesías, agrega: „Yo descenderé del cielo y le mataré. Los hombres irán por el camino de retorno a su casa, cuando Gog y Magog se precipitaran de todos lados, avanzarán a su encuentro…” (Ibn 203 204 Cfr. Hayek, Michel. Op. cit., p. 78. Cfr. Jomier, Jacques. Biblia y Corán. Op. cit., p. 111-112. 120 Maja, Sunan II, 269; al-Bûjari, Sahih I, 99-100; III, 365, 368, 369; Nasâî, Sunan I, 77; Tabari, Anales, I/III, 1158). Debido entonces a que el Corán no describe explícitamente el más allá 205, aparecieron por ejemplo una serie de leyendas que narran el viaje de Muhammad al infierno (isrâ‟) y otras la ascensión del Profeta por las diferentes esferas celestiales (mi‟ray). Todas ellas se agrupan en una serie de hadices como el anterior que Asin Palacios ha dividido en tres ciclos y cuya compilación final data del siglo IX206. Como ya se vio sobre el día del Juicio encontramos numerosos hadices en los que se menciona la función escatológica de Jesús. Prácticamente tienen un contenido cristológico similar: el de obedecer las órdenes de Dios, matar al Dayyal (Satán), hacer que todos los pueblos purifiquen su fe y su intercesión por los verdaderos creyentes. Otro ejemplo de estos hadices es el siguiente: “Se transmitió de An Nawás Ibn Samán, Dios esté complacido con él, que dijo: …Entretanto Dios enviará al ungido, hijo de María, la paz sea con él. Descenderá ante el minarete blanco oriental de Damasco entre dos ropajes. Y las palmas de las manos bajo las alas de dos ángeles que lo descenderán. Al inclinar su cabeza caerán gotas de agua y al levantarla descenderá de él un sudor como perlas plateadas. Y todo infiel que encontrara el olor de su respiración, moriría. Y su respiración llegará hasta donde llegue su vista. Lo buscaría (al Anticristo), hasta alcanzarlo y matarlo en Babilud. A continuación acudirá Jesús, la paz sea con él, a la gente que no creyó en el Anticristo, a los que Dios había puesto a salvo de él. Frotará sus rostros y hablará de sus grados en el Jardín. Mientras tanto, Dios, El Altísimo, inspiró a Jesús, la paz sea con él: 205 Sólo la sura 17,1 menciona que Dios hizo viajar (isrâ‟) a Muhammad de noche, desde la Mezquita Sagrada a la Mezquita Lejana, lo cual los exégetas han interpretado como la visita del Profeta a ultratumba. Cfr. González, Pilar. Op. cit., p. 85. 206 Cfr. Asin Palacios, Miguel. La escatología musulmana en la Divina Comedia. (Madrid: Escuela de Estudios Árabes de Madrid y Granada, 1943), p. 10-15, 18-57 y 58-61. 121 „¡Ciertamente, Yo he salvado a unos siervos míos a los que nadie podrá combatir. Ve, pues, con mis siervos al monte para que se defiendan!‟ Dios enviará a Gog y Magog. Un pueblo inmenso de gentes que saldrán corriendo por todas partes. Los primeros pasarán por el lago Tiberiades (próximo al mar Muerto en Palestina) y se beberán todo su contenido. Después pasarán los últimos y dirán: „¡Aquí hubo una vez agua!‟ Y se verán rodeados en la montaña el profeta de Dios, Jesús, la paz sea con él, y sus compañeros, hasta tal punto que el precio de una cabeza de toro para uno de ellos, fuese de más valor que cien dinares de cada uno de vosotros hoy. Invocarán a Dios y le pedirán, el Profeta Jesús, la paz sea con él, y sus compañeros, Dios esté complacido con él, que los extermine. Y Dios hará caer gusanos sobre sus cuellos y aparecerán muertos todos a la vez. Después, al descender el profeta de Dios, Jesús, la paz sea con él, y sus compañeros, Dios esté complacido con él, a la Tierra, no encontrarán en ella un sólo palmo que no esté cubierto de hedor maloliente de los cadáveres…" Hadiz 1. 1810 relatado por Muslim. Del mismo modo, se pueden encontrar hadices como el 3. 1812 de la colección de Muslim según lo dicho por Abdallah Ibn Amri Ibn Al As; el 59. 1868, respaldado por al-Bûjari y Muslim según lo cuenta Abu Huraira donde se refleja la intercesión de Jesús el día del Juicio207. La tradición se va tornando espiritual y mística en los primeros siglos del islam, considerando a Jesús como modelo de ascesis, como el imam de los errantes, en constante movimiento porque no tiene donde reclinar la cabeza. Desprendido de todo, incluso de su persona que es invadida por el “Espíritu de Dios”. 207 Cfr. Junta Islámica de Córdoba (España), “Los Jardines http://www.webislam.com/?idc=699. Consultado el 20 de mayo de 2010. 122 de los justos” 3.2.2 Literatura posterior La literatura más abundante que se tiene de los místicos y teólogos musulmanes (particularmente los sufíes) se concentra en una gran cantidad de agrapha208, dichos y relatos aislados que se presume fueron de Jesús y que se han conservado fuera de los evangelios canónicos en fuentes como los apócrifos cristianos, escritos de los Padres de la Iglesia e incluso textos de autores musulmanes. Son distintos de los logia recogidos por la primera comunidad cristiana emanados directamente de Jesús en su mayoría contenidos en los evangelios209. En el islam también existe una literatura sobre las enseñanzas de Jesús debido a que es un profeta, con un gran número de agrapha, aunque de una época muy tardía. 3.2.2.1 Dichos primitivos de Jesús en la literatura ascética musulmana Los agrapha primitivos (de los siglos VIII y IX) son alrededor de 85 y la mayor parte pertenecen a dos compilaciones de la literatura ascética: Kitab al-Zuhd wa‟l Raqa‟iq (El libro del ascetismo y de los buenos cuidados) de Ibn al-Mubarak (fallecido 797) y el Kitab al-Zuhd (El libro del ascetismo) de Ibn Hanbal (muerto en 855). Estos dichos se dividen fundamentalmente en cuatro grupos210: -Los dichos con sentido escatológico: insisten en la ignorancia de Jesús sobre la “Hora” (el día del juicio final), incluso en estos agrapha cuando se habla del tema Jesús se muestra horrorizado y urgido de oración. Sin embargo, él será un santo protector en el Juicio para quienes se conservaron puros: 208 La obra que recoge la mayor cantidad de estos agrapha es la del orientalista español Miguel Asin y Palacios, “Logia et agrapha domini Jesu apud moslemicos criptores, ascéticos praesertim, usitata”, Patrologica Orientalis, 13, 1919. Esta obra ha sido traducida al castellano por el Instituto de filología Clásica y Oriental San Justino, en el trabajo dirigido por Pilar González, Hechos y dichos de Jesús en la literatura ascética musulmana, anteriormente citado. 209 Cfr. Ibíd., p. 13-21. 210 Cfr. Khalidi, Tarif. Un musulman nommé Jésus. (Paris: Albin Michel, 2003), p. 52-59. 123 “Jesús se dirige a quienes le siguieron, la noche cuando fue elevado al paraíso, diciendo: „No sean como el que vive de la enseñanza del Libro de Dios. Si ustedes evitan hacerlo, Dios los hará ocupar unos puestos hechos con las mejores piedras del mundo y todo lo que contiene.‟ Abd al-Jabbar (exégeta del siglo VIII) ha dicho: „Estos son los puestos de los que Dios hace mención en el Corán: „Los temerosos de Dios estarán entre jardines y arroyos, en una sede buena, junto a un poderoso Monarca‟”. agrapha atribuido a „Abdallah ibn al-Mubarak (muerto en el 797) en su obra alZuhd211. También se dice que Jesús resucita (con permiso de Dios) a los muertos para que puedan afrontar el Juicio, tal como lo hizo con Sem (hijo de Noé) 212 y con otros personajes tales como un leñador que es juzgado en su propio sepulcro pero por quien Jesús intercede, al constatar que era un buen musulmán. -Dichos casi evangélicos: son dichos o relatos con un núcleo evangélico desarrollados o modificados para que adquieran un distintivo musulmán. Los originales por lo general son retomados de leccionarios o fondos comunes de textos evangélicos conocidos en los círculos de piedad musulmana. Es interesante constatar que la mayoría de estos textos vienen del Sermón de la montaña de Mateo. Por ejemplo, el “dichoso más bien que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica” (Lc 11,28) es islamizado con el “Bendito aquél que lee el Corán y hace lo que en él se encuentra” (Ibn Hanbal en Kitab al-Zuhd)213. Otro ejemplo: “Alguien pregunta a Jesús: „Profeta de Dios, ¿por qué no te procuras un asno que puedas montar cuando lo necesites?‟ Jesús respondió: „Yo soy demasiado respetable a los ojos de Dios como para que Él me procure una cosa que pueda distraerme de Él‟” (Ahmad ibn Hanbal en su obra ya citada). -Dichos y relatos ascéticos: su importancia radica en que pueden ser las bases de Jesús como modelo de asceta musulmán, “imam de los errantes” (Imâm alSâ‟ihîn). Como se pudo constatar en el capítulo anterior y en numerosos escritos, incluido el Corán, la figura cristiana que más caló en el pensamiento del Profeta y 211 Ibíd., p. 77. Cfr. González, Pilar. Op. cit., p. 159. 213 Cfr. Ibíd., p. 102. 212 124 en el islam naciente fue la de los anacoretas de los desiertos de Arabia y con quienes tuvo contacto Muhammad y los primeros musulmanes. Numerosos monasterios cristianos se establecieron hacia el siglo V (dos siglos antes del islam) en las fronteras de la península arábiga y la actividad misionera llevó el cristianismo a las tribus beduinas árabes de aquellos desiertos. Se afirma que el mismo Muhammad convivió y observó el modo de vida de estos cristianos, en el desierto, el ayuno, la oración, el trabajo, la pobreza, entre otras prácticas que recogió en el Corán, adaptándolas a la cultura árabe e islámica214. En este ambiente, a Jesús se le presenta como quien renuncia radicalmente al mundo, siendo su identificación con los pobres un componente esencial para su misión. La pobreza, la humildad, el silencio y la paciencia son sus cuatro virtudes cardinales. En consecuencia, el creyente debe tener siempre su mirada puesta en la vida después de la muerte, de tal forma que al igual que Jesús, debe ser un peregrino penitente, un “extranjero” o “invitado” en este mundo. Su estilo se enmarca como historias donde Jesús encuentra ciertas personas o situaciones de las cuales sale una enseñanza ascética. Son numerosos los agrapha pertenecientes a este grupo, por ejemplo: “Dijo Jesús: „¡Cuántos cuerpos sanos, rostros bellos y lenguas elocuentes gemirán mañana entre las capas del fuego del infierno!‟”; “Dijo Cristo: „La semilla germina en la llanura y no sobre la piedra; del mismo modo, la sabiduría opera en el corazón de los humildes y no en el corazón de los soberbios. ¿No veis que quien alcanza con su cabeza el techo se la golpea y quien la inclina queda protegido y escondido?‟”; “Dijo Jesús: „¡Discípulos!, haced que vuestros estómagos pasen hambre y desnudad vuestros cuerpos. Así vuestros corazones verán a Dios (Él es poderoso y excelso)‟”; “Se dice que un profeta y Cristo dijeron: „Hay cuatro cosas que no se consiguen si no es con esfuerzo: el silencio, que es el principio de la devoción; la humildad; la invocación frecuente del nombre de Dios; y la pobreza‟”; “Si quieres ayunar como el hijo de la Virgen pura, es decir Jesús, hijo de María: Él ayunaba todos los días de su vida, comía cebada, vestía pelos ásperos y dondequiera que le alcanzara la noche, oraba con los pies juntos, hasta que veía aparecer la señal del alba y no se levantaba sino para rezar de rodillas”. 214 Cfr. Ibíd., p. 80-81. 125 Los primeros escritos sobre Jesús y Juan Bautista los trataron como modelo de vida ascética, peregrina, apartada del mundo, idea expresada en numerosos agrapha215, conforme a la idea muy presente en la piedad musulmana de que la vida en este mundo es pasajera en comparación con la vida futura y algunos, deseándola tanto, abandonan desde ya la realidad mundana. -Dichos que son eco de polémicas internas al islam: entre los hadices de los grupos anteriores se puede encontrar un contenido doctrinal en el marco de determinadas controversias entre los musulmanes. La cristología en el transcurrir de la literatura musulmana, presenta a un Jesús que no es ajeno a las tendencias existentes en el interior del islam. Por eso cuestiones como el rol de los sabios en la sociedad y su actitud ante los gobiernos, la oposición entre libre albedrío y predestinación, la fe y el pecado así como el estatus del creyente o de un gobernante pecador relucen en las palabras y el modo de actuar de Jesús, sin olvidar que todos estos temas produjeron serias divisiones al interior del Islam sobre todo en los primeros siglos de su historia. El Jesús de la tradición responde en primer lugar a un espíritu conciliador de los primeros siglos del islam, llamado irja‟, cuyo movimiento fue el Murji‟a. Esta tendencia evitaba las guerras civiles, se abstenía de llamar incrédulos a quienes diferían doctrinalmente de ellos con la finalidad de sostener el gobierno en un espíritu quietista. Se pueden citar dichos como: “En cuanto a los reyes, si ustedes no les combaten, ellos no les combatirán a causa de vuestra increencia religiosa”216. Otra demostración de esta tendencia, es el dejar la suerte del pecador al juicio de Dios, como se ve en el siguiente dicho: “Jesús vio una persona mientras cometía un robo. Jesús le preguntó: „¿Has tú cometido un robo?‟ El hombre le respondió: „Jamás. Lo juro por Aquél que es el más digno de ser adorado‟. Jesús dijo: „¿Crees en Dios y engañas a mis ojos?‟”. Se trata de un ascetismo que sólo defiende la renuncia a los asuntos de este mundo, dejando los 215 216 Cfr. González, Pilar. Op. cit., p. 79-84. Cfr. Khalidi, Tarif. Op. cit., p. 50. 126 pecados al juicio de Dios, aceptando a los reyes tal y como son y a los piadosos como quienes se abandonan a la sabiduría divina. Una segunda tendencia es la de profetizar contra los sabios que traicionan su misión de compromiso con la comunidad para promover a determinado gobernante. Sobre este tema se puede citar: “Alguien pregunta a Jesús: „Espíritu y Palabra de Dios, ¿quién es el más sedicioso entre los hombres?‟ Él respondió: „El sabio que está en el error. Si un sabio se equivoca, una multitud caerá en el error por su causa‟”. De esta manera la erudición religiosa implica una responsabilidad moral muy grande cuyo modelo es Jesús y ese conocimiento debe darse gratis: “Jesús dijo a sus discípulos: „No exijan retribución a quienes enseñen, salvo una retribución idéntica a la que ustedes me han dado‟”. Otro aspecto polémico y muy destacado al que se relaciona Jesús según la tradición musulmana es el de la predestinación (qadar). Los partidarios del libre albedrío (qadaritas) fueron considerados por numerosos miembros de la primera dinastía gobernante en el Islam (los Omeyas que reinaron del 661 al 750 d.C.) como un movimiento de oposición muy peligroso, capaz de acusar al gobierno de sus malos actos políticos. Ante esta situación, numerosos dichos muestran a un Jesús que coloca la autoridad detrás de los antiqaraditas, abogando por una responsabilidad individual en vez de una pública o política. Entre esos dichos el más relevante, según Khalidi es el siguiente: “Jesús dijo: „Qadar es un secreto (sirr) de Dios. Por consiguiente, no pongan en cuestión los secretos de Dios‟”. El tema del pecado también se relaciona mucho con la predestinación, de ahí que en boca de Jesús se insista en la misericordia infinita de Dios y que, aunque los pecados son odiosos y condenables, el remedio no está en la rebelión sino en la devoción personal. De este modo no se deben erigir juicios morales: “No escruten los pecados de los demás como si fuerais señores, mas bien, escrutadles como si fuerais servidores”. Se puede ver aquí la crítica de los jariyitas (deserción del 657), movimiento musulmán que considera que el califa debe ser elegido por la comunidad como el más digno moralmente. De esta manera, en síntesis, los 127 primeros dichos no se preocuparon tanto por la integridad moral del líder sino por la unidad de la comunidad. 3.2.2.2 Dichos y relatos posteriores Los dichos y relatos posteriores son por lo general más adornados que los primitivos y se concentran más en lo ético y lo literario. Jesús pasa de ser un imam alejado del mundo a convertirse en un guía que acompaña a la humanidad y le ayuda a vivir las normas éticas y morales que propone el islam, por lo que se le llama en este periodo el “sello de santidad” (Khatm al-Awliya). La primera obra significativa que recoge un buen número de estos dichos es la antología „Uyun alAkhabar, atribuida a Ibn Qutayba (muerto en el 889). En esta obra se puede percibir, según Khalidi, el paso de una literatura ascética sobre Jesús a un punto de vista más ético217, en dichos como: “Cristo dijo: „El mundo es un puente. Atravesad ese puente pero no construyáis nada sobre él‟” o también “Cristo dijo: „Sed del medio (del mar) pero caminad sobre la costa‟”. Este tipo de dichos se relacionan con un movimiento del siglo IX llamado adabi que apareció en la madurez de la literatura sapiencial que surgió con autores como Ibn al-Muqqafa‟, cuyos agrapha presentan a Jesús como modelo de conducta musulmana, producto de la islamización de dichos anteriores, en concordancia con la piedad y la ética musulmanas, de tal forma que Jesús pasa de ser asceta por excelencia a modelo de conducta y de buenas maneras: “Jesús pasa delante de un grupo de personas que le lanzaban insultos y él respondió con bendiciones. Pasa ante otro grupo que le insultaban y él respondió como antes. Uno de sus discípulos le pregunta: „¿Qué quiere decir esto? Entre más ellos te insultan más les bendices, como si les invitaras a continuar‟ Cristo respondió: „Una persona solo puede producir aquello que porta dentro de ella‟” Este agraphon está contenido en la obra de Ibn Qutayba citada más arriba218. 217 218 Cfr. Ibíd., p. 53. Ibíd. p. 53-54. 128 Por la misma época los chiitas producen textos que relacionan a Jesús con los imames, pero en esencia sus dichos no distan mucho de los sunitas. Relacionan la manera como Jesús asciende con la forma como los imames no mueren sino que permanecen invisibles. También asocian a un niño imam (y a Husayn, hijo de Muhammad) con el niño Jesús, que tuvo una concepción y un nacimiento milagrosos así como una genealogía profética y espiritual. Con el paso del tiempo, al entrar en contacto estos dichos con las diversas corrientes musulmanas y con el crecimiento de su literatura, fueron enriqueciendo su estilo narrativo de manera que entran en escena parábolas transformadas en narraciones, que tienen a Jesús como su actor principal. Estos relatos, por lo general, tienen sus raíces en la tradición cristiana de Medio Oriente, en las que Jesús es Señor de la naturaleza, habla con los animales y demás seres vivos, de cuyas respuestas obtiene los secretos de la creación, interpretando la sabiduría y la misericordia de Dios que la naturaleza misma proclama: “Jesús pasa frente a una vaca que estaba sufriendo mucho mientras paría. „Oh, Palabra de Dios‟, dice la vaca, „ora para que Dios me libere‟. Jesús ora: „Oh Creador del alma por el alma, Tú que engendras el alma por el alma, libérala‟. La vaca parió tranquilamente a su pequeño”. Incluso en esta gama de relatos, Jesús prescribe remedios para las enfermedades. Por ejemplo, en un relato un hombre le dice a Jesús que se quiere separar de su mujer porque tiene el rostro envejecido. Jesús entonces aconseja a la mujer que se cuide de la glotonería. De igual manera, en estos dichos (algunos compilados por el chiita Ibn Babuya al-Qummi, muerto en el 991) Jesús además de ser médico es un experto agricultor. Esto se presenta porque en algunas corrientes de esta época, el profeta debía ser experto en un arte, según las necesidades del pueblo al cual era enviado (así como Moisés se muestra como un mago y Muhammad como un elocuente predicador). De igual manera, Jesús en estos relatos adquiere un ideal de servicio y compromiso social que parece hacerle contrapeso al ascetismo y la renuncia exagerada: “Jesús encuentra a un hombre y le pregunta: „¿Qué haces?‟ „Yo me 129 consagro a Dios‟ respondió el hombre. ¿Y quién cuida de ti? pregunta Jesús. „Mi hermano‟ respondió el hombre. „Tu hermano se consagró a Dios mejor que tú‟ concluye Jesús” (agrapha en la obra de Ibn Qutayba). Jesús deja de ser modelo de asceta solitario, errante, para acercarse más a los necesitados. Se convierte en dominador de la naturaleza, en el milagrero, el curandero y modelo de solidaridad y ética. Poco tiempo después de Ibn Qutayba (siglo IX), el sufismo hereda la tradición ascética de los primeros siglos y comienza a considerar a Jesús como figura de interés y de atractivo espiritual. No sobra recordar que el sufismo “es un movimiento místico-ascético del Islam que se caracteriza por su peculiar estilo de vida y por unos sistemas de valores, prácticas rituales, doctrinas e instituciones propias”219. Surgió embrionariamente a principios de la dinastía Abassí (segunda mitad del siglo VIII), junto a otras corrientes parecidas de Siria, Irak y Asia Central que renunciaban al mundo, practicaban el recogimiento interior y un comportamiento esotérico; sin embargo, aún dentro del sufismo actual existen diversas corrientes, por lo cual se puede perfectamente hablar de “sufismos”. Sin embargo, históricamente la corriente iraquí se impuso a partir del siglo X, integrando las creencias y prácticas de los otros movimientos. A finales de ese siglo ya había un cuerpo doctrinal, literario y normativo que fue la base para su posterior desarrollo. Lo particular en el sufismo son sus teorías basadas en determinados textos del Corán que hablan de la proximidad de Dios con sus siervos. Esta relación se expresa en términos de mutuo amor entre Dios y sus criaturas. De esta manera, según los exégetas sufíes, Dios guía a sus criaturas pero tiene predilección por quienes consagran su vida para adorarle. Su objetivo es transformar el yo pecador en un alma incapaz de desobedecer a Dios y esto sólo puede lograrse mediante una vida ascética, de piadosa meditación y el recuerdo constante del Creador, por 219 González, Pilar. Op. cit., p. 77. 130 ejemplo, con la lectura asidua del Corán que desvela su mensaje oculto sólo a los que purifican sus almas y las liberan de toda atadura mundana. La figura del Jesús presentado por los sufíes es difícil de distinguir del Jesús de los evangelios y una de las razones es que muchos eruditos musulmanes los frecuentaron. Los sermones del Jesús del Evangelio entran sin dificultad en la predicación sufí, por ejemplo: “Jesús predica a los israelitas: Ellos se lamentan y rasgan sus vestiduras. „¿Qué pecado han cometido sus vestiduras? Vuelvan mas bien hacia su corazón para reprenderle” (Abu Hayan al-Tawhidi, muerto hacia el 1010, en su obra al-Basa „ir wa al-Dhakha). Los dichos de este tipo provienen de dos fuentes principales: Ibn al-Mubarak e Ibn Hanbal, y aunque muestren un Jesús asceta, ya no es el peregrino tosco para ser lentamente en adelante investido del espíritu sufí. Su lenguaje se vuelve más adornado, más metafórico. No se abandona la dimensión ascética, sino que ésta se cubre de un ambiente de cortesía, de pulida compostura. Jesús torna características de un adib (sabio musulmán) y pierde su ascetismo salvaje (particularmente estos dichos rechazan una corriente extremista de chiitas llamados los “penitentes” o al-Tawwabun). La pureza de Jesús y de su madre, muy característica en el Corán, sigue estando presente en el pensamiento sufí. Numerosos profetas piden perdón a Dios o Él mismo les anuncia el perdón de sus pecados, pero no se habla en absoluto de que Jesús los haya cometido. De aquí que para numerosos sufíes, el hijo de María es también un gran modelo de santidad. Por otra parte, se debe resaltar que en los textos sufíes, las categorías de Jesús como el “Espíritu” o la “Palabra” de Dios son esenciales para entender su imagen: se trata de alguien que posee el dinamismo divino y que en su nombre habla, comunica Su palabra, tal como se abordó ya al hablar de estos dos términos en el Corán. 131 Ibn al-„Arabi (Murcia, 1165-1241), prestigiosa figura del sufismo y uno de los pensadores metafísicos más importantes del islam, le atribuye a Jesús por tanto el título de “sello de santidad universal” (Khatm al-Awliya) que adquirirá a su regreso (siendo Muhammad el “sello de los profetas”). Otras obras de esta corriente son Kitāb al-Qulub, de Abu Talib al-Makki (muerto en 996) e Hilyat al-Awliya‟, de Abu Nu‟aym al-Asbahani (muerto en el 1039). Sin embargo, al-Gazālī, gran filósofo, teólogo y místico musulmán (Persia, 10581111), en su obra Ihya‟ „Ulum al-Din (La revivificación de las ciencias de la religión) es quien recopila la mayor cantidad de dichos atribuidos a Jesús en árabe 220, presentando unos relatos que traslucen al Jesús profeta de corazón por excelencia, modelo de pobreza y de renuncia y en otros solamente su aspecto ético. Al respecto, según al-Gazālī, el comprender plenamente los misterios del corazón y su naturaleza más íntima está fuera de la capacidad intelectual humana y por eso son necesarias las metáforas y parábolas para vislumbrar estos misterios. Los dichos en la obra de al-Gazālī se presentan como las expresiones más intuitivas del corazón humano. Jesús es uno de los santos (o “amigos de Dios”) sufíes que revelan esta espiritualidad, como también lo son Muhammad, su primo y yerno „Ali (quien ocupa un lugar prominente en el pensamiento chiita, semejante a lo que es Jesús en el ambiente sunita221) y santos posteriores como al-Junayd, Sahl al-Tustari, Ibrahim ibn Adham, entre otros. Debido a que Jesús es entre todos los profetas quien más se muestra como combatiente con Satán en los Evangelios y en el Corán, es para el sufismo el modelo moral, pues para esta corriente es esencial el domino del alma contra Satán, quien es su principal tentación: “Satán pasó mientras Jesús posaba su cabeza sobre una piedra. „¡Así pues, Jesús, que tú has sido satisfecho por una piedra en este mundo!‟ Jesús quitó la piedra de debajo de su cabeza, se la lanzó y dijo: „¡Toma la piedra y al mundo con ella! ¡Yo no necesito de ninguno de los 220 221 Estos agrapha fueron en su mayoría recompilados por Asin y Palacios en la obra ya citada. Musallam, Basim. En: Khalidi, Tarif. Op. cit., p. 250. 132 dos!‟”. Por esto los creyentes deben tornar siempre su corazón hacia Dios, con la vigilancia propia de los santos, particularmente como lo demostró Jesús. También entre la literatura musulmana se pueden encontrar las Qisas al-anbiyâ (Historias de los profetas) cuentos populares compilados (y algunos elaborados) por el exégeta Al-Ta‟labî (del siglo XI)222. Entre las Qisas hay algunas referidas a Jesús de manera más detallada que en el Corán. Muchas de ellas proceden del Nuevo Testamento o de los apócrifos cristianos. Por ejemplo, agrapha en donde Jesús cuando niño adivina lo que las madres de sus compañeros habían hecho para comer o quién hizo un robo en la casa donde estaban alojados en Egipto con sus padres. Un caso particular en la mística musulmana es el de al-Hallâj, quien ve en Jesús el prototipo de la unión mística („ayn al-jam) con Dios. Al-Hallâj fue un controvertido místico persa sufí que sufrió el martirio (en el 922, crucificado, mutilado, decapitado e incinerado) al ser considerado hereje por las autoridades musulmanas, pues se dice que al llamar a la puerta de su maestro Yunaid, dijo: “anâ l-haqq”, es decir, “Yo soy el Verdadero (Dios)” (comparado con las palabras de Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” Jn 14,6, por eso algunos musulmanes decían que al-Hallâj era un cristiano encubierto). Esto lo dijo en el sentido de que el sufí, según él, debería unirse de manera tal a Dios que Él se deje ver en su creatura, unión basada en el amor y el sufrimiento, usando términos para dirigirse a Dios impensables en el Islam tradicional como “el Amado”, “Amigo”, o tratarlo de “Tú”. Entre sus versos se encuentran: “Su Espíritu se mezcla con el mío, como el ámbar con olor de almizcle. Si algo Te toca, a mí me toca: no hay diferencia, porque Tú eres yo”; "Tú me culpas de mi amor por Él, ¡cómo eres de duro para entender! Si supieras lo 222 Entre sus famosas obras se encuentra Tafsîr, que es un comentario al Corán muy cuestionado por algunos porque recoge tradiciones poco documentadas. 133 que yo sé, no lo harías. Los peregrinos van a La Meca y yo al que vive en mí. Ellos ofrecen víctimas, yo ofrezco mi sangre y mi vida. Hay quienes giran alrededor de su templo sin hacerlo con el cuerpo, ya que gira en torno a Dios mismo, sin necesidad del rito”; "Aquí estoy para ti, mi confidente secreto, mi propósito, mi sentido, esencia esencial de mi existencia, mi lengua. Todos de mi todo, o mí mismo. A Ti, a quien está sujeto mi espíritu, suspiro”223. Además, predicó el anteponer el amor y la caridad a las normas legales sin sentido. Esto se deja ver en el verso citado en el párrafo anterior, donde afirmaba que en vez de ir a peregrinar a La Meca (precepto que el musulmán debe realizar al menos una vez en su vida) lo que cuenta es “girar siete veces en torno a la Ka‟aba del propio corazón.”224 Debido a la semejanza con el mensaje y la Pasión de Jesús ha sido estudiado ampliamente como tal por el orientalista francés Louis Massignon, particularmente en su obra ya citada, “La Passion de Husayn ibn Manṣūr Hallāj…” Según los comentaristas, Jesús gozó de la consideración de los hombres en la tierra debido a su don de lenguas y en la otra vida, por su intercesión. La unión de Jesús con Dios, su ideal de pobreza y su vida de oración son también temas de la mística musulmana. En la actualidad, en el islam se está redescubriendo la humanidad de Jesús y su grandeza espiritual y moral como orientación de toda la humanidad225. Para finalizar, se deben puntualizar los elementos islámicos de estos dichos postcoránicos: primero que todo, Jesús nunca deja de ser un profeta musulmán, pues su historia siempre se desenvuelve en un ambiente islámico. Así pues, numerosas historias lo representan recitando o comentando el Corán, orando al estilo musulmán y realizando su peregrinación a La Meca. La tradición insiste en la cercanía de Muhammad con la persona de Jesús y de María, demostrada por Cfr. Massignon, Louis. La passion de Husayn ibn Manṣūr Hallāj: martyr mystique de l'Islam, exécuté à Baghdad le mars 26 922: étude d'histoire religieuse (nouvelle édition), Paris: Gallimard, 1973, en: http://it.wikipedia.org/wiki/Al-Hallaj. Consultada el 15 de abril de 2010. 224 Cfr. Ibíd. 225 Cfr. Anawati. “Polémique, apologie et dialogue islamo-chrétiens”. p. 450. En: Imbach, Josef. Op. cit., p. 166. 223 134 ejemplo cuando el Profeta ordenó destruir todas las imágenes del interior de la Ka‟aba, menos la de ellos dos pues para el mundo musulmán en general, son dignos de un respeto excepcional. A pesar de ello, también hay muchos dichos y relatos que no armonizan con el islam, como el corto relato en que Jesús le desea la paz a un cerdo u otro donde se presenta su oración en la cruz y afirma que en verdad fue crucificado. De la misma manera, acentúan su humanidad y particularmente su debilidad. En definitiva, aunque sea una figura que ha adoptado diversos matices según el desarrollo del ambiente musulmán de cada época, tiene unos atributos como ningún otro personaje, una voz moral viviente y vital como lo afirma Khalidi, de carácter “metarreligioso”226 valioso para el acercamiento y el conocimiento del Islam. Aunque hoy en día en el mundo musulmán en general se trate a Jesús como una devoción privada, que varía según la persona y la tradición y que los predicadores musulmanes hablan de él sólo cuando hay un evento en que hay presentes cristianos, toda esta cristología o concepción de Jesús en el islam es de gran utilidad para el estudio comparativo de las religiones, toda vez que es un ejemplo de cómo una religión extrae un personaje espiritual de otro credo, para reforzar su propia piedad, lo cual no es muy común. Esto debe enseñar a coexistir unas religiones con otras y en este caso, una posible complementariedad del cristianismo con el islam. Fue la principal motivación de esta investigación, para lo cual, se hizo necesario examinar la relación de esta concepción de Jesús con el cristianismo, desde sus orígenes, lo cual se hizo en el segundo capítulo, para luego profundizar la concepción coránica de Jesús (que en este trabajo se le dio el nombre de cristología coránica) y su evolución en la literatura posterior. En las conclusiones se verá más precisamente de qué forma este análisis ayuda a la comprensión de la identidad musulmana y cristiana en lo que respecta a la cristología, como un elemento esencial del diálogo interreligioso. 226 Cfr. Khalidi, Tarif. Op. cit., p. 61. 135 CONCLUSIONES Ante todo hay que recordar que al hablar de “cristología” coránica no se está pretendiendo una confesión de fe en Cristo por parte de Muhammad, sino simplemente como una elaboración doctrinal y teológica que se desprende de esta particular concepción, por tanto es un recurso pedagógico que podría ser equivalente a la “jesuología” entendida en occidente. Igualmente importante es reconocer que el islam primitivo no bebió de una cristología elaborada como existe hoy en día, sino de una gama de creencias provenientes de grupos sobre todo gnósticos, nestorianos y monofisitas, como se pudo constatar a lo largo de toda la investigación. Sin embargo, esto no debe ser obstáculo para identificar de qué forma Dios acontece en el islam a través de la persona de Jesús y cómo esta cristología también ha tenido una “evolución”227 en cuanto a su pedagogía: al interior del Corán, de acuerdo a las épocas de escritura (mecana y medinense) como a la propia elaboración teológica musulmana: al principio hay admiración por los cristianos, particularmente por los monjes presentes en la región, época de la que datan suras que invitan a Muhammad incluso a adoptar la teología judeocristiana (Cfr. 6, 84-90). Luego, con las confrontaciones bélicas causadas por la expansión del islam, se dejan ver pasajes coránicos que hablan hostilmente del cristianismo y plantean la consolidación del monoteísmo radical que uniera a la comunidad musulmana. 227 Cfr. Hayek, Michel. Op. cit., p. 30. 136 Profetismo coránico Esta cristología coránica, fundamentalmente de corte profético-teocéntrica228, tiene como eje fundamental el considerar a Jesús como profeta “enviado” (rasûl) de Dios al pueblo judío y cristiano, siervo de Dios, fortalecido con el Espíritu de Dios (entendido como poder divino para una misión, identificado a veces con el ángel Gabriel), concepción que “evoluciona” en los hadices de la Tradición musulmana en el plano escatológico: Jesús es el signo de la Hora (el juicio final), matando a Satán (Dayyal) para hacer presente el tiempo de Dios. En el juicio, Jesús será un testigo contra o a favor de los judíos y cristianos, por quienes podrá interceder con el permiso de Dios. Posteriormente, con la aparición del ascetismo la literatura musulmana se ocupó de presentar a Jesús como asceta, “imam de los errantes”, modelo de renuncia, de pobreza, de separación del mundo. Finalmente, en el mundo musulmán surgieron escritores sufíes que elaboraron una doctrina de Jesús como “sello de santidad” universal de tal modo que el hijo de María llega a convertirse en modelo de ética, servicio y solidaridad. Se puede concluir entonces de esta investigación cómo el Corán tiene un profetismo propio en pro de salvaguardar el monoteísmo de la forma más estricta, por eso la finalidad del estudio elaborado fue conocer y reconocer que el profeta Jesús del islam tiene aspectos originalmente musulmanes y no es una simple aceptación del profetismo judío, judeocristiano o cristiano. Este énfasis en la categoría “profeta” por parte del islam tiene mucho que decir a la cristología occidental que se ha olvidado del tema porque podría llevar a considerar a Jesús como “muy humano” o igual a los demás, aunque la humanidad de Cristo es un aspecto fundamental del Concilio de Calcedonia. 228 Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 547. 137 Cristología judeocristiana Sin embargo, como fruto de esta investigación se pudo encontrar aspectos particulares de la cristología judeocristiana como posibles fuentes de la cristología coránica. Se encontró cómo Muhammad tuvo una relación no sólo de amistad sino también religiosa y doctrinal con el mundo judeocristiano229 (que se encontraba replegado en el desierto debido a la exclusión por parte del Imperio Romano y luego el Bizantino), particularmente con monjes y ascetas. En esencia, el Corán refleja aspectos judeocristianos en Jesús como el ser enviado, profeta elegido y agraciado por Dios (apócrifos árabes y relatos del nacimiento en el Corán); también la Tradición musulmana retoma ideas judeocristianas especialmente escatológicas que serán consideradas más adelante. A pesar de tantas concordancias con el judeocristianismo, se debe recordar que es un profetismo distinto que tiene como punto de llegada a Muhammad (sello de los profetas), mientras que en el cristiano su punto de llegada es Cristo. El profetismo coránico ayuda a esclarecer cómo el núcleo del mensaje divino debe permanecer intacto a lo largo de la historia. Presenta también una distinción especial entre las señales (ayât) que Dios ha puesto para que el ser humano reconozca su presencia y el mu'jiza, que es la acción extraordinaria que puede hacer el profeta y que confirma la autoridad del profeta, sólo con permiso de Dios. Este carácter profético puede ser muy útil en el cristianismo cuando se habla de milagros obrados por Dios a través de seres humanos. Utilizamos los mismos términos cuando hablamos de la naturaleza, de la vida como milagro de Dios y cuando ocurre una curación prodigiosa u ocurre algo inexplicable a las leyes físicas y biológicas. El Corán ofrece un elemento importante para evitar estos equívocos. 229 Algunos estudios tratan de equiparar a los judeocristianos con los hanif de los que habla el Corán, sin embargo estos últimos no se consideraban ni judíos ni cristianos. Cada hanif escogía uno de los dioses del Panteón preislámico (por ejemplo Marduk, Baal, Shamadh) con quien establecía una relación de filiación y confianza, y se afirma que incluso practicaban el ayuno y el retiro a los desiertos. Cfr. Abumalham, Monserrat. El Islam: de religión de los árabes a religión universal. (Madrid: Trotta, 2007), p. 20. 138 De la misma manera, en la cristología coránica se atribuye a Jesús el ser una Palabra de Dios pero en el sentido de que fue concebido milagrosamente por medio de la palabra creadora (kun) de Dios, por lo cual no se puede intentar (como han hecho algunos cristianos) relacionar este título coránico con el Logos joánico (Cfr. Jn 1, 1-18) que fue atribuido a Jesucristo como el Verbo preexistente junto a Dios. En la interpretación cristiana sobre el concepto que el islam tiene de Palabra de Dios, se suele decir que en este sentido el Corán es Palabra de Dios para el musulmán como lo es Jesucristo para el cristiano230. A pesar de que en algunos aspectos esto puede ser acertado (como decir que por ambos el creyente es guiado hacia Dios), sin embargo las implicaciones que trae para el cristianismo son mucho mayores: Cristo es la Palabra de Dios hecha hombre, hecha persona por quien el hombre se puede salvar sin necesidad de haber leído la Biblia al ser Él culmen de la Revelación escriturística. El Corán es recitación, libro sagrado que se usa para ponerse en la presencia de Dios y como bendición, pero en ningún sentido es Dios. La cuestión del Hijo de Dios Otro aspecto que resulta fundamental concluir de esta investigación es la reacción del Corán ante la concepción cristiana que considera a Jesús como Hijo de Dios. El profeta Jesús en el Corán remite más allá de sí mismo al único Dios a quien hay que servir. El entorno en que se desarrolló el primitivo islam se marcaba por el politeísmo árabe que tenía a La Meca como centro de culto a los distintos dioses (entre los cuales se veneraba a María y a Jesús). El Corán evita pues cualquier alusión a una filiación divina, porque además del politeísmo árabe en el ambiente persa, griego y romano ya existía la concepción de una filiación sexual-corporal con respecto a Dios231. 230 Cfr. Jomier, Jacques. Un cristiano lee el Corán. Op. cit., p. 59; Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 80-98. 231 Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 548. 139 El llamar “Hijo de Dios” a Jesús por parte de los cristianos en el Corán explícitamente es visto como una forma de politeísmo: “No creen, en realidad, quienes dicen: „Dios es el Ungido, hijo de María‟, siendo así que el mismo Ungido ha dicho: „¡Hijos de Israel, servid a Dios, mi Señor y Señor vuestro!‟” (5, 72.; Cfr. 5, 17; 9, 30-31; 5, 18). Por parte de algunos cristianos occidentales se ha querido demostrar que el Corán no contradice la cristología elaborada en los Concilios cristianos, sino una serie de doctrinas propias de grupos judeocristianos y gnósticos rechazadas también por la ortodoxia cristiana, basándose en algunas aleyas en las que se ataca más un Triteísmo, donde Dios, María y Jesús son considerados dioses (Cfr. 5, 17.116). Sin embargo, como fruto de esta investigación se puede constatar que el islam interpreta de todos modos como contrario al monoteísmo cualquier intento de filiación divina 232, de “asociar” (como es el término coránico para cualquier forma de politeísmo) otras realidades al Dios único. Esto no es ajeno ni siquiera al cristianismo, pues dentro del mismo, por ejemplo Nestorio se opuso a que María fuera madre de Dios. Esta concepción de filiación divina carnal de Jesús se puede ver en la negativa de la crucifixión y muerte de Jesús (Cfr. 4, 157): si el elegido, el rasûl de Dios no puede morir o ser asesinado por sus enemigos, mucho menos Dios. En el vocabulario de muchos cristianos, incluso católicos romanos, no cabe hablar de la muerte de Dios en la cruz como ocurre en el islam. El presente estudio deja ver cómo Muhammad se enfrentó a varias cristologías que se resumen en dos: la ya mencionada judeocristiana y la ortodoxa-bizantina, recién se estaba consolidando luego del Concilio de Calcedonia (451). Por un lado, la concepción judeocristiana de Jesús como Hijo de Dios significaba una realidad distinta de lo que hoy se entiende en el cristianismo ortodoxo, aunque ninguno de los dos expresa un engendramiento carnal de Dios como parece ser la percepción del Corán. El judeocristianismo consideraba a Jesús como Hijo de Dios 232 Cfr. Jomier, Jacques. 9ª edición española del Corán. Op. cit., p. LIV. 140 y Mesías desde antes de la concepción virginal de Jesús, quien nunca quiso decir que era Dios o una segunda persona divina en Dios. En efecto, en el Nuevo Testamento no se puede precisar un pasaje donde Jesús diga directamente que es Dios, o que haya sido partícipe de la creación, aunque el título “Hijo” o “Hijo de Dios” fuera utilizado por los primeros cristianos luego de la experiencia de resurrección y elevación de Jesús hacia Dios, recordando que en sus palabras expresaba una profunda experiencia de Dios hasta tal punto de llamarlo “Padre” (Abbá) e invitar a sus discípulos a hacerlo también. En fin, todo fue fruto de una interpretación posterior, pues ante la necesidad de una explicación sobre qué había pasado con el Resucitado, los judeocristianos empezaron a asociar varios elementos que los llevaron a considerar que Jesús había sido elevado como el Mesías al que se refiere el Salmo 110, 1: “Oráculo del Señor a mi señor: siéntate a mi derecha” y la entronización del rey-Mesías expresada en el Salmo 2, 7: “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy”. De hecho, dicha elevación evocaba la entronización de los reyes en el Antiguo Testamento, a quienes se les llamaba “hijos de Dios”. Jesús entonces fue elevado junto a Dios a quien llamaba “Padre”, para estar en comunión con él pero no compartiendo su divinidad sino en comunión de trono, de honor. El cristianismo primitivo entonces, como se puede inferir de este estudio y de las teorías de Hans Küng233, no entendió la filiación divina de Jesús como algo físicosexual como ocurría en el mundo egipcio (el rey era físicamente hijo de Dios) o en el helenismo (los dioses tenían hijos de apariencia humana) como tampoco en sentido ontológico que fue la elaboración cristiana posterior iluminada por categorías de la filosofía griega. Es en este sentido que San Pablo habla de que Jesucristo fue “a partir de la resurrección, establecido por el espíritu santo Hijo de Dios con poder” (Rm 1, 4) y que en los Hechos de los Apóstoles se aplica el Salmo 2 a Jesús (Hch 13, 33): el engendramiento era en sentido de elevación mesiánica mediante la Pascua y no la Navidad. 233 Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 550. 141 Sin embargo, la cristología ortodoxa llevó esa filiación más allá, una cosa es decir que Jesús es Hijo de Dios y otra hablar del Señor Jesucristo que tiene una relación intra-trinitaria con el Padre. Según este cristianismo más elaborado, Hijo de Dios en el Nuevo Testamento significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios-Padre: es Hijo único del Padre (Cfr. Jn 1,14.18; 3,16.18) y Él mismo es Dios (Cfr. Jn 1,1). Precisamente en el Concilio de Nicea (año 325) la Iglesia definió que el Hijo es consubstancial al Padre, “engendrado, no creado, de la misma substancia (homousios) que el Padre” (DS 130). En el nestorianismo, se veía una persona humana junto a la persona divina del Hijo de Dios. Frente a esto Cirilo de Alejandría y el llamado Latrocinio de Éfeso (431 d.C.) intentaron imponer el monofisismo, otra concepción aún más repudiada por los musulmanes y que estaba (y está aún) muy presente en Arabia, que ni siquiera atribuía a Jesús una physis humana, sino una única naturaleza: la divina. Este monofisismo confesaba que “el Verbo al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional se hizo hombre” (DS 250). Los monofisitas afirmaban que Cristo había dejado de ser hombre al ser asumida por la persona divina de Hijo de Dios. El Concilio de Calcedonia confesó ante esta herejía que “se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación… quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona” (DS 301-302). De este modo para el cristianismo Jesús no es otro dios asociado a Dios, ni un segundo dios al lado de Dios. Es un misterio interior del único Dios234. Está claro que ninguna de las dos concepciones de Hijo de Dios fue aceptada por el islam, aunque haya cierta cercanía doctrinal con el judeocristianismo. Un reto que plantea el mundo musulmán al cristiano es el de acercarse más tanto a la humanidad como a la divinidad de Jesucristo, pues como se puede constatar, por un lado la doctrina cristiana ha dejado para un segundo plano el diálogo y la reflexión sobre Jesús como profeta, siervo de Dios, hijo de María y, por otro, la 234 Cfr. Jomier, Jacques. Un cristiano lee el Corán. Op. cit., p. 15. 142 concepción de Jesús como Hijo de Dios no es del todo clara para la mayoría de los cristianos. Una cosa sí es clara: el monoteísmo acérrimo proclamado por Muhammad tenía profundas motivaciones políticas, pues la Arabia pre-islámica tenía una serie de dioses distintos que hacían imposible una identidad religiosa que coaccionara la naciente comunidad (umma) de los seguidores del islam, tal y como aconteció con el naciente Pueblo de Israel: “Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh” (Dt 6,4). Cualquier insinuación de politeísmo (en el Corán se llama “asociar” otros seres a Dios) no sólo afectaba la doctrina musulmana sino antes que nada, la consolidación de un pueblo como fue la intención de Muhammad. Por eso el Corán rechaza incluso quererse llamar “hijos de Dios” como sucede por el bautismo con los cristianos; prefiere utilizar el término „Abd-Allah, es decir, “siervos de Dios” o muslim (musulmán), “sumiso a Dios” y sólo a algunos muy agraciados, como los que acompañaron al profeta, se les llama “amigos de Dios” (Khalil Allah) o “santos” (wali). El énfasis coránico en llamar a Jesús el “hijo de María” puede dar luces para una mariología cristiana, en cuanto a que ella es plenamente la madre de Jesús en lo biológico y en la fe, incluso, en el Corán y el islam se defiende sobremanera la virginidad de María (Cfr. 4, 156; 21, 91; 66, 12) en cuanto a un ayat o signo de Dios que lo puede todo. En cierta medida en el Corán Jesús es alguien muy similar a Adán, en cuanto que fue concebido por la palabra y el espíritu de Dios, sin embargo, Jesús también fue engendrado de María, lo cual no se niega en el Corán. Aunque el cristianismo no menoscabe el monoteísmo al aceptar la Trinidad, no se puede negar que el vocabulario y la terminología adoptada del helenismo para formular su doctrina presentan muchas dificultades para el cristiano promedio. En este sentido, el islam se propone como la religión del monoteísmo puro, libre de 143 ambigüedades. Dios es el grande, el creador, el misericordioso y esto basta. Hay virtudes musulmanas que el cristianismo debería añorar, como la conciencia de ser criaturas ante su creador, Señor y dueño a quien hay que adorar y servir. Sin embargo, considero que para el diálogo interreligioso no es sano adoptar la solución propuesta por Hans Küng: entender la filiación divina como una investidura y entronización de Jesús en cuanto Mesías con poder en virtud de su resurrección por Dios235, para ser más entendibles y cercanos a judíos y musulmanes. Como ya se dijo anteriormente, el diálogo debe partir del conocimiento mutuo, de saber, como es este caso, qué entiende el Corán y los musulmanes sobre Jesús, en vez de querer congraciarse con el islam y el judaísmo renunciando a la doctrina y la tradición propias. Escatología Otro de los aspectos particulares de este estudio, es que no queda tan clara la función escatológica de Jesús tanto en el cristianismo como en el Corán. Sin embargo, la cristología musulmana considera a Jesús como testigo especial del día del Juicio. En lo que se refiere a la vida eterna (en términos de premiación de los justos), aunque el Corán hable más “pintorescamente” de un Paraíso al estilo protestante (tomando literalmente el Antiguo Testamento), es muy diciente la forma como el Corán habla de la eternidad como la satisfacción total en Dios, el “reposar junto al Señor” (Cfr. 89, 27-30; 75, 12). Otra idea que se especifica en el Corán y que apenas se deja ver en la Biblia es la comprensión que se alcanzará en el día del juicio: “todo lo oculto se sabrá” (Cfr. 4, 42). De la misma forma es significativo cómo en el Corán se entiende el nacimiento, la muerte y la resurrección como una 235 Cfr. Küng, Hans. El Islam: historia, presente, futuro. Op. cit., p. 561. En el ambiente musulmán también existe la tendencia (aunque en menor grado) de querer acomodar conceptos coránicos a escritos aparentemente cristianos. Por ejemplo, el llamado Evangelio Apócrifo de Bernabé (siglos XIV-XVI) que consiste en una visión musulmana de la historia religiosa del mundo y de Jesús. Cfr. Cfr. Jomier, Jacques. El Corán. Textos escogidos en relación con la Biblia. Op. cit., p. 79-82. 144 misma realidad: el llamado de Dios (tawaffa). Así pues, por su gracia la persona nace por la palabra creadora (kun) de Dios quien de la misma forma llama a aquél que ha cumplido su tiempo, mediante la muerte. La vida y la muerte son pues realidades fundamentales para el ser humano en las que se expresan una vez más la trascendencia de Dios. Esta doctrina, aunque hace parte también de la mentalidad cristiana, suele ser olvidada en la reflexión teológica. Unida al profetismo en el Corán se aporta también la idea de concebir a Jesús en como Espíritu de Dios o manifestación del Espíritu de santidad. Por el Espíritu de santidad (que a veces se identifica con el ángel Gabriel, cfr. Cfr. 2, 87.97; 16, 102) el profeta Jesús recibe la capacidad de ser enviado de Dios permitiéndole ser una manifestación suya en la historia. Es manifestación de la relación dinámica entre Dios y el profeta. Se acompaña de la palabra (Cfr. 4, 171), integrando ambas realidades: el poder profético y la capacidad de anunciar la palabra de Dios. Se trata de una fuerza que posibilita a los profetas para actuar en nombre de Dios y que puedan hacer su voluntad (Cfr. 2, 87.253; 5, 110; 19, 17; 21, 91). Del mismo modo, incluso en el mundo musulmán se considera a Jesús como Espíritu de Dios en el sentido de que es portador de una vía espiritual para los hombres, antes que haber venido a traer leyes236. Jesús: modelo de mística y ascética Finalmente, el Jesús de la tradición musulmana aporta a su concepción mística y ascética (sufismo) en cuanto a su unión con Dios, entendida como una proximidad de Dios con sus siervos. Esta relación se expresa en términos de mutuo amor entre Dios y sus criaturas. De esta manera, según los exégetas sufíes, Dios guía a sus criaturas pero tiene predilección por quienes consagran su vida para adorarle. Sin embargo, ya no se trata del “imam de los errantes” sino de un peregrino, un adib (sabio musulmán). Se retoman del Corán términos como “Espíritu” o “Palabra” de Dios, esenciales para entender la imagen del Jesús sufí: se trata de 236 Cfr. Nasr, Seyyed Hossein. Op. cit., p. 284. 145 alguien que posee el dinamismo divino y que en su nombre habla, comunica Su palabra. Al combatir Jesús con Satán, es modelo de moralidad en el sufismo. Es prototipo de la unión mística con Dios según al-Hallâj: en el sentido de que el sufí, según él, debería unirse de manera tal a Dios que Él se deje ver en su creatura, unión basada en el amor y el sufrimiento, usando términos para dirigirse a Dios impensables en el islam tradicional como “el Amado”, “Amigo”, o tratarlo de “Tú”. La reflexión de Tharif Khalidi, cristiano oriental, ofrece una particular visión de Jesús en la literatura musulmana de hoy237, especialmente en la poesía de musulmanes como Muhammad al-Fayturi, Mahmud Darwish y Badr Shakir alSayyab, quienes en sus obras no tienen reparo en hablar de Jesús como amante de la naturaleza, resucitado, redentor, incluso como ser divino; y la crucifixión de Jesús como elementos bellos y dignos de este género literario. El presente trabajo ofrece elementos para el diálogo tal y como fue considerado en el pasado Sínodo de los Obispos de Medio Oriente (10 al 24 de octubre del 2010) en el que por ejemplo el jesuita Samir Khalil (Instituto Pontificio Oriental de Roma) quien afirmó sobre la necesidad de “un sistema de valores común con los musulmanes”238 para el cual puede ser útil la cristología del “sello de santidad” trabajada al final del tercer capítulo. Jesús, visto desde una perspectiva coránica y musulmana, en definitiva, es un reto no sólo para el diálogo interreligioso o para la doctrina cristiana o la espiritualidad musulmana sino para la humanidad entera, que está en constante búsqueda de un modelo de humanidad y de divinidad. Por eso no es posesión de nadie, es la Palabra de Dios que puso su morada entre nosotros. 237 Cfr. Khalidi, Tarif. El Islam: Jesús y el mundo del diálogo. En: Concilium (2003), n. 302, p. 567579. 238 Cfr. Khalil Samir, Samir. Al Sínodo le preocupa el islamismo. En: http://sn130w.snt130.mail.live.com/default.aspx?wa=wsignin1.0 Consultado el 23 de octubre de 2010. 146 BIBLIOGRAFÍA Libros Abumalham, Montserrat. El islam: de la religión de los árabes a la religión universal. Madrid: Trotta, 2007. ____________________ y Monferrer Sala, Juan Pedro. Apócrifos árabes cristianos. Madrid: Trotta, 2003. Al Johani, Maneh Hammad. Jesús en el Corán. Madrid: S.I. Editores, 1956. Asin Palacios, Miguel. La escatología musulmana en la Divina Comedia. Madrid: Escuela de Estudios Árabes de Madrid y Granada, 1943. Buchberger, Michel. Diccionario Enciclopédico de Historia de la Iglesia. Barcelona: Herder, 2005. Caspar, Robert. Para una visión Cristiana del Islam. Bilbao: Sal Terrae, 1995. Corbon, Jean. L‟Église des Arabes. Paris: Éditions du cerf, 2007. Cortés, Julio. El Corán. 9º edición española. Barcelona: Herder, 2005. Daniélou, Jean. Teología del judeocristianismo. Madrid: Cristiandad, 2004. Deedat, Ahmed. Cristo en el Islam. 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Muere Amina, madre de Muhammad de quien se encarga su abuelo Abd al-Múttalib. h. 578 Muere Abd al-Múttalib y de Muhammad se encarga su tío Abu Talib. h. 595 Muhammad se casa con Jadicha, una mujer viuda a quien servía. h. 610-632 Periodo en el cual se cree que ocurrió la Revelación del Corán a Muhammad. h. 613 Comienza la predicación de Muhammad. h. 615 Emigran musulmanes de La Meca a Abisinia. h. 616 Primeros mártires musulmanes. h. 619 Muhammad pierde a su esposa Jadicha y a su tío Abu Tálib. 620 Muhammad entra en contacto con seis peregrinos de Yátrib (futura Medina). 621 Viaje nocturno de Muhammad. 622 (comienzo de julio) Comienza la hégira (salida de La Meca). 622 (septiembre) Muhammad y Abu Bakr llegan al oasis de Yátrib. 623 (a fin de año) Cambio de la alquibla: ya no se ora hacia Jerusalén sino hacia La Meca. 624 (15 de marzo) Batalla de Badr, donde los musulmanes vencen a los mecanos. 624 (abril) El clan judío de los Qaynuqá es expulsado de Medina. 624 (septiembre) Umm Kultum, hija de Muhammad se casa con Utmán, futuro califa. 624-625 Fátima, hija de Muhammad se casa con Alí, futuro califa. 625 (finales de enero) Muhammad se casa con Hafsa, hija de Úmar, futuro califa. 625 (23 de marzo) Batalla de Úhud: los mecanos vencen a los musulmanes. 625 (agosto) El clan judío de Nadir es expulsado de Medina. 627 (abril) Los coalicionistas (tribus no musulmanas) asedian Medina. 628 (mayo) Los musulmanes conquistan el oasis de Jáybar. 629 (marzo) Muhammad realiza la peregrinación menor a La Meca. 630 (enero) Conquista de La Meca. 239 Se debe advertir que estas fechas son de la tradición musulmana, pues no son proporcionadas en el Corán. Además, corresponden a la cronología occidental, pues en el calendario islámico comienza a partir de la hégira (año 622 d.C.). 151 630 (31 de enero) Batalla de Hunáyn. 630 (octubre- noviembre) Expedición a Tabuk. 631 Muhammad recibe en Medina a una delegación de cristianos de Nayran. 632 (febrero-marzo) Muhammad realiza su peregrinación de despedida a La Meca. 632 (8 de junio) Muhammad muere en Medina. 632-634 Periodo de califato de Abu Bakr. 633 (comienzo de año) En la batalla de Yamama mueren muchos que conocían el Corán de memoria. 633-65 Formación de varias colecciones coránicas. 634-644 Califato de Úmar. 644-656 Califato de Utman. h. 651 Se establece el texto canónico, consonántico del Corán por orden del califa Utman. 656-661 Califato de Alí. 1923 “Vulgata” cairota del Corán, patrocinada por el rey Fuad I. 1952 Revisión de ese texto. Fuente: Cortés, Julio. El Corán. 9º edición española. (Barcelona: Herder, 2005), p. LXVII-LXIX. 152 ANEXO 2 GLOSARIO DE ALGUNOS TÉRMINOS ÁRABES Allah Vocablo árabe para el único Dios, empleado tanto por musulmanes como por árabes cristianos. „Ansar Compañeros que acogieron a Muhammad en Medina. „Arif Místico del grado más elevado. Arkan al-islam Pilares del Islam: Shahada (profesión de fe: “No hay más dios que el Dios y Muhammad es su Profeta), Salat (oración), Zakat (limosna), Sawn (ayuno) y Hayy (peregrinación a la Ka‟aba en La Meca). Al-asma‟ al-husnà (Bellos nombres), los nombres de Dios. „Aya En español aleya o versículo del Corán. Basmala Contracción de la jaculatoria B-ism Allah al-Rahman al-Rahim (en el nombre de Dios Todo misericordioso) con que empiezan la mayoría de las suras del Corán. Al-Dayyal Especie de Anticristo que será aniquilado por Jesús como signo del juicio final, según la tradición musulmana. Dimmíes Gentes del Libro, con que se denomina a cristianos y judíos. Al-Fatiha Primera sura del Corán. Firdaws, Yanna o „adn Paraíso. Gayba Ocultamiento. Según los chiitas el último imam está oculto. Guluw Exageración en las manifestaciones religiosas y en la interpretación de la tradición. Hadiz Conjunto de tradiciones canónicas del profeta Muhammad. En minúscula (hadiz) se refiere a un relato en particular. Hanif, hanifes Monoteístas no cristianos, ni judíos ni musulmanes. Hawariyyun Término con que se designa a los Apóstoles de Jesús. „Ibadíes Grupo perteneciente a los jariyíes, rama radical del Islam. Iblîs Nombre del Demonio. „Id Fiesta religiosa. Imam El que va delante de la comunidad. El que dirige la oración. Entre los chiitas, descendiente de „Ali. Imam Mahdi El Imam esperado que vendrá al final de los tiempos para la tradición chiita. Imamíes o duodecimanos Uno de los grupos derivados de la shi‟a (chiitas, musulmanes seguidores de „Ali). Para una rama de ellos (los qat‟iyya), el duodécimo imam será el Mahdi esperado. Injil Evangelio. Escritura revelada por Dios a Jesús. „Isa Jesús. Isma‟ilíes o septimanos Otro de los grupos derivados de la shi‟a. Toman su nombre de Isma‟il, bisnieto de al-Husayn y cuyo hijo Muhammad, fue el séptimo imam. Isnad Cadena de transmisores que autentica un hadiz. 153 Isra‟ Jalifa Jariyíes Viaje nocturno del profeta Muhammad. Califa. Sucesor. (“Los que se marchan”). Quienes abandonaron el grupo de seguidores de „Ali. Al-julafa‟ al rasidun Califas ortodoxos. Califas bien guiados. Kafir Infiel, impío. Kalam Teología. Kitab El “libro”, se refiere a la Escritura revelada, el Corán, la Torah o los Evangelios. Madrasa Escuela coránica. Masih Mesías. Masyid Mezquita. Matn Núcleo de un hadiz. Mi‟ray Ascensión del Profeta. Mu‟amalat Conjunto de acciones del creyente para con el resto de las personas. Mufti Experto capacitado para hacer un dictamen jurídico no vinculante o fatwa. Muhayirun Compañeros del Profeta que emigraron con él desde La Meca a Medina. Murid Aspirante a la vida mística. Muruwwa Código de honor preislámico. Muslim Musulmán. Mu‟tazila Orientación filosófica racionalista. Nabi Profeta. Nikah Matrimonio. Nusayríes o „alawíes Grupo derivado de de la shi‟a que se caracterizan por tener fuertes sincretismos para con el cristianismo y otras orientaciones religiosas. Qadar Decreto divino. Qadi Juez. Qibla Muro que marca la orientación a La Meca en una mezquita. Qur‟an Corán. “Recitación”. Escritura revelada por Dios a Muhammad. Qurayš Coraixies. Árabes sedentarios cuya tribu constituía la población de La Meca y a la cual pertenecía Muhammad. Ramadan Mes musulmán en el que se celebra el ayuno. Rasul Enviado. Ridda Apostasía. Guerras de apostasía o rechazo. Ruh al-qudus Espíritu Santo o de santidad. En ocasiones se atribuye este nombre al ángel Gabriel. Sakima Emanación divina. Sunníes Sunitas. Seguidores de la sunna o tradición. Comunidad mayoritaria en el Islam. Sura Azora. Capítulo del Corán. Shari‟a Ley islámica. Shawwal, du-l-qa‟da o du-l-hiyya Últimos meses del año musulmán en los que se realiza la peregrinación. 154 Shayj Shi‟íes Jeque, maestro místico. Shi‟at „Ali. Chiitas. Comunidad de musulmanes seguidores de „Ali. Shirk Asociación, politeísmo. Tahara Pureza ritual. Tafsir Comentario coránico. Entre los chiitas recibe el nombre de ta‟wil. Takbir Fórmula con la que se inicia la oración y se proclama la grandeza de Dios. Tariqa Orden, escuela o cofradía mística. Tasawwuf Sufismo, mística. Tawba Arrepentimiento, conversión. Tawhid Unicidad de Dios. „Ulum al-din Ciencias de la religión. „Umma Comunidad musulmana. Usul y usul al-din Fuentes de la religión. Yahiliyya Época pagana, anterior al Islam. Para islamistas modernos “impiedad” o “paganismo”. Yahannam Infierno. Yawn al-Din o al-sâ„a Día del Juicio Final. Yihad Sentido de responsabilidad moral del creyente. Control de las pasiones. Guerra santa. Yinn Genio. Zaydíes o Hanafíes Grupo derivado de de la shi‟a, que toman su nombre de Zayd, nieto de al-Husayn y de Muhammad bn. Al-hanafiyya, hijo de „Ali pero no de Fátima. Zuhd Ascesis. Fuente: Abumalham, Montserrat. El islam: de la religión de los árabes a la religión universal. Madrid: Trotta, 2007, p. 255-258; Cortés, Julio. Op. cit., p. LXXIV-LXXX. 155 ANEXO 3 ARABIA PREISLÁMICA Fuente: Georges Duby. Atlas Histórico Mundial. Citado por ruizmaso.blogspot.es, “Arabia preislámica e Islam a la muerte de Mahoma”, ruizmaso.blogspot.es/img/ArabiaPreislamica.jpeg. Consultado el 5 de noviembre de 2010. 156 ANEXO 4 IGLESIAS ORIENTALES EN LA ACTUALIDAD Esta Iglesia también es conocida como nestoriana y que se desarrolló particularmente en territorio persa. Iglesias monofisitas o miafisitas que no aceptaron el Concilio de Calcedonia (451) al igual que los nestorianos. 157 Cada una de estas iglesias depende de un Patriarca o de un sínodo de obispos propios. Aunque hacen parte de la Iglesia Católica estas son consideradas “iglesias particulares sui iuris”, es decir, autónomas. Fuente: Mediterráneo Sur, “Iglesias orientales”, http://www.ilya.it/msur/images/. Consultado el 3 de noviembre de 2010. 158 ANEXO 5 DOS EJEMPLOS DE ICONOGRAFÍA MUSULMANA SOBRE JESÚS “Nacimiento en el desierto”. Esta pintura es típicamente musulmana: reproduce detalladamente la escena descrita por el Corán (19, 16-35) y la literatura posterior, que menciona el nacimiento de Jesús en el desierto, la angustia del parto, la palmera deseca y el doble milagro de los dátiles frescos y del arroyo. Se encuentra en los manuscritos de Chester Beatty, titulados Qisas al Anbiya fol. 225, y fechado al final del siglo XVI. Cfr. Hayek, Michel. Op. cit., p. 48 y 277. 159 “La Virgen y el Niño”. Pintura indiana por un artista persa de la época del emperador Jahângîr (1605-1628); Sammelung Sarre, Berlin; reproducida por von Ernst Kühnel, Miniaturmalerei im islamischen Orient, Berlin, 1922, p. 141. Jahângîr fue hijo de la reina Maryam-zamânî (considerada la “María” de aquella época entre los persas) y del emperador Akbar, quien tuvo un gran interés por el cristianismo y las imágenes que le llevaron los misioneros jesuitas Rifolfo Aquaviva y Antonio Monserrate, se dice que gracias a él los hindúes y los musulmanes se familiarizaron con el arte cristiano de Europa. Su hijo Jahângîr mandó decorar la tumba de su padre en Agra con imágenes de Jesús en la Cruz, de la Virgen y de San Ignacio de Loyola y en las paredes de su palacio escenas de la vida de Cristo y los Apóstoles. Fuente: Hayek, Michel. Le Christ de l‟Islam. Paris: Éditions du Seuil, 1959. p. 63 y 278. 160