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Retablos romanistas 4 en la comarca cariñenense JORGE GIMENO SANZ En el último tercio del siglo XVI asistimos a una serie de transformaciones que afectarán en mayor o menor medida a las distintas manifestaciones artísticas, siendo la escultura la que mejor recoge estos cambios. La Contrarreforma, promovida por la Iglesia de Roma a partir del Concilio de Trento (1542-64), traerá nuevos modelos y planteamientos, alejados ya de la serenidad y equilibrio de corte clasicista propios de las décadas anteriores. Modelos intelectualizados, cargados de tensión, ávidos de expresividad patética y alejados de los anteriores cánones naturalistas. Formas que son fiel reflejo de la angustia y crispación de una sociedad convulsa, que asiste a la quiebra de su propio orden social, político y religioso. El arte no permanece ajeno a este drama y los grandes creadores plasman en su obra la desazón del momento; todo ello con el trasfondo de exaltación religiosa que la Contrarreforma impone y que hace del arte un poderoso instrumento propagandístico al servicio de la causa católica. El romanismo, como parcela individualizada del manierismo, y referido, siguiendo a Camón Aznar, al ámbito eminentemente escultórico, nace a la sombra del Papado y extiende su dictado artístico por todo el ámbito de la Catolicidad. España, firme defensora de la fe de Roma, recibe rápidamente las nuevas normas y las aplica con un notable criterio de unidad estilística. La práctica totalidad de la producción artística es de carácter religioso. Se inicia aquí un amplio ciclo que se prolongará a través del Barroco, hasta mitad del siglo XVIII, en el que la temática sacra, tratada de modos diferentes, prima por encima de cualquier otra consideración. Estamos, pues, ante un estilo artístico sobrio y contrarreformista, que hace del retablo el lugar idóneo donde expresarse, intentando acabar con los de tipología renacentista, confusos y plenos de decoración, para crear así nuevas composiciones propias donde prime la claridad estructural y la austeridad decorativa. El peso de estas composiciones recae más sobre las imágenes titulares o subsidiarias que sobre la escasa decoración que les acompaña. Los efectos de monumentalidad conseguidos son determinantes. De las Artes 185 Los retablos constituyen la manifestación artística más interesante del romanismo. En el caso de la comarca son especialmente abundantes en el valle del Huerva, en coincidencia con un periodo de bonanza económica y demográfica. Presentan en su mazonería una arquitectura que imita los modelos de artistas italianos como Miguel Ángel, Vignola o Palladio, logrando una gran claridad estructural de corte clásico. Así, a las columnas corintias de fuste entorchado utilizadas en el cuerpo del retablo, se superponen otras de orden corintio y fuste estriado para el ático. Ello queda patente en los retablos de San José en Villanueva de Huerva (1604), Virgen del Rosario en Tosos (comienzos del XVII), San Miguel de Vistabella (1627) y Nuestra Señora del Rosario de Cariñena (1624). Esto no significa que todos los retablos realizados en estos momentos presenten una tipología tan simple. En varios de ellos podemos ver cómo aún se mantienen columnas decoradas en su tercio inferior, como es el caso de los retablos mayores de Mezalocha (principios del XVII), Aladrén (1653) y Villanueva del Huerva (1627), presentando este último tan exuberante decoración en su mazonería, que parece retornar a la mejor tradición renacentista. En todas estas obras puede observarse la ruptura de la frontal del retablo, típica del manierismo, consistente en el rehundido de la calle central, más ancha que las laterales, que queda así retraída respecto al plano de estas. Este tipo de movimiento efectista, que se verá transformado en el barroco, queda ahora patente en los retablos de San Miguel de Vistabella y de Nuestra Señora del Rosario de Cariñena. Además de las citadas, otras características completan la definición de los nuevos retablos: el escaso uso de arcos, salvo para enmarcar algunas figuras del cuerpo del retablo; el adintelamiento generalizado y el uso de frontones curvos o triangulares en los áticos, algunos con ignudi recostados de inspiración miguelangelesca, como en el retablo de Nuestra Señora del Rosario de Cariñena. Las cajas planas con relieves, visibles en Vistabella, Mezalocha y Cariñena, y la utilización de los órdenes clásicos, fundamentalmente el corintio, cierran la serie. La severidad de los retablos quedó paliada en parte por los recursos decorativos al uso, entre los que destacan cartelas, atlantes, niños recostados, escudetes y fes- Cariñena. Remate del retablo de la Virgen del Rosario decorado con ignudi. 186 Comarca de Campo de Cariñena tones. Las imposiciones del Concilio de Trento hicieron desaparecer los repertorios a la romana, a base de grutescos, dando paso a otros de carácter naturalista, como niños, aves y vegetales. En cuanto a la iconografía, la escultura romanista potenciará aquellos temas puestos en tela de juicio por la reforma luterana. Sus imágenes llaman la atención por lo trasgresor de sus concepciones, la monumentalidad, el canon alargado, los violentos escorzos o los suaves contrapostos. Las anatomías musculosas, más propias de atletas que de santos, el vigor, la mirada profunda, los labios apretados y el ceño fruncido, convierten estos personajes en bellos seguidores de la terribilitá de Miguel Ángel. Estilísticamente, los retablos romanistas de la comarca están vinculados a dos centros diferentes de producción: Zaragoza, el de mayor entidad artística, que extiende su influencia a todos los rincones del reino, y Daroca, de cuyos talleres hemos localizado numerosas obras en la comarca, que se remontan hasta época gótica. Así, los retablos maCariñena. Iglesia parroquial. yores de Mezalocha y Villanueva de Huerva, el de Talla de la Virgen del Rosario en San José de esta misma localidad, y los de la Virel retablo de su nombre. gen del Rosario de Cariñena y Tosos, siguen las pautas del foco zaragozano. Dentro de este foco destaca sobre el resto el taller de Juan Miguel de Orliens, tanto por la excelente calidad de sus obras como por la difusión que éstas alcanzan en todo el Campo de Cariñena. A su mano se debe el conjunto de capilla y retablo de Nuestra Señora del Rosario para la iglesia de Santa María la Mayor de Cariñena (1624). Hoy en día se conserva tan solo el retablo ya que la capilla fue derribada a finales del siglo XVII, junto al resto de la anterior iglesia gótica, para construir en su emplazamiento la actual iglesia parroquial. Otras obras atribuidas a este gran escultor son el busto de San Bartolomé en Tosos (1600) y, con ciertas dudas, la escultura de los retablos de San José en Villanueva de Huerva (1604) y de la Virgen del Rosario en Tosos. El primer momento: los años iniciales del siglo XVII Se trata de obras de talleres zaragozanos, próximas a las primeras que realizara Juan Miguel de Orliens. A ellas pertenecen los ejemplos que acabamos de mencionar: busto de San Bartolomé (Tosos) y escultura de los retablos de San José (Villanueva De las Artes 187 de Huerva) y de la Virgen del Rosario (Tosos), aunque en estos se haya puesto en duda su autoría. El busto de San Bartolomé y su peana en la iglesia parroquial de Tosos es uno de los primeros ejemplos romanistas en la comarca de Campo de Cariñena, conservado actualmente en la sacristía. Fue un encargo de los jurados locales a Juan Miguel de Orliens en el año 1600. Su porte es clásico y severo, de rígido aspecto y marcada monumentalidad, que recuerda algunas composiciones de Armendía en el retablo mayor de la catedral de Barbastro, en el que también trabajó Orliens. La pieza ha perdido la policromía original por un repintado posterior en tonos ocres muy uniformes. También en la parroquial de Tosos se halla el retablo de la Virgen del Rosario, un retablo mixto de pintura y escultura, posiblemente de principios del siglo XVII, en el que se pueden apreciar las características propias del romanismo: las columnas de fuste entorchado, el retraimiento de la calle central así como la decoración de cartelas, cueros recortados y dentellones. Este retablo está dividido en banco y cuerpo central. El banco consta de tres tablas referidas a temas marianos: la Anunciación, la Natividad y la Visitación, flanqueadas en los plintos por las efigies, también pintadas, de San Bartolomé, Santa Bárbara, Santa Lucía y San Blas. El cuerpo, dividido en tres calles, alberga en la calle central una hornacina con la imagen de la Virgen del Rosario, de aire severo y clásico, que recuerda a la Asunción que Juan Miguel de Orliens realizara en el retablo homónimo de Daroca entre 1605 y 1609. Las calles laterales se completan con representaciones pictóricas de Santo Domingo Guzmán y Santa Águeda en el lado izquierdo, mientras que en el derecho figuran San Francisco de Asís y Santa Catalina de Alejandría. El retablo carece de ático dado que sus esculturas originales, Cristo crucificado, la Virgen y San Juan Evangelista, han sido reubicadas en el retablo mayor de esta misma iglesia, concretamente las dos últimas en el ático y la de Cristo bajo la tabla central. También de principios del siglo XVII es el retablo de San José de la iglesia de Villanueva de Huerva, de 1604. Es una composición mixta de escultura y pintura realizada por el ensamblador Beltrán Iribarne y el pintor Felipe de Cáceres, quien por las mismas fechas realiza los lienzos del retablo de Nuestra Señora del Rosario de Paniza y, según Carmen Morte, también los de su homónimo en esta misma parroquial de Villanueva de Huerva. En el de San José, que ahora nos ocupa, la columna abalaustrada propia del Renacimiento da paso a otra de fuste estriado; la decoración, de inspiración naturalista, se ve completada a base de niños, vegetales y cartelas. La parte escultórica está integrada, en el banco, por los relieves de los Padres de la Iglesia, y en el cuerpo, por las figuras en bulto redondo de San José con el Niño y San Juan Evangelista y San Juan Bautista, mientras que en el ático se representa, como es usual, el tema del Calvario. Estas obras guardan una importante semejanza con la producción temprana de Juan Miguel de Orliens, cuñado de Beltrán Iribarne, dado que apreciamos el mismo aire 188 Comarca de Campo de Cariñena clásico, rígido y severo que ya apuntábamos para el busto de San Bartolomé de Tosos, aunque el ritmo compositivo nos acerca a una de sus obras cumbres en territorio aragonés: el retablo de la Anunciación de Daroca. El segundo momento: la década de 1620 Se trata de un periodo de gran actividad artística en el que se realizan una serie de retablos para cuatro iglesias del valle del Huerva: las de Mezalocha y Villanueva, que incorporan obras de los talleres zaragozanos, y las de Aladrén y Vistabella, que se nutren de los de Daroca. También pertenece a esta etapa el retablo de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia parroquial de Cariñena, obra de Juan Miguel de Orliens. Buena parte de lo expuesto en este apartado se fundamenta en la documentación que amablemente nos ha facilitado el Dr. Arturo Ansón, a quien queremos agradecer desde aquí su generosa colaboración. El retablo de Nuestra Señora del Rosario de la iglesia parroquial de Cariñena fue realizado por Orliens en 1624. Se trata de una composición de su última época en Aragón y de grandes proporciones pese a no tratarse de un retablo mayor. Consta de sotobanco, banco, cuerpo de cinco calles, algo más retraída y ancha la central que las laterales, y ático con tres calles. Si la arquitectura de este retablo es ya notable por su factura y dimensiones, las piezas escultóricas que lo integran en absoluto la desmerecen. Encontramos claros indicios de que en su realización ha intervenido más de una mano, ya que, mientras los relieves de la Visitación, el Calvario y Santa Bárbara parecen portar la impronta de Juan Miguel de Orliens, otras piezas como la Adoración de los Pastores y la Oración en el Huerto, de factura mediocre, podrían ser obras de taller. En ambos casos se percibe un lenguaje romanista de tono clasicista e idealizado, propio de sus primeras obras que, con el paso del tiempo, irán derivando hacia un mayor dinamismo compositivo. Así, las poses se van a tornar forzadas, crece el realismo de sus trazos y el tratamiento de los paños se hace a base de pliegues amplios y angulosos, dando lugar a una evolución que nos aleja de la estética manierista, para ir acercándonos, poco a poco, a la barroca. Cariñena. Iglesia parroquial. Retablo de la Virgen del Rosario. De las Artes 189 Estas innovaciones se ponen de manifiesto en el relieve de la Anunciación y, sobre todo, en la talla en bulto redondo de la Virgen del Rosario, de expresión más dura y volúmenes no tan rotundos, cuyo modelo iconográfico ya utilizó años antes Juan Miguel de Orliens en el retablo mayor de la catedral de Barbastro. Villanueva de Huerva. Retablo mayor de la iglesia parroquial. Una obra también vinculada al foco artístico zaragozano es el retablo mayor de la iglesia parroquial de Vi- llanueva del Huerva, contratado con el mazonero Tomás Lagunas en 1627, quien a su vez encarga al escultor Miguel Ferrer de Monserrate la realización de la parte escultórica, mientras que para él se reserva solamente la mazonería. Consta de sotobanco, banco, dos cuerpos de tres calles cada uno y ático. Destaca este retablo por la riqueza y finura de su decoración: así, en el cuerpo principal se utilizan columnas pareadas de orden corintio que presentan el tercio inferior del fuste decorado con roleos vegetales, mientras que la parte superior se cubre por un estriado vertical; en el segundo piso, también con columnas pareadas de orden corintio, los fustes sustituyen la decoración de la parte inferior por un entorchado; y en el ático se disponen pilastras. En general la sensación de riqueza y suntuosidad decorativa es deslumbrante y nos devuelve a la mejor tradición aragonesa en la labra de mazonerías. Es de interés el retablo mayor de la parroquial de Mezalocha, realizado en este segundo momento, aunque presenta dudas en su datación. Cuenta con sotobanco, banco, un cuerpo de tres calles, separadas por columnas corintias cuyo fuste está decorado en el tercio inferior y el resto cubierto por un estriado vertical, y ático, también de tres calles separadas por columnas corintias de fuste entorchado y parte inferior decorada con temas vegetales. En la calle central del ático encontramos una interesante figura de la Trinidad, con Dios Padre sujetando entre sus brazos a Cristo crucificado, que nos recuerda a la realizada por Juan de Anchieta para el retablo de la Trinidad de Jaca, pero aquí se ha perdido toda la fuerza expresiva que muestra la jacetana. Aguas arriba del río Huerva, la producción de los centros zaragozanos se ve sustituida por la de los talleres darocenses, quizás por una cuestión de proximidad e influencia. Es el caso del retablo de San Miguel de Vistabella y del de Santiago Apóstol de Aladrén. 190 Comarca de Campo de Cariñena Mezalocha. Retablo mayor de la parroquial. Imagen de la Trinidad. El retablo de San Miguel de Vistabella, realizado hacia 1627, es de reducido ta- maño y consta de banco, cuerpo con tres calles, con la central algo más ancha y retraída que las laterales, y ático. Se trata de una pieza sobria en lo decorativo y sencilla en su traza, que sigue las pautas de los retablos de raigambre manierista, que se manifiesta en el avance del entablamento en las calles laterales o en la ruptura de los frontones que cierran el cuerpo central. Tan escueto como la arquitectura del retablo es el repertorio iconográfico, que está integrado por pinturas y esculturas dispuestas alrededor de la escultura de San Miguel Arcángel, ubicada en la caja central. La obra escultórica muestra una talla algo seca y dura; las imágenes presentan rasgos de una cierta idealización y actitudes algo envaradas, mientras que las vestimentas se resuelven a base de plegados sencillos y sin excesivos afanes volumétricos. Ernesto Arce ha relacionado este retablo de Vistabella con el ensamblador Pedro Belsué, artífice de la mazonería, y con el escultor Francisco Lacosta, responsable de la parte escultórica, ambos residentes en Daroca. El último ejemplo de escultura romanista en esta zona lo representa el retablo mayor de la iglesia parroquial de Aladrén, consagrado a Santiago Apóstol. Consta de banco, cuerpo principal dividido en tres calles, separadas por columnas corintias entorchadas, con su parte inferior decorada a base de roleos y puttis, y ático de tres calles, delimitadas por columnas corintias de fuste estriado y también decoradas en la parte inferior. Bajo la caja central, donde queda ubicada la escultuDe las Artes 191 Vistabella. Iglesia parroquial. Retablo de San Miguel. ra de Santiago Apóstol, se sitúa una cartela con la fecha de 1653, data que parece demasiado tardía para un retablo romanista, pudiendo corresponder al año de su dorado y policromado, algo que también sucede en el retablo de Nuestra Señora del Rosario de Cariñena. Con cierta frecuencia estos conjuntos quedaban en blanco sin dorar ni policromar y transcurría un número considerable de años hasta su total conclusión, como ya hemos visto en un ejemplo anterior, el retablo mayor de Longares, de hechura renacentista, cuya mazonería se contrata con Domingo Tarín en 1558 teniendo que esperar hasta 1587 para que Silvestre de Estamolín asuma el encargo de su pintura, dorado, estofado y encarnado. La nómina de obras romanistas aun no podemos darla por cerrada, pese a que ya solo nos restan por citar las realizaciones de menor interés. En la iglesia parroquial de Mezalocha se encuentran dos retablos vinculados a este estilo artístico: el de la Virgen de la Esperanza, con la imagen titular gótica del siglo XIV, y el de Santa Teresa de Jesús. El templo está consagrado a San Miguel Arcángel y fue levantado de nueva fábrica entre los años 1650-53 tras el derrumbe del anterior a comienzos de la centuria. De él trataremos en el capítulo dedicado al arte barroco, al convivir entre sus muros planteamientos de este estilo con fuertes pervivencias mudéjares. Estas pervivencias, que se reflejan incluso en sus elementos estructurales, hacen de esta fábrica una obra retardataria, más en línea con las iglesias mudéjares del XVI que con las del momento cronológico al que se adscribe. A esta época pertenece igualmente la mazonería del retablo de San Fabián y San Sebastián en la iglesia de Villanueva de Huerva, en la que se dispone un conjunto pictórico de tablas góticas a excepción de la central, de principios del siglo XVII que ya ha sido tratado en el capítulo correspondiente. Dicha mazonería presenta en el cuerpo principal columnas jónicas, que son sustituidas por dóricas en el ático, cambio que resulta poco usual en los retablos romanistas. También la ermita de Santa Bárbara en Tosos cuenta con un retablo mayor de este mismo estilo. 192 Comarca de Campo de Cariñena Por último, la transición al barroco se pone de manifiesto en el retablo mayor de la iglesia parroquial de Encinacorba, más tardío, aunque no podamos precisar su cronología. Aquí, una serie de elementos decorativos típicamente romanistas, como la ornamentación a base de roleos, puttis y dentellones, o, también, los frontones curvos partidos con volutas, se simultanean con otros esencialmente barrocos tales como la desaparición del rehundido de la calle central respecto a las laterales o la utilización de la columna salomónica, que es vista por primera vez en Aragón en el retablo de Santa Elena de la Seo zaragozana, en 1637. Bibliografía ANDRÉS AGUDO, Santiago, «El retablo del altar mayor de la iglesia de Aladrén», Aljez (febrero de 2001), Aladrén. 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