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Redalyc Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal López Astorga, Miguel La interpretación de la filosofía popperiana en la ciencia cognitiva La Lámpara de Diógenes, Vol. 10, Núm. 18-19, enero-diciembre, 2009, pp. 241-254 Benemérita Universidad Autónoma de Puebla México Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=84412860015 La Lámpara de Diógenes ISSN (Versión impresa): 1665-1448 lamparadediogenesbuap@yahoo.com.mx Benemérita Universidad Autónoma de Puebla México ¿Cómo citar? Número completo Más información del artículo Página de la revista www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto La lámpara de Diógenes, revista de filosofía, números 18 y 19, 2009; pp. 241-254. La interpretación de la filosofía popperiana en la ciencia cognitiva Miguel López Astorga Introducción: El criterio de demarcación de Karl Popper El falsacionismo popperiano ha sido, y continúa siendo, una propuesta con gran impacto y con importantes repercusiones en muchos ámbitos del saber científico. La ciencia cognitiva no ha sido ajena a las consecuencias de la filosofía de la ciencia de Popper, pero, desde nuestro punto de vista, no ha interpretado correctamente sus tesis. Para demostrarlo, vamos a exponer, en primer lugar, lo que realmente Popper defiende, para, a continuación, pasar a comentar cómo algunos investigadores del área cognitiva han comprendido sus tesis y a qué conclusiones han llegado a partir de tal comprensión. Popper (1963, 33-39)1 nos habla de la que fue su preocupación central durante una época de su vida muy importante desde el punto de vista intelectual. Su interés no era, nos dice, encontrar una característica fundamental que permitiera discernir cuándo una teoría o hipótesis es verdadera y cuándo es falsa. Lo que él deseaba era hallar un criterio que le posibilitara distinguir cuándo una teoría es científica y cuándo no lo es, i. e., cuándo es pseudocientífica. Así, nos comenta que, tras la caída del imperio austriaco, observó cómo proliferó una serie de teorías que comenzaron a acumular inmediatamente tanto seguidores como detractores. Tales teorías fueron, según nos indica Popper (1963), la psicología individual de Adler, la teoría marxista de la historia, el psicoanálisis de Freud y la teoría de la relatividad de Einstein. El problema residía en que los defensores de estos enfoques teóricos encontraban por doquier confirmaciones para sus teorías y en que, a partir de esas confirmaciones, consideraban que poseían evidencias científicas para sostener sus tesis. Sin embargo, para Popper (1963), el que podamos encontrar confirmaciones para una teoría no implica demasiadas consecuencias científicas para esa teoría, ya que, si se buscan, es perfectamente posible hallar verificaciones para casi cualquier supuesto humano, incluidos los vaticinios de los astrólogos. Por consiguiente, el estatus científico de una teoría no se encuentra relacionado, a juicio de Popper, con la cantidad de confirmaciones que encontramos para ella. 241 Por ello, considera que sólo es posible calificar a una teoría como científica si es posible falsarla, es decir, si existe la posibilidad de someterla a situaciones límite en las que corra peligro de ser refutada. Éste es el falsacionismo o el refutacionismo de Popper: si no podemos imaginar una situación o circunstancia concebible que permita falsar una teoría, dicha teoría no es científica. A partir de estas tesis, es obvio por qué, desde su punto de vista, la teoría de la historia de Marx, el psicoanálisis freudiano y la psicología individual de Adler poseen un estatus epistemológico similar al de la astrología, pues, en sentido estricto, no son falsables. Podemos, como hemos indicado, encontrar confirmaciones diversas para estos enfoques teóricos, pero difícilmente podemos idear una prueba o experimento crucial para ellos. Es más, Popper piensa que, a veces, los teóricos emplean lo que él denomina la “estratagema convencionalista”. Esta estratagema es característica de teorías que, como el marxismo, fueron en su momento refutables y que dejaron de serlo por la introducción de hipótesis ad hoc con el propósito de salvarlas de la falsación. Las teorías psicológicas nombradas, por su parte, desde la óptica popperiana, tampoco pueden ser científicas. Popper (1963) admite que es posible refutar, por ejemplo, los diagnósticos concretos de un psicoterapeuta sobre un paciente individual, pero la dificultad no es ésa, sino la imposibilidad de refutar las propuestas psicológicas de Freud y de Adler en su globalidad. Empero, a pesar de que Popper llega a comparar la teoría psicoanalítica con la obra de Homero, en ningún momento insinúa un desprecio manifiesto o patente contra ella. De hecho, afirma que los mitos han tenido a lo largo de la historia del pensamiento un papel inspirador esencial para los científicos, que la teoría freudiana contiene ideas muy interesantes que, tras el progreso en investigaciones serias y rigurosas, pueden terminar formando parte de la psicología científica y que hasta los planteamientos cuasi míticos de algunos filósofos presocráticos, como Empédocles o Parménides, han ejercido influencias claras en desarrollos científicos posteriores. En definitiva, el que una teoría o hipótesis sea pseudocientífica, religiosa o metafísica, no implica, para Popper (1963), que no pueda desempeñar un rol relevante en el avance del conocimiento humano. Tras esta exposición del pensamiento de Popper, es fundamental, desde nuestro punto de vista, no olvidar en ningún momento que, como se puede deducir de las tesis descritas, él no pretende explicar cómo funciona el razonamiento humano, sino únicamente indicarnos el criterio que debe ser atendido si deseamos que una hipótesis sea reconocida como correspondiente al ámbito de la ciencia empírica. Si Popper nos cuenta algo del pensamiento humano, es que, en muchos casos, los investigadores no siguen el criterio de falsabilidad. Puesto que Popper nos habla de cómo los defensores del marxismo, del psicoanálisis de Freud y de la psicología individual de Adler creían encontrar confirmaciones de sus teorías respectivas continuamente, es evidente que en ningún momento Popper defiende que el razonamiento humano individual procede por falsación. Llega a señalar, incluso, como acabamos de 242 indicar, que los mitos pueden tener su papel y grandes repercusiones para el progreso y para el desarrollo de la ciencia, pues diversas teorías proceden de mitos anteriores. En nuestra opinión, ni siquiera habla de lo que generalmente sucede en la ciencia, sino, sencillamente, de lo que debería suceder, esto es, de que las hipótesis, para ser verdaderamente científicas, deberían ajustarse al criterio de falsabilidad. Estos comentarios nuestros, que tan indiscutibles parecen a partir del texto de Popper (1963), no son en absoluto triviales si tenemos en cuenta la interpretación errada que se ha realizado en el campo de la ciencia cognitiva de las tesis popperianas. Veamos cuál ha sido exactamente dicha interpretación. El problema 2-4-6 Diversos teóricos del razonamiento han buscado relaciones entre el problema 2-4-6 de Peter Wason (1960, 1966) y la filosofía popperiana. En su forma estándar, la tarea 2-4-6 consiste en un ejercicio en el que a los sujetos experimentales se les solicita que descubran una regla, conocida por el experimentador, de generación de secuencias de tres números. El experimentador ofrece un ejemplo de secuencia, “2-4-6”, que se ajusta a la regla. La labor de los participantes no es otra que la de generar secuencias hasta que ellos estén seguros de que han descubierto la regla. El experimentador, por su parte, informa a los sujetos sobre si cada secuencia que elaboran se ajusta o no a la desconocida regla. El caso es que, a pesar de que esta tarea es, aparentemente, bastante simple, los sujetos experimentales suelen ejecutarla muy pobremente. En general, producen secuencias que siempre reciben confirmación por parte del experimentador (por ejemplo, secuencias como “6-8-10”), por lo que, si bien van incrementando su confianza en cuál puede ser la regla a medida que van ofreciendo secuencias, nunca pueden alcanzar una certeza total y absoluta. Como nos cuentan Gale y Ball (2002), Wason inventó su tarea originalmente para investigar si las personas se atenían a la norma científica contemporánea para la prueba de hipótesis, es decir, a la falsación, expuesta en Popper (1959). De hecho, Wason llega a calificar la estrategia de intentar comprobar la regla supuesta en su tarea por medio de ejemplos positivos como un error cognitivo, al que denominó “sesgo de confirmación” (confirmation bias). No cabe duda de que es tentador tomar lo que Popper describe como un requisito que debe cumplir el conocimiento para alcanzar el estatus de científico como una norma prescriptiva para el razonamiento humano, y eso es precisamente lo que parece haber hecho Wason. Empero, teniendo en cuenta lo expuesto en Popper (1963), difícilmente se puede aceptar como legítima tal extrapolación. Si las tesis de Popper no son ciertas, ello debe demostrarse aportando otras razones y acudiendo a otros argumentos más relacionados con el ámbito al que él se refiere, esto es, analizando procesos, episodios, teorías y concepciones de la historia de la ciencia. 243 Por su parte, lo que sucede en el problema 2-4-6 no es, según parece, muy diferente a lo que ocurre, por ejemplo, en la paradoja de Hempel (1945)2. En opinión de Hempel, los siguientes tres enunciados son equivalentes desde el punto de vista lógico: Todos los cuervos son negros. Una cosa o no es un cuervo o es negra. Todas las cosas que no son negras no son cuervos. Si estos tres enunciados son equivalentes, cualquier objeto no negro, sea el que sea, por ejemplo, un guante azul, debe aumentar nuestra seguridad en que todos los cuervos son negros. Intuitivamente, nos cuesta comprender que un guante azul aumente nuestra certeza con respecto al color de los cuervos, pero la lógica parece indicarnos que la revisión de cuervos no es el único método posible para analizar el color de este tipo de ave, sino que la observación de cualquier objeto del universo puede ayudarnos en tal análisis. Nosotros presentamos nuestra opinión acerca de la paradoja de Hempel en López Astorga (2008). Desde nuestro punto de vista, la teoría de la relevancia defendida por Sperber y Wilson (1986) puede ayudarnos a comprender la verdadera naturaleza de esta paradoja y a explicarla. Para Sperber y Wilson (1986), únicamente nos proporciona efectos cognitivos aquello que puede interactuar con nuestro conocimiento previo, ya sea modificándolo o confirmándolo. El problema es que, para poder lograr efectos cognitivos, necesitamos operar intelectualmente, y algunas operaciones intelectuales requieren un mayor esfuerzo cognitivo que otras. A partir de tales premisas, es fácil entender, desde nuestra óptica, que revisar cuervos es una actividad que precisa menos esfuerzo cognitivo que examinar todos los objetos del universo y que, además, aporta más efectos cognitivos. Por tanto, gracias al trabajo de Sperber y Wilson (1986), la paradoja de Hempel puede desvanecerse. Esta argumentación, claro está, se fundamenta en algo que también apuntó Nickerson (1996): el hecho de que el conjunto de los cuervos es mucho más pequeño que el de los objetos de color diferente al negro. Así, se podría replicar, contra nosotros, que el caso del problema 2-4-6 es diferente, pues, en él, tanto el conjunto de las secuencias que pueden ajustarse a la regla como el de las que no lo pueden hacer son infinitos. No hay, por tanto, un conjunto que realmente conduzca a mayores efectos cognitivos con menor efecto cognitivo. Pero, si tenemos en cuenta que en la mente humana no sólo opera la lógica (la cual es, sin duda, un ámbito fundamental en la dinámica intelectual, pero no el único que interviene en ella), podemos aceptar que los sujetos tienden a razonar en ciertas circunstancias como lo hacen en situaciones similares y que, aunque en el problema 2-4-6 el número de secuencias que confirman y el 244 de las que refutan son, ambos, infinitos, el participante puede razonar como si no lo fueran o como si no tuviera presente que lo son. Y es que, intuitivamente, el número de secuencias refutadoras puede parecer muy superior al de las confirmadoras. Somos conscientes de que lo que acabamos de escribir en el párrafo precedente puede necesitar un estudio más detallado y pormenorizado del problema 2-4-6, que incluya, por ejemplo, diálogos con los participantes para resultar más convincente, pero ésa es una labor que excede, con mucho, los propósitos de este trabajo. En cualquier caso, lo que nos interesa ahora es que las respuestas de los sujetos experimentales en el problema 2-4-6 de Peter Wason no tienen verdaderamente mucha relación con la filosofía de Karl Popper, y que intentar refutar a esta última a partir del citado problema es, desde nuestro punto de vista, una aplicación injustificada del falsacionismo popperiano en un campo para el que no fue pensado. La tarea de selección de las cuatro tarjetas Pero no es el problema 2-4-6 el único ejercicio en el que creyó Peter Wason encontrar un sesgo de confirmación, pues interpretó en un sentido semejante los resultados de su famosa tarea de selección de las cuatro tarjetas (Wason, 1966, 1968). Un estudio detenido de esta tarea ya lo acometimos en otro trabajo anterior (López Astorga, 2008b), y en él la describimos en términos similares a éstos: Se le muestran al participante cuatro tarjetas con un número en una cara y con una letra en la otra. Las ve dispuestas sobre una mesa, por lo que únicamente puede observar una de las caras de cada tarjeta, permaneciendo desconocido para él lo que figura en su otro lado. En las caras visibles aparecen dos números (por ejemplo, “4” y “7”) y dos letras (por ejemplo, “E” y “F”). La labor del sujeto experimental consiste en señalar cuál o cuáles de las tarjetas es preciso girar para comprobar la verdad o la falsedad de este enunciado condicional: Si en una tarjeta hay una vocal en una cara, entonces hay un número par en la otra. La lógica nos revela que hay que girar las tarjetas “E” y “7”. Si “E” tiene “7” en su lado oculto o si “7” presenta “E” en su otra cara, el enunciado es falso. No obstante, no es preciso seleccionar ni “F” ni “4”, puesto que, en los dos casos, es indiferente lo que encontremos en su lado oculto (piénsese en que “4”, a pesar de que confirmaría la regla si tuviese “E” en su otra cara, no la falsaría si presentara “F”). La respuesta válida desde el punto de vista lógico es, por tanto, la elección del par “E” y “7”. El problema de esta tarea consiste en que la mayoría de los participantes que se enfrentan a ella no suelen ofrecer la respuesta correcta, siendo la selección más frecuente el par “E” y “4”. 245 La interpretación que Wason realiza de estos hechos transcurre, como hemos indicado, en una línea similar a la de la explicación que presenta para el problema 2-4-6. A su juicio, se produce un sesgo de verificación que consiste en que los sujetos tratan de buscar evidencia a favor de la regla, sin pretender falsarla. Es cierto que la enorme producción escrita que ha generado la tarea de selección de las cuatro tarjetas3 nos hace ver que la comunidad científica no se sintió en absoluto satisfecha con esta interpretación de Wason, pero también lo es que diversos trabajos más recientes continúan presentando el comportamiento de los participantes en la tarea de selección como un cuestionamiento del criterio de falsabilidad de Popper. Uno de tales trabajos bien puede ser el de Von Sydow, Hagmayer, Metzner y Waldmann (2005)4, en el que se defiende que el criterio tradicional para evaluar las respuestas en la tarea de selección de las cuatro tarjetas de Peter Wason ha sido la norma falsacionista de Popper (1963), siendo precisamente eso lo que hay que modificar en la investigación de algunas versiones de la citada tarea. De este modo, creemos que no es redundante insistir en que no es legítimo considerar la propuesta popperiana como una descripción de los procedimientos que emplea el pensamiento humano para realizar inferencias. Popper (1963) indica únicamente un criterio de demarcación para distinguir aquello que es científico de aquello que no lo es. De hecho, Popper (1963) se ve en la necesidad de establecer tal criterio porque, precisamente, los investigadores en muchas ocasiones buscan únicamente confirmaciones de sus teorías. Por tanto, como apuntamos más arriba, si es que Popper (1963) nos dice algo sobre el razonamiento individual humano, nos revela que en excesivos casos se centra en la confirmación. Su reivindicación es que, aun reconociendo el papel que pueden tener los mitos y otras formas de conocimiento, las teorías, para ser consideradas como integrantes de lo que podemos denominar la ciencia empírica, deben ser falsables. Él no dice que las teorías habitualmente sean testables ni, mucho menos, que los seres humanos razonen, como regla general, por medio de falsaciones. Quizás habla más desde el ámbito del deber ser que desde el del ser. Hemos de tener en cuenta, además, que la tarea de selección de las cuatro tarjetas de Peter Wason se torna, con frecuencia, en un ejercicio de muy difícil comprensión para la mayor parte de los sujetos experimentales. En este sentido, se puede afirmar que no está nada claro que los participantes entiendan la regla expuesta como lo que es, es decir, como un enunciado condicional. Esto es de singular importancia porque, aunque, como hemos dicho, es un asunto ajeno a los intereses de Popper (1963), a nuestro juicio, no es cierto que los individuos en la tarea de selección verifiquen y no refuten. Ya en López Astorga (2008b) expusimos que la selección mayoritaria de los participantes en esta tarea de Wason (las tarjetas “E” y “4” en nuestro ejemplo) es la respuesta correcta para una hipotética tarea de selección en la que la regla uniera sus dos términos no por medio de un condicional, sino en virtud de una función barra de Sheffer. Sin duda, parece contraintuitiva la suposición de que los 246 sujetos interpretan el condicional de la tarea de selección como una función barra de Sheffer. Sin embargo, un análisis detenido del asunto puede hacernos ver este asunto desde otra perspectiva. Como indicamos en López Astorga (2008b), la tabla de verdad de la función barra de Sheffer es equivalente a la de la negación de la conjunción. Por tanto, podemos suponer, sin demasiadas dificultades, que lo que los sujetos pretenden es, por medio de la reducción al absurdo, negar la función barra de Sheffer y, de este modo, poder establecer que se dan casos de “E” y “4”. Es admisible sostener, así, que no es que los sujetos confirmen en la tarea de selección de las cuatro tarjetas, sino que no entienden la regla del modo literal en que está expresada (con una estructura si..., entonces...), y que, desde cierto punto de vista, procuran falsar. De todos modos, llama la atención que las tesis de Popper no hayan sido entendidas en su justa medida por parte de los investigadores pertenecientes al ámbito de la psicología cognitiva. Creemos que es oportuno ahora, por consiguiente, plantearnos la causa de la confusión y de esta interpretación incorrecta. El popperianismo y la psicología En López Astorga (2008c), expusimos algunas de las opiniones de Stenning y Van Lambalgen (2002) acerca de cómo se interpretaron las tesis popperianas en el ámbito de la psicología. Entendemos que es oportuno hacer referencia de nuevo a ellas, pues pueden proporcionarnos claves para comprender por qué el criterio de demarcación de Popper no fue visto como tal por determinados investigadores de la teoría psicológica, sino, según parece, como una descripción de la dinámica intelectual humana a nivel individual. En opinión de Stenning y Van Lambalgen (2002), un aspecto de suma relevancia a tener en cuenta es la división tajante que se estableció entre la psicología y la lógica a partir del trabajo de Frege. Empero, la relación entre la psicología y la lógica, según consideran, fue más una relación de “amor-odio” que un distanciamiento definitivo. Por una parte, los psicólogos rechazaron explícitamente la lógica, pero, por otra, asumieron como corazón epistemológico unas estructuras lógicas bastante simplificadas. A su vez, el popperianismo fue aceptado por los psicólogos, pero no fue del todo bien comprendido (al margen de que olvidaron investigaciones importantes en la filosofía de la ciencia sobre la lógica del descubrimiento, por ejemplo, las que se pueden encontrar en Hanson, 1958). Nosotros suscribimos que esta mala interpretación puede estar relacionada con la posibilidad de extender el alcance de la separación entre la psicología y la lógica y de interpretar que, realmente, la psicología también se distanció de la filosofía de la ciencia, de la epistemología y de otras áreas de la especulación filosófica. Pero, a pesar de que, sin duda, la incomprensión de la que hablan Stenning y Van Lambalgen puede verse apoyada, creemos, por lo que llevamos escrito en estas páginas, que obviamente la actitud de todos los psicólogos no fue idéntica y que siempre se corre el riesgo, cuando se intenta comprender la 247 actitud común de los profesionales de un ámbito de investigación determinado, de caer en generalizaciones injustas. Es evidente que la disposición de todos los psicólogos hacia la lógica en concreto o hacia la filosofía en general no fue, no es en la actualidad y, probablemente, no será en el futuro la misma. Desde el campo teórico de la psicología, han aparecido propuestas muy distintas que parten de presupuestos y de puntos de vista bastante diferentes, y así lo reconocen también Stenning y Van Lambalgen (2002). El problema es que, aceptando lo establecido en el párrafo precedente, consideramos que siempre existe peligro en la seducción que puede ejercer la cuantificación. Cuando una disciplina se apoya en la cuantificación, parece adquirir, en los tiempos presentes, legitimidad y un estatus epistemológico más elevado, pues esa disciplina puede comenzar a ser calificada como “científica” y como menos “especulativa”. Esta seducción cuantificadora pudo ser, claro está, una de las razones de la equivocada comprensión de la filosofía de la ciencia popperiana que, desde algunas líneas de investigación de la psicología, se aceptó como la correcta. Al fin y al cabo, si a determinada área del conocimiento no se le otorga toda la legitimidad que puede corresponderle, es posible que un análisis exhaustivo y detallado de sus desarrollos no sea considerado ni como necesario ni como relevante, dando lugar a que los investigadores se conformen con una lectura superficial y apresurada de las conclusiones a las que se llega en dicha área. De este modo, quizás, es la incomunicación existente entre la lógica y la psicología que comentan Stenning y Van Lambalgen (2002), incomunicación que puede interpretarse como una ruptura entre la psicología y la especulación filosófica, una de las causas de que las tesis de Karl Popper no hayan sido comprendidas en su verdadero sentido. Y decimos que ese divorcio pudo ser una de las causas, y no que pudo ser la causa única, porque la filosofía de Popper ha sido objeto de muy diversas interpretaciones desde distintos campos de estudio, incluida entre ellos, por supuesto, la propia filosofía. Conclusión Ni la tarea de selección de las cuatro tarjetas ni el problema 2-4-6 de Peter Wason aportan ninguna evidencia contra el falsacionismo popperiano. El propósito de Popper (1963) no se encuentra, como hemos indicado, en explicar el funcionamiento del razonamiento humano, sino, simplemente, en reflejar cómo llegó a un criterio que le permitió distinguir entre aquellas teorías que verdaderamente podían ser consideradas como científicas y aquellas que no alcanzaban dicho estatus. De hecho, él no sólo admite que el mito es un producto genuinamente humano, sino que le asigna una importante función en el desarrollo y el progreso del conocimiento. Si Popper hubiera pretendido describir la dinámica intelectiva humana, no hubiera podido atribuirle al mito el rol de germen de las teorías científicas. Las teorías científicas, en su opinión, surgen a partir de relatos no falsables y, por tanto, tales relatos no carecen de importancia. Es más, Popper es 248 consciente de que la astrología, la teoría de la historia de Marx, el psicoanálisis de Freud y la psicología individual de Adler son propuestas intelectuales presentadas con el fin de esclarecer determinados aspectos de la realidad. Ciertamente, dichas propuestas no pueden ser consideradas científicas, pues no satisfacen su criterio de demarcación, pero ello no supone que sean el resultado de una utilización errónea de las capacidades mentales humanas. El interés de Popper (1963) no es, en un principio, pronunciarse acerca de la verdad o de la falsedad de los planteamientos y teorías citados, como tampoco con respecto a si son aceptables o no, sino solamente determinar hasta qué punto pueden ser juzgados como pertenecientes al ámbito que usualmente denominamos ciencia. Se puede decir, por consiguiente, que las tesis de Popper (1963) son tesis epistemológicas enmarcables en un tipo de argumentación propio de la filosofía de la ciencia, y no reflexiones psicológicas, ya que él no está investigando en el terreno de la ciencia cognitiva, sino, como decimos, en el de la filosofía de la ciencia. De esta manera, pensar que los resultados de Popper se pueden relacionar con el modo en que el ser humano realiza su cognición puede ser una interpretación totalmente errónea de su pensamiento. Que una interpretación de esta índole puede estar equivocada es algo que también se puede comprobar en otros textos. Uno de ellos bien puede ser el de Lakatos y Musgrave (1970), autores que recogieron y difundieron el Coloquio Internacional de Filosofía de la Ciencia de 1965, celebrado en Londres, y en el que Popper y Kuhn se encontraron y debatieron. Nos parece relevante hacer mención aquí a algunos de los puntos que ambos autores discutieron en el mencionado coloquio, pues sus opiniones y argumentos pueden ayudarnos a iluminar aún más cuál es la auténtica posición de Popper con respecto a la falsación. Como es bien sabido, Kuhn (1962)5 distingue la ciencia normal de la ciencia revolucionaria. Durante las épocas de ciencia normal, los científicos trabajan dentro del marco establecido por el paradigma vigente en el momento, el cual es compartido por toda la comunidad científica. Las dificultades surgen porque, de repente, en los periodos de ciencia normal comienzan a aparecer anomalías, es decir, fenómenos no explicables por el paradigma aceptado. Estas anomalías se intentan resolver mediante hipótesis ad hoc, pero la confusión se presenta cuando el número de anomalías y de hipótesis ad hoc aumenta, pues la ciencia entra en crisis y se empieza a cuestionar el marco paradigmático, hasta ese instante, compartido. Éstos son los periodos de ciencia revolucionaria, los cuales suelen finalizar cuando se propone un nuevo paradigma que, además de explicar los fenómenos que explicaba su predecesor, resuelve las anomalías. Ésta, a priori, puede parecer una visión de la historia de la ciencia muy diferente a la descrita por Popper. Sin embargo, en el Coloquio Internacional al que hemos hecho referencia más arriba se pudo observar que ambos autores coincidían en diversos aspectos. Jaramillo y Aguirre (2004)6 nos cuentan 249 que, cuando los dos autores se encontraron, sus teorías se encontraban bien difundidas y poseían adeptos. Kuhn fue quien comenzó a exponer sus opiniones. Aceptó muchos puntos de encuentro con Popper, pero reclamó que Popper sólo se centra en la ciencia en crisis, ya que sólo atiende al instante en que una teoría es amenazada por una posible falsación. Por su parte, Popper argumentó que, ciertamente, existe la ciencia normal y que muchos científicos trabajan bajo las pautas prescriptivas del marco teórico vigente. Lo que sucede, en su opinión, es que la distinción entre ciencia normal y ciencia revolucionaria no es una distinción clara. La clave está, a su juicio, en la formación que reciben los científicos jóvenes. Sólo se les enseña a resolver problemas aceptando las reglas del paradigma aceptado, y no se fomenta en ellos el espíritu crítico. Por tanto, Popper supone que los científicos pueden no recibir la formación más adecuada para contribuir al desarrollo de la ciencia, lo cual implica que, si, por ejemplo, no se buscan ejemplos falsadores de una teoría, sino confirmaciones de la misma, ello no se debe a la manera en que está diseñada la arquitectura cognitiva del individuo, sino sólo a la educación que ha recibido académicamente. De esta manera, se puede sostener que, cuando Popper abandona el ámbito epistemológico y reflexiona sobre el sujeto individual, continúa sin referirse a temas relacionados con la ciencia cognitiva y que, por el contrario, atiende, fundamentalmente, a asuntos relativos a la dimensión pedagógica. Quizás podría entenderse el criterio de demarcación popperiano como un desideratum, como un requisito que deberían cumplir las teorías para lograr el estatus de científicas y que no siempre lo hacen. Parece oportuno, así, tomar las consideraciones de Popper (1963) sobre la ciencia no como una descripción del acontecer científico, sino como una reivindicación de las exigencias a las que deben ser sometidas las teorías científicas para ser catalogadas como tales. Desde este punto de vista, las posiciones de Kuhn y de Popper podrían ser perfectamente compatibles, ya que ambos autores no estarían refiriéndose a los mismos aspectos del ámbito científico. Kuhn estaría intentando reflejar cómo es el devenir histórico de la ciencia y cuándo se producen revoluciones científicas de impacto. Por su parte, Popper sólo estaría procurando establecer qué es científico y qué no lo es. En cualquier caso, y sea como sea, lo que sí es evidente, desde nuestra óptica, es que, si la filosofía popperiana va acompañada de dificultades para su aceptación o presenta planteamientos incorrectos o matizables, no deben utilizarse los desarrollos y los resultados de la ciencia cognitiva para demostrarlo, ya que la dimensión de la cognición humana es ajena a las reflexiones expuestas en Popper (1963). Puede que Popper no esté en lo cierto cuando defiende que las teorías, para poder ser verdaderamente científicas, deben ser falsables, pero para derribar su propuesta es preciso argumentar desde el campo epistemológico, y no desde ámbitos teóricos y académicos diferentes y hacia los que sus reflexiones no apuntan. Dicho de otro modo, si se pretende refutar el falsacionismo popperiano, únicamente son admisibles dos opciones: 250 i) intentar hallar teorías científicas no falsables que hayan sido aceptadas, o que sean aceptadas en el momento presente, por la comunidad científica en su totalidad sin discusión alguna y ii) procurar encontrar teorías que no entren dentro de lo que habitualmente consideramos el terreno científico y que, sin embargo, sean falsables. Sólo ejemplos de teorías de uno de estos dos tipos podrían suponer una quiebra del criterio de demarcación de Popper, al evidenciarnos que la falsabilidad no es realmente el elemento distintivo monopolizado por la ciencia. 251 Notas 1 Las reflexiones y los argumentos de Popper que vamos a interpretar y a parafra- sear en este apartado se encuentran en la obra y en las páginas mencionadas, es decir, en Popper (1963, 33-39). 2 Un estudio de esta paradoja puede encontrarla el lector en López Astorga (2008). Es en este texto en el que nos basamos para la descripción de la paradoja de Hempel que exponemos aquí. 3 Para una revisión de las tesis generales de la mayor parte de los enfoques que se han propuesto con la intención de explicar los resultados de la tarea de selección, véase Santamaría (1995) o López Astorga (2004). 4 Un análisis crítico de los planteamientos de Von Sydow, Hagmayer, Metzner y Waldmann (2005) puede encontrarse en López Astorga (2008c). 5 Una síntesis de las posiciones de Kuhn (1962) puede encontrarla el lector en López Astorga (2008c). 6 Jaramillo y Aguirre (2004) resumen de una forma muy nítida los ejes centrales del debate entre Popper y Kuhn en el Coloquio Internacional de Filosofía de la Ciencia de 1965. Remitimos a su trabajo al lector especialmente interesado y en él nos centramos para la exposición de este asunto. 252 Bibliografía GALE, Maggie y BALL, Linden J. (2002): “Does Positivity Bias Explain Performance on Wason´s 2-4-6 Task?” W. D. Gray y C. 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