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3ª.12- La gracia es desigual. Se adquiere. Se pierde y se recobra. Estamos hablando de los efectos de la gracia para poder conocer qué es la gracia. Esto también lo podemos decir de Dios. Para conocer a Dios, vemos sus efectos: la creación, la redención y la santificación. – Vimos algunos de los efectos maravillosos de la gracia: Nos hace hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y coherederos de la Gloria. También decimos: la Gracia es el más profundo perfeccionamiento de la naturaleza humana. Es decir, una persona, para que se vaya perfeccionando, debe estar en contacto con alguien diferente. Porque, si está totalmente solo, no puede crecer en conocimientos y valores. Por eso para que aprenda y crezca, debe estar en contacto con alguien diferente y que sea mejor. Si ese diferente es Dios, pues es lo mejor. Nosotros sabemos que podemos estar relacionados con Dios. Y esto porque el ser humano existe ordenado a Dios: viene de Dios y se dirige hacia Dios. Venimos de Dios y nuestra alma participa internamente de Dios. Vamos hacia el encuentro con Dios por medio de la amistad y del amor. Esto también es entre los humanos, como aparece más evidente en el matrimonio. El ser humano se une a Dios por el entendimiento, el amor y la libertad; pero para que esa unión pueda ser más eficaz, Dios le da una ayuda especial, que es la gracia. Y, como la gracia es una vida, por eso decimos que se adquiere, se puede aumentar, se puede perder y se puede recobrar. Y como se puede aumentar y perder, es evidente que es diferente en unos y otros. Es desigual. Esto de que es diferente en uno y otro, uno es más santo que otro, parece evidente, pero no lo es tanto. Aquellos protestantes del siglo XVI y sus seguidores dicen que la gracia es igual a todos. Esto porque, según ellos, no quita los pecados, sino que es como un manto que Dios pone encima para taparlos y no verlos. Por eso dicen que la «justificación» es igual para todos. Pero la Iglesia Católica ha definido que la gracia de Dios puede variar según la voluntad de Dios y según la preparación y cooperación de cada uno. Así pues, cada uno es diferente según se vaya preparando o según cómo coopere. Podíamos decir que la gracia en cierto sentido, en esencia, es igual para todos, ya que el ser humano se incorpora a Cristo, siendo el mismo Cristo para todos, y participamos del mismo misterio total de la salvación; pero en la realización es distinto el grado de esta santificación, pues cada uno abre el corazón de modo distinto a la actividad del Espíritu Santo. Y en este abrir el corazón a la acción de Dios hay muchas diferencias. Lo vemos en la vida normal, lo decimos en muchas oraciones de la liturgia en que se pide el crecimiento de la gracia de Dios, la purificación, la protección de Dios, el ser incorporados más a la vida de Dios. Si examinamos la Sagrada Escritura, podemos fijarnos en la parábola de los talentos, donde vemos una igualdad esencial, pero con la diferencia de la concesión de los talentos, que se dan de modo diverso a uno y otro. La parábola de la vid y los sarmientos habla de frutos diferentes según esté unido el sarmiento a la vid. También la pecadora a quien se le perdonan muchos pecados porque ha amado mucho. Aparece también en los evangelios la simiente que va creciendo. Un crecimiento que se debe sobre todo a Dios, pero que uno debe estar dispuesto a recibir la semilla. Ciertamente que la gracia viene de la voluntad de Dios; pero quiere que nosotros nos dispongamos cada día más. Para ello le pidamos a Dios que nos renueve, que no queremos ser igual, porque queremos ir creciendo, que transforme nuestro ser. Automático Ya no quiero ser igual. Pon en mi tu corazón. Porque todo lo que hay dentro de mi necesita más de Ti. Hacer CLICK Lo que hace Dios para cambiar nuestro corazón es precisamente darnos la gracia. Primero la gracia santificante; luego otras gracias que hemos llamado actuales. La gracia decimos que es una vida. Por eso nace, crece, se desarrolla y puede morirse. Pero esto depende de nosotros, no de ella que es vida participación de la vida divina. En primer lugar: la gracia nace. O dicho mejor, nosotros nacemos a la vida de la gracia. Recordamos aquella conversación de Jesucristo con Nicodemo, cuando éste le dice a Jesús: «¿Cómo puede el hombre nacer de nuevo siendo viejo?» Y Jesús le dice: «En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el reino de los cielos». Por lo tanto es una nueva vida, como lo vimos en el Bautismo. Jesús nos dice: «Quien no naciere del agua y del Espíritu Santo». Porque desgraciadamente hay personas que han nacido del agua, se han bautizado; pero no han recibido el Espíritu Santo. Esto sucede cuando una persona mayor se bautiza, pero no se arrepiente de sus pecados. Así que la plena gracia depende de Dios; pero Él quiere que nosotros colaboremos con nuestra libertad. También puede haber personas que, sin haberse bautizado por el agua, ya han recibido la gracia y el Espíritu Santo. Pienso ahora, por ejemplo, en san Agustín quien después de su verdadera conversión se preparó durante meses, en oración y penitencia, para recibir con mayor fervor el bautismo. Con el arrepentimiento tuvo que venir la gracia y la presencia del Espíritu Santo. De hecho el día de nuestro bautismo es el día más importante de nuestra vida, porque es cuando más recibimos, porque normalmente recibimos la Gracia. Entramos a pertenecer a la familia de Dios: somos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo y coherederos con Él del cielo. Ningún otro día podemos recibir más, ni por acontecimiento material ni espiritual. Pero veamos ahora sobre el nacimiento de la gracia. Lo primero que debemos decir es que viene de Dios. Así que es sobre todo una obra del amor de Dios. – Pero para que venga la gracia a nuestra alma, debemos prepararnos. Claro que es una preparación con la ayuda de Dios. Dios nos da gracias actuales para recibir dignamente la gracia santificante. ¿Qué clase de preparación se necesita? Lo primero es que se tenga una naturaleza apropiada. Había un dicho teológico antiguo muy famoso, que santo Tomás repetía: que la gracia necesita una naturaleza acomodada. Por ejemplo: si hay una persona muy animalizada, donde aparecen los instintos del mal, lo primero se tiene que humanizar para que pueda sustentar la gracia. Como ejemplo se suele poner el de un pintor que debe pintar una pared que está maltrecha. Primero debe alisarla para luego poderla pintar bien. La gracia es como un salir de Dios al encuentro del hombre tal como es, porque la gracia viene a ser como una encarnación en el hombre. Por lo tanto, si ese ser humano no está preparado para recibir tal dignidad como es el ser hijo de Dios, tendrá que recibir muchas gracias actuales para preparar su naturaleza: gracias actuales que influyan en su entendimiento y en su voluntad. Estas gracias le ayudarán para su preparación personal. Alguno piensa en conversiones casi fulminantes, como la de san Pablo o san Agustín. Quizá piensa que no pudieron prepararse porque fue una conversión repentina. En verdad que no fueron conversiones tan repentinas, pues llevaba su gran preparación, aunque quizá de modo diferente de lo que alguno piensa. Por ejemplo, san Pablo tenía preparada su naturaleza para que viniera la gracia de Dios. Buscaba a Dios, pero estaba equivocado. Lo que hizo Dios fue abrirle los ojos del alma, cegándole en el cuerpo de momento. Cuando san Pablo cambió la manera de ver las cosas y las personas, la gracia de Dios pudo venir a él. Cuando pudo humillarse ante Dios, pudo venir la gracia a él. La Biblia nos dice que hace falta la preparación con esos consejos: «Convertíos a mi y yo me convertiré a vosotros», «conviértenos a Ti y nos convertiremos». Es necesaria una cierta conversión, con la ayuda de Dios, antes de que venga la gracia santificante. Jesús había dicho una vez a Jerusalén: «Cuántas veces quise recoger a tus hijos a la manera que las gallinas recogen a sus polluelos debajo de sus alas y no quisiste». Así que en la preparación no sólo es necesaria la ayuda de Dios, sino también la cooperación de nuestra libertad. Por eso lo debemos pedir a Dios. Para orar siempre nos ayuda Dios. Le pidamos que nos dé un nuevo corazón para alabarle noche y día. Dame un nuevo corazón Automático que te alabe noche y día. Dame un nuevo corazón ¡Oh Jesús, Tu eres mi vida! Dame un nuevo corazón Y que sea morada tuya. Dame un nuevo corazón. Me cambiaste el corazón y me diste nueva vida. Ya tu espíritu está en mi Hacer CLICK Siempre la Iglesia tuvo en claro que el ser humano debía colaborar con su libertad para el acto de la conversión, el acto de acercarse a Dios y vivir la gracia. Por eso ya desde el siglo 2º se instituyó en el cristianismo el «catecumenado». Era la preparación para el bautismo de los adultos. Hoy que casi todos se bautizan de niños, se pide a los padres (y a los padrinos) que se preparen convenientemente para poder enseñar a sus hijos cuando crezcan. Claro, que la mejor enseñanza de unos padres a sus hijos es la de llevar una digna vida cristiana. Pero cuando el que va a bautizarse es adulto, deberá prepararse conociendo y comprendiendo mejor las verdades de nuestra fe. Y primeramente reconocer la propia condición de pecador y el recto temor de Dios. Esto sobre todo para quien se va a bautizar y antes ha llevado una vida de pecado y de maldad. Debe tener un gran sentimiento de arrepentimiento y buen propósito. Otro gran requisito para recibir la gracia, si uno es adulto, es la fe. La fe se puede tomar en varios sentidos. El sentido principal aquí es el de creer en las verdades de Jesucristo, en lo que va a recibir en el bautismo. Fe es una gran virtud, la 1ª teologal, de la que pronto hablaremos. Fe también es, como pedía Jesucristo cuando iba a hacer un milagro, una confianza en Dios, que nos da la maravilla de la gracia: Fe en Dios que nos dará sus ayudas necesarias. Esta fe o confianza en Dios necesitaremos especialmente si perdemos la gracia por un pecado grave cierto y queremos recuperarla. La fe desgraciadamente se puede perder. Lo mismo que se puede matar a una persona, se puede matar esta vida de la gracia, que es participación de la vida de Dios. Se pierde si nos separamos del Señor. Por eso debemos estar unidos al Señor, como los sarmientos a la vid, como nos decía Jesús. Y para no separarnos del Señor, como una rama del tronco del árbol, nos decía Jesús: «Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación». También san Pablo nos decía: «El que piensa estar en pie mire no caiga». Esto porque muchos han caído. De esto hay muchos ejemplos en la Biblia: Desde Adán y Eva. Luego Caín y David y Salomón y Judas y san Pedro. Constantemente vemos a muchos que caen o caemos. La gracia santificante se pierde por un solo pecado mortal. Ya veremos los temas sobre pecado y sobre mortal. Porque a veces se llama «mortal» a lo que no es del todo. Pero a veces sí lo es cuando la finalidad, en vez de ponerse en Dios, se pone totalmente en las criaturas. El pecado y la gracia no pueden estar juntos. Es algo así como la luz y las tinieblas. Donde hay luz, ya no hay tinieblas. Si se marcha la luz, allí están las tinieblas. Si uno se muere con un verdadero pecado mortal, se va al infierno, aunque antes hubiera sido un santo. Con el pecado venial no se pierde la gracia, pero se entristece a Dios, sin apartarse de Él. También es verdad que, si se pierde la gracia, se puede recobrar. Esto es algo que debemos agradecer mucho a Jesús, que murió por nosotros en la cruz para que tengamos los medios suficientes para recobrar la gracia. Y esto sobre todo por el sacramento de la confesión, como vimos en su momento. Para recuperar la gracia, sea en la confesión, sea con un acto perfecto de contrición (con propósito de confesarse), es necesario tener un arrepentimiento sincero con un propósito de enmendarnos. El arrepentimiento sincero debe ser por un motivo digno como es la bondad de Dios, que nos ha dado tantas cosas buenas. Alguno piensa que hacer un acto de perfecta contrición no es muy difícil, ya que hay fórmulas sencillas para eso. Pero la experiencia enseña que para la mayoría de pecadores, que viven habitualmente en pecado, sin preocuparse lo más mínimo en ello, es muy difícil. No el leer una oración, sino hacerlo de corazón. Pongamos cuidado en no perder la gracia. Y si la perdemos, procuremos cuanto antes recobrarla con una buena confesión y primero con el acto de perfecta contrición. Dicen algunos santos que, cuando uno ha caído a una vida de pecado, después de haber llevado una vida cristiana, el volver a la santidad esa persona, a Dios le cuesta más que el resucitar a un muerto y más que lo que le pudo costar la creación de todo el mundo. Pero Dios, que nos dio la gracia, sigue siendo el Dios bueno que nos ama y quiere que estemos con Él. Por eso hagamos un esfuerzo para orar y, desde lo íntimo del corazón o delante de su altar, postrémonos al menos interiormente y le digamos: Delante de tu altar, Señor, delante de tus brazos abiertos en cruz, Automático cuántas cosas te diría, Señor. Negué tu amistad y tu amor, me fui de tu casa muy lejos del Sol. Vuelvo a tus brazos, abrázame, Señor. de rodillas hoy te pido perdón. Vuelvo a tu lado, bendíceme, Señor, a tu lado cambiará mi corazón. Que María nos ayude a ponernos en las manos del Señor. AMÉN