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Actuar, trabajar, escribir,
está bien, pero es sólo la
gracia obtenida por el
rezo y el sacrificio lo que
convierte los corazones.
Las reglas de Nuestro Señor dicen:
“Bienaventurados son los pobres”.
pero las del mundo dicen:
“Bienaventurados son los ricos”.
Cuando Vd. piense
que no sirve para nada,
dígase a sí mismo:
“Mejor, pues Dios tiene
la costumbre
de servirse de los
instrumentos más
inútiles para realizar
grandes obras”.
Esforcémonos por lograr un corazón
humilde que nos permita juzgar con
bondad el modo de obrar del prójimo y
tolerarlo en sus pequeñas debilidades.
Mientras reine entre ustedes una admiración total,
su casa será un paraíso.
Pero, si permiten que esto falte
y dejan de obsequiarse con amor mutuo,
su casa será como un pequeño infierno.
Toma todo a
bien, pues quien
de veras ama,
difícilmente se
siente ofendido
por una palabra
cualquiera.
Quien ha sufrido la pérdida de su salud,
está en mejor posición de consolar a los que
padecen. Ser Cristiano y ver sufrir al prójimo,
sin llorar con él -esto es, sin tener amor-,
es ser un Cristiano de cartón.
Ten corazón para los pobres, entonces tu felicidad
será ilimitada. Debemos tratar a los pobres con alta
estima y humildad. Es una bella cosa ver en los
pobres a Dios mismo.
Quien haya amado
a los pobres en la vida,
estará libre de miedo
en el momento
de la muerte.
Vale más un acto de aceptar la voluntad divina,
cuando el Señor nos envía alguna adversidad,
que cien mil obras nuevas
nacidas de nuestra inclinación y gusto.
Para adquirir una virtud
permanente y verdadera
hay que practicarla
en detalles concretos.
Quien oye con desabrimiento, las advertencias y
correcciones se halla en un estado deplorable
y muy remoto de imitar a los santos.
Las palabras humanas
llegan a los tímpanos,
mas no al corazón.
Una palabra de Dios
dicha en el oído interior
basta para acabar
con nuestro orgullo.
Con frecuencia Dios nos manifiesta más amor
cuando nos niega aquello que le pedimos,
que cuando nos lo concede.
Él sabe mejor que nosotros
lo que nos conviene.
Tu primer pensamiento al levantarte
debe estar dedicado a Dios.
Ofrécele todos tus pensamientos, palabras
y obras del día que comienza.
Haz el firme propósito de no hacer nada
que le pudiera desagradar.
No hay nada más santo y perfecto que aceptar la
voluntad de Dios, lo cual nos conduce a un
desprendimiento de nosotros mismos
Es una
tentación
querer hacer
más de lo que
se puede:
se corre el
peligro de
desanimarse
antes de
lograrlo
Debemos preguntarnos: ¿Qué quieres dejar
hecho en el momento de tu muerte?
Lo que uno desee haber hecho en ese momento,
es lo que tiene que hacer ahora.
Haznos de verdad, Señor, pobres de espíritu,
de los que tiene puesta en Ti su esperanza;
de los que confían en Ti,
porque Tú, Señor, eres nuestra única riqueza.
AMEN.