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Decíamos que el que comulga a sabiendas de que está en pecado mortal comete otro pecado mortal de sacrilegio. Esto es en general; pero puede haber mucha diversidad dependiendo sobre todo de la intención con que se haga. Es muy diferente el que lo haga por odio a Jesucristo para hacer una profanación a aquel que lo hace medio por ignorancia. En realidad hay mucha gente que comulga sin saber que no debería comulgar. Esto suele pasar en situaciones de compromiso social. Alguno comulga porque cree que así Dios le va a ayudar. O también porque así Dios va a ayudar al difunto por quien se celebra aquella misa. Es difícil ver hasta dónde llega el pecado, sobre todo cuando hay ignorancia y buena voluntad. Hay personas, que en misas de difuntos están tristes y ven que otros van a comulgar y creyendo que hacen un bien, también se acercan. Es posible que sin haber ido a misa desde hace mucho tiempo o viven en pareja sin estar casados por la Iglesia. Dios verá las intenciones y lo que quiere realizar cada uno cuando comulga. Pero debe quedar claro lo que nos dice nuestra fe católica. A veces hasta de una manera externa lo ha querido manifestar Dios. Cuenta un autor antiguo el caso de una niña cristiana que, llevada por una amiga pagana a un sacrificio a los ídolos, comió algo de lo sacrificado al ídolo. Luego fue a misa y participó del cáliz sacrificial que se ofrecía a los niños. La niña, no pudiendo retener lo sagrado con lo idolátrico, con grandes esfuerzos lo arrojó. Decimos que, si uno tiene conciencia de tener pecado grave, no puede comulgar si antes no se confiesa. Pero hay circunstancias diversas. Por ejemplo: Si uno no se acuerda de aquel pecado y ya se ha levantado y puesto en la fila para comulgar de modo que sería como escándalo marcharse de la fila, podría antes de comulgar, hacer un acto de perfecta contrición con propósito de confesarse pronto. Otro caso puede ser el de quien se ha confesado para comulgar, pero se ha olvidado de decir algo grave. El pecado estaría perdonado, pero debe decirlo en la siguiente confesión. Otra cosa es la duda de si algo fue pecado o lo hizo con plena intención. Si hay duda, sí puede comulgar, aunque, si la duda es razonable, debe decirlo en la siguiente confesión. Hay dos casos que suelen darse con frecuencia, en los que no se debería ir a comulgar. Uno es cuando ha pasado algún domingo en que no se ha ido a misa simplemente por pereza, porque no se ha querido ir. Claro que el no ir a misa puede depender de muchos factores. Cada uno examine las circunstancias, las posibilidades, etc. Otro caso es el de aquellos que viven unidos sin estar casados por la Iglesia. No pueden recibir la comunión porque están faltando a algo grave de que nos habla la Iglesia (y que trataremos a su tiempo). Por eso, si quieren comulgar, deben organizar su vida matrimonial, aunque cada caso suele ser diferente. Por eso, consulten. Pero si no hemos hecho una cosa muy mala, vayamos a comer el cuerpo de Cristo, porque Él nos ha sentado a la mesa de la igualdad. Automático la comida de blanca paz y alegría, la bebida de roja fraternidad. Bien claro está lo que quiere Dios que nos regala el pan, bien claro está lo que quiere: con los que no tienen vino y pan. Otro hambre no han de tener los que comen de este pan, otro hambre no han de tener; no tendrán ya jamás hambre y sed. la comida de blanca paz y alegría, la bebida de roja fraternidad. Hacer CLICK Para comulgar dignamente, no solamente hace falta no tener pecado mortal, sino que hay que tener unas condiciones. Hay que prepararse lo mejor posible. Quiere decir que debemos ir preparados: estando unidos con Jesucristo, en la buena conducta, y unidos con los demás, porque vamos a recibir la comunión unidos, todos formando una unidad. Por eso unidos en el amor y caridad. Ciertamente que el que no se ha preparado recibe a Jesucristo; pero las gracias que recibe son muy diferentes de quien se ha preparado dignamente. Pasa como los alimentos: cuanto mejor están preparados, son más sabrosos. Y también aprovechan más si el cuerpo (el estómago) se ha ido preparando con sus jugos. Así el alma debe prepararse. Entre las características para prepararnos a la comunión una importante es el deseo de recibir la comunión. Hay muchos que deciden ir a comulgar casi en ese momento. Muchas veces es cuando ven a algún amigo o alguno de la familia que va. Así que de repente se les ocurre ir a comulgar, de modo que solos no irían. Cuanto más se desee más gracias se recibirán del sacramento. Se cuenta de san Gerardo Mayela que calumniado se le puso como penitencia no poder comulgar hasta nueva orden. Para él era una penitencia grandísima. Un día un sacerdote le pidió que le ayudase a misa (antes cada uno debía tener su ayudante). El santo le dijo que no podía. Ante la extrañeza del padre que sabía que no podía comulgar, pero sí ayudar a misa, el santo contestó que era lo mismo, “porque si yo ayudo a misa y veo tan cerquita a Jesús, no podría contenerme y robaría a Jesús”. Ha habido casos en que Dios ha hecho un milagro para satisfacer el deseo grande de un alma buena. Se cuenta de la niña beata Imelda, llamada mártir de la 1ª comunión. No se la permitía comulgar, pues tenía 11 años y la norma allí eran los 14 años. Imelda amaba a Jesús con todo su corazón y deseaba recibirle. Sin embargo era ya religiosa desde los 10 años, pues para ciertos casos admitían a esa edad con una regla más suave. En un día de fiesta de la Virgen, mientras las religiosas estaban comulgando, Imelda estaba llorando en el banco por no poder comulgar. De repente una hostia consagrada se le escapó de las manos al sacerdote y se puso encima de la cabeza de Imelda. El sacerdote la recogió y se la dio en comunión. Imelda se quedó orando, tan quieta que, después de que había pasado mucho tiempo, cuando fueron a tocarla, estaba muerta. Su corazón no había resistido tanta alegría y amor. Santa Juliana de Falconieri estaba moribunda. Quería comulgar, pero todo lo arrojaba en vómitos. Pidió la gracia de al menos poder ver la hostia santa. Y se la llevaron. Quería tenerla también sobre su pecho. Pusieron un corporal y allí tenía a Jesús sacramentado. Todos los presentes pudieron ver cómo la hostia santa iba desapareciendo penetrando en el pecho de la santa, mientras decía: “Oh, Jesús mío”. Y murió. De san Estanislao de Kostka, un santo jesuita que murió muy joven, se cuenta que una vez tuvo que hacer un viaje muy largo. Todo su deseo era encontrar una iglesia para poder comulgar. A lo lejos vio una iglesia y echó a correr hacia allá. Su desilusión fue grande cuando vio que no era católica sino de protestantes donde no se daba la comunión. Y siguió el camino. Pero tales eran sus deseos, que Dios le envió un ángel para darle la comunión. Se dice de santa Mª Micaela del Santísimo Sacramento, fundadora de las hermanas adoratrices, que tenía un gran empeño en no quedarse un día sin poder comulgar. Un día debía hacer un viaje muy largo, en aquellos coches de caballos. Debía salir a las 5 de la mañana. Se levantó a las 4 para ir a la iglesia que estaba lejos. Llovía mucho. Pidió a Dios que si quería que comulgase dejase de llover. Y así fue. Al salir a la calle sin luz había un hombre con un farol dispuesto a acompañarla a la iglesia, donde estaba un sacerdote esperando. De nuevo el hombre del farol, para llegar a casa a las cinco. Muchas veces Dios recompensa los grandes deseos, si no es de forma material, ciertamente de forma espiritual. Lo triste es lo de muchas personas que ni se dan cuenta de lo que están recibiendo. Lo primero para recibir las gracias del sacramento es saber lo que se recibe y luego desearle. De hecho, aunque tengamos mucho deseo de recibir a Jesús, es mayor el deseo de Jesús de venir a nosotros. Así que lo grande es cuando se reúnen los dos deseos. Es como una chispa de gracia que produce mucha más gracia. Las personas que tienen esos grandes deseos de recibir a Jesús es porque han percibido que la comunión es el abrazo más íntimo que puede darse entre dos que se quieren, algo así como dos almas que se funden en un mismo beso. Automático nosotros nos fundimos en un mismo deseo, bebiendo de Tu vino, comiendo de Tu pan. Lo mismo que la vida se funde en la esperanza, nosotros nos fundimos en un afán de entrega, al darte Tú en el pan. Son Tu cuerpo y tu sangre, el signo del amor. Hacer Click Para la comunión debemos preparar el alma con un gran deseo. Pero también en cierto sentido debemos preparar el cuerpo. Hoy día queda como obligación el no comer al menos una hora antes de comulgar. Hace años las normas eran mucho más estrictas. En el principio del cristianismo no había estas normas, de modo que se comulgaba dentro de una cena, como lo hizo Jesús con los apóstoles. Pero ya san Pablo decía que esto era un peligro, porque como cada uno llevaba su comida, unos llevaban mucho y otros poco. Y la comunión no era lo que debía ser: una común unión. Ya a finales de san Pablo comenzó a diferenciarse lo que era la reunión de la eucaristía de otra clase de reuniones de hermandad. Normas generales para toda la Iglesia se dieron no muchos años después en sentido de que hubiera tal separación. Pero no había normas concretas sobre horarios de ayuno. Fue pocos siglos más tarde, cuando había abusos de gentes que iban a la misa recién bebidos en abundancia. Y se puso la norma de que para comulgar debían estar sin haber comido ni bebido nada desde las doce de la noche del día anterior. Y así fue esta norma prácticamente hasta el concilio Vaticano II. La norma no se mantenía porque la persona se manchase internamente con otros alimentos, sino que se quería poner de relieve la diversidad, la diferencia y sobre todo la excelsitud de ese pan eucarístico frente a todo otro alimento. Diferenciar el banquete eucarístico de cualquier otro, para darle reverencia es lo que más motivó esa regla. Era un motivo de respeto. Luego se vieron las complicaciones, especialmente cuando comenzaron a poderse decir misas por la tarde a raíz del Conc. Vat. II. Se pusieron tres horas de ayuno; pero aún también había dificultades. Luego ha quedado lo de una hora, y no muy estricta especialmente para los sacerdotes que tienen que decir varias misas. En la preparación lo importante es lo interno, el corazón. Y lo importante es que tengamos fe viva. Cristo lo exigía antes de hacer cualquier milagro. Y junto con la fe debemos tener una humildad profunda, pues tenemos muchas miserias. Por eso la Iglesia, antes de la comunión, nos invita a pedir perdón a Dios. Había santos que, a pesar de estar enfermos, cuando iban a recibir el viático, lo querían recibir de rodillas por ese sentimiento de su nada frente a la grandeza del Señor. Al mismo tiempo debemos tener una confianza grandísima en el Señor. Es el mismo Jesús del evangelio quien viene a visitarnos. Es Jesús que con infinita ternura acoge a los pecadores. Es el padre, pastor, el hermano y médico que nos puede sanar y fortalecer. Jesús es el amigo divino que quiere estrecharnos contra su corazón. Por eso debemos avivar el amor y la esperanza. Cuanto más amor tengamos, mayor será el fruto de la comunión. En verdad que, si llegamos a sentir a Jesús, como los santos, lo tenemos todo. Automático ahora que eres Cuerpo y Sangre, vives en mí. De rodillas yo caigo al contemplar tu bondad, ¡cómo no te voy a adorar! tu gracia va inundando todo mi corazón, ¡cómo no te voy a adorar! Señor Jesús, mi salvador, Amor eterno, Amor divino, ya no falta nada, lo tengo todo, te tengo a Ti. Ya no falta nada, lo tengo todo, te tengo a Ti. María nos presenta a Cristo en la Eucaristía. AMÉN