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Reflexión semanal MONS. ALAMILLA LLEGO A LA CASA DEL PADRE ETERNO Federico Müggenburg El sábado 20 de noviembre, vigilia de la festividad de Cristo Rey, murió Mons. Genaro Alamilla Arteaga, Obispo emérito de Papantla, Veracruz, y emérito auxiliar de la Arquidiócesis de la ciudad de México. Don Genaro falleció a los muy fructíferos noventa años, habiendo nacido en la ciudad de México el 21 de junio de 1914, en la colonia Santa María la Rivera. Desde muy niño mostró profundo fervor religioso y pronto evidenció las inclinaciones por la vida religiosa. Sin duda las vivencias infantiles por la feroz persecución religiosa contra la Iglesia Católica, impulsada en los tiempos del obregonismo y el callismo, le marcaron definitivamente. Ingresó al seminario de Veracruz, de donde muy pronto tuvo que irse, como la gran mayoría de sus contemporáneos seminaristas mexicanos, a estudiar la carrera eclesiástica al seminario de Montezuma, en Texas. Ahí fue discípulo de magníficos profesores, varios de ellos del talante del Padre Salomón Rahaim S.J. seguidor fiel del carisma de San Ignacio de Loyola, como lo muestra su libro póstumo titulado: “Cristo, bandera de contradicción”. Mons. Alamilla Arteaga, fue ordenado sacerdote a los 29 años, el 10 de octubre de 1943. Desde el principio de su vida apostólica fundó diversos grupos de jóvenes, interesado particularmente por dar vitalidad a los gremios artesanales. Pronto se incorporó al “Movimiento Por Un Mundo Mejor”, que habiendo sido fundado en Italia en 1952 por otro benemérito jesuita, el Padre Riccardo Lombardi S.J., también floreció en México, impulsado entre otros, por el entusiasmo de Don Genaro Alamilla. Dicho movimiento era “de carácter fundamentalmente ascético, sin ninguna imposición autoritaria, y con diversas formas de retiros, reuniones, publicaciones y predicación trataba de suscitar una espiritualidad por la que cada uno se subordinara completamente al bien común de la Iglesia, para que produjera la muerte total del egoísmo, estableciendo una convivencia inspirada totalmente en la caridad”. Fue nombrado Obispo de Papantla, Veracruz, el 13 de julio de 1974, habiendo sido consagrado el 19 de septiembre de ese mismo año. Pero las dificultades de salud ocasionadas en gran parte por la persecución de los “jacobinos trasnochados” de esa zona, -que han obligado a que, a pesar de que la cabecera de la diócesis está en Papantla, tenga la residencia física en Teziutlán, Puebla-, le forzaron a la renuncia el 26 de enero de 1980. Después de su recuperación, se incorporó como obispo auxiliar de la ciudad de México, con su amigo Mons. Ernesto Corripio Ahumada. Durante nueve años fue Secretario General de la Conferencia del Episcopado Mexicano y luego seis años, Presidente de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales y por lo mismo Vocero del Episcopado. Pugnó porque los jerarcas católicos tuvieran cada vez mayor presencia en los medios de comunicación. Cultivó una relación cordial y afectuosa, no exenta de su misión pastoral, con los reporteros de la fuente religiosa. Fundó el semanario arquidiocesano “Criterio”, que provocó muchas polémicas en la gran prensa nacional, que se “escandalizaba” de algunas legítimas tomas de posición por parte del arzobispado de México. Al cumplir los setenta y cinco años, presentó la renuncia que exige el Código de Derecho Canónico a todos los obispos y poco tiempo después se fue a vivir a Ciudad Mante, Tamaulipas. Desde ahí, aún en medio de los achaques propios de la edad, mantuvo una gran relación con grupos de jóvenes a quienes cariñosamente llamaba “los compadres”, a quienes auxiliaba espiritualmente viajando por el país a pesar de las crecientes dificultades para caminar, acompañado de su bastón. Nunca perdió el optimismo y el buen humor. Mantuvo, mientras conservó la vista, su colaboración con enjundiosos artículos en la gran prensa nacional. Aún después de quedarse casi ciego, hacía que le leyeran textos de periódicos, revistas y libros, para luego dictar sus últimos artículos. Los años finales, los pasó casi aislado y aquí vale la pena hacer notar, el gran apoyo humano y material que siempre le proporcionó el que quizá fuera su mejor amigo, “el Chapo” –así se llamaban de cariño mutuamente entre ellos- el Lic. Alejandro Gurza Obregón y su familia, que le pusieron a disposición un departamento particular en su casa en Torreón, para cuando el quisiera irse a vivir allá. Salvo muy esporádicas y breves estancias, con mucho pundonor y humildad, agradeció esa noble oferta, y prefirió seguir viviendo en Ciudad Mante. El último año y medio, se deterioró mucho su salud, estuvo temporalmente recluido en el Hospital de la “Beneficencia Española” en Tampico, en donde fue intervenido quirúrgicamente a principios de este año, para luego irse a esperar la llamada del Padre Eterno, en su “queridísima guarida” de Ciudad Mante. Descanse en paz, un benemérito Obispo de la Iglesia Católica en México, profundamente fiel al Papa y a la Doctrina de la Iglesia, lo que viene a convertirlo en un símbolo mas del tipo de obispos ejemplares de la Iglesia contemporánea en México. 06DIC04 + + +