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Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 43 DERRUMBE Y DESTINO DEL ESTADO-NACION EN ARGENTINA La Patria no ha de ser para nosotros nada más que una hija y un miedo inevitable, y un dolor que se lleva en el costado sin palabras ni gritos. Leopoldo Marechal, Heptámeron, 1966 1. Destrucción y reconstrucción del Estado El enigma del fracaso argentino luego de la segunda mitad del siglo XX se puede comprender en parte por la incapacidad de la clase dirigente para administrar el Estado en función de los intereses públicos. El costo que el pueblo argentino ha tenido que pagar por las prácticas prebendistas, corporativistas, clientelísticas y mafiosas durante las últimas décadas es tan importante como el monto de la deuda externa cifrada en más de 140 mil millones de dólares. Los subsidios a las ficticias radicaciones industriales entre 1970-2000 tuvieron un costo fiscal superior a los 30 mil millones de dólares, muchos de los cuales sirvieron para subsidiar a las automotrices extranjeras. La estatización de las deudas privadas en l982, por obra del entonces director del Banco Central Domingo Cavallo, fue del orden de los 20.000 millones de dólares. La Guerra de Malvinas insumió unos 10 mil millones de dólares. Las evasiones impositivas y aduaneras en las últimas décadas superan los 30.000 millones de dólares. Los enriquecimientos ilícitos a través de obras públicas con sobreprecios, licitaciones y transacciones fraudulentas (maffia del oro, tráfico de armas a Ecuador y Croacia, entre otras) también se cifran en varios miles de millones de dólares. Si a esto agregamos la baja productividad del Estado y el sobreempleo clientelístico tendríamos una cifra superior al PBI de todos los países de América Central y Caribe. Argentina dilapidó a través de una mala gestión pública una gran parte de su capacidad de crecimiento. Los gobernantes y dirigentes de turno engrosaron las plantas de la administración pública con parientes, amigos y seguidores que asumieron sus cargos como una renta. Así como la oligarquía tradicional había usufructuado de la renta diferencial de la tierra durante la primera parte del siglo XX surgió luego progresivamente la figura de la “renta diferencial del poder político”. La clase dirigente endeudó al Estado y al pueblo argentino para afrontar los déficits de las finanzas públicas. Sólo por milagro un país podría sobrevivir en tales condiciones. El milagro del Estado rentístico llegó a su fin con la quiebra de las finanzas públicas, el default , la pérdida del sistema de créditos y la parálisis de todo el sistema público. Sin duda, para hablar del Estado y la Nación en el contexto del derrumbe de la Argentina en este comienzo del siglo XXI no podemos recurrir a una idea de reforma o de modernización. Sería más apropiado hablar de reinvención del Estado. Lo cual nos obliga a pensar no sólo la identidad de la Nación, no sólo la organización del sistema estatal, sino también la rearticulación con las organizaciones sociales de la sociedad emergente. Porque luego del catastrófico derrumbe del Estado y de la dramática desintegración de la sociedad ya no quedan posibilidades para repetir las formas que en el pasado nos llevaron a la decadencia. La búsqueda de un nuevo punto de partida se puede detectar fácilmente entre los actores que protagonizan las diversas protestas y conflictos actuales. Este sería uno de los significados de la consigna “que se vayan todos”. Resulta evidente que no se puede encarar el futuro sin replantear las estructuras del poder estatal y sus relaciones con la sociedad y la economía. La reconstrucción de Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 44 la economía, de la sociedad y del Estado son ineludibles para afrontar la catástrofe que hoy enfrenta el pueblo argentino. Este simple enunciado encierra la magnitud del desafío histórico que tenemos por delante. Significa entre otras cosas que no se trata de una crisis económica o financiera, como las negociaciones con el FMI tienden pueden hacernos creer. Aunque los aspectos económicos tienen un alcance decisivo en la supervivencia actual del pueblo argentino, lo que esta en juego es la reelaboración de un nuevo modelo social y de un nuevo proyecto de país. Queremos plantear la necesidad de reinventar la idea del Estado-Nación, no por un capricho ideológico sino porque a la luz de la experiencia contemporánea podemos constatar que se trata de un requisito para la supervivencia de cualquier pueblo. Sin embargo, no podemos afirmar con certeza que como referentes políticos y simbólicos el Estado y la Nación han de conservar la centralidad que han tenido en la formación de la Argentina moderna. No es sólo el efecto de la globalización lo que amenaza la entidad del Estado-Nación. Cabría preguntarse si la mayoría de los argentinos están dispuestos a asumir un cultura del espacio público que implique respetar los intereses comunes por encima de los intereses particulares. La ausencia de normas, de sanciones morales o administrativas, el quiebre de las jerarquías, el clientelismo gremial o político, las prebendas y privilegios de los que detentan el poder, han creado una cultura organizacional difícil de deshacer. Si los mismos empleados públicos y la población no manifiestan la voluntad de fortalecer las reglas de un Estado inteligente , eficaz y solidario, es probable que los dirigentes políticos lo vean como una misión imposible. Entonces el camino seguirá abierto para el desmantelamiento del aparato público. Por otro lado, al interpretar la dinámica de los actores sociales que se movilizan para reconstruir la sociedad notamos que en la mayoría de ellos existen fuertes rechazos a las formas del Estado que conocemos con sus prácticas perversas o ineficientes. Ni los piqueteros, ni los cartoneros, ni los asambleístas barriales, ni los intelectuales críticos, ni los estudiantes, ni las organizaciones sociales, ni los pequeños y medianos empresarios, están pensando en reproducir las estructuras vigentes. Obviamente, tampoco buscan fortalecer el Estado-Nación los neo-liberales, la burguesía dependiente, las empresas trasnacionales o el Fondo Monetario Internacional. Detrás de estas tendencias podemos discernir distintas orientaciones de carácter económico, social o político. En cualquiera de ellas el concepto de “Estado-Nación” tiende a reformularse, a “deconstruirse”o a relativizarse. Colocar al Estado-Nación en el centro de la escena sin subestimar las estrategias económicas, las reivindicaciones igualitaristas y las demandas de democracia directa implica adoptar una perspectiva neo-estatista. Podemos suponer que sin la consolidación del Estado resultará problemático mantener el Estado de Derecho, recrear el Estado de Bienestar y llevar adelante un proyecto de desarrollo autosustentable. Tampoco sería viable siquiera la vigencia del contrato social: la lucha de todos contra todos ya amenaza de mil maneras la sociedad argentina. El mismo proceso de globalización, contra lo que dicen muchos analistas, exige la vigencia del Estado-Nación como sujeto capaz de defender los intereses del país sometido a un endeudamiento externo insoportable y a la internacionalización de su economía. 2. Una economía sin sociedad, una sociedad sin Estado de En la década del 90 la Argentina ensayó con el respaldo de las ideas neo-liberales y los organismos de crédito internacional un proceso de privatización y de Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 45 internacionalización a ultranza de la economía nacional. Lo cual llevó a eliminar primero los resortes básicos del Estado y luego a la marginación de una parte importante de la sociedad. Después de un largo período de más cincuenta años en que el Estado controlaba la economía y la sociedad nos encontramos con una doble disociación: una economía sin sociedad y una sociedad sin Estado. Se asumió que el Estado no debía tener políticas de desarrollo económico-social y se produjo un abandono progresivo de las responsabilidades sociales del Estado. Es en el marco de esta disociación, a su vez epifenómeno de la desintegración social, que podemos comprender el hecho de que aparezcan fuertes tendencias sectoriales: los que piensan que todo se puede arreglar desde el mercado y las variables macro-económicas, los que piensan que todo se resuelve con políticas asistenciales y los que creen que un simple cambio de las representaciones políticas puede resolver la crisis. El Estado sigue siendo de hecho una realidad innegable: dispone de un presupuesto de gastos cercano a los 60 mil millones de pesos entre todas sus jurisdicciones , tiene un sistema educativo complejo que atiende a cerca de 12 millones de personas, posee fuerzas armadas y de seguridad profesionalizadas y modernas, atiende sistemas de salud, de justicia y de seguridad social que aún en crisis representan un capital social muy significativo. El Estado existe de hecho no sólo como expresión del gasto público, que se ubicaba en el tercer rango de América del Sur en el 2001, sino también como estructura social y política. Sin embargo, nunca como ahora se ha deslegitimado y minimizado tanto el poder público y el Estado. Este hecho por sí mismo genera un alto grado de inoperancia y de ineficiencia. La gestión pública ha perdido sus valores, ha perdido autoridad y responsabilidad, ha perdido los criterios de racionalidad y de equidad en sus decisiones. O sea, marcha a la deriva. De la figura del Estado Benefactor que instaló el peronismo entre 1946-55 se fue deslizando hacia el Estado Burocrático Autoritario bajo el poder militar, con interregnos breves de gobiernos civiles, llegando al Estado Terrorista entre 19761983. A partir de la restauración democrática iniciada en 1983 se acentúa la figura del Estado Clientelístico para llegar al Estado Ausente de los 90 con el gobierno de Menem. En la etapa actual pareciera que todos los actores (piqueteros, ahorristas, comerciantes, empresas, bancos, profesionales o trabajadores públicos) consideran al Estado, por distintas razones, un enemigo. En este contexto parece imposible reivindicar el rol del Estado-Nación. Sin embargo, desde la razón histórica, sabemos que sin Estado la sociedad argentina no tiene futuro. Una de las razones de la disociación entre la sociedad y el Estado tiene que ver con el debilitamiento del referente utópico, ético, imaginario y simbólico que desde mediados del siglo XIX dió sustancia a la formación del Estado moderno argentino: la idea de Nación. Esta idea se reelaboró luego de la batalla de Caseros (1852) con elementos federalistas-unitarios, democrático-liberales, cosmopolistas, progresistas y elitistas, que pese a la hegemonía de una oligarquía liberal permitieron construir la idea de una Nación compartida por todos. Este proceso llevó por lo menos 30 años de consolidación hasta 1880. Con la aparición del radicalismo a principios del siglo XX y del peronismo a partir de 1949 la idea de Nación incorporó valores democráticos, nacionalistas, populistas y americanistas. La conciencia nacional pudo ser interpretada desde las versiones liberales, nacionalistas, democráticas, socialistas o populistas pero sirvió como referente básico para definir el funcionamiento del Estado y la cohesión social. ¿En qué momento se produce una ruptura entre la idea de Nación y la legitimidad del Estado?. Un primer hito es sin duda la experiencia del Estado terrorista en el período 1976-1983. Esta experiencia fue mucho más allá del modelo de “dictadura Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 46 militar” o “gobierno militar” que los argentinos de diversos sectores habían aceptado como recurso político desde 1930. Las versiones anteriores del poder militar conservaron, pese al autoritarismo, límites de legitimidad y de representación de intereses colectivos. El “terrorismo de Estado” convirtió al poder estatal, militar, judicial o policial en sinónimo de arbitrariedad total, en amenazas reales y potenciales para la seguridad de los ciudadanos. El poder militar no solo generó una antinomia entre el poder militar y la sociedad civil sino que también creó una amalgama funesta entre el ejercicio de la autoridad pública y el totalitarismo. Esto explica en parte que a partir de la restauración democrática que comienza con el presidente Alfonsín en 1983 se asumiera como paradigma que había que autonomizar a la sociedad civil frente al estado autoritario. Ideólogos democráticos y progresistas como J.C. Portantiero, Eduardo Rabossi, Carlos S. Nino y otros, expresaron esta antinomia a través de discursos que justificaron las nuevas políticas tendientes a desmantelar el estado autoritario en todas sus formas. La democratización parecía exigir esto. Pero se subestimó la importancia del Estado y de la función pública a tal punto que se llegaron a suprimir los organismos de planificación, de estadísticas, de control de gestión pública. El principio de autoridad fue cuestionado tanto en las escuelas como en las empresas públicas. Las provincias y las universidades fueron adquiriendo poderes feudales en nombre del federalismo o de la autonomía. Hacia 1989, cuando el proceso hiperinflacionario llevó a la renuncia del Alfonsín, los organismos y las empresas del Estado resultaban inmanejables. Ya no existían políticas públicas ni gestión estatal. El tercer paso se produjo durante el gobierno de Menem (1989-1999). Ante la quiebra de la gestión pública los argumentos de los neo-liberales encontraron terreno fértil para lograr consenso en torno a la privatización de las empresas del Estado. Ya no existía autoridad ni capacidad suficiente para hacer funcionar correctamente el Correo, los Teléfonos, la provisión de agua y electricidad, los ferrocarriles, las empresas marítimas, aéreas o petroleras del Estado. La opinión pública mayoritaria ratificó esta política al votar la reelección de Menem. Así culmina un proceso de desligitimación del Estado que socava al mismo tiempo las funciones del poder público y la idea de Nación. Fenómenos como el alquiler de una escuela municipal de Buenos Aires para convertirla en Shopping, la privatización del cobro de impuestos, la liquidación del sistema de seguridad social público, la transformación de propiedades de las fuerzas armadas en centros comerciales o el abandono de las políticas sociales, son algunos de los síntomas de la nueva política. La adopción del dólar como moneda de cambio (ley de “convertibilidad”) significó renunciar a la soberanía monetaria, un atributo que los Estados modernos conquistaron a fines de la Edad Media europea. Entretanto, los funcionarios públicos en todos sus escalones fueron desjerarquizados, en términos salariales y funcionales. Los dirigentes políticos al frente del Estado se convirtieron en operadores de intereses económicos propios y ajenos. Muchos hicieron de la función pública una herramienta para favorecer sus propias clientelas partidarias. La corrupción se generalizó en todos los niveles y en todas las instituciones públicas: desde las comisarías hasta los órganos municipales, desde la justicia hasta el gobierno nacional o provincial. El fiscal italiano Di Pietro, cuya política de mani puliti” llevó al procesamiento de 3.000 funcionarios y dirigentes políticos en Italia, sostuvo que en Argentina la corrupción fue diez veces mayor. Al final de este proceso lo que encontramos es una sociedad que vive al márgen de la ley, un Estado que es incapaz de garantizar el cumplimiento de los principios constitucionales que aseguran el contrato social, un sistema judicial y policial incapaz de asegurar el cumplimiento de la ley, una población ampliamente desamparada y despojada por el mismo Estado, una estructura política supernumeraria, clientelística y Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 47 disfuncional, un sistema financiero fuera de control, un espacio económico altamente extranjerizado, una cultura dominante ajena a un proyecto de Nación. 3. La idea de Nación: de la Colonia a la República Transnacional Los pueblos pueden apelar a distintas ideas-fuerzas o valores para construir una proyecto común. Unos evocan la tierra de sus ancestros (la identidad telúrica y ancestral), otros sus creencias religiosas comunes (fundamentalismo religioso), otros reivindican su tradición y su historia, algunos se apoyan en los valores comunitarios. Argentina tiene una historia que con sus contradicciones ha producido una cierta identidad colectiva. También tiene un patrimonio cultural, popular o elitista, cuyos personajes y creaciones identifican a un pueblo: Gardel, Borges, el tango, el folklore, el futbol, la educación pública, la danza clásica o el cine son algunos exponentes. No ha sido ni la tierra, ni la sangre ni la religión lo que forjó una identidad colectiva: fue la obra de políticas públicas durante más de un siglo, fue una cierta idea de Nación, fue la creatividad de muchos protagonistas que se asumieron como parte del “pueblo argentino”. La idea de Nación, en ausencia de tradiciones como en Europa, en ausencia de fuertes comunidades como en Estados Unidos, ha sido determinante en Argentina para definir la configuración del Estado y la sociedad. El problema es que ya no sabemos que contenidos tiene esa idea en nuestros días. Tampoco sabemos en qué medida puede ser todavía el referente de un proyecto de desarrollo en común o de un nuevo contrato social. Los países europeos, en tránsito hacia un sistema de integración transnacional, encontraron un soporte en sus identidades étnicas, en sus tradiciones locales y en una cierta de unidad sustentada por una fuerte consolidación de su mercado común. Francia, el menos localista y étnico de los países europeos, reforzó sus valores nacionales para integrarse en la Unión Europea. De allí sus resistencia a los reclamos de la Organización Mundial de Comercio (OMC) para que se reconozca a los bienes culturales como bienes transables, sujetos a normas del mercado. El Estado francés afirma que los bienes culturales hacen a la identidad, a la socialidad, a los valores del pueblo francés o de cualquier pueblo. La idea de Nación sigue siendo para los argentinos un referente fundamental. No porque exista una “esencia del ser nacional” o porque pueda mantenerse del mismo modo que en el pasado la idea de “soberanía nacional”. No hay que olvidar que muchos de los “proceres nacionales” fueron personajes “transnacionales”: Liniers, héroe de la guerra contra los ingleses era francés, San Martín, padre de la Patria vivió y murió en Europa luego de luchar por la Independencia de Chile y Perú , Guillermo Brown, fundador de la Armada era de orígen irlandés, el criollo nacionalista Juan Manuel de Rozas se refugió en Gran Bretaña cuando lo derrocaron, Sarmiento vivió muchos años exiliado en el extranjero y reivindicó abiertamente la inmigración europea, Saénz Peña peleó como coronel peruano en la Guerra del Pacífico antes de ser Presidente. Artigas, Gardel, Cortázar, Borges, los misioneros italianos salesianos de la Patagonia, los colonos galeses del Chubut, los gauchos judíos de Entre Ríos, los sirio-libaneses (los “turcos”), los “gallegos”, los “vascos”, son personajes que nos revelan la complejidad cosmopolita de la identidad nacional argentina. Uno de los rasgos más distintivos del “ser nacional argentino” proviene del cosmopolitismo y el multiculturalismo de su población. Ahora, los argentinos están reconocimiento su diversidad, están revalorizando sus “diferencias”. Lejos de ser una desventaja esta diversidad se encuentra implícita en el Preámbulo de la Constitución Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 48 Nacional de 1853 cuando dice “para nosotros, para nuestra posteridad y todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. El cosmopolismo ya era entonces un proyecto. Pero ahora el problema es cómo reafirmar una identidad en medio de un proceso de globalización que en Argentina fue presentado como un proceso de recolonización económica y cultural cuyos resultados nos llevaron a la catástrofe que estamos experimentando. Estado y Nación son entidades de distinto orden. En América del Sur el Estado nació durante la Conquista antes que la sociedad y la Nación. Las autoridades locales no tenían otro referente efectivo que las órdenes del Rey de España o Portugal, lo que institutyó, entre otras cosas, la disociación entre el “país real” y el “país legal”, la subordinación total de la sociedad local a un Estado extranjero. (En América del Norte la colonización se hizo a través de comunidades que fueron los sujetos de la Independencia de 1776 y la idea de Nación se consolidó luego de la guerra civil 186164 que unificó el país en la diversidad de los Estados). Las formas del Estado autoritario, prebendista, clientelístico, patrimonialista, mafioso, que se instituyeron desde la Colonia atravesaron todos los tipos de gobierno, como lo ha señalado Ignacio García Hamilton (Los orígenes de la cultura autoritaria e improductiva). El despotismo, la economía de rapiña y de no-trabajo, la ausencia de una cultura cívica, fueron los aspectos que Hegel destacó como distintivos de América del Sur en su Filosofía de la Historia. Las guerras de la Independencia desde 18l0 dieron lugar a tres revoluciones inconclusas: 1) la lucha por la Independencia; 2) la lucha por las libertades civiles; 3) las luchas por la justicia social. Estos objetivos históricos tomaron muy diversas formas en movimientos políticos del continente. En Argentina el peronismo asumió como banderas la independencia económica, la soberanía política y la justicia social. En toda América del Sur los grandes objetivos históricos siguen pendientes: desarrollo auto sustentable, democracia y justicia social son ideas-fuerzas que animan a muchos movimientos actuales de la región. En Estados Unidos la sociedad nació antes que el Estado bajo la forma de las 13 colonias que se dieron la Independencia. A su vez, allí la clase dominante se identificó con un proyecto de Nación que se consolidó recién después de la Guerra Civil 1861-64. En América del Sur, en cambio, las clases dominantes rara vez se asumieron como clase dirigente, no se identificaron con la Nación o no se identificaron con el pueblo. Esta clase dominante, calificada también como oligarquía, se asoció a menudo con los intereses extranjeros. América del Sur careció casi siempre de una burguesía nacional y de una clase dirigente. Los movimientos populares de distinto signo, reformistas o revolucionarios, tuvieron que apelar a una idea de Estado y de Nación para fortalecer la cohesión social en torno a la defensa de los intereses colectivos. Esto explica el retorno recurrente de los movimientos populistas. Los movimientos nacionales y populares de América del Sur afirmaron a través de alianzas de clases la identidad nacional y la vigencia del Estado pero a menudo dieron muy poca autonomía a la sociedad civil y recurrieron a formas autoritarias para mantener la cohesión social y nacional. En gran medida adoptaron el paradigma moderno del estatismo centralista e integrador (algo que también habían hecho las oligarquías ilustradas de fines del siglo XIX en Argentina, Brasil, Chile, México y otros países). En los discursos del peronismo figuraba la idea de la “comunidad” (la “comunidad organizada” decía Perón) las políticas adoptadas tendieron a reafirmar la cohesión nacional a través del Estado y de organizaciones centrales (como los sindicatos y el partido oficial). Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 49 El resurgimiento de la democracia en 1983 coincidió con un debilitamiento de las formas del Estado de Bienestar y del Estado Autoritario en todas partes. El gobierno de Alfonsín asumió como tarea el desmantelamiento de todas las formas de planificación y de conducción estratégica a través del Estado. En los gobiernos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, se produjo un progresivo desmantelamiento y privatización del Estado. Se destruyó también la capacidad burocrático-técnica acumulada desjerarquizando a los mandos medios y creando una superestructura de funcionarios políticos y técnicos ad-hoc. La capacidad operativa y la inteligencia estratégica del Estado quedó reducida a casi nada. Se produjo una atomización y descerebración del Estado. En Chile la apertura democrática (1989) con la concertación democristianasocialista en lugar de desmantelar el Estado prusiano de Pinochet utilizó esta misma plataforma para tratar de reconstruir el Estado de Bienestar. En Brasil, asimismo, la democratización no debilitó la estructura del Estado sino que se orientó hacia un sistema federal y descentralizado. Pero el Estado central conservó todos los instrumentos para la gestión estratégica del país. A partir de la primera presidencia de Menem (1989-1995) se asumió como un paradigma que la globalización significaba para Argentina establecer una apertura completa de la economía y una renuncia a principios que habían guiado la construcción de una idea de Nación. Ni políticas tecnológicas, ni políticas de Defensa Nacional, ni políticas culturales, ni políticas industriales, ni políticas científicas que tuvieran como objetivo el fortalecimiento de un proyecto nacional. La teoría de las “relaciones carnales” con EE.UU. fue la metáfora consagrada para ilustrar un proceso de “recolonización capitalista” que llegó a los sectores más diversos: se extranjerizaron la producción vitivinícola, las compañías telefónicas, los sistemas de apuestas, la banca, el comercio, los supermercados, el petróleo, etc. Además, se inundó al país con productos importados destruyendo miles de fábricas y de puestos de trabajo. Argentina sufrió un proceso de recolonización capitalista que la había convertido en un enclave trasnacional para proveer commodities y para facilitar operaciones financieras especulativas. La experiencia de esta “república transnacional”, respaldada por el neoliberalismo y las agencias financieras internacionales, fracasó. La quiebra del Estado, la desintegración social y el colapso económico fueron algunas de sus consecuencias. 4. Estado y estructura social No podemos dejar de situar al Estado argentino en el contexto de la estructura social. Desde este punto de vista podemos distinguir en la Argentina actual las siguientes clases y grupos sociales: 1) una burguesía extranjera compuesta por los propietarios o gerentes de las empresas transnacionales; 2) una burguesía dependiente compuesta por los socios locales, clientes y proveedores del sector transnacional; 3) una burguesía industrial, mercantil y rural en crisis; 4) una burguesía política, de la cual forman parte los dirigentes políticos, funcionarios de alto nivel, jueces y legisladores; 5) la clase media ligada a los sectores dominantes ; 6) las clases medias asalariadas y proletarizadas ; 7) el proletariado industrial cada vez más exiguo; 8) los empleados públicos, entre lo cuales encontramos obreros, administrativos, funcionarios de nivel medio, miembros de las fuerzas armadas y de seguridad; 9) los cuentapropistas; 10) los desocupados; 11) los marginados y excluídos. Este simple mapa, sin duda impreciso, tiende a destacar la heterogeneidad y fragmentación de los actores sociales. Habría que agregar que la importancia relativa de Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 50 los mismos depende también de los contextos regionales, de los liderazgos y de los comportamientos de cada grupo. En el caso argentino los marginados y excluídos han logrado un alto grado de organización, algo inédito en situaciones semejantes. También hay que señalar el crecimiento significativo de las organizaciones no gubernamentales (ONGs) y de las iglesias que movilizan más de 3 millones de personas. Estos dos fenómenos están indicando, tal vez, el fortalecimiento de la sociedad civil como contrapeso de la decadencia del Estado. Los efectos combinados de la privatización del Estado, de la desnacionalización de la economía, el colapso de las economías regionales, la des-industrialización, la desinversión pública y los sucesivos ajustes económicos, aceleraron la desintegración social fragmentado aún más los distintos sectores sociales. Esta es la razón por la cual es difícil realizar un análisis de clases sociales en Argentina de acuerdo con las categorías sociológicas tradicionales. En efecto, no existe un eje único de polarización social como sería el antagonismo entre burguesía y proletariado (versión marxista), o entre un sector moderno y uno tradicional (versión funcionalista o desarrollista). Tampoco se puede hablar de un bloque nacional-popular frente a un bloque oligárquico (versión populista). Nos encontramos en medio de un sistema de contradicciones cruzadas producto de la desintegración social. En la misma Plaza de Mayo unos reclaman la devolución de sus ahorros en dólares mientras otros piden pan y trabajo, unos exigen la destitución de la Corte Suprema mientras otros quieren nuevas formas de participación popular. Con este panorama es difícil encontrar un actor social capaz de aglutinar a los otros para reconstruir el Estado y la Nación. El radicalismo significó en la primera mitad del siglo XX un movimiento de clases medias en ascenso que quiso controlar y democratizar el Estado frente a la oligarquía. El peronismo surgió a mediados del siglo XX como una alianza entre el movimiento obrero, un sector del Estado (sobre todo las fuerzas armadas) y una burguesía industrial incipiente en pos de un proyecto industrial y de un Estado de Bienestar. En ambos casos existió un proyecto totalizador, o sea integrador, donde los objetivos del Estado y los intereses colectivos legitimaban fuertemente la pertenencia a una Nación. ¿Dónde está el movimiento que puede representar una configuración semejante?. 5. Hacia un Estado inteligente, eficaz y solidario Una política de reconstrucción del Estado y de la Nación implica repensar la configuración del Estado, la identidad nacional, la alianza de clases y la acción política. Las coyunturas pueden inducir diferentes respuestas aparentemente realistas. Pero si no pensamos con sentido estratégico, dificilmente encontraremos una respuesta adecuada. ¿Qué Estado queremos? ¿Qué Estado podemos tener hoy?. En primer lugar, necesitamos un Estado inteligente. O sea, con cuadros del mejor nivel, profesionalizados, al servicio de los intereses públicos. Capaces de actuar con la mayor competencia técnica para defender los intereses públicos y nacionales. En segundo lugar, necesitamos un Estado solidario, o sea, al servicio del pueblo, capaz de fortalecer la sociedad civil en lugar de suplantarla o ignorarla. En tercer lugar, necesitamos un Estado capaz de liderar un proceso de desarrollo autosustentable en un mundo globalizado. Estado inteligente, profesionalizado, solidario, aliado de la sociedad civil, agente estratégico para el desarrollo y la proyección internacional serían algunos de los rasgos de un neo-estatismo que al mismo tiempo que se opone al neo-liberalismo se distingue del estatismo tradicional en varios puntos: a) pone el acento en la organización Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 51 inteligente fundada en el uso intensivo del conocimiento, de la información, la ciencia y la tecnología; b) el Estado se considera como un servicio fundado en una ética del servicio público en cooperación con la comunidad, con la sociedad civil; c) pone el acento en la capacidad de gestión estratégico más que en la posesión de dominios o empresas; d) se considera por definición como el garante de la solidaridad social, no como un árbitro ni como un benefactor; e) se asume como agente democrático y como una espacio de participación popular. Estas características implican superar las prácticas clientelísticas, corporativas, mafiosas. Implican también la introducción de mecanismos de control de gestión con representantes de la sociedad civil. El neo-estatismo no puede reproducir los factores que llevaron al fracaso del Estado argentino tradicional. Las estructuras deberán ser desburocratizadas, los programas de acción deberán facilitarse mediante mecanismos flexibles. La transparencia deberá ser obligatoria. En los gobiernos municipales habría que promover la gestión participativa de los vecinos, sobre todo, en la elaboración de los presupuestos. El nuevo Estado ha de ser transnacional, sus cuadros deben estar preparados para analizar y resolver problemas internacionales. Esto ya es evidente en las fuerzas armadas y de seguridad que se encuentran cumpliendo misiones de paz en 18 lugares distintos del mundo. Pero debería ser evidente también para el funcionario de Aduana o de comercio o de industria o de agricultura. Y, por supuesto, las universidades públicas deberían buscar mucho más la cooperación internacional. En cualquier terreno hay que analizar problemas y tomar decisiones que afectan nuestros intereses en el mundo o en el país a causa de los intercambios con otros países. Ni los empleados públicos estan preparados para esto ni existen políticas para dotar al Estado de una capacidad de acción transnacional. La sociedad, la economía y el Estado nacional se encuentran desbordados por problemas que provienen de nuestros intercambios con el exterior: no sabemos qué hacer con las importaciones, con el Mercosur, con el sistema de transporte internacional, con los programas educativos virtuales que llegan del extranjero, con la inmigración, con las políticas culturales que cabe defender frente a los centros internacionales dominantes, etc. Un Estado inteligente (y altamente profesionalizado), solidario (y comunitario), con capacidad de gestión estratégica para el desarrollo nacional y para los intercambios internacionales, eso es lo que necesitamos para enfrentar los problemas actuales y del futuro. En lugar de abordar estos aspectos las distintas reformas del Estado en los últimos 15 años buscaron disminuir el número de empleados o ampliarlo, mejorar los trámites administrativos, automatizar los procedimientos, formar una élite burocrática. Estos objetivos aislados no podían de ninguna manera producir un cambio sustantivo y favorable en el funcionamiento del Estado. Se gastaron en estos programas centenares de millones de dólares entre 1985 y el 2000. La afirmación de un Estado solidario implica terminar con la feudalización y la privatización encubierta de los espacios públicos. En la actualidad el sistema judicial tiene salarios y privilegios por fuera del resto de los servidores públicos. Los jueces no pagan impuestos y ganan más que los gobernadores o los ministros de la Nación; los legisladores, nacionales o provinciales, tienen salarios por encima de los funcionarios del Ejecutivo. Todos invocan fueros, autonomías o federalismos: el poder judicial, las provincias, las universidades, las legislaturas provinciales, los concejos deliberantes. . Dentro del Estado argentino hay más diferencias, jerarquías y privilegios que en las instituciones públicas de la Unión Europea. El espacio público argentino se convirtió en un sistema de privilegios, en una constelación de feudalidades. Gobernadores de provincia, comisarios, jueces, rectores de universidad, intendentes municipales, Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 52 directores de aduana, convirtieron sus espacios institucionales en botines políticos, feudos personales o familiares, centros de enriquecimiento ilícito. Esta perversión de la función pública tuvo tal amplitud que dio lugar a un nuevo género periodístico dedicado a denunciar por diferentes medios los alcances del fenómeno. Lo que es significativo es que pese a las abundantes evidencias públicas (incluyendo filmaciones y testigos) el índice de impunidad es del orden del 90%. 6. La identidad nacional ¿Cómo se asocia la reconstrucción del Estado con la idea de Nación?. Ante todo, no se puede restablecer la ética del servicio público sin un fuerte sustento en la conciencia nacional. Que es lo que se intentó suprimir en la década precedente. Podríamos tener un estado eficiente y solidario como en Canadá pero con distintos conceptos de Nación. En casi todas partes la Nación se identifica con la Patria, con la tierra donde se nació o nacieron los antepasados, o sea, la Matria, al decir de Edgar Morin. En Argentina sería difícil mostrar, a pesar de que se ha intentado muchas veces en el pasado, que existe una esencia de la Patria surgida de lo telúrico o de los antepasados. Muchos de nuestros antepasados no nacieron en estas tierras, muchos de nuestros compatriotas vinieron de países vecinos o lejanos. Muchos argentinos murieron en tierras de América luchando por las causas de pueblos hermanos. Argentina es multicultural y transnacional. Ahora tenemos cerca de 2 millones de compatriotas en el exterior. Muchos rompieron sus lazos pero la mayoría los quiere preservar y algunos mantienen un intercambio permanente con sus familiares. País inmigrante, migrante, multiétnico, república transnacional, eso somos. ¿Por qué algunos han visto la diversidad de los argentinos como una desventaja en un momento en que la mundialización obliga a todos a conectarse y a integrarse con otras culturas?. ¿Por qué no ver que hay una ventaja comparativa y estratégica en esta diversidad?. ¿Por qué no ver que hay un patrimonio valioso en esta diversidad cultural que nos permite gozar sin mayores conflictos de tantas creaciones de otras culturas incorporadas a nuestro pueblo?. ¿Por qué no reconocer que nuestra identidad se encuentra en esta simbiosis de lo nacional y extranjero que testimonian muchos de los grandes personajes de nuestra historia?. Nuestro himno nacional invoca “las provincias unidas del Sur” que hacia 18l3 incluían a Paraguay, Uruguay, Argentina y Bolivia. El proyecto del Mercosur nos compromete fuertemente con Brasil, la mitad del continente sudamericano, nuestro aliado insoslayable. Nuestra historia nos proyecta hacia la Unión de América del Sur y nuestros intereses estratégicos también. Sin embargo, una parte de la dirigente política considera que debemos asociarnos directamente con Estados Unidos o aliarnos con Europa antes que con Chile, Bolivia, Perú o Venezuela. No solo no podemos traicionar nuestro destino histórico, tampoco podemos dejar de ver que la Unión de América del Sur es el correlato estratégico de la Unión de América del Norte o de la Unión Europea. La idea de Nación, la identidad nacional, es fundamentalmente un proyecto que debemos confirmar y reelaborar. Sus bases sociales están dadas por la variedad cultural de su población y la emigración de más de dos millones de argentinos. El núcleo de la identidad es multicultural. El imaginario colectivo vincula la identidad con hechos y personajes históricos destacados. Hay héroes, próceres y arquetipos éticos a los cuales nos referenciamos con orgullo. Hay déspotas, traidores, canallas y corruptos de los cuales nos avengonzamos. No escapamos del “canon occidental” a pesar de que muchos creen que nuestros males o defectos tengan una naturaleza peculiar. Por supuesto, hay una singularización, variadas y contradictorias singularidades, que también podemos Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 53 descubrir en el mosaico étnico de Europa o América Latina. Somos principalmente latinos (por las herencias de España, Italia, Francia, Portugal), pero también mestizos indígenas, árabes, criollos. La cultura mediática dominante es norteamericana, como en muchas otras partes. Las nuevas generaciones encontraron en el “rock”, nacional o nó, una forma de identidad. El hecho de que podamos pensar la Historia no quiere decir que la podamos inventar a nuestro gusto. Ese ha sido el error frecuente de todos los voluntarismos ideológicos. La Historia se construye con procesos y estructuras cuya inercia viene del pasado, con el azar de las circunstancias y con la praxis de los actores (que supone la intencionalidad, la capacidad para proponer fines e ideas sobre la sociedad). El margen que nos queda para inventar nuestra historia es aparentemente pequeño, pero se acrecienta si somos capaces de comprender la lógica de los procesos y de las estructuras que nos determinan y si estamos preparados para ejercer sistemáticamente nuestros fines, o sea, si estamos dispuestos a ser libres. A escala de un país esto requiere una clase dirigente lúcida y dispuesta a luchar por la plena realización de los fines comunes. Allí se encuentra tal vez la clave de nuestras posibilidades: en la existencia de un liderazgo lúcido, solidario y con capacidad estratégica. 7. Liderar la reconstrucción de políticas públicas ¿Quién ha de reconstruir nuestro Estado?. En la segunda mitad del siglo XX la respuesta a esta cuestión estuvo casi siempre en las manos del poder militar. En los años 60-70 los movimientos revolucionarios buscaban la instauración de un poder popular genuino para garantizar un Estado al servicio del pueblo. Ahora, es la dirigencia política, principalmente, la que puede asumir la búsqueda de un nuevo Estado. Pero su credibilidad y su voluntad de cambio son escasas. ¿Tendrán posibilidades los movimientos sociales?. Hay quienes piensan que los nuevos movimientos sociales y las organizaciones no gubernamentales serían capaces de crear una alternativa comunitarista, o sea, un Estado controlado por la sociedad civil. Esta perspectiva, aunque no llegue a realizarse, podría llevar a comunitarizar muchos de los asuntos que se encuentran en la esfera del Estado: control de gestión, juicios por jurados, programas ecológicos, programas para la infancia y la juventud, etc. Pero para convertirse en alternativa de poder los movimientos sociales necesitarían crear estructuras políticas y asumir el control del espacio público, algo que por su misma diversidad resulta problemático. En ausencia de un actor aglutinante, ¿existe por lo menos una ideología convocante para reconstruir el Estado y la sociedad?. Podemos decir que nunca hubo tantas ideologías para la protesta y la resistencia, pero en cambio casi no existen programas alternativos que conciten un amplio consenso. Por lo tanto, solo se pueden ofrecer conjeturas sobre los escenarios probables que definirán el Estado-Nación en Argentina. En todo caso, sabemos que ese problema es nuestra “esfinge”, el enigma de cuya resolución depende nuestro futuro. ¿Podrá reaccionar la clase política y convertirse en agente de transformación del Estado?. Nada parece indicar que esto ocurra de manera general. Más bien, parece, que los partidos políticos se han puesto a la defensiva frente a los ataques generalizados de la opinión pública. Por otra parte, sólo de manera limitada los dirigentes políticos han venido aceptando algunos recortes en sus privilegios, en las estructuras parlamentarias o en sus honorarios. Entonces deberíamos considerar la hipótesis de un proceso donde las presiones sociales destinadas a manejar los recursos públicos hacia los sectores críticos (salud, Augusto Pérez Lindo: Reconstruir la sociedad – reinventar el Estado 54 educación, vivienda, seguridad, etc.) vayan creando un reacomodamiento de las estructuras del Estado con fuerte control social. En esta perspectiva se viene planteando ya la posibilidad de institucionalizar formas de “presupuesto participativo”, es decir, de control ciudadano sobre los gastos municipales y provinciales. También se ha fortalecido el rol de las organizaciones no gubernamentales en los programas de empleo o de asistencia social. Si este proceso se profundiza se podrían consolidar las tendencias “comunitaristas” y de “participación popular” pero sin reformas significativas en las estructuras internas del Estado. Por otra parte, luego del período de suspensión de pagos de la deuda externa (un año o más) el gasto público va a estar doblemente sujeto al control de los acreedores externos. Por un lado a causa del volumen de recursos del presupuesto público destinado al pago de la deuda y por otro lado a causa de las condiciones que se imponen para seguir facilitando el crédito público. El margen de que dispone el gobierno para efectuar reformas del Estado es y será muy limitado. La situación parece bloqueada pero como en todo proceso social las posibilidades surgen no solo de los factores existentes sino también del despliegue de los mismos. Si la clase dirigente y el gobierno se atienen a los factores dados seguramente quedarán sometidos a fuertes limitaciones. Si en cambio, a través de una ponderación de posibilidades y estrategias, se buscan políticas trascendentes para consolidar el Estado, la economía y la sociedad, entonces se pueden descubrir alternativas que hoy parecen fuera del horizonte. Hace un año nomás era imposible plantear abiertamente la supensión del pago de la deuda, la desdolarización de la economía o la devaluación del peso. Si estas medidas se hubieran tomado tres años atrás el país no hubiera sufrido el colapso que esta padeciendo. Del mismo modo, si no planteamos ahora la reconstrucción del Estado como una condición para afirmar el futuro del país, es probable que en el mediano plazo, aún en condiciones de equilibrio económico, descubramos que no se puede alcanzar una verdadero desarrollo auto sustentable, inteligente y solidario sin contar con un Estado capaz de llevar adelante estrategias consistentes. Podemos imaginar la recomposición del espacio político, que ya se anunció en las elecciones de octubre 2001, con nuevos líderes, con nuevas organizaciones, con una mayor presencia de la izquierda y de la “nueva ciudadanía”. También podemos imaginar que los nuevos movimientos sociales van a tener mayor protagonismo político. Las lternativas “clasistas”, socialistas y revolucionarias cuentan con una base social cada vez más amplia. Por otro lado, casi todos los sectores se encuentran movilizados : pequeños y medianos empresarios, estudiantes, cartoneros, vendedores ambulantes, deudores hipotecarios, etc. ¿Cómo se encauzarán todas estas fuerzas en busca de un nuevo país, de un nuevo Estado?. Esa es la cuestión que va a definir el destino del Estado-Nación en Argentina. Dos cosas parecen evidentes hacia mediados del 2003: 1º) que el peronismo es el único gran partido que ha seguido en pié a pesar de sus divisiones y que tiene la posibilidad de construir un nuevo bloque en torno a la defensa de intereses nacionales y populares; 2º) ningún partido político tiene la representatividad suficiente para imponer su hegemonía, por lo tanto, todo futuro gobierno, toda futura reconstrucción del país deberá contar con una constelación de alianzas muy compleja (el caso de la Capital Federal es el más evidente porque allí existen catorces representaciones políticas y ninguna alcanza por sí sola al 15% de los votos). Una incógnita decisiva será : cómo se articularán las políticas públicas con los movimientos sociales emergentes (piqueteros, cartoneros, organizaciones no gubernamentales). La arquitectura del próximo poder no pasa entonces por la hegemonía sino por la articulación y la concertación.