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(2.4.) EL CONTROL SOCIAL DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA Diego Moñux Chércoles, 2000 I. Tecnología y sociedad: evaluación de tecnologías 1. INTRODUCCIÓN Y JUSTIFICACIÓN Desde que, en 1972, el congresista Emilio Q. Daddario impulsara su proyecto de ley para crear la Office of Technology Assessment (OTA, Oficina de Evaluación de Tecnologías) en EEUU, han sido diversos los pasos dados en el estudio teórico de la participación social en ciencia y tecnología, así como en la implantación práctica de la Evaluación de Tecnologías1 (ET). En efecto, la ET tiene un lugar destacado en los estudios sobre Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) y surge —como veremos en el siguiente epígrafe— en un momento del siglo en el que algunas de las concepciones clásicas sobre la ciencia y la tecnología estaban siendo puestas en entredicho. Años tarde, a mediados de los 80, Europa se sumaría a la inciativa de la OTA creando agencias de ámbito nacional y comunitario. Ambas experiencias son comentadas en el epígrafe número cuatro, dedicado a la práctica de la Evaluación de Tecnologías. Básicamente, la ET surge como método de investigación sobre las consecuencias sociales de la tecnología y como forma de apoyo a la toma de decisiones en política científico-tecnológica. Por tanto, asumir la necesidad de la ET supone partir de una determinada concepción de la tecnología o, mejor dicho, de una idea de qué no es la tecnología —puesto que, en función de lo que consideremos que es, existen diversas formas de entender cómo debe ser la evaluación y, en especial, la forma de articular la participación social en ella. Al menos, se debe suponer que la tecnología no es neutral y que no se desarrolla de forma autónoma de la sociedad, por lo que su aplicación práctica tiene una serie de consecuencias que van más allá de los objetivos técnicos con que se diseñó. Por otra parte, va asociada a una idea de cómo debe ser una sociedad democrática, y de cuál debe ser el papel de los políticos y los ciudadanos en ésta. Se creerá que los ciudadanos deben participar en la toma de decisiones de política científico-tecnológica o, al menos, que los políticos tomarán esas decisiones asesorados por un proceso de evaluación que consideré las consecuencias de esas decisiones sobre esos ciudadanos. De nuevo, distintas concepciones de sociedad democrática determinarán otras tantas concepciones de ET. Discutiremos algunos de los aspectos teóricos y las implicaciones de estos presupuestos en la tercera parte del texto. Por otra parte, la ET es algo sobre lo que se sigue investigando. Como veremos en el quinto epígrafe, existen problemas abiertos y una gran distancia separa las expectativas y las propuestas teóricas de lo que se ha conseguido en la práctica. 2. CTS Y ET EN PERSPECTIVA HISTÓRICA La expresión Technology Assessment surge con la propia OTA y ha sido traducido en español como “Evaluación de Tecnologías” o “evaluación tecnológica”. Algunos autores (Muñoz, 1995) prefieren el término “Valoración de Tecnologías”. 1 1 Obviaremos un análisis de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad antes del s. XX, sin que ello suponga no tener presente su co-evolución en tiempos anteriores y, especialmente, a través de momentos clave como la Revolución Científica del siglo XVII o la 1ª Revolución Industrial de finales del s. XVIII. Nos centraremos en nuestro siglo porque es en el que se produce el más importante debate en torno al desarrollo de la ciencia y la tecnología, en el que surgen los estudios CTS y en el que se institucionalizan los procesos de evaluación de tecnologías. 2.1. Desde el principio de siglo hasta la Segunda Guerra Mundial (SGM) El siglo XX se inaugura en plena Segunda Revolución Industrial, la que vendría a sustituir el carbón, la máquina de vapor y el ferrocarril —ejes de la primera revolución— por la electricidad, el petróleo y el automóvil de motor de explosión. Supone la primacía económica de EE.UU. sobre Inglaterra, que es decir del nuevo paradigma tecno-económico sobre el antiguo. En EE.UU. se desarrollarán con especial pujanza las citadas tecnologías, acompañadas de los nuevos referentes industriales: la organización científica del trabajo de F. D. Taylor y H. Ford2, y el capitalismo monopolista de las grandes compañías3. En el cambio de siglo, y por primera vez desde el nacimiento de la ciencia moderna, la investigación científica tendrá repercusión en la industria, dentro de un proceso de institucionalización científica en la sociedad. En el plano teórico, la ciencia sufrirá en esos años fuertes sacudidas internas con la aparición de la Teoría de la Relatividad o la Mecánica Cuántica pero, a pesar de ello, el principio de siglo hereda la tradición positivista del s XIX: existe un consenso de opinión sobre la bondad de cualquier desarrollo científico y técnico y una confianza en ambas como garantes de todo progreso humano. Este consenso se refleja en la búsqueda filosófica de un modelo irrefutable de justificación de las teorías científicas y en la creencia absoluta en el método científico como respaldo de un conocimiento objetivo. Ambas posturas, social e intelectual, sustentaban la concepción de la ciencia y la tecnología como actividades autónomas y valorativamente neutras: independientes de cualquier condicionante externo social, psicológico o moral y, en consecuencia, ajenas a cualquier juicio de valor. Por otra parte, el periodo de entreguerras y los propios años de la SGM son de un fuerte compromiso de la ciencia y la tecnología con lo militar. Los sistemas de control y guiado de misiles, el radar o los “computadores” de codificación y decodificación de mensajes son algunos de ejemplos de esta relación (que luego tendrían importantes aplicaciones en el ámbito civil), pero el más importante por su escala y sus consecuencias fue el “Proyecto Manhattan”, paradigma de proyecto científico-militar. El resultado del proyecto, la consecución y lanzamiento de la bomba atómica, pondría fin al conflicto bélico e inicio a la guerra fría. 2.2. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días4 Los años que van desde el fin de la SGM hasta nuestros días pueden ser entendidos, para enmarcar mejor el tema que nos ocupa, como la sucesión de tres periodos distintos en la percepción social de la ciencia y la tecnología: etapa de “optimismo”, de “reflexión y alerta” y de “reacción”5. 2 Frederick Winslow Taylor (EE.UU., 1856-1915) es el padre de un sistema de organización científica del trabajo, el taylorismo, que sería aplicado con éxito por Henry Ford (EE.UU.,1863-1947) a la producción en serie de automóviles (fordismo). 3 En esta época surgen empresas como General Electric o General Motors. 4 Muchos de los datos provienen de EE.UU., por ser en este país donde han surgido gran parte de los adelantos tecnológicos y de las reacciones sociales, académicas y administrativas a la tecnología. 5 La división esta tomada de González García, López Cerezo y Luján López, 1996. 2 Etapa de Optimismo La Segunda Guerra Mundial mostró por primera vez hasta que punto habían crecido las capacidades humanas de transformación (y si era necesario de destrucción) de la naturaleza. Sin embargo el periodo de posguerra (1946-1955) es un periodo de tecno-optimismo y confianza en la ciencia en los países aliados —países a los que la Física Nuclear había ayudado a ganar la guerra. Son los comienzos de los proyectos federales de la Big Science y de las grandes inversiones de la U.S. Army en las universidades de EEUU, los años del primer ordenador electrónico (el ENIAC, 1946) y del transistor (1947), los del nacimiento de la ingeniería genética (con el modelo de doble hélice para el ADN de Watson y Crick, 1953) o de la fundación en Europa del Centre Européen de la Recherche Nucleaire (CERN, 1955); pero también los de la primera bomba de hidrógeno (1951) o el primer submarino nuclear (USS Nautilus, 1954). Son, en cierto modo, los años del reinado de los físicos en la sociedad, una época en que no se pone en duda el modelo lineal-unidireccional del progreso humano: progreso científico progreso tecnológico progreso económico progreso social Etapa de reflexión y alerta En 1955 se inaugura una época de reflexión y de alerta. El 55 es el año en que Bertrand Rusell y Albert Einstein hacen publico un manifiesto pidiendo a los científicos mayor implicación política. El 57 el del primer accidente nuclear. El 58 el de la controvertida conferencia de C.P Snow que denunciaba el abismo entre las culturas humanísticas y científico-técnicas —que después se concretaría en el texto Las dos culturas y un segundo enfoque (1964). En 1962 se publica el libro que desencadenaría las primeras discusiones públicas en EEUU en torno al deterioro del medio ambiente: Silent Spring de Rachel Carson. También en este periodo se produce la fractura más importante del siglo en la filosofía de la ciencia con la publicación de La estructura de las revoluciones científicas (1962). En él, su autor, Thomas S. Kuhn, reclamaba el papel de la historia de la ciencia y otras disciplinas junto al de la filosofía de la ciencia, y desarrollaba toda una teoría para la comprensión del cambio científico —distinguiendo entre cambio normal y cambio revolucionario y definiendo las características de éste ultimo— que chocó abiertamente con la mencionada tradición positivista. Etapa de reacción La etapa de alerta termina en 1968, en que se inaugura una de reacción. Reacción social con la conocida lucha contracultural y antisistema iniciada ese año, cuyas críticas incluían a la ciencia y a la tecnología en la medida en que se criticaban los ideales cientifistas y tecnocráticos presentes en la sociedad occidental (Theodore Roszak es el mayor representante de la crítica del 68 a la tecnocracia) o se hablaba —siguiendo a Herbert Marcuse— de la “alienación tecnológica” de la sociedad capitalista. Cunde el tecno-pesismismo, se habla de regresar a la naturaleza, se vuelve la mirada a oriente y se enarbola la bandera del pacifismo en el contexto de la guerra de Vietnam. En 1969, año de la llegada a la Luna, se funda Greenpeace, en 1972 el Club de Roma publica The Limits of Growth y en 1973, año de la crisis del petróleo, D. Dickson exige el uso de “tecnologías alternativas”. Pero también son años de reacción académica: los nuevos movimientos que están surgiendo en la sociología y la filosofía de la ciencia y la tecnología, recogiendo el testigo de la contextualización social de Kuhn, se empiezan a agrupar en los setenta bajo las siglas CTS (Ciencia, Tecnología, y Sociedad) —STS (Science, Technology and Society o Science and Technology Studies) en el inglés original6. Por otra parte, se comienza a responder a nivel administrativo a esta doble reacción creando —en un principio en EEUU— las primeras oficinas y agencias que contemplan los aspectos éticos y medioambientales en relación con la tecnología y el desarrollo industrial. 6 Una visión de los estudios CTS, más genérica de la ofrecida aquí, puede encontrarse en Moñux, 1999. 3 Es en esta línea de respuesta administrativa en la que se enmarca la aparición de la primera agencia de evaluación de tecnologías. Así, en 1969, el congreso norteamericano crea la Environmental Protection Agency (EPA, Agencia de Protección del Medio Ambiente) y en 1972 la citada Office of Technology Assessment (OTA, Oficina de Evaluación de Tecnologías). Junto con la EPA se aprobará la “Ley de política ambiental nacional”, la primera en exigir la necesidad de hacer informes de impacto ambiental. (Como decíamos en la introducción, en Europa no se crearían oficinas de evaluación de tecnologías hasta los 80, ya en otro momento de las relaciones tecnología–sociedad). Podemos entender que la “etapa de reacción” —que cuanto menos se puede entender como de “concienciación creciente”7— continúa hasta el presente en la medida en que los últimos veinte años lo son de expansión y consolidación, educativa y administrativa, del movimiento CTS (dentro de una importante pluralidad de enfoques). Expansión que se produce, por otra parte, en un mundo occidental cada vez más tecnificado que puede considerarse inmerso en la Tercera Revolución Industrial, la de la información y las telecomunicaciones, que para algunos autores nos sitúa en el nacimiento de una sociedad “post-industrial” o “de la información”. 2.3. La actualidad: CTS, políticas científico-tecnológicas y la práctica de la ET Bajo las siglas CTS se representa un nuevo campo de trabajo con carácter interdisciplinar constituido por múltiples programas filosóficos, sociológicos, antropológicos e históricos. Programas todos ellos con la preocupación común por la dimensión social de la ciencia y la tecnología —tanto porque es en el entorno social donde se producen, como porque su desarrollo y aplicación tiene efectos sociales y ambientales—, y orientados a un estudio crítico de ambas partiendo del rechazo a la imagen tradicional que de ellas se ha venido transmitiendo. Aunque surgidos como una alternativa de reflexión académica, los estudios CTS pronto se desarrollaron en dos nuevas facetas: la educación, con la aparición de programas interdisciplinares universitarios, y la política, al defender desde los estudios CTS la participación pública de la gestión de la ciencia y la tecnología. Ésta es precisamente la faceta que nos interesa para este trabajo, pues esa reflexión sobre participación pública debe considerarse al pensar en el diseño de programas de evaluación de tecnologías. Fuera del ámbito académico, la ciencia y la tecnología han ido haciéndose más y más presentes en la agenda política y económica. Las políticas de promoción científica y tecnológica —conocidas como políticas de I+D— han pasado a ser algo muy planificado en los países ricos, tras comprendedor su papel determinante en el desarrollo económico y social. Ahora bien, es la innovación tecnológica aplicada la que produce beneficio económico, tanto en sector primario, como en la industria y los servicios. El papel de la innovación ha venido siendo estudiado por los economistas, especialmente desde las aportaciones de Joseph Schumpeter 8, ante la necesidad de conocer los mecanismos por los que los conocimientos científicos y tecnológicos producen innovación y difusión en el sistema económico. Para nuestros propósitos, lo que nos interesa es constatar cómo los modelos clásicos de innovación de carácter lineal, del tipo: investigación científica desarrollo tecnológico invención innovación difusión 7 Como ejemplo de concienciación ambiental, se puede mencionar el informe de Naciones Unidas de 1987 Our Common Future, también conocido como Informe Brundtland (por Harlem Brundtland, presidente entonces de la comisión de Medio Ambiente y Desarrollo de la ONU). En él se acuñaría el término “desarrollo sostenible”.ias 8 Este economista concibe la innovación como una de las causas más importantes de crecimiento económico —responsable de los ciclos de crecimiento, en concreto—, y el cambio tecnológico como un proceso evolutivo en el que la diversidad de opciones tecnológicas sufren selección por el ambiente. Ha sido seguido por múltiples economistas conocidos como evolucionistas o neo-schumpeterianos. 4 en el que la existencia de un factor se suponía que garantizaba la existencia del siguiente en la cadena, han tenido que ser abandonados por su deficiente explicación de este complejo proceso, en el que intervienen cuestiones organizativas, políticas y sociales. Por ello, la política de I+D ha tenido que incorporar estos matices (hoy se habla de políticas de I+D+I, añadiendo la innovación) y que comprender el importante papel de las instituciones públicas en la promoción de estos tres vectores. Es en este lugar en donde entra de nuevo la ET, pues estas instituciones realizan consciente o inconscientemente elecciones de tecnologías a la hora de planificar y financiar planes de I+D+I, y a través de un proceso de ET esas elecciones no sólo serían plenamente conscientes, sino las más adecuadas para la economía y la sociedad. Adecuadas en un doble sentido: en el del aumento de los impactos positivos y la reducción de los negativos, en primer lugar, y en el de la mejor aceptación por parte de la sociedad de unas tecnologías que han seguido un proceso de evaluación social, en segundo. Vemos, por tanto, como tanto desde la reflexión CTS como desde la propia dinámica política y económica es razonable concebir la existencia de la ET. Revisemos ahora algunos de los fundamentos que legitiman la existencia de la ET. 3. FUNDAMENTOS DE LA EVALUACIÓN DE TECNOLOGÍAS Uno de los problemas de partida de la ET es la propia consideración de la tecnología como sujeto de reflexión, incluso en comparación con al propia ciencia. La reflexión sobre la ciencia es antigua en la medida en que la propia ciencia supone una filosofía, una visión del mundo, además de un tipo de conocimiento susceptible de ser estudiado filosóficamente para dilucidar sus cualidades. La tecnología, sin embargo, no ha alcanzado tal grado de preocupación intelectual al ser concebida tradicionalmente como una mera aplicación de conocimientos artesanales o, desde la revolución industrial, como una aplicación de la ciencia para producir artefactos9. Desde los distintos ámbitos de los estudios CTS se ha trabajado, sin embargo, desde una visión más compleja de la tecnología, superando la concepción "ciencia aplicada" y problematizando la relación tecnología-sociedad, tanto desde el punto de vista de la "construcción social de la tecnología", como desde el punto de vista de sus "repercusiones sociales y ambientales"10. Por lo tanto, se hace necesario traer aquí algunos de los aspectos de esta reflexión, como fundamento de distintas concepciones de lo que debe ser un proceso de ET. 3.1. Algunos presupuestos de partida La cuestión de la neutralidad, la autonomía y la "imagen artefactual" Como adelantábamos en la introducción, tenemos que partir al menos de la idea de que la tecnología no es neutral ni autónoma respecto de la sociedad en la que se genera. No es neutral puesto que sí admite juicios de valor, que nos permiten hablar de tecnologías más o menos adecuadas para un contexto social, ni autónoma porque no se desarrolla al margen de la sociedad siguiendo su propia lógica interna. Al contrario, la tecnología 9 Algo que no se corresponde con la realidad, pues, como hemos dicho, no será hasta la segunda mitad del s. XIX cuando la ciencia comienza a tener aplicaciones industriales. Por el contrario, la propia Termodinámica es considerada por muchos autores como una "tecnología teorizada", al surgir sus principios de la observación de las máquinas térmicas construidas durante la 1ª Revolución Industrial. 10 El primer caso corresponde más bien a la "tradición europea" (González García et al., 1996), preocupada por la forma en que los factores sociales contribuyen en el proceso de generación de la ciencia y la tecnología, mientras que el segundo lo hace a la llamada "tradición americana". 5 es moldeable por la sociedad y su ejercicio supone una elección entre distintas posibilidades técnicas que tendrán, a su vez, distintos efectos al ser puestas en práctica. En este sentido, tanto las ideas tecno-optimistas como las tecno-pesimistas se tocan, puesto que ambas parten de una idea de autonomía. Para los optimistas, la tecnología seguirá su curso imparable reportándonos importantes beneficios —y ciertas "consecuencias secundarias" que habrá que asumir— y para los pesimistas, la tecnología se encontrará en realidad fuera del control humano, llevándonos a una alienación por la máquina (ideas que están en la tradición de autores como Martin Heidegger o Lewis Mumford). Al igual que consideramos que la tecnología no es ciencia aplicada (lo que se correspondería con la llamada "imagen intelectual" de la tecnología y reforzaría la idea de neutralidad), es importante observar que la tecnología tampoco es reducible a los artefactos que produce ("imagen artefactual"). Este hecho se relaciona con también la citada neutralidad cuando se afirma que "la tecnología no es buena ni mala, todo depende del uso que se haga de ella", puesto que se está pensando que los artefactos (por la tecnología que los produce) no pueden ser juzgados como "buenos" o "malos", sino que lo que debe juzgarse son las actividades que desarrollemos con ellos (sería, por ejemplo, el caso simplista del uso de un martillo como herramienta o como arma). Esta consideración supone un reduccionismo inaceptable de la complejidad del hecho tecnológico, especialmente en nuestras sociedades altamente tecnificadas. No es éste el lugar para entrar en una disquisición profunda sobre qué es la tecnología11, nos basta con que la consideremos como un sistema que comprende unos objetivos (que se persiguen), unos componentes (materiales y personales) y una estructura de acciones (que implican conocimiento tecnológico) mediante las que se pretende alcanzar los objetivos. Un modelo simple con estas ideas básicas puede ser el que proponemos en la figura 1. Resultados Posibles orientaciones T Objetivos (O) Componentes (C) Estructura de acciones (A) Orientación (Oi,Ci,Ai) Artefactos (productos) Técnicas (servicios) Efectos sobre el medio ambiente y la sociedad S Evaluación de Tecnologías ecnologías Figura 1 Para nuestros propósitos, la figura nos permite enfatizar cómo: 11 Ver para ello, por ejemplo, los trabajos de Miguel Ángel Quintanilla, (Quintanilla, 1989a y 1998), de donde tomamos las ideas de una concepción sistémica de la tecnología. 6 1. La tecnología no es reducible a los artefactos que produce, podrán siempre ser usados correcta o incorrectamente. 2. La clave está en "cómo se use la tecnología", en el sentido de cómo la tecnología, representada en abstracto por T, se "orienta" de una u otra manera para concretarse en una tecnología particular, eligiendo ciertos componentes y acciones para conseguir los objetivos que se fija. 3. Esa orientación representa la interacción CTS, que para algunos autores es de naturaleza política 12. Existen por tanto múltiples orientaciones para desarrollar el conocimiento tecnológico y alcanzar objetivos tanto técnicos como sociales. 4. Esas orientaciones son valorables en función de los resultados que provocan —incluyendo entre ellos los impactos— mediante un proceso de evaluación de tecnologías, y son susceptibles de debate social. 5. Es posible distinguir entre "lo idóneo de una orientación", juzgable socialmente por la naturaleza de los impactos, y lo eficientemente se alcanzan los objetivos técnicos, que quedaría en la esfera de lo juzgable por técnicos. Con estas ideas tenemos una forma simple de aproximarnos a la ET, comprendiendo que la sociedad puede dirigir efectivamente la tecnología en el sentido que considere más apropiado. La cuestión de la participación en democracia También adelantábamos al principio que hablar de ET supone en cierto modo hablar de participación social en política tecnológica. Seguidamente veremos algunas consideraciones sobre la importancia del conocimiento popular y sobre el riesgo percibido por los ciudadanos. Digamos, de momento, que tras lo expuesto hasta ahora cabe pensar que un proceso riguroso de ET debería contemplar algún tipo de participación social. Si la tecnología tiene inevitables efectos sociales y ambientales, los ciudadanos afectados por esos impactos, a pesar de su condición de no expertos, deberían tener algo que decir. Un buen comienzo puede ser la existencia de evaluación parlamentaria, en la que los representantes políticos de los ciudadanos, que tampoco son expertos, debatan sobre opciones tecnológicas y sus repercusiones sociales, pero el proceso no debería parar ahí. De esta manera, vemos como el debate sobre ET lleva intrínseco otro previo sobre el propio sistema democrático: los límites de la representación y la importancia de la participación. Por ello lo consideramos como algo "presupuesto", aunque parezca que aparece como consecuencia del debate sobre ET, puesto que distintas concepciones de sociedad democrática van a suponer distintas ideas de cómo debe articularse la ET. 3.2. Otras consideraciones adicionales Percepción Pública y comprensión pública Uno de los debates importantes en ET está en torno a la percepción pública de la tecnología y de los riesgos que ésta conlleva. Los argumentos más tecnocráticos identifican rechazo con falta de conocimiento, de manera que un esfuerzo formativo que facilite la comprensión pública de la tecnología la haría aceptable. Desde este punto de vista, el interés en la relación política tecnológica – sociedad solo va en el sentido de legitimar esas políticas de cara a la sociedad. Sin embargo, la percepción pública responde a procesos más complicados, en los que están involucrados factores culturales que superan con mucho los problemas de déficit cognitivo13. El 12 En el sentido de que elegir un tipo de tecnología supone un estilo de vida y, por lo tanto, un determinado plan político. Ésta es la tesis principal del estadounidense Langdon Winner (Winner, 1986), uno de los más importantes representantes de la citada "tradición americana". 13 En estas líneas de trabajo se encuentran los estudios PUS: Public Understanding of Science 7 reciente debate sobre biotecnología en Europa es un ejemplo de ello: los países con mayor conocimiento social y contacto con la biotecnología no son los que muestran mayor aceptación (a veces es justo al contrario). Las razones para la "falta de aceptación" o "resistencia social" frente a nuevas tecnologías están relacionadas con la percepción social del riesgo. Suele ocurrir que el riesgo percibido por el ciudadano no coincide con el percibido por los científicos o los ingenieros involucrados en el proyecto tecnológico. Por ello, un buen diseño de ET no puede reducirse a la legitimación política de las nuevas tecnologías mediante la emisión de informes por parte de expertos. Razones para la participación social Los autores que defienden con más fuerza la necesidad de la participación social en el cambio técnico, reúnen una serie de argumentos sobre la utilidad del "conocimiento popular" o del "sentido común" frente al conocimiento experto. Estos autores parten de denunciar las razones de la falta de participación social, como puede ser el analfabetismo científico-técnico de políticos y ciudadanos o la tecnificación interesada de los problemas y los criterios de evaluación, para después aportar los citados argumentos. Citando textualmente (González García y López Cerezo, 1997): "La reivindicación de la participación pública suele usar tres tipos de argumentos. Son los que Daniel Fiorino llama argumento sustantivo (defender que los juicios de los no expertos son tan razonables como los de los, expertos), argumento normativo (rechazar la tecnocracia por antidemocrática), y argumento instrumental (mantener que las decisiones participativas ayudan a prevenir el rechazo social)." Aunque estas ideas puedan ser ampliamente aceptadas, no hay que olvidar que aún implicando tanto el conocimiento popular como el experto, existirán distintas formas de entender la ET dependiendo del papel asignado a cada uno de ellos. 4. LA PRÁCTICA DE LA EVALUACIÓN DE TECNOLOGÍAS Una vez hecha la parte más genérica de la exposición, es el momento de entrar en la articulación práctica de la evaluación. 4.1. Fases de la Evaluación Los pasos genéricamente admitidos en un proceso de ET son los siguientes (González García et al., 1996), (Sanmartín, 1993): 1. Identificación de impactos La identificación supone la aproximarse a la interacción entre la tecnología y el contexto social en el que va a ponerse en práctica, entendiendo los impactos, precisamente, como el resultado de dicha interacción. Los impactos pueden ser directos e indirectos y se debe atender a todos los tipos posibles: ambiental, psicológico, institucional o político, social, tecnológico, legal y económico (clasificación que se suele designar con el acrónimo inglés EPISTELE). Otros autores añaden otros: cultural, internacional y sobre la salud, pero un entendimiento amplio de los primeros puede contener a los segundos. 2. Análisis de impactos 8 En esta fase se determinan la importancia, la probabilidad y el tiempo de difusión de los impactos directos identificados, así como sus efectos sobre los grupos afectados y la probable respuesta de éstos. También pretende establecer una caracterización de los indirectos. Las técnicas de análisis contempladas suelen ser sondeos Delphi (de opinión de expertos), modelos de simulación, análisis coste-beneficio, etc., es decir, análisis especializados, en general. 3. Valoración de impactos Se trata de determinar las interrelaciones de los impactos, su significación y su aceptabilidad en un contexto de valores sociales, supuestamente compartidos, que tienen que ver con la tecnología en cuestión. El problema está sin duda en encontrar los métodos de valoración que permitan establecer esa aceptabilidad. En el caso de la valoración de riesgos (como puede ser el de cierto patrimonio natural en peligro), los métodos utilizados son del tipo análisis riesgo-coste-.beneficio, preferencias reveladas o preferencias expresadas. 4. Análisis de gestión Aunque para algunos autores la ET estrictamente hablando concluiría en la fase 3, si entendemos que ésta está incluida en un proceso de toma decisiones, es necesario añadir esta última fase que consiste en suministrar los resultados de la valoración en forma de asesoramiento para la toma de decisiones sobre política tecnológica. Dicho esto, conviene constatar cómo el impacto ambiental es sólo uno de los muchos posibles, aunque sea el que suele tenerse más presente. Por tanto, la evaluación de impacto ambiental, para el que se han desarrollado metodologías específicas, no es más que una ET restringida a uno de sus impactos. Por otra parte, dichas metodologías existentes están igualmente restringidas, por la dinámica práctica y legal en la que han surgido, a la evaluación de proyectos muy concretos de ámbito local y con un horizonte temporal de estudio reducido (corto o medio plazo). 4.2. ET en la práctica: La OTA y los programas europeos. La primera institución de ET Como ya hemos dicho, la OTA (Office of Technology Assessment) surge en 1972 como oficina de asesoramiento del Congreso de EE.UU., y supone la primera experiencia de institucionalización de la ET. La estructura de la OTA era la siguiente (González García et al., 1996): estaba formada por un panel de 6 congresistas y 6 senadores con derecho a voto, además de un director (sin derecho a voto), asistidos por un grupo de unos 150 especialistas. Las áreas de trabajo se dividían en 1) energía, materiales y seguridad internacional, 2) ciencias de la vida y la salud, y 3) ciencia, información y recursos naturales. Los temas eran seleccionados por los propios miembros de la OTA y por comités del Congreso. El funcionamiento estaba bien definido: todas las partes participaban en las fases descritas, encargándose la evaluación a instituciones de investigación externas. Los informes finales eran presentados al Congreso para que los considerara en sus decisiones sobre opciones tecnológica, anticipando los impactos que éstas podían tener. La OTA fue lamentablemente disuelta en 1997, tras el vuelco republicano en el congreso estadounidense, perdiéndose con ella una parte importante de la historia de la ET. La OTA trabajó con independencia y su funcionamiento fue siempre correcto dentro de su planteamiento, sirviendo de referencia para Europa. Veremos más adelante la críticas que se vertieron contra ella. 9 Las experiencias europeas En la época en que se puso en marcha la OTA, Europa carecía de instituciones similares (Quintanilla, 1989b), si bien existían centros y programas de investigación sobre política científica de carácter público, a veces ligados a universidades, como el Centro de Estudios Políticos holandés o la Oficina de Investigación sobre Política Científica de la Universidad de Sussex, en Gran Bretaña. La primera incitativa de carácter realmente evaluador y asesor no llegaría sin embargo hasta los 80, puesto que los 70 estuvieron marcados por un escepticismo de todas las partes implicadas (partidos políticos, empresas,...) respecto a la utilidad real de la ET. En efecto, la década de los 80 supone la generalización, en muchos de los países europeos, de agencias de evaluación de carácter variado —ligadas a parlamentos, gobiernos o independientes—, entre las que la Netherlands Office of Technology Assessment (NOTA), creada en Holanda en 1986 con carácter mixto, es tal vez el caso más relevante. Mención especial merecen los programas de ET lanzados desde la Unión Europa. En 1985, el Parlamento Europeo daba los primeros pasos para crear, finalmente en marzo del 87, una oficina de evaluación de tecnologías bajo el nombre STOA (Scientific and technological Options Assessment). Esta oficina sigue funcionando en al actualidad y emite periódicamente informes para la consideración del Parlamento Europeo. Por su parte, la Comisión Europea ya había puesto en marcha el programa FAST (Forecasting and Assessment in the field of Science and Technology), bajo cuyos auspicios se celebró en Amsterdam, en el año 1987, un importante congreso internacional sobre ET. Sin embargo, el programa no ha tendido la influencia que se esperaba en la formulación de políticas tecnológicas: "Las actividades del programa FAST, a pesar de su indudable valía, han tenido dificultades que alcanzaron su punto más álgido en las discusiones que precedieron al 3er Programa Marco." (Muñoz, 1995, p.7). Además de STOA y FAST, existen otros organismos de ámbito europeo cuyo trabajo está relacionado con el estudio de la tecnología en relación con la sociedad, como son la Red del Observatorio Europeo de Ciencia y Tecnología (ESTO), formada por instituciones, fundaciones y centros universitarios de todas los países de la Unión, y el Instituto de Prospectiva Tecnológica (IPTS), dependiente de la Comisión Europea y con sede en Sevilla. 4.3. Críticas al modelo de evaluación de la OTA A medida se iba desarrollando la actividad de la OTA, comenzaron a aparecer las primeras críticas, que en cierto modo lo son a la concepción de la ET de los años 70, que algunos llaman "concepción clásica de la ET". Existen, en primer lugar, críticas genéricas al funcionamiento de la OTA, en el sentido de que no alcanzaba los objetivos previstos, en concreto: Críticas a su función de prospectiva, por no haber anticipado correctamente los impactos. Críticas por la escasa influencia en el diseño de la política científica y tecnológica. Pero también se produjeron críticas al funcionamiento concreto de la institución, por ejemplo al papel de los evaluadores. La ET era concebida por entonces más como un mecanismo científico, con garantía de objetividad, que como un proceso de evaluación social. Pero cabe preguntarse si la fase de la "valoración de impactos" puede realizarse de forma objetiva, si los expertos pueden traducir perfectamente los valores sociales a la hora de realizar su evaluación y, más genéricamente, si las otras fases también pueden resolverse solo con conocimiento experto: "Si la ET queda sólo en manos de expertos, que son quienes presiden la elección de qué evaluar, cuándo evaluarlo y cómo evaluarlo, es posible que los informes de ET de cara a una planificación tecnológica reflejen sólo los valores de los expertos. Y estos valores pueden ser muy distintos de metas sociales ampliamente admitidas" (Sanmartín, 1993, p.21). Es decir, se estaba criticando el carácter expertocrático de la 10 institución, que propiciaba una falta de credibilidad por parte de los ciudadanos y un "desenraizamiento social" de la tecnología14. También ha sido ampliamente criticado el carácter fuertemente economicista de la evaluación de la OTA: "Un estudio socialmente satisfactorio de problemas tecnológicos no puede reducirse al lenguaje tradicional del análisis-coste-beneficio, un análisis donde no se cuestiona el valor de la excelencia técnica o el rendimiento económico como medida de una buena política social" (González García et al., 1996, p.152). La cuestión de la valoración monetaria de impactos de difícil valoración ha sido, tal vez, especialmente discutida en el terreno del impacto ambiental. Una aproximación a las valoraciones ambientales es la inclusión de lo que los economistas llaman "externalidades", beneficios o costes —como puede ser la degradación de un entorno natural— que no reciben valoración en el mercado. La idea de que es posible calcular esos costes ha sido defendida por los "economistas ambientales", en la tradición de un "desarrollo sostenible débil", que presupone, en cierto modo, la integración del medio ambiente en la economía. Esta postura ha sido fuertemente rebatida por los "economistas ecológicos", que desde un "desarrollo sostenible fuerte" no admiten la posibilidad de valorar monetariamente los ecosistemas, abogando por la integración de la economía, como actividad humana, en el medio. Éstos últimos se preguntan cómo es posible valorar un bosque o un río, denunciando que las diferentes técnicas utilizadas para ello (como la de las preferencias reveladas o expresadas) ofrecen resultados numéricos muy distintos entre sí. Como muestra de la debilidad de estos enfoque, plantean la siguiente pregunta: Una vez conocido el supuesto valor de un ecosistema, ¿sería admisible un proyecto tecnológico que supusiese unos beneficios superiores a ese valor, pero a costa de la destrucción del ecosistema? Por último, a lo largo de los 70 y los 80 se fue fraguando una crítica más de fondo, dirigida hacia los propios objetivos de la que hemos llamado ET clásica, es decir: la anticipación de impactos y la asesoría en política tecnológica. Se critica este modelo de "reactivo", es decir, de dedicarse únicamente a evaluar los impactos de una tecnología ya dada, lo que suponía que, en muchos caso, la ET fuera más bien utilizada para legitimar ante la sociedad políticas tecnológicas ya decididas. Lo que se estaba pretendiendo, en definitiva, era encontrar un nuevo modelo que superase esa situación. 4.4. En busca de un nuevo modelo de ET Esa superación se produciría de la mano de una filosofía más "activa" o "proactiva", que venía a exigir que la ET incidiese en el proceso de construcción de tecnologías. Hacia finales de los 80 se introdujo el concepto de "Evaluación Constructiva de Tecnologías" (ECT) a los que luego se sumaron otros como "Evaluación Social de Tecnologías" o "Evaluación Estratégica de Tecnologías". La idea básica de la ECT (González García et al., 1996, p.156) es que la evaluación de tecnologías no puede centrarse únicamente en efectos externos como la evaluación de impactos, sino que debe orientarse también hacia el propio desarrollo interno de la tecnología. De esta manera, la ECT sería una herramienta eficaz en el control social del cambio técnico que se preocuparía principalmente por los problemas sociales y las soluciones que desde la tecnología se pueden dar a éstos. Los cometidos de la ECT serían los siguientes (Slaa y Tuininga, 1989): 14 Proceder a la evaluación de los posibles impactos sociales de una tecnología de cara a los grupos sociales relevantes. Ofrecer un espectro de soluciones tecnológicas y organizativas de cara a los aspectos problemáticos de la tecnología considerada. Diseñar procedimientos para la interacción y la realimentación entre las interpretaciones sociales y los diseños tecnológicos. La idea de "desenraizamiento social" esta muy ligada con la de "resistencia social" que comentábamos más arriba. 11 La citada "Evaluación Estratégica de Tecnologías" va en la línea de anticipar los futuros conflictos más que en el mero análisis de los impactos ya dados (Sanmartín, 1993). Para ello se propone incluir en el proceso de ET unas fases previas a las citadas en 4.1., que estarían encaminadas a la prospectiva (forecasting) social y tecnológica. En definitiva, estas propuestas dan un giro respecto a los objetivos fijados en la ET clásica, orientándose más hacia la influencia efectiva en los procesos de toma de decisiones en política científica y tecnológica. Este giro fue patente en los congresos internacionales celebrados en Amsterdam (1987), Milán (1990) y Copenhague (1993). En Amsterdam se proponía la siguiente definición para ET (Quintanilla, 1989a): "La ET es un proceso consistente en el análisis de los desarrollos tecnológicos y de sus consecuencias, y en las discusiones que surgen a partir de tales análisis. El objetivo de la ET es generar una información que sirva de ayuda en la determinación de la política estratégica de desarrollo tecnológico por parte de quienes tengan esa responsabilidad y que facilite la definición de los temas susceptibles de ulterior investigación para evaluación tecnológica". En ella es ya patente el giro al que hacemos referencia. Por último, un breve comentario sobre la participación pública. Estamos viendo como desde la ECT se opta por una política más activa, incidiendo en los problemas sociales y en sus posibles soluciones. Parece claro que ese giro debe también incluir la participación pública como uno de sus ejes principales. También en este aspecto el trabajo teórico está siendo importante, apareciendo la sociología de la tecnología como la disciplina que más ideas ha aportado al mismo. Con relación al sentido de la participación, es posible distinguir dos tendencias. Por una parte, desde el punto de vista más próximo al constructivismo social de la tecnología, se considera difícil hacer una distinción clara entre los aspectos puramente técnicos y los políticos o valorativos a la hora realizar la evaluación, exigiendo una amplia participación de los grupos sociales relevantes en el debate. Sin embargo, desde posturas defensoras de la racionalidad tecnológica se propone distinguir entre el ámbito de lo estrictamente técnico y de lo social, proponiendo distinto ámbitos de evaluación. Por ejemplo (Quintanilla, 1989a) se propone que desde un contexto científico-tecnológico se deberían evaluar valores como la factibilidad, la eficiencia o la fiabilidad de una tecnología, abriendo al contexto social la evaluación de valores como la idoneidad social o las consecuencias de dicha tecnología, que deberían estar regidos por principios no normativos como el de precaución. 5. PROBLEMAS ABIERTOS Y PROPUESTAS PARA EL FUTURO "El que predice el futuro miente, incluso si dice la verdad" (Proverbio árabe) Esta sentencia contradictoria puede muy bien reflejar la idea que subyace en las nuevas propuestas de ET: la necesidad de trabajar por una ET capaz de dirigir el cambio técnico y de construir el futuro tecnológico, más allá de una predicción de impactos que está condenada a "mentirnos" por perfecta que parezca ser. Pero puede también darnos a entender que es muy difícil aventurar por donde discurrirá el futuro trabajo sobre ET. Por nuestra parte, queremos en éste último epígrafe presentar esquemáticamente algunos de los problemas que a nuestro entender están abiertos en el debate sobre política tecnológica y evaluación de tecnologías. Por ejemplo: 1. La articulación práctica de la participación pública: encontrar formas viables para la integración de los especialistas y del público en general. 2. La búsqueda de criterios para actuar ante la imposibilidad de la valoración cuantitativa de algunos de los impactos, como el ambiental (o al menos para resolver creativamente la falta de consenso en torno a si es posible o no esa valoración). 3. En un terreno práctico, está la dificultad de que la ET, más allá de su desarrollo teórico, tenga un peso específico importante en el diseño de políticas tecnológicas nacionales (tal es el caso de España, en el 12 que ni siquiera existe una agencia de ET en el parlamento). En este sentido, aspectos como el condicionamiento de las políticas nacionales a otras internacionales en un entorno de globalización, son importantes15. 4. Otro de los asuntos complejos es el de la evaluación de tecnologías en el ámbito de la investigación y el desarrollo tecnológico estrictamente privado. Aun estando de acuerdo en que "no se puede dejar de lado la conveniencia de subordinar la actividad comercial y el esfuerzo económico al control democrático en un escenario democrático en términos políticos" (Muñoz, 1995, p.4), no parece haber muchas soluciones prácticas para llevar a la práctica dicho control democrático. Pero para acabar de forma constructiva, lo haremos con dos propuestas para el futuro. Una de carácter práctico que ya ha sido experimentada en diversos países europeos en la última década, y otra teórica extraída de la bibliografía reciente. La experiencia práctica son los congresos de consenso (González García et al., 1996). Se trata de una inciativa puesta en marcha en Dinamarca a finales de los 80 por encargo del Parlamento Danés. Algunos de los temas tratados fueron el transporte por carretera o el Proyecto Genoma Humano. En 1993 se realizó en Bélgica un congreo de este tipo sobre ingeniería genética en animales y en 1994 otro en el Reino Unido, organizado en Londres por el Science Museum, sobre aplicaciones de la biotecnología. Esta técnica consiste en constituir un panel de ciudadanos no especialistas que elige un grupo de apoyo (formado por científicos, empresarios, políticos, miembros de asociaciones ciudadanas, etc.) que se debe encargar de aportar evidencias en defensa de las distintas posturas en controversia, respondiendo a las preguntas formuladas por los miembros del panel. El congreso es abierto y admite también preguntas de los asistentes al mismo. Al finalizar, los miembros del panel emiten un informe para ser tenido en cuenta en el debate público y en la toma decisiones políticas sobre la tecnología en controversia. La propuesta teórica va en la línea ya comentada de reforzar el papel de la prospectiva tecnológica en la ET. Sus autores lo llaman pronóstico social de la Tecnología (Todt y Luján, 1998). En sus palabras: "Sería una estrategia de prospectiva que implicaría activamente a todos los actores sociales potencialmente afectados (...) en: 1. La definición de los objetivos (sociales, económicos, políticos, ambientales) de la política económica 2. determinar las vías alternativas futuras de desarrollo tecnológico y sus implicaciones (especialmente en su aceptación por la sociedad) 3. establecer un claro marco normativo para el ejercicio prospectivo, y contribuir a la configuración social de la tecnología (...)" Por otra parte, consideran que el pronóstico social debe seguir un curso paralelo al de la implicación social en la ET, que hasta ahora se ha preocupado más de la evaluación de tecnologías concretas. En su propuesta, el Pronóstico Social debe seguir un proceso iterativo, integrado en las actividades regulares de prospectiva, con los siguientes pasos: 1. "identificación de los actores afectados, 2. definición de objetivos del ejercicio de prospectiva por parte de todos los participantes, 3. tratamiento de los asuntos y elaboración de alternativas futuras y de opciones políticas por cada grupo de trabajo de actores, 15 Piénsese, por ejemplo, en los efectos de pérdida de competitividad de un país si decide establecer medidas precaución frente al desarrollo de una tecnología concreta sí aceptada en otros países. 13 4. debate de las diferentes propuestas con todos los actores (reuniones tipo taller) 5. redacción de un informe." Estas propuestas dan idea de que la ET es algo dinámico, en lo que se sigue investigando dada la importancia que se le supone, pero también dan idea del largo camino que nos separa todavía de una ET que responda a las expectativas que muchos han depositado en ella. Expectativas como que la política tecnológica pueda ser un tema de profundo debate social y como que el cambio tecnológico pueda dirigirse en la dirección más adecuada posible para el conjunto de la sociedad y el medio ambiente. 6 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS González García, M.I., López Cerezo, J.A., y Luján López J.L., (1996), Ciencia, tecnología y sociedad, una introducción al estudio social de la ciencia y la tecnología, Tecnos, Madrid. González García, M.I. y López Cerezo, J.A. (1997), "Forestry Research and Policy in Northern Spain: A Case Study in the Social Closure of Uncertainty", I. Hronsky et al. (eds.) Philosophical and Policy Studies in Science and technology, Budapest, 1997, pp. 7-42. Moñux, D. (1999), Tecnología para el Desarrollo. Hacia una comprensión de las relaciones entre tecnología, sociedad y desarrollo, en http://www.oei.org.co/cts/monux.htm (página web CTS de la Organización de Estados Iberoamericanos). Muñoz, E. (1995), Evaluación de Tecnologías y Política de la Tecnología (documento de Trabajo 95-02), CSIC, Instituto de Estudios Sociales Avanzados, Madrid. Quintanilla, M.A. (1989a), Tecnología: un enfoque filosófico, FUNDESCO, Madrid. —— (1989b) (coordinador), Evaluación parlamentaria de las opciones científicas y tecnológicas. Seminario internacional, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid. Quintanilla, M.A. y Bravo A. (1998), Cultura tecnológica e innovación. (Informe para COTEC. Primera parte: El concepto de cultura tecnológica), en http://cts.usal.es. Sanmartín, J. (1993), "Tecnología y ecología muchos problemas y unas pocas soluciones". Estudio sobre Tecnología, Ecología y Filosofía, VII Biennial for Philosophy and Technology, en http://www.campus-oei.org/cts/tef.pdf Slaa, P. Y Tuininga, E.J. (1989), "Constructing Technology with Technology Assessment", en Quintanilla 1989b. Todt, O. y Luján, J.L. (1998), "Pronóstico social de la tecnología: el caso de la ingeniería genética", The IPTS Report, IPTS-JRC, Sevilla, Nº26, Julio 1998, pp. 28-33. Disponible en http://www.jrc.es/iptsreport Winner, L (1986), La ballena y el reactor, Gedisa, Barcelona, 1987. 14 II. Razones para la participación ciudadana en Biotecnología Argumentos para la participación Diez años después de su publicación, los argumentos expuestos por Daniel Fiorino en su artículo ‘Citizen Participation and Environmental Risk: A survey of Institutional Mechanisms’ siguen siendo los mejores en la defensa de la participación pública en la evaluación y gestión de la tecnología: Argumento instrumental: La participación ciudadana reduce la desconfianza y el rechazo social. Argumento normativo: la tecnocracia es incompatible con los valores democráticos. Argumento sustantivo: el juicio de los no-expertos es tan razonable como el de los expertos. Es muy probable que incluso los políticos y científicos reacios a la participación pública consideren que algo debe hacerse en este sentido, tras asistir en 1999 a fuertes muestras de rechazo de diversos colectivos sociales europeos a los Organismos Modificados Genéticamente (OMG). De alguna forma, cuando desde esos ámbitos se expresa la preocupación que genera el rechazo social hacia la nueva biotecnología, argumentando que es necesario hacer un esfuerzo de divulgación y de información, se está asumiendo una parte de lo que Fiorino llama “Argumento instrumental”. La falta de información es hasta ahora una de las principales razones expuestas por los defensores de los OMG para explicar el rechazo social, sin embargo, dos hechos parecen indicarnos que la falta de confianza no es atribuible a un problema de déficit cognitivo. 1. En primer lugar, el Eurobarómetro de 1997 “Los europeos y la moderna biotecnología” mostró de manera clara que los países en los que los ciudadanos estaban mejor informados científicamente, no sólo no eran los más favorables a estas aplicaciones tecnológicas sino, en algunos casos, los más reacios. 2. Por otra parte, al hacer una análisis tan simplista de la falta de confianza del público, se está olvidando que la percepción pública de la ciencia y la tecnología es un fenómeno complejo que involucra factores culturales y que, en realidad, una de las razones más determinantes de ese rechazo es la falta de confianza en el proceso de toma de decisiones políticas y reglamentarias. Muy relacionadas con la confianza está la cuestión de la incertidumbre y de la indeterminación, es decir, el hecho de que pueda existir una falta de conocimiento sobre el comportamiento y las consecuencias futuras de los nuevos sistemas tecnológicos o, incluso, una imposibilidad estructural de predecir dicho comportamiento. Muy a menudo, el insuficiente reconocimiento de la tecnología como actividad social y de los sistemas tecnológicos como sistemas socio-técnicos impide abordar abiertamente esta crucial cuestión. En el caso del debate sobre las normativas europeas de los OMG, es claro que ha habido una percepción pública de que esa incertidumbre no ha sido gestionada adecuadamente. Frente al legítimo intento empresarial de lucrarse con el negocio de los alimentos trasgénicos, encontramos la igualmente legítima desconfianza social ante un proceso en el que, mientras aparecía bien claro quien recibía ese beneficio económico, no estaba tan claro cuáles eran los beneficios para los agricultores y los consumidores. 15 Avanzamos por tanto, como han mostrado José Luis Luján y Oliver Todt en sus trabajos, hacia un escenario en el que se impone la necesidad de una política que haga frente a la incertidumbre al tiempo que suscita la confianza de los interesados —tanto en la propia tecnología, en caso de considerarse adecuada, como en el proceso de toma de decisiones—. Para ello, ese proceso no puede estar fundamentado únicamente en el conocimiento especializado, sino que debe incorporar el principio de precaución y la participación social. Es cierto que la Directiva Europea 90/220 sobre liberación deliberada de OMG contempla ambos aspectos, pero también es cierto que ni se han desarrollado formulaciones explícitas en torno a qué es la precaución y como aplicarla, ni se ha puesto en práctica una participación a gran escala, siendo sólo unos pocos los estados miembros que han hecho algún esfuerzo en este sentido. En cualquier caso, la persistente resistencia social es la mejor muestra de que no se avanza por el buen camino. En cuanto al “argumento normativo”, aunque pueda ser asumible mayoritariamente en su formulación abstracta, podría ser cuestionado por algunas personas de la siguiente forma :”¿por qué abrir precisamente la política científica y tecnológica —y no otras— a la participación ciudadana? ¿por qué no asumir simplemente la democracia representativa?” La respuesta se encuentra en las implicaciones de los otros dos argumentos: en primer lugar, la participación puede ser una de las vías para establecer unas políticas mejores y con mayor aceptación social y, en segundo lugar, este proceso de democratización es necesario por cuanto esas políticas afectan por igual, de forma creciente y en múltiples planos —sociales, éticos, medioambientales...— a todos los ciudadanos, estén o no muy interesados en ciencia y tecnología, a diferencia de lo que ocurre en otras esferas de la vida política. Hacia la democratización de la ciencia El “argumento sustantivo” puede, sin embargo, crear recelos fuertes entre los gestores de la ciencia y una gran parte de la comunidad científica. De hecho, he podido comprobar como el uso de la expresión “democratización de la ciencia” provoca este recelo, por cuanto la palabra “democratizar” parece indicar que se va a someter a votación la investigación científica, igualando las “opiniones” de científicos y ciudadanos, para decidir qué resultados deben considerarse válidos. En realidad, de lo que se está hablando es de abrir a la participación ciudadana la toma de ciertas decisiones de política científica para que la sociedad pueda influir directamente en ese proceso. La democratización supone, o exige, como no podía ser de otro modo, aumentar el esfuerzo de divulgación para involucrar al público en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Ahora bien, ésta es sólo una de las caras de la moneda, la otra, como ya he dicho, es la existencia de una participación ciudadana efectiva. No es admisible defender, como se hace a menudo, que una buena divulgación puede por sí sola conseguir la democratización, en la esperanza de que unos ciudadanos informados puedan, mediante los cauces convencionales, conducir la política científica en el sentido deseado. Como decíamos arriba, algunas de las decisiones sobre opciones científicas y tecnológicas —como en el caso de la moderna biotecnología o de la biomedicina— no suponen simples opciones económicas que la sociedad pueda dejar en manos de sus representantes políticos: suponen en realidad encrucijadas culturales, éticas y ecológicas que están directamente ligadas con la idea de qué mundo queremos construir: se trata de decisiones que no comprometen únicamente a la razón instrumental, sino también a la sustantiva o teleológica; es decir, se trata de responder a las pregunta ¿hacia dónde vamos? y no sólo a ¿cómo queremos llegar? Poniéndonos en el papel de la Administración, a la hora de pensar en fomentar la participación puede parecer que lo primero es pensar a quién abrir esa participación. Pero como advierte el profesor José 16 Antonio López Cerezo, antes está la pregunta ¿para qué queremos fomentarla? Porque si nuestro interés es únicamente instrumental —queremos minimizar el rechazo social— tendremos una fácil respuesta: deberemos abrir la participación a los actores con capacidad de movilización (grupos ecologistas, sindicatos,...) Sin embargo, si nos mueven también los argumentos normativo y sustantivo, hemos de involucrar a todos los actores a los conciernen esas decisiones de política científica: colectivos directa o potencialmente afectados, grupos de consumidores, comunidad científica e ingenieril, público interesado (ecologistas, ONG,...) Criterios y mecanismos para una buena participación Recogiendo de nuevo las ideas de José Antonio López Cerezo, los criterios —o si se quiere las características— de la participación serían: 1. Carácter representativo: debe existir una amplia participación. 2. Carácter directo e igualitario: los ciudadanos deben tener una participación directa y en pie de igualdad con los expertos. 3. Carácter efectivo: que influya de verdad en las decisiones políticas. 4. Carácter activo: debe haber una implicación cierta de los ciudadanos. Los mecanismos que construyamos, por tanto, deben tener estas características. Deben permitir que unos ciudadanos, implicados y con carácter representativo, reciban toda la información y asesoría necesaria desde distintas fuentes y expertos, de forma que el informe final que elaboren sea tenido en cuenta, en la creencia de que su criterio político será tan razonable como el de los que poseen conocimiento especializado en la materia. El carácter efectivo es de suma importancia pues, de estar atenuado, se corre el riesgo de convertir la participación en un mero proceso legitimador de políticas previamente diseñadas. Algunos mecanismos de participación pública que ya han sido ensayados —algunos de ellos en el debate europeo sobre OMG— son: el referéndum, la audiencia pública, la encuesta de opinión, la gestión negociada, el congreso de consenso o el panel de ciudadanos. Es importante advertir que no existe ningún mecanismo que sea válido para cualquier caso, sino que depende del tipo de política que estemos abriendo a la participación. Por otra parte, casi todos estos mecanismos se han originado y ensayado en EE.UU., Reino Unido y norte de Europa, siendo necesario un esfuerzo creativo por parte de cada país (¿por qué no España?) para la puesta en marcha de mecanismos propios. Por último, considerando que uno de los argumentos utilizados en favor de los OMG ha sido el que podrían contribuir a aliviar los problemas de alimentación de buena parte de la población mundial, será bueno no perder una visión internacionalista. En este sentido, hay que recordar la necesidad de hacer un esfuerzo por reglamentaciones internacionales como puede ser el protocolo común sobre bioseguridad, que regularía el comercio de los OMG. Pero no sólo eso, es necesario que los habitualmente excluidos de este tipo de debates, a los que se considera potencialmente beneficiarios de los OMG, puedan hablar con voz propia y plantear el debate desde las peculiaridades de su contexto y en relación a otros problemas aún sin resolver —como es el caso de la propiedad de la tierra, de cara al debate sobre agricultura biotecnológica—. Porque cuando en los países empobrecidos se habla de democratización de la ciencia, se está hablando también de justicia social. 17