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S. Pedro Sochiapam, 16 de Julio de 2005 DIOS ES AMOR 24. Y CON JUNIO LLEGÓ EL INVIERNO Cuando los torrenciales no tienen fin Al comenzar esta jornada del 16 de julio, día de Nuestra Señora del Carmen, no puedo menos de recordar a mis difuntos padre y hermano mayor, llamados Carmelo, y a mis tías y sobrinas que llevan también el dulce nombre de Carmen… No me olvido de que este día en mi casa siempre ha sido un día muy especial, porque en este mes, además, se celebran otros acontecimientos familiares. Aunque mi vida en la misión me hace, a veces, estar un poco ausente de cuanto sucede en la familia o en España, hoy, 16 de julio, desde luego, no es así. Esta fecha no se me pasa fácilmente, por eso pongo hoy en el Corazón traspasado de Cristo, buen Pastor, a toda la familia. Tampoco en estos momentos me olvido de España, porque, mientras nosotros aquí desde el día de san Antonio entrábamos de lleno, aunque tardíamente, en el periodo de las lluvias, y con ello en el “invierno”, allí comenzabais el verano. En el trópico sólo tenemos dos estaciones, el invierno o “época de agua”, que dura más de nueve meses, y el verano o “época de seca”. Nosotros ahora en la misión estamos viviendo largas jornadas de huracanes (y ya van 6 de los grandes), mientras España está que arde… Desde junio los españoles ven con gran dolor e impotencia cómo su rico patrimonio ecológico arde por los cuatro costados; las altas temperaturas, las sequías, las negligencias de tanta gente que tira latas y botellas por el monte o que enciende fuego donde no debe, además de los pirómanos, están destruyendo la nación. Nosotros estamos sufriendo los coletazos de los huracanes que nos llegan del Caribe y que pasan por el Golfo de México, es decir, lluvia y más lluvia. Llevábamos ya algún tiempo sin que el período de las lluvias llegara, que aquí suele comenzar a finales de mayo. El Domingo día 12 de junio celebré Misa en san Pedro Sochiapam y en el pueblo de Quetzalapa, e invité al pueblo a orar para pedir agua para los montes sembrados de maíz, que ya comenzaban a secarse. Esa misma noche, ya de madrugada, comenzó a llover, pero no fue mucho. Coincidió con el día de san Antonio, el popular santo de milagros… Cuando dejó de llover, emprendí el camino a Tuxtepec, pasando una noche en Tlacoatzintepec. El encargado de la iglesia de Quetzalapa me consiguió una mula para el fatigoso ascenso de hora y media que conduce a la cumbre. La mula no se dejaba montar y no hacía más que dar coces hacia mi lado, y además me la habían alquilado sin el freno… El “fiscal” (encargado del templo) no hacia más que repetirme: “Sube, padre; sube tranquilo, que el dueño me ha dicho que la mula es mansita”. Sin el freno me era imposible controlar al animal; le pregunto al fiscal que por qué el dueño no le ha puesto el freno a la mula, y me sigue insistiendo en que el dueño le ha dicho que la mula es mansa y no necesita freno… Antes de llegar a la cumbre, pasando por el último potrero de Quetzalapa, el animal tomó otro camino que conducía a un pequeño rebaño de vacas, y echó a correr monte abajo sin que yo, “avezado” jinete, pudiera controlarlo. A un cierto momento la montura comienza a inclinarse hacia el lado izquierdo y, por más que trato de enderezarme, no puedo evitar una espectacular caída; gracias a Dios que a los lados de ese camino no había árboles ni piedras, pues de ser así, tal vez ahora no os lo estaría contando… El fiscal, que viene casi rodando detrás de la mula, llega junto a mí intentando levantarme, pero yo por unos minutos no puedo moverme. Cuando consigo enderezarme, decido proseguir el camino a pie y le digo al asustado acompañante que mande al diablo al “dócil y manso” mular… Desde ese día de san Antonio no ha dejado de llover, pero ha sido en los días 18 al 30 de junio, especialmente, cuando las furias de la naturaleza se han desatado con mayor violencia en nuestra región: ¡No ha dejado casi de llover torrencialmente ni de día ni de noche! Los ríos se desbordaron todos. Para llegar a la fiesta patronal de Zautla, san Juan Bautista, decido no llevar mi caballo, porque el camino ha sido prácticamente destruido por el agua, que lo ha convertido, además, en un pequeño torrente; y cuando llego al río “Hormiga” a su paso por el puente de madera de Zautla, me encuentro con que está a punto de llevárselo por delante con toda su furia; la lluvia sigue cayendo durante los dos días de fiesta, por eso me preocupa un poco el regreso, pues no sé si encontraré ya el puente. Las fiestas patronales de nuestra parroquia de san Pedro también fueron pasadas por agua. El pasado año fue más bien seco, pero éste parece tener las mismas características climáticas que las de la temporada 2003-2004… Con esta situación así, comprenderéis que todas nuestras hortalizas del huerto se hayan podrido, y que nuestro huerto se haya convertido más bien en un pastizal de altas hierbas. Benedicto XVI, nuevo Papa Han pasado ya varios meses desde la muerte de Juan Pablo II y la elección del nuevo Papa, Benedicto XVI, y justo es que aproveche esta “carta desde la misión” para expresaros lo que siento al respecto. Yo estaba plenamente convencido de que el nuevo Pontífice iba a ser el Cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, de Honduras. Lo deseaba, por eso lo esperaba. En más de una ocasión he manifestado a algunos que algún día este Cardenal llegaría a ser Papa (y aún no pierdo la esperanza). Sin embargo, la elección del Cardenal Ratzinger no me sorprendió, y di muchas gracias al Señor por ello. El pobre Cardenal, al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, había sido muy incomprendido; se le ha juzgado de ser un hombre duro con los teólogos disidentes, ha sido blanco in misericorde de las críticas y ataques de sus adversarios, sin que él los tuviera como tales. Ha sido injustamente tratado incluso por los medios de comunicación, los cuales no tienen ni puñetera idea de Teología o Religión; sin embargo, el Señor ha salido en su defensa y le ha hecho justicia. El Espíritu Santo se ha posado sobre el Cardenal Ratzinger y se ha burlado de todos los que no lo querían como Papa… El poderoso Señor de la Historia ha hecho justicia y ha cumplido con su palabra de levantar a los humildes. Si, porque el Papa Benedicto XVI no es en absoluto un jerarca de la Iglesia soberbio, intransigente, duro, lejano… como muchos así lo pintaban cuando era Cardenal. Los que le conocen bien, -y todos dan testimonio de ello- saben que el nuevo Papa es un hombre sencillo, hombre de diálogo, entrañable, muy inteligente, aunque algo tímido; no va a ser un Papa con el carisma popular de Juan Pablo II, ni lo desea. Es una injusticia gravísima contra él decir que el Cardenal había tratado mal a los Teólogos más conflictivos, porque siempre los llamó, los escuchó con bondad, les aconsejó, los orientó y les ofreció su amistad. Algunos de estos Teólogos no sólo nunca reconocieron sus errores, sino que también se dedicaron a escupir veneno contra el Cardenal y contra la Iglesia en general en todos los medios de comunicación posibles. Por desgracia, muchos hombres y mujeres buenos de Iglesia se han dejado influenciar por estos “teólogos”, incluso Obispos. Ratzinger, sin embargo, nunca se defendió ante tantas críticas, sino que toda su “impopularidad” la sufrió con mucha paz y resignación por fidelidad. Y esto es lo que más admiro yo en el Papa Benedicto XVI: La fidelidad al Evangelio y la fidelidad a la Iglesia, que es la encargada por Cristo en san Pedro y sus sucesores de la defensa de la Fe y la Moral. El día en que todo el mundo conoció la noticia de la elección del nuevo Papa, yo le dije al P. Antonio: Muchos no lo quieren, pero ya verás como este Papa va a sorprender al mundo entero, incluso a sus detractores. Va a ser el Papa de las sorpresas. Ahora, después de varios meses, ya oigo voces que dicen lo mismo. Durante los primeros siglos de la Iglesia, el Espíritu Santo confió mucho en la santidad y la sabiduría de aquellos que elegían a los Papas, y le salió bien: Casi todos salieron Santos canonizados y Mártires. Pero luego parece que se confió demasiado en los humanos, y en muchas ocasiones nos ha dado la impresión de que se ausentaba de su Iglesia, sin saber por qué… La Iglesia ha atravesado entonces por periodos muy duros, en los cuales han convivido juntos grandes Santos e indignos Papas que se han sentado en la cátedra de Pedro… Misterios de la divina Providencia, que sólo Ella sabe cómo se conduce la Iglesia. Ahora llevamos más de un siglo en que el Espíritu Santo sigue confiando en los electores de los nuevos Pastores de la Iglesia, pero ya no tanto, y es por eso que interviene con más fuerza en ese recinto misterioso donde se celebran los “Cónclaves”… A partir del siglo XX las elecciones de los Pontífices sorprenden a todos, porque el principal protagonista de cada elección va a ser precisamente el Espíritu Santo, que ya no se va a dejar “influenciar” por ideología alguna ni por corrientes humanas que encasillen a nadie (conservador, progresista, .tradicional, liberal, etc.). Todos los Papas del siglo XX han sido de gran valía. Este Espíritu, que sopla donde sólo Él quiere, va a respetar los procesos democráticos de cada cónclave, desde luego, pero va a irrumpir en la asamblea de Cardenales allí reunidos, como en el Cenáculo, con la fuerza y el poder de Pentecostés. Os invito a leer Hechos 2, 1-13: Este día el Espíritu Santo irrumpió en la Iglesia renovándolo todo. No olvidemos de que, según Pablo VI, estamos todavía en los comienzos del Cristianismo. Queda mucho por hacer. La Iglesia no es Europa. Se vislumbra una nueva primavera para la Iglesia, como Juan Pablo II dijo en más de una ocasión, pero una nueva primavera no exenta de la Cruz. Los que amamos a la Iglesia sabemos que las sorpresas del Espíritu en cada Papa no van a faltar. ¿Cuáles serán las que se manifiesten en Benedicto XVI? La muerte de Rosa Rosa es el nombre de una mujer. Evidentemente, me diréis vosotros. Bueno, pues no tan evidente, porque aquí os podéis encontrar con nombres como Leonor, Guadalupe, Lourdes o Rosa… que no son sólo nombres de mujer, sino también de hombre. El caso es que un día me vienen a buscar una tarde, ya anocheciendo, para visitar a una enferma de cáncer llamada Rosa. Al entrar en la casa, bastante oscura, me encuentro con un hombre joven con el pelo corto, de unos 30 años de edad y sumamente delgado. “Vaya, me digo a mí mismo; me han engañado: se trata de un hombre y no de una mujer”. Pero al acercarme a “él” me doy cuenta de que, en realidad, sí se trata de una mujer: Sus ojos, muy bellos, y su dulce sonrisa, como los de cualquier mujer, y sus finas facciones de su demacrado rostro la delatan. Se trata de una mujer de 29 años que la acaban de traer de México, donde vivía desde los 12 años, para pasar sus últimos días con la familia. Al día siguiente me enteraré de que no es cáncer lo que tiene, sino sida. Su cuerpo está hecho una piltrafa: los pómulos de la cara están bien marcados, porque ya no tiene carne en su rostro; sus pechos están secos totalmente, y todo su cuerpo es un montón de huesos. Lo único de lo que parece no carecer es de una sonrisa que no se le ha ido en todo el tiempo que estoy con ella y mucha paz. Me dice que quiere morir en paz, que acepta la voluntad de Dios, que quiere confesarse y recibir los Sacramentos de la Unción de los enfermos y la Comunión; en una palabra, que está tranquila. La confieso y le prometo volver al día siguiente para darle los demás Sacramentos. Aunque la mujer está que da pena verla, no da la impresión de que vaya a morir pronto. Cuando regreso, me recibe con la misma sonrisa; en su ánimo no hay ningún indicio de desesperación ni de queja alguna. Hablamos un rato largo del amor de Dios y de su misericordia. Aún volveré dos veces más, pero ya no está consciente, aunque de vez en cuando levanta la cabeza y sigue mis oraciones con un breve murmullo. Algunas personas me dicen que esta mujer no hizo nunca caso de su madre ni de los consejos de otros familiares, así que desde niña convivió con varios hombres; se juntó con uno con el cual vivió de forma más estable, del cual tuvo un hijo, pero luego él la abandonó. Cuando se empezó a sentir mal y le hicieron análisis, resultó que tenía sida. Su hijo, de 5 años, se quedó en México con otros familiares, y no sabe que su madre ha muerto. La madre de Rosa es protestante, así que el día de la muerte de su hija fue a llamar al pastor y su consejo. Éstos decidieron no llevar el cadáver al templo católico, pero tampoco al protestante “para que no contagiara a la gente”, decían. Ningún familiar me vino a avisar, ni tampoco a los Catequistas, pero me presenté en la casa de la difunta; el pastor y su consejo estaban comiendo y ya estaban para llevar a Rosa al cementerio. Yo me enfadé mucho y me enfrenté al pastor y también a la familia, que es católica, menos la madre. En la próxima carta os contaré el altercado con el pastor. P. Damián Bruyel - Misionero Comboniano - www.iespana.es/renovacioncarismatica