Download teresa y sus hermanos
Transcript
TERESA Y EL MAR. Es una apacible tarde en que el cielo se tiñe de suaves tonos rosados, que adquieren mayor intensidad a medida que el sol declina. Caminamos con Teresa por la amplia playa, frente a su casa, en Rada Tilly, contemplando las caprichosas formas que la espuma, a semejanza de aquellas “rendas” o puntillas que teje al crochet Teresa, va dejando el mar sobre la arena. Mientras las olas van y vienen suavemente, llenando nuestros oídos con esa monótona melodía, Teresa evoca viejos y lejanos recuerdos, iniciados en la otra orilla, más allá del ancho Atlántico. En la convulsionada Europa de comienzos del Siglo XX, no lograba consolidarse la recientemente implantada “república” de Portugal, que se debatía entre disputas políticas y una situación económica cada día más afligente. En ese ambiente inestable, Portugal decide apoyar a los países aliados e ingresa en la Primera Guerra Mundial. En 1917, envía soldados a combatir en Flandes, movilizando 200.000 hombres, con graves pérdidas de vidas y consecuencias económicas que acentuaron la miseria en el interior portugués. En abril de 1918, un terrible bombardeo del ejército alemán, destruyó íntegramente las tropas portuguesas en Flandes, provocando el fin de la intervención lusitana en dicha contienda. Apenas diez días antes, en ese escenario dramático, en la madrugada del 26 de marzo de 1918, llegó a la vida María Teresa de Jesús, en el humilde hogar de Don José Martins Lázaro y Doña Teresa Pires Rulita, en la pequeña aldea de São Bras de Alportel, en el Algarve, extremo sur de Portugal. Las secuelas de esa guerra, agravaron la miseria y la falta de trabajo, obligando a Don José a emigrar a la Argentina, en busca de un lugar de paz donde desarrollar una vida digna y dar un futuro a sus hijos. Teresa tenía apenas cuatro años, cuando su madre quedó sola. La tía, que vivía con ellos, colaboró don Doña Teresa en la crianza de los niños, y sus mimos fueron en especial para Francisca y Teresa, las dos menores. Ambas concurrieron a la escuela del sitio hasta terminar el ciclo primario, y luego fueron a aprender costura y todo lo que en aquellos tiempos debía conocer una señorita casadera. Francisca se casó muy joven con un pretendiente que ya la conocía desde la escuela: Antonio Da Cruz. En cambio, Teresa -una hermosa “rapariga” de dieciocho esplendorosos años- se aprestaba a acompañar a su madre, que por fin podría reunirse con su esposo y sus hijos varones, radicados en Comodoro Rivadavia desde varios años atrás, empleados en la Compañía Ferrocarrilera de Petróleo. Teresa estaba ansiosa por emprender esa “aventura”. Aunque iba hacia lo desconocido, y debía despedirse de sus afectos entrañables, de su tierra, de sus amigas y familiares, aceptaba su destino con alegría. La perspectiva de conocer una nueva tierra, de reunirse con el resto de su familia, la llenaba de una emoción muy propia de sus años, que le producía un ligero cosquilleo… Embarcaron en Lisboa, en la primavera de 1937, en un barco que le pareció inmenso, perteneciente a una compañía inglesa. Estaba muy elegante, con su trajecito nuevo, que ella misma había confeccionado, y mientras observaba el intenso agitar de pañuelos en toda la extensión del “Cais do Sodré”, saludaba a su hermana Chica, apenas visible entre el gentío. Se hicieron muy largos y penosos esos quince días sobre las agitadas olas del Atlántico: cielo y mar y siempre aquel horizonte azul que parecía eterno e infinito. Finalmente llegaron a Buenos Aires, donde estaba esperándolas su hermano José, chofer del Director de la Compañía Ferrocarrilera de Petróleo, autorizado por su jefe a llevarlas en el automóvil de la empresa, a la casa familiar, facilitada por la Compañía, en Olivos. De esa manera, Teresa y su madre disfrutaron de una adaptación paulatina al nuevo país, y su hermano les hizo conocer Buenos Aires. Aún hoy, Teresa evoca sus paseos por la calle Florida, con su trajecito nuevo y su coqueto sombrerito, sintiéndose admirada por su elegante porte y su belleza juvenil. Esos treinta días en Buenos Aires fueron una bella transición, pues la fascinación de descubrir esa ciudad tan moderna, mitigaba su nostalgia de todo lo que acababa de dejar en Europa. Luego vino el viaje a Comodoro, para reencontrarse con su padre, a quien prácticamente no conocía, pues era muy pequeña cuando él emigró. Este viaje –también por mar- hacia el sur, fue mucho más traumático: un barco pequeño, un mar embravecido, un temporal de viento al llegar, y un desembarco inesperado: en un cajón alzado por un guinche, la transbordaron a un bote, y de éste al pedregullo de la orilla en el puerto comodorense… Esos inconvenientes los tomaba Teresa como parte de la aventura, pues sus 18 años le hacían mirar todo con fascinación y curiosidad, como si ella fuera el personaje de una de tantas odiseas protagonizadas por los valerosos descubridores portugueses de otros siglos que había oído narrar en la escuela…Y así, en ese ambiente en el que todo la asombraba, llegó a estas costas del Atlántico, a una pequeña población de casas bajas y precarias, en su mayoría de chapa y madera. Fueron a vivir al Km.8, en un barrio construido por la “Ferrocarrilera”. Era una pequeña casa, donde vivió con sus padres. No le costó adaptarse a la vida del Barrio de “Comferpet”, porque había muchas familias portuguesas y se incorporó rápidamente a un grupo de mujeres jóvenes que tenían una intensa vida social. Eran famosos los bailes en el club, especialmente en carnaval. Los muchachos iban disfrazados y las chicas competían para confeccionarse el mejor disfraz. Compartían hermosas veladas, que contribuían a hacer menos doloroso el desarraigo, y permitían adaptarse a la nueva vida, que repartía entre su barrio y el Km. Cinco, donde vivía su hermana, María, que era tan alegre y divertida como ella, y había emigrado años antes con su esposo Matías Da Cruz. Tenían un bar al que habían puesto el nombre al estilo portugués: “Adega do Matias”, en el cual solía reunirse la gente del barrio, entre ellos muchos portugueses. Allí también solía pasar Teresa felices momentos. Ella y sus hermanos concurrían con frecuencia, a las fiestas de la Asociación Portuguesa, en esos tiempos en formación. Recuerda que – cuando preparaban las fiestas- ensayaban en la sede de la Asociación Española, en la calle Francia y luego hacían la fiesta del 5 de octubre, en el teatro Español. Participaba en los coros y en los bailes. Y entre ensayo y ensayo…conoció al joven que conquistó su corazón. En cuanto lo vio, se dijo: “Con este portugués sí me casaré…” Y en el año 1940, contrajo enlace con don Antonio Eduardo Gonçalves, un joven emprendedor, muy guapo, que era directivo de la Asociación Portuguesa. En aquel tiempo trabajaba en YPF, así que le dieron vivienda en Manantial Rosales, donde se instaló el joven matrimonio. Cuenta Teresa que durante las largas jornadas de trabajo de Antonio, ella trataba de mitigar la soledad, escuchando radio, y al mismo tiempo iba aprendiendo el español, aunque nunca tuvo problema con el idioma, pues casi todos los vecinos eran argentinos, llegados de Catamarca a trabajar en el petróleo. Y se relacionó muy bien con ellos. Entre las familias portuguesas que también vivían en el campamento, se hizo muy amiga de Natalia Morgado y de sus padres, amistad que aún hoy perdura. En Manantial Rosales nacieron sus dos hijos: Ana María y Eduardo. Teresa nunca olvidó a su hermana Francisca, a quien apodaban “Chica”. Su esposo -que presentía el secreto deseo de Teresa de tenerla a su lado- hizo todos los trámites para que pudiera emigrar a Comodoro, con su esposo y su pequeño hijo. Fue la dicha completa de Teresa: tener a toda su familia reunida, especialmente a Chica, que volvió a ser su compañera y confidente, como en lindos tiempos en el Algarve. Poco después su esposo, buscando mejorar su situación, se asoció con un comerciante que tenía una tienda en el centro de Comodoro. A los pocos años le compró la parte y quedó como dueño de la famosa tienda Buenos Aires. Teresa criaba a sus hijos, y colaboraba en la tienda con su esposo. Tenían la vivienda en los fondos. Nuevamente se adaptaron a la vecindad. Teresa rememora el centro de aquellos años, tan distinto del actual. Cuando caminábamos por el centro, todos nos saludaban, porque nos conocíamos todos…algo tan distinto de esta actualidad en que una multitud de rostros desconocidos invaden las calles y nos empujan sin disculparse… Todos los sábados, cuando no había baile, solían ir al Cine Coliseo, recientemente inaugurado, y lo mejor eran las reuniones en el hall y en las amplias escaleras, para saludarse y conversar con los vecinos y amigos…eran verdaderas tertulias amables antes de entrar a ver la película. Evoca con nostalgia al mercado regional, en Pellegrini y Rivadavia, a donde iba a proveerse de productos frescos para la comida diaria. Era un placer ir de compras a ese hermoso espacio, limpio y ordenado. Lamentó mucho su desaparición. Lo consideró una gran pérdida para la ciudad. Mientras tanto, su esposo seguía trabajando para la Asociación Portuguesa, y si bien ella no participaba de las reuniones, porque no admitían a las mujeres en la Comisión Directiva, sí disfrutaba de las fiestas y colaboraba en la preparación de las comidas. Tenían una vida social muy activa. Su esposo también colaboraba en el club Gimnasia y Esgrima, en la Cámara de Comercio -de la cual llegó a ser presidente- y en la Cooperativa de Luz. Aún hoy recuerda con nostalgia las hermosas fiestas que organizaba el grupo de amigas con motivo de algún cumpleaños o despedida de solteras. Llegaban a reunirse más de veinte mujeres en los salones del Club Gimnasia y Esgrima, Club Social. o en las confiterías del centro. Ella no se perdía una; le encantaba participar de esa alegría bulliciosa, sana y divertida, y aprovechaba para lucir algún modelito nuevo, que resaltaba su esbelta silueta. También eran memorables los frecuentes “pic-nics” que organizaba la Asociación Portuguesa, en el parque de Astra, en el Parque “F” de Diadema, o en las quintas de algunos portugueses en las afueras de Comodoro. Recuerda que una vez había tanta gente, que asaron más de cien corderos al asador. Era todo un espectáculo, observar ese enorme anillo de asadores alrededor del círculo de brasas encendidas, que lentamente iban dorando la jugosa y tierna carne. Los ojos de Teresa brillan y su rostro se ilumina cuando evoca los bailes de carnaval del Salón Luso, amenizados por las mejores orquestas de Buenos Aires, contratadas especialmente. _:“Mi esposo se ocupaba personalmente de ir a la Capital Federal a seleccionar las orquestas de mayor éxito para traerlas a Comodoro y disputar con la Asociación Española, las preferencias del público. La capacidad del enorme Salón Luso, se colmaba de tal forma que los mozos no podían llevar las bebidas en sus bandejas y solían usar unas bolsas, que descolgaban desde los palcos altos y su amplia bandeja superior, que oficiaba de “mostrador”. La gente solía ir muy elegantemente vestida, pero muchos que venían del “corso”, concurrían disfrazados. Todo era alegría y respeto. Se jugaba con las serpentinas y el papel picado, y los más sofisticados utilizaban pequeñas botellas “lanza- perfume”, que despedía un suave rocío aromático sobre las personas. Las madres acompañaban a las hijas “casaderas”… ¡cuántas parejas se formaron en esos bailes, y terminaron en felices matrimonios!” cuenta Teresa. Y sigue diciendo: “Vivíamos otros momentos inolvidables, cuando algún artista portugués que llegaba a Buenos Aires, era contratado para venir a Comodoro. Eran veladas de gran gala. Recuerdo a María Da Luz. Mi esposo la fue a buscar a Buenos Aires, y vinieron por tierra. Ella quería detenerse a cada momento para admirar el paisaje exótico y extraño. Se tomaba fotos con los guanacos y avestruces que se cruzaban por el camino de tierra. La hospedamos en casa. Una mujer sencilla y alegre. Cuando cantó en el Luso, no alcanzó el Salón para albergar a tanta gente que quería disfrutar de sus canciones de la madre patria y matar saudades. Lo mismo sucedió cada vez que llegaron, Fernando Farinha, Eugenia Lima, Tristão Da Silva, y alguno más que se animaron a venir a la Patagonia.” Dos veces al año, viajaban a Buenos Aires a comprar mercaderías y aprovechaban para pasear. Y también por las nuevas funciones de su esposo, que en el año 1957, fue designado vicecónsul honorario de Portugal, cargo que desempeñó, durante más de cuarenta años… Teresa no se cansa de agradecer al Señor su destino. Se considera una mujer muy afortunada. Esa felicidad era aún más completa cuando viajaban a su Portugal natal. Seis veces repitió ese enorme placer acompañada de su esposo. Cada viaje era una emoción distinta, una experiencia nueva, a pesar de recorrer los mismos lugares, siempre había algo nuevo para conocer o reconocer los viejos sitios ahora renovados. Como buena observadora, se fijaba en los distintos aspectos del país, un lugar, una región: sus costumbres, su gastronomía, su gente, y –en especialsu paisaje. Todo lo guardaba en su memoria y enriquecía su espíritu. Cuando don Antonio consideró que había cumplido su ciclo laboral, vendió su tienda, y eligió Rada Tilly, como retiro de su vida activa. Allí refundaron su nuevo hogar, en una hermosa y sencilla casa a orillas del mar…ese mar que la separó de la tierra donde nació, pero que la trajo a esta tierra argentina que le dio una vida plena y una familia para amar… ...y Teresa volvió a decorarla con su buen gusto de mujer hacendosa. No podía faltar un cuidado jardín al frente, y una pequeña huerta en el fondo. Allí pasaban sus momentos de ocio: Don Antonio leyendo, doña Teresa tejiendo “renda”, a la espera de la visita de sus hijos, sus nietos, sus amigos, que disfrutaban de la amena, variada y erudita conversación de don Antonio, y de las exquisiteces que prepara siempre Teresa. Un día, el corazón de don Antonio, cansado de tanto trabajar, tanto amar a su familia, a sus amigos, tanto darse a los otros, cesó de latir. Desde entonces, Teresa vive para recordarlo. Les cuenta a sus cinco biznietos la vida de ese inmigrante que pudo superar las dificultades de la vida con trabajo y más trabajo, y forjar un hermoso destino para su familia, con esfuerzo y total dedicación. El año pasado sus hijos le prepararon una bella fiesta sorpresa para festejar sus 90 años. Ella realmente parecía una reina, agasajada por el cariño de toda su familia y amigos de toda la vida, que le hicieron vivir una jornada inolvidable, en especial con el regalo de la Asociación Portuguesa: el “rancho folclórico” interpretó para ella bailes típicos lusitanos que le hicieron revivir las inolvidables fiestas del Salón Luso. Teresa continúa siendo bella y elegante. Disfruta de amables tertulias con su familia y sus amigas, en apacibles tardes de té. Sólo lamenta no poder ver bien, pero eso no le impide seguir con atención todos los acontecimientos que suceden en este mundo agitado. Le apena que la gente no disfrute de las cosas agradables de la vida. Agradece a cada momento la existencia que le ha tocado transitar. Pero no cabe duda de que ello se debe a su voluntad y disposición para poner armonía y paz a su alrededor, para sonreír siempre, aún en tiempos difíciles, para tender una mano amiga y protectora a aquellos que la necesitan, para dar siempre el consejo oportuno. Mientras contempla el paisaje tras el amplio ventanal, reflexiona: “Ese mar que me trajo a esta tierra bendita que tanto me dio, es el mismo que ahora me acerca, con sus sonidos, el recuerdo de la lejana costa de mi bella tierra lusitana, uniendo en mi corazón el amor agradecido hacia una, y la saudade emocionada hacia la otra”. SEUDÓNIMO: “MARAZUL”