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Otra cultura para construir otra sociedad Comisión Permanente-HOAC Mayo de 1999 L a cultura marca la vida de las personas, sus opciones, su manera de situarse ante la realidad ... Por eso interesa mucho a la liberación: no es posible construir un mundo más humano sin una cultura humanizadora. La cultura no lo es todo para la liberación, son necesarias también propuestas políticas concretas que la vayan construyendo, pero sin cultura liberadora no hay propuestas políticas liberadoras posibles ni sujeto social que las lleve a la práctica. El mundo obrero necesita hoy una cultura liberadora que le permita buscar caminos para salir de la situación de explotación y dependencia en que se encuentra. Para construir una sociedad más humana lo primero que es necesario es que las personas queramos construir esa nueva sociedad. No basta con ese deseo, pero sin él todo lo demás carece de sentido. Este deseo tiene mucho que ver con lo que significa la cultura. La cultura son nuestros valores éticos, nuestros deseos, nuestras ideas, nuestra convicciones, nuestra manera de pensar, nuestra manera de entender el mundo y la vida, nuestras actitudes ante la vida y ante los hechos, nuestra manera de vivir... Todos participamos de una cultura. Cultura que siempre está vinculada con la vida cotidiana de las personas. Es cómo experimentamos lo que vivimos: cómo lo sentimos, cómo reaccionamos ante ello, cómo lo interpretamos y valoramos... y cómo actuamos. Por eso, la cultura es tan importante para la vida de las personas y para la vida social. 1. El mundo obrero vive una situación de explotación El mundo obrero vive una experiencia profundamente marcada por el trabajo, por la forma en que este se realiza en nuestras sociedades capitalistas y por las relaciones sociales que en torno a él se establecen. Mundo obrero son los trabajadores y sus familias que: Trabajan para otros a cambio de un salario. No son dueños de su trabajo, que es organizado y dirigido por otros. No son dueños del fruto de su trabajo, que se lo quedan otros para enriquecerse. Dependen de la voluntad de otros para trabajar o estar parados. Esta situación produce en la persona del trabajador una consecuencia muy concreta, la explotación, que representa la negación práctica de la dignidad de la persona. El trabajador es obligado a una actividad que es contraria a la naturaleza humana: la persona está vocacionada a trabajar para realizarse en comunión con los demás, al trabajo que tiene como objetivo producir bienes y servicios que satisfagan las necesidades humanas al mismo tiempo que esta actividad sirve a su propia realización. Pero la persona no está vocacionada a trabajar de manera forzada para el beneficio y enriquecimiento de otros como ocurre en el actual sistema de trabajo asalariado capitalista. El trabajador, como persona que es, debe ser principio y fin de la producción; sin embargo en el presente sistema asalariado capitalista es convertido en un instrumento más de los utilizados en el proceso de trabajo. Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999 El trabajo, que es un bien de la persona y para la persona, es convertido en una mercancía que se compra; se le fuerza a ser un mecanismo al servicio de la producción de beneficios y se le valora en cuanto tal. Se utiliza un estado de necesidad -el trabajador necesita del trabajo para subsistiry un derecho -el derecho a disponer de recursos para construir su propia vida, para formar una familia- para convertir a la persona que sólo posee su fuerza de trabajo en mercancía al servicio de la producción de beneficios. El trabajo se convierte así en un coste de producción, que hay que comprar al precio más bajo posible y del que hay que obtener la mayor rentabilidad posible, lo cual provoca el deterioro de las condiciones de trabajo, sobre todo las de los sectores con mayor debilidad para negociar, que se subordinan a la rentabilidad. El trabajador no controla su trabajo: no es él quien decide qué producir, cómo producirlo y para qué producirlo. No vive el trabajo como algo propio. El trabajador tampoco es dueño de los frutos de su trabajo, no tiene capacidad de decisión sobre la finalidad del mismo. El fruto del trabajo se lo apropia quien paga un salario por la fuerza de trabajo. Todo esto representa una perversión o violación del sentido del trabajo humano que es la causa de la existencia de muchas formas de pobreza. Esta situación la vive y la sufre hoy en día el mundo obrero con independencia de que tenga o no conciencia de ella. No es todo lo que le ocurre al mundo obrero, pero es elemento esencial para entender lo que le ocurre: su situación de dependencia. Esta situación tiene su raíz y fundamento en la forma en que el capitalismo organiza la vida social. El capitalismo es un sistema socioeconómico que se caracteriza por la propiedad privada de los medios de producción, el mercado libre y el trabajo asalariado. En el capitalismo casi todos los medios de producción son de propiedad privada, bien directamente bien a través de sociedades. Ser obrero es carecer de la propiedad sobre los medios de producción y, por tanto, de la capacidad de decisión sobre qué se hace con ellos. Son los propietarios de los medios de producción quienes organizan la producción de bienes y los que se apropian de los bienes que se producen con el trabajo. En el capitalismo la mayor parte de la actividad económica se dirige a la producción de bienes y servicios para su venta en un mercado "libre', es decir, en un mercado en el que el precio de los bienes y servicios está determinado principalmente por la oferta y la demanda, sin interferencias externas, ya sea de principios éticos, de prioridades sociales o de intervenciones del poder político. En el mercado los bienes se venden no para responder a las necesidades sociales, sino para obtener de ellos la mayor rentabilidad económica posible. Ser obrero es estar sometido a la ley de la oferta y la demanda en el mercado. En el capitalismo la fuerza de trabajo es una mercancía más, sometida a la lógica del mercado; es decir, para poder vivir la mayoría de los trabajadores tienen que vender su fuerza de trabajo a quienes pueden proporcionarles herramientas, materias primas y un lugar de trabajo, a los propietarios de los medios de producción. Ser obrero significa depender de esa venta de la fuerza de trabajo para poder vivir. Fuerza de trabajo que se compra sólo cuando se obtiene de ella la rentabilidad deseada. Esta forma de organizar la vida social se asienta también sobre una cultura. Dos de sus pilares fundamentales son la concepción individualista de la persona y de la sociedad: es la búsqueda por cada individuo de su propio provecho, en competencia con los demás, lo que genera el progreso social y la felicidad de las personas; y la creencia de que la economía es el motor de la vida social, de tal forma que la racionalidad económica se convierte en criterio fundamental de valoración de las cosas. Y tiene dos consecuencias fundamentales: genera un fuerte conflicto de intereses y hace al trabajador dependiente y sometido a la racionalidad económica, porque lo considera no en tanto persona, sino en tanto poseedor de la fuerza de trabajo. Es decir: resalta una dimensión de la persona, su capacidad de trabajar, y deja en segundo plano todas las demás. Así acaba por reducir la persona a una función, la de productor-consumidor. Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999 2. El movimiento obrero nació corno respuesta a esta situación El movimiento obrero nació como reacción a esta situación. Y para ello dio una gran importancia a la labor de generar una cultura obrera que hiciera posible el protagonismo de los trabajadores en la vida social. Si miramos la historia del movimiento obrero podemos comprobar cómo éste, durante mucho tiempo, ha sido en gran medida un movimiento cultural. El movimiento obrero fue capaz de construir una propuesta cultural presidida por un gran impulso ético y de concretarla en programas de acción política. la conjunción de ambos elementos es uno de sus mayores méritos históricos que ha dado muchos frutos para el mundo obrero. De forma muy sintética, podríamos resumir las claves de la cultura promovida históricamente por el movimiento obrero en las cinco siguientes: 1º. Una concepción de la persona y del trabajo distinta y alternativa a la dominante en el capitalismo. El movimiento obrero hizo un planteamiento humanista que pretendía devolver a la persona su lugar central en la vida social. Cualquier otra situación era considerada una alteración del orden moral, al que apeló constantemente el movimiento obrero. El movimiento obrero partía de una concepción social del ser humano. La persona forma parte de una comunidad humana y se debe a un proyecto común en el que puede desplegar todas sus potencialidades y respecto al cual tiene una responsabilidad. Asumirla es vivir humanamente. Este es el fundamento de la concepción de la solidaridad del movimiento obrero. De ahí nace su insistencia en la promoción de los obreros; como también la insistencia en que la emancipación de los obreros sólo puede venir de ellos mismos. De ahí nace también una actitud militante contra el individualismo burgués, que se considera como una degradación moral. De hecho, una de las críticas fundamentales al capitalismo será que éste genera egoísmo individualista destructor de la sociedad y del ser humano, por cuanto lo degrada a instrumento mercantilizado y competidor con los otros y le niega su posibilidad de construir ese proyecto común, pues le impide todo protagonismo al esclavizarlo a su trabajo. junto a ello, el movimiento obrero tuvo una concepción del trabajo como algo digno. En todas las tradiciones obreras el trabajo es considerado como la verdadera fuente de todo valor económico y, por tanto, fuente de progreso. Se reivindicará, consecuentemente, la dignidad del trabajo y el orgullo de ser trabajador frente a quienes se enriquecen sin trabajar, y se planteará como utopía una sociedad donde los trabajadores sean dueños de su trabajo y de los frutos del mismo. Esa será otra crítica radical al capitalismo: que mercantiliza el trabajo para expropiar al trabajador del dominio sobre el mismo y que sus frutos, que se producen socialmente, se apropian por una minoría de forma privada. Por eso es un sistema degradante y esclavizador del que es necesario liberarse para vivir humanamente. 2º. Una concepción de la sociedad, de la acción política y del Estado: el movimiento obrero consideró la sociedad como el estado natural del ser humano y una de sus aspiraciones fundamentales fue crear las condiciones en que sea posible la vida social porque esta es necesaria para la felicidad de cada persona. De ahí que el movimiento obrero, en todas sus tradiciones, diera una enorme importancia a la acción política como instrumento de construcción social regida por la voluntad de los trabajadores y no por la racionalidad económica del mercado como propugnaba la burguesía. Y, excepto en la tradición anarquista, el movimiento obrero tuvo una concepción social del Estado, garante de los derechos sociales, frente a la pretensión burguesa de que el Estado no interfiera en la vida económica más que para garantizar la libertad de mercado. 3º. El conflicto social: un tercer factor de gran importancia en la propuesta cultural del movimiento obrero fue la consideración de que lo que le ocurre al mundo obrero no le ocurre porque sí, sino que es fruto de un conflicto social que hay que resolver. Conflicto que se genera en las relaciones económicas y de trabajo asalariado, y que responde a los intereses de clase que estas relaciones generan. la ideología burguesa tendía -y tiende- a plantear las cosas como el resultado Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999 del funcionamiento natural del mercado, contra el que es absurdo ir si se desea el progreso social. Para el movimiento obrero esto es un enmascaramiento de la realidad. De ahí el carácter marcadamente anticapitalista y de clase de la cultura tradicional del movimiento obrero. De ahí también la insistencia en forjar un sujeto consciente de ese conflicto social, con conciencia de clase, y con voluntad de cambiar la sociedad. 4º. Una propuesta de valores: de la anterior concepción fue surgiendo una propuesta de valores que pretendía superar lo que el movimiento obrero consideró el “engaño" burgués, que prometió liberar de las cadenas y no hizo sino sustituir unas cadenas por otras. Esa propuesta de valores tiene como ejes fundamentales: La igualdad, desde la que se rechaza la división de la sociedad en clases y se plantea corno utopía una sociedad sin clases. la igualdad, que nace de la común dignidad de todas las personas es condición básica para la libertad real, cuya mayor negación es la desigualdad. La justicia, como exigencia de la igual dignidad de todas las personas. la lucha del movimiento obrero será en gran medida una lucha por un trato justo, por la afirmación práctica de la igualdad que sostiene la libertad de las personas. La fraternidad, como expresión de lo que debe ser la relación social, puesto que todas las personas formamos parte de un proyecto común. La solidaridad, como forma de construcción social, de responsabilidad en el proyecto común y como instrumento que posibilita a los obreros su afirmación como personas y la realización de su emancipación. El internacionalismo, como expresión de la universalidad de todos los valores anteriores y como conciencia de los intereses comunes de todos los trabajadores. Solidaridad e internacionalismo son los dos valores que más genuinamente expresan la cultura tradicional del movimiento obrero, que podríamos calificar como una cultura del internacionalismo solidario. 5º. Un gran impulso ético: en la cultura obrera tradicional se otorgó una gran importancia a lo ético en la construcción social. De hecho, gran parte de los planteamientos nacen de la indignación moral ante el sufrimiento de los trabajadores. Además, existe la convicción de que el ser humano está llamado a ser otra cosa,,de ahí que se dé gran valor al militante obrero como una forma de ser. El movimiento obrero resulta incomprensible sin este impulso ético. 3. El domino cultural del capitalismo Esta propuesta cultural nunca fue la cultura del conjunto del mundo obrero, sino la que el movimiento obrero intentó extender entre los trabajadores. Pero fue una cultura que impulsó la lucha del mundo obrero. Hoy esta cultura del movimiento obrero como cultura alternativa está enormemente debilitada. Dos son las razones fundamentales de esa debilidad cultural: los cambios que ha experimentado el mundo obrero y la extensión del dominio cultural del capitalismo. Sobre estas dos bases se puede fundamentar las siguientes consideraciones: a) Los profundos cambios que se han producido en la experiencia de explotación. A diferencia de otros momentos, hoy no existe en el mundo obrero una situación de injusticia percibido como algo común. las formas de explotación y de control del trabajo se han diversificado mucho (no es lo mismo estar sometido al control que representa la economía sumergida o trabajar con un contrato de un mes, por ejemplo, que el que representa un trabajo fijo en una gran empresa; como ninguna de estas dos situaciones es lo mismo que ser un parado de larga duración que es rechazado en el mercado de trabajo). Ello, unido a los mecanismos compensatorios de la explotación en el trabajo (de los que pueden “aprovecharse” más unos trabajadores que otros), como pueden ser el acceso al consumo, las prestaciones sociales..., hace que la explotación como experiencia común se difumine y, sobre todo, que los sectores mejor situados del mundo obrero “ignoren” con más facilidad a los que más sufren la explotación y exclusión. En esas condiciones no es fácil que nazca una conciencia y una cultura común desde una experiencia que no se percibe como común en lo inmediato. Sólo Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999 más allá de esa inmediatez (es decir, sólo mirando la situación desde los más empobrecidos), es posible construir una cultura común. b) La fragmentación del mundo obrero. No sólo es que exista una percepción distinta de la situación del mundo obrero, es que, de hecho, esa situación es distinta. los intereses y necesidades inmediatas de cada segmento del mundo obrero son distintos. Esto crea muchas dificultades para la cultura de la solidaridad. Su fundamento, desde luego, no puede estar en unos intereses inmediatos comunes; sólo trascendiendo estos y, una vez más, mirando la realidad desde los intereses de los sectores más empobrecidos y desde una comprensión distinta a la que pregona la cultura dominante de lo que nos hace felices, es posible articular hoy una cultura de la solidaridad. Desde la consideración y el cálculo de lo que les “conviene” en lo inmediato, para sectores importantes del mundo obrero la cultura de la solidaridad es un contrasentido. c) Las nuevas formas de organización del trabajo. la forma en que hoy se organiza el trabajo, hace que muchos trabajadores tengan dificultades para participar, por más que quisieran, en muchas de las formas de lucha y organización obrera que están sólo al alcance de algunos sectores del mundo obrero. Por ejemplo, quien tiene trabajos precarios está muy limitado en su capacidad de participar en huelgas, apenas tiene capacidad de negociación, por su movilidad encuentra muchas dificultades para establecer relaciones con sus compañeros de trabajo... La conciencia obrera en estas y otras situaciones difícilmente puede nacer y desarrollarse desde las organizaciones obreras y desde la participación en esas formas de lucha, tendrá que generarse, en todo caso, en otros ámbitos e instancias. d) La debilidad del movimiento obrero. Históricamente, una de las aportaciones más importantes del movimiento obrero fue su capacidad de lograr que sectores importantes del mundo obrero trascendieran una visión inmediata de sus intereses y descubrieran y asumieran como propios los intereses del conjunto del mundo obrero. En eso consistió el carácter político del movimiento obrero. Hoy este carácter político del movimiento obrero está muy debilitado. Sobre todo por lo siguiente: o La educación del deseo: en la gestación de la cultura del movimiento obrero tuvo un peso muy importante la crítica a los fundamentos de la nueva sociedad industrial capitalista. Crítica que incidía mucho en su carácter destructivo de las relaciones sociales y de sus bases morales. En ese sentido, se dio mucha importancia a la necesidad de la educación del deseo de las personas como condición para la construcción de una sociedad a la medida del ser humano. Es fundamental que las personas conciban otra forma de organizar la vida social, con otros principios, y deseen hacerla realidad, y que no asuman determinadas concepciones que imposibilitan, de hecho, construir relaciones sociales humanas. En la evolución del movimiento obrero, la educación del deseo fue poco a poco desplazada a un lugar secundario, siendo sustituida por la convicción de que el crecimiento económico significaba progreso social, sólo que el capitalismo hacía que este fuera aprovechado por una minoría en contra de la gran mayoría. Este cambio de perspectiva ha ido restando al movimiento obrero capacidad transformadora de la realidad social. o La crítica al dominio de la racionalidad económica: el movimiento obrero en sus orígenes criticó radicalmente el dominio de la racionalidad económica sobre toda otra racionalidad. De hecho, su pretensión más constante ha sido afirmar otros principios de racionalidad, sobre todo el de la dignidad del trabajador. Hay que someter la racionalidad económica a fines sociales. Esto sigue estando presente hoy en el movimiento obrero. Pero en su lucha contra el dominio de la racionalidad económica, el movimiento obrero ha ido poniendo cada vez menos el acento en la crítica de su dominio como raíz de la explotación y de unas relaciones sociales deshumanizadoras. la cultura del movimiento obrero se gestó en un contexto en el que la legitimación del capitalismo era muy difícil, porque se reprimía por la fuerza todo intento de crítica y de oposición, y, sobre todo, porque excluía a la mayoría de la población de cualquier Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999 beneficio del “progreso". Sin embargo, a medida que el capitalismo ha ido desarrollando mecanismos compensatorios del dominio de la racionalidad económica, su legitimación se ha hecho menos complicada a los ojos de los no excluidos, por más que sigan sufriendo la alienación que provoca la racionalidad económica, y la situación de los excluidos (que ahora son una minoría en las sociedades ricas y no una mayoría como antes) resulta menos evidente. Y ello aunque el capitalismo continúe excluyendo a las mayorías sociales -pueblos del Surde los beneficios del progreso. El movimiento obrero se ha visto muy influido por esta situación y ha ido poniendo más el acento en aprovechar las posibilidades de la racionalidad económica que no en su crítica. Esto ha provocado también un importante debilitamiento de su cultura como cultura alternativa. o El impulso ético: lo que acabamos de decir, al menos en parte, es resultado de la enorme capacidad que el capitalismo ha demostrado históricamente para desplazar los conflictos del nivel fundamental al inmediato. En concreto de lo que son las necesidades fundamentales del mundo obrero (acabar con la explotación que dificulta la realización de las personas) a las necesidades inmediatas (aumentar el nivel de vida). Ello ha tenido un efecto importante en la cultura del movimiento obrero: ha desplazado la búsqueda de la promoción integral y colectiva del mundo obrero a un aspecto parcial de la misma, que, cuando no se reconoce como tal y se identifica sin más con la promoción, acaba por ser un problema para lograrla. Y esto ha debilitado mucho el impulso ético del movimiento obrero. Fue el impulso ético que nace de la indignación moral ante el sufrimiento y ante la negación del protagonismo de los trabajadores el que hizo posible algo muy importante: la cultura de la solidaridad obrera. Su debilitamiento ha creado dificultades importantes para plantear la solidaridad con los excluidos. e) La presión cultural del capitalismo. Actualmente, la extensión y universalización de muchos ideales, valores y deseos de la cultura capitalista ejerce una fuerte presión sobre la vida del mundo obrero. Sobre todo a través de la propuesta permanente de estilos de vida que hacen juego con la racionalidad económica, enmascaran la realidad de los empobrecidos, y nos atrapan en una tupida red que dificulta enormemente combatir la deshumanización. la capacidad del capitalismo en este sentido es hoy incomparablemente mayor que en ningún otro momento de su historia. Por lo que respecta a los deseos y valores, nuestra sociedad se caracteriza cada vez más por la instalación en lo que se ha llamado la “cultura de la satisfacción”. las aspiraciones y objetivos vitales se sitúan crecientemente en: disfrutar de la familia y los amigos, tener un trabajo que otorgue seguridad económica y posibilidades de consumo, y disponer de tiempo libre para actividades de ocio. Se desea una vida centrada en la familia y en el desarrollo del individuo. Existe una percepción generalizada de que vivimos en un tipo de sociedad muy regida por el individualismo, el afán de ganar dinero y la meritocracia. la mayoría "rechaza” este tipo de sociedad, aunque reconoce que casi todos estamos influidos por ella y que tal cosa tiene poco remedio. Estos deseos y aspiraciones dan lugar a una sociedad “débil”, carente de ideales colectivos, difícilmente movilizaba y desapasionada. Y a unos estilos de vida cada vez más homogeneizados por una concepción hedonista y narcisista de la vida: por el deseo de disfrute de lo material y por el dominio del “yo”. Se configura así un estilo de vida centrado en la obtención de seguridad económica, la acumulación de bienes, el familismo cerrado, el rechazo del compromiso político directo, la inhibición ante la injusticia ajena, la polarización de las energías en conquistar el mayor grado posible de confort y consumo de bienes, lo cual configura una vida presidida por el “individualismo posesivo” y regida por la ética del cálculo racional egoísta: qué me conviene; lo cual lleva a un gran relativismo moral porque el criterio fundamental de valor es mi propio disfrute, bienestar y conveniencia. Esta es también la tendencia dominante cada vez más en el mundo obrero. Sin embargo, y esto es importante resaltarlo, el mundo obrero está menos instalado en la “cultura de la satisfacción” que otras clases sociales. También es bastante menos relativista. Aunque existe un creciente peso de los valores y deseos que acabamos de indicar, en el mundo obrero sigue existiendo una importante Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999 presencia de valores igualitarios y de solidaridad. Eso sí, una solidaridad más de “demanda” que de “oferta”: es decir, se reconoce más el derecho a la protección, que no la responsabilidad de ser solidario, de construir la solidaridad. En el mundo obrero existe actualmente una débil conciencia común, pero esto no significa lo mismo que el aburguesamiento del mundo obrero. Perviven valores muy importantes de la cultura obrera tradicional que mantienen la insatisfacción con este tipo de sociedad. Es cierto que, en los sectores mejor situados del mundo obrero, existe una tendencia al aburguesamiento cultural, sobre todo en los valores y en el estilo de vida. Pero, en el conjunto del mundo obrero lo que se da es, sobre todo, la situación de vacío provocada por la crisis de la cultura obrera tradicional como cultura alternativa. Vacío que está siendo ocupado por la ideología dominante y por los valores que hacen juego con la cultura capitalista. Esta situación repercute muy negativamente en el mundo obrero, sobre todo en sus sectores más débiles y empobrecidos, porque representa la carencia de alternativas y aboca a la resignación. El problema fundamental está, en este sentido, en que el deseo de determinados estilos de vida es incompatible con las necesidades que tiene el mundo obrero. 4. Las necesidades del mundo obrero Las necesidades fundamentales que tiene hoy el mundo obrero podríamos resumirlas en lo siguiente: 1º. Su necesidad fundamental es acabar con la situación de explotación y dependencia a la que está sometido, porque esa situación constituye un grave obstáculo para la realización y el desarrollo de las personas y para que la vida social tenga un sentido auténticamente humano. El mundo obrero necesita combatir su sometimiento a la racionalidad económica y poner esta al servicio de fines humanos. Para ello necesita programas políticos concretos de acción que vayan construyendo unas nuevas relaciones sociales. 2º. Para avanzar en lo anterior el mundo obrero necesita su promoción personal y colectiva, es decir, necesita instrumentos y medios que ayuden al desarrollo de las capacidades y potencialidades de las personas, que les permitan crecer en ser protagonistas de la vida social, ejercer su responsabilidad hacia los demás y la sociedad, ejercer su libertad. Esta promoción del mundo obrero implica combatir activamente una cultura dominante que ahoga, por estar centrada en el individualismo posesivo, esas capacidades y potencialidades de las personas. 3º. Para su promoción, el mundo obrero necesita crecer en conciencia obrera, es decir, en conciencia de la situación que vive el conjunto del mundo obrero, de las causas que la provocan y de cómo se puede salir de esa situación. Conciencia de la alienación que sufre la persona del obrero, de la alienación del sentido y fin de su trabajo, de la alienación del fruto de su trabajo;,de que esa triple alienación afecta a todos los obreros del mundo y al conjunto del mundo obrero; de la necesidad de la solidaridad y la organización y de un nuevo sistema de valores para combatir esa alienación. Conciencia de ser sujeto y protagonista de la vida social. 4º. Para crecer en esa conciencia y en asumir el protagonismo de su propia liberación y de la liberación de todos, el mundo obrero necesita construir una propuesta cultural alternativa, especialmente: Descubrir el sentido de la vida de las personas, del trabajo humano como instrumento de comunión, y de la vida social. Hacer desde lo anterior una crítica de la cultura dominante por cuanto niega el verdadero sentido de la vida de las personas, del trabajo y de la vida social. Construir modos y estilos de vida acordes con ese sentido de la vida de las personas, del trabajo y de la vida social. Este último aspecto es decisivo, porque es desde la experiencia de lo que significa una forma distinta de vivir desde donde se descubre verdaderamente su capacidad de realizarnos como personas. Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999 5º. El mundo obrero necesita de un movimiento obrero que dé mucha más importancia a la tarea cultural. El movimiento obrero tiene que crecer en ser generador de conciencia obrera, de valores, actitudes y prácticas solidarias, de estilos de vida humanizadores. Para ello el movimiento obrero tiene una gran riqueza en su patrimonio histórico, que necesita recuperar y reformular críticamente para el hoy. Obviamente esto significa que el movimiento obrero necesita cambiar sustancialmente su dinámica y replantearse sus prioridades fundamentales. Reformular para el hoy la cultura tradicional del movimiento obrero implica poner en el centro de los planteamientos y de la acción de las organizaciones obreras: La cultura de la solidaridad desde las necesidades y derechos de los sectores más explotados, débiles y empobrecidos del mundo obrero, frente a la tentación del corporativismo. El internacionalismo solidario desde la vocación a la fraternidad universal, frente a la tentación del consumismo. La defensa de la dignidad del trabajo como instrumento de construcción social y de realización de la persona, frente a la mercantilización del trabajo y su reducción a instrumento para obtener rentabilidad económica. El impulso ético como fundamento de la acción, frente al cálculo egoísta de la propia conveniencia. 6º. El mundo obrero necesita una nueva mentalidad, unos nuevos valores, unos nuevos deseos: responder a las necesidades del mundo obrero no se agota en el fortalecimiento del movimiento obrero en el sentido que acabamos de señalar. Es más, ese fortalecimiento es muy improbable que se produzca sin una labor centrada en los ambientes del trabajo y del barrio, que parta y se sitúe en la vida cotidiana del mundo obrero, de las familias del mundo obrero, en sus diversas situaciones vitales, para generar en esos ambientes una nueva mentalidad, unos nuevos valores, unos nuevos deseos, un nuevo sentido de las cosas. 7º. El mundo obrero necesita personas que estén al servicio de todo lo anterior, porque nada de lo que hemos dicho será posible sin personas que busquen caminos para acabar con la explotación a la que está sometido el mundo obrero, que trabajen al servicio de la promoción personal y colectiva del mundo obrero, que promuevan la conciencia obrera, y que vivan estilos de vida acordes con el verdadero sentido de las personas, el trabajo y la vida social, que colaboren a fortalecer el trabajo cultural del movimiento obrero. En una palabra, el mundo obrero necesita militantes. 5. El mundo obrero necesita a Jesucristo En la HOAC estamos convencidos de que la mejor respuesta a las necesidades que tiene el mundo obrero es Jesucristo y su Evangelio. lo que nosotros podemos aportar al mundo obrero es a Jesucristo como propuesta de liberación. Este es nuestro mejor servicio al mundo obrero para colaborar a construir en él una cultura liberadora, asumiendo su situación, su tradición, sus valores y sus organizaciones. ¿Qué significa esto? Que lo que nosotros podemos aportar es: a) Unas convicciones y una manera de mirar la realidad. Podemos aportar y difundir en el mundo obrero una triple convicción: - La centralidad de la persona como hija de Dios y la dignidad de su trabajo. - La comunión como vocación del ser humano. - La pasión por los empobrecidos. La centralidad de la persona es el punto de partida para analizarlo y valorarlo todo. Sólo desde su reconocimiento práctico se puede construir una sociedad más justa y humana. En lo que ocurre en el mundo obrero, lo fundamental es que se niega esta centralidad de la persona, porque se la utiliza como instrumento para la rentabilidad, como una pieza más del engranaje económico, apartándola así de los fines para los que ha sido creada. En la afirmación práctica de la centralidad de la persona es fundamental el reconocimiento del valor y la dignidad del trabajo que está no solo ni fundamentalmente en lo que el trabajo produce, sino sobre todo en el Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999 hecho de que quien trabaja es una persona y en la finalidad a la que está llamada el trabajo: ser cauce de comunión social y de crecimiento personal, de participación en la tarea creadora de la que Dios nos hace copartícipes. Hay que reconocer y reivindicar la dignidad de ser obrero, que es una condición que responde a la vocación propia del ser humano, que construye el mundo con su trabajo, y que reclama que el trabajo no sea tratado como una mercancía ni los trabajadores como instrumentos de producción. La persona, para realizarse necesita vivir como lo que es. Y la persona no es un ser aislado, sino que cada uno de nosotros somos miembros de la familia humana, somos hijos de un mismo Padre Dios, somos hermanos. En la fraternidad, en nuestra común filiación, consiste nuestra radical igualdad. Por eso, nos realizamos como personas en la medida en que vivimos la fraternidad. El sentido de la vida de las personas está en construir la comunión universal, construir un mundo de hermanos donde Dios pueda ser reconocido como Padre de todos. Esta es la verdadera tarea y sentido de la persona y de todas las personas, lo que da la felicidad: la comunión. Este fin y tarea del ser humano sólo se construye desde el amor, porque sólo el amor transforma. Pero un amor que lucha contra todo lo que se opone, dificulta e impide la comunión. Y eso son estructuras injustas, mentalidades individualistas e insolidarias y nuestras propias tendencias egoístas. Amor sobre todo a los empobrecidos, a los que no cuentan, a los que ven negada su dignidad de personas, a los que no se sientan a la mesa para participar en la riqueza que Dios ha puesto en el mundo y que ha hecho fructificar el trabajo humano. Amor que se manifiesta en la lucha contra todo lo que sea utilización del ser humano. Amor que despierta la pasión por los empobrecidos, que es la clave fundamental que puede dotar de impulso ético, de un profundo deseo humanizador, a la cultura del mundo obrero, precisamente porque es lo que más radicalmente niega esa clave de la cultura dominante que es el individualismo posesivo, que instala en la cultura de la satisfacción que lleva a la “ignorancia” del sufrimiento de los empobrecidos. Porque no se trata de tener "también” en cuenta las necesidades y derechos de los empobrecidos, sino de organizarlo todo desde sus derechos y necesidades, porque esa es la única manera de reconocer prácticamente la centralidad y dignidad de todas las personas y de hacer posible la comunión. Esta “pasión” es fundamental hoy para cualquier proyecto liberador y es una necesidad profunda del mundo obrero. b) Una manera de concebir la dinámica social. La comunión universal, cuya búsqueda y construcción es la que lleva a relaciones sociales verdaderamente humanas, encuentra en el amor la única herramienta capaz de construirla. No hay otra forma de responder a la pregunta ¿por qué actuar en contra del interés propio y sacrificarlo en beneficio del interés de los empobrecidos? que la del amor a nuestros hermanos. No hay que darle demasiadas vueltas. La cultura dominante proclama que esto es una estupidez. ¿Es acaso una ingenuidad plantear así las cosas? No para Dios. la desigualdad e injusticia, la pobreza que existe en nuestro mundo es también una prueba más que evidente de que lo que sí es ingenuo, una forma de engañarnos es suponer lo contrario: desde el propio interés como centro, desde el cálculo de la propia conveniencia, no es posible construir la comunión. Poner en primer lugar el interés del otro sólo se hace por una razón: porque se le ama y se vive su crecimiento como el propio crecimiento, su realización como persona como la propia realización. Esta comprensión de la dinámica social, que traduce el amor en servicio efectivo a los otros y en colaboración para construir un proyecto común, es capaz de impulsar una solidaridad de oferta, tan necesaria y tan escasa en nuestra sociedad. c) Una mística que configura un estilo de vida. Lo que podemos ofrecer y aportar al mundo obrero es, también, la concreción de las anteriores convicciones en un estilo de vida. Es lo que podríamos llamar la “cultura de la pobreza evangélica”. La dinámica social a la que nos hemos referido sólo es posible desde una vida presidida por la pobreza, la humildad y el sacrificio, que no son otra cosa que las manifestaciones y concreciones del amor y que son el camino más eficaz para construir la comunión. la pobreza es la disposición a Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999 compartir todo lo que uno es y tiene y, por tanto, la disposición a vivir un vida sencilla, austera y centrada en ser con los otros y no encerrada en uno mismo y en la búsqueda de tener cuantas más cosas mejor. la humildad es asumir como propio lo de los demás, abrirse a lo que ellos nos pueden aportar y aceptarlos y amarlos tal como son. El sacrificio es lo que hace posible lo anterior, es la actitud de renunciar a nuestro derecho en favor de los demás, porque así se construye el derecho común, el derecho de todos. Vivir desde estos tres criterios genera un estilo de vida, en permanente construcción, con capacidad de transformar radicalmente las cosas. Un estilo de vida que ataca el corazón de la cultura dominante y que no es un masoquismo barato, Apures nos hace felices porque nos pone en el camino de la verdadera realización personal. Vivir esta dinámica y extenderla en el mundo obrero es fundamental para la tarea cultural que hoy, necesita el mundo obrero. Es fundamental poner de manifiesto la posibilidad real de otro estilo de vida, de espacios donde puede sembrarse y madurar una alternativa cultural y dé valores a esta sociedad del tener. Es la única manera creíble de mostrar en la práctica que transformar la realidad es posible. Es, además, la forma de romper con la presión social al conformismo y de estimular actitudes y conductas deseables. d) Un compromiso que sea expresión de todo lo anterior. Todo lo que hemos dicho puede formularse en ideas, en planteamientos, pero es sobre todo una experiencia, una forma de entender la vida y una manera de vivir. Por eso, será importante, sin duda, difundir a través de la reflexión y las ideas ese sentido de la vida. Pero lo es mucho más el transmitir vitalmente esa experiencia, el dar testimonio de ella. El compromiso en la vida cotidiana del mundo obrero es un instrumento fundamental para hacerlo. Toda esa dinámica que se traduce en una forma de vivir y llevar a la práctica el compromiso obrero. Un compromiso que es una forma de hacer, pero sobre todo una forma de ser. Un compromiso que busca que las personas vayan cambiando sus deseos, sus ideas, sus valores, sus actitudes, su forma de vivir, de manera que su forma de vivir y actuar cambie también los ambientes obreros y las estructuras sociales. Un compromiso que busque ir transformando simultáneamente personas, ambientes y estructuras, de forma que responda a los problemas y necesidades del mundo obrero, pero poniendo el acento en el protagonismo de las personas, en que el mundo obrero vaya adquiriendo el protagonismo de ser sujeto consciente de su situación. Y acabamos por donde hemos comenzado: lo que hemos apuntado en este último apartado no resuelve por sí mismo los problemas del mundo obrero, no es ninguna varita mágica. A partir de aquí es necesaria aún otra cosa importantísima: programas concretos de acción que construyan, paso a paso, en las actuales circunstancias, una mayor justicia y una realidad social más a la altura de la dignidad y vocación del ser humano. Sin ellos lo que hemos dicho podría convertirse en pura retórica. Pero sin una profunda renovación cultural, sin una nueva manera de pensar, sin unos nuevos valores, deseos y actitudes, sin otro estilo de vida, lo más probable es que esos programas de acción nunca los formulemos, y lo que sí es seguro es que no los llevaremos a la práctica. Otra cultura para construir otra sociedad HOAC-1999