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La casa y los cimientos Homilía en la “Fiesta de la unidad de Italia” Catedral de Mar del Plata, 4 de noviembre de 2011 Credo che posso esprimermi in italiano. Di fatti è questa la lingua dei miei genitori, che ho imparato sin da bambino, e che poi ho perfezionato nel mio lungo soggiorno romano. Sono, e mi considero, un italiano all’estero. Nonostante, temo di deturpare la bella lingua paterna e di fare troppi oltraggi alla sintassi, perché ho perduto la pratica giornaliera e la padronanza sulle sfumature. Farò dunque una breve riflessione in spagnuolo sul senso di questa celebrazione della Santa Messa. El 4 de noviembre es una de las grandes fiestas del pueblo italiano. Conmemora la victoria de Italia sobre el ejército austríaco en 1918. Luego considerada como Festa dell’unità d’Italia e Giornata delle Forze Armate. Pero hoy, más que detenerme en referencias históricas, que en su detalle superan mi competencia, quisiera hablar de la armonía entre el amor a la patria y nuestra fe cristiana y católica, pues estos aniversarios nos llevan a reflexionar sobre las bases o cimientos sobre las cuales descansa la sociedad italiana. Acudir a este templo catedralicio implica que, en continuidad con sus orígenes, el pueblo italiano tanto en la península como en el exterior, sigue reconociendo en Dios, Creador y Redentor, la fuente mejor de inspiración y el fundamento más sólido para la construcción de un sentimiento de ciudadanía. Hoy nos reunimos en este lugar sagrado para agradecer a Dios por el camino recorrido desde que se pusieron las bases del estado moderno y para rendirle el justo homenaje de reconocimiento que merece como principio, centro y fin de nuestra existencia, no sólo como individuos sino como sociedad. Nada debe temer la sociedad civil de esta dimensión religiosa del aniversario. Antes bien, mucho puede esperar como fruto de este homenaje al que es la fuente de todo bien y la garantía mejor de un orden justo. Son aquí oportunas las palabras del recordado Pontífice, el beato Juan Pablo II, en su encíclica Centesimus annus: “Las sociedades que ignoran esta inspiración o la rechazan en nombre de su independencia respecto de Dios, se ven obligadas a buscar en sí mismas o a tomar de una ideología sus referencias y finalidades; y al no admitir un criterio objetivo del bien y del mal, ejercen sobre el hombre y sobre su destino, un poder totalitario, declarado o velado, como lo muestra la historia” (45). La Iglesia Católica, por razón de su misión recibida de Cristo y de su competencia propia en la sociedad, nunca se confunde con la comunidad política. Es consciente del rol histórico que ha ejercido y de su deber intrínseco de ser signo y salvaguarda del carácter trascendente de la persona humana. Respeta y enseña a respetar; promueve y alienta a promover la libertad y la responsabilidad política de los ciudadanos. Quizás a diferencia de otras naciones, es Italia el lugar donde la relación Iglesia y Estado guarda su mejor equilibrio en el contexto europeo actual. Cooperación y autonomía, son los requisitos del mismo. La tensión que a veces se presenta entre Iglesia y Estado, en algunos lugares, no es de ahora. Pero una mirada serena y objetiva sobre la historia de la cultura occidental, nos llevaría a descubrir que es precisamente el cristianismo la fuerza espiritual que ha llevado a distinguir, sin oponer, el ámbito del poder espiritual y el ámbito del poder político. “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Rectamente entendida la laicidad del Estado se origina con la fe cristiana. Otra cosa distinta es el laicismo, que intenta marginar a Dios de la vida pública. La Iglesia enseña los valores básicos que hacen al bien común y exhorta al compromiso para su promoción y defensa, tales como la solidaridad, la libertad, la salud, la justicia y equidad, el derecho a la educación, la seguridad personal, la igualdad de oportunidades y otros valores análogos. “Experta en humanidad”, como la definiera el Papa Pablo VI, sabe que hay derechos que están escritos en la naturaleza del hombre, antes de ser objeto de legislación positiva, y que están en la base o fundamento de toda sociedad. Entre estos enumera, en primer lugar, el derecho a la vida desde su concepción hasta su término natural, como el primero y más fundamental de los derechos del hombre; la defensa y promoción de la familia fundada en el matrimonio, concebido como unión estable entre un varón y una mujer, y abierta a la vida; el derecho inalienable que tienen los padres al ejercicio pleno de la patria potestad en orden a la educación de sus hijos, según sus propias convicciones morales y religiosas. La negación de cualquiera de estos valores y derechos implicaría una grave debilidad en los cimientos que sostienen el noble edificio de la sociedad. En términos evangélicos, implicaría incurrir en la necedad prevista en las enseñanzas de Jesús cuando advertía: “El que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; ésta se derrumbó y su ruina fue grande” (Mt 7, 26-27). Que Dios Nuestro Señor, por la intercesión de San Carlos, se digne conceder hoy y siempre a todos los italianos, la abundancia de sus bendiciones. Las imploramos sobre sus autoridades y sobre todos aquellos que ejercen cargos de relevancia en la vida pública. Deseamos concluir con la más antigua oración de la Iglesia por la autoridad política, compuesta hacia fines del siglo I, y que tiene como autor a uno de los primeros papas, San Clemente Romano: “Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberanía que tú les has entregado (…). Dirige, Señor, su consejo según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus ojos, para que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder que les has dado, te encuentren propicio” (Ad Corintios 61,1-2). Iddio vi benedica. + ANTONIO MARINO Obispo de Mar del Plata