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Querida hija, “La paz sea contigo”. Eso me dijo Jesús cuando se dirigió a mí en el día de la Resurrección del año
1937. ¡Si!, deseo que la paz esté en tu corazón porque un alma que confía en el Señor es un alma pacífica y que entrega
la paz a todos, viviendo ella misma abandonada totalmente a los designios misericordiosos del Corazón de Nuestro
Amado Jesús… Sé una hija de Dios muy llena de paz, de abandono santo en los brazos de nuestro buen Padre celestial…
Quiero que sepas que has dado una gran alegría a mi corazón, que reconozco, dentro de mi nada y pobreza,
muy lleno de la Misericordia de Dios. Esta alegría proviene de la gran misión que Dios me tenía encomendada: ser la
secretaría de los misterios de su Misericordia. He visto tu interés que poco a poco ha ido creciendo sobre el
conocimiento de la Misericordia y que a pesar de que por momentos se estanca y en otros pareciera retroceder, se ha
ido convirtiendo en tu interior como una llama viva que te va transformando casi sin darte cuenta y que te va
mostrando con mucha delicadeza lo poco que eres y lo grande que es el insondable abismo de la Misericordia de Dios.
Hoy siento un gozo especial al ver que en tu corazón se debate una idea que trae consigo gran generosidad pues
significa una entrega para siempre… Una entrega que se va a transformar en alianza delante de Aquel que es fiel y que
espera la fidelidad de sus hijos… Tu corazón se siente alegre, sorprendido y al mismo tiempo inquieto porque un don
precioso está por entrar definitivamente a tu vida y no parecieras merecerlo… Quizás te parezca a ti que no lo desearas
con la intensidad necesaria para dar una respuesta de tal magnitud… Entiendo la inquietud de tu alma…
Verdaderamente te digo que ahora te está hablando tu pobreza, tu gran pequeñez que tanto le agrada al Manso y
Humilde Corazón de Nuestro Señor. Tu pequeñez no te deja ver con claridad que este don inmenso quiere Dios
depositarlo en un recipiente de barro tan deficiente y limitado… Cuando yo sentía mi pequeñez Jesús siempre me
alentaba a poner mi confianza en su poder y no en mis capacidades, las que no tenía.
¡Oh hija! No te fijes en ti, tú no importas tanto, Dios quiere instrumentos pobres para que su gloria se manifieste
portentosamente… ¡Oh hija! ¡Escucha más bien el adolorido Corazón de tu Salvador que te suplica como lo hizo antaño
conmigo!: “¡Habla al mundo entero de mi Misericordia (…) Me queman las llamas de mi Misericordia, deseo derramarlas
sobre los hombres. ¡Oh! Que dolor me dan cuando no quieren aceptarlas (…) Hija mía haz lo que esté en tu poder para
difundir la devoción a mi Misericordia!” Si. Jesús te está llamando a ser apóstol de su Misericordia, así como eres, con
los límites incluso de tu edad y de tu estado, con todo, quiere que te entregues en alma, vida y corazón a difundir su
Misericordia y a dejarte transformar por esa infinita caridad divina que irá perfeccionando tu alma hasta consumirla
toda en sí. Recuerda lo que El mismo promete inmediatamente: “Yo supliré lo que te falta”.
Acércate al Corazón del Buen Jesús, sin dejarte opacar y entristecer por tus miserias pues el mismo me ha dicho:
“Di, hija Mía, que soy el Amor y la Misericordia Mismos. Cuando un alma se acerca a Mí con confianza, la colmo con tal
abundancia de gracias que ella no puede contenerlas en sí misma, sino que las irradia sobre otras almas”. Por eso no
dudes ni un instante que Aquel que te llamó le falta el poder o el deseo para llevar la obra que quiere hacer contigo y a
través de ti a buen fin, basta que nunca quieras salir de su insondable Misericordia, y toda la promesa bondadosa de
Dios se hará presente en tu vida y apostolado.
No sabes cómo te imagino caminando por las calles, llevando en tu boca siempre una palabra rebosante de la
Misericordia de Dios y siendo instrumento de salvación para tantos de tus pobres hermanos que beben el cáliz amargo
de la angustia y desesperación por su vida de pecado y vacío. No sabes como el Corazón de Jesús y de María ven con
tanto agrado esos pequeños esfuerzos que haces por calmar tu temperamento intenso, por hacer más humildes tus
intervenciones, por callar cuando quisieras rebatir… Allí se derrama poco a poco la Misericordia en tu alma… Se derrama
muy especialmente cuando por tu debilidad te equivocas, y aun varias veces, e inmediatamente sin pensarlo te arrojas
llena de confianza y fe a los brazos Misericordiosísimos de tu Padre, no te imaginas como El goza con tu gesto de hija
confiada… Te veo creciendo con tus hermanas de camino, haciendo vida de verdadera fraternidad y valorando en ellas
sobre todo lo que Dios valora en ti: que son limitadas y torpes pero que buscan aprender a donarse a El sin reservas.
Hoy te doy como regalo de mi corazón que siente por ti amor de madre en el espíritu, el regalo del carisma de la
Misericordia. Te lo gané uniéndome a la pasión del Señor y clamando para la humanidad muchas veces la Misericordia
Divina. Cuando Dios soñaba con este vasto movimiento de la Misericordia estabas tú como una gotica que formaría este
mar. Las comunidades de la Misericordia están tejidas por mis sufrimientos y por mi entrega incondicional a esta misión
que respondió al plan de Dios siempre sostenida por su gracia. Jesús te dice hoy como a mí: “A las almas que propagan
la devoción a Mi Misericordia, las protejo durante toda su vida como una madre cariñosa protege a su niño recién
nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas Juez sino Salvador misericordioso”.
Acepta este carisma con humildad. No porque lo merezcas, sino porque Jesús te lo da como amigo generosísimo
que te incluye sin merecerlo en su plan de salvación de todos los hombres, empezando por tu propia salvación… Porque
conducir a muchas almas a las fuentes de la Misericordia es el mayor testimonio de amor a Dios y al prójimo y conduce
a la salvación eterna de tu alma. Recuerda lo que me dijo con fuerza mi buen Jesús: “Hija mía dame almas; has de saber
que tu misión es la de conquistarme almas con la oración y el sacrificio, animándolas a la confianza en Mi Misericordia”.
¿No quieres estar siempre tomada de la mano de Jesús en esta tarea? ¿Piensas seguir viviendo un tiempo más para ti
misma? ¿Qué necesitas recibir de Dios para que aceptes ponerte a trabajar con sencillez y perseverancia por su Reino?
Piénsalo…
Yo estaba presente en el tiempo de Dios al pie de la cruz en el momento en que el Cordero se entregaba, estaba
junto con María Santísima nuestra Madre y con san Juan y con la Magdalena y con todas las almas que aman al Señor…
Allí, a los pies del Traspasado Señor se me dio la tarea de la Misericordia Divina, allí también se te entrego a ti porque
detrás de mi están un gran número de almas que exaltarán por toda la eternidad la Misericordia Infinita de Dios que es
su más grande y precioso atributo… Recuerdo una visión que tuve en 1938 y que es fundamental para que tu, hija y
apóstol de la Misericordia Divina, entiendas tu misión: “Hoy vi al Señor Jesús crucificado. De la herida de su Corazón
caían perlas preciosas y brillantes. Veía que muchísimas almas recogían estos dones, pero había allí un alma que estaba
más cerca de su Corazón y ella recogía con gran generosidad no solamente para sí, sino también para otros conociendo
la grandeza del don. El Salvador me dijo: “He aquí los tesoros de las gracias que fluyen sobre las almas, pero no todas las
almas saben aprovecharse de Mi generosidad”…. Esa alma que recogía y daba muy cerca del Corazón de Jesús
Traspasado era yo… Y tú también estabas en el pensamiento de Dios para conmigo recoger las gracias de Dios, vivirlas y
darlas a los demás. El conocimiento de la Misericordia te da las herramientas para ello: la confianza, el abandono en la
Misericordia, su conocimiento insondable, la Coronilla, en fin… Tantos tesoros…
Si te decides a entregarte a Jesús Misericordioso El se dará por entero a ti y te irá modelando. Desea vivir de la
Misericordia de Dios, deja que se haga el respiro de tu alma y verás como la irás conociendo, experimentando y
entregando a los demás con naturalidad.
En toda la historia de tu vida ya Dios te miraba con amor preparándote para este momento… Dios te tejía en el
seno de tu madre pensándote como una hija de su Misericordia… Recuerda cómo has sido rescatada y traída en sus alas
en las diversas circunstancias de tu vida: cómo te hacía de guardián y de Padre amoroso. Ahora que la reconoces no te
reserves, estréchate a sus abismos y conviértete en un acto de amor, si supieras cuánto le interesa a Jesús el amor… El
me lo dijo: “Oh hija mía, si tú supieras que gran mérito y recompensa tiene un solo acto de amor puro hacia Mi, morirías
de gozo. Lo digo para que te unas a Mí constantemente a través del amor, porque éste es el fin de la vida de tu alma;
este acto consiste en el acto de voluntad”… Yo me entregué toda al Señor sin que nada de mi voluntad pidiera otra cosa
que amarle y servirle… Ahora te toca a ti continuar con la gran misión de que Jesús Misericordioso no esté solo,
encerrado en el horno ardiente de su Corazón, aguantando el incendio de las llamas de su Amor Misericordioso, sino
que las pueda en alguna porción derramar en tu alma y a través de tu humilde acción en la de tu prójimo.
Hija, yo me comprometo contigo a traerte del cielo gracias especiales, cuenta siempre con mi intercesión, desde
este momento me hago una madre especial para ti y pasaremos juntas el cielo navegando en los mares se su
Misericordia… ¿no te alegra este pensamiento? ¡Tú, hija mía, ponte bajo mi gran intercesión y custodia!; quiero que
sepas que la Misericordia de Dios y todo el cielo te custodian siempre. Jesús espera de ti tu fe para que pueda obrar
vivamente en tu alma. Te bendigo elevando mis manos ante el Trono Eterno e implorando al Altísimo que te muestre tu
favor, te mira con benignidad, derrame sobre ti la fuerza de su Misericordia y ésta te conduzca con los que amas y con
todo el cuerpo doliente de Cristo a la plenitud de la Misericordia en la vida eterna.
Que el susurro continuo de tu corazón pequeño sea: Jesús confío en Ti, Jesús confío en Ti, Jesús confío en Ti…
Con un amor eterno e incondicional, te escribe tu madre y protectora…
Santa María Faustina Kowalska…