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Derrame pleural paraneumónico Se define como todo derrame pleural concomitante a una infección pulmonar tipo neumonía, absceso o bronquiectasias con líquido pleural no purulento y estéril. Cualquier germen que infecte el pulmón puede causar un derrame paraneumónico, como es el caso de los gérmenes atípicos, bacterias, parásitos, hongos y protozoos. Sin embargo, la gran mayoría de casos de derrame paraneumónico son debidos a infección bacteriana. Más del 40% de neumonías bacterianas cursan con derrame pleural, y este porcentaje se eleva al 60% en las neumonías por neumococo. El cuadro clínico suele ser el propio de la neumonía, es decir, fiebre, dolor pleurítico y tos, sin que el derrame pleural añada ningún otro síntoma. Los derrames paraneumónicos pueden dividirse en complicados y no complicados, y el término complicado define la tendencia a evolucionar a empiema. El análisis bioquímico del líquido pleural puede ayudar a distinguir ambos tipos. Los derrames paraneumónicos no complicados tienen un pH superior a 7,20, una LDH inferior a 1.000 U/L y una glucosa superior a 40 mg/dL (2,25 mmol/L). Los derrames paraneumónicos complicados suelen presentar pH inferior a 7, LDH superior a 1.000 UI/L y glucosa inferior a 40 mg/dL (2,25 mmol/L). Empiema Se define como la acumulación de pus o de líquido pleural con tinción de Gram o cultivo positivos en la cavidad pleural. Más de la mitad de los pacientes tienen alguna enfermedad subyacente, como diabetes, neoplasia o alcoholismo. Etiopatogenia Los siguientes mecanismos pueden dar lugar a un empiema: a) infección de un órgano vecino, como el pulmón, o del espacio abdominal, como el absceso subfrénico; b) cirugía torácica, en especial la neumectomía, o manipulación instrumental de la pleura; c) heridas punzantes de la pared torácica; d) perforación esofágica, accidental (por cuerpos extraños) o instrumental (esofagoscopia), y e) foco séptico distante, en especial de la zona periodontal. En cuanto a la etiología, se han descrito empiemas por bacterias, hongos, parásitos, Nocardia y Actinomyces. Las bacterias son la causa más importante, y en las series más recientes predominan Streptococcus pneumoniae, estafilococo y Haemophilus influenzae. En el cultivo de líquido pleural se detectan gérmenes anaerobios en alrededor del 30% de los casos, y la infección es mixta, aerobia y anaerobia, en un porcentaje que varía entre el 23 y el 43%. Cuadro clínico Al igual que en el derrame paraneumónico, es el propio de una neumonía, es decir, fiebre, dolor pleurítico y tos, con intensa leucocitosis sanguínea. En los enfermos alcohólicos, diabéticos o inmunodeprimidos por cualquier otra causa, en especial si la infección es por anaerobios, la clínica puede ser más tórpida, en forma de pérdida de peso, febrícula, acompañada de leucocitosis y ligera anemia. En ocasiones, la persistencia de la fiebre a pesar del tratamiento antibiótico en un paciente afecto de neumonía sugiere la existencia de un empiema. Tratamiento del paciente con derrame paraneumónico y empiema El tratamiento del paciente con un derrame paraneumónico o un empiema incluye siempre los antibióticos. De forma empírica, se recomienda una pauta antibiótica de amplio espectro que cubra gérmenes aerobios y anaerobios, aunque es aconsejable adecuar el tratamiento a los resultados microbiológicos. Para detectar el derrame pleural suele ser suficiente con la radiografía simple de tórax en proyección de frente y perfil, aunque si la cantidad de líquido es escasa, puede ser preciso hacer una proyección en decúbito lateral o una ecografía. La TC puede ser de ayuda para definir la afectación pulmonar y la colección pleural. En todo paciente con un derrame paraneumónico se debe efectuar una toracocentesis. El líquido obtenido se cursa para análisis celular total y diferencial, tinción de Gram y baciloscopia, cultivo aerobio y de Lowënstein y determinación de pH, glucosa, LDH, proteínas y ADA. Indicaciones del drenaje pleural Si el líquido pleural cumple criterios de empiema, además de la antibioticoterapia se debe colocar un tubo de drenaje. Un líquido pleural maloliente sugiere la presencia de gérmenes anaerobios. La evacuación del líquido purulento por toracocentesis sólo es recomendable en casos de colecciones muy pequeñas. La fístula broncopleural, cuya existencia hay que sospechar si el paciente presenta abundante expectoración y existe un nivel hidroaéreo en el espacio pleural visible en la radiografía de tórax, exige también el drenaje por tubo de toracostomía, para evitar la diseminación del pus a la vía aérea. Si el líquido pleural no es empiematoso, se deben valorar las cifras de pH, glucosa y LDH en líquido pleural. Si el pH es superior a 7,20, la glucosa es superior a 40 mg/dL (2,25 mmol/L) y la LDH es inferior a 1.000 U/L, se trata de un derrame paraneumónico no complicado y el paciente seguirá una buena evolución con tratamiento médico. Si el pH es inferior a 7, la glucosa es inferior a 40 mg/dL (2,25 mmol/L) y la LDH superior a 1.000 U/L, se trata de un derrame paraneumónico complicado y se debe proceder a colocar un tubo de toracostomía para evitar la evolución a empiema, ya que las toracocentesis repetidas no suelen ser efectivas. Si la cifra de pH está entre 7 y 7,20, la de glucosa alrededor de 40 mg/dL (2,25 mmol/L) y la de LDH alrededor de 1.000 U/L, es aconsejable un seguimiento clínico del paciente con repetición de la toracocentesis y reevaluación del líquido pleural en las siguientes 24-48 horas (fig. 105.1 ). Tratamiento intrapleural con fibrinolíticos Tanto en el empiema como en el derrame paraneumónico complicado es recomendable realizar una ecografía torácica para detectar si existen tabicaciones, en cuyo caso, y sobre todo si el drenaje pleural es difícil, se aconseja la administración intrapleural de fibrinolíticos. Estos agentes facilitan la disolución de las adherencias de fibrina y evitan por tanto la fibrosis pleural. Se pueden utilizar 100.000 U de urokinasa o 250.000 U de estreptoquinasa, diluidas en 100 ml de suero fisiológico. Tras su instilación intrapleural se recomienda clampar el tubo durante 1 o 2 horas. La administración puede repetirse diariamente hasta conseguir el drenaje adecuado. Complicaciones Si, de acuerdo con los criterios expuestos, el drenaje pleural está indicado pero no resulta efectivo, puede optarse por una toracoscopia para eliminar las loculaciones. En caso contrario, debe considerarse un drenaje quirúrgico del pus con descorticación de la pleura si está muy engrosada e impide la expansión pulmonar. Para ello se requiere sin embargo anestesia general y una amplia toracotomía, lo que resulta de alto riesgo en pacientes con mal estado general. En este último caso, se puede practicar un drenaje abierto con resección costal. Una vez superada la fase aguda, la decisión de practicar una descorticación a los pacientes con déficit ventilatorio restrictivo por su paquipleuritis residual debe demorarse algunos meses, pues en un cierto número de casos el paciente mejora tras el episodio inicial. Pleuritis víricas y por Mycoplasma Alrededor del 20% de los pacientes con neumonía atípica presentan derrame pleural. Los gérmenes implicados con más frecuencia son Mycoplasma pneumoniae y, entre los virus, adenovirus e influenza. El cuadro clínico es orientativo de neumonía atípica con fiebre, cefalea, tos y atromialgias como síntomas más frecuentes. Los derrames pleurales suelen ser transitorios, de poca cuantía, acompañados de infiltrado pulmonar y sólo raramente son masivos o persistentes. El análisis del líquido pleural muestra un exudado con predominio de células mononucleares, y el aislamiento del germen en líquido pleural es excepcional. El diagnóstico se basa en el cultivo del germen en muestras respiratorias o en el aumento del título de anticuerpos específicos en dos determinaciones separadas por al menos 15 días. En el caso del Mycoplasma un título elevado de aglutininas frías en suero sugiere el diagnóstico. En raras ocasiones se conoce precozmente el diagnóstico etiológico. Si el cuadro clínico sugiere que el derrame es secundario a infección por Mycoplasma, se debe administrar eritromicina, 500 mg cada 6 horas, o claritromicina, 500 mg cada 12 horas por vía oral durante 15 días. Derrames pleurales de origen cardíaco Son los trasudados de la pleura más frecuentes (derrames con unas proteínas inferiores a 3 g/dL y LDH inferior a 200 U/L) (3,334 nKat/L), y también constituyen una de las entidades más frecuentes en el contexto global de los derrames pleurales. No es válida la antigua idea de que aparecían necesariamente en el lado derecho, puesto que en general son bilaterales, con ligera predisposición por el lado derecho. En cuanto a la etiopatogenia, actualmente se considera que el papel fundamental reside en el fallo cardíaco izquierdo. Por lo general se acompañan de cardiomegalia, no suelen provocar otra sintomatología que la propia de la insuficiencia cardíaca y habitualmente desaparecen con el tratamiento cardiotónico y diurético. Cuando el derrame no desaparece tras este tratamiento, puede elevarse la tasa de proteínas ligeramente por encima del límite entre trasudado y exudado (3 g/dL). Si tras el tratamiento persiste un derrame con proteínas y LDH elevados, hay que plantearse ulteriores procedimientos diagnósticos, especialmente en derrames de larga evolución, que han provocado el engrosamiento difuso de la pleura, con las consiguientes dificultades para su reabsorción. Igualmente, se debe plantear un estudio exhaustivo si se obtiene líquido con caracteres de exudado y se observa engrosamiento pleural significativo en los estudios radiológicos. Derrames pleurales secundarios a tromboembolia pulmonar Aproximadamente la mitad de los casos se acompañan de derrames, aunque en general son muy pequeños, quedan relegados a un segundo lugar por el cuadro clínico de la tromboembolia y desaparecen espontáneamente en el plazo de pocos días. El mecanismo de producción es el aumento de permeabilidad secundario al infarto pulmonar provocado por la tromboembolia y por ello es frecuente que presenten aspecto serohemorrágico. Pueden presentar características bioquímicas correspondientes tanto a exudados como a trasudados. En ocasiones se desarrollan derrames postembólicos con entidad propia, más voluminosos y persistentes que los habituales, cuyo diagnóstico es difícil, tanto más cuanto que la enfermedad tromboembólica acompaña con cierta frecuencia a las neoplasias malignas, especialmente algunas de origen abdominal (páncreas, colon sigmoide, ovario). En un estudio realizado en necropsias, observamos que el 25% de los casos de derrame pleural no neoplásico y coexistente con una neoplasia maligna en otro órgano se debían a tromboembolia pulmonar, por lo que no se ha de menospreciar esta posibilidad al estudiar la etiología de un derrame pleural en estas circunstancias. El tratamiento del derrame de origen tromboembólico es el de la enfermedad de base, ya que lo habitual es que no requiera toracocentesis y que su evolución sea autolimitada. Sin embargo, no debe olvidarse el derrame hemorrágico que puede aparecer en el curso del tratamiento anticoagulante de la enfermedad tromboembólica (hemotórax), que obliga a suspender la anticoagulación, colocar un drenaje y plantear la interrupción de vena cava inferior, siguiendo la pauta habitual ante las complicaciones hemorrágicas durante el tratamiento de dicha enfermedad. Derrames pleurales de origen hepático (hidrotórax hepático) En aproximadamente el 10% de los pacientes con cirrosis hepática que cursa con ascitis aparece derrame pleural, generalmente derecho. Su mecanismo de producción reside en el paso del líquido ascítico a la cavidad pleural a través de defectos de continuidad en el diafragma. Aunque las características del líquido son las de un trasudado, como el líquido ascítico no complicado, no es excepcional que tenga aspecto serohemorrágico, a causa de los trastornos de la coagulación que presentan los pacientes cirróticos. El tratamiento del hidrotórax hepático es el de la ascitis que lo provoca, y sólo en situaciones de afectación respiratoria se debe evacuar, debido a los riesgos inherentes a la coagulopatía, a la posibilidad de provocar hipovolemia y a la rápida recidiva a expensas de la ascitis. Aunque en ocasiones se ha intentado la pleurodesis, lo habitual es que fracase si previamente no se ha conseguido controlar la ascitis. Derrames pleurales de origen pancreático Por lo general se producen en el lado izquierdo, se asocian a pancreatitis en diversos estadios de evolución y, en ocasiones, se deben a la formación de fístulas pancreato-pleurales o pancreato-mediastínico-pleurales (en particular cuando existe un seudoquiste pancreático), si bien hay otros casos en los que sólo hay una comunicación transdiafragmática por vía linfática. Pueden ser serofibrinosos (pancreatitis subaguda o crónica) o hemorrágicos (pancreatitis aguda). El diagnóstico se debe sospechar ante la aparición de un derrame pleural en un paciente que padece una pancreatopatía con niveles altos de amilasa en el líquido pleural (en general varios miles de U/L, que superan los valores del suero en cantidad y persistencia, sobre todo en casos de pancreatitis crónica). La amilasa elevada en el líquido pleural no es patognomónica de este tipo de derrames, ya que se puede encontrar también en pleuritis neoplásicas y en la rotura esofágica. En esta última se detecta amilasa salival y no pancreática en el líquido pleural. El hallazgo de un seudoquiste pancreático mediante ecografía o TC en presencia de un derrame pleural izquierdo es sugestivo de afectación secundaria a fístula pancreato-pleural. En ocasiones es necesario acudir a la pancreatografía retrógrada para llegar a un diagnóstico de certeza. Esta última puede ser de gran ayuda para tomar las adecuadas decisiones terapéuticas, incluyendo la posibilidad de realizar una esfinterotomía por vía endoscópica, con eventual colocación de una endoprótesis pancreática transitoria, encaminada a drenar convenientemente el conducto de Wirsung y sus ramas. El tratamiento inicial del derrame de origen pancreático es el de la pancreatitis subyacente, pero hay que colocar un tubo de drenaje pleural si el derrame es hemorrágico, para preservar el tejido pulmonar de la agresión por las enzimas proteolíticas que suele contener el líquido en estos casos. Derrames pleurales de origen renal Los derrames pleurales de origen renal pueden clasificarse, de acuerdo con su etiopatogenia y características bioquímicas, en los siguientes tipos. Síndrome nefrótico El mecanismo etiopatogénico es el descenso de la presión oncótica secundario a hipoalbuminemia, que provoca la salida de líquido al espacio pleural. El derrame suele ser bilateral, tiene aspecto claro, con características bioquímicas de trasudado y glucosa y pH normales. Si el líquido es hemorrágico, los niveles de proteínas están por encima del límite normal de los trasudados y presenta abundantes polimorfonucleares, hay que descartar la tromboembolia pulmonar, asociada con gran frecuencia al síndrome nefrótico. El tratamiento se debe orientar, en primer lugar, a reponer las pérdidas proteicas. El derrame se ha de evacuar sólo cuando provoque problemas respiratorios graves. En ocasiones puede ser necesaria la realización de pleurodesis, pero hay que ser cauto con la pauta de aspiración en este caso, pues el descenso de la presión oncótica predispone al edema pulmonar por reexpansión. Urinotórax Es secundario a la obstrucción del sistema nefroexcretor con hidronefrosis secundaria, que puede evacuar en el espacio pleural homolateral a través de las vías linfáticas o por formación de fístulas transdiafragmáticas. El líquido pleural tiene características de trasudado, huele a orina y la relación entre la creatinina pleural y plasmática es superior a 1. El pH puede ser muy ácido, como el de la orina, pero no es excepcional que sea intermedio entre el de ésta y el sanguíneo, probablemente por la rápida reabsorción de hidrogeniones durante el paso transdiafragmático. El tratamiento se ha de orientar a la resolución de la obstrucción de las vías urinarias. Derrames pleurales secundarios a enfermedades sistémicas Estos derrames se desarrollan por un mecanismo inmunológico. De las diversas variedades existentes, aquí trataremos las cuatro más importantes, por su frecuencia o su especial significado. Derrame pleural en la artritis reumatoide Es probablemente la manifestación intratorácica más frecuente de esta enfermedad, pero su incidencia está infravalorada porque en muchas ocasiones es asintomático. Aparece preferentemente en varones con historia previa de artritis reumatoide. El líquido puede tener aspecto turbio por su alto contenido en colesterol y corresponde a un exudado con glucosa y pH bajos (a causa de un bloqueo en el transporte a través de la membrana pleural), LDH alta y factor reumatoide positivo. En ocasiones se ha descrito la presencia de unas células consideradas como características, de gran tamaño, alargadas y multinucleadas (ragocitos), aunque no son patognomónicas. La biopsia pleural tampoco suele ser específica, por lo que el diagnóstico se ha de basar en el contexto clínico y analítico; asimismo se debe descartar una neoplasia mediante toracoscopia si la citología o la clínica hacen sospechar su presencia. La pleuritis reumatoide tiende a provocar fibrosis pleural, razón por la cual se aconseja el uso de antiinflamatorios y, eventualmente, de glucocorticoides por vía sistémica. Pleuritis lúpica Su incidencia es muy alta en el curso del lupus eritematoso sistémico y no es raro que sea la primera manifestación clínica de la enfermedad. El derrame suele ser bilateral y los niveles de glucosa y pH en el líquido son normales. La presencia de células LE, características del lupus eritematoso, se considera patognomónica. El tratamiento, que incluye siempre glucocorticoides, es el de la enfermedad sistémica y sólo excepcionalmente se requieren toracocentesis evacuadoras. Hay una serie de fármacos que son capaces de provocar una pleuritis que clínicamente es indistinguible de la lúpica, y que de hecho están contraindicados en pacientes que padecen esta enfermedad: procainamida (que puede provocar el síndrome incluso cuando se administra en dosis normales), clorpromazina, hidralazina (en relación con dosis altas), quinidina, fenitoína e isoniacida (ésta sólo ocasionalmente). En general, la retirada del fármaco mejora la evolución del síndrome. Hemotórax Consiste en la acumulación de sangre en la cavidad pleural, y no debe confundirse con el derrame serohemorrágico, que es menos denso y habitualmente presenta un hematócrito inferior al 5%. Por el contrario, en el hemotórax el hematócrito supera a la mitad del de la sangre y en casos agudos se aproxima mucho a él. La etiología más frecuente es la traumática, ya sea accidental o yatrógena por alguna maniobra invasiva, pero también puede ser espontáneo, secundario a la rotura de un aneurisma aórtico o a una lesión muy vascularizada en algunos casos de neumotórax espontáneo (hemoneumotórax). En raras ocasiones el hemotórax se produce en el curso de la tromboembolia pulmonar, especialmente asociado al tratamiento anticoagulante; asimismo, en algunos casos se debe al sangrado espontáneo por lesiones tumorales necrosadas. Finalmente, se ha de considerar la posibilidad de que esté causado por trastornos de la coagulación o vasculitis. El diagnóstico se debe sospechar ante un paciente que presenta un cuadro agudo de dolor torácico con hipotensión, anemia y opacificación total o parcial de un hemitórax, y se confirma por la toracocentesis, que revela la presencia de sangre (ésta puede tener coágulos ya formados, pero no coagula a posteriori, a diferencia de la contaminación traumática provocada durante la propia punción). El tratamiento se ha de orientar al de la enfermedad causal, pero también hay que colocar un tubo de drenaje para liberar la cavidad pleural de coágulos y prevenir el enclaustramiento del pulmón por fibrina. Si el drenaje es insuficiente o continúan las pérdidas sanguíneas con anemia progresiva se impone la realización de una toracotomía. Obviamente hay que reponer las pérdidas sanguíneas y, si es necesario, practicar transfusiones. Quilotórax y seudoquilotórax Ambos se caracterizan por la presencia de un líquido pleural de aspecto lechoso, completamente blanco en ocasiones y algo coloreado (amarillento o rojizo) en otras. El quilotórax presenta dicho aspecto por su elevado contenido en linfa y se debe, en la mayoría de los casos, a la rotura del conducto torácico por un traumatismo –accidental o quirúrgico– o a invasión neoplásica, en general a partir de adenopatías malignas (especialmente en linfomas). En raras ocasiones se produce quilotórax por bloqueo linfático pulmonar, como ocurre en la linfangioleiomiomatosis, que afecta con clara preferencia a las mujeres, cursa con neumopatía intersticial y se acompaña con frecuencia de episodios repetidos de neumotórax y quilotórax. El seudoquilotórax se desarrolla en derrames crónicos, especialmente el reumatoide y el empiema tuberculoso, y presenta un aspecto muy similar al quilotórax, pero con elevado contenido en colesterol (muy superior al sanguíneo) y relativamente bajo en triglicéridos (inferior a 50 mg/dL); en el verdadero quilotórax, por el contrario, se invierten estos términos, ya que el nivel de triglicéridos suele ser superior a 100 mg/dL. El tratamiento varía según se trate de un quilotórax o un seudoquilotórax; en este último debe tratarse la enfermedad de base y sólo en raras ocasiones se requiere un drenaje pleural. Por el contrario, en el quilotórax genuino es necesario adoptar varias medidas especiales: a) colocación de drenaje pleural, sobre todo en el quilotórax no traumático, ya que puede cerrarse la fístula del conducto torácico espontáneamente en poco tiempo; b) nutrición parenteral para reducir la producción de linfa intestinal y disminuir así el flujo a través del conducto torácico. Hay que tener en cuenta que el drenaje de grandes cantidades de linfa provoca, además de importantes pérdidas nutricionales, una caída significativa de los niveles de linfocitos inmunocompetentes, con el riesgo de depresión inmunitaria que ello conlleva, y c) tratamiento oncológico adecuado (radioterapia sobre las adenopatías o quimioterapia) en caso de que la etiología sea neoplásica. Si a pesar de todas estas medidas no se consigue controlar el quilotórax, se puede realizar una pleurodesis, especialmente en los casos de etiología maligna. Hay que prestar especial atención a la asepsia al tratar los quilotórax, pues presentan gran tendencia a la sobreinfección, debido a la elevada cantidad de sustancias nutrientes que posee el líquido.