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Tanzania: la economía de más allá de las nieves del Kilimanjaro * Relatos de una novela de argumento económico, que sirve de guía para aprender economía a través de viajes, personajes y situaciones que están en el filo entre lo real y lo imaginario, ofreciendo una visión de lo que puede ser la economía del siglo XXI. Incluido en el libro Viajes por Econolandia. El «Kili», como llaman familiarmente los tanzanos y keniatas a la montaña mágica de las nieves eternas en plena África, es todo un símbolo. Como algunos sabrán, su descubrimiento se fecha el 11 de mayo de 1848 cuando el misionero alemán Johamn Rebmann creyó ver la cumbre de una montaña nevada en medio del África Oriental. Naturalmente los geógrafos del momento le tomaron por loco (o por ingenuo) y explicaron «científicamente» la imposibilidad de que existiera nieve tan cerca del ecuador. Al menos durante 14 años (hasta la expedición de Von Decken en 1862) se negó su existencia. Incluso hasta 1871 nadie pudo coronar el Kili y tocar la nieve. Lo consiguió el inglés Charles New. El Kilimanjaro es todo un símbolo también para la economía. Lo descubrieron y escalaron alemanes e ingleses. Los nativos fueron sólo porteadores y creyentes de que allí residía para ellos “la casa de dios”, «Ngáje Ngái», como dicen los masais. Pero además, en la montaña sagrada, como en toda África, se mezclan naturaleza y economía. Hay grandes cafetales en la zona que rodea la montaña y toda una industria turística para escalarla o visitarla, porteadores y «rangers» (así se llama pomposamente a los guías armados de los parques nacionales). Pero además, está el toque occidental como describe Javier Reverte en El Sueño de África: “al pie del Kilimanjaro hay grandes vallas publicitarias en las que Coca-Cola da la bienvenida a los recién llegados. Los pigmeos de la selva de Ituri y los masais de las tierras altas de Tanzania y Kenia se disfrazan para los turistas con sus ropas tradicionales y reclaman dólares a cambio de dejarse fotografiar. Hay un censo de putas en Mombasa que supera la cifra de cincuenta mil, la mayor densidad de rameras por metro cuadrado después de Bangkok y Río de Janeiro”. De la cuna de la humanidad al campo de exterminio El viaje desde Ámsterdam al aeropuerto internacional del Kilimanjaro dura aproximadamente lo mismo que una jornada de trabajo (de un país desarrollado). Me entretuve leyendo el libro de un profesor de fisiología de la Facultad de Medicina de UCLA, Jared Diamond, titulado Armas, gérmenes y acero. La verdad es que lo que me interesó fue su subtítulo: “¿Por qué los pueblos de Euroasia conquistaron, desplazaron o diezmaron a las poblaciones autóctonas de América, Australia y África, y no a la inversa?”. Naturalmente, el autor no cae en la ingenuidad simplificadora de unos euroasiáticos genéticamente más inteligentes o en los efectos estimulantes para la actividad de los climas más fríos frente a la tendencia a la indolencia de los más calurosos. Su tesis básica es que “la historia siguió trayectorias distintas para diferentes pueblos debido a las diferencias en los entornos de los pueblos”. Ese entorno era inicialmente más favorable en África, donde se han encontrado restos del “austrolopitecus africanus” (de hace 4 millones de años), poco más que un simio que se mueve con postura básicamente erguida, y de su descendiente el “homo habilis” (de hace más de 2 millones de años), ya con las primeras piedras-herramientas. Las hipótesis de los científicos apuntan a que no fue hasta más tarde (entre 500.000 años y un millón) cuando se producen las primeras migraciones hacia la zona euroasiática. Curiosamente, los restos más antiguos se han encontrado precisamente en África Oriental y más concretamente en Tanzania hacia la zona del Ngorongoro, un cráter volcánico con diámetro de veinte kilómetros y altos muros que lo aísla prácticamente del exterior. Allí han localizado algunos literatos, como Alberto Moravia, “el mito del Paraíso Terrenal donde el hombre y los animales vivían en concordia antes de la expulsión del Edén”. Este entorno, especialmente favorable, se supone que propició la vida humana y la reproducción de la especie. Pero es posible pensar que retardó la introducción de mejoras que ambientes más hostiles estimularon. Caza abundante y alimentos vegetales de generación espontánea, permitieron la vida nómada en muy pequeñas comunidades. El autor del libro que estaba leyendo en el avión, llevaba hasta el límite este argumento, apoyándose además en la dificultad de domesticar los animales originarios de África y de cultivar sus especies vegetales. En su razonamiento, el entorno africano no estimulaba el establecimiento de comunidades sedentarias, mientras que sí encontraban fuertes incentivos las sucesivas migraciones hacia las tierras de Europa y Asia, con menor disponibilidad de alimentos naturales y especies más manejables. Según el autor de Armas, gérmenes y acero, poblaciones sedentarias permitían una mejor organización social y tecnologías más evolucionadas. De aquí un paso a tener armas y poder. Pero además la vacunación por selección natural de los que no sucumbían a una determinada epidemia, hizo relativamente inmunes a estas sociedades sedentarias a los gérmenes que desarrollaron y exportaron (principalmente por el ganado) y que supusieron otro elemento de debilidad para las tribus originarias de África. Estas ideas, con diversas variantes, se repiten en otras publicaciones sobre el mundo en subdesarrollo. Recientemente, un economista del National Bureau of Economic Resarch, Jeffrey Sachs, trata de explicar el retraso relativo de los países tropicales. Según su análisis se ha infravalorado la importancia de la situación geográfica en el desarrollo económico. Los países tropicales presentan una menor productividad en su agricultura, dificultades sanitarias elevadas y un acceso más difícil a los grandes centros del poder económico y político mundial. Suelos erosionados, pestes y parásitos, limitaciones de abastecimiento de agua, enfermedades sin control,..., se añaden a las dificultades de adaptar al medio los nuevos avances tecnológicos o los desequilibrios de poder geopolítico. Sólo Hong Kong y Singapur entre los 30 países considerados como de elevado nivel de vida se sitúan en zona tropical. El resto siguen en el subdesarrollo a principios de este siglo XXI con una renta por persona equivalente a una cuarta parte de la del promedio de países de temperatura templada. Más aún; entre los países más pobres del mundo se encuentran una gran parte de regiones tropicales, en particular si se añade su carácter interior, sin acceso marítimo, como es el caso de Bolivia, Uganda, Chad, Mali y otros muchos países africanos. No sé bien si estas teorías son correctas, pero de lo que no hay ninguna duda es que África tiene toda una historia de conquista militar por parte de los europeos, de colonialismo, de retraso tecnológico y de epidemias de todo tipo. Según el informe de Naciones Unidas sobre el SIDA, en África hay unos 25 millones de personas que lo padecen, lo que representa el 70% de la población infectada a escala mundial. Según un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud, sólo un esfuerzo conjunto y solidario del mundo desarrollado y de los países en desarrollo puede conseguir salvar hacia el 2007 hasta 8 millones de vidas al año, con una inversión adicional en salud que se evalúa en unos 163.000 millones de dólares al año. Para África el gasto actual sanitario, de unos 13 dólares por persona deberá alcanzar los 40 dólares dentro de cinco años. Por otra parte, un estudio del Banco Mundial apunta que se han producido 73 guerras civiles en los países africanos durante los últimos 35 años y que en 47 casos las razones desencadenantes eran de naturaleza principalmente económica (yacimientos minerales, agua, tierra fértil, etc.). Parece como si la cuna de la humanidad hubiese degenerado hacia el mayor campo de exterminio de todo el planeta. Algunos datos sobre Tanzania Como otros muchos países africanos, Tanzania tiene su independencia recién estrenada en términos históricos. En 1961 Tanganika, primero colonia alemana y desde finales de la primera Guerra Mundial bajo administración británica, celebra su independencia. Tres años después se une con Zanzíbar para formar Tan-zan-ia. Unos 35 millones de habitantes, una esperanza de vida de sólo 52 años, una tasa de fertilidad muy elevada (5,5 niños nacidos por mujer) y una tasa también muy alta de mortalidad infantil (81 muertes por 1.000 nacidos vivos). Con estos parámetros, casi la mitad de la población tiene menos de 15 años y sólo un 3% más de 65. La cifra de PIB por persona (poco más de 200 dólares) le sitúa entre los países más pobres del planeta, sólo por delante de otros diez países africanos, cuya lista termina en Etiopía y la República Democrática del Congo, con poco más de 100$ por persona y año. Se calcula que la mitad de los tanzanos subsisten con el equivalente diario a 65 centavos de dólar o menos. Los esfuerzos de mejora de ese nivel de vida chocan contra muchos muros, entre los cuales no es el menor la necesidad de superar el 2,5-3% de crecimiento del PIB anual simplemente para no empeorar la situación, ya que ésta es la tasa de aumento demográfico. El 90% de la población trabaja aún en la agricultura que es, con mucho, su principal recurso de exportación. Su economía se completa con la explotación minera de oro y diamantes, industria alimentaría, productos de la madera, textil, cemento y poco más. Su consumo de energía eléctrica por persona se sitúa en unos 60 Kw/h, a comparar con los 350 de la India, los 1.500 de México o los 12.000 de EEUU. Sólo hay tres teléfonos por cada 1.000 habitantes, pero lo peor es que además casi no funcionan. En nuestras propias carnes vivimos, durante nuestra estancia, la experiencia de un par de horas de demora para hablar entre dos hoteles, uno en Zanzíbar y otro en Arusha, dos de las ciudades más internacionales del país. En Tanzania uno entiende la dificultad de crear riqueza sin casi recursos humanos ni materiales. Sólo un niño de cada diez alcanza la enseñanza secundaria. La iniciativa empresarial es mínima. Faltan las infraestructuras más elementales. Una experiencia inolvidable es circular por las carreteras del país en duros y viejos todoterrenos que parecen desaparecer y emerger de nuevo entre las rocas que jalonan los senderos del país. Uno puede ver, de vez en cuando, a un trabajador con cincel y martillo sentado en medio del camino tratando de desgastar, con más paciencia que eficacia, alguna de esas grandes piedras incrustadas. Kenia, el vecino del norte, es también un país tercermundista, pero sus mejores infraestructuras y organización le han convertido en un competidor peligroso. Un funcionario tanzano nos explicó que durante muchos años los keniatas sacaban gratuitamente el pescado de sus lagos, les compraban la madera de ébano en bruto para tallarla y venderla a altos precios (relativos) a los turistas e incluso utilizaban sus grandes recursos naturales como propios. El gobierno tanzano se vio obligado a cerrar los enlaces por carretera con Kenia y forzar a los turistas que quisieran visitar el Kilimanjaro o los parques protegidos del Serengueti y el Ngorongoro, a partir de los dos aeropuertos de la zona. Hoy día Arusha se ha convertido en el centro de todo tipo de safaris con guías y agencias de viajes del propio país, sustituyendo las “excursiones” organizadas desde Kenia. Antonio Pulido, Viajes por Econolandia. Ediciones Pirámide, S.A., 2002