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La educación intercultural en los ámbitos no formales J. Alfonso García Martínez Universidad de Murcia «Contamíname, mézclate conmigo, que bajo mi rama tendrás abrigo...» (Ana Belén y Víctor Manuel) 1. INTRODUCCIÓN La mayor parte de las reflexiones efectuadas sobre el intercultura lismo, y ya van siendo numerosas, parten de las situaciones socio-cul turales producidas por la coexistencia de diversas etnias y culturas en un mismo contexto geográfico-social. Sin embargo, la mayoría de es tas investigaciones y reflexiones tienen como marco de desarrollo de sus propuestas y proyectos educativos el marco formal de la educa ción, la escuela, como instancia pública donde el aprendizaje de pau tas de acción social puede contribuir al desarrollo de formas de rela ción no traumáticas entre personas pertenecientes a culturas y/o et nias diferentes. Se sigue así la pauta iniciada por los estudios norteamericanos, pioneros de la Educación Intercultural. Parece obvio que el sistema educativo, los «ámbitos formales» de la educación, juegue un papel esencial en la configuración de nuevas formas de percepción y de comunicación con otras realidades en sus alumnos, padres y profesorado que les prepare para asumir sus res ponsabilidades como ciudadanos en un m u n d o que evoluciona a marchas forzadas hacia la constitución de sociedades pluriculturales. En esa perspectiva es m u c h o lo que deberá exigírsele a la escuela y m u c h o más aún lo que ésta deberá aprender, si quiere afrontar un fu turo, cada vez más presente, desde una perspectiva de desarrollo de una vida sociopolítica democrática que no reincida las perversiones del enfrentamiento etnocultural, en cualquiera de sus modalidades. 148 Pero, con ser fundamental, el papel que ha de desempeñar el sistema educativo no puede considerarse como el único a tener en cuenta, y ello por dos razones fundamentales, que ya son lugar c o m ú n en las adquisiciones teóricas educativas: a) El proceso educativo de las personas no se remite únicamente a los años de escolarización, sino que se trata de un proceso permanente. b) Los procesos educativos alcanzan y se producen, cada vez en mayor medida, en los ámbitos no escolarizados, «no formales», de la educación, siendo incluso determinantes en la puesta en pie de m u chos mecanismos educativos sociales. Además, cada vez es más difícil establecer una distinción tajante entre marcos formales y no formales en el espacio educativo, dada la interconexión existente entre ellos. D e hecho cada vez más los elementos característicos de estos marcos son utilizados recíprocamente. Sin embargo, seguiremos utilizando la distinción como elemento operativo para nuestra exposición. Por otra parte nuestra reflexión sobre la interculturalidad en los ámbitos educativos no formales viene condicionada por la realidad mayoritaria, en relación con las nuevas situaciones que le toca vivir a nuestro país, en especial el hecho de que, en su mayor parte, los inmigrantes son personas adultas que desarrollan su vida en u n marco ajeno al escolar. 2. EL F E N Ó M E N O PLURICULTURAL: I D E N T I D A D Y DIFERENCIA En España el fenómeno pluricultural es reciente en comparación con muchos otros países europeos que han afrontado situaciones pluriculturales desde hace bastantes años. La progresión de los flujos migratorios ha modificado la composición del mapa social español y nos ha situado ante un hecho social antes sólo conocido — y n o por ello resuelto— por nuestras relaciones, en el ámbito interior, con la etnia gitana y, en el exterior, por ser nosotros los que emigrábamos. En otras ocasiones he tenido la oportunidad de manifestar (GARCÍA, 1994) que ante esta nueva realidad caben dos opciones funda- 149 mentales, consciente de que seguir una u otra de ellas equivale o bien a rechazar visceralmente la pluralidad, o bien a intentar comprenderla y luchar por aceptarla como un nuevo dato de nuestra vida social, po lítica y cultural. La primera puede identificarse como un repliegue defensivo ante las personas que se nos presentan como cultural y étnicamente diferentes y que se manifiesta en la hostilidad y/o el rechazo de la convivencia con ellas. Esta es la forma que adoptan las actitudes xenófobas y racistas. La segunda pretende no absolutizar las diferencias y sí construir un m o d o de vida en el que no sólo tengamos todos cabida, sino que además permita el enriquecimiento m u t u o de las formas culturales en presencia, a la vez que dé pie a que muchas de las diferencias puedan desaparecer por cruzamiento, o por superación libremente decidida. En esta segunda opción es donde arraiga la posibilidad de una acción educativa que prepare para la libre y pacífica convivencia de hombres y mujeres de diversas culturas y etnias. Entre otras cosas porque la or ganización de la vida social es también una tarea colectiva que no puede delegarse en ninguna instancia salvadora que nos exonere de toda responsabilidad. Así, es cierto que nos encontramos con la contradicción de que «la identidad personal o social no puede formarse sin el reconoci miento de la diferencia; y, sin embargo, la diferencia es considerada oscuramente como u n peligro externo». (BARCELLONA, 1992: 81). Pero no lo es menos que la formación de esa identidad es una pro ducción social en la que la educación, en todas sus dimensiones, jue ga un importante papel. D e ahí la relevancia de las propuestas de la Educación Intercultural, ya que éstas ponen de manifiesto que, en la formación de la identidad de los individuos y grupos, la diferencia no sólo existe sino que es una necesidad psicosociológica de primer or den para lograr nuestro propio autorreconocimiento; es la otra cara de la moneda de nuestra identidad y sin ella no habría moneda. Reconocer la existencia de la diferencia es, por tanto, un prerrequisito de la configuración potencial de la propia identidad. Ahora bien, si hasta ahora la diferencia ha sido percibida «oscuramente como un peligro externo», es porque ciertos mecanismos del proceso socializador han incidido en esa dirección perceptiva. Luego la forma de iluminar las zonas oscuras no puede pasar por la eliminación de las 150 diferencias, lo que conllevaría la autodestrucción de la identidad per sonal y social; antes bien, habría de pasar por la exposición a plena luz de los elementos socioculturales y los intereses que nos impulsan a «aniquilar» esa diferencia. Este proceso conduciría a avanzar en la construcción de una realidad dialéctica superior: la sociedad intercul tural. Desde esta distancia crítica respecto de la propia identidad perso nal y cultural es posible adquirir capacidades de apertura al m u n d o que soslayen los mecanismos marginadores y donde la relación con los demás se sitúe en terrenos distintos a los de la amenaza y el miedo (GARCÍA, 1 9 9 2 ) . La importancia que para nuestro futuro tiene la di lucidación de esta problemática ha sido crudamente expuesta por Pietro BARCELLONA ( 1 9 9 2 : 8 2 ) en u n inestimable ensayo, en el que con sidera que «Los procesos de homologación/homogeneización y el uni versalismo abstracto del dinero y de los derechos que "disuelven" cualquier idea de lo "común" en el individualismo de la indiferen cia recíproca replantean dramáticamente el problema de la identi dad personal y social. Por esta razón la cuestión racial está destinada a convertirse en una cuestión central de este fin de siglo. Pero no estoy conven cido de que pueda ser reducida a un fenómeno puramente dege nerativo y externo.» En efecto, difícilmente u n fenómeno como éste puede ser consi derado algo externo sino que tiende a convertirse en una cuestión n o dal que representa una «verdadera puesta a prueba de nuestra civiliza ción». Puede ser que las cifras varíen, pero todos los pronósticos apuntan a que, en las próximas décadas, cientos de miles de personas pertenecientes a otras culturas y etnias y con color de piel distinto del nuestro vendrán a instalarse entre nosotros, buscando una opción vi tal que no encuentran en sus lugares de origen. C o n ello el fenómeno de la aldea global no será solamente un espectáculo televisivo, sino una realidad cotidiana con la que hemos de aprender a convivir. Y a ese proceso de aprendizaje de la convivencia es al que inten tan contribuir los diversos procesos de Educación Intercultural, a tra vés de la puesta en cuestión de los presupuestos de reductio ad unum 151 característicos del Estado nacional, cuya consecuencia más perversa en el terreno multicultural ha sido la de «reconocer sólo al idéntico», transformando al otro, al diferente, en un objeto destinado a ser do minado. D e este m o d o , la Educación Intercultural no se reduce a una mera acción educativa puntual puesta a p u n t o por educadores parti darios de introducir un plus de racionalidad en los procesos sociales multiculturales. Es sobre todo un componente fundamental de un nuevo m o d o de entender las relaciones en una sociedad distinta im pregnada de una nueva perspectiva de la universalidad y del m o d o de gestionar la resolución de los problemas derivados de su dimensión multirracial. Entre los elementos básicos de esta perspectiva se en cuentran como premisas insoslayables, a) la necesidad de pensar al otro, lo que implica la ruptura de la lógica de la identidad que preten de la neutralización de las diferencias de todo tipo: étnicas, sexuales, de estilo de vida, etc.; b) la negación del etnocentrismo, y c) la asun ción de la alteridad como un elemento sustancial a nuestra propia vida que nos lleva a sentirnos diferentes en los diversos estadios vita les por los que atravesamos. Premisas que configuran el espacio de la sociabilidad y la reciprocidad, es decir, el espacio de la solidaridad no impuesta normativamente, que es el que permite la manifestación de opciones diferentes. En esta perspectiva, la asignación a la diferencia y el respeto de la diferencia no son conceptos similares. Mientras el segundo supone la premisa de que no se fuerza a nadie a renunciar a sus estilos y prefe rencias vitales y culturales, la primera significa bloquear la posibilidad de autoconfiguración personal y social y la libertad de opción cultu ral, incluida la libertad de modificar las pautas culturales originales. Lo que no es sino una forma de negar la capacidad de evolución indi vidual. Sin embargo, la historia ha negado suficientemente esta pre misa al demostrar que las culturas son evolutivas y se interpenetran. Sólo son estáticas las culturas muertas. La Educación Intercultural Desde hace m u c h o tiempo hemos sido educados en la monocul tura. En ello radica una de las principales dificultades para lograr la 152 convivencia intercultural, ya que ésta requiere de u n aprendizaje que es inviable si el tipo de relación entre personas autóctonas e inmi grantes se reduce a la ignorancia recíproca o a la petición de principio de que los diferentes que vienen de fuera se asimilen a las pautas de vida y culturales de los que acogen. Introducir mecanismos educativos racionales que permitan asu mir lo que constituirá u n dato permanente de nuestra sociedad sig nifica, pues, optar por u n a nueva vía de entendimiento entre gentes y pueblos diversos que supere los mecanismos irracionales que sos tienen la mitología de las relaciones interétnicas al servicio de un sis tema de dominación. Así parece entenderlo G. K. V E R M A (1984: 143) al definir la Educación Intercultural como u n «sistema que tra ta de atender a las necesidades culturales (privadas y públicas), afec tivas y cognitivas de los grupos y de los individuos de todos los gru pos étnicos dentro de una sociedad. Esta educación busca promover la paridad de logros educacionales entre grupos y entre individuos, el respeto y la tolerancia mutuas entre diferentes grupos étnicos y cul turales.» Aunque VERMA utiliza el término «multicultural», he optado por el de interculturalidad porque creo que se adapta mejor a la naturaleza del proceso educativo y sitúa a las distintas culturas en un plano si métrico de igualdad y de intercomunicación, que remite a la acción consciente de los implicados y no a la recepción pasiva de elementos socioculturales. Integra así una dimensión de «interacción, intercam bio, apertura y solidaridad efectiva: reconocimiento de los valores, de los modos de vida, de las representaciones simbólicas, bien dentro de los registros de una misma cultura o bien entre culturas distintas.» (PuiG I MORENO, 1991, 16). N o implica, por tanto, que se dé un do minio completo de los registros de cada cultura, sino el dominio de la dinámica de la comunicación intercultural. Por su parte, el término multiculturalismo (PAREKH, 1986) ten dría una significación polisémica, y por ello más imprecisa, que p o dría designar: a) la coexistencia de diversas culturas, de manera des criptiva; b) el hecho de dominar más de dos culturas mediante la ad quisición de determinadas habilidades; c) la incorporación a una matriz cultural determinada de las aportaciones externas procedentes de otras culturas. 153 La Educación Intercultural no se apoya solamente, por tanto, en buenos sentimientos sino en análisis críticos del contexto cultural, social y político que proporcionen el instrumental que permita a los sujetos y grupos actuar autónomamente en una sociedad que n o cierra puertas ni ventanas, partiendo de sus contextos vitales concretos. La introducción de esa cuota de racionalidad capaz de satisfacer las diversas necesidades sociales y culturales apela, por tanto, a la existencia de un doble frente educativo, el de la población autóctona y el de las poblaciones inmigrantes, en el que hay que abordar un nada despreciable espectro de temas y casos que oscilan desde la alfabetización básica hasta el desarrollo de nuevas actitudes y valores solidarios y de respeto m u t u o y su plasmación jurídica. La necesidad de esta educación radica, según J. O R T E G A ( 1 9 9 1 : 8 ) , n o sólo en que «así se construye la convivencia y la justicia en una sociedad progresivamente más plural, sino también porque ello supone una riqueza cognitiva y social para todos, también para las personas de la mayoría dominante.» N o pretendemos con ello sobredimensionar la capacidad ni las posibilidades educativas. N o obstante, su actuación será imprescindible, en tanto que proceso, en la orientación sociocultural y política de la sociedad intercultural, especialmente en su dimensión comunitaria. D e hecho la Educación Intercultural ya supone en sí misma «una buena caja de resonancia de todo u n conjunto de debates situados en el corazón de la modernidad» (VERNE, 1 9 8 7 ) , con lo que la colectividad o comunidad se convierte en una «unidad de acción» educativa atravesada por la interrelación y la intercomunicación. Desde nuestro p u n t o de vista, ello supone que los procesos de Educación Intercultural aborden de forma realista la complejidad de m o d o tal que ésta n o impida la igualdad. U n a igualdad que tendrá que sostenerse en el respeto general a u n m í n i m o de normas, esto es, en lo que se ha dado en llamar «un pacto de ciudadanía» que impida la desigualdad de derechos para nadie. C o n esa proyección habría que entender la propuesta de Sonia ABADIR R A M C I ( 1 9 8 4 : 2 8 ) sobre la conveniencia de «emprender cam- pañas destinadas a hacer que nos reconozcamos como sociedades pluriculturales y pluriétnicas y que asumamos tal fenómeno con todas las consecuencias que de él se desprenden en relación con la escuela, el 154 trabajo, la vida colectiva, el derecho, los medios de comunicación, los esparcimientos, etc.». Lo que de entrada implica la consideración de los inmigrantes como personas con sus capacidades, deseos, necesida des y derechos y no sólo como meros «factores económicos». 4. EL S O P O R T E SOCIOCULTURAL A LAS M I N O R Í A S ÉTNICAS El conocimiento del entorno y de la cultura autóctona es un prerrequisito para la integración de los inmigrantes en la sociedad re ceptora. Pero eso no resulta tan sencillo cuando, presionados por las urgencias económicas y por el desconocimiento del idioma, se ven envueltos en un círculo vicioso. N o obstante sigue siendo un primer paso inevitable para situarse en u n m u n d o aún desconocido. En este sentido la utilización de los recursos de aprendizaje que ofrece la ciu dad como educadora (LEICESTER, 1990; GARCÍA, 1993) es funda mental y así lo han comprendido muchas de las organizaciones que trabajan en el ámbito de la Educación Intercultural en los ámbitos no formales, al incorporar elementos tales como las «rutas culturales» en sus programas educativos. D e este m o d o el conocimiento del entorno físico y cultural abre las puertas a u n a mejor comprensión de las co ordenadas en que se mueve la sociedad de acogida. D e otra parte, el dominio del idioma del país de acogida en tan to que principal vehículo de comunicación, constituye un elemento específico por la trascendencia que tiene en las posibilidades futuras de desarrollo personal y profesional así como en la integración social de los inmigrantes. Por ello ha sido el principal p u n t o de actuación de la acción educativa n o formal con inmigrantes. Al hablar de inte gración nos estamos refiriendo a «un proceso guiado por el objetivo de la equiparación en el reconocimiento jurídico, en la ciudadanía, lo que no supone la clonación, sino el reconocimiento de la igualdad en la diferencia. Al contrario, el modelo de asimilación condiciona el reconocimiento de los derechos a u n proceso de mimetización res pecto de la mayoría, lo que conduce al sacrificio indiscriminado de esas diferencias.» (LUCAS, 1994: 127). Este proceso requiere, pues, la capacidad de los sujetos (autóctonos e inmigrantes) para remodelar su identidad cultural de acuerdo con su propia experiencia vital, es 155 decir, una integración «activa», como propone Francesc CARBONELL (1993). Pero junto a estos prerrequisitos es preciso vertebrar otro tipo de actuaciones de más largo aliento, recurriendo incluso a lo que cono cemos como «discriminación positiva» para compensar las situaciones de tipo carencial, especialmente en materias de vivienda, salud y edu cación. La puesta en pie de mecanismos formativos ocupacionales y de espacios de acogida y encuentro intercultural podrían completar una primera aproximación a la satisfacción de las necesidades de los inmigrantes. La conquista de la plena equiparación de derechos (de deberes ya existe) en todos los terrenos, laboral, social y político, sería el objetivo último, que impediría la consolidación de una ciudadanía de segunda clase y la profundización de la dualización social. 5. L O S I N S T R U M E N T O S D E LA E D U C A C I Ó N INTERCULTURAL N O FORMAL La Educación Intercultural requiere, para su desarrollo, de m e dios materiales y personales. Hasta ahora, la mayoría de las actua ciones h a n partido de decisiones emanadas de organizaciones no institucionales ( O N G , Sindicatos, Asociaciones socioculturales, et> cetera) y únicamente con apoyo p u n t u a l de ciertas instituciones. Ello es u n síntoma de buena salud de la «sociedad civil». Pero, en u n a perspectiva intercultural c o m o la que configura la Educación Intercultural, no basta. Se hace preciso u n a acción consciente y concertada en la que los agentes socioeducativos (educadores y tra bajadores sociales, especialmente) sean preparados para actuar, en u n sector decisivo para el futuro de nuestra sociedad, c o m o agentes interculturales. D i c h o sea de paso, esa misma preparación debe abarcar al sistema educativo formal, ya que u n a vez pasada la «pri mera ola» de inmigración la escuela deberá asumir su responsabili dad intercultural, en especial ante las segundas generaciones de in migrantes. Por otra parte, es asimismo necesario que las institucio nes locales y estatales contribuyan sin reservas a potenciar las ini ciativas y proyectos interculturales, sabiendo que n o se trata de u n a dádiva, sino u n a inversión en la construcción de una sociedad más justa y democrática. 156 N o obstante, debemos ser conscientes de que una política de Educación Intercultural tendrá posibilidades reales de éxito en la medida que posibilite una profunda reconsideración de las estructuras sociales establecidas, en particular de las escolares, ya que éstas tienden a reproducir las desigualdades existentes de una manera «natural». Si la Educación Intercultural ha de favorecer la participación de todos los afectados en la interacción social, eso debe traducirse concretamente en estrategias educativas que permitan a las minorías acceder a una igualdad real en las oportunidades tanto sociales como educativas: acceso pleno a la red de servicios sociales comunitarios, igualdad de oportunidades laborales, derechos sindicales, vivienda, seguridad social, escolarización de los hijos, etc. El camino ha sido abierto por la iniciativa y perseverancia de múltiples colectivos que, desde posiciones diversas, han actuado como pioneros en el campo de la Educación Intercultural y en apoyo de los distintos colectivos inmigrantes. Desde la acogida inicial hasta la orientación laboral, pasando por la alfabetización y el apoyo jurídico y sindical, esta actividad ha estado dirigida a la configuración de un clima intercultural positivo y no discriminante. Así, desde Valladolid hasta Murcia y desde Girona hasta Córdoba, toda nuestra geografía ha visto el surgimiento de experiencias interculturales, con una orientación próxima a la de la Educación Intercultural. Adentrarse y profundizar en esa dirección precisa de la incorporación de importantes sectores de ciudadanos y ciudadanas españoles a una práctica reflexiva y colaborativa sobre su propia realidad cultural y sobre las nuevas realidades interculturales en el seno mismo de sus comunidades y en sus redes asociativas. U n proceso que deberá incorporar a las minorías mediante la organización de marcos de encuentro interactivos que permitan la construcción c o m ú n de la realidad. CONCLUSIÓN La educación que desde la infancia recibimos viene marcada por las pautas establecidas por prejuicios y conceptos de tipo racial ( T E M PRANO, 1990) profundamente estereotipados que, por su propia estructura psicosocial, son de difícil modificación. Q u e los mismos respondan a intereses sociopolíticos parece haber sido ampliamente de- 157 mostrado por grandes estudiosos del fenómeno como T. A D O R N O y H . TAJFEL, lo que pone de relieve lo conflictivo de su solución. Pero, porque los valores interculturales de convivencia pacífica, respeto y superación de diferencias entre culturas y etnias se sitúan en otra banda de intereses, vinculados a un nuevo modelo de sociedad demo crática, es por lo que la Educación Intercultural adquiere su plena vi gencia. Es cierto que aún no disponemos de suficientes mecanismos edu cativos adecuados para la construcción de estos valores. Pero también es cierto que contamos con las capacidades y con la referencia histórico-social que lo hacen posible. Porque la creación de marcos intercul turales estables y racionales no sólo puede proceder, con ser impor tantes, de las políticas oficiales, sino de la acción consciente de quie nes pugnan por ese nuevo marco racional universalista, sin el cual la democracia no es sino una fórmula retórica vacia. En el contexto mundial actual, una democracia que no sea intercultural es una de mocracia restrictiva, censitaria, pero sobre todo es una democracia sin futuro. Tanto más cuanto, como indica Roland CASTRO (1990), la ciudad-mundo, la ciudad en que se ha convertido el m u n d o , es nues tro destino. Por esta razón, dada la pluralidad y complejidad de las temáticas y campos de conocimiento implicados, desde la sociolingüística hasta las opciones pedagógicas, pasando por la antropología, la política, el derecho, el urbanismo y la acción social, su dimensión no puede ser otra que interdisciplinar. Esta característica ha sido puesta de mani fiesto por los expertos de la Comisión del Consejo de Europa al con siderar la interculturalidad como «un instrumento para luchar contra la intolerancia y la xenofobia. Por eso es por lo que se ha optado por un procedimiento global, y no sólo por los aspectos educativos sino también por el conjunto del desarrollo cultural de los migrantes.» U n instrumento, en definitiva que en los ámbitos no formales puede perfectamente seguir los canales de la acción socioeducativa existentes —asociaciones culturales, de vecinos, sindicatos, programas de educación de adultos, formación ocupacional, animación sociocultural, etc.— o crear otros nuevos —asociaciones específicas de emigrantes, organizaciones de solidaridad hispano-emigrantes, etc.— para la difusión, aplicación y consolidación de sus principios básicos. 158 La cooperación y la participación de todos los implicados mediante procesos de reflexión colectiva y acción conjunta hará posible que los objetivos democráticos de la Educación Intercultural se correspondan con un modelo socioeducativo igualmente democrático. La tarea de la Educación Intercultural se identifica, pues, con el intento de provocar una continua apertura hacia el exterior, de m o d o tal que los procesos comunicativos superen las dimensiones verticales y horizontales promoviendo ramificaciones hacia una tercera dimensión (DALLAREI, 1985), la que configura un mosaico cultural y una comunicación abiertos a todos los interlocutores. BIBLIOGRAFÍA ABADIR RAXCI, S. (1984): «El doble desarraigo de los inmigrados». El Correo de la UnescOy Año XXXVII, febrero, págs. 26-28. BARCELLONA, P. (1992): Postmodernidad y Comunidad. El regreso de la vinculación social. Ed. Trotta, Madrid. CARBONELL, F. (1993): «Los profesionales de la acción social en la atención e integración de los inmigrantes», Boletín de Estudios y Documentación, núm. 2, enero-junio, CEBS, Madrid. CASTRO, R. (1990): El multiculturalismo en la ciudad. Documentos Finales del 1 . Congreso Internacional de Ciudades Educadoras. Ayuntamiento de Barcelona, Barcelona, págs. 102-108. 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