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La India más allá de Bangalore * Relatos de una novela de argumento económico, que sirve de guía para aprender economía a través de viajes, personajes y situaciones que están en el filo entre lo real y lo imaginario, ofreciendo una visión de lo que puede ser la economía del siglo XXI. Incluido en el libro Viajes por Econolandia. * Continuación del viaje Bangalore «The IT Capital of India», incluido en el newsletter Econolandia 03. La India, país de contrastes Uno de nuestros primeros contactos en Delhi fue el Paharpur Business Centre, otra “isla de calidad” en la India, con aire acondicionado, secretarias altamente cualificadas y una amplia gama de servicios. El director nos fue matizando alguna de nuestras primeras impresiones. - - - - Miren ustedes, la India es un país de viejas tradiciones, donde todo intento de innovación choca con problemas del entorno físico, culturales y sociales. Tengan en cuenta que la tasa de analfabetismo, por ejemplo, alcanza el 56% en mujeres y el 32% en los hombres; que los déficits de energía eléctrica en las horas punta son del orden del 13%; que mandar un camión desde Mumbai a Nagpur, 750 kilómetros, puede llevar una semana en viaje de ida y vuelta. Pero hoy día –interrumpió John (empresario)– debe haber un amplio acuerdo entre las clases políticas, el mundo empresarial y los líderes de opinión del país, para apoyar ese proceso de modernización del que Bangalore es un ejemplo muy significativo. Bueno, lo primero que deben recordar es que la independencia de este país tiene poco más de medio siglo y que el actual proceso de apertura de nuestro país empezó en 1991, tras más de 44 años en que el Partido del Congreso (ahora en la oposición) fijó unas normas económicas de autarquía, direccionismo gubernamental y proteccionismo económico. En una encuesta reciente a escala internacional, la India aún aparece con mayoría de defensores del proteccionismo frente al libre comercio como forma de ayudar a la prosperidad del país mientras China, por ejemplo, tiene mayoría en sentido contrario. ¿Aún es una economía demasiado burocratizada? A pesar del profundo cambio, no es fácil de imaginar para un empresario occidental. Un director de una empresa de «nueva economía» nos confesaba el otro día que aún empleaba más de la mitad de su tiempo con funcionarios de todo tipo y extorsionistas múltiples. Y encima algunos le acusaban de «secesionista» por promover un nuevo tipo de empresa que beneficiaba sólo a unos pocos y promovía una profundización de las diferencias entre ricos y pobres. Peter World (un consultor internacional de empresas y organismos públicos, con contactos y prestigio en el mundo entero) quiso intervenir en este punto. Él conocía bien la India y además su trabajo como consultor internacional le proporcionaba una comparativa de situaciones entre países que le ayudaba a valorar situaciones con cierta objetividad: - - Reconozco que en la India hay cambios imprescindibles para el mundo de los negocios, que encuentran trabas continuas en una Administración Pública poco evolucionada en general, malas infraestructuras, un sistema judicial lento e incluso un sistema impositivo con algunas reminiscencias arcaicas, como el “octroi”, un impuesto local que puede pagarse varias veces a lo largo de un viaje por carretera. Pero deben los empresarios de este país reconocer que cuentan con una mano de obra muy barata que incluso se utiliza en forma abusiva en ocasiones y que llega a la explotación infantil. No voy a negar que en la India conviven empresarios modernos, preocupados por la seguridad en el trabajo o por la formación y promoción de sus empleados, junto con auténticos explotadores que se aprovechan de la pobreza e incultura de una gran parte de la población del país. Recuerden que aún más de la mitad de los trabajadores se localizan en la agricultura, que aporta una cuarta parte de la producción total. Pero es que además se estima que más del 75% de las manufacturas de la madera y el 50% de los productos textiles o de la construcción se realiza por la «economía sumergida», sin pago de impuestos ni normas de ningún tipo. Personalmente me interesaba el tema del crecimiento de la población, tasas de mortalidad y fecundidad, esperanza de vida, tasas de actividad, etc. Así que comenté algunas cifras que conocía para el conjunto de países ricos, como punto de referencia: población creciendo a ritmos del 0,5%, esperanza de vida por encima de los 75 años, tasa de mortalidad infantil de 6 por cada 1.000 nacidos vivos, 1,7 nacimientos por mujer, tasas de actividad superiores al 50%,... - ¿Cuál es la situación comparativa en la India? En cifras aproximadas le puedo decir que el ritmo de crecimiento de la población es del orden de cuatro veces más rápido, rodando el 2% anual, es decir, unos 20 millones más por año, por encima de 50.000 nuevos habitantes al día. La esperanza de vida al nacer es de poco más de 60 años y el número de muertes por cada 1.000 nacidos vivos supera los 70, es decir, más de 10 veces del riesgo que existe en los países de ingresos elevados. La tasa de fecundidad supera los tres nacimientos por mujer y la tasa de actividad está en un 40%, incluida la economía informal. La conversación continuó animada durante la comida que nos sirvieron en un restaurante del Business Center. Nos inclinamos por la cocina internacional. Ya habíamos tenido bastante dosis de especies con el cordero al curry, el pollo tanduri (macerado con yogur) y los kababs (brochetas de carne). Terminamos hablando del sistema de castas y de los intocables. Según nos contaron, el sistema surgió hará cuatro o cinco mil años con la invasión de los arios al subcontinente indio, que desplazaron hacia las zonas menos fértiles a los habitantes originales (los drávidas), que pasaron con el tiempo a ocupar el último escalón social, tras los brahmanes (sacerdotes), los kshatriyas (administradores y defensores del poder) y los vaishyas (trabajadores). Para la casta inferior de los sudras quedaban las tareas sucias y desagradables y el aislamiento social. De memoria nos recitaron la explicación que del sistema de castas dio un gran pensador del siglo I, Manu: “Para proteger este universo, el Ser Resplandeciente asignó deberes y ocupaciones diferentes para aquellos que nacieron sucesivamente de su boca, brazos, muslos y pies. A los brahmanes les asignó la enseñanza y la lectura del Veda, sacrificios para sus propios beneficios y los de otros, y el dar y pedir limosnas. A los kshatriyas les ordenó proteger a la gente, hacer donaciones, ofrecer sacrificios, estudiar el Veda y abstenerse de placeres sensuales. Al vaishya le encomendó el cuidado del ganado, hacer donaciones, ofrecer sacrificios, estudiar el Veda, hacer negocios, prestar dinero y cultivar la tierra. El señor prescribió sólo una ocupación al sudra: la de servir mansamente a las otras castas”. Siglo tras siglo fue manteniéndose esta acusada división social que impedía bodas entre miembros de diferentes castas e incluso el contacto físico con los “intocables” a los que se les prohibía leer los libros sagrados. Mahatma Gandhi fue el gran defensor de la causa de estos parias a los que llamaba “harijans” (hombres de Dios). Pero aún en las aldeas siguen viviendo hoy día en barrios separados e incluso en algunos pueblos del sur no pueden caminar por las calles llevando la camisa puesta o un paraguas abierto. ¿Serán los excluidos de la revolución digital los nuevos parias del siglo XXI, los ponas, según la jerga utilizada en lugares como el Silicon Valley para designar a las personas que no están conectadas a Internet y, por tanto, no cuentan en su mundo? ¿Será el dominio de las nuevas tribus cibernéticas y el triunfo del ciberegoismo? La situación de la India, con un sector productor de bienes y sobre todo de servicios TIC altamente competitivo en un país ajeno, en su conjunto a la transformación tecnológica se explica por diversos factores: la especial habilidad de sus gentes por el razonamiento numérico, un elevado número de especialistas a bajo coste (aunque sean una porción reducida de la población) y una política pública de apoyo al sector informático de exportación, en particular, por la acción decidida del Department of Electronics del Gobierno indio. A mí, como periodista de temas socioeconómicos, ya me han convencido mis múltiples lecturas, contactos y experiencias personales de que la apertura al exterior y las nuevas tecnologías son elementos favorables para el crecimiento de un país a largo plazo y de que la globalización económica es una realidad indiscutible. Pero eso no quiere decir que comparta la idea de que estos cambios afecten por igual a todos los países y menos aún, que aceleren la convergencia en niveles de bienestar, al menos si no se cuidan ciertas medidas correctoras a la actuación pura y libre de los mercados. Qué duda cabe que para un indio, un chino o un africano medio, conectarse a Internet puede suponerle ventajas de información y acceso a recursos o contactos incluso por encima de las que puede tener para un ciudadano europeo o norteamericano. Pero no existen, normalmente, las infraestructuras, ni la formación, ni las instituciones públicas y privadas que lo posibiliten en condiciones de igualdad de oportunidades para sus habitantes. Pero para comprender la vida económica de la India es también imprescindible identificarse con lo que significa ser pobre en un país ya en sí pobre. Según cifras del Banco Mundial, un 44% de su población vive con menos de 1$ por día. Según la Planning Commission, en el último censo la pobreza extrema alcanza a un 26% de sus habitantes, con casos límites en estados del noreste del país (Bihar y Orissa) en que incluye a casi la mitad de la población. Pero déjenme intentar describirles cómo es esa pobreza extrema en una ciudad cualquiera del norte de la India (curiosamente aquí el sur y el oeste son más dinámicos y ricos, frente a un norte y este más pobres y estancados). Una inmensa masa humana de gente sin vivienda habita en zonas de tierra repartidas por toda la ciudad por las que corren aguas negras y se acumulan desperdicios, algunas gallinas picoteando y unas pocas ollas humeantes a la hora de la comida de los más favorecidos. Algunos incluso “disfrutan” de una pared en que recostarse y una sombrilla para evitar un sol abrasador. No hace falta añadir a la estampa, niños hambrientos, mendigos deformes y ojos hundidos en una resignación que puede sólo confiar en una reencarnación más favorable en una próxima vida. Todo esto forma parte de la vida económica de la India y de sus condicionantes futuros. Las creencias religiosas y los hábitos culturales también afectan a la vida económica. Todo occidental ha oído hablar de las vacas sagradas de la India. Pero la mayoría no se imagina que imposibilitan un tráfico fluido en las ciudades. Sus dueños (las vacas son sagradas, pero el dominio es privado) las sueltan para que se alimenten con lo que encuentren por las calles y las recogen para ordeñarlas por la noche. Una forma habitual de desear la mayor felicidad a otro es pedir que tenga un hijo (varón) y una vaca. La donación de una vaca es una de las obras de caridad más recomendable en la religión hindú, ya que para cruzar al cielo al morir es preciso pasar un gran río y a ello le ayudará el sujetarse en la cola de la vaca que donó en vida. Pero el hecho práctico es que las vacas circulan sin prisa por medio de las calles llenas de un tráfico denso y heterogéneo e incluso se tumban en alguna zona que les parece especialmente apacible. La lista de factores condicionantes de la vida económica es interminable. Podríamos añadir la mayor o menos estabilidad política según épocas, los conflictos con Pakistán, la corrupción social en ciertas áreas, la elevada proporción de analfabetos y una administración que se considera excesivamente burocratizada y costosa. Por ejemplo, el consumo de productos para la alimentación no es sólo una cuestión de pobreza extrema. Hay que entender que los mercados están fragmentados localmente por la dificultad de mover productos de unos lugares a otros. Así, el pescado es prácticamente desconocido en el interior dado el clima caluroso, la falta de camiones frigoríficos y unas carreteras incompresiblemente lentas para un ciudadano de un país desarrollado. Para los lectores que no hayan tenido una experiencia de este tipo, debo empezar por asegurarles formalmente que la descripción que hago a continuación no es una exageración, sino un retrato lo más fiel que he podido conseguir de la realidad. Imagínense ustedes que salen en un coche de alquiler con un conductor nativo (conducir un extranjero no “reciclado” es un verdadero suicidio) por una de las diversas carreteras “nacionales” que salen de la capital, por ejemplo, la que va hacia el sur camino de Agra, la ciudad en que se levanta el maravilloso Taj Mahal. En el intento de salida de los suburbios de Delhi pensará que se han concentrado en su carretera una buena parte de los 250.000 bicicletas-taxis (“rickshaw”) y los 50.000 coches-taxis que pululan por la ciudad o los 12.000 autobuses que la polucionan, a pesar de la orden gubernamental de 1998 de reemplazar diesel por gas natural. Con cuatro millones de habitantes, el tráfico en Delhi contribuye a que sea una de las ciudades con mayor índice de polución de toda Asia. De hecho, una encuesta sobre disposición de los usuarios (naturalmente una elite del país) a pagar un 10% más por el carburante para reducir la polución atmosférica, de sus valores máximos en India, muestra un acuerdo del 65%, muy por encima de países sensiblemente más ricos y también con alta contaminación atmosférica como México (39%). Cuando consigan ya salir de Delhi empezarán a entender a lo que llaman carretera: una estrecha franja de tierra recubierta de alquitrán con múltiples baches y por la que circulan, sin orden, camellos, vacas, cabras, perros, algún elefante suelto y muchas bicicletas, camiones y automóviles. Realmente si hay un orden: el del más fuerte. Por la noche se ve aún más claro esta jerarquía natural de la conducción, ya que lo habitual es circular sin faros o con uno sólo. Los camiones y autobuses van por el centro y pitan. Cuando no hay un camión, son los automóviles los que ocupan la parte central y tocan el claxon. Los ciclistas tratan como pueden de no irse a la cuneta y todos intentan, con habilidades fruto de ese entorno hostil, no chocar con los animales sueltos. Antonio Pulido, Viajes por Econolandia. Ediciones Pirámide, S.A., 2002