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Internet remata al compacto, aunque el mercado digital no despega
Españoles, el CD ha muerto
Los músicos demandan sociedades de gestión de sus derechos adaptadas
al nuevo paradigma.
www.elconfidencial.com
Año 1980: Philips y Sony presentan un nuevo formato a la industria, nace el
disco compacto. Es un sistema revolucionario por su tamaño y el sonido es
de buena calidad, pero requiere renovar el equipo de música. Año 2013: tras
una década agonizando, el cedé puede darse por muerto. La era de internet
ha acabado con el formato a sus 33 años y los nuevos hábitos de consumo
pueden terminar por transformar definitivamente el concepto de álbum
musical.
Las nuevas generaciones escuchan a sus grupos a través de YouTube o del
móvil -en lista de reproducción aleatoria- y aquellos que compran canciones
a través de portales de venta no descargan discos enteros, sino temas
sueltos. En realidad son pocos, pues el mercado digital en España aún es
pequeño. Si a todo eso se le añade la merma de espectadores en
conciertos, surge la inevitable pregunta: ¿Cómo se va a financiar la música?
La cuestión se presenta complicada y las opiniones de músicos y productores
se desplazan entre el romanticismo realista y el romanticismo a secas.
El abandono del CD
Las cifras hablan: desde 2005 hasta hoy la venta de cedés ha caído un 29 %,
según los datos que ofrece Promusicae (Productores Musicales de España),
que recoge el 93 % del mercado total español. Dicho de otra forma: en 2012
se vendieron en España cerca de 11 millones y medio de copias, mientras
que el dato de hace siete años era de 39 millones y medio. La moda del
vinilo, en cambio ha empujado fuerte el sector del LP, cuyas ventas han
tenido una tendencia creciente en los últimos años, pero insuficientes para
aumentar la cifra de ventas globales del mercado físico –en 2012 se
vendieron 135.000 copias. En el último año las ventas del vinilo han caído un
4,3 %, pero en el anterior la crecida había sido espectacular: de 2010 a 2011
se compraron un 45 % más.
Las causas de la caída del compacto, cuyo deceso comenzó a notarse en
2001, parten de varias vertientes. Para Antonio Guisasola, presidente de
Promusicae, la razón fundamental es la piratería, que “sigue teniendo un peso
muy importante”, añade, porque “trasladamos el top manta a internet”.
Para Daniel Granados, director de Producciones Doradas (una productora
centrada en la investigación sobre nuevos usos de la música), la piratería
supone una pequeña parte. Granados menciona en primer lugar el abuso
del margen de negocio: en la década 1990-2000, el precio medio de coste
de producción del vinilo era más alto que el del cedé (1,90 euros y 0,88
respectivamente), pero en el precio de venta al público, el orden se invertía y
el vinilo costaba de media 15 euros mientras que el precio del compacto
rondaba los 18. Es decir, el cedé, siendo más barato, tenía un margen de
negocio superior (95,7 % frente a 87 %), según los datos de la productora.
Esto, para su director, no pasó desapercibido en el público.
Los cambios de hábitos de consumo modulan el mercado y la ruptura
tecnológica que supuso la aparición de internet y los formatos
digitales remataron los formatos físicos. Granados valora este motivo como el
principal de todos los mencionados: el aumento de ancho de banda y de la
capacidad de almacenamiento, el mp3, el P2P y, en último lugar, el
progreso de la telefonía móvil, componen esa ruptura brusca que motivó el
cambio de hábito.
De las 12 pulgadas a los kilobytes
Dicen que el romanticismo no tiene futuro en la industria musical, pero hay
algunos grupos que son fieles a su amor por el Long Play y han decidido
abandonar a su suerte al compact disc. Un ejemplo de ello son los chicos
de Fabuloso Combo Espectro, un grupo de rock madrileño que edita
únicamente su álbum en vinilo. Cuentan con una edición de 500 discos y
permiten la descarga directa de sus canciones, grabadas con
licencia Creative Commons. Miguel, bajista del grupo, cuenta que tomaron
la decisión de sacar sólamente LP porque “nadie iba a comprar un cedé, al
menos en nuestro entorno”. Considera que el futuro del negocio musical
girará en torno a la difusión por streaming, el modelo de la compañía Spotify,
más que por descargas y más aún que los formatos físicos.
De igual manera piensa Víctor, vocalista de Rufus T. Firefly. Editaron mil copias
en formato CD en su último disco y casi las han agotado, pero admite que
para el próximo le gustaría que fuese únicamente en vinilo, porque
“ ahora meter un cedé en una tienda es tontería, con la venta del disco te da
para recuperar lo gastado”. Su experiencia en ventas digitales no es ni
positiva ni negativa: es escasa. Seis meses de promoción de su último
disco les han reportado nueve euros en Spotify. Para un grupo que ha editado
tres álbumes y ha dado alrededor de 150 conciertos, esa cantidad no hace
que lo vean como el modelo a seguir.
Según los datos de la Federación Internacional de la Industria Discográfica
(IFPI), la industria de la música grabada creció un 0,3 % en 2012 en todo el
mundo, el primer dato positivo desde 1999. En España continua siendo una
cifra negativa: las ventas bajaron un 5 %. El informe de la IFPI apuntaba que
el mercado de formatos digitales era el que había contribuido a ese
aumento, y que en países como Noruega o Estados Unidos las ventas de
formatos digitales superaban a las del mercado físico. En nuestro país el
mercado digital creció en el último año un tímido 4 %. No termina de
despegar un negocio al que muchos grupos de música independientes no
ven salida.
Se escuchan canciones, no álbumes
La posibilidad de compra de canciones sueltas induce a un giro sin retorno
en la producción musical: la muerte del álbum. El romanticismo del artista
hace que algunos se resistan a creer en su desaparición, como
muestra Nano Ruiz, guitarra del grupo madrileño Deniro: “El álbum cuenta una
historia, tiene un sentido. Un grupo quiere dar un concepto artístico donde
hasta la portada del disco es importante. Puedo comprender la desaparición
del formato físico pero no del álbum”, estima.
Daniel Granados, sin embargo, admite que la realidad se impone y que los
jóvenes de hoy consumen música a través de YouTube y los móviles, y han
perdido el sentido del álbum. Asegura que los formatos en los que se enlata
la música han variado en función de la industria y que la voluntad de producir
álbumes ha sido una adaptación a la misma y su intención de vender
equipos de música. Los tiempos de consumo han cambiado, añade, “hoy
difícilmente te pones un disco entero”. Granados, que también es miembro
del grupo Tarántula, apunta que esta tendencia conlleva ciertas ventajas,
como una mayor inmediatez y alcance de las canciones, aunque admite
que con el desvanecimiento del álbum “perderemos algo importante”.
Los conciertos llenan la hucha
Algunos grupos proponen soluciones a los nuevos tiempos, como los roqueros
Melibea. Sus contenidos están disponibles en descarga gratuita, pero
además venden su disco en un dispositivo USB con un diseño especial, en el
que han añadido el libreto del disco y vídeos del grupo. Javier, el bajista,
comenta que la idea no ha salido rentable, aunque publicitariamente es
bonita. Vender en Itunes y Spotify tampoco les ha dado un gran resultado. En
definitiva, su preferencia es una vuelta al directo tradicional: “Creo que lo
mejor es dejar las canciones gratis y hacer conciertos, en lugar de vender
discos”, afirma.
Y es que los conciertos son los que, al final, salvan a los grupos. Todos los
mencionados anteriormente trabajan con sellos propios o alternativos y sus
directos no llenan estadios, pero es la parte del pastel que más les
aporta. Joan Feliú, miembro de Vacabou, lo expresa con contundencia: “El
músico vive de los derechos de autor y de los conciertos. Pero no de la venta
de discos”. También el merchandising ayuda a reunir algunos euros y no sólo
a los artistas más comerciales. Algunos grupos como Fabuloso Combo
Espectro y Melibea destacan que vender camisetas ha servido de gran
ayuda para aumentar sus escasos ingresos.
Los derechos de autor
Feliú defiende los derechos de autor como financiación irrenunciable. Sus
canciones están incluidas en el repertorio de la Sociedad General de Autores
y Editores (SGAE), pero no está de acuerdo con su política. Critica el hecho de
que no pueda ceder gratuitamente una canción a alguien, porque al final la
SGAE les va a cobrar por su uso. Por esa misma razón considera que publicar
discos con licencia Creative Commons “es una contradicción”, porque la
SGAE cobra por derechos aunque no seas miembro de la sociedad.
Ese es el caso de los sevillanos Pony Bravo, cuyas canciones no forman parte
de la entidad de gestión. El grupo envió una carta en septiembre del año
pasado a la SGAE para mostrar su desacuerdo y acusando que la entidad
estaba incurriendo en un caso de enriquecimiento injusto por cobrar por
autorizaciones de repertorio o derechos de gestión colectiva de sus temas.
Los cambios en la directiva de la sociedad no generan confianza en Feliú,
que considera que mientras exista ese “monopolio medieval” de la gestión de
los derechos de autor musicales, no se producirá un cambio de rumbo. El
músico propone un sistema alternativo donde quepan diferentes entidades
de gestión, al estilo de los colegios profesionales: “Debe haber una
liberalización para que yo pueda decidir quién me gestiona cada canción”.
“Siempre habrá gente que haga música y siempre habrá gente dispuesta a
escucharla”, dice Feliú relativizando la cuestión. Todo lo que hay en medio
son “actores secundarios” e irán cambiando con los tiempos: editoriales,
discográficas, promotores… Este es el discurso romántico de un músico que
reprocha el excesivo celo por el negocio, que olvida que la música “es una
expresión artística”. Podrán desaparecer los formatos, dice, pero el músico
permanecerá.