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APACIBLE AUNQUE IMPERFECTO Introduzcámonos en la máquina del tiempo. Chicago, comienzos del siglo XX, oleadas de inmigrantes europeos, guetos urbanos, personas que no pueden hablar entre sí porque no se entienden, en el sentido más literal, luchas violentas por el espacio físico, en la calle, en las estrechas casas de vecindad, proletariado desarraigado, arrancado de su hogar. Con optimistas gafas retrospectivas, podemos ver comunidades de inmigrantes férreamente unidas. No fue lo que percibió la norteamericana Jane Addams (1860-1935), Premio Nobel de la Paz en 1931, una de las Madres Fundadoras del trabajo social. “En Chicago –ha escrito Sennett–, Addams quedó muy impresionada por el hecho de que, aunque los inmigrantes sólo se sentían realmente cómodos asociándose con gente conocida –lo cual los condenaba a la marginalidad–, ni siquiera en estas condiciones creaban vínculos sólidos. Y con el tiempo, la ciudad erosionaba los lazos sólidos. La masa de inmigrantes que vivía al margen del sueño americano y que seguía siendo pobre, se hizo cada vez más resignada y más pasiva. Addams decía que podía identificar al instante a esta gente en la calle porque eran personas silenciosas, sentadas en los portales y ensimismadas, extremadamente abatidas, a quienes raramente se veía en las iglesias o en los centros de los sindicatos”. Addams copia del pobre Londres oriental una idea y abre una casa de acogida, un settlement, a la que llamó Hull House. Quería alentar la cooperación con los diferentes y pretendía estimular en ellos el deseo de asociarse. Hace un siglo esto significaba una cosa muy concreta: un inmigrante judío de Polonia tenía que poder y querer hablar con su vecino italiano. Este reto suena muy contemporáneo y a Sennett no se le escapa esto, pues sabe que es el mismo que se plantea hoy en las relaciones entre musulmanes y no musulmanes en las ciudades europeas. Nuestro autor no pierde la ocasión y nos informa del modo en que Addams reformulaba esta cuestión social que hemos acabando llamando multiculturalismo. Para ella, éste “planteaba un problema; la palabra en sí misma no propone cómo vivir juntos” (pág. 81). Addams respondió con asombrosa sencillez a los problemas de la diferencia y la participación: se centró en la experiencia cotidiana, esto es, el cuidado de los hijos, la escuela y la compra. Lo que importa en las relaciones sociales es la experiencia ordinaria, no las fórmulas políticas; la protesta política por sí sola no parecía ser la vía para curar el daño personal provocado por el desplazamiento. Su método, el que ya hemos visto en Saul Alinsky: flexibilidad en los intercambios e informalidad. En su casa de acogida la gente podía participar o no en actividades organizadas, mezclarse con los demás o no… “había que evitar un programa estricto de actividades sociales al estilo de las de un crucero” (pág. 82). Algunos universitarios respondieron a una voz interior y se mudaron a la casa. Impartían cursos de encuadernación, montaban y representaban obras de teatro, dirigían el club de jóvenes. “La cooperación que más contribuía a configurar el estilo de la Hull House era la que tenía lugar en la enseñanza del inglés. En las clases se mezclaban extranjeros de distintos orígenes para quienes el inglés era la única lengua en la que podían comunicarse; no había clases separadas para italianos, griegos o judíos; no había educación bilingüe. La mezcla producía un aula empeñada en la misma lucha lingüística, que jugaba con las palabras y a veces discutía acerca del significado a medida que practicaba la lengua inglesa” (pág. 82). Sennett asistió de niño, en Chicago, a una sucursal de la Hull House que le pillaba cerca de casa y su memoria es agradecida. “Hoy, la gente de izquierda tiende a condenar la obra de caridad porque ve en ella una humillación para los pobres, pero sin los voluntarios que poblaban instituciones como la Hull House, la vida de los pobres habría sido incalculablemente peor” (pág. 80). La casa de acogida, refugio que le mantenía a uno lejos de las presiones de la calle, establecía contactos apacibles, aunque imperfectos, en los guetos de inmigrantes. M u c h o s d e l o s t r a bajadores de las casas de acogida eran socialistas, pero en su trabajo diario “sabían que la ira contra el capitalismo no ayudaría gran cosa a sus miembros a manejar su vida cotidiana”. La lucha de la clase obrera era “primero y ante todo una cuestión de fortalecimiento del tejido comunitario. Ese fundamento social podía o no conducir a un movimiento de mayor alcance; el énfasis en la organización comunitaria significa lisa y llanamente que lo primero es la base” (pág. 84). Y aquí la crítica: la informalidad trae la desorganización; las casas de acogida serían un consuelo, no una guía para la vida de puertas afuera; la vinculación que se establece en la comunidad tiene que conducir a alguna parte; la acción necesita una estructura, tiene que hacerse sostenible… la izquierda política contra la izquierda social, una vieja controversia. Rafael Aliena Imagen tomada de esta página web: Hull House, en el 800 de South Halsted Street en Chicago.