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HENRIETTA LEAVITT Y LAS CEFEIDAS Esas estrellas variables que hoy conocemos como Cefeidas, fueron descubiertas por Henrietta Swan Leavitt en 1908. Con ello, Leavitt estableció la base para poder conocer la distancia entre las galaxias. Podríamos afirmar sin duda alguna y siendo objetivos, que fue la mujer que descubrió cómo medir el Universo. Las Cefeidas son estrellas variables cuyo brillo y oscurecimiento muestran un ritmo regular, que va desde semanas a meses. Leavitt observó que a mayor brillo de la estrella más duraba la pulsación. Este tipo de estrellas son pulsantes debido a que las zonas de hidrógeno y helio ionizado se encuentran cerca de la superficie. Como las Cefeidas se encuentran, aproximadamente a la misma temperatura, y estas son más brillantes cuando se acercan a su mínimo tamaño, este ultimo (el tamaño) determina su luminosidad. Las Cefeidas pueden ser observadas en galaxias muy lejanas; Leavitt determinó los periodos de 25 Cefeidas en la Nube Menor y estudió más de 1700 estrellas variables de las Nubes de Magallanes, estableciendo una relación PeriodoLuminosidad hoy muy conocida. Pero será mejor comenzar por el principio…. Si tuviésemos la suerte de poder disfrutar de una noche despejada en la antigua Grecia, muchas estrellas de diferentes brillos salpicarían el cielo. Para ellos, las estrellas se dividían en seis categorías; las más brillantes eran de primera magnitud y las más débiles de sexta. Esta apreciación, como bien sabemos, ha evolucionado a lo largo del tiempo llegando a magnitudes negativas para los luceros más brillantes como Sirio (- 1,4). Ciudadanos pudientes de Boston contribuyeron para poder construir un gran Observatorio allá por el año 1845 sobre un terreno que había comprado Harvard de unos 12 acres. Dentro de la cúpula de nueve metros se colocó el “Gran Refractor”, cuya lente, construida por Merz y Mahler de Munich, media 38 centímetros de diámetro. Cuando el telescopio de Harvard se utilizó por primera vez en 1847 era el más potente del mundo y atrás quedaron las medidas y magnitudes de los griegos, Galileo o astrónomos de otros Observatorios contemporáneos como Yale. Harvard podía ver estrellas, tan débiles, que nunca habían sido observadas antes. Hoy en día, prácticamente cualquier persona con una minima cultura, sabe que nuestro planeta gira en torno a una estrella perdida en uno de los brazos espirales de una galaxia y perdida a la vez entre millones de galaxias que se extienden en todas las direcciones. Y a esa extensión la hemos dado un valor de millones de años luz, ¿pero, como podemos estar tan seguros? Observemos dos estrellas de brillo idéntico sobre la oscuridad de la noche. Nuestra primera reflexión bien podría ser que se encuentran a la misma distancia, pero seguramente esta especulación resultaría falsa pues cada estrella, con toda probabilidad, estará emitiendo distinta cantidad de luz procedente de su núcleo. ¿Cuál es entonces la más cercana? Esta duda la podemos trasladar a una nebulosa o una galaxia. Y aquella era una de las grandes incógnitas de la época. ¿Eran las nebulosas nubes de gas dentro de la Vía Láctea o “universos isla” que se veían tan pequeños debido a su enorme distancia? Desde Hipatia de Alejandría y a pesar de la falta de oportunidades, las mujeres han hecho contribuciones fundamentales para la astronomía. El desprecio de la inteligencia femenina se ha extendido hasta bien entrado el siglo pasado. A Margaret Burbidge pionera en el estudio de los “cuásares”, se le ponían constantes dificultades para acceder a los grandes telescopios de la época para realizar sus proyectos. Vera Rubin, por poner otro ejemplo de mitad del siglo XX, astrónoma profesional que realizó estudios fundamentales sobre la materia oscura, cuando solicitó ingresar en Princeton para realizar estudios de postgrado en astronomía recibió una breve respuesta: “no se aceptan mujeres”. Y por supuesto en el siglo anterior, la situación era aun peor. En 1876, el Observatorio de Harvard pasa a ser dirigido por un joven físico llamado Edward Charles Pickering que tenia 30 años de edad. A Pickering le llamó la atención la poca información que existía sobre el brillo de las estrellas, su color, la distancia a la que se encuentran y los elementos que las forman. Y en este trabajo se concentró Harvard a partir de la década siguiente. Pickering comenzó entonces con una actividad que consistía en catalogar el brillo y el color de cada estrella, en base a placas fotográficas situadas en el hemisferio norte y sur. El análisis de estas placas necesitaba mucha concentración, paciencia y capacidad de trabajo. Pickering tuvo la feliz idea de contratar mujeres “calculistas”, pues en su opinión las mujeres realizaban mucho mejor los proyectos repetitivos. Las mujeres, en su opinión, eran capaces de acumular y clasificar datos con la calidad de un astrónomo pero recibiendo sueldos muy inferiores. De este modo podía tener tres o cuatro veces más personal con el mismo dinero. Miss Leavitt fue una de esas mujeres calculistas (computers las llamaban), con un salario de 25 céntimos la hora y sin permiso para pensar. Su trabajo consistía en contar estrellas y cobraba tan solo 10 céntimos más que un trabajador de los campos de algodón. Hoy en día sería complicado encontrar personal que llevase a cabo un trabajo tan preciso por ese sueldo. Pero a finales del siglo XIX, computar no era tan mal trabajo. El trabajo era tedioso y no había muchos hombres interesados, así que Pickering contrató incluso a su sirvienta, Williamina Paton Fleming, como calculista. Con el tiempo se convirtió en la responsable de placas fotográficas clasificando las estrellas según su espectro, doblando su salario. Por supuesto Pickering, lo controlaba todo. Pickering comenzó con la luminosidad estelar. En el pasado, el astrofotómetro Zöllner utilizado por algunos astrónomos, había ayudado en algún avance en la materia. El aparato comparaba la luz de la estrella con la emitida por una lámpara de queroseno enfocada a través de un pequeño agujero. Pero Pickering ideó un instrumento que permitía comparar en el mismo campo visual cualquier estrella con la estrella Polar (catalogada con magnitud 2.1). Harvard midió y catalogó 45.000 estrellas. Charles Pickering ¿Pero que pasaba con las estrellas que no podían verse ni con el Gran Refractor? La única solución era la fotografía de larga exposición, obteniendo su imagen químicamente. El avance fue espectacular. A simple vista las Pléyades resultan ser siete estrellas, envueltas tal vez, en una sutil nebulosa. Pero con telescopio, son bastantes más las estrellas que acompañan a las “Siete Hermanas”. Una exposición fotográfica realizada en Paris de aquella zona, reveló que existían más de 1400 estrellas. Y estos resultados podían mejorarse si los telescopios se situaban en zonas altas, evitando grandes distancias de distorsión atmosférica. Por ello Pickering decidió enviar a su amigo I. Bailey a las alturas de Perú. Tras varios problemas iniciales de ubicación, se estableció finalmente en Arequipa. Desde Boston se envió pieza por pieza todo lo necesario para la construcción del Observatorio y las partes que componían el telescopio de 24 pulgadas que iba a instalarse. Pero Pickering cometió un gran error. Puso al mando de Arequipa a su hermano William. Ignorando su trabajo de estudiar las estrellas, envió informes sobre Marte, en donde según él, se podían ver enormes cordilleras, ríos gigantes y enormes lagos. Por supuesto, todo ello solo visible a sus ojos. Lo peor es que envió estos informes a la gran publicación académica New York Herald. Así que Pickering mandó de nuevo a Bailey a Perú y empezaron a llegar multitud de cajas con placas fotográficas del cielo austral, multitud de datos y mediciones a la espera de ser procesados. Fue entonces cuando llegan a la escena, las calculistas. Imaginemos a estas mujeres observando una gran placa de cristal cubierta por un lado con una emulsión sensible a la luz (el antecesor de la película fotográfica), en donde frías estrellas negras se observaban esparcidas sobre un firmamento blanco. No eran máquinas, pues tenían alma y corazón, pero trabajaban como si lo fueran. Pero en este monótono trabajo de medir y clasificar, Henrietta Swan Leavitt, se permitió un pensamiento creativo: interpretar la información que obtenía, logrando descubrir los primeros ladrillos para la construcción de una escala cósmica. Henrietta Swan Leavitt, nace el 4 de julio de 1868 en Lancaster (Massachusetts). Hija de un ministro Congregacionalista, en su familia se valoraba mucho la educación. Unos años después se mudaron a Cleveland y en 1885, Henrietta ingresa en el Oberlin College a los que siguieron dos años de diplomatura. En 1888, entra en Radcliffe (Instrucción Colegiada de Mujeres), cuyas condiciones para ser admitida eran muy estrictas. En 1892 se graduó con un titulo equivalente (si hubiese sido hombre), a licenciado en humanidades por Harvard. Nunca se casó y murió joven. Era sorda, aunque no de nacimiento, y siempre estuvo atraída por las estrellas, aunque nunca se tuvo la certeza del motivo. Tenía 25 años cuando llegó al Observatorio en 1893 como voluntaria. Pickering la puso a trabajar registrando la magnitud de las estrellas. En las fotografías de larga exposición, las estrellas más brillantes dejan puntos más grandes sobre la placa, oscureciendo más granos en la emulsión. El tamaño era una indicación de brillo. A través de un ocular, Leavitt comparaba cada punto con estrellas de magnitudes conocidas. Cuando creía que la medición era correcta, la registraba en una hoja de rayas rosas y azules junto con sus iniciales. Después le pidieron que buscara variables. Algunas completaban su ciclo a los pocos días, otras tardaban semanas o meses. Durante un tiempo se pensó que todas las variables estaban formadas por un par de estrellas que orbitaban en razón a un punto común, eclipsando en momentos puntuales la luz de la compañera. Pero otras pruebas parecían indicar a través de su temperatura, que esta subía o bajaba en proporción con su luminosidad. Se tratarían pues, de estrellas solitarias que periódicamente se oscurecían y volvían a brillar. Pero, ¿Cuál era el motivo? Normalmente estos cambios eran lentos (hasta la estrella Polar tomada como referencia de magnitud resultó ser variable), y solamente observaciones realizadas con bastante distancia en el tiempo sacaban a la luz este tipo de estrellas. Pero con las placas fotográficas todo resultaba más sencillo. Se comparaban placas de las mismas regiones celestes y se alineaban, viendo así, cuales habían variado de luminosidad. Si era necesario, Pickering pedía más placas de la zona, que eran analizadas por Leavitt con “entusiasmo casi religioso”. H. Leavitt (Harvard) Desconocemos el motivo, pero Leavitt viaja a Europa en 1896 y no regresa hasta pasados dos años. Tras reunirse con Pickering va a Beloit (Wisconsin), donde su padre era ministro de la iglesia. Permanece allí otros dos años por problemas familiares trabajando como ayudante de Bellas Artes en el Beloit College. Se conserva una carta con fecha 13 de mayo de 1902, en donde se disculpa a Pickering por haber dejado abandonada la investigación y en donde le comentaba sus problemas con los ojos y los oídos. Como su otorrino la prohíbe coger frío, pregunta a Pickering, si es posible dirigirse a algún otro Observatorio o Facultad con mejor clima para ser contratada. Tres días después llega la respuesta de Pickering, quien le ofrece trabajar “a jornada completa a razón de 30 céntimos la hora a la vista de la calidad de sus resultados”. La ofrece que recoja el trabajo y se lo lleve a Beloit, aunque “dudo mucho que la Astronomía tenga nada que ver con sus problemas de audición”, escribió. Leavitt acepta, pero en su camino hacia el Observatorio para en Ohio, para visitar a unos familiares. Nuevos problemas familiares, la enfermedad de un pariente, la retienen nuevamente en su vuelta a la actividad astronómica. Finalmente a finales de agosto se incorpora al trabajo, trabajando durante el otoño, para nuevamente viajar a Europa para pasar las vacaciones navideñas (existe una carta con fecha 3 de enero de 1903 que la sitúa a bordo de un vapor de la Dominion Line). Durante el verano del mismo año hizo un viaje a las Islas Británicas y tras un rápido viaje a Beloit, preparó sus cosas para trasladarse a Cambridge y convertirse en miembro permanente del Observatorio. Desde el Observatorio de Harvard en Arequipa, eran enviadas placas fotográficas para que Miss Leavitt buscara estrellas variables. Cada vez que encontraba una, anotaba cuidadosamente la variación de brillo, pero un día de primavera de 1904 y comparando placas de la Pequeña Nube de Magallanes que habían sido tomadas en fechas diferentes, descubrió varias variables. Su interés creció y examinando nuevas fotografías descubrió aun más. Durante aquel otoño se realizaron desde Perú 16 placas más que llegaron en enero. Leavitt no paraba de descubrir nuevas variables y los resultados publicados causaron una inmediata repercusión. Un astrónomo de Princeton escribió a Pickering, “Miss Leavitt es una verdadera fanática de las estrellas variables…es casi imposible seguir el ritmo de sus nuevos descubrimientos”. Incluso el Washington Post se hizo eco en una noticia, “Henrietta S. Leavitt, del Observatorio de Harvard, ha descubierto 25 nuevas estrellas variables. Su récord casi iguala el de Frohman…”, había escrito el periodista en tono de humor (Charles Frohman era un famoso productor y agente teatral). Si había algo reseñable, Leavitt anotaba al lado de la variable su comentario. En poco tiempo, había descubierto y catalogado cientos de variables en las dos Nubes de Magallanes, algunas tan débiles, que no superaban la decimoquinta magnitud. En 1908, publicó una memoria con “1777 Variables de las Nubes de Magallanes” en los Anales del Observatorio Astronómico de Harvard. Ya un estudio de tantas variables resultaba fascinante, pero si uno llegaba hasta el final, Leavitt había seleccionado 16 de estas estrellas, indicando sus periodos y magnitudes. Allí indicaba que “vale la pena comentar….que las variables más brillantes tienen periodos más largos…” Miss Leavitt fue prudente. No quería sacar conclusiones equivocadas, pero dado que todas las variables estaban en las Nubes de Magallanes y por lógica, a una distancia aproximadamente igual de la Tierra, si dicha correlación fuese cierta, se podría deducir la luminosidad verdadera de una estrella a partir del ritmo de su pulsación. Entonces, comparando ésta con su luminosidad aparente se podría calcular la distancia. ¿Pero se podía llegar a esta conclusión en base a 16 estrellas? Leavitt lo tenía claro; realizaría más mediciones. Nuevamente en 1908 cae enferma. Al abandonar el hospital de Boston, vuelve con sus padres y sus hermanos aun solteros. Era el invierno de ese año, pero el invierno siguiente aun sigue indispuesta. Las cartas entre ella y Pickering eran constantes. Pickering había pedido a Leavitt que le ayudase en un proyecto al que denominaron “la Secuencia Polar Boreal”. La idea era, medir con total exactitud, las 96 estrellas cercanas a Polaris para el establecimiento de una secuencia básica de magnitudes estándares de comparación, para así establecer las magnitudes estelares de cualquier región del cielo. En el fondo, Pickering consideraba más importante este proyecto que la búsqueda de variables. Pero Leavitt no se encontraba en condiciones de realizar ese trabajo. Pickering vuelve a escribirla lamentando que su enfermedad retrase su vuelta a Cambridge ofreciéndole a su incorporación la posibilidad de trabajar desde su habitación y evitar el desplazamiento al Observatorio. Un poco más tarde y ya algo recuperada, le comunica a Pickering que podría trabajar dos o tres horas al día desde Beloit, antes de volver al Observatorio. Pickering le envía unas semanas después las primeras placas fotográficas, algunas realizadas desde el nuevo telescopio de 60 pulgadas de Monte Wilson en California, todas ellas encaminadas a su “Secuencia Polar Boreal”. La salud de Leavitt iba mejorando, pero tan lentamente, que ambos lo encontraban exasperante. El 14 de mayo de 1910 finalmente vuelve a Cambridge. Pero al siguiente marzo abandona nuevamente su trabajo por la muerte de su padre. Como en junio todavía no había vuelto, Pickering le envío una caja con 70 placas fotográficas y más material para la Secuencia Polar Boreal, pero diez días después su madre y ella parten sin dar muchas explicaciones a visitar a unos parientes. Leavitt llevó las placas a la biblioteca del Beloit Collage para que se las guardaran en un lugar seguro. Algo después, vuelve a trabajar en torno a las variables de Magallanes, publicando finalmente los resultados en 1912 en una circular de Harvard. Leavitt colocó 25 de estas variables en un gráfico con la luminosidad en un eje y su periodo en otro. La relación parecía clara. Cuanto más brillaba una estrella, más lentamente pulsaba. La causa era desconocida pero usando sus propias palabras “dado que las variables están aproximadamente a la misma distancia de la Tierra parece que sus periodos están relacionados con su emisión intrínseca de luz”. En conclusión, se podía determinar su verdadera luminosidad. Si se contaban los pulsos del ritmo de la estrella podían valer para calcular su magnitud absoluta. Comparando este valor con su magnitud aparente se obtendría la distancia a la que se encuentra. Cuando la luz viaja por el espacio pierde luminosidad siguiendo la ley del cuadrado inverso. Si se eleva al cuadrado el cociente de las distancias se obtiene el cociente de luminosidades aparentes. Si todo lo demás permanece igual, cosa que no ocurre casi nunca, una luz que es nueve veces más débil que otra debe estar tres veces más lejos. Las variables que poseen esta curiosa propiedad se llaman Cefeidas. Dicho nombre se le puso al ser descubierta la primera en la constelación de Cepheus, en 1784, por el astrónomo amateur inglés John Goodricke. Lo cierto es que podía decirse que una estrella estaba dos veces o tres, más lejos que otra, pero ¿a cuantos años luz, a uno, a veinte a cincuenta…? La respuesta estaba en saber a que distancia estaban las más próximas, pero por ahora Leavitt no tenía cifras. De todos es conocido el efecto que se produce cuando colocamos un dedo delante de nuestra cara y guiñamos alternativamente un ojo y luego el otro. El dedo cambia de posición. No quiero extenderme con este efecto denominado paralaje, pero nuestra línea de ojos seria la base de un hipotético triangulo cuyo vértice es nuestro dedo. Si enviamos dos observadores a lugares distintos de la Tierra y su separación fuese lo bastante grande, con el objeto de observar la Luna, cada uno la verá en una posición ligeramente distinta respecto a las estrellas de fondo. Si se miden los dos ángulos simultáneamente y se conoce la longitud de la línea de base, se puede triangular. Muchos fueron los astrónomos que hicieron triangulación para calcular las distancias a estrellas, como John Herschel, que estableció un observatorio en el Cabo de Buena Esperanza y allí los astrónomos calcularon la distancia a Alfa Centauri. La estrella cambiaba mínimamente cada seis meses (menos de un segundo de grado), pero suficiente para hacer trigonometría. La estrella se hallaba a 40 billones de kilómetros a 4 años luz, convirtiéndose en la estrella más cercana tras el Sol. Muchas otras se midieron mediante este método, pero la gran mayoría no mostraban nada de paralaje. Al parecer estaban muy lejos. Si una sola de las estrellas variables de Leavitt hubiera estado a una distancia de triangulación, los astrónomos habrían comenzado a medir el espacio profundo. Quiero recordar que si dos variables Cefeidas pulsaban al mismo ritmo debían tener, según la relación que ella misma había descubierto, la misma luminosidad intrínseca. Si una parece brillar, por ejemplo, una centésima parte que otra, por la ley del cuadrado inverso, sabemos que está diez veces más lejos. La Cefeida conocida más cercana era la estrella Polar, pero estaba demasiado lejos para que su posición variara incluso desde el otro extremo de la Tierra. Había que extender la base de observación más allá de la anchura que propiciaba la línea que proporcionaba la Tierra alrededor del Sol. El Sol también se mueve, muy lentamente por la Vía Láctea. William Herschel descubrió en 1700 por el movimiento de las estrellas en dirección a Hércules y a Columba, que nuestro Sistema Solar estaba dejando Columba y se dirigía hacia Hércules. Desde entonces se ha calculado la velocidad de este viaje por el espacio en unos 19 km por segundo. El primero en intentarlo fue el astrónomo danés Ejnar Hertzsprung, que utilizó el movimiento del Sol para triangular la distancia hasta algunas Cefeidas de la Vía Láctea. Publicó que la distancia a la Pequeña Nube de Magallanes era de 3.000 años luz, distancia enorme para la época, pero equivocada. Al parecer el editor de la revista se había asustado al ver el número real, que Hertzsprung había estimado en 30.000 años luz. El astrónomo norteamericano Henry Norris Russell, usando un método diferente había aumentado la distancia hasta los 80.000 años luz. Pero Henrietta Leavitt no pudo investigarlo. Pickering la mantuvo ocupada con otros proyectos. Desde agosto de 1912, Leavitt documentó su rutina diaria durante cuatro años, sobre la Secuencia Polar Boreal. Noventa y seis estrellas cuyas magnitudes había determinado con extremo cuidado como estándares para el resto del cielo. El trabajo publicado tres años más tarde era árido para los no iniciados, pero magnífico. Combinando datos de casi 300 placas fotográficas tomadas por 13 telescopios diferentes, cada magnitud había sido comprobada y comparada, teniendo en cuenta la dificultad que tenia que cada telescopio y cada tipo de placa fotográfica variaba los valores debido a las peculiaridades de las mismas. Página tras página describía como había corregido los diversos errores y dado solución a las incertidumbres. Cada estrella era un proyecto en toda regla. Sin duda, se han otorgado doctorados por mucho menos. Pero fuera de los proyectos personales que Pickering tenía, uno de los grandes temas que movía por entonces las consciencias científicas, era si las nebulosas eran “universos islas” o dicho de otra forma, galaxias similares a la nuestra. Ya en 1914, desde el Observatorio Lowell en Arizona, se había ideado la forma de calcular la velocidad a la que se movía una nebulosa a través del espacio. Si una estrella se mueve hacia nosotros, las ondas de luz se comprimen. El cerebro interpreta la frecuencia como color y por lo tanto, la estrella se moverá hacia el azul del espectro. Si la estrella se aleja, su luz se desplazará hacia los rojos de baja frecuencia. Vesto Melvin Slipher midió los desplazamientos de quince nebulosas espirales, descubriendo que se movían a velocidades sorprendentes. ¿Era esto posible si la nebulosa se encontraba al alcance gravitacional de la Vía Láctea? Parecía lógico pensar que no. Sin querer extenderme en este tema, seguramente bien conocido por todos, hacia 1917 el sentir general era favorable a los universos isla. Harlow Shapley Astrónomos como Slipher, Eddington, Hertzsprung o un joven investigador llamado Harlow Shapley pasaron a ser fervientes defensores de esta idea. Shapley se consideraba un experto en estrellas variables. Usando las estrellas variables de Leavitt, pasaría los siguientes años calibrando la regla de Leavitt y midiendo el tamaño y la forma de la Vía Láctea. Cuando Shapley llegó a Pasadena en 1914, la opinión general era que la Vía Láctea era un disco de unos 25.000 años luz de longitud y una cuarta parte de anchura, con el Sol prácticamente en el centro. Shapley escribió a Edward Pickering refiriéndose a Henrietta Leavitt, en un tono halagador diciéndole que “en mi opinión, su descubrimiento de la relación entre el periodo y la luminosidad está destinado a ser uno de los resultados más importantes de la astronomía estelar. Estoy ansioso por conocer su opinión respecto a los periodos ya que son importantes para cierto trabajo estadístico que ahora estoy acabando”. Así, sin más, Shapley comenzó a medir el universo, con la ayuda de un telescopio de 152 cm de diámetro y por supuesto con la inestimable ayuda de las variables Cefeidas. Esparcidos por la Vía Láctea existían numerosos cúmulos formados por miles e incluso millones de estrellas, que Shapley sospechaba que podrían indicar el tamaño y la forma de la galaxia. Uno de los primeros artículos de Shapley desde Monte Wilson hablaba sobre las variables eclipsantes (dos estrellas que orbitan alrededor de un punto común y eclipsan la luz de la compañera periódicamente). Shapley demostraba que las Cefeidas no pertenecían a esta clase de variables, sino que eran estrellas solitarias que cambiaban de brillo a un ritmo constante. Pero la mayoría de las variables no se parecían a las descubiertas por Leavitt en las Nubes de Magallanes. Muchas de las variables de Shapley tenían pulsaciones o cambios de brillo de horas, no de días. Shapley pensó que si cuanto más lejos esta un objeto de un observador más lento parece moverse, esto se podría aplicar a los cúmulos. La velocidad a la que una estrella se acerca o se aleja de la Tierra (velocidad radial), bien podría medirse mediante los desplazamientos al azul o al rojo. Pero era la velocidad transversal (la velocidad a la que se mueve una estrella por el cielo), la que realmente nos indica lo lejos que está. Podemos pensar, que como promedio, todas las estrellas de un cúmulo se mueven a la misma velocidad, independientemente de su dirección. Mediante un método denominado paralaje estadístico y usando los desplazamientos Doppler para calcular la velocidad media, comparó ese dato con la velocidad a la que parecían moverse las estrellas. Aquel dato indicaba la distancia. Las Cefeidas lentas le daban una idea de la distancia del cúmulo que luego podía relacionar con el periodo de las variables rápidas, suponiendo que ambos tipos de estrellas obedecieran la misma ley. Pero le surgió un problema. En la mayoría de los cúmulos no había ni una sola estrella variable. Aquello obligaba a ir más lejos. Parecía razonable pensar que las estrellas más brillantes del cúmulo A (cuya distancia había sido medida con su regla), deberían ser tan luminosas como las estrellas más brillantes del cúmulo B (de distancia desconocida). Si parecían más débiles era porque estaban más lejos. La Ley del cuadrado inverso podría servir para calcular la distancia. Pero muchos cúmulos eran tan débiles y lejanos que ni siquiera el telescopio de Monte Wilson podía identificar una estrella individual. Pero Shapley pensó que se podía tomar un cúmulo cuya distancia se había obtenido mediante métodos indirectos y considerarlo como una única estrella. Era posible que los cúmulos más lejanos fuesen igual de brillantes que los cercanos. Si así era, cuanto más pequeño parecían podrían calcularse sus distancias hasta lo más lejano del universo. Mientras Shapley estudiaba estas ingeniosas suposiciones, Henrietta Leavitt todavía trabajaba para el observatorio. Shapley preguntaba por carta a Pickering sobre los avances de Leavitt en el estudio de las estrellas variables. Después de muchas misivas, Pickering le informa que Miss Leavitt “tenía material para un tercio de las variables más brillantes y que el Bruce de 24 pulgadas estaba tomando fotografías para proporcionar información del resto”. Era agosto de 1918. Cinco meses después, Pickering fallecía de neumonía a la edad de setenta y dos años. Según los cálculos que hizo Shapley, la Vía Láctea tenia un diámetro de 300.000 años luz de diámetro (10 veces mayor que otras estimaciones de la época). Si se mantenía la teoría de que las miles y miles de nebulosas espirales eran galaxias del tamaño de la Vía Láctea, Andrómeda por su tamaño, debía estar a una distancia enorme. Tan desconcertante como el tamaño de la Vía Láctea era su suposición sobre nuestra posición dentro de ella. Los astrónomos se habían dado cuenta que los cúmulos globulares no se distribuían uniformemente por el cielo, sino que se concentraban en la dirección de la constelación de Sagitario. Si estuviésemos en el centro de la misma, veríamos los cúmulos uniformemente distribuidos a nuestro alrededor. Si no es así, es porque nos encontramos en las afueras de la galaxia. El centro de la galaxia estaba en Sagitario y el centro del universo también debía estar allí. Edwin Hubble Mientras Edwin Hubble en 1919, ya observaba con especial interés las nebulosas con el nuevo telescopio de Monte Wilson de 100 pulgadas (40 pulgadas más grande que el que Shapley había usado para cartografiar su Gran Galaxia), Henrietta Leavitt y su madre habían entrado como amas de llaves, en un nuevo bloque de apartamentos a varias manzanas del Observatorio de Harvard. En 1920 escribe a Shapley para pedirle consejo y le preguntaba por donde podía continuar sus investigaciones. Shapley la contesta explicándola “que tendría una enorme importancia en la presente discusión de las distancias a los cúmulos globulares y el sistema del sistema galáctico si pudiera calcular los periodos de algunas de las variables más débiles de la Pequeña Nube de Magallanes, aquellas un poco más débiles que las más débiles ya estudiadas”. La estaba tratando como a un colega y pronto sería su jefe. En aquella época, el jefe de Shapley, uno de los astrónomos más respetados del momento, George Ellery Hale, había organizado en los salones de la Academia Nacional de Ciencia una conferencia. Hale que estudió astronomía y aprovechó la fortuna de su padre y sus conexiones, para financiar la construcción de algunos de los mayores telescopios del mundo. Cuando su padre murió, legó parte de su herencia a financiar un ciclo anual de conferencias. Hale pensó que en la de 1920, se debería debatir sobre algún tema muy de actualidad: la relatividad o los universos isla. El secretario de la Academia consideró el primer tema demasiado esotérico (“la teoría de Einstein debería ser desterrada a alguna región del espacio más allá de la cuarta dimensión, de donde nunca pueda volver para molestarnos”), pensaba. Propuso que se discutiera sobre los glaciares o algún tema biológico. Pero Hale tuvo la última palabra y Shapley y Heber Curtis fueron elegidos para presentar visiones distintas y opuestas sobre “la escala del Universo”. Heber Curtis No voy a extenderme sobre lo que ocurrió en dicho debate, pero Shapley que sabía que podía ser elegido para la dirección del Observatorio de Harvard no quería quedar mal ante la audiencia y ante un mejor orador como era Curtis. Así pues, y para no correr riesgos, llegó a un acuerdo para que ambas posturas fueran expuestas y no debatidas. Obvió el tema de las Cefeidas (“mis once miserables Cefeidas”) y eliminando tecnicismos, planteó su postura desde una posición distinta: la relación que parecía haber entre la temperatura de una estrella y su luminosidad intrínseca. Extrapoló un supuesto descubrimiento en un cúmulo de Hércules (estrellas azules gigantes extremadamente débiles que el pensó debían estar a 35.000 años luz de distancia), para posicionarse en una galaxia de 300.000 años luz de diámetro con el Sol posicionado a un lado. Con las estrellas llamadas gigantes rojas, se llegaba al mismo resultado. Curtis hizo una fuerte defensa de los Universos Isla, y no se dejó impresionar por las estrellas azules gigantes al no considerarlas fiables candelas estándar. Propuso lo que el consideraba un aparato de medición más fiable: las estrellas amarillasblancas similares al Sol y que eran mayoritarias en casi todas las galaxias. Como suponía que las estrellas similares al Sol situadas en los confines de la Vía Láctea tenían la misma intensidad que las más cercanas (al igual que Shapley suponía la uniformidad de la naturaleza), su conclusión era una galaxia de 30.000 años luz de diámetro. Con una Vía Láctea así de reducida, los universos isla parecían más creíbles. Así podía situar a Andrómeda a medio millón de años luz y a otras espirales a 10 millones de años luz o más. A estas distancias estos universos isla tendrían un tamaño similar a nuestra galaxia. Existieron más planteamientos, pero resulta curioso como los dos astrónomos más listos del mundo, analizando las mismas observaciones astronómicas, llegaron a dos imágenes del universo tan diferentes. Mientras Curtis apoyaba que la zona de exclusión era una prueba de que las espirales eran galaxias isla, lo mismo en la cabeza de Shapley, suponía que eran nubes de gas estelar (ligeras para que la Vía Láctea las expulsara). Las novas que aparecían dentro de las espirales para Curtis demostraban que estas eran galaxias (¿Dónde pueden estar naciendo estrellas sino?), mientras que Shapley opinaba que cada nova era una estrella absorbida por una nebulosa en movimiento. Mientras tanto el presidente de la Universidad de Harvard, Abbott Lawrence Lowell estaba meditando ofrecerle el puesto de director a un astrónomo más experimentado como Henry Norris Russell y ofrecer el numero dos a Shapley. Pero finalmente Russell rechazó la oferta y Harvard aceptó probar por un año al joven astrónomo Shapley. Por aquel entonces Leavitt era la jefa de fotometría estelar y Annie Cannon la encargada de las placas fotográficas y la supervisora del Catálogo Henry Draper de espectros estelares. Cannon clasificó más de 200.000 estrellas, desde las azules hasta las rojas y amarillas. Frías o calientes todas estaban clasificadas según su tipo espectral, que ella denominaba O,B,A,F,G,K y M; llenando nueve volúmenes. Algunos astrónomos recuerdan esta regla como “O Be A Fine Girl, Kiss Me”. Ciertamente, bajo el mando de Pickering, la reputación e importancia de las mujeres calculistas había crecido merecidamente. Pero Leavitt vuelve a enfermar, y Cannon escribe en su diario el 6 de noviembre de 1921, “he llevado flores a Miss Leavitt, que está muy enferma, muriéndose con un maligno problema estomacal. Tan delgada y cambiada. Muy, muy triste”. Shapley, que más tarde consideró a Leavitt como una de las mujeres más importantes que jamás hayan tocado la astronomía, fue a visitarla el 8 de diciembre. Dicen, que la visita del director le cambió la vida. Shapley dijo más tarde que “una de las pocas cosas decentes que he hecho fue visitarla en su lecho de muerte”. El 12 de diciembre, a las 10.30 PM, fallece Henrietta Leavitt, tras un día lluvioso a los 53 años de cáncer. Fue enterrada en el cementerio de Cambridge. Unos días antes de su muerte, Leavitt deja a su madre escrito su testamento. Ella escribe lo siguiente: Estantería y libros (5 dólares), biombo (1 dólar), alfombra (40 dólares), silla (2 dólares), mesa (5 dólares), alfombra (20 dólares), escritorio (10 dólares), armazón de cama (15 dólares), colchones (10 dólares), sillas (2 dólares) y tres bonos por distintos valores. Su fortuna ascendía a 314,91 dólares. Shapley entregó la mesa de Leavitt a Cecilia Payne, que llegó al Observatorio en 1923. Intentó persuadirla de que retomara los proyectos inacabados de Leavitt, pero ella tenía ideas propias. Payne llegó a ser profesora de pleno derecho y catedrática del departamento de astronomía. En 1925, cuatro años después de su muerte, el matemático sueco Gösta MittagLeffler, escribió una carta a Henrietta Leavitt con la intención de proponerla para ser nominada al Premio Nobel, por sus trabajos sobre las estrellas variables y cálculos sobre las distancias estelares. Como los premios Nobel no pueden ser entregados a título póstumo, nunca llegó a ser nominada. Hoy en día, a modo de homenaje, el asteroide (5383) Leavitt y el cráter Leavitt en la Luna, llevan su nombre. Descubrió 2.400 estrellas variables y 4 novas. Abrió el camino para conocer el tamaño de nuestra galaxia y la escala del universo; pero hasta que alguien la descubrió, fue un ser invisible para la historia, como el destino de muchas estrellas… Luis Alonso. Bibliografía: - Miss Leavitt. George Johnson. Henrietta Swan Leavitt. Juan José Murillo. The history and work of Harvard Observatory. McGraw Hill. El universo para curiosos. Nancy Hathaway. Henrietta Leavitt. Marcos Taracido. La astronomía en el siglo XX. Varios autores. La medida del Universo. Kitty Ferguson. Leavitt. Cristina Manuel. Instituto de Ciencias del Espacio. Leavitt. Yolanda Gómez. Centro de Radioastronomía. México. Astrogea.org Wikipedia