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TRAS LAS HUELLAS ECOLÓGICAS DEL METABOLISMO SOCIAL: UNA PROPUESTA METODOLÓGICA PARA ANALIZAR EL PAISAJE COMO HUMANIZACIÓN DEL TERRITORIO ∗ Enric Tello (UB) Ramon Garrabou (UAB) Xavier Cussó (UAB) El paisaje es la expresión territorial del metabolismo que cualquier sociedad mantiene con los sistemas naturales que la sustentan. Para comprender cuando y por qué cambia la configuración del territorio es preciso analizar la trayectoria del metabolismo social que imprime su huella ecológica en el entorno. Abordar este análisis del intercambio de energía, materiales o residuos de la sociedad con sus fuentes de sostén requiere, a su vez, ampliar la ventana de observación de la realidad. Y esa ampliación del campo de visión sólo puede conseguirse mediante un diálogo transdisciplinar entre distintas áreas de conocimiento en las ciencias sociales y naturales que sean capaces de adoptar, todas ellas, una perspectiva histórica común. Metabolismo social Karl Marx fue el primero en introducir el concepto de metabolismo social en el ámbito de la economía y la historia. A partir de la noción de intercambio metabólico desarrollado en su tiempo por la biología, Marx caracterizó el trabajo humano como la modulación intencional de aquel metabolismo, y en una de las contadas ocasiones en que concretó programáticamente qué entendía por socialismo lo definió como la organización consciente de un intercambio entre el ser humano y la naturaleza “en una forma adecuada al pleno desarrollo humano.”1 Sin embargo, tal como ha explicado Joan Martínez Alier, Marx y Engels rechazaron la propuesta de Sergei Podolinsky de analizar de forma operativa el metabolismo social mediante el cálculo de flujos energéticos.2 Por una parte, la teoría del valor-trabajo les encadenaba polémicamente a los economistas liberales de su tiempo. Por otra, su rígido esquema dialéctico hegeliano les indujo a confiar ciegamente en el “crecimiento de las fuerzas productivas” como fulcro del cambio social, y a considerar un proceso histórico inexorable “la destrucción de las condiciones de origen puramente espontáneo de aquel intercambio entre el ser humano y la naturaleza.”3 Eso cortocircuitó la consideración de la cuestión ambiental en las tradiciones marxistas del siglo XX, mientras los atisbos ecológicos de otros autores como Herbert Spencer, Stanley Jevons, Wilhelm Ostwald, Leopold Pfaundler, Eduard Sacher, Patrick Geddes o Frederick Soddy, correrían la misma suerte en la corriente principal del pensamiento económico. ∗ Este texto surge del proyecto sobre “El trabajo agrario y la inversión en capital-tierra en la formación de los paisajes agrarios mediterráneos: una perspectiva comparativa a largo plazo (siglos XI-XX)”, financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología (BXX200-0534-C03-02). 1 Marx, K., 1976 [1867]:141. 2 Martínez Alier, J. y Schlüpmann, K., 1991:67-85 y 268-277; Martínez Alier, J. edit., 1995:15-21 y 63-142; Fischer-Kowalski, M.,1998:61-78. 3 Sobre ese segundo aspecto, véase Sacristán, M., 1987:139-154. 1 La necesidad de afrontar la crisis socioambiental de nuestro tiempo, y la consiguiente eclosión de la economía ecológica a partir de la obra de Nicholas Georgescu-Roegen, han permitido rescatar el concepto de metabolismo social para plasmarlo en una nueva contabilidad energética y material de los flujos biofísicos de las sociedades humanas.4 Ese enfoque emergente retoma, en primer lugar, la tarea iniciada años atrás por autores pioneros como David Pimentel, Gerald Leach, Vaclav Smil, José Manuel Naredo, Pablo Campos o Mario Giampietro, que han reconstruido los balances energéticos de diversos sistemas agrarios.5 En segundo lugar, la economía ecológica está fraguando alternativas concretas al uso exclusivo de los indicadores macroeconómicos de la contabilidad nacional, mediante el desarrollo de un sistema paralelo de cuentas nacionales biofísicas del patrimonio natural.6 En tercer lugar, William Rees y Mathis Wackernagel han propuesto la traducción territorial de las partidas más significativas de aquellos flujos biofísicos mediante la estimación de su huella ecológica.7 Huellas ecológicas: locales y globales Eso abre un puente muy interesante entre el estudio de los flujos socioecológicos y la evolución del territorio, tanto a escala local como global.8 Combinando las diversas aproximaciones, y sus respectivos métodos o herramientas, podemos relacionar el estudio geográfico e histórico del paisaje con el análisis de la trayectoria del metabolismo social que ha conducido a sustituir múltiples huellas ecológicas locales, impresas en el territorio por los requerimientos territoriales correspondientes a cada modo particular de uso de los 4 Georgescu-Roegen, N., 1996; Fischer-Kowalski, M. y Hüttler, W., 1999:107-136; Martínez Alier, J. y Roca Jusmet, J., 2000; Haberl, H., 2001a:107-136, y 2001b:53-70. 5 Pimentel, D. y Pimentel, M., 1979; Leach, G., 1981; Campos, P. y Naredo, J. M., 1980: 17-114 y 163-256; Smil, V., 1991 y 1993; Giampietro, M. y Pimentel, D., 1991:117-144; Giampietro, M., Bukkens, S. G. F. y Pimentel, D., 1994:19-41. 6 La publicación en 1970 del primer balance material de la economía de los Estados Unidos (Kneese, A.; Ayres, R. U; D’Argue, R. C., 1970) abrió el camino al análisis de flujos de la ecología industrial (Ayres, R. U y Simonis, U. edits., 1994; Ayres, R. U. y Ayres, L. W., 1996), y a la realización en los años noventa de estudios comparativos de la “intensidad material” de algunas de las principales economías del mundo (Ariaanse, A.; Bringezu, S.; Hammond, A.; Moriguchi, Y.; Rodenburg, E.; Rogich, D. y Schütz, H., 1997; EUROSTAT, 1997 y 2001). Para un enfoque “ecointegrador” de la contabilidad nacional macroeconómica con las cuentas de flujos y estocs de las cuentas del patrimonio natural, véase Naredo, J. M. y Parra, F. comps., 1993; Naredo, J. M. y Valero, A. dirs., 1999:47-56. Para la aplicación de estas metodologías a la economía española del último medio siglo, véase Carpintero, O., 2002:85-125. Véase también la magnífica historia del siglo XX escrita por John McNeill tomando como hilo conductor la intervención humana en los grandes flujos geobioquímicos de la Tierra (McNeill, J. R., 2000). 7 Rees, W. y Wackernagel, M., 1996a:27-50 y 1996b. Para su aplicación en un análisis histórico a largo plazo, véase Haberl, H.; Erb, K. H., y Krausmann, F., 2001:25-45. Para el cálculo de la huella ecológica de la economía española entre 1955 y 1995, véase Carpintero, O., 2002:120-125. Para una primera estimación de las “huellas ecológicas” del sector agrario español, a partir de los balances energéticos de 1977-78 y 1993-94, véase Simón Fernández, X., 1999:115-138. 8 Para distinguir entre la ‘huella ecológica’ global, calculada según el método de Rees y Wackernagel a partir de los rendimientos agrarios medios a escala mundial, y la huella local del metabolismo social calculada a partir de productividades históricas locales, en nuestro trabajo preferimos llamar a esta segunda requerimiento territorial por unidad de producto o habitante. Su significado es idéntico al tercer método propuesto por Haberl, Erb y Krausmann para calcular la biocapacidad y la huella ecológica con rendimientos locales (2001:29). 2 recursos, por una huella ecológica cada vez más global, uniforme, y alejada de la percepción de quienes la originan (Figura 1).9 Figura 1. DE LAS “HUELLAS” TERRITORIALES DIRECTAS A LA “HUELLA ECOLÓGICA” GLOBAL (territorio abandonado) huella ecológica global huella territorial directa extracciones vertidos (visible para quienes la imprimen) eficiencia y escala del complejo tecnológico y social de una economía Fuente: elaboración propia a partir de Rees, W. y Wackernagel, M., 1996. Nuestro proyecto de investigación sobre los rasgos originales de los paisajes agrarios del mediterráneo noroccidental, cuyos primeros resultados presentamos a este encuentro, se sitúa en aquel puente entre dos grandes líneas de investigación. Por una parte se inspira en los famosos simposios interdisciplinarios de 1955 y 1987 sobre la transformación de la Tierra por la acción humana, que han dado lugar en años recientes al proyecto internacional Land Cover-Land Use Change (LCLUC) auspiciado por la NASA.10 Por otra parte, y coincidiendo con gran parte de los innovadores planteamientos del Departamento de Ecología Social del Instituto de Estudios Interdisciplinarios de la Universidad de Viena (IIR), consideramos que las fuerzas motoras del cambio en los usos del suelo obedecen a largo plazo a las transformaciones que experimenta el metabolismo social de la actividad humana con el medio natural. Tal como plantean los investigadores austriacos del IIR, la clave metodológica para comprender la evolución del territorio se encuentra en el cruce entre el análisis de los flujos energéticos y materiales que subyacen a un determinado patrón de consumo, de las pautas de uso del suelo que configuran el paisaje, y de los balances de uso del tiempo o la capacidad de trabajo por parte de la misma población que consume aquellos productos y habita un mismo territorio para satisfacer sus necesidades.11 9 Sobre la globalización del metabolismo social véase Fischer-Kowalski, M. y Amann, Ch., 2001:7-47. Man’s Role in Changing the Face of the Earth (Thomas, W. Jr.; Sauer, C. O.; Bates, M. y Mumford, L., 1956), y The Earth As Transformed by Human Action (Turner, B. L. y otros, 1990); véanse también Turner, B. L. edit., 1995; Boada, M.; Saurí, D., 2002. Para el programa LCLUC véase www.lcluc.gsfc.nasa.gov/. 11 Para los aspectos teóricos y metodológicos véase especialmente Fischer-Kowalski, M., 1998:61-78 y Fischer-Kowalski, M. y Hüttler, W., 1999: 107-136; Haberl, H., 2001a:107-136, y 2001b: 53-70; y Haberl, H.; Erb, K. H.; Krausmann, F.; Loibl, W.; Schultz, N.; Weisz, H., 2001:929-941. Para los primeros resultados obtenidos véanse, entre otros, los trabajos de Krausmann, F. 2001; Schandl, H. y Schultz, N., 2002:203-221. 10 3 Diversidad y fragilidad del Mediterráneo La producción primaria neta de biomasa a través de la fotosíntesis es la base de sustentación para todas las otras formas de vida, incluida la vida económica humana. Su cuantificación en términos energéticos o materiales constituye un punto de partida ineludible para el estudio del metabolismo social, en cualquier época o lugar. Sin embargo, y a diferencia del principal camino seguido por Helmut Haberl, Fridolin Krausmann, Heinz Schandl, Niels Schulz y otros investigadores del IIS, no consideramos que en el entorno mediterráneo el cálculo del porcentaje de apropiación de aquella producción primaria neta resulte una vía adecuada para relacionar los flujos del metabolismo social con los usos del territorio. Además de la carencia empírica de fuentes comparables a la cartografía catastral decimonónica del Imperio Austrohúngaro, en los países del mediterráneo existe un problema metodológico todavía más importante. Tal como la plantearon en 1986 Peter Vitousek y sus colaboradores, la estimación de la apropiación humana de la producción primaria neta de biomasa aérea realizada por la fotosíntesis requiere llevar a cabo un complejo y problemático supuesto: cual habría sido la cobertura vegetal del territorio en ausencia de intervención humana.12 No nos corresponde a nosotros juzgar la robustez de los supuestos implícitos a semejante contrafactual ecológico, especialmente cuando se aplica a bioregiones donde la humanización de territorio ha sustituido con un tipo de paisaje agrario relativamente uniforme una cubierta vegetal originaria probablemente también dominada por unas pocas especies. Quizá en tales condiciones resulte admisible extrapolar a un pasado no muy remoto el tipo de cubierta vegetal desarrollada contemporáneamente en los espacios llamados “naturales”, donde la intervención humana ha sido deliberadamente reducida. Puede incluso que para otras bioregiones del mundo también resulte admisible tomar como referencia las zonas tropicales vírgenes o los bosques boreales prístinos, allí donde todavía subsistan. Pero los estudios de ecología del paisaje mediterráneo han puesto claramente de manifiesto dos rasgos diferenciales que parecen invalidar la aplicabilidad de aquel método en nuestra bioregión. Por una parte, como afirma el ecólogo Francisco Díaz Pineda, “el Mediterráneo es una zona histórica de ecotonía, refugio y ‘fondo de saco para la vida’”, donde la llamada teoría de la ‘perturbación intermedia’ ayuda mucho a explicar por qué las agudas oscilaciones estacionales e interanuales de los flujos de energía, materiales o agua han dado lugar, en el contexto de una orografía muy heterogénea, a una gran diversidad biológica.13 Por otra parte, como señala Fernando Parra, en esta Europa mediterránea “la llamada naturaleza virginal es una entelequia” dado que “los paisajes denominados naturales son siempre resultado de la suave pero secular interacción del hombre con su entorno, incluso en los ambientes más marginales como la alta montaña o las marismas.”14 12 Vitousek, P. M.; Ehrlich, P. R.; Ehrlich, A. H.; Matson, P. A., 1986:368-374. Díaz Pineda, F.; De Miguel, J. M.; Casado, M. A.; Montalvo, J., coords., 2002. Para la importancia del agua, véase Martín Duque, J. F. y Montalvo, J. edits., 1996. Desde un punto de vista agrario, González de Molina, M., 2001a:43-94. 14 Naredo, J. M. y Parra, F. edits., 2002:254-259. 13 4 La íntima conexión entre ambos rasgos –la gran diversidad de unos paisajes mediterráneos donde la humanización del territorio se remonta muchos milenios atrás— ya había sido subrayada por los primeros estudios de ecología del paisaje de Fernando González Bernáldez.15 Coevolucionando con un medio natural caracterizado por una gran diversidad y fragilidad, las culturas agrosilvopastorales han tendido a organizar el territorio en forma de gradientes o anillos donde la intensidad de intervención humana también se modulaba de forma diferenciada.16 En consecuencia no existe un paisaje mediterráneo sino muchos, e internamente muy variados.17 La humanización del territorio en forma de mosaicos puede considerarse “el resultado de una tensión entre explotación y conservación, correspondiendo cada situación a opciones concretas en un gradiente de intensidad de intervención humana.”18 Requerimientos y disponibilidades territoriales Existe un amplio consenso en considerar que la intervención humana del pasado supuso en el Mediterráneo, por lo general, una ampliación de la topodiversidad que redundó en una mayor biodiversidad.19 En tales circunstancias, ¿puede tener algún sentido preguntarse cuál habría sido la trayectoria natural de la cubierta vegetal mediterránea en ausencia de intervención humana? Si la vegetación que ha llegado hasta nosotros ha coevolucionado milenariamente con una actividad humana siempre selectiva, ¿cómo podríamos llegar a saberlo? Por esa importante razón teórica, y también por otros motivos más pragmáticos, no consideramos que la estimación del grado de apropiación de la producción primaria neta sea un puente adecuado ni practicable para relacionar los flujos del metabolismo social con la organización del territorio mediterráneo. En su lugar, partimos de una formulación más sencilla y cercana al método de trabajo de los historiadores económicos agrarios: confrontar con el territorio realmente disponible el requerimiento territorial por unidad de producto y habitante –esto es: cuánto suelo agrícola, forestal o pecuario era necesario para obtener cada unidad de consumo alimentario y energético, calculando a la inversa los rendimientos o productividades convencionales—; e identificar, a partir de aquella contrastación, las situaciones o momentos de ruptura que llevaron a diferentes sociedades humanas a cambiar la configuración de los paisajes culturales que habían heredado. Tal como sugiere el esquema de la Figura 2, comparando el territorio requerido con el disponible según las densidades de población, las productividades del sistema agrario o las tecnologías a su alcance, y teniendo en cuenta la diferente aptitud de los suelos, las pautas de organización del territorio, los derechos de propiedad u otras reglas de acceso a la tierra, e incluyendo el recurso a redes de intercambio comercial de mayor alcance, podemos llegar a identificar aquellos momentos de crisis y transformación del uso del suelo que indujeron a 15 González Bernáldez, F., 1981 y 1995:131-149. Naredo, J. M. y Parra, F. edits., 2002:48. 17 Eduardo Martínez de Pisón y Pedro Molina inventarían veinticuatro regiones o unidades de paisaje en la España peninsular, pero cualquier conocedor de las mismas señalaría de inmediato multitud de divisiones o gradientes internos. Véase su contribución al volumen de Díaz Pineda, F.; De Miguel, J. M.; Casado, M. A.; Montalvo, J., coords., 2002:33-44. 18 González Bernáldez, F., 1981:160-166. 19 Naredo, J. M. y Parra, F. edits., 2002:253-259; Díaz Pineda, F.; De Miguel, J. M.; Casado, M. A.; Montalvo, J., coords., 2002. 16 5 modificar los usos agrarios mediante la activación del trabajo humano y el conjunto de instrumentos o conocimientos a su disposición. Las principales variables seleccionadas en la Figura 2 parten de la hipótesis que la modificación de alguno de los factores determinantes del metabolismo social comportará cambios de su expresión territorial en el paisaje. Ello sitúa algunas de las principales cuestiones tradicionalmente analizadas por los historiadores económicos –como el papel de la dinámica demográfica, el cambio tecnológico o la inserción en los mercados— en un marco de referencia más amplio que permite incluir en el análisis los flujos biofísicos correspondientes, y la huella ecológica que imprimen en el entorno. Causas y efectos en una trayectoria coevolutiva Ese enfoque más amplio no debe tomarse como un modelo cerrado con cuya especificación se pretenda predecir el resultado territorial de cualquier modificación de las demás variables. Debe entenderse, por el contrario, como un esquema dinámico en el que las respuestas a cada desafío son abiertas, contextuales e históricas. Nuestra propuesta no presupone ninguna causalidad única ni determinista desde los factores naturales a los sociales, y admite la posibilidad que su peso relativo cambiara de una situación a otra. Ese es un matiz importante para prevenir de buen comienzo la acusación de reduccionismo ambiental, que todavía con demasiada frecuencia suele provocar entre científicos sociales la ampliación del campo de visión propuesta desde la economía ecológica y la historia socioambiental. Tal como señala Joan Martínez Alier, “la relación entre las sociedades humanas y la naturaleza no puede ser comprendida sin entender la historia de los seres humanos y sus conflictos”, y “lejos de naturalizar la historia la introducción de la ecología en la explicación de la historia humana historiza la ecología.”20 Nuestra hipótesis de partida es coevolutiva, en el mismo sentido que el planteamiento sugerido por Josep Fontana citando al biólogo Steven Rose: los seres humanos tenemos la capacidad de construir el propio futuro respondiendo a las contingencias cambiantes de nuestro medio. La respuesta es abierta y radicalmente imprevisible. Lo único que no podemos elegir, sin embargo, son las circunstancias en las que acontecen tales respuestas. Dado que aquellas circunstancias son resultado de acontecimientos y elecciones anteriores, el pasado se convierte en una llave del presente. Tanto en el ámbito ecológico como en el económico o social, nada tiene sentido si no es a la luz de la historia.21 En la elección resultante a cada situación crítica concreta han jugado y juegan papeles sin duda muy determinantes otras variables sociales y económicas no explicitadas en la Figura 2, que en cada contexto histórico suelen adoptar una función de “filtro”. Se trata de los derechos de propiedad y las tramas institucionales, de los conflictos sociales concretos y su resolución específica, de las trayectorias del cambio tecnológico, y del grado o las formas 20 El código genético no rige el uso de energía exosomática, la demografía humana es una demografía “consciente”, y la territorialidad humana tampoco es obra de la “naturaleza” (Martínez Alier, J., 1998:55). En este sentido lleva razón Roberto M. Unger cuando señala que una teoría social bien fundada debe ser “antinecesitaria”, y plantearse el problema de cómo y por qué la plasticidad de la elección humana suele quedar severamente cercenada dentro de las rutinas o instituciones de la vida económico-social que constriñen el abanico de posibilidades reales (Unger, R. M., 1987). 21 Fontana, J., 2000:14. 6 de inserción en los mercados. La mejor aportación específica que podemos hacer los historiadores al estudio transdisciplinar del metabolismo social consiste en poner de manifiesto, junto a los factores básicos codeterminantes, el papel de los auténticos actores: los grupos humanos concretos que, con su trabajo e ingenio, han creado paisajes transformando el territorio para satisfacer de formas cambiantes sus necesidades también cambiantes. Tal como ha señalado irónicamente Raymond Williams, con todos sus anhelos o conflictos la gente no “forma parte” del paisaje: son y han sido siempre sus constructores.22 Umbrales de sustentabilidad En la parte final del simposio internacional de 1987 publicado con el título The Earth As Transformed by Human Action, y a modo de ilustración del trabajo a realizar para identificar las “fuerzas motoras” que han inducido los cambios de la cubierta vegetal mundial en los últimos trescientos años, el antropólogo norteamericano Karl Butzer emprendió la arriesgada operación consistente en extrapolar las tendencias generales del cambio socioecológico de la España peninsular a partir del estudio en detalle de lo acontecido en el pueblecito de Aín, en la sierra de Espadán, limítrofe entre los reinos de Valencia y Castilla la Nueva. Pese a lo burdo del método, y a la manera harto precipitada de avanzar unos resultados que requieren mejor fundamento –como estimar la “capacidad de carga” de los agroecosistemas tradicionales españoles en un máximo de siete millones de habitantes—, resulta imposible no estar de acuerdo con Butzer cuando argumenta que el aumento de las densidades de población y el incremento de los intercambios comerciales condujeron, en algún momento situado entre 1700 y 1830, a cruzar el umbral de sustentación que podía obtenerse con los aprovechamientos tradicionales de la agricultura mediterránea.23 Ese desafío daría lugar, como respuesta, al desarrollo entre 1830 y 1936 de lo que Butzer llamaba “agricultura intensificada”, y los historiadores agrarios españoles solemos denominar una “agricultura orgánica avanzada” siguiendo la terminología de Wrigley.24 Un objetivo importante de la historia socioecológica del paisaje agrario consiste, precisamente, en analizar más a fondo cuáles fueron en el mediterráneo occidental los factores y actores determinantes del cambio hacia diversas formas de agricultura orgánica más o menos avanzada que perduraron hasta la guerra civil española de 1936-39, o la Segunda Guerra mundial. Éstos fueron los paisajes que iban a sufrir después de 1950 la 22 “El campo y la ciudad son realidades históricas variables, tanto en ellas mismas como en las relaciones que mantienen”, pero su idealización abstracta pretende “crear una permanencia sin historia.” Por eso, en la creación literaria de una determinada ‘estructura de sentimientos’, “un campo en actividad productiva no se considera casi nunca un paisaje. La propia idea de paisaje implica separación y observación. [...] Nunca comprenderemos bien ni el campo ni la ciudad si no vamos más allá de aquellas abstracciones dicotómicas, encarnándolas en la gente concreta que los han construido y mantenido. [...] Cuando oigo idealizar al núcleo rural no necesito basarme en los sentimientos otros; sé muy bien qué supone la vecindad, y qué significa separarse y partir. Pero también sé por qué la gente ha debido marchar, porqué tantos miembros de mi familia tuvieron que emigrar. Por eso considero la idealización del arraigo rural, en la versión historicoliteraria convencional, como una indiferencia prepotente hacia las necesidades de la mayoría de la gente” (Williams, R., 2001:120, 163, 357-360). 23 Butzer, K. W., 1990:685-701. 24 Wrigley, E. A., 1993. Véase González de Molina, M., 2001a:43-94 y 2001b:87-124. 7 transformación más súbita y radical jamás experimentada por la milenaria historia de la agricultura.25 A su vez el programa de investigación también debe dirigirse hacia pasados bastante más remotos, para esclarecer las diferentes pautas y trayectorias de aquellos aprovechamientos agrosilvopastorales que desde una óptica muy contemporánea tendemos, demasiado a menudo, a reunir en el mismo saco bajo el rótulo de “tradicionales”. Este objetivo enlaza bastante bien con las recientes estimaciones sobre consumos energéticos y requerimientos territoriales avanzados por Paolo Malanima, todavía muy a vista de pájaro, para el conjunto de Europa occidental. Si en la actualidad el consumo diario de energía comercial supera en Europa las 100.000 Kcal. por habitante, o las 200.000 en Estados Unidos, Paolo Malanima estima que hacia 1750 el promedio europeo habría rondado las 15 ó 20.000 Kcal. diarias por persona.26 Un siglo y medio después se habría multiplicado por 2 ó 2,5, acercándose en 1900 a las 40.000 Kcal. diarias, en 1950 a las 50.000, y en 1970 a las 90.000.27 Para sostener aquel consumo europeo de 15 a 20.000 Kcal. diarias por habitante se requerían, a las puertas de la revolución industrial, básicamente cuatro rubros: alimentos (500-800 grs. de cereales como base), madera para combustible (2 Kg en el Mediterráneo, incluyendo un 25% para usos industriales), tracción animal (un buey, mulo o caballo para cada seis habitantes que consumía unos siete kilos de materia seca al día), junto a pequeñas pero localmente importantes aportaciones de tracción mecánica provenientes de la energía hidráulica o eólica. Según las estimaciones de Malanima, las proporciones y requerimientos territoriales respectivos estarían en los siguientes órdenes de magnitud (Tabla 1): Tabla 1. ÓRDENES DE MAGNITUD DEL CONSUMO ENERGÉTICO EUROPEO PREINDUSTRIAL, Y SUS REQUERIMIENTOS TERRITORIALES (hacia 1750) suministro rendi- territorio aproximado diario miento requerido Kcal/dia % % hectáreas % alimentación humana 3.000 19,8 20,0 0,8-1,0 40-50 calor obtenido de la leña 7.000 46,2 25,0 0,5-1,0 25-50 alimento para la tracción animal 5.000 33,0 10,0 0,5-1,0 25-50 tracción mecánica del viento y el agua 150 1,0 35,0 --= 2,0 TOTAL 15.150 100,0 15,0 100,0 Fuente: elaboración propia a partir de MALAMINA, P. (1996 y 2001:51-68). Aquella ‘huella ecológica’ aproximada de 2 hectáreas por habitante, y diez por familia, aún podría sostenerse hacia 1600 en las partes del continente europeo con unas densidades de población iguales o inferiores a 18 habitantes/Km2, donde todavía existiría un margen hasta cuatro hectáreas por habitante incluso descontando un 25-30% de territorio improductivo. Pero lo que resulta indudable para el conjunto no tenía por qué ser cierto en algunas 25 Naredo, J. M., 1996; Garrabou, R. y Naredo, J. M. edits., 1996 y 1999; Naredo, J. M., 2001:55-86. Malamina, P., 2001:54-55. 27 Malamina, P., 1996:126-129. 26 8 regiones importantes. Con dos hectáreas por habitante los 55,6 millones de personas que en 1600 habitaban la franja central europea, formada por Inglaterra, Holanda, Bélgica, Alemania, Francia e Italia, habrían requerido unos 110 millones de hectáreas en un territorio que sólo dispone de 105, una vez descontando un 25-30% improductivo. Sólo para obtener el trigo necesario se habrían requerido 45 millones de hectáreas de cultivo, en vez de los 35 millones que presumiblemente estaban disponibles. Las respuestas a ese desafío se obtuvieron por distintos caminos: intensificando la especialización y los intercambios –las importaciones de cereales de Europa oriental a través del Báltico cubrieron una parte creciente del déficit atlántico y mediterráneo—; incrementando la producción conjunta de alimentos y forraje por hectárea, o produciendo e intercambiando artículos industriales; y empleando como combustible pequeñas pero crecientes cantidades de carbón mineral o turba en los países más desforestados, como Inglaterra y Holanda. Los caminos abiertos por los países o regiones que primero experimentaron aquel desafío fueron importantes para la trayectoria posterior del resto. Si en la franja central europea la ‘huella ecológica’ hubiera permanecido en dos hectáreas por habitante, cuando en 1800 la población alcanzó los 83,5 millones de habitantes, las hectáreas requeridas para mantenerla habrían superado en un 60% las disponibles. En consecuencia, la ‘huella ecológica’ debió reducirse a una hectárea y media por habitante. El único modo de sostener con menos tierra un mayor número de habitantes era incrementar el flujo de energía por unidad de superficie. Paolo Malanima estima que debió aumentar casi un 50%, desde 2,75 hasta más de 4 millones de Kcal. por hectárea y año.28 El uso del territorio debía experimentar, en consecuencia, cambios importantes a medida que las densidades de población superaban el umbral de 35 habitantes/Km2, equivalentes a 2 hectáreas útiles por habitante. En el rango de densidades comprendidas entre 35 y 47 habitantes/Km2 la ‘huella ecológica’ requerida debería reducirse a una hectárea y media de cultivos, pastos y bosques. Entre 47 y 70 habitantes/Km2 el requerimiento territorial se comprimiría de nuevo hasta una sola hectárea biológicamente productiva por persona. ¿Y por qué no hacer trabajar más a los demás? Este planteamiento podría considerarse deudor del viejo debate entre las tesis aparentemente contrapuestas de Thomas R. Malthus y Ester Boserup sobre las respuestas económicas al crecimiento demográfico.29 Para nuestro enfoque tiene particular interés la síntesis sugerida por Ronald D. Lee sobre una posible alternancia entre situaciones malthusianas de sobrepresión sobre las capacidades productivas existentes, y otras de “creación” boserupiana.30 Estas segundas acumularían mayores dosis de capital-tierra, o aumentarían su productividad mediante aterrazamientos, sistemas de riego, plantaciones, selección de semillas y plantíos, introducción de nuevos cultivos, mejoras ganaderas, fertilizantes, o utillajes y prácticas agrícolas más eficientes, permitiendo sustentar mayores demandas directas o indirectas sobre el mismo territorio. Pero si las nuevas demandas originadas por el crecimiento poblacional, las cargas señoriales o tributarias, y las nuevas necesidades generadas por la intensificación de los intercambios, superaban las capacidades 28 Malamina, P., 2001:62-63. Boserup, E., 1967 y 1984; Grigg, D., 1980 y 1982. 30 Lee, R. D., 1986:96-130. 29 9 o los márgenes de adaptación de aquellos sistemas agrarios, el desafío malthusiano y los rendimientos decrecientes entrarían de nuevo en escena. Ronald Lee sintetiza ese planteamiento con la metáfora de una “burbuja”. La relación entre densidades de población y capacidades tecnológicas parece haber registrado sucesivos ‘espacios’ o ‘burbujas’ boserupianas’ dentro de las cuales habrían operado las tendencias asintóticas hacia un ‘techo malthusiano’. Entre ‘burbuja’ y ‘burbuja’ se habrían producido cambios en profundidad en el manejo del territorio o sus recursos, y una mayor acumulación de capital-tierra, utillajes y saberes agrarios, que habrían permitido “saltar” hacia la mayor capacidad de sustentación de la ‘burbuja’ siguiente. Pero tales ‘saltos’ boserupianos habrían sido sólo una posibilidad, que únicamente se habría materializado en ciertos casos mientras en otros el desafío maltusiano habría dado lugar a diversas situaciones de estancamiento en algún nivel intermedio: “Nuestro análisis –afirma Ronald Lee— muestra que el ‘espacio’ Boserup, dentro del cual el progreso tecnológico se produce automáticamente, puede darse únicamente en una limitada porción de las posibilidades espacio-temporales, pero las fuerzas malthusianas dirigirán a la población y la tecnología hacia aquella región. El análisis también muestra como un freno preventivo demasiado débil puede conducir a un equilibrio estable en un nivel tecnológico intermedio, en vez del alto nivel sólo posible a densidades más elevadas que podría alcanzarse con unos frenos preventivos más fuertes. De modo análogo, los efectos de un freno preventivo demasiado fuerte, una mortalidad exógena demasiado elevada, o unas instituciones exactoras demasiado potentes, pueden conducir a un equilibrio tecnológico intermedio cuando de otro modo podría alcanzarse otro más alto. También se muestra que el progreso hacia tecnologías superiores podría ocurrir mediante transiciones a través de una secuencia de equilibrios estables intermedios, en cada uno de los cuales el sistema puede quedar indefinidamente atrasado. Un crecimiento de la población prematuro, o una restricción prematura del mismo, pueden hacer mucho menos probable el tránsito de un equilibrio estable a otro.”31 Ronald Lee ilustra su argumento con las dos grandes revoluciones económicas de la historia de la Humanidad –la revolución neolítica y la revolución industrial—, pero su propuesta analítica también parece aplicable a menor escala para rastrear la diversidad de trayectorias históricas regionales y locales de diversas sociedades rurales, a partir de su particular relación entre crecimiento demográfico, dotación de recursos, capacidades tecnológicas, derechos de propiedad, reglas institucionales e intercambios comerciales. De nuevo nos encontramos con un planteamiento contextual abierto, no un modelo predictivo cerrado que permita presuponer el carácter de la respuesta una vez planteado el desafío. Creemos que ese enfoque puede resultar particularmente útil para un estudio socioecológico de la construcción y modificación del paisaje agrario entendido como reflejo territorial de un modo particular de manejar los recursos naturales para satisfacer necesidades humanas. Si estamos en lo cierto, las sucesivas etapas de ‘inversión boserupiana’ dirigidas a ampliar la capacidad de sostén humano del territorio deben haber quedado registradas en el palimpsesto del paisaje agrario, y también las etapas de posible 31 Lee, R. D., 1986:128. 10 degradación originadas tanto por situaciones de ‘sobrepresión malthusiana’ como por unas densidades demasiado bajas para mantener organizado el sistema territorial agrario.32 Nuestra propuesta de estudio socioecológico y económico del espacio agrario busca interpretar este palimpsesto, explicando el sentido de las trayectorias paisajísticas teniendo muy en cuenta que, como ha recordado Edward Nell, “la presión demográfica no incide sobre la sociedad, es creada por la sociedad”. Una situación de rendimientos decrecientes que conduzca hacia la disminución del consumo medio per cápita suele interpretarse como una incentivo a trabajar más. Y “¿por qué no un incentivo a que los otros trabajen más?”33 El entramado institucional que en cada momento histórico regula el acceso a los recursos naturales, y las correlaciones de fuerza entre los grupos sociales que los controlan, parecen haber sido factores fundamentales en la determinación de la dirección adoptada en cada bifurcación. Atando cabos: huertos, “vacíos” de subsistencia y “revoluciones industriosas” En un interesante estado de la cuestión sobre los niveles de vida Christopher Dyer ha señalado el intrigante ‘vacío de subsistencia’ que aparece en muchos estudios del pasado europeo preindustrial: “Las estimaciones de los presupuestos campesinos basados en la tenencia de la tierra de la que se sabe que disponían, y la probable productividad de esta tierra, conducen a menudo a la conclusión de que una familia apenas se hubiese mantenido viva con 6 hectáreas. ¡Y sin embargo la mayoría de las familias ocupaban explotaciones de 1 a 5 hectáreas! […] Pero aunque deberíamos estar hallando miseria por todas partes, la gente cuyos presupuestos familiares hemos investigado no sólo sobrevivía, sino que en apariencia adquiría zapatos y vestidos nuevos, compraba cerveza e incluso jugaba. […] Un relato parecido se desprende de un trabajo reciente sobre el abastecimiento de alimentos a la ciudad de Londres en 1300. Los investigadores calcularon la cantidad de grano necesaria para alimentar a un habitante de Londres, y definieron la región de la cual se obtenían las provisiones para 80.000 ciudadanos. Pero cuando la estimación se extendió a todo el país, la capacidad productiva de la tierra resultó ser incapaz de proveer lo suficiente para una población de 5 a 7 millones. […] Éste es sólo un ejemplo más de un fenómeno que describimos como el ‘vacío de la subsistencia’.”34 Dyer apunta un abanico de hipótesis que explicarían aquel ‘vacío’, incluyendo aspectos como las diferencias en estaturas y actividades que podrían determinar requerimientos nutricionales distintos, hasta la existencia de variedades de plantas y animales diferentes a las actuales con aportes nutricionales también distintos. Sin embargo esa clase de errores 32 McNeill, J. R., 1992:2-11. Véase un excelente ejemplo de lo segundo en la gran deforestación originada por el pastoreo practicado durante la transición de la antigüedad a los primeros siglos medievales, que Josep Mª Palet y Santiago Riera detectan en su estudio arqueológico y paleoambiental de los paisajes agrarios fósiles de un sector de la sierra litoral catalana cercano a Badalona (Palet, J. M. y Riera, S., 2000:101-117). 33 Nell, E. J., 1984:157-174. 34 Dyer, Ch., 1998:106-107. 11 serían aleatorios, y deberían tender a compensarse unos con otros. La hipótesis más plausible apunta, más bien, hacia la subestimación de los ingresos, recursos o capacidades de unas economías familiares campesinas muy diversas y pluriactivas: “Un elemento importante a tomar en consideración –prosigue Christopher Dyer— debe ser la ‘economía del cottage’ practicada por los pobres según algunos escritores comprensivos del siglo XIX, que presumiblemente fue una práctica extendida en siglos anteriores. La ‘economía del cottage’, conocida también como ‘economía de la improvisación’, se refiere a la explotación de cualquier fuente de ingresos posible, como por ejemplo la venta de pequeñas cantidades de productos del huerto, como verduras o miel, o los recursos disponibles en los pastos comunales, como combustible, frutos, nueces, juncos, etc. Los derechos comunales como el de recoger las espigas de cereal que han quedado en los campos después de la siega se explotarían por completo. Los cottagers habrían tenido unos hábitos de consumo muy frugales, guardando alimentos cuando estos eran abundantes, criando un cerdo que convertía los desechos en carne comestible, ahorrando y reciclando en cada oportunidad. No dejarían escapar ninguna oportunidad de obtener ingresos a pequeña escala.”35 Como buen medievalista Dyer discute que todas aquellas prácticas –que implicaban la existencia de circuitos y hábitos de intercambio regulares— fueran una adquisición lograda únicamente en una etapa tardía coetánea a la llamada ‘revolución industriosa’ o ‘revolución del consumo’ de los siglos XVII y XVIII.36 Ya desde la Baja Edad media existía una tupida red de mercados semanales y ferias que proporcionaban oportunidades fundamentales para el sostén de los más pobres, a la vez que influían de manera importante en las decisiones económicas de las explotaciones rurales medianas y grandes.37 Eso implica, a su vez, que la vida de las sociedades rurales y sus paisajes agrarios no puede comprenderse cabalmente al margen de las villas y pequeñas ciudades con las que estaban en estrecho contacto. Durante bastantes siglos la mayor parte de aquella vida urbana cercana al mundo rural se desarrolló en una red de pequeños núcleos que los estudios convencionales de historia urbana suelen dejar de lado: “hoy se considera que la población urbana era más numerosa, invariablemente más numerosa, de lo que antes se creía. Esto depende de que se incluyan en el cálculo numerosas poblaciones, es decir, lugares que servían como centros de comercio y manufactura, con una implicación muy pequeña en la agricultura, aunque tuviesen menos de 2.000 habitantes y en muchos casos proporcionasen medios de vida sólo para unos pocos cientos de personas.”38 35 Dyer, Ch., 1998:107-108. Para la ‘revolución del consumo’ y la ‘revolución industriosa’, aquella “mezcla de comercio y creatividad” –en palabras de Maxine Berg— que recorrería Europa en los dos últimos siglos de la edad moderna, véase McKendrick, N., Brewer, J. y Plumb, J. H. edits., 1983; Weatherill, L., 1988; Shammas, C., 1990; Berg, M. edit., 1995; Brewer, J. y Porter, R. edits., 1993; Torras, J. y Yun, B. edits., 1999. Para la discusión de todo eso con relación al nivel de vida, véase Zanden, J. L. Van, 1999:173-198 y 2001:69-87; Allen, R., 2000:1-25, 2001:411-447, y 2002:13-32; y Vries, J. de, 2001:177-194. 37 Dyer, Ch., 1991:194-239. 38 Dyer, Ch., 1998:105. 36 12 Tal como han señalado recientemente Peter Clark y Stephan Epstein, las pequeñas villas fueron un rasgo característico del paisaje europeo que durante muchos siglos albergaron cinco veces más población que todos los demás centros urbanos juntos. Su función primordial consistía en coordinar el intercambio rural y concentrar la demanda que podía estimular la especialización agraria.39 Otro importante papel desempeñado por aquella red de pequeños núcleos urbanos consistía en albergar y sostener a los pobres mediante una cobertura asistencial, pública o privada, de vital importancia para la reproducción del mundo rural.40 La solución al enigma del ‘vacío de subsistencia’ tiene mucho que ver con aquellas conexiones cercanas campo-ciudad, y con unas minúsculas fracciones del territorio que quizá por su papel en el sostén familiar, o por la imposibilidad de controlarlos desde la lejanía, casi siempre lograron escapar al decimador, el recaudador de rentas señoriales, o al cobrador de tributos (y, por consiguiente, a la mayoría de nuestras actuales fuentes escritas): los huertos. Hace ya algunos años Joan Thirsk llamó la atención sobre las distorsiones que puede introducir en nuestra visión del pasado –o de la realidad aún hoy viva en muchos lugares del Tercer mundo— el ignorar la contribución del huerto familiar en el sostén de los pobres del mundo rural. En su opinión, antes que empezara en Inglaterra algo parecido a una ‘revolución agrícola’ ya se habría producido otra revolución hortícola: “La expansión del cultivo de verduras y frutas fue una de las respuestas de los agricultores al descenso de los precios de los cereales, la lana y otros productos principales en el siglo XVII. […] Además, cuando la fruta y las verduras se incorporaron a la dieta como suplementos del pan, la carne y los productos lácteos, dos bebidas obtenidas de la fruta, la sidra de manzanas y la de peras, comenzaron asimismo a ocupar un lugar importante. […] Los escritores del siglo XVII prestaron mucha atención a las ventajas del cultivo de frutas y verduras desde el punto de vista de los agricultores. Hicieron hincapié en la ganancia monetaria, así como en la cantidad mucho mayor de verduras producidas por una hectárea comparadas con los cereales. Todavía no se ha realizado un estudio mucho más detallado sobre el cambio en las dietas como consecuencia de este proceso. Pero Sir William Coventry resumió lo esencial de la situación en 1670 cuando describió ‘el incremento en la utilización de frutas, hierbas y raíces, especialmente en las cercanías de todas las grandes ciudades, gracias a lo cual una hectárea de huerta mantenía a más personas de lo que lo habrían hecho muchas hectáreas de pasto’.”41 Joan Thirsk señala un rasgo que también ha subrayado Jan de Vries a partir de la experiencia holandesa y flamenca: las producciones agrarias tendían a diversificarse en épocas de estancamiento o disminución de los contingentes demográficos, cuando los precios relativos de los cereales disminuían respecto a los hortícolas, frutícolas o pecuarios. Por el contrario, cuando la población aumentaba vigorosamente los precios relativos se movían a favor de la cerealicultura, y la producción agraria en su conjunto experimentaba 39 Clark, P. edit., 1995:1; Epstein , S. E. edit., 2001:1-29. Véase también Vries, J. de, 1987. Dyer, Ch., 1991:297-325 y 1998:113. 41 Thirsk, J., 1990:113-114. 40 13 de nuevo un proceso de ‘agricolización’.42 Joan Thirsk ha desarrollado este planteamiento en una interesante historia reciente de lo que ella denomina agricultura alternativa: después de la Peste Negra, entre 1350 y 1500, y de nuevo en el interludio de 1650 a 1750, los campesinos y hacendados ingleses desarrollaron una amplia variedad de cultivos alternativos a la cerealicultura como la colza y el lúpulo, varias plantas tintóreas como la rubia y el glasto o hierba pastel, los morales para la crianza de gusanos de seda o el azafrán, junto a una considerable variedad de productos frutícolas y hortícolas. Entre los cultivos alternativos que intentaron desarrollar en Inglaterra hacia mediados del siglo XVII, infructuosamente, destaca el principal producto que iba a cumplir una función análoga en el entorno mediterráneo: la vid.43 Todo eso debe servirnos para entender que la clave al enigma del ‘vacío de la subsistencia’ reside, en gran medida, en aquellas múltiples estrategias campesinas de diversificación de cultivos y prácticas agrarias. Los distintos aprovechamientos humanos del territorio siempre han respondido a un gradiente variable de intensidad de usos del suelo. El desafío planteado por el incremento de las demandas simultáneas de alimento, tracción y combustible pudo encontrar respuestas diversas, en lugares y momentos distintos, gracias a la existencia de una variada gama de posibles soluciones que probablemente ya se encontraban presentes a muy pequeña escala en el minúsculo universo –doméstico y femenino en su mayor parte— del huerto familiar.44 La agricultura alternativa inglesa que Joan Thirsk rescata del olvido parece apuntar hacia otra historia de la nutrición y la agricultura, muy distinta a la convencional. Quizá en aquellos huertos y cercados intensivos se experimentara a pequeña escala, durante largo tiempo, muchas de las opciones que después podrían generalizarse a gran escala cuando las sociedades rurales cruzaban los umbrales de sustentabilidad de sus propios sistemas agrarios, y necesitaban encontrar urgentemente ‘nuevas’ soluciones para reducir la ‘huella ecológica’ de su metabolismo social. Redes comerciales: de la búsqueda del óptimo ecológico a la globalización En un ensayo titulado “Trade. Observations of England”, William Petty [1623-1687] escribió lo que hoy podríamos considerar quizá una formulación preliminar de la idea de ‘huella ecológica’: “A man’s country is the circuit of Land Whose Radius is halfe a days journey from his house. Trade begins when men need more variety of Commoditys than their own home & country can best produce.”45 Resulta muy interesante que en sus ‘estadísticas vitales’ Petty evaluara la tierra requerida por cada habitante de Inglaterra en tres acres: más o menos una hectárea y cuarto, cifra 42 Vries, J. de, 1982:88-93; Kriedte, P., 1982:32-47 y 1987:171-208. Thirsk, J. (1997). 44 Piotr Kropotkin ya había señalado la importancia del huerto en Campos, fábricas y talleres, [1898] 1938:53-97. 45 Petty, W., [1927, vol. I]1967:209; (“Para un hombre su país es el entorno situado a una distancia de medio día de camino desde su casa. El comercio comienza cuando los hombres necesitan una variedad de mercancías mayor que aquella que su propio hogar y país pueden producir en las mejores condiciones”). 43 14 congruente con las estimadas por Paolo Malanima para las áreas más densamente pobladas de Europa occidental a las puertas de la revolución industrial.46 Pero todavía lo es más aquella relación implícita que Petty establecía entre el recurso al comercio y la “compresión” del territorio vital disponible. Todos los estudios actuales sobre la ‘revolución industriosa’ de finales de la edad moderna ponen el acento en la creciente densidad de las redes comerciales, y en su impacto sobre las pautas de trabajo o consumo de la población, pero quizá no han dedicado todavía suficiente atención a las consecuencias de la correlativa disminución de las superficies útiles por habitante en una economía agraria de base orgánica. Estableciendo una relación entre rendimientos físicos y económicos, David Grigg razona en uno de sus conocidos textos sobre la dinámica del cambio agrario que la ampliación de los intercambios comerciales permite aprovechar mejor los óptimos ecológicos de cada cultivo.47 Podríamos decir, de ese modo, que la especialización regional permite contrarrestar temporalmente el efecto de los factores naturales limitantes de cada ecosistema, conocidos como los ‘mínimos de Liebig’. Rescatándolo del olvido, Joan Martínez Alier y Klaus Schlüpmann nos han recordado que Leopold Pfaundler [1839-1920] ya había relacionado el comercio con la capacidad de sustentación de la Tierra. Esa capacidad de sostén se movería entre dos límites: el más bajo, agregando las capacidades locales de los recursos de cada territorio por separado (dentro de los cuales operan muchos factores limitantes naturales); y el más alto, que se obtendría considerando el planeta entero como si fuera un solo territorio cuyos recursos locales resultaran accesibles desde cualquier otro lugar (suponiendo erróneamente que la movilidad de materiales, necesaria para contrarrestar los factores limitantes, fuera gratuita). Pfaundler consideraba que una estimación realista debería ser forzosamente intermedia, dado que para vencer el “rozamiento” que supone el transporte horizontal también se necesita consumir energía y materiales.48 Eso abre una interesante cuestión para el estudio socioecológico del paisaje. ¿Hasta qué punto, y en qué momentos, la intensificación de los intercambios comerciales sirvió para aprovechar realmente ciertos óptimos ecológicos regionales que permitieran reducir el requerimiento territorial de unas poblaciones las cuales, sin embrago, todavía mantenían un metabolismo social de alcance local? ¿Y a partir de qué momento, y hasta qué punto, los flujos comerciales han mundializado literalmente el metabolismo social de la parte más afortunada de la Humanidad, cuya huella ecológica global se imprime sobre territorios cada vez más alejados de su vista?49 El cálculo de la ‘huella ecológica global’ ha sido concebido para poner de manifiesto ese proceso de “desbordamiento” territorial50 provocado por la 46 Petty, W., [1927, vol. I]1967:xxxvii. Para el papel de Petty como antecesor, junto a Cantillon, Galiani, Turgot o López de Peñalver, de un enfoque reproductivo que atendía a la tierra y el trabajo como dos fuentes simultáneas de producción de valor económico, véase Barceló, A. y Sánchez, J., 1988:123-159. 47 Grigg, D., 1982:47-67. 48 Martínez Alier, J. y Schlüpmann, K., 1991:126-144. 49 Richard Norgaard subraya que la globalización aumenta de la distancia física y cultural entre los afectados por la degradación ambiental, multiplicando los costes de transacción para negociar posibles soluciones (Norgaard, R., 1997:175-193). Herman Daly ha planteado el problema de la escala óptima global de la economía dentro de una biosfera finita (Daly, H., 1996:73-110 y 1997:37-50). 50 Véase, al respecto, el volumen de Naredo, J. M. y Valero, A. dirs., 1999. 15 gran ruptura metabólica y paisajística acaecida en nuestra parte del mundo en la segunda mitad del siglo XX.51 Una importante manifestación reciente de aquel “desbordamiento” espacial de la huella ecológica es la existencia en los países del Norte de una fracción cada vez mayor de su territorio en proceso de abandono (figura 1). El estudio de Mauro Agnoletti sobre la pérdida de variedad paisajística experimentado en la Toscana, como resultado de las dinámicas simultáneas de abandono de grandes superficies del territorio, e intensificación de la presión humana en otras mucho más reducidas, resulta ejemplar tanto por la metodología empleada como por los resultados constatados. “Tras el abandono –observa Agnoletti— el bosque se extiende como un “capa” sobre la diversidad originaria del mosaico paisajístico, cerrando los espacios mediante un proceso tan general y continuo que en ocasiones vale la pena preguntarse si semejante extensión incontrolada no debería de algún modo gestionarse desde la óptica de una recuperación de la conservación del paisaje. [...] Dado que la evolución natural transforma el paisaje, pero no siempre en un sentido positivo”, la conservación de los paisajes culturales requiere mayor intervención humana, no menos, contraponiéndose entonces a una visión conservacionista que se limite simplemente a “dejar hacer” a la naturaleza.52 Muchos ecólogos y geógrafos españoles están llegando a la misma conclusión. “Tanto la intensificación como el abandono aminoran la biodiversidad y propician la homogeneidad espacial”, afirma Francisco Díaz Pineda.53 Fernando Parra concluye que “la preservación de esa naturaleza implica siempre el mantenimiento, no la proscripción de esas actividades extractivas o explotadoras agrícolas, ganaderas y silvícolas, sobre todo si están avaladas por su persistencia histórica.”54 Constatar o refutar la persistencia de los llamados usos agrarios tradicionales, y explicar su razón de ser, constituye precisamente una de las tareas centrales de la historia socioecológica necesaria para entender los paisajes mediterráneos del pasado cuyas virtudes estamos aprendiendo a apreciar. Lo cual, a su vez, resulta imprescindible para proponer otras formas más sostenibles de gestionar el territorio. En busca de los constructores del paisaje En definitiva: si los paisajes son resultado de la humanización del territorio, la historia y la geografía tienen cosas importantes que decir.55 Lo cual reclama una recuperación de la vieja tradición de la geografía histórica para entender mejor aquellos agentes, las sociedades humanas que han construido y transformado tantas veces los paisajes que han llegado hasta 51 Rees, W. y Wackernagel, M., 1996a:27-50 y 1996b. Véase el debate sobre las virtudes, límites y defectos del concepto de ‘huella ecológica’ global en el número 32 de Ecological Economics (Costanza, R.; Ayres, R. U.; Deutsch, L., Jansson, A., Troell, M., Rönnbäck, P., Folke, C. y Kautsky, N.; Herendeen, R. A.; Moffatt, I.; Opschoor, H., Rapports, D. J.; Rees, W.; Simmons, C., Lewis, K. y Barrett, J.; Templet, P. H.; Cornelis van Kooten, G. y Bulte, E.; Wackernagel, M. y Silvestrein, J., 2000:341-394). 52 Agnoletti, M. dir. 2002:34 y 152. Véase también Agnoletti, M.; Paci, M. y Tarchiani, N. (2001). 53 Díaz Pineda, F.; De Miguel, J. M.; Casado, M. A.; Montalvo, J., coords., 2002:xvi. 54 Naredo, J. M. y Parra, F. edits., 2002:254. 55 Tello, E., 1999:195-211. 16 nosotros.56 Las formas del paisaje son resultado de un conjunto de factores y actores que han dejado su huella en el territorio. Desde el complejo tecnológico, a la presión demográfica o el desarrollo de los mercados, hasta el papel de los poderes públicos, los derechos de propiedad y las formas de tenencia de la tierra, en diferentes grados y momentos todos esos factores incidieron en la conformación de una determinada cubierta vegetal donde prados, yermos y bosques alternaban con diversos tipos de cultivo. Sin embargo, siempre incidían de la mano de unos actores concretos: los grupos humanos que reaccionaban a los cambios demográficos, la evolución de los mercados, o los incentivos de la contratación agraria, empleando las tecnologías disponibles o transformándolas para dar una configuración concreta al territorio. Por eso es tan importante que los historiadores centremos nuestra aportación en indagar a fondo sobre los constructores del paisaje. El esquema representado en la Figura 2 sólo es un planteamiento heurístico, que sirve para ordenar factores relevantes y plantear preguntas sobre los actores reales a quienes afectaban. Su aplicación requiere aplicar el método retrospectivo sugerido por Marc Bloch: partir de lo mejor documentado y conocido para adentrarse después, con métodos distintos, hacia períodos o situaciones más oscuras.57 Pero las preguntas básicas son siempre las mismas, y demandan respuestas muy “corpóreas” como las que reclama Raymond Williams: encarnadas en la gente que construyó y rehizo tantas veces un mismo territorio. Sin conocer ni comprender los cambios que nuestros antepasados imprimieron antaño en el territorio, ¿como podríamos ordenarlo ahora de forma sostenible? En palabras de Fernando González Bernáldez, “para la interpretación del paisaje, y para la correcta gestión de los recursos que esta permite, la visión histórica es una necesidad.”.58 56 Por ejemplo, los estudios de Marc Bloch sobre los mapas parcelarios, los regímenes agrarios y el paisaje, realizados hace ya setenta años, mantienen toda la vigencia de un clásico (Bloch, M., 2002). 57 Bloch, M., 1978 y 2002. 58 González Bernáldez, F., 1981:146; en el mismo sentido, Fontana, J., 2000:14 y 346-348. 17 X X CONSUMO ENERGÉTICO DE BIOMASA/ HABITANTE TIERRA REQUERIDA POR UNIDAD DE PRODUCTO ' ' ? = = ? SUELOS DISPONIBLES DIFERENCIADOS POR CALIDADES O APTITUD ' pendiente ' substrato, granulometría ' pluviosidad ' clases de suelos y aptitud ' % cultivado/total (límites) X REQUERIMIENTO TERRITORIAL TOTAL (“huella”) ' tamaño ' estructura de usos ' equilibrio agrosilvopastoral DATOS TERRITORIALES DENSIDADES DE POBLACIÓN AGRÍCOLAS Y AGRARIAS: población activa agraria/superficie cultivable de diferentes aptitudes población activa agraria/superfície agraria total TRABAJO DISPONIBLE REQUERIMIENTO DE TRABAJO AGRARIO TOTAL TRABAJO HUMANO REQUERIDO POR UNIDAD DE TIERRA Y PRODUCTO TRABAJO ANIMAL REQUERIDO POR UNIDAD DE TIERRA Y PRODUCTO X RENDIMIENTOS POR HECTÁREA COEFICIENTES TÉCNICOS AGRARIOS capacidad de trabajo agrario/ habitante DIETA BÁSICA /HABITANTE ' cereales ' otros componentes ' adultos/no adultos DATOS NURTICIONALES Y ENERGÉTICOS 18 Figura 2. PRINCIPALES VARIABLES PARA CONFRONTAR LOS REQUERIMIENTOS Y DISPONIBILIDADES DE SUELOS Y TRABAJO (prescindiendo de los derechos de propiedad, las tramas institucionales, el cambio tecnológico y la relación con los mercados) POBLACIÓN ' tamaño ' estructura ' activos/no activos ' agraria/no agraria DATOS DEMOGRÁFICOS ADRIAANSE, A.; BRINGEZU, S.; HAMMOND, A.; MORIGUCHI, Y.; RODENBURG, E.; ROGICH, D. y SCHÜTZ, H. (1997): Resource Flow: the Material Basis of Industrial Economies, World Resources Institute/Wuppertal Institute/Netherlands Ministry of Housing, Spatial Planning and Environment/Tsukuba National Institute for Environmental Studies, Washington. AGNOLETTI, M.; PACI, M. y TARCHIANI, N. 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ET) 1. disponibilidades territoriales: la población y los suelos (2 pàgines de síntesi de l’avaluació dels sòls i les densitats de població. ET) 2. requerimientos alimentarios y cesta de consumo (3 pàgines de síntesi de la cistella alimentaria a mitjan segle XIX. RG) 3. el balance energético del sistema agrario (6 pàgines de síntesi del balanç energètic. XC) 4. la compresión tendencial de los requerimientos territoriales (2 pàgines de sínesti de la traducció territorial del balanç energètic. ET) 5. derechos de acceso a la tierra y el papel del mercado (4 pàgines de síntesi de l’entramat institucional i l’estructura d’intercanvis. RG) 6. momentos de crisis y cambio de trayectoria en el uso del suelo (4 pàgines d’interpretació de l’evolució a llarg termini del paisatge vallesà. RG i ET) 7. sobre causas y efectos: algunas lecciones de aplicación general (3 pàgines de síntesi sobre la pluralitat de factors determinants i la seva diferent incidència en les successives cruïlles d’una trajectòria oberta. RG i ET) 8. bibliografía y fuentes citadas (2 pàgines) Bibliografia citada ACEBILLO, J. i FOLCH, R. edits. (2000): Atles ambiental de l’Àrea de Barcelona, Ariel, Barcelona. AVENTÍN, M. (1996): La societat rural a Catalunya en temps feudals. Vallès oriental, segles XIII-XVI, Columna, Barcelona. BALCELLS, A. (1968): El problema agrari a Catalunya. La qüestió rabassaire (1890-1936), Nova Terra, Barcelona. BLOCH, M., (2002): La tierra y el campesino. Agricultura y vida rural en los siglos XVII y XVIII, Crítica, Barcelona. BOADA, M. i SAURÍ, D. (2002): El canvi global, Rubes, Barcelona. CAMPOS, P. Y NAREDO, J. M. (1980): “La energía en los sistemas agrarios”, y “Los balances energéticos de la agricultura española”, Agricultura y Sociedad, nº 15, p. 17-114 y 163-256. 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