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Editorial <http://tremedica.org/panacea.html> Bio Luis González* El formante bio (del griego βίος, vida) dio nombre hace más de doscientos años a una nueva ciencia que desde mediados del pasado siglo ha conocido un desarrollo espectacular. Los avances en biología molecular, biotecnología e ingeniería genética y, sobre todo, las aplicaciones de estos avances a los procesos industriales más variados han dado lugar a muchos nuevos términos, algunos con ese mismo formante griego, a veces en hibridación con voces inglesas, como ocurre con biofouling (bioensuciamiento).En muchos casos, bio funciona como prefijo y se refiere, de manera apocopada, a los adjetivos biológico (como en bioseguridad y biocontención) o biotecnológico (como en bioindustria y biopatente), o remite a otras nociones: biorregión (naturaleza); bioaceite, bioalcohol, biobasura, biocarburante (materia orgánica); bioagricultura (ecología); bioartificial, biovidrio (tejidos orgánicos); biochip (material genético); bioterrorismo (armas biológicas, nanobio, microbio), etc. La fabulosa productividad terminológica de este formante griego merecería un estudio exhaustivo para aclarar la diversidad de sus significados y sus variadas relaciones semánticas con las palabras con las que se combina1. Como elemento que condensa todo el prestigio científico alcanzado por la moderna biología, ha desbordado los límites del lenguaje especializado y, al estar cargado de multitud de connotaciones positivas (vida, naturaleza, equilibrio, etc.) ha triunfado también en el lenguaje de la publicidad y se ha convertido en la expresión talismán de un nuevo segmento de mercado: el de la salud y el bienestar. Haciendo bueno el aserto hipocrático («que tu alimento sea tu medicamento»), vamos al supermercado como quien va a la farmacia. Hace falta ser muy insensible para no darse cuenta de que en la sección de frutas y verduras, en la de carnes y en la de productos lácteos (en donde abundan pre- y probióticos), se libra todos los días una batalla incruenta, pero altamente simbólica, entre lo sano y lo tóxico2, entre Bíos —y que nos perdone el doctor Freud por esta personificación heterodoxa— y Thánatos. Paradójicamente, la «marca bio», que es fruto de una conciencia moderna, preconiza una vuelta al pasado, porque se basa en la crítica al modelo de producción industrial y en la defensa de unos productos menos artificiales: sin plaguicidas, sin aditivos, sin conservantes, sin colorantes, sin parabenos, etc. Entre los partidarios más militantes de la «causa bio», esta crítica entronca con el ecologismo y lleva implícita, necesariamente, una crítica radical al modelo de globalización y a las doctrinas económicas basadas en el crecimiento. Desde el ámbito científico en el que surgió y en el que sigue extendiéndose, nuestro polisémico formante ha colonizado léxicos tan dispares como los de la economía (bioeconomía, biocapital), la industria de la moda (bioseda, biocal- zado), el derecho (bioderecho), la propiedad intelectual (biodescubrimiento, biopatentabilidad), la política (biopolítica, biopoder, biopiratería) o la sociología (biomiseria, biopobreza). Su buen funcionamiento como marca comercial ha facilitado que, en la industria alimentaria, el adjetivo bio(lógico) se esté imponiendo a rivales como eco(lógico) y orgánico, aunque su implantación varíe de un país a otro. Es significativo que el logo que certifica la producción ecológica de la UE se abstenga de incluir elementos textuales y que el Reglamento 834/2007 del Consejo3 se aplique, respetando la tradición en cada país, a los «productos ecológicos» (produits biologiques, organic products, ökologischen/biologischen Erzeugnissen y prodotti biologici). No parece casual que la «marca bio» predomine precisamente en Francia, Alemania e Italia, aunque también progresa imparable en otros países, entre ellos España. Para evitar que, acogiéndose a esta variedad de denominaciones legales, el uso de la etiqueta bio quede en algunos Estados miembros de la UE fuera del ámbito del Reglamento mencionado, su artículo 23 especifica: «En particular, los términos enunciados en el anexo, sus derivados o abreviaturas, tales como “bio” y “eco”, utilizados aisladamente o combinados, podrán emplearse en toda la Comunidad y en cualquier lengua comunitaria para el etiquetado y la publicidad de un producto cuando este cumpla los requisitos establecidos en el presente Reglamento». Esta aclaración debería haber servido para regular en España el uso legal del término bio como marca, pero una sentencia del Tribunal Supremo, en diciembre de 2008, reconocía que los fabricantes de yogures pueden utilizar la denominación bio para sus productos, aunque no sean ecológicos, «por haberse convertido en una designación usual». A veces, como ocurre con la preferencia por biocarburante (o biocombustible) frente a agrocarburante (o agrocombustible), el prefijo bio no se usa exclusivamente por estrategia comercial o por añadir un matiz de precisión (bio es, obviamente, más amplio que agro), sino por razones ideológicas4, las mismas que justificaron la acuñación de biopiratería, término arrojadizo que revela un conflicto y produce una polarización donde hasta entonces solo existía la supuesta neutralidad del discurso científico5, representada por el término bioprospección. La aclimatación de bio fuera del léxico de las ciencias naturales y experimentales, su omnipresencia, su utilización como señuelo comercial, los intentos de apropiación de su significado taumatúrgico por grupos que representan intereses divergentes pueden llegar a provocar saturación o, cuando menos, cierta confusión entre los hablantes. En inglés, bionomics puede referirse, según el contexto, al nombre antiguo de lo que hoy conocemos por ecología y también a una escuela, * Terminólogo. Departamento de español de la Dirección General de Traducción de la Comisión Europea (Bruselas). Dirección para correspondencia: Luis.Gonzalez@ec.europa.eu. Panace@ . Vol. XIV, n.o 37. Primer semestre, 2013 1 Editorial por lo menos, de pensamiento económico (la bionomía) que estudia la economía como un ecosistema y que, en algunas de sus traducciones al español, se confunde con la bioeconomía (bioeconomics) de Georgescu-Roegen, considerado uno de los fundadores de la economía ecológica. Ante esta proliferación de «biotérminos», llama también la atención la limitada cobertura de nuestro diccionario académico, sobre todo si se compara con obras similares en otras lenguas. Puede aducirse que se trata de términos hipertécnicos y neológicos, pero el Nuevo diccionario de voces de uso actual de Manuel Alvar Ezquerra, publicado en 2003, que solo recoge voces no incluidas en el DRAE, contenía ya más de un centenar de palabras con el elemento bio en posición inicial, la mayor parte de ellas suficientemente implantadas hoy. El diccionario académico solo incluye una veintena. En la década que transcurre desde la primera edición del diccionario de Alvar Ezquerra (el Diccionario de voces de uso actual, de 1994) y la edición de 2003, periodo de enorme productividad para el formante bio, la RAE solo incorporó a su diccionario cuatro términos: biocompatible, biodiversidad, biónica y biotecnología. Baste señalar, como contraste, que el MerriamWebster incluye más de 130 voces con el prefijo bio. Hay margen, por lo tanto, para que nuestros lexicógrafos presten más atención al auge de los compuestos con bio, justificado 2 <http://tremedica.org/panacea.html> por el desarrollo y difusión de las ciencias biológicas, pero habrá que estar también atentos a los excesos, a la propagación hipertrofiada de esta exitosa partícula que bien podría ser un síntoma, uno más, de manipulación lingüística. Notas 1. Para mejorar la cobertura de nuestra base de datos IATE, estamos trabajando precisamente en la elaboración de una colección terminológica, lo más amplia posible, de términos que contienen el elemento compositivo bio-, -bio- o -bio. 2. Literal o metafóricamente, la toxicidad es, cada vez más, una característica esencial de nuestra sociedad. 3. Reglamento (CE) nº 834/2007 del Consejo, de 28 de junio de 2007, sobre producción y etiquetado de los productos ecológicos y por el que se deroga el Reglamento (CEE) nº 2092/91 [consulta: 18.VI.2013]. 4. Como aclara el revelador libro de Walden Bello (2012): Food Wars. Crisis alimentaria y políticas de ajuste estructural. Barcelona: Virus, pp. 157-183. 5. Véase al respecto la nota «Del conflicto social al conflicto terminológico: un apunte sobre “bioprospección” y “biopiratería”», puntoycoma, n.º 127: 14-20. <http://ec.europa.eu/translation/bulletins/ puntoycoma/127/pyc1276_es.htm> [consulta: 18.VI.2013]. Panace@ . Vol. XIV, n.o 37. Primer semestre, 2013