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CRÍA EN CAUTIVIDAD El cernícalo vulgar y la mutación onuba Texto de Manuel Diego Pareja-Obregón de los Reyes Fotografías de Luis Concepción García Anuario AECCA 2013 129 CRÍA EN CAUTIVIDAD L as mutaciones en las aves cantoras y diversas especies de cotorras y periquitos son en la actualidad tan corrientes que muchas personas ignoran incluso el aspecto que poseen en estado salvaje sus libreas nominales. Sirva de ejemplo el género Agapornis, conocido comúnmente como inseparables, en el que se han logrado fijar innumerables colores de plumas, con la existencia en el mercado de más de quinientas mutaciones y sus consiguientes fenotipos. La expresión fijar una mutación hace referencia a las operaciones de selección y cruzamiento destinados a que determinada coloración de la pluma (u otra característica), inusual para la especie, se transmita a su descendencia en distintas generaciones. El estudio y conocimiento de las leyes de la genética han producido en estas últimas cinco décadas multitud de especímenes de diseño, únicos en su género, de gran belleza e interés para los amantes de las aves. Pero, ¿cómo se transmite una mutación? Ante todo hay que conseguir un primer especimen que muestre en su plumaje esa alteración del color, excepcionalidad que surge en la naturaleza de manera aleatoria. Esa mutación puede estar o no ligada al sexo, mostrar un carácter recesivo o resultar dominante, aunque esta última opción es la menos común en avicultura. La manifestación de los genes dominantes a su vez se ve afectada por los fenómenos de penetrancia y expresividad. Según Darwin, la domesticidad de una especie favorece la variabilidad de sus rasgos y, efectivamente, así ocurre. En la naturaleza, las aves que presentan variaciones cromáticas en sus plumajes llaman poderosamente la atención de quienes se alimentan de ellas y, en consecuencia, suelen vivir poco tiempo. Por el contrario, en cautividad, la inexistencia de predadores que las eliminen, convierten sus vidas en serenas y apacibles, ofreciendo la posibilidad a los amantes de los pájaros, de reproducirlas en aviarios y perpetuar ese gen que los convierten en ejemplares diferentes. A lo largo de la historia de las mutaciones se llegaron a pagar verdaderas fortunas por esos primeros especimenes que mostraban libreas únicas entre sus congéneres. Lo que convierte en extraordinaria una mutación es su belleza y su rareza. Dos cualidades que el ser humano ha sabido valorar en su justa medida. Mis primeros cernícalos Conseguí mi primer cernícalo vulgar hace ahora más de cuarenta años. Nidificaban en una grieta en los viejos muros de piedra del castillo de Cartaya, a pocos metros de un destartalado nido de escandalosas cigüeñas. Sus ojos negros y profundos resaltaban en la blanca bola de plumón y su mirada, temerosa al principio, supo conquistar sin esfuerzo mi incipiente corazón de cetrero. Torzuelo zahareño en el castillo de Cartaya 130 Anuario AECCA 2013 Rodríguez de la Fuente aconsejaba esta ave para aquellos que querían iniciarse en el arte, como acertadamente gustaba llamar el insigne maestro a nuestro deporte. De hecho, la mayoría de los CRÍA EN CAUTIVIDAD aficionados españoles de aquella época tuvimos que adiestrar un “tinnunculus” para adquirir la condición de cetrero. A tal efecto, recuerdo que afeité una vivaracha prima del año que habían capturado unos rederos en la época del paso migratorio y que se había llevado por delante un cimbel de jilguero. Cuando comencé a reproducir mis primeras aves de cetrería solo pensaba en halcones, azores y gavilanes. La cría en cautividad revolucionó la forma de practicar este deporte y puso a disposición de los aficionados un inmenso abanico de especies. Esos halcones y azores “a la carta” acabaron con el uso de los sencillos y humildes cernícalos vulgares. La introducción en España de las águilas de harris, de la que fui participe junto con el doctor Luis Carlos Alonso y Miguel López, terminó de arrinconar definitivamente a la especie y raramente se veían cernícalos en los distintos eventos y competiciones del panorama nacional. Pero, por fortuna para los “tinnunculus”, una nueva generación de chavales, amantes de las pequeñas aves, rescató a los halconcitos del baúl de los recuerdos y comenzaron a reproducirlos y a cazar con ellos. Tuvo mucho que ver, en el resurgir de los cernícalos vulgares, la aparición en el mercado de los cernícalos yankis –afamados cazadores–, y a la labor que realizó en favor de esa nueva especie el guadalajareño Eduardo Razola y, más recientemente Alfonso García “Zarza”, con la publicación de un magnífico monográfico sobre estas aves. Mas la nostalgia y la admiración que siento y he sentido siempre por esta especie hicieron que, a finales de los noventa, incluyera en mi plantel de reproductores un par de colleras de cernícalos vulgares, líneas de origen de las parejas que actualmente mantengo cautivas. Snow, un sueño hecho realidad La mayoría de mis amigos cetreros saben de mi pasión por los cernícalos y, en consecuencia, cada vez que localizan o consiguen algún ejemplar sobresaliente de esta especie me llaman y me lo ofrecen. Así es como se cruzó en mi vida “Snow”, nombre con el que bauticé a este singular ejemplar, en homenaje a la fina capa de plumas blancas que cubría su espalda. Su propietario, mi buen amigo Carmelo Cantalejo, natural del pueblecito sevillano de Lantejuela, me llamó una mañana y me dijo: ¡Diego! ¡no te lo vas ha creer! El cernícalo vulgar que traje de Inglaterra se ha puesto blanco con la primera muda. ¡Envíame una fotografía!, le contesté. Sentí verdadero estupor al contemplar su imagen en la pantalla del ordenador. Yo me esperaba un pájaro albino, pero el cernícalo de Carmelo, a semejanza de un pequeño gerifalte de Alaska, había trocado el ocre terroso de la espalda por un blanco marfileño y las tonalidades Anuario AECCA 2013 131 CRÍA EN CAUTIVIDAD azuladas de la cabeza y la cola aparecían claramente diluidas. La mutación me pareció digna de una reina y sentí la imperiosa necesidad de preservar, reproducir y conservar esa librea tan hermosa para generaciones venideras. Si se podía fijar una mutación en canaricultura, ¿por qué no se había de lograr en un ave de presa? Contaba con dos factores esenciales a mi favor. La temprana madurez sexual de la especie (los cernícalos se reproducen perfectamente en su primer año de vida) y lo prolíficos que son. Le envié a Carmelo una prima parental de dos mudas y, como era de esperar, esa misma primavera sacó adelante cuatro hermosos pollos, que resultaron ser dos primas y dos torzuelos, si bien ninguno mostraba en la pluma el más mínimo atisbo de la mutación. Carmelo me cedió un macho y una hembra. Me puse en contacto con Luis Carlos Alonso, doctor en ciencias biológicas y cetrero prestigioso, que me aconsejó acertadamente que formara una pareja con ambos hermanos. Y así lo hice. La genética –me dijo– es un puro cálculo de probabilidades. Iremos sabiendo y descubriendo información de esos genes invisibles que oculta esa primera generación, cuando nazca una segunda. Esta pareja así formada realizó una primera puesta, que resultó infértil. Afortunadamente hicieron una puesta de reposición y consiguieron sacar adelante dos pollos de un total de cuatro huevos: una prima y un torzuelo. Aparentemente, mientras permanecieron recubiertos de 132 Anuario AECCA 2013 Snow en su segunda muda Pollos de cernícalo, hijos de Snow CRÍA EN CAUTIVIDAD Marinero, con un día de edad plumón, parecían normales. Pero, para mi sorpresa y satisfacción, cuando emplumaron comprobé extasiado que uno de los dos pollos, concretamente el torzuelo, mostraba la mutación. La mayoría de las mutaciones que conocemos reciben el nombre de sus creadores o uno designado por éstos. En un principio pensé en denominarla “Agua Marina” pero finalmente, por sugerencia del biologo madrileño Carlos Llandres, y como muestra de la tremenda admiración y respeto que siento por la provincia de Huelva (contando con la aprobación expresa de Carmelo), decidí bautizar a esta nueva mutación con el nombre de “Onuba”. El cernicalito recibió el nombre de “Marinero”. Nodriza cebando a Marinero Anuario AECCA 2013 133 CRÍA EN CAUTIVIDAD Para hablar de lo acontecido mantuve, en el pueblecito granadino de Nívar, una reunión con mi buen amigo Quique Larios, doctor en biología, quien me expuso: Si damos por supuesto que la coloración de los cernícalos depende de la expresión de un único gen, y sabiendo que cada individuo posee posee dos alelos (cada una de las formas alternativas que puede presentar un gen) de cada gen, tus resultados podrían explicarse mediante las leyes básicas de la genética mendeliana. En este supuesto, la mutación Onuba que has fijado en “el nieto de Snow” sólo se expresaría en individuos homocigóticos recesivos (aa) para el carácter coloración. Un individuo homocigótico es aquel que presenta dos alelos iguales (AA ó aa), mientras que uno heterocigótico posee dos alelos diferentes para un gen determinado (Aa). La prima que cruzaste con Snow poseía una coloración típica, por lo que debía de ser homocigótica dominante (AA) o heterocigótica (Aa), si bien esta última hipótesis sería muy poco probable, ya que la coloración Onuba no se observa en la naturaleza. Al parecer, el alelo a no se encuentra de forma natural o, si en alguna ocasión ha surgido, no ha sido fijado. Suponiendo, por tanto, que la hembra cumplía el primer caso (AA), y basándonos en los resultados obtenidos, los cruces que has realizado podrían explicarse mediante el siguiente esquema: Nodriza cubriendo al pollo portador de la mutación Nodriza cebando al pollo portador de la mutación 134 Anuario AECCA 2013 CRÍA EN CAUTIVIDAD En estos momentos mi objetivo a medio plazo, no solo consiste en conseguir el mayor número de ejemplares portadores de la mutación sino que, recurriendo a ejemplares de las distintas líneas de cernícalos que poseo, evitar, mediante nuevos cruces, aquellos problemas propios de la endogamia. Después de tres años de trabajo e ilusiones compartidas con mi socio en esta empresa, Carmelo Cantalejo, el bellísimo y extraordinario plumaje de “Snow” perdurará en el tiempo en la mutación Onuba, para orgullo de nuestro deporte y de quienes conseguimos fijar sus genes. ■ Sobre el autor Anuario AECCA 2013 135