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Revista de Antropología y Arqueología Universidad de los Andes Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Antropología Bogotá Colombia V O L 11 n os 1-2 1999 I S S N 0124-485X TA R I F A P O S TA L 1062 EDITORA Monika Therrien C O M I T É E D I T O R I A L 1999-2000 Fabricio Cabrera D I R E C TO R D E PA R TA M E N TO Felipe Cárdenas-Arroyo Helen Hope Henderson Roberto Suárez Monika Therrien PRODUCCIÓN Monika Therrien DISEÑO GRÁFICO Camila Cesarino Costa P O R TA D A Fotografías de Juan Antonio Monsalve La Revista de Antropología y Arqueología se publica semestralmente en el Departamento de Antropología de la Universidad de Los Andes, Bogotá (Colombia). Valor por ejemplar: $8000 pesos colombianos o US$16. Se solicita el canje institucional. Se tienen en cuenta para publicación los artículos, informes, documentos, comentarios o debates sobre temas de antropología social y cultural, arqueología, etnohistoria, antropología física, etnolingüística y otros afines al campo de la antropología. Todo lo relacionado con esta publicación debe dirigirse a: Revista de Antropología y Arqueología Departamento de Antropología Universidad de los Andes Apartado Aéreo 4976 Bogotá, Colombia Telefax [57-1] 3324510 e-mail: mtherrie@uniandes.edu.co Las ideas expuestas aquí son de la responsabilidad exclusiva de sus autores y no reflejan necesariamente la opinión del Departamento de Antropología de la Universidad de Los Andes. Los trabajos publicados en esta revista son evaluados por pares. LA PUBLICACIÓN DE LA R E V I S TA D E A N T R O P O L O G Í A Y ARQUEOLOGÍA ES POSIBLE GRACIAS AL FONDO JORGE STEINER (PROFICOL EL CARMEN S.A.) Juan Antonio Monsalve Fotógrafo y arquitecto egresado de la Universidad de los Andes, ilustra este número de la Revista de Antropología y Arqueología. juanantoniomonsalve@yahoo.com 7 La concepción naturalista de la naturaleza Un desafío al ambientalismo M A R GA R I TA R O SA S E R J E 75 Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica ESTEBAN ROZO 123 Paisajes presentes y futuros de la Amazonía Colombiana La lectura de Miguel Triana en 1907 Á LVA R O A N D R É S S A N T O Y O 163 Las naturalezas del paisaje Revista de Antropología y Arqueología ARTÍCULOS Revista de Antropología y Arqueología ALBERTO CASTRILLÓN 181 Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva MONIKA THERRIEN Universidad de los Andes Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Antropología Volumen Especial Bogotá Colombia Percepciones de la naturaleza y el paisaje Vol 11 nº 1-2 1999 Vol 11 nº 1-2 1999 Monika Therrien y Zandra Pedraza, editoras ISSN 0124-485X TARIFA POSTAL REDUCIDA Nº 1062 VENCE DIC. 2002 Revista de Antropología y Arqueología Universidad de los Andes Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Antropología Bogotá Colombia Vol 11 nos 1-2 1999 Volumen Especial Percepciones de la naturaleza y el paisaje Monika Therrien y Zandra Pedraza, editoras 3 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 Contenido Volumen Especial Percepciones de la naturaleza y el paisaje Monika Therrien y Zandra Pedraza, editoras ARTÍCULOS 5 La concepción naturalista de la naturaleza Un desafío al ambientalismo M A R GA R I TA R O SA S E R J E 71 Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica ESTEBAN ROZO 117 Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana La lectura de Miguel Triana en 1907 Á LVA R O A N D R É S S A N T O Y O 155 Las naturalezas del paisaje ALBERTO CASTRILLÓN 172 Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva MONIKA THERRIEN La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 4 La concepción naturalista de la naturaleza Un desafío al ambientalismo Margarita Rosa Serje École des Hautes Études en Sciences Sociales Resumen E l problema general que se ha planteado el proyecto Naturaleza en Disputa, es el de mirar históricamente la relación entre sociedad y naturaleza en Colom- bia. Esta historia ambiental se está abordando desde diferentes perspectivas que incluyen la descripción del impacto de los procesos sociales sobre los ecosistemas, la transformación histórica de los mismos y la relación entre los conflictos sociales y los procesos ambientales. De esta manera se busca una aproximación a lo que Samuels (1990) ha denominado “biografía del paisaje”, es decir, la historia de los conjuntos biogeográficos en relación con las representaciones sociales que los han convertido en significativos. El propósito de éste articulo es el de poner en relieve estas representaciones y de hacer evidente los mecanismos y dispositivos que se ponen en marcha a través de estos procesos de “ocultar mostrando”. Con este fin se esbozarán las ideas centrales de varios hilos o líneas de pensamiento que han contribuido a consolidar la idea moderna de naturaleza: el desarrollo de la biogeografía, de la teoría estética y literaria del paisaje, de la geografía humana y la ecología. PA L A B R A S C L AV E naturaleza, cultura, modernidad, paisaje, biogeografía, ambientalismo. 5 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 Introducción1 Este fin de milenio ha visto cambios importantes en la forma en que se estructura el pensamiento y la acción política, en particular a partir de los conceptos radicales que han transformado las ciencias sociales de 1980 en adelante. Se ha señalado la importancia de reconocer e interpretar los procesos de representación de la realidad, sobre los que se articulan tanto los obstáculos como las posibilidades de la acción política. La pregunta acerca de los imaginarios sobre los cuales se toman las decisiones que afectan nuestra relación con el ambiente es fundamental para gestar las condiciones necesarias para una convivencia adecuada con el entorno y entre los diferentes grupos sociales. Resulta por lo tanto fundamental mirar cuáles han sido y cómo se han transformado las ideas, sensibilidades y nociones sobre la naturaleza en la cultura occidental moderna; reconocer las diferentes maneras en que la sociedad industrial de mercado ha concebido lo natural y la relación con ello, de manera que sea posible entender las formas en que se ha desarrollado esa relación. Se trata de “desnaturalizar al historizarlo, aquello que parece como lo mas natural en el orden social” (la frase es de Bourdieu). Se hace necesario para ello descifrar los signos de su discurso, de exponer las imágenes, las representaciones y las categorías que se producen al apropiar la “naturaleza” para producir bienes, riqueza y sobretodo para producir las significaciones de la realidad. Esta dimensión no por ser ficticia es menos real, pues es allí donde se realiza el proceso permanente de crearnos y recrearnos como sociedad, donde nos constituimos como sujetos y donde construimos relaciones que a 1 El presente artículo es un documento de trabajo preparado para el Proyecto Naturaleza en Disputa, que se viene desarrollando por parte de U N I J U S de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional con el apoyo de C O L C I E N C I A S , bajo la coordinación de Germán Palacio, a quienes agradecemos el haber autorizado su publicación. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 6 su vez reinventan ese universo simbólico. Por ello, desde el punto de vista de las ciencias sociales “la naturaleza” es un producto humano. Una de las conclusiones que resalta al hacer el balance de un siglo de etnología, es decir, de un siglo del estudio y la comparación de las diferentes sociedades y culturas del planeta, es la excentricidad y peculiaridad de la que se ha llamado a sí misma “cultura occidental moderna”. En medio del vasto panorama de múltiples formas de vida social y material que presenta el caleidoscopio de sociedades humanas, son notables ciertas de sus características centrales. Se trata de la única sociedad que se ha definido como la cima del devenir de la humanidad y se presenta a sí misma como el patrón o el referente universal frente al cual deben medirse y compararse todas las demás sociedades y culturas del planeta, a las que clasifica con base en el grado al que se aproximan a sus propios logros y realizaciones. Resulta también notable su pretensión de considerarse como “universal” en el sentido en que considera que sus valores y convicciones, sus formas de gobierno y de conocimiento, deben aplicarse y extenderse a la totalidad de pueblos y sociedades del planeta. Su pretensión de universalidad ha tenido por efecto principal el hecho de mostrarnos sus creencias y premisas como verdades neutrales, objetivas y naturales, ocultando al mismo tiempo el hecho de que estas hacen parte en realidad de un conjunto de mitos y relatos, de nociones y categorías que son el producto de su historia particular. De esta manera, parafraseando a Daniel Défert, occidente llegó a verse a sí mismo como un “proceso planetario” más que como una simple región del mundo (citado por Pratt, 1996:39). Uno de los relatos más radicales y eficaces que la cultura occidental ha universalizado es el de La Naturaleza. La noción occidental de la Naturaleza es quizá una de las más poderosas puesto que con base en ella se ha estructurado el imaginario que da sentido al mundo moderno, a su cosmología, es decir, a la manera a través de la cual se distribuyen las discontinuidades y 7 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 diferencias en el mundo. La cosmología2 occidental se construye sobre una concepción “naturalista” de la realidad. De acuerdo con ésta, la naturaleza es un ámbito material y objetivo que existe en sí, de manera exterior a lo humano e independientemente de todo conocimiento. Es un “objeto” virgen que existe de manera autónoma a la sociedad o a la cultura, oponiendo así lo natural y lo social como dos ordenes de realidad diferentes, como dos entidades ontológicas en sí mismas, separadas y opuestas. La separación entre lo “Humano” y lo “no Humano” se ha convertido para nosotros en un supuesto absolutamente “natural”. Sin embargo, la línea que separa estos dos ámbitos no se encuentra inscrita en el mundo, pues las fronteras siempre son trazadas por la sociedad y ésta no es una excepción. Como lo subrayan Descola y Palsson (1996), no se trata de una oposición cualquiera sino que esta constituye, por el contrario, la piedra angular del pensamiento racional moderno, de la epistemología de la ciencia. Y no es precisamente por el hecho de que la ciencia tenga un cierto nivel de eficacia, que se pueda o se deba considerar que la cosmología naturalista moderna sea por ello superior a otras y como tal, la única cuya autoridad no pueda ser cuestionada. Esta oposición, que tenemos la tendencia a considerar como real y universal es de hecho una forma histórica reciente y, a juzgar por sus resultados, se podría inclusive decir que resulta precaria. De hecho, buena parte de los problemas que de manera consensual identificamos como verdaderas amenazas a la salud y al futuro del planeta, son la consecuencia directa de la puesta en marcha, de la operatividad, de esta “cosmología” en particular. Su capacidad de descripción, de explicación y de predicción al tiempo 2 Entendiendo por cosmología el marco de pensamiento en el que existimos: las leyes y los principios que organizan las actividades básicas de la vida cotidiana y que definen los conceptos básicos del tiempo y del espacio y dan cuenta de la naturaleza de las cosas en el mundo, configurando así lo real, lo posible, lo tolerable. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 8 que nos ha deslumbrado con el señuelo de su eficacia, ha puesto en evidencia sus limitaciones y profundas incapacidades. En realidad, el actual estado de cosas en el planeta dista mucho de los logros ideales a los que la capacidad de la ciencia ha prometido conducirnos. Ahora, cuando el sueño se convierte cada vez mas en pesadilla y estos ideales hacen parte de un mundo agonizante que está siendo interrogado, paradójicamente se los considera más verdaderos que nunca, han colonizado nuestra realidad y nuestra imaginación hasta el punto en que resulta casi imposible concebir nada por fuera de ellos. Esta oposición fundadora, entre la naturaleza y la sociedad, no solamente tiene profundas implicaciones para la epistemología de la ciencia, sino que constituye la base de nuestra economía y de nuestra economía política. Como lo señala Jacques Leenhardt (2000) con motivo de la Exposición Universal con la que se celebra el inicio del nuevo milenio en Hannover, debemos partir de reconocer que nuestra civilización occidental ha privilegiado la eficiencia económica y de que su sistema de conocimiento se ha desarrollado al servicio de esta prioridad. No resulta por ello gratuito que en el mundo contemporáneo lo ambiental se mire principalmente desde el punto de vista físico y biológico, mientras que los procesos sociales y políticos que lo configuran sean sistemáticamente ignorados e invisibilizados. Este proceso de “fetichización” (en el sentido dado por Marx) de la realidad ambiental, tiene como consecuencia que las únicas soluciones y posibilidades de acción que logramos imaginar, estén enmarcadas en el ámbito de la técnica, asegurando así cada vez más, el nudo gordiano con el que nos encierra. Tal vez un lugar común preponderante en occidente es el del amor a la naturaleza como antídoto contra la corrupción de la vida urbana, de la vida civilizada. La “verdadera naturaleza” es aquella que es virgen, que nunca ha sido tocada ni intervenida, aquella que conserva la pureza del estado original, anterior y opuesta a la vida civilizada. Para darle sentido a la vida moderna, a nuestra experiencia cotidiana, de cierta manera nos definimos a partir de las 9 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 imágenes que adjudicamos a la naturaleza, a lo que no somos, a nuestra alteridad: ella (universalmente en femenino) representa la autenticidad, la inocencia, la belleza, la aventura, lo exótico, la libertad, la soledad, la paz, lo simple, lo real. Ella es única, pura, saludable, bella. Al mismo tiempo está “desierta”, es salvaje, desolada, reina allí la confusión, el desorden y el caos. Oscila entre narraciones donde se convierte en paisajes escénicos para viajes románticos, en bosques prístinos para ser conservados y atesorados y, al mismo tiempo, en narraciones en las que se representan como los amenazantes lugares de la malaria, en paisaje que debe ser disciplinado, sometido, colonizado o mejorado. Tenemos un affaire amoroso intenso con lo natural por excelencia, con los paraísos distantes, abundantes en frutos y seres exóticos, plenos de exuberancia y sensualidades; paralelamente sentimos odio por estos parajes infestados de fiebres, de plagas, de enfermedades, de peligros, de calor y humedad, de gentes oscuras y amenazantes, de serpientes. Hay una serie de procesos inquietantes detrás de la magia de las imágenes ideales de la naturaleza prístina, que logran ocultar por medio del fetichismo de los “hechos naturales”, los discursos raciales, de género y de clase con que los impregna la sociedad, cubriendo con una cortina de humo las formas de dominio. Nuestra versión de la naturaleza se construye mediante un proceso de ocultación, que tiene lugar a través de mostrar, de hacer evidente, de poner en escena esta serie de imágenes,3 constituyendo lo que Barthes (1970) ha llamado mitos,4 construidos a partir de relatos, 3 Pierre Bourdieu (1996) anota que «la televisión puede paradójicamente, ocultar mostrando». 4 Entendiéndolos como relatos visuales o literarios que remiten a través de procesos de mediación, a objetos o eventos que quieren representar. Se producen a través de procesos discursivos. Su efecto más poderoso, está tal vez en los códigos usados para encriptarlos, para construirlos como signo; y al hecho de que este proceso resulta invisibilizado por la imagen misma. Los mitos, entendidos de esta forma, no son nunca irrelevantes, puesto que son fundamento de las formas que asumen las relaciones sociales. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 10 de figuras estandarizadas y de estereotipos. El propósito de éste trabajo es el de poner en relieve estas representaciones y de hacer evidente los mecanismos y dispositivos que se ponen en marcha a través de estos procesos de “ocultar mostrando”, cuyo sentido va mucho más allá de legitimar la comprensión particular de la naturaleza como externa a lo humano. Como lo propone Dalla Bernardina (1996:17) existe un vínculo de tipo funcional entre las prácticas y las representaciones, mitos e imágenes que la sustenta. En esta medida, los imaginarios no son únicamente el contenido de esas nociones sino su vehículo. Se pueden ver como el dispositivo por medio del cual se ponen en marcha una serie de prácticas, al tiempo que ocultan no solamente los presupuestos, premisas e hipótesis de los que parten, sino las relaciones sociales y económicas que legitiman. De esta manera, al proyectar nuestra visión dualista de la naturaleza como una realidad ontológica, se invisibilizan los supuestos de los que parte y los contextos históricos de los que surge y, además de que se descartan de plano otras formas de concebir la naturaleza, se impide que la cosmología occidental moderna sea reconocida como un discurso cultural particular. No se puede olvidar que no existe la Naturaleza en singular. Hay tantas naturalezas como grupos sociales. Ninguna de estas Naturalezas es inocente: cada una de estas versiones se constituye con el fin de abrogarse el derecho de actuar de cierta forma al tiempo que deslegitiman las acciones de otros. En este momento nos resulta imprescindible acercarnos a otras “cosmologías” y otras experiencias sociales que han demostrado tener resultados exitosos en la relación con sus biotopos.5 Para lograrlo debemos primero interrogarnos sobre las nociones y premisas que subyacen la nuestra. Resulta por ello pertinente e importante 5 No es gratuito ni casual que precisamente muchas de las que consideramos como “áreas naturales” en Colombia, sean precisamente los territorios ocupados históricamente por otras culturas, como por ejemplo la amazonía o el Chocó bio-Pacífico. 11 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 cuestionarse acerca de sus prácticas y técnicas, acercarse a los sentidos con los cuales se han forjado y por los cuales ha resultado operativa, con una mirada crítica .6 La invisibilidad de nuestra naturaleza como construcción social, es significativamente factor de muchos de los procesos que sabemos decisivos en la destrucción de nuestro entorno. La de-construcción de nuestra cosmología puede ser importante en la búsqueda de nuevos referentes para movilizar las sensibilidades, así como para imaginar nuevos puntos de partida para enfrentar el reto “ambiental”. Mirada histórica a la invención de la cosmología “naturalista” La naturaleza tiene una larga historia en el pensamiento occidental. Según Raymond Williams (1976) es quizá una de las nociones más complejas, tal vez por su origen en la frase latina rerum natura: “la naturaleza de las cosas”, que desde la antigüedad se usó reduciéndola a natura: la naturaleza de las cosas como Naturaleza. Williams (1976:219) señala también que los sentidos de esta palabra se han desarrollado manteniendo una tensión activa entre tres grandes ámbitos de significado que se mantienen vigentes en su uso contemporáneo: (i) lo natural como la cualidad esencial o el carácter de algo, (ii) la fuerza inherente que rige al mundo o a los seres humanos o a ambos, (iii) el mundo material ya sea que se incluya en este o no a los seres humanos. Indudablemente, la característica más importante de la noción occidental de la naturaleza es el hecho de concebirla, dentro del sistema de dicotomías heredadas del pensamiento griego, como 6 Entendiendo por crítica la práctica de evidenciar los supuestos e hipótesis, las bases de autoridad, las posiciones y condiciones que sustentan un planteamiento de una manera implícita. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 12 opuesta a lo humano, como un orden de realidad diferente y externo a la realidad humana, opuesto a la cultura. La tradición judeocristiana al tiempo que desacraliza la naturaleza, puesto que solo Dios es divino, eleva la humanidad sobre ella, partiendo de que Su creación más importante era El Hombre (seguramente así: en masculino). La oposición básica que funda la idea de naturaleza expone entonces la separación entre Dios y la Naturaleza de una parte y entre “El Hombre” 7 y la Naturaleza de la otra. En el Renacimiento se consolida la idea de que civilizar es virtualmente sinónimo de conquistar y dominar la naturaleza. Para Bacon,8 por ejemplo, el propósito del conocimiento era el de restaurar para “el hombre” el dominio sobre la creación, que había perdido con la salida del paraíso. El propósito de conocer la naturaleza era que solo así “esta puede ser dominada, manejada y puesta al servicio de la vida humana” (Boyle, 1668, citado por Thomas, 1983:27). Sin embargo, el campo de la “filosofía natural” que se desarrolla a partir del siglo x v i i , desborda ampliamente el ámbito del mundo material, pues al mismo tiempo que para entender la complejidad de los seres vivientes se procede a descomponer los cuerpos en sus elementos básicos y más simples, se debaten temas como los del derecho o la religión naturales, así, la idea de naturaleza se asocia también a los términos de la moral, el sentimiento, la virtud o la felicidad. La cuestión se precisa en el momento en que del término general de “naturaleza” se pasa al de “naturalista”. En la Enciclopedia, 7 La expresión “El Hombre” para designar a la humanidad, será utilizada en este trabajo entre comillas, únicamente cuando se trata de hacer referencia a nociones particulares, antes de que su utilización como denominación genérica, hubiera sido puesta en cuestión. 8 En Novum Organum (1620) propuso la observación y experimentación empírica como ejes del método científico. Llamo “ídolos” a las ideas y nociones preconcebidas con las que nos aproximamos al conocimiento de la realidad: los de la “tribu”, del “teatro”, de la “caverna” o del “mercado”. 13 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 Diderot atribuye a este término dos sentidos simultáneos: el científico, que hace del naturalista un estudioso del conocimiento acerca de las cosas naturales, “en especial en lo que concierne a los metales, los minerales, las piedras, los vegetales y los animales”. Se da también a esta palabra un sentido filosófico, reconociendo que “se denominan naturalistas aquellos que no admiten la existencia de Dios, y que solamente creen en la existencia de una realidad material, dotada de cualidades que le son esenciales como el largo, ancho o la profundidad…”. Lo anterior nos pone directamente en evidencia el hecho de que la idea de Naturaleza moviliza diferentes registros e implica necesariamente la relación entre ciencia, filosofía y religión. No es el objeto, ni habría espacio en este artículo para seguir la pista de la compleja y apasionante historia de la naturaleza en occidente. Nos interesa aquí mirar los ámbitos en los que se constituyen sus premisas básicas, bien como Cosmología, o como esquema ordenador de las discontinuidades en el mundo. Dicho en otras palabras, se trata de aproximarnos a las premisas básicas de nuestra forma particular de ver, de concebir y de categorizar el entorno, de describirlo; en una palabra, de imaginarlo. Asumiendo necesariamente los riesgos de todo resumen y simplificación, se van a esbozar las ideas centrales de varios hilos o líneas de pensamiento que han contribuido a consolidarlas: el desarrollo de la biogeografía, de la teoría estética y literaria del paisaje, de la geografía humana y la ecología. No sobra subrayar que no se trata de líneas de pensamiento que puedan ser consideradas de manera independiente, pues se desarrollaron estrechamente imbricadas, aunque haciendo énfasis cada una en problemas, métodos y objetos que le son específicos. Tampoco sobra decir que al seguir estas cuatro líneas se pueda considerar que se tiene una mirada exhaustiva de la compleja elaboración occidental moderna de la naturaleza, sin embargo, ellas permiten acercarnos al objetivo de sintetizar las hipótesis y premisas básicas de nuestra cosmología. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 14 1 . L A T E O R Í A E S T É T I C A Y L I T E R A R I A D E L PA I SA J E En el mundo occidental “el paisaje nunca puede ser reducido a su realidad física (...) se trata de una realidad ‘sobrenatural’”, en el mismo sentido con el que Baudelaire, en El Pintor de la Vida Moderna, se refiere al maquillaje que logra dar a las mujeres una apariencia “mágica y sobrenatural” (Roger, 1997:7). El paisaje es la expresión de la conciencia particular de la relación de la sociedad con su entorno, en él se encuentra “encriptada” una narrativa: lo que presenta a la mirada “no es una realidad dada, objetiva, ‘abierta’ al ojo inocente, sino un campo epistemológico construido tanto visual como lingüísticamente” (Jay, 1994). La noción de paisaje tiene origen en el término holandés landschap, cuyo sentido se refería a una delimitación territorial, al igual que landschaft, del alemán. A partir del siglo xv adquiere el significado de “cuadro o retrato de un país” (Roger, 1997:19-20). Esta última acepción se gesta en el momento en que un cierto tipo de mirada se convierte en el eje central de la experiencia. De acuerdo con Panofsky (1975), ello sucede en el momento en que la observación a distancia, desde una posición dominante, se convierte en la forma simbólica que media la experiencia humana de la realidad. Esta posición y esta mirada del observador, establecen la condición de emergencia y de posibilidad del sujeto moderno, es decir de un sujeto contemplativo, separado del objeto. Al mismo tiempo, esta mirada que percibe el entorno como paisaje, transforma el mundo en un objeto de escrutinio, de conocimiento, de intervención y de control. La experiencia del paisaje implica la existencia de un observador consciente que hace de su experiencia con el entorno, una relación reflexiva. Implica también la existencia de un aparato conceptual, es decir, de una serie de esquemas, de categorías y de conceptos que hacen posible y que organizan esa experiencia. El doble juego de la distanciación y de la objetivación permite que el paisaje se convierta en una entidad autónoma, un objeto en sí mismo. Un 15 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 paisaje es entonces un lugar, en tanto que ese lugar es un modelo de paisaje. Dicho en otras palabras, es un lugar que al verlo no se percibe solamente como topografía, como porción de la superficie de la tierra sino como una referencia, como una imagen que remite a la importancia, a la significación y al orden que ese lugar puede tener. El paisaje es pues una elaboración cultural, un proceso social y como tal solo puede ser comprendido en relación con las ideas y prácticas a través de las cuales ha sido construido. A partir de los criterios propuestos por Berque 9, se plantea que existen, en occidente, cuatro condiciones que definen el paisaje como experiencia: la primera es la existencia de un vocabulario específico que lo designa. Se convierte así, a través del lenguaje, en categoría del pensamiento. La segunda es una tradición de representaciones visuales, de imágenes pictóricas que lo codifican visualmente. La tercera es una cultura literaria que lo celebra, una literatura que hace visibles sus características, singularizándolo como realidad y como experiencia subjetiva. Por último, está la tradición del jardín, es decir la fabricación de modelos de paisaje a través de la intervención sobre los elementos naturales, transformándolos así en iconos. El nacimiento de esta sensibilidad, como experiencia particular de la cultura occidental, surge en el Renacimiento en un momento en el que la descripción, la percepción y la pintura se definen a partir de un conjunto de intereses, de saberes y de intenciones que transforman completamente la mirada europea sobre el mundo, sobre la naturaleza y sobre la naturaleza de las cosas, a la luz de los viajes de descubrimiento. Se gesta de la mano de una serie de procesos técnicos que incluyen la racionalización de la agricultura, las técnicas ópticas en la pintura y la sistematización del espacio por parte de las matemáticas. 9 Agustin Berque (1994) propone estos criterios para identificar lo que el denomina “culturas de paisaje”, aquí me baso en ellos para definir las condiciones particulares del paisaje como experiencia particular de una cultura, la occidental. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 16 a. El Paisaje Agrícola: El Idilio Arcadiano Antes de inventar los paisajes, la humanidad creó los jardines (Roger, 1997:31). Estos se concibieron desde siempre como espacios cerrados, separados, interiores: como albergue frente a la naturaleza externa que es el ámbito donde reinan el desorden, el vacío y el miedo. El jardín se cultiva mas por placer que por propósitos utilitarios (Clark, 1994:19), ya desde el Génesis se muestra el Edén, el jardín originario como un sitio ideal, plantado por Dios. En este lugar cercado, benéfico, seguro, protegido contra la naturaleza hostil y entrópica, reinan el orden, la abundancia y el placer. Al mismo tiempo se concentran allí las especies, los efectos y los elementos mas preciados: “a world in a nutshell”, en palabras de James Joyce. Es por ello quizá que el primer paisaje apreciado por occidente, es un territorio desbrozado, domesticado, apacible y sensato. El desarrollo y las transformaciones introducidas a la práctica de la agricultura, desde la colonización romana inician el desarrollo de una cierta percepción técnica del ambiente, definida en principio por la geometrización de las áreas de uso agropecuario. Así desde épocas romanas, el “espacio rural” europeo comienza a pasar de una estructura de “campo abierto” a la de huertas cerradas, en las que se alternaban usos diversos. Estas son la base de lo que hoy se conoce como el jardín mediterráneo. Por otra parte, en la medida en que consolida la propiedad privada, se va haciendo necesario que en el espacio destinado al uso agrícola, las parcelas tengan límites claramente definidos, a través de barreras, muros y cercas, lo que permite calcular y medir las operaciones en la actividad agrícola cuya finalidad es, desde entonces, la obtención de excedentes. Para el Renacimiento, la idea de vivir de los dones de la naturaleza, se ve desplazada por la de que son los seres humanos quienes tienen en sus manos el dirigir y explotar los bienes de la naturaleza. Las tierras incultas, sin “mejoras” se consideran baldías (res nullius). Se comienza a consolidar la idea de su valorización por medio del trabajo, 17 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 acompañada por la convicción de que la generación de riquezas depende del comercio. Esta dinámica comercial, productivista y orientada al mercantilismo avanza en la transformación del mundo rural al generar un movimiento de privatización de los espacios comunales. Los cercados se convierten no solo en un mecanismo económico y en un concepto jurídico sino también en una categoría estética. La propiedad sobre la tierra se concibe en términos individuales y a partir del trabajo invertido, entendido este en términos de la serie de prácticas agrícolas desarrolladas para entonces, particularmente alrededor de la cultura del vino. Esta convicción es tan poderosa que Locke, en sus Dos Tratados (1690), justifica la apropiación de las tierras aborígenes en América precisamente a partir de que en estas reinaba el desorden, eran tierras salvajes donde no se reconocía el orden del paisaje económico europeo y por lo tanto se consideraban baldías. Argumenta que los pueblos aborígenes se verían más que recompensados por la pérdida de sus tierras, con la abundancia material y la mayor productividad de las prácticas europeas. No se trata solamente de la utilidad de la naturaleza, de su potencial de producción económica, sino de la satisfacción frente al espectáculo del aprovechamiento optimizado de las tierras, del deleite y el placer que produce la contemplación de un campo productivo y saludable. La belleza “natural” que se produce así, es también resultado del trabajo humano. La racionalidad ordena la naturaleza en función de su utilidad, pero también lo hace en función del placer, en función de una estética. La agricultura se convierte así en paisaje, en el que entra en juego su trasformación, tanto instrumental como estética. El paisaje que se instala en la mirada del siglo xvi, es entonces el que representa el campo domesticado por su vecindad con la ciudad. Es un paisaje que se aprecia precisamente por ser opuesto al territorio “estéril” y “salvaje” del mundo externo. La imagen preponderante La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 18 en la sensibilidad europea es la del idilio arcadiano.10 Este paisaje bucólico, es el que va a habitar la mirada europea durante doscientos años, hasta que el Siglo de las Luces inventa nuevos paisajes y transforma de manera fundamental la sensibilidad occidental. b. Las técnicas ópticas en la pintura del Renacimiento El paisaje occidental en tanto que esquema de visión es fundamentalmente pictórico. El desarrollo de la perspectiva como ciencia óptica, fue central para su surgimiento. Fue también determinante para la primacía en la cultura occidental moderna de la visión como sentido o modo dominante de aprehensión del espacio, de la naturaleza y de la realidad material: el “ocucentrismo” o “sentido maestro” como lo llama Martin Jay (1994). El ojo es en occidente un sentido intelectual (...). De hecho, la imaginación esa capacidad de la mente para construir imágenes y a través de ellas formular esquemas y metáforas, que tiene el poder para sintetizar del mundo dado formas y significaciones; pasa por el ojo, la visión y la mirada.” (Laville y Leenhardt, 1996:24). El nacimiento de la perspectiva se sitúa en el Cuatrocento Italiano. Esta se construye inicialmente a partir de un volumen cuadrangular donde se inscribe, enmarcada por líneas de fuga, una escena que tiene como telón de fondo un paisaje: “el cubo escénico”, como lo denomina Francastel (1965). Como momento crítico Erwin Panofsky (1975) destaca en particular “La Anunciación” de Ambrogio Lorenzetti, en 1344. La importancia de esta obra, según él, …reside en el rigor con el que por primera vez el artista, obliga las perpendiculares visibles del plano de base a converger en un único y 10 Arcadia, región central del Peloponeso, cubierta de bosques y poblada por pastores de costumbres simples, adoradores del dios Pan, es en el imaginario de la Antigüedad Clásica el país mítico de la felicidad pastoral y la armonía con la naturaleza (aunque estas condiciones contrastan con la actualidad de la región). 19 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 mismo punto (…): el punto de fuga ‘como la imagen de los puntos infinitamente alejados de todas las lineas de fuga’ es, por así decirlo, el símbolo del descubrimiento, en lo concreto, del infinito mismo (…) El plano de la base deja de ser la simple superficie del suelo de un espacio cubico cerrado a la izquierda y a la derecha por los límites del cuadro (…) se convierte, por el contrario, en la una franja de espacio, limitada ciertamente por el telón de fondo haca atrás y por el plano del cuadro adelante; que, sin embargo, se extiende hacia los lados hasta donde la lleve nuestra imaginación (…) esta tiene además por función explícita la de permitirnos leer las dimensiones de los cuerpos que sostiene, así como las distancias entre ellos. ( Pa n o f s k y, 1 9 7 5 : 1 2 5 ) El telón de fondo del paisaje se ve cada vez mejor integrado a la escena, de acuerdo con las normas vigentes en la época, según las cuales la profundidad del espacio se representa en tres planos (ocre para el más cercano, verde para el plano medio y azul para el más lejano, sin gradaciones) y los detalles se describen con la misma minuciosidad, aunque se reduzca el tamaño de los objetos. La invención del paisaje en occidente implicó la conjunción de dos condiciones. La primera fue la laicización de la naturaleza, de la creación, pues en la medida en que los elementos naturales estuvieran en el marco de una representación religiosa, no podían ser concebidos sino como signos, ordenados y distribuidos en el ámbito del espacio sagrado que les daba unidad. La perspectiva al instituir la profundidad, pone a distancia los elementos del paisaje y de este modo los laiciza. La segunda condición es entonces que los elementos naturales conformen un grupo autónomo, una unidad como conjunto (Roger, 1997:70). Una segunda tradición pictórica que tuvo también una influencia decisiva en el logro de estas dos condiciones fue la escuela de pintura de Flandes y los Países Bajos, que hizo dos aportes cruciales. El primero, las ilustraciones de los Tacuinum Sanitatis o La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 20 tratados donde se recoge una especie de vademécum de preceptos naturalistas de la salud. En ellos no aparecen representados los especímenes naturales como objetos aislados, sino que por el contrario, tanto las plantas como los animales se mostraban dentro del conjunto de su medio circundante (Roger, 1997:70). Su segundo aporte decisivo fue lo que se ha llamado “la ventana flamenca”. Ésta aparece al principio como una abertura en el telón de fondo desde donde se “abre” la vista hacia el exterior. La ventana atraviesa, ilumina y laiciza la escena en penumbra creada en el interior cerrado del “cubo escénico”. En un comienzo es como una pequeña mirilla, situada en el interior de la escena que se va agrandando hasta que en la pintura de Patinir a finales del siglo xv, adquiere la dimensión misma del cuadro, invirtiendo así la relación entre la escena y la ventana. Termina por convertirse en un marco que al aislar y encuadrar el territorio en el lienzo, lo convierte en paisaje. No solamente el cuadro mismo se convierte en la ventana, sino que se cambia su proporción: se aumenta su largo y se disminuye su altura, con lo que se logra una visión panorámica, la “vista a vuelo de pájaro”, que resulta espectacular (Roger, 1997:74-77). La invención del paisaje, como es evidente, no se dio a partir de representaciones ni realistas ni naturalistas, puesto que como categoría del pensamiento, surge inmersa en el juego de distorsiones que hacen posible esta “máquina para mirar”. Las convenciones pictóricas se transforman en convenciones visuales, de acuerdo con las cuales se ve instituida y determinada una distanciación con el objeto. Es entonces la relación con la naturaleza, mas que la naturaleza misma lo que ocupa la escena pictórica. La organización del paisaje como despliegue de los elementos de la naturaleza para ser vistos, se orienta a crear la apariencia de una estructura, de un marco que aparentemente existe aparte y que precede los eventos, objetos e individuos que representa. Estas técnicas de orden visual del paisaje producen y codifican una jerarquía visible. Al ordenar lo 21 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 desordenado, al coordinar lo discontinuo, se vuelven fundamentales para la reflexión y para la práctica. Esta estrategia de “encuadrar” la realidad material, el entorno, se transforma en una “visión del mundo”, en una estructura mental, en la modalidad a través de la cual el sujeto en occidente va a establecer su relación con el cosmos. Es una visión ideológica o una “forma simbólica”, como lo define Panofsky (1975), que da una dimensión física a la idea de que el mundo es una totalidad material que se presta a una mirada que lo ordena y lo organiza por y para el escrutinio humano. c. La sistematización del espacio Retomando lo propuesto por Panofsky, la imagen de la infinidad de puntos y ortogonales es de alguna manera el símbolo concreto del descubrimiento del infinito y de una concepción del espacio que permite “leerlo” en términos de un sistema de coordenadas y de una retícula ortogonal que teóricamente se extiende al infinito. Cada punto, aunque tiene una localización específica, es una posición sin ningún contenido que ocupa un espacio neutral indistinguible, en principio, del que ocupan otros puntos. El espacio así definido se convierte en tres dimensiones físicas que existen naturalmente, antes y más allá de los cuerpos, recibiéndolos de manera indistinta. Se invisibiliza el contenido social que de hecho tiene cualquier localización, como por ejemplo la jerarquía que existe entre arriba y abajo, delante y atrás o norte y sur. El mundo inscrito en el espacio sistémico es un mundo material y mesurable, el que es posible objetivar pues tiene una estructura homogénea, cognoscible y controlable. El cosmos se vuelve así fabricado y fabricable, donde el infinito constituye una nueva dimensión que va a poder ser aprehendida por el ojo: el ojo teórico (del griego theos: dios y oromai: ver, la visión Divina). El paisaje material que se presenta así a los sentidos, como espacio sistemático, paradójicamente abre la puerta a una doble realidad pues el La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 22 mismo proceso de homogeneización y de sistematización de la percepción a partir de la perspectiva y las matemáticas permite el reconocimiento de una multiplicidad de “puntos de vista”, así como de puntos de fuga creados por las diferentes “escenas” imaginables. Nacen entonces simultáneamente, como gemelos, dos modos de aprehender lo real, el mundo natural: el modo “objetivo” de la ciencia positiva, y el modo “subjetivo” de la fenomenología. Nuestra sensibilidad se va a desarrollar a partir de la tensión entre la complejidad de estas “miradas”. Según Francastel (1965), percibimos el espacio a partir de tres maneras de “ver”: la “pictórica” que organiza visualmente los objetos en un espacio normalizado y esquematizado, que recrea una representación visual; la “proyectiva”, que mira los objetos en su singularidad, los que se presentan a nuestra mirada desde su identidad como objetos y no desde su ubicación en el marco de una categorización, clasificación o descripción. Se trata de la mirada fenomenológica, en la que “la experiencia precede a la esencia”. Finalmente, la “matemática”, donde los objetos se ven subsumidos en fórmulas abstractas, en las que no interesa ya su dimensión cualitativa, y donde las relaciones entre objetos se conciben según las metáforas matemáticas. En adelante estos tres modos de percepción están presentes, simultáneamente, en nuestra visión del mundo. Hacen parte integrante de nuestra cosmología. Para este momento, La naturaleza se cultiva y se convierte en campo productivo (…) con las ciencias astronómicas se convierte en universo, en mundo abierto a la circumnavegación, en el cual se descubre una diversidad humana y natural hasta entonces insospechada. Situada bajo la lupa y el microscopio, inclusive asumiendo la forma de cuerpo humano como en la Lección de Anatomía de Rembrandt, la naturaleza pierde su misterio, escapa a los dioses y se convierte en asunto de científicos. ( L av i l l e y L e e n h a r d t , 1 9 9 6 : 2 6 ) 23 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 2. LO SALVAJE Y LO SUBLIME Hasta finales del xvii, los bosques, la montaña y el mar hacían parte, en la mirada colectiva, de una serie de lugares que producían rechazo, miedo y aprehensión, eran verdaderos “territorios repulsivos” (Roger, 1997:86). Las causas de esta “fobia” no eran solamente objetivas como el rigor del clima, la esterilidad de los suelos o las dificultades y peligros que presentaban; eran sobretodo simbólicas. La montaña estaba ligada a la maldición, el mar era la faz y el vestigio del diluvio y la penumbra del bosque, el laberinto aterrador de los desconocido. Representaban el mundo de las fuerzas indómitas, del caos y el desorden. Eran el arquetipo de la naturaleza salvaje, desierta –en el sentido de inhumana– y, por lo tanto, aterradora. Opuestos a la civilización y a la razón, estos lugares representaban la oscuridad de lo ininteligible frente a la claridad de la ciencia y de la técnica, de la agricultura; la anarquía y el caos frente al orden de racionalidad. La conquista material, conceptual y estética de estos espacios repulsivos tuvo como condición la disolución de los prejuicios que encerraban. De acuerdo con Alain Roger, en esta historia –la de la ascensión a la montaña, la extensión de la mar y con ellas la penetración a lo salvaje– hay dos fechas emblemáticas: 1770, cuando se publica Julie ou La Nouvelle Helöise de Jean-Jacques Rousseau y 1787, fecha de la ascensión del Mont-Blanc por Benedict de Saussure. Indudablemente, los viajeros jugaron un rol importante en la invención de los lugares repulsivos como paisajes (Roger, 1997:91). Después del Renacimiento las “personas de calidad” comienzan a viajar por Europa por placer, sin estar obligadas a hacerlo. Se quejan, pues se exponen a peligros, a cuarentenas y a bandidos, a incomodidades y al azar ya que no había una verdadera red de caminos sino de trochas marcadas por el uso. Antes de que surgiera una verdadera cartografía de lugares y caminos aparecen las guías de viaje, escritas por los pioneros. La primera de la que se tiene noticia La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 24 data de 1552: La Guía de Caminos de Francia publicada por Charles Estienne, “a la solicitud de mis amigos” (Boyer, 1996: 17). Las guías se vuelven indispensables. Los viajes se describen allí como una secuencia lineal de etapas, entre las cuales se precisan las distancias a recorrer y los medios de hacerlo en el menor tiempo posible, dan la lista de ciudades, hostales, abadías, arzobispados, todas aquellas cosas “dignas de la memoria”, que no pueden dejar de ser vistas. A fines del siglo xvii, los jóvenes nobles de Inglaterra con aspiraciones de convertirse en gentlemen, culminan su educación a través de un viaje que llevaba a Roma, la cuna de la civilización: The Tour. Pronto, este viaje es considerado como fundamental para la educación de los jóvenes aristócratas del continente quienes van en busca de la antigüedad clásica, prestando atención a lo que en las guías se establece que debe imprescindiblemente ser visto. El itinerario se organizaba a partir de los modelos pictóricos y literarios existentes. En 1741 dos jóvenes ingleses, Windham y Pococke, de paso por Ginebra en el tour deciden, empujados por el aburrimiento, llevar a cabo una expedición a los Alpes. La relación que publican de su hazaña pone de moda los glaciares. Se da así inicio a la conquista progresiva de la montaña que se va dando, al igual que sus representaciones, escalonada por niveles: los valles altos de los ríos, los glaciares y las cimas. De acuerdo con Starobinski (1964:19), “en el descubrimiento de la montaña, el ojo iba siendo instruido por la pintura”. La ascensión, aunada ahora al espíritu de conquista tanto científico como deportivo, acompaña una nueva sensibilidad poética. Así lo atestigua la crónica de la ascensión al Mont Blanc de Benedict de Saussure, en 1787. En ella apunta que, Tanto el físico como el geólogo, encuentran en la alta montaña objetos grandiosos dignos de admiración y estudio (…) Estas enormes cordilleras que penetran las regiones mas elevadas de la atmósfera, parecen ser 25 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 el laboratorio de la naturaleza y el depósito donde ella acumula todos las fortunas y todas las desgracias que caen sobre nuestras tierras: las corrientes que la irrigan, las torrentes que las arrasan, las lluvias que la fertilizan y las tormentas que la asolan. Todos los fenómenos de la física general que se encuentran allí presentes son de una grandeza y majestad de la que los habitantes de la planicie no tienen ni idea. ( c i ta d o p o r Ro g e r , 1 9 9 7 : 9 3 ) El siglo xviii trae consigo, de esta manera, otra visión de la naturaleza salvaje. Se comienza a asociar a ella la idea de libertad absoluta y se destaca por primera vez en el marco de la estética, la pasión “por las cosas de la naturaleza”, por el estado salvaje: allá donde ni la vanidad, ni los caprichos ni los artificios del “hombre” han hecho su irrupción. La naturaleza de una serie de objetos se convierte en el símbolo de la naturaleza salvaje: las rocas, cavernas, grutas, cataratas y los bosques. Estos rinden homenaje y representan lo salvaje frente al simulacro de la naturaleza geometrizada que predominaba tanto en el paisaje agrícola como en el jardín europeo. El centro de esta nueva sensibilidad estética, es la pasión por todo aquello que represente lo absolutamente contrario a la idea de lo civilizado, de lo cultivado: la pasión por el peligro, por lo violento, lo salvaje, lo grandioso capaz de confrontarnos a la muerte, al riesgo y a lograr, a través del sentimiento del terror, un nuevo sentido de la vida. Surge así la idea de lo sublime, ligada a las sensaciones y sentimientos de aquellos capaces de ir a los extremos de la vida, para recuperar su sentido, a las fuerzas telúrica de la naturaleza salvaje. Lo sublime fue desde los últimos decenios del siglo xviii, no sólo el paisaje y la categoría estética por excelencia, sino aquello que representa también la nueva sensibilidad paradójica, una suerte de fascinación mezclada con el terror y la repulsión frente a lo salvaje, un “espectáculo horrendo”, “un horror delicioso”. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 26 Mientras que lo bello deleita, lo sublime procura un placer profundo. El campo es bello, “placentero”, el mar y la montaña son sublimes, salvajes, terroríficos. Lo bello es femenino, lo sublime masculino (Roger, 1997:103). Se trata de una experiencia que requiere de un nuevo hombre (esta vez, claramente en masculino): mas fuerte, capaz de confrontar las circunstancias mas peligrosas, capaz de llevar a cabo ya no un cómodo tour por los salones europeos y las ruinas grecorromanas, sino de realizar las hazañas necesarias para un viaje de carácter iniciático. En adelante, el sentido mismo del viaje cambia. Jean Jacques Rousseau con Julie ou La Nouvelle Helöise de 1776, abre una nueva línea de pensamiento sobre la naturaleza que más tarde va a retomar el Romanticismo. Se opone abiertamente a la concepción racional, cuya expresión por excelencia ha sido el jardín francés, geométrico, ordenado a partir de juegos de simetría y de perspectiva. Condena el tipo de mirada inquisidora que requiere la observación científica, a la que llama “mirada rapaz” y opone a ésta estética del artificio y del efecto, una ética del cuidado y la atención, así como una mirada desinteresada que responda al respeto por las organizaciones espontáneas y la fecundidad de la naturaleza sin imponerle un dominio. El arte de la naturaleza, es entonces el de la profusión de la vida. Para Rousseau, la única que debe ser controlada es la naturaleza humana, la que requiere de un esfuerzo profundo para sobrepasar el amor propio, en el que se motivan las relaciones de poder que están en el origen de la desigualdad. Este esfuerzo ético debe dirigirse a lograr el gusto por la existencia en el aquí y el ahora, para garantizar la verdadera armonía, la del placer del espectáculo de la vida, la del bienestar que produce el sentimiento de la propia existencia. Rousseau introduce toda una serie de conceptos, como el del equilibrio natural propio a la idea de una “naturaleza salvaje” no intervenida, que podría servir de modelo para su protección y conservación; así como el sentimiento de 27 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 una fusión subjetiva de la humanidad con la naturaleza. Aunque no cuestiona la irremediable concepción de lo humano como separado de la naturaleza, ni la idea de que ésta es objeto de su mirada y por lo tanto de su intervención, introduce la complejidad del sujeto y de la subjetividad, sin cuestionar ni negar su separación en la relación del conocimiento frente a la naturaleza objetivada. El romanticismo “pone a la orden del gusto del día una nueva belleza, la de la naturaleza sin humanos, salvaje, desordenada. En una palabra natural, habiendo privilegiado el Todo, el cosmos, los románticos se dedican a buscar las armonías entre el hombre y la naturaleza, mas que a avanzar en el análisis de esta.” (Laville y Leenhardt, 1996:29) 3. LA BIOGEOGRAFÍA La experiencia del paisaje como la comprensión de lo real a través de la experiencia visual hace parte sin lugar a dudas de la mirada biológica, la que no es nunca ni inocente ni “natural”, que se consolida en el marco de la “era de los descubrimientos”. Cuando Europa lanza sus viajeros “naturalistas” a todos los mares y continentes del planeta, se afianzan tres aproximaciones a la representación del mundo y de la naturaleza: el realismo en las descripciones, la clasificación sistemática de los objetos en el marco de la colección y el método comparativo como explicación. La diversidad del mundo material se reduce a aquello que la mirada del naturalista propone y enmarca a través de las “mediaciones controladas” de las disciplinas científicas, de las matemáticas, la geometría y la cartografía. Los paisajes de los nuevos mundos llegan en un principio a Europa como fragmentos, como conjuntos de objetos descontextualizados: ejemplares botánicos, animales, plumajes, los que constituyen verdaderas muestras de curiosidades para ser coleccionadas, examinadas y cuya diversidad va a ser la clave de su La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 28 singularidad al enmarcarlas en clasificaciones y sistemas descriptivos. Se construyen como verdaderos microcosmos que exhiben el inventario del mundo. Los naturalistas se dedican a acumular colecciones con el fin de realizar el inventario de los reinos mineral, animal y vegetal, al tiempo que van clasificando y nombrando las miles de especies que van entrando al repertorio. Europa no solamente estaba “descubriendo” el mundo sino que lo estaba definiendo, jerarquizando, categorizando y clasificando al tiempo que iba poniendo en marcha su proyecto de expansión colonial. Como lo señala Pratt, …el gran problema de la descripción física del globo” de ninguna manera es independiente del gran proyecto de expansión política y comercial que Europa estaba articulando simultáneamente a escala global. Aparte de todo lo que puedan ser, las taxonomías descriptivas europeas, como sus museos, sus jardines botánicos y sus colecciones de historia natural, son formas simbólicas de apropiación, articulaciones de su “conciencia planetaria. ( P r at t , 1 9 9 6 : 3 9 ) A finales del siglo xviii culmina la fase de exploraciones marítimas que permitieron el trazado cartográfico de las costas de los cinco continentes y se inicia una segunda etapa: la exploración de la Terra Incognita, el interior de los continentes. A partir del célebre viaje de Cook al Pacífico sur,11 las crónicas de viaje imponen un nuevo tono; se adopta la retórica científica como narrativa de viaje y como lenguaje para retratar los nuevos mundos. La influencia 11 En 1768, a bordo del Endeavour, se dirige al recién descubierto archipiélago de Tahiti con un grupo de astrónomos para observar el transito de Venus en 1769, de allí pasa a Nueva Zelandia tomando posesión de sus tierras firmes y levantando el mapa de su linea costera (3860 km). En 1770 descubre y mapea la costa este de Australia, proclamándola parte del imperio británico. 29 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 paradigmática de la física de Newton, apuntala este tipo de aproximación de tipo más empírico a la naturaleza. Con la aplicación de la interpretación mecanicista de Newton, que descompone la globalidad en una multiplicidad de fenómenos independientes vinculados por relaciones que les son externas. El método empíricoinductivo se impone así sobre el método hipotético-deductivo. La Historia Natural de Buffon, publicada en 1749, es el monumento a la tentativa de aplicación a toda la naturaleza, del mecanismo Newtoniano. Este propone allí que los seres de la naturaleza, al igual que todos los objetos físicos, se reducen a combinaciones de unidades. Afirma que el trabajo del naturalista no puede de ninguna forma limitarse a la descripción minuciosa de la realidad observable, sino que debe, a partir de ella, elevarse al conocimiento de lo general, al de las leyes de la vida y establece que, La naturaleza es una obra perpetuamente viva, es como un obrero que no cesa jamás su actividad, que sabe emplear todo cuanto tiene a su alcance, trabajando siempre de acuerdo con su propia lógica, y aunque siempre lo hace a partir de los mismos bienes, no sólo no los agota, sino que los vuelve inagotables. ( C i ta d o p o r L a r r é r e , 1 9 9 8 ) La ciencia para ese momento consolida su imagen particular de la naturaleza. En su mirada ella es ante todo un objeto de conocimiento, cuyos elementos y atributos (a los cuales puede ser reducida) existen independientemente de la experiencia y del saber humano, son reales y objetivos y por lo tanto mesurables y cuantificables. Su comportamiento, siempre del tipo causa-efecto, se rige a partir de leyes y principios mecánicos y universales que pueden ser conocidos a través de la observación y el razonamiento adecuados. La naturaleza se concibe entonces, como un sistema de materia en movimiento cuya metáfora es el mecanismo. Se contrapone con la idea arquetípica de la antigüedad en la La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 30 que ella es la “madre naturaleza12 ”, un ser viviente y animado que ahora, a la luz de la ciencia, se ve desplazada por el símil con un dispositivo inerte, en el que el cambio y el movimiento se entienden como el efecto de fuerzas externas. Charles Linné, representa bien el modelo de la práctica naturalista dedicada a la realización del inventario de especies vivientes. Aunque su sistema de clasificación ya al final del siglo xviii se consideraba caduco, no lo fue en cambio su nomenclatura. Pero quizá el aporte más significativo de este naturalista fue su propuesta de lo que hoy podríamos considerar como una primera versión de la teoría general del equilibrio de la naturaleza, esbozada en lo que él llamó la economía de la naturaleza y que definió en 1749 como “la muy sabia disposición de los seres naturales, instaurada por El Creador Soberano, según la cual estos tienden a fines comunes y tienen funciones reciprocas.” (citado por Drouin, 1993:40). En esta visión los objetos naturales pueden, con su sola existencia, ayudarnos a conocer mejor la naturaleza en su conjunto, pues cada planta, cada insecto, por ínfimo que sea revela una faceta de la inteligencia creadora. Y lo que es aún más, descubrimos entonces que todas las cosas creadas nos son útiles ya sea directa o indirectamente. De esta forma, la noción de economía de la naturaleza garantiza la complementariedad de las distintas ramas de la historia natural, subraya la utilidad social del naturalista como descubridor de numerosos recursos útiles potenciales y justifica, al mismo tiempo, la certeza de la existencia de un Dios creador, en cuya obra no hay 12 Se trata de uno de los mitos fundadores de la Antigüedad Clásica: Gaia, la personificación de la tierra, es la primera realidad material del Cosmos. Engendra por sí misma el cielo –Urano–, las montañas y los mares. Después se une a su hijo Urano, quien la recubre entera y de esa unión se gestan los primeros dioses, pero Urano, en su acto incesante de fecundación, les impedía nacer por lo que estos permanecían en el vientre de Gaia. Esta encarga a Cronos, su hijo menor, mutilar a su padre para liberar su descendencia. La tradición de Gaia destaca su papel protector, es ella quien asegura la continuidad de la vida protegiéndola del egoísmo masculino. 31 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 nada que sea vano o innecesario. El sentido de la creación es precisamente su utilidad universal. La noción de “economía natural” dejó tres ideas centrales como legado para las ciencias naturales: 1) la interdependencia de las especies, 2) la circulación de elementos y 3) la localización de las especies (Drouin, 1993). De la mano con la expansión colonial y los viajes de los naturalistas había surgido la certeza de que las plantas y los animales no se distribuyen al azar en la superficie terrestre. El plantearse el problema del estudio de la distribución de las floras y las faunas, de los aislamientos y las migraciones remite necesariamente a la cuestión sobre los orígenes de la vida y de las especies. Linné había imaginado el poblamiento de la tierra como una extensión continua a partir del Edén primigenio, pero las observaciones naturalistas hacían cada vez más difícil de admitir la tutela de esta visión religiosa del mundo. El comienzo del siglo xix se vio marcado por el auge de la geografía botánica, disciplina que busca situar los estudios naturalistas en el mismo nivel científico que la física o la química. Esta nueva rama de estudio conjuga la fisiología vegetal, la taxonomía y la geografía física y les abre nuevos rumbos y aplicaciones en los campos de la agronomía, la economía política y la geografía humana, convirtiéndose en antecesora directa de la biogeografía (vocablo que no aparece sino hasta 1900). El programa de la geografía botánica fue propuesto desde dos perspectivas: la propuesta por Alexander von Humboldt,13 en su Ensayo sobre la Geografía de las Plantas (1805) y la de Pyramus de Candolle quien reedita ese mismo año la Flora Francesa de Lamarck, a la que le añade un mapa botánico acompañado de una memoria sobre la geografía agrícola y botánica. 13 A partir de la experiencia del viaje que había emprendido entre 1799 hacia Cuba y Venezuela, donde explora el curso del Orinoco y casi todo el del Amazonas. Recorrió también el río Magdalena y la cadena andina hasta Ecuador, donde escaló el Chimborazo. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 32 La idea central de von Humboldt es la propuesta de realizar una geografía botánica que estudie de manera conjunta la distribución de los vegetales según la altura, las zonas geográficas y los factores físicos en general, teniendo en cuenta además la actividad humana que introduce y cultiva especies vegetales modificando así el paisaje. Para él, la aproximación cuantitativa no es sino una primera etapa que precede un proceso de comprensión a la vez global y sensible de la realidad que se aproxima a la filosofía de la ciencia y a la filosofía de la naturaleza asociadas a Goethe y a Rousseau. Von Humboldt asume una posición epistemológica original, al apoyarse sobre lo cuantitativo y en la búsqueda de causas físicas para “comprender” en un sentido hermenéutico, la realidad. Para él, el carácter de una región está dado en “ la belleza absoluta de sus formas”. Propuso la noción de medio natural y la desarrolló a partir de lo que definió como “el modo estético de tratar los temas de la historia natural”, en el que además de la descripción científica de los paisajes, de la flora, y de la fauna, se trataba de reproducir para el lector “ese placer que la mente sensible recibe de la contemplación inmediata de la naturaleza” (citado por Pratt, 1996). Su proyecto busca determinar cómo las formaciones vegetales se traducen en el paisaje y de esa manera, imprimen su marca en los seres humanos que los habitan. Para ello utiliza el término de “asociación” vegetal para definir una agrupación, delimitada espacialmente, por la presencia asociada de varias especies. El proyecto de von Humboldt traza las bases de pensamiento que van a permitir más adelante a Eugene Warning, profesor de Botánica en Copenhague, distinguir dos tipos de geografía botánica: una “florística” y la otra ecológica. Esta última la propone utilizando un término que hasta este momento no había pasado de ser un neologismo acuñado en 1866 por el biólogo alemán Ernst Haekel, a partir del griego iokos, casa, para designar “la ciencia de la economía, los hábitos y el modo de vida y las relaciones entre los seres vivientes”. Warning en su Ecología de las Plantas (1895) esta- 33 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 blece que la ecología busca estudiar la interrelación entre las asociaciones de especies que se encuentran en el mismo hábitat, la fisionomía de la vegetación y del paisaje y su relación con las condiciones del ambiente en que se encuentran. Por su parte, la propuesta de De Candolle, en su Diccionario de Ciencias Naturales (1820) se centra en los factores que actúan sobre la distribución de las diferentes especies vegetales estableciendo lo que él llamó “estaciones”, es decir los medios donde se encuentran o las “habitaciones” o regiones donde crecen naturalmente. De esta manera, define el concepto de región botánica y afirma que “toda la teoría de la geografía botánica se basa en la idea que uno se haga sobre el origen de los seres organizados y de la permanencia de las especies” (citado por Drouin, 1993:76) y sienta su posición al afirmar que “todas las especies son permanentes y todo individuo proviene de otro ser semejante a él”. Desde su punto de vista, la geografía botánica presupone una hipótesis sobre el origen de las especies. Darwin es heredero de esta tradición de investigación cuya definición misma enuncia un problema, el de región botánica o zoológica, cuya especificidad no se explica únicamente por el clima o los suelos. Para él, la afinidad entre las especies de una misma región biogeográfica se explica en términos de una comunidad de origen y las diferencias provienen de la selección natural, la que en medios diferentes favorece variaciones diferentes. En el año de 1859 aparece publicado El origen de las especies por medio de la selección natural y la supervivencia de las razas favorecidas en la lucha por la vida, donde propone su teoría de la evolución (resumida, por lo demás, en el título).14 Darwin planteó que el cambio en los seres vivientes 14 A partir de las ideas de Darwin se entiende por evolucionismo el conjunto de procesos a través de los cuales los organismos se han diversificado y modificado por medio de cambios sostenidos en su forma y función. La evolución se entiende a partir de esta idea como un proceso dinámico de transformación que conduce a un estado de cosas a través de estadios o etapas que van desde lo mas simple a lo mas complejo. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 34 es determinado por el medio, pues estos desarrollan particularidades para adaptarse a las condiciones que los rodean. El mecanismo o principio rector de la evolución es la selección natural que hace que los que estén mejor adaptados a un determinado ambiente sean los que se perpetúen. La idea de la supervivencia del más apto, del mejor adaptado, introdujo en el concepto de ambiente además de las condiciones materiales para la existencia, la relación con los otros organismos vivientes. El trabajo de Darwin tuvo un gran impacto en otro aspecto y fue el de haber dado legitimidad y autoridad a la aproximación de terreno en la ciencia, en un momento en que eran los trabajos de laboratorio los que contaban con el prestigio científico en las ciencias naturales, pues fueron sus experiencias de viaje, sus observaciones de campo, el trabajo comparativo y las reflexiones sobre las prácticas humanas observadas in situ, lo que le permitió dar a la naturaleza una historia. Darwin aporta, en este sentido, una visión genealógica “en un siglo en el que la historia es la clave para la aproximación a la realidad” (Drouin, 1993). Es en este contexto que surge el concepto de biosfera, propuesto por el geólogo austriaco Eduard Suess en 1875, en la que se resume la idea de la unidad del mundo viviente fundada en un origen y una historia comunes, un principio con base en el cual se van a producir toda una serie de nuevos objetos científico ya en el siglo xx. 4. LA DIVERSIDAD HUMANA Con la revalorización de la antigüedad clásica, y sobretodo con el descubrimiento de América, Europa se plantea dos preguntas que en el fondo son una misma: ¿Cómo clasificar al “hombre salvaje” con relación al “hombre del Renacimiento”? y ¿Cómo concordar la existencia, abundantemente documentada, de estas dos formas radicalmente diferentes de humanidad con la versión bíblica de la 35 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 creación del “hombre”? (Lenclud, 1992). La pregunta sobre la diversidad humana y su relación con la naturaleza humana y la naturaleza, es desde ese momento una de las ideas obsesivas del pensamiento occidental, a partir de la cual la naturaleza se convierte en la referencia y la norma para mirar la cultura. La naturaleza pasa a verse no únicamente como un fundamento, común a los seres vivientes, sino también como un origen, así lo natural y lo primitivo se aproximan. De la misma manera en que se consolida el concepto de La Naturaleza como realidad objetiva, se articula el de “El Hombre” como realidad genérica. Se propone primero la cuestión acerca de los criterios con los que construye la barrera que debe resultar infranqueable entre los humanos y los animales: ¿es acaso el lenguaje, la moral, o la razón lo que nos diferencia? A su vez la cultura se convierte en el referente para establecer las fronteras con la Naturaleza. En el marco de esta discusión entra en escena la noción de “áreas culturales”, concebidas como espacios delimitados en la superficie de la tierra que pueden ser consideradas como un todo, en términos no solo de su configuración física (relieve, altura), climática y biótica sino humana. Se refuerza así la concepción de que los diferentes “tipos humanos” en términos de raza y cultura son un efecto invariable del ambiente sobre sus habitantes. En esta discusión comienza a resultar evidente que la concepción del ambiente aparece siempre inmersa inevitablemente en la manera como se conciben las sociedades, las culturas y su historia. Esta noción se concibió, en la geografía, dentro de las pautas del determinismo, una tradición de pensamiento que considera que todos los aspectos de la actividad humana, desde las prácticas agrícolas hasta los sistemas políticos están determinados por factores biológicos y ambientales. Se visualizaba no como una interacción sino como una acción de una sola vía en la que el ambiente se entendía como el factor que orienta de manera determinante la evolución del progreso humano. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 36 Por otro lado, hacia el fin del siglo xviii, las concepciones climáticas del ambiente que habían sido desarrolladas por Hipócrates están todavía vigentes (Claval, 1977; Quesne, 1997). El pensamiento médico de Hipócrates (460-367 AC) instauró una manera de percibir y de conceptualizar el ambiente que se ha perpetuado incluso hasta nuestros días. El célebre tratado de la escuela hipocrática: Los Aires, las Aguas y los Lugares, establece las diversas influencias que el medio ejerce sobre los procesos fisiológicos. De acuerdo con éste, el médico debe volverse especialista en suelos, aguas, clima, vegetación, etc., puesto que toda esta gama de condiciones determina la dolencia y aporta información sobre el carácter de la enfermedad. Las ideas hipocráticas fueron retomadas con fuerza en el siglo xviii por Cabanis, el primer teórico del higienismo, para quien el medio tiene la capacidad de determinar no solamente la salud, sino el temperamento y las costumbres de los individuos, entendiendo por costumbres, además del régimen de alimentación, de sueño y de reposo, los hábitos de vida en general, las costumbres familiares, el trabajo y la vida social. De esta forma los hábitos corporales se revelan también como hábitos morales. Al considerar la nación como el conjunto de individuos que habitan condiciones ambientales homogéneas, se pueden caracterizar las costumbres y los tipos de todo un pueblo (Quesne, 1997). La influencia del medio se concibe no únicamente en términos estrictamente biológicos y fisiológicos, sino en términos de comportamientos y mentalidades. Paul Vidal de la Blanche formula los Principios de Geografía Humana partiendo de un “profundo sentido biológico”, donde aborda la inevitable cuestión del determinismo afirmando que “el capítulo más delicado de la geografía humana es el que estudia las influencias que el medio ambiente (milieu ambiant) ejerce sobre el hombre, en lo físico y en lo moral” (citado por Quesne, 1997:59). De la misma manera Eliseo Reclus, hace la siguiente reflexión: 37 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 Si la naturaleza tiene tanta influencia sobre los individuos, (...) por que no habría también de tenerla, a lo largo de los siglos, sobre los pueblos? (...) Sin lugar a dudas, la vista que domina grandes horizontes contribuye en buena parte a formar las cualidades de los hombres de montaña. No es por ello vano el dicho de que Los Alpes son el bastión de la libertad. (Reclus, 1866:173). Uno de los más notorios geógrafos de esta corriente, E. Huntington construyó ya en el siglo xx, un mapa de la ubicación global de las civilizaciones comparándola con la distribución de patrones climáticos para concluir que “ninguna nación ha ascendido a altos niveles de civilización, excepto en regiones donde el estímulo climático es el máximo” (Huntington, 1915: 365). En su análisis relaciona también civilizaciones y razas para concluir que “las razas nativas del trópico son lentas y perezosas” (ibid: 56). Para J.G.Herder, contemporáneo y alumno de Kant, el ser profundo de los pueblos está marcado por el medio. Esta influencia no la concibe, sin embargo, de la misma manera en que lo hace la tradición hipocrática; en su mirada, los distintos medios ofrecen diferentes posibilidades de sentir emociones que varían de un lugar a otro, inspiran poéticas diferentes. Para él resulta imposible comprender la diversidad de pueblos si no se estudia la escena en la que estos evolucionan, pues sus sentimientos, sus aspiraciones y sus emociones se dan siempre en armonía con el entorno (Claval, 1997:89). La idea de que el medio moldea al “hombre” da origen a una serie de propuestas que parten de la premisa de que para reformarlo y para transformar la sociedad lo que se hace necesario es transformar el entorno en que vive, es decir proveer un medio más armonioso. Esta idea se nutre de la tradición utópica e inspira tanto a los radicales como a los reformadores. Todas las propuestas de cambio social, desde el panóptico de Bentham hasta las de los so- La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 38 cialistas utópicos como Owen o Saint-Simon, se inspiran en esta premisa que sustenta y condiciona la práctica de la planificación urbana y regional hasta nuestros días. Simultáneamente en el pensamiento utópico europeo, a la visión de la historia humana y la cultura como una tendencia progresiva que eleva la humanidad a la cumbre de los logros de la razón, se va a oponer la visión de la civilización y la vida urbana como una decadencia regresiva, como un descenso del estado ideal de naturaleza, que ha venido siendo degradado por la civilización y sus vicios. Los males que aquejan a la humanidad y al planeta son, desde este punto de vista, el resultado de lo que la misma sociedad ha construido. Para la mayor parte de los pensadores del siglo xix, la reflexión sobre las formas primitivas es inseparable de la reflexión sobre la crisis moral, intelectual y religiosa de la sociedad moderna. Toma fuerza la idea de que “al fin del viaje que conduce del estado primitivo al de modernidad, de ellos a nosotros, la humanidad ha perdido algo en el camino, si ella se ha enriquecido, también se ha empobrecido. La expresión mas avanzada del género humano está minada en su interior” (Lenclud, 1992:21). Se materializa así para Europa una nueva idea, a partir de la cual se presenta otra forma de resolver la alteridad: a la idea de la existencia de parámetros universales de comparación, se le suma la de la inconmensurabilidad que abre el camino del pensamiento relativista. Sin embargo, como lo señala Lenclud, ha resultado prácticamente imposible exorcizar el pensamiento evolucionista (ibid:21). Así desde finales del siglo xix se impone, a partir de las ideas evolucionistas, una forma dominante de concebir la diversidad humana, sustentada en una concepción particular de cultura, ejemplificada por la definición del antropólogo Edward B. Tylor en 1871, según la cual la cultura “tomada en su sentido etnográfico más amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, los valores, la ley, las costumbres, y todas aquellas habilidades y hábitos adquiridos por el hombre, como miembro de 39 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 la sociedad.”. La cultura, al ser considerada como el producto del esfuerzo humano, se convierte en sinónimo de los resultados objetivos de la creatividad humana y termina por definirse en función de la aparición o no, de una serie de realidades materiales e ideales que se convierten en atributos o rasgos que le son esenciales. En su famoso discurso ante la unesco en 1952,15 Claude LéviStrauss resume claramente los dilemas que presenta la diversidad humana. Por una parte recuerda que a pesar de que el evolucionismo social es legitimado por la teoría de la evolución biológica, es anterior a ésta y es una “doctrina” que ha sido producto de otro tipo de preocupaciones inmersas en una posición etnocentrista. Levi-Strauss ilustra aquí extensamente como la “diversidad intelectual, estética, sociológica, no está ligada por ninguna relación de tipo causal con la diversidad que existe en el plano biológico” (1972:378) y que “ella no es tanto el resultado del aislamiento de los grupos sino más bien de las relaciones que unen a los grupos humanos” (ibid: 382). Señala también como “desde nuestro nacimiento, lo que nos rodea (l’entourage) hace penetrar en nosotros, de miles de formas conscientes e inconscientes, un sistema complejo de referencias que constituye los juicios de valor, motivaciones y centros de interés (…) con el que nos desplazamos literalmente por el mundo, el que solo puede ser observado a partir de las deformaciones que este sistema nos impone.” (Lévi-Strauss,1972:397) 5. LA ECOLOGÍA: CIENCIA / MOVIMIENTO SOCIAL El pensamiento fundador de la ecología procede de la biogeografía. El ejercicio de taxonomía naturalista, al ser aplicado a la generalidad de la naturaleza, da origen a una nueva noción del espacio, como soporte de la naturaleza, como superficie diferenciada 15 Publicado con el titulo «Race et Histoire», en Anthropologie Structurale II. (1972) La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 40 tanto física como biológicamente. Esta noción se gesta desde el principio a partir de la relación entre estética y geografía. En esta corriente se han inscrito los trabajos de Bernardin de Saint Pierre o de von Humboldt, constituyendo lo que se podría considerar como una geografía de los paisajes naturales. Esta visión se ve plasmada particularmente en la escogencia de ejemplos y de terrenos para el estudio y al análisis de los problemas a explorar. Como lo ilustra Drouin (1993) muchos de los conceptos de base de la ecología surgen de una serie de ejemplos privilegiados, que se convierten en verdaderos arquetipos de los cuales se puede partir para el estudio de los medios y los biótopos. Estos “terrenos arquetípicos” se definen con base en aspectos pictóricos a partir de los cuales se “visualiza” la dinámica espacial de los procesos biológicos. La racionalidad científica y el arte se conjugan para construir una representación, en la que la naturaleza se ve como un todo autónomo con respecto a lo humano. Los ejemplos clásicos son la montaña, el lago y la isla. Von Humboldt presenta su Ensayo sobre la Geografía de las Plantas con una plancha que visualiza y resume la concepción de la biogeografía: en ella aparecen sobre un eje horizontal las distancias en la superficie y en un eje vertical las alturas. En el grabado se muestran las maravillas vegetales de las cordilleras a través tanto de dibujos como de una multiplicidad de nombres de especies. En una columna al margen se muestra la variación de los datos físicos según la altura. Se enuncia así la noción de pisos altitudinales, a partir de la experiencia en las regiones ecuatoriales (lugar donde Linné localizaba el paraíso). En este esquema los datos físicos (humedad, temperatura, asolación, etc.), determinados por su situación espacial (latitud, altura sobre el nivel del mar) determinan a su vez las unidades ecológicas, las que se conciben como conjuntos de vegetación que albergan un cierto tipo de fauna. Se constituye de esta forma un tipo de descripción que propone simultáneamente dos registros: el de lo visible, (los elementos físicos y biológicos) 41 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 y el de lo invisible (los procesos que los afectan y los producen). Estos dos registros descriptivos se complementan produciendo una explicación de carácter global, sobre la vegetación. Por su parte, el estudio de los lagos, como apunta Margalef (1987), “ha inspirado la concepción según la cual el ecosistema se caracteriza por un ciclo cerrado de materia, impulsado por un ciclo abierto de energía. Resulta relativamente cómodo observar y estudiar la producción de materia viva por el fitoplancton en la superficie, los niveles intermedios de zooplancton (que comen el fitoplancton) y los peces (que se alimentan a su vez de zooplancton), y el retorno a los sedimentos donde se descompone la materia orgánica acumulada. Por otra parte, la forma como el agua del centro del lago, va siendo rodeada por zonas de vegetación concéntricas en las que la fisionomía y la composición se ven determinadas por la profundidad decreciente, evoca la imagen de la montaña invertida. El fondo del lago, así como sobre las vertientes de la montaña la configuración y la situación espacial determinan una variación de los factores físicos que se convierten en determinantes de una distribución de tipos de vegetación. Sin embargo, el lago se caracteriza por la dinámica de las interacciones entre sus diferentes componentes. El lago se considera “un microcosmos en el cual están en acción todas las fuerzas elementales y donde el espectáculo de la vida se exhibe libremente, pero en una escala lo suficientemente reducida para que esté al alcance de la comprensión intelectual”.16 A partir de los 1960, es la isla la que se toma el lugar de los debates teóricos. En An Equilibrium Theory of Insular Zoography, Edward Wilson y R.H. McArthur (1963), proponen un modelo matemático que renueva la biogeografía al suscitar nuevos debates. Proponen la doble hipótesis de que la tasa de extinción de las 16 En The Lake as a Microcosm, de S.A.Forbes, 1887, citado por Drouin (1993: 123). La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 42 especies presentes en la isla es mas fuerte en cuanto la isla tenga menos extensión y que la tasa de migración disminuye a medida que esta se encuentra mas lejos del continente Se apoyan como ejemplo, entre otros, en el caso del Krakatoa en Indonesia, donde después de una erupción volcánica que destruye toda la vida animal y vegetal en 1883, se pudo observar el repoblamiento de la isla en los decenios que siguieron. La teoría del poblamiento insular se generaliza no solo al poblamiento de otras islas, este se extiende al ámbito continental. La ejemplaridad de la isla se afirma y se propone como principio metodológico: se llega a concebir el mundo de lo vivo como un caleidoscopio de medios relativamente vastos e aislados, donde el “efecto de isla” puede tener un carácter universal. En 1877, el zoólogo Karl Möbius demuestra, a partir de una investigación geográfica, en la que conjuga el naturalismo con el análisis económico, que resulta imposible entender la abundancia o la disminución de una especie únicamente a partir de su tasa de fecundidad sin tener en cuenta el conjunto de las demás especies que habitan el mismo medio, del que se nutren y por el cual compiten. Para designar este conjunto de factores, propone el término de comunidad biótica o biocenose. A la par de este concepto se desarrollan los de formación vegetal (grupo vegetal que presenta un carácter fisonómico definido, como una pradera, un bosque, etc.) y asociación vegetal (agrupación vegetal mas o menos estable y en equilibrio caracterizada por una composición florística en la que ciertas especies características revelan con su presencia una ecología particular), conceptos que dan origen a un sistema global de descripción e interpretación aplicable a todas las formaciones vegetales: la teoría de la sucesión de plantas, propuesta por Frederic Clements, en 1916. Esta parte de la idea de que la vegetación presenta una dinámica en la cual, partiendo de un sustrato de base, se llega a través de un proceso de sucesión de estadios a un “clímax” (idea que había sido propuesta por Crowles), haciendo 43 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 de la comunidad vegetal un superorganismo que nace y se desarrolla y en el cual las distintas especies no son mas que componentes en relación. El botánico G.A.Tansley, en 1935, en el marco de la controversia que estos conceptos suscitan, acepta la realidad de las agrupaciones vegetales pero niega que este reconocimiento pueda ser visto en el marco de la doctrina holista (para la que el todo es mas que la suma de las partes). Desde su punto de vista se debe hablar de un sistema ecológico, de ecosistema. El término sistema lo retoma del sentido que este tiene en física. El ecosistema comprende un conjunto de sistemas que irían del átomo al universo, superponiéndose e interactuando entre ellos y cuyo aislamiento es puramente teórico. El encuentro de este concepto con otras dos corrientes de investigación: el estudio de las poblaciones animales y el estudio de los intercambios y transformaciones de materia y energía, va a concluir en la teoría de los ecosistemas. Para Raymond Lindman, quien la propone en 1942, la noción central es la del ciclo trófico, que une los productores (vegetales), los consumidores (los herbívoros y los carnívoros) y los agentes de descomposición, en el ciclo de vida y muerte en el que se asegura la circulación de la materia. El ciclo se ve sustentado con cifras, aproximando así la ecología a los criterios de cientificidad de las llamadas “ciencias duras” y garantizando al mismo tiempo su aplicabilidad en el ámbito económico. Lindman introduce una referencia implícita a la termodinámica y en los decenios que siguen es integrada a la teoría general de sistemas, a la cibernética y a la teoría de la información y, más recientemente, a la teoría del caos. Como lo pone Gleick (1998:59), “la ecología, apartó el ruido y el color de la vida real y se dispuso a tratar las poblaciones como sistemas dinámicos” en los que cuando las poblaciones mostraban variaciones erráticas alrededor de un valor dado, “los ecólogos asumieron que se trataba de una oscilación alrededor de un estado de equilibrio subyacente… nunca se les ocurrió que podría no haber ningún equilibrio.” (ibid:64). La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 44 La ecología, en tanto que ciencia, se presenta como una estructura de tres niveles de resolución: el primero, el de las poblaciones, conjuntos de individuos de una misma especie en un mismo medio cuyo estudio se ve orientado particularmente por la genética y por las teorías de evolución. Un segundo nivel sería el de los poblamientos, es decir, el conjunto de poblaciones y sus relaciones: la predación, el parasitismo y la competencia. Y un tercer nivel que sería el del ecosistema, donde se estudian no solamente los flujos de materia y de energía, sino las sucesiones y los clímax. El mundo natural representa sin embargo “un laboratorio bastante confuso para los ecólogos, pues es como un caldero en el que hierven cinco millones de especies en interacción. ¿O son más bien cincuenta millones de especies? En realidad los ecólogos no tienen ni idea.” (Gleick, 1998:59). Es tal vez en el ámbito de la ecología donde se conjugan las líneas de pensamiento y las tradiciones de investigación que han sido esbozadas creando lo que, siguiendo a Bruno Latour (1997), se podría considerar como un campo manifiestamente “híbrido”. Aquí, tal vez de manera más evidente que en otros, se expresan esas “situaciones extrañas que la cultura intelectual no sabría como clasificar de manera precisa (…), pues se mueve al mismo tiempo en el ámbito de lo científico, lo político y lo discursivo.” (Latour, 1997:10). Se trata de un campo de saber y de acción que tiene objetos que “son a la vez materiales como la naturaleza, narrativos como los discursos y colectivos como la sociedad”. De hecho, la ecología se ha construido como una ciencia y como un movimiento social. En el proceso ha tejido, con una retórica particular y por medio de una serie de relatos, todo un conjunto de ideas, de categorías y de hipótesis que se consideran cruciales en el mundo contemporáneo. Las nociones básicas de la ecología son el lugar de encuentro de un grupo de conceptos de las ciencias duras con una serie de metáforas que surgen del mundo social. Por una parte, su base geográfica 45 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 parte no únicamente de una aproximación científica explícita, sino también de una mirada estética, implícita en la medida en que se parte de la particularización de una serie de lugares en tanto que paisajes. Por otra parte, la representación de poblamiento y poblaciones animales o vegetales, hace referencia a las colectividades humanas. Se utilizan conceptos como el de comunidades, asociaciones, sociedades, agrupaciones, o como los de migración o competencia. Lo anterior hace evidente el supuesto de que es posible comparar los grupos de plantas y animales a los grupos humanos y, al mismo tiempo, que los esquemas de análisis pueden aplicarse a todos los tipos de poblaciones, incluidas las humanas. El juego de metáforas va aún mas lejos, si se reconoce que la sociedad puede ser pensada como un organismo, al tiempo que el cuerpo aparece como una sociedad de órganos o de células, nociones que tienen origen en la idea del “cuerpo social” (Schlanger, 1971). La fórmula misma de la naturaleza en equilibrio, remite a una metáfora social, así como la utilización del imaginario mecanicista, es decir, del conjunto de artefactos de fabricación humana como la cadena, la red, la representación de la circulación de energía como un circuito eléctrico y, finalmente, la identificación de los ecosistemas con las máquinas autorreguladas u homeostáticas donde la diversidad se traduce en términos de cantidad de información. Otro conjunto de conceptos sociales proviene de la economía, donde productores y consumidores relacionados a través de la energía (que hace las veces de dinero en este sistema de intercambios), realizan transferencias que pueden ser contabilizadas para determinar las entradas y los egresos y los flujos de energía. Otro ejemplo claro de las analogías con el mundo de lo social, es la utilización del concepto de estrategia, aplicado a las unidades ecológicas o a las comunidades (las estrategias adaptativas de una especie, por ejemplo) que tiene además connotaciones de tipo militar. Finalmente tenemos la famosa hipótesis de Gaia, propuesta por James Lovelock (1979), que concibe la Tierra, el planeta, como un La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 46 gran organismo viviente, con capacidades autorreguladoras del que la mente y la inteligencia humanas serían la conciencia. No queda claro aquí si se trata de una analogía o una identidad, pero en ambos casos se hace referencia a la Madre Tierra, relato de la antigüedad europea, que hoy se ha hecho extensivo a todos los “pueblos tradicionales” del planeta. El análisis de las analogías entre las colectividades humanas y los fenómenos ecológicos pone también en evidencia el hecho de que para la construcción de modelos explicativos y predictivos, se parte de representaciones de la naturaleza que hacen parte de los procesos sociales y políticos, en el marco de los cuales estos se gestan. Este punto lo expresa de manera muy clara Latour cuando señala, a propósito del trabajo de Shapin y Schaffer,17 que estos lo que intentaron no fue situar la química de Boyle y la politología de Hobbes “en su contexto social, ni de mostrar como la política imprimió su huella en los contenidos científicos, [sino de] examinar como Boyle y Hobbes se debatieron para crear una ciencia, un contexto y una línea demarcativa entre ambos. No se trataba de explicar el contenido a partir del contexto pues ni el uno ni el otro existían de esa manera, antes de la controversia que tuvo lugar entre ellos.” (Latour, 1997: 27). A pesar de haber construido todo su acervo conceptual haciendo referencia al mundo social, la ecología como ciencia no ha logrado realmente resolver el problema de cómo integrar lo humano en su mirada. Pues, como lo distingue la famosa definición de Stuart Mill, que representa la tradición empírica y positiva sobre la cual se ha querido fundar la Ecología (con E mayúscula en adelante) 17 Latour se refiere aquí a Leviathan and the Air Pump de S. Shapin y S. Schaffer (1985), sobre la controversia epistemológica que tuvo lugar en el siglo xviii, entre Robert Boyle, quien fue el primer químico que logró aislar un gas y mejoró la bomba de aire y Thomas Hobbes, quien propuso una teoría del Estado a partir de principios mecanicistas, autor de Leviathan (1651), tratado de gobierno de carácter utópico. 47 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 como “ciencia natural” o “ciencia dura” y lograr así la autoridad de la “verdadera ciencia”, “la palabra Naturaleza tiene dos connotaciones principales: o bien denota el sistema total de las cosas y sus propiedades o bien el estado de las cosas tal como fueran si no hubiera intervención humana.” Es interesante notar como estas dos series de ideas, imágenes y representaciones se han desarrollado conjuntamente, nutriéndose mutuamente, pero en oposición a la otra, como las dos caras de una misma moneda: las ideas de la naturaleza original, prístina, salvaje, fuera del tiempo y del espacio, que debe buscarse y merecerse pues existe sólo para los ojos de los iniciados y conocedores, cuya belleza es el modelo de lo que toda naturaleza debe ser, de las que son el sustento directo, son la condición de posibilidad de la naturaleza como objeto de posesión, de dominación, de control y de explotación y consumo. Pues una cosa son los relatos y mitos que nos presentan de manera tranquilizadora las formulas ecologistas y otra cosa muy distinta son sus resultados concretos y su incidencia objetiva. La visión ambientalista, inclusive en la propuesta de la “ecología profunda”, parte de las premisas modernas que, como lo señala Escobar (1994), dan por sentada y como universal la cultura económica moderna, que ve la naturaleza compuesta por recursos limitados y con valor monetario, sujetos a ser poseídos; donde los deseos de las personas son infinitos y solo pueden ser satisfechos a través de un sistema de mercados regulados por precios. La ecología se ve no solamente como una ciencia crucial para el futuro de la humanidad y del planeta, sino que se ha convertido en un movimiento político y en toda una ética. En palabras de Sachs: “la ecología parece revelar el orden moral del ser, sugiere no solamente la verdad, sino un imperativo moral e inclusive una perfección estética, (...) este movimiento que se separó de los postulados de la Modernidad, terminó por darle la bienvenida bajo un nuevo disfraz.” (Sachs, 1992: 32). La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 48 La naturaleza en la “Era de la reproducción mecánica” La potencia de la cultura moderna radica en su capacidad para producir imágenes. De la visión de la Tierra desde el espacio, un planeta de luz azulada en la oscuridad del universo, han surgido teorías como la de Gaia, programas institucionales como el del “Hombre y la Biosfera” e innumerables movimientos apasionados por defenderla. Ello ha puesto en evidencia que “las realidades ecológicas se aceptan, no cuando logran ser demostradas sino cuando se vuelven imaginables, cuando cobran vida gracias a la anticipación de lo que las técnicas modernas de la imagen nos ponen, literalmente, a la vista.” Así resumen Laville y Leenhardt (1996:107) uno los dilemas que presenta nuestra relación con la naturaleza, en esta la era del consumo global, en que nuestra visión se ve cegada por la imagen o mejor, por una confusa profusión de imágenes. Walter Benjamin, uno de los grandes críticos del progreso, de la conciencia de la historia expresada en la experiencia del paso con un sentido único y de la sensibilidad del sujeto moderno como la experiencia de un pasaje, de un tránsito, nos muestra como las cosas y lugares que nos resultan tan familiares ocultan detrás de la fantasmagoría de su imagen los procesos económicos y sociales de la cultura de la industrialización y el capitalismo (Benjamin, 1971:168). Señala que en la reproducción mecánica de las imágenes, fulminó el “aura” de los objetos al consolidar la idea de que la cosas y su representación son una, de esta forma el único reflejo que estos nos devuelven es el que nos dice “úsame”. La experiencia del “aura” se basa en la transferencia de una reacción humana, a la relación con los seres y objetos en general. “Quien es mirado o cree que es mirado, levanta la vista”. Un objeto tiene “aura” entonces, cuando tiene la capacidad de “devolver la mirada”. En la producción artesanal por ejemplo, el “aura” se expresa claramente en la huella que el artesano deja impresa en 49 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 su producto, una marca que narra una historia a la persona que lo tiene en sus manos. En las condiciones mecánicas de producción las mercancías y los objetos pierden esta facultad de responder a la mirada, son como cualquier objeto exhibido en una vitrina, indiferentes (Loockhartt, 1995). En nuestra cosmología, la naturaleza es una realidad objetiva (universal, transcultural, neutra, mesurable), externa a lo humano, con la que hemos establecido una relación epistemológica “profundamente oculta a sí misma” para usar la frase de P. Bourdieu. En cualquiera de sus versiones el manejo de esta relación (ya sea la versión dura, en la que la naturaleza se reduce a recursos para ser apropiados, controlados, ordenados, o las versiones mas amigables en los que se trabaja con ella y se la protege), lo hemos entregado a la ciencia y a la técnica para que sean estas quienes resuelvan todos sus misterios, penetrándola a través de la disección y la categorización. Ella, La Vida, ha sido transfigurada en un objeto fabricado a nuestra imagen y semejanza, que como un espejo, solo puede devolvernos nuestro reflejo que dice “úsame”. 1 . L A “ U C R O N Í A” D E L A N AT U R A L E Z A Tal vez la principal consecuencia de la concepción de la naturaleza como realidad ajena a la intervención social, como un producto único y exclusivo de las leyes de la selección natural, es la suspensión de su dimensión histórica. Cualquier paisaje o ecosistema, cualquier proceso, debe para ser natural, perder toda traza de acción humana, toda referencia a “personas que hayan realmente existido o a hechos que realmente hayan sucedido”, como lo plantea Sergio Dalla Bernardina (1996:15). La naturaleza se visualiza entonces como simulación del tiempo anterior a la empresa civilizadora, como ajena de todo aquello que representa la vida civil, la vida urbana y la cultura. Así la naturaleza excluye no solo las realidades externas a la civilización, sino aquellas que le son marginales: La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 50 La impenetrable alteridad de la naturaleza sería, más que un obstáculo a la capacidad de conocimiento humano, el resultado preciso de su voluntad de no saber, puesto que es solo en tanto que “incontaminada”, que “intacta” que puede recoger nuestras proyecciones (…) Pensar la naturaleza como una realidad opuesta a lo social significa crear en el espacio de la experiencia humana una ruptura comparable a la que separa el consciente del inconsciente. De cierta manera es como instituir una zona franca donde el sujeto puede perder de vista temporalmente su principio de realidad. (Dalla Bernardina, 1996:17) La primera de estas consecuencias es evidente, todo aquello que consideramos “natural” se percibe como externo o como ajeno a las practicas sociales: se hace imposible ver su conexión con la vida urbana, con las practicas industriales, con los desarrollos técnicos y económicos. Así como el “campo” solo es posible en el marco de la cultura urbana, pues su existencia como tal es lo que ha hecho posible el desarrollo de las ciudades y viceversa, al hacer parte de la misma economía política, como lo ilustra Raymond Williams en The Country and the City (1973); los paisajes más “naturales” como los bosques, o cualquiera de los lugares que responden al estereotipo de la naturaleza idílica que consideramos como las formaciones más “naturales”, no están a la espera de ser transformadas y apropiadas por “El Desarrollo”, sino que son mas bien su manifestación en condiciones de periferia y marginalidad. Su existencia constituye la condición misma de posibilidad y de efectividad de las formas particulares de explotación de los recursos y de los seres humanos característicos de las economías extractivas y de enclave, indispensables para la economía industrial capitalista.18 No hay que olvidar, como lo señala Lemaire (citado por van Koppen, 18 La historia económica de los países del llamado “tercer mundo” ilustra ampliamente este punto. Las explotaciones caucheras del cambio de siglo [pasa a pág 52] 51 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 1997:297) que la apreciación de la espontaneidad de la naturaleza se desarrolló paralelamente con su domesticación y su tecnificación. Del mismo modo en que el mito del buen salvaje se creó de la mano con su “reducción”. Es posible argumentar que este tipo de “ordenamiento” es la consecuencia directa de este proceso de deshistorización. Lo anterior resulta particularmente claro en el caso de los bosques tropicales en general. En el mundo contemporáneo existe la idea de las selvas como paradigma de lo natural. La selva o el bosque húmedo tropical, como se ha llamado recientemente, se considera algo así como la expresión prístina de la naturaleza, su forma más original, el arquetipo de lo más natural de la naturaleza, a la que solo se llega después de un viaje hacia atrás en el tiempo. La selva amazónica, por ejemplo, es considerada como uno de los paisajes primigenios, prístinos e impolutos. Hay la tendencia a invisibilizar el hecho de que estos son paisajes, es decir, que son efectivamente lugares producto de relaciones y significaciones sociales, de las practicas y de las técnicas, de los miedos y preferencias de las sociedades que los habitan. De hecho, las sociedades que la habitan no “conservan” la naturaleza con la que conviven, sino que en su interactuar la producen: el paisaje cultural, resultado de las practicas cotidianas, económicas y materiales de los yukuna o los ashuar en la amazonía es la selva en que viven.19 El hábitat y el paisaje de cada sociedad no son únicamente consecuencia de la “oferta natural” de los suelos, el clima y la altitud, también son producto de un conjunto de [viene de la pág 51] xix en el Congo y en el Amazonas, o las explotaciones petroleras en la américa tropical del cambio de siglo xx, por no mencionar sino un par de ejemplos. 19 Cf. Descola (1987) y Van der Hammen (1992), por citar solo dos ejemplos. La etnografía y la arqueología (cf. Politis, 1997, para el caso nukak), han ilustrado ampliamente el proceso de producción del paisaje de bosques por parte de las sociedades amazónicas La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 52 dispositivos sociales a través de los cuales algunas especies se valoran y se reproducen, se seleccionan y se preservan y otras resultan desfavorecidas. Cuando aparece en escena nuestra sociedad moderna proponiendo esquemas racionales de “reservas” para conservación, el paisaje que producimos es otro bien distinto.20 En los mismos entornos, los proyectos de civilización y colonización generan los paisajes de sabanas ganaderas que hoy caracterizan la amazonía “campesina”. Este proceso de invisibilización social ha llegado al extremo de “naturalizar” estas sociedades, se concibe a los nukak o a los tukano también como primitivos y primigenios, ocultando el hecho de que su sociedad y su cultura son el producto de un devenir tan antiguo y tan complejo como el de cualquier otra sociedad contemporánea. Los indígenas americanos, en este caso, así como los pastores nómades del África o los campesinos de la “Francia profunda”, se ven conceptualizados como “gentes naturales”, casi como componentes de la naturaleza, pues este fenómeno de naturalización de paisajes y sociedades se ha visto extendido a todas aquellas regiones y localidades del planeta que encarnan el estereotipo de lo natural. En la propaganda recientemente publicada por Chevron, en la revista Time (ed. América Latina, mayo 22, 2000), anuncia que «mientras desarrollamos un recurso, protegemos los demás» y allí, entre las fotografías de estos “recursos protegidos” junto con tucanes, pumas, tortugas, llamas y koalas aparece una campesina en Malasia, con su sombrero “tradicional”, cuidando manualmente un cultivo de arroz. Es solamente en tanto que externos y extranjeros que podemos actuar sobre la naturaleza, ejercer sobre ella una autoridad, ser efectivamente los “dueños de la creación”. 20 A este respecto es claramente ilustrativo el trabajo de Frenkel (1996) sobre la domesticación de la selva en el paisaje creado por la administración militar norteamericana de la Zona del Canal en Panamá. 53 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 2. EL “VIAJE DE RETORNO” El deseo de los citadinos de tener a su disposición una naturaleza incontaminada, intacta, es decir, libre de los trazos de la acción humana, cubierta de bosques y de animales salvajes, es tan antiguo como la vida urbana. Puesto que la naturaleza se ha visto idealizada como realidad opuesta a la ciudad y a la vida ciudadana, la nostalgia, el deseo por el retorno a su seno ha guiado numerosos proyectos occidentales que van desde los viajes de descubrimiento, de exploración, de caza y pesca, de recolección y de investigación, hasta sus formas recientes de turismo ecológico y de deporte. Este deseo, producto de la vida urbana y de la experiencia de una civilización en particular, surge guiado por la necesidad de sentirse de acuerdo y en armonía con el cosmos, con el universo, con el ambiente, y sobretodo por la conciencia de “estar aquí”. Cabe preguntarse si la unión con lo natural no es, como lo señala Maffesoli (1985), un objetivo sino un pretexto. Tras la magia de la comunión con la naturaleza vemos en realidad como se llevan a cabo toda una serie de operaciones simbólicas que nunca pierden de vista la identidad social de ninguno de sus participantes de la puesta en escena naturalista. Tras el eufemismo de la imagen idílica lo que logran es ratificar las jerarquías sociales: los “nativos” participan en este tipo de escenas como “boys”, como porteadores, como informantes, como mediadores, como intérpretes. En el marco de una relación claramente paternalista, estos solo pueden asumir una posición subalterna y a veces claramente servil. La comunicación con el “nativo” se establece a partir de la lógica de la dádiva, la material y la del reconocimiento, a cambio de la información e indicaciones sin las cuales la empresa sería, por lo demás, imposible. La magia de la escena romántica del viaje logra ocultar la violencia simbólica que se halla inscrita en la relación asimétrica de los interlocutores sociales. Una de sus variantes es la del “experto” que se desplaza a los lugares salvajes del planeta para dirigir, La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 54 “enseñar” en el mejor de los casos, la mejor manera de vivir y de actuar para proteger y conservar el “ecosistema”. Lo que implica que el naturalista, ya se trate del explorador o el ambientalista/ conservador tienen precisamente en común el hecho de que llegan acompañados de La Verdad, de la única mirada válida para determinar lo correcto y lo incorrecto en las practicas locales y para orientar, magnánimamente, el camino correcto a seguir. Al mismo tiempo se destruye la legitimidad de todos los demás grupos humanos que a partir de otros puntos de vista, han establecido otro tipo de relaciones con su entorno. Estas iniciativas de retorno a la madre naturaleza no solo aseguran la pertenencia a un grupo exclusivo de iniciados, de conocedores, conservadores, sino que garantizan además la posibilidad de ejercer frente al “nativo” una magnanimidad paternalista. Dalla Bernardina (1996) nos pone de presente cómo el “apasionado” de la caza por ejemplo, amparado por el estereotipo de la igualdad, encuentra en el montaje de la cacería una escena en la que no solamente es él quien actúa el papel de protagonista, sino que ese rol asegura su posición personal en la jerarquía social. El viaje a lo exótico es casi una experiencia de iniciación, un rito de paso. En el marco del “trabajo de campo”, la naturaleza representa una alteridad, un mundo diferente donde también se lleva a cabo experiencia de búsqueda, un ámbito en el que se adquieren saberes y se aprenden lecciones fundamentales. Estos encuentros, más que diálogos, son relaciones de tipo “voyerista”, donde la inspección, la inquisición, la observación quedan reservadas al iniciado. Estuve buscando ‘lo primitivo’ hasta el final. Dudaba si mi deseo podría verse realizado al haber encontrado aquellas gentes, a quienes ningún hombre había visto antes que yo y a quienes nadie vería después de mi. Mi travesía, que me había encantado, me había traído a encontrar realmente a ‘mis salvajes’. C l a u d e L é v i - S t r a u s s , Tristes Tropiques 55 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 Cabe preguntarse cuál es en realidad la función de estos encuentros, puesto que “su verdadero destinatario no parece ser el mundo natural que continua siendo, lo queramos o no, objeto de nuestra predación, sino la conciencia misma del predador” (Dalla Bernardina, 1996: 247). En todas sus formas el viaje de retorno termina por tener, como toda practica utópica, resultados perversos. Las expediciones de “exploración” y “naturalismo” han sido precisamente las que siempre han identificado y designado, ante el cada vez mas amplio público de sus consumidores, los “últimos santuarios” a donde llegar en masa a inspeccionar, reconocer, juzgar, comparar y consumir, disfrazados todos de enamorados de la naturaleza al tiempo que se contribuye con la sola presencia a su colonización. 3 . L A “ N AT U R A L E Z A C O M O E X H I B I C I Ó N ” La naturaleza además de ser externa, suspendida en el tiempo de los orígenes míticos, está sujeta a una mirada particular que la convierte en objeto ya sea de su escrutinio o de contemplación, pero que de todas maneras la organiza para ser vista. Es frente a esta forma particular de ver que la naturaleza se configura de acuerdo con esquemas y estereotipos, en iconos. Se ordena como una exhibición.21 La tradición del paisaje de una parte, y la de desplegar fragmentos del mundo en los museos de historia natural, jardines botánicos, acuarios y zoológicos de otra parte, han contribuido a conformar una “visión” muy clara de todo aquello que se puede considerar “naturaleza” así como de la forma que esta debe asumir, de como debe ser ordenada y organizada. Esta serie de imágenes programadas, que convierten la expe21 Mitchell (1988) en Colonizing Egypt, caracteriza con esta expresión la preocupación del mundo occidental por organizar las cosas para un punto de vista ajeno, distanciado y escondido con el poder de ver y de representar sin ser visto. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 56 riencia de lo natural en un acto teatral y la “naturaleza salvaje” en una escena, se configuran en términos utópicos.22 Dicho en otras palabras, como prescripciones o recetas de tipo formal ajenas a todo contexto, que se formulan detrás de la magia de ideales y pasan a constituir verdaderos arquetipos fijos en el tiempo. Toda la serie de lugares y de paisajes que valoramos como naturales que van desde las selvas, las sabanas africanas, el desierto, el mar profundo, las islas vírgenes, se legitima como tal a partir de una nostalgia de lo original, de una supuesta autenticidad que solo se confiere a lugares que cumplen los requisitos formales y espaciales para poder ser definidos como intactos, como “era la naturaleza antes de ser contaminada por la civilización”. En su artículo sobre la cadena de tiendas The Nature Company, omnipresentes en los centros comerciales norteamericanos, Price (1996) resalta la manera como el conjunto de productos, instrumentos e imágenes que estos almacenes venden, expresa lo que la “cultura global” de consumo entiende por “natural”. Se trata de una mezcla de lo salvaje (el wilderness: lugares alejados del mundo urbano, despoblados tanto de gente como de animales domésticos, sin vacas ni perros o gatos), de aventura, de objetos indígenas (mostrando una vez más que la naturaleza se asocia de manera prácticamente intercambiable con los pueblos “tradicionales”) y de instrumentos de observación científica (lupas, telescopios, guías para la identificación de pájaros). Pero sobretodo, pone de presente que el consumismo, como base de la economía en que vivimos, ha convertido “la naturaleza” en uno de sus “productos” privilegiados y ha consolidado así una aproximación a lo natural desde el punto de vista del consumo. Es decir, como un producto configurado para 22 Entendiendo aquí por Utopía no tanto un lugar ideal inexistente, sino la imagen de un lugar ideal creado a través de la magia de un relato poético y libertario, a través de la cual se propone una “receta” espacial (la ciudad perfecta, p.e.) e institucional (el familisterio, p.e.) con el fin de generar a partir de sus formas una sociedad mejor. 57 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 disparar el deseo de los individuos que componen los distintos segmentos del mercado. Las imágenes para el consumo de la naturaleza se construyen en consonancia con toda la serie de esquemas ideales a través de los cuales la historia estética de occidente ha construido su autenticidad. Se constituyen a través de representaciones que se han convertido prácticamente en objetos de culto, producidas por el arte y la literatura (como el Tahiti de Gaugin o las sabanas africanas de Karen Blixen), la fotografía y la cinematografía (como el desierto de “Lawrence de Arabia” o la taiga de “Derzu-Usala”). Se trata de un conjunto de modelos arquetípicos, de imágenes ejemplares, que definen a nuestros ojos los paisajes que podemos considerar naturales. La naturaleza se ve allí dispuesta solo para nuestros ojos, como un diorama en una exhibición o mejor, como un escenario visual para la televisión, para el programa Discovery. La naturaleza “natural”, como experiencia de consumo, se descontextualiza al desligarla de los procesos sociales, al convertirla en un mundo aparentemente despoblado, deshumanizado y se centra en una serie de elementos casi pintorescos que la definen para responder al estereotipo, para ser experimentada y explorada en términos de su exotismo, a través de narraciones que evocan el amor erótico. En estos arquetipos predomina la lógica de tipo comercial. Así lo atestigua la tendencia contemporánea de manejo de áreas protegidas, las que se destinan al “ecoturismo” o al “turismo de aventura” y a los deportes “verdes” que van desde los “safaris fotográficos” hasta la practica de hiking, rafting y canyonning. A través de estas fórmulas se vende el paraíso, con todo el confort urbano incluido. De paso, se selecciona el acceso pues como en todo paraíso, la exclusividad debe estar garantizada: la experiencia de la naturaleza prístina es posible, solo para quien puede pagar por ella. Esta se considera, por lo demás, una actividad socialmente útil y productiva que genera empleo (transformando a los locales en servidores) y divisas, en fin, creando riqueza. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 58 Para destilar los elementos con base en los cuales se impulsa la maquinaria del deseo, basta hojear las paginas de un catálogo de “viajes de aventura” o de revistas como geo o national geographic: no queremos que haya otros turistas o visitantes, queremos ser los únicos, no puede haber por lo tanto rastros de modernización en el paraje (es bueno, sin embargo, que haya baños y bares climatizados pero que estos no se vean). Si hay gente, que sean los “nativos” preferiblemente tradicionales, en sus casas típicas y con sus trajes típicos, no debe haber basura ni objetos que recuerden la civilización industrial, debe haber profusión de la flora “característica” del sitio, así como de su fauna. Eso sí, de acuerdo con los modelos que consideramos validos (no se quieren ver gallinas en el Sahara aunque hagan parte de la dieta beduina) y, sobretodo, se trata de tener “buena vista”, de poder dominar el paisaje desde una cima o desde la baranda de un eco-hotel. La búsqueda apasionada por la autenticidad de la naturaleza tiene además otras consecuencias paradójicas y aún más perversas: ello resulta particularmente explícito en el manejo de los parques naturales que expresa claramente la ironía de este modo utópico de concebir lo natural. Un buen ejemplo es el caso de la confrontación entre el Estado colombiano interesado en la explotación petrolera de la región del Sarare y los indígenas uwa, quienes consideran la zona de explotación como su “territorio ancestral”. Resulta particularmente interesante el hecho de que el Estado haya decidido “conservar” el área de los parques naturales en la región, prohibiendo allí toda intervención petrolera mientras que toma la decisión de permitirla en territorio indígena, al tiempo que en un acto de “reconocimiento” les consulta sobre las medidas para mitigar los impactos. Se hace evidente aquí la concepción según la cual la naturaleza solo es natural cuando es prístina e intacta, por lo que conservarla implica mantenerla así. Se hace evidente también que este tipo de conceptualización no es neutral ni inocente, pues implica ignorar totalmente la relación entre la sociedad uwa con su entorno y sobretodo subordinar 59 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 su existencia a unos intereses económicos exóticos. Este proceso no solo logra marginar, excluir y sacrificar otra sociedad y sus formas de vida social, sino que la obliga a encerrarse tras una máscara de esencialismos que la amordaza y la banaliza, todo ello amparado tras la magia de la imagen de la naturaleza prístina. El modelo de parques naturales se origina en los Estados Unidos con la creación del parque Yosemite en 1864. Este constituyó la primera zona destinada, por medio de un acta del Congreso, “para el uso y la recreación publicas”. Frederick Olmstead tuvo a su cargo la definición de qué hacer y cómo manejar el área. Para Olmstead, el parque debía “ser preservado en estado salvaje, dado el valor que tiene para los humanos su escenografía natural que promueve el bienestar y la salud humanas”. Estaba convencido de que “la contemplación de escenas naturales que produzcan una profunda impresión” tiene efectos benéficos en la salud física, mental y moral (Whiston-Spirn, 1996). Olmestead trabajó “con los procesos naturales” para lograr una serie de santuarios naturales, de senderos, de vistas, de agrupaciones y asociaciones vegetales, en los que de manera minuciosa se consiguió ocultar el artificio de su intervención. Este objetivo se mantiene en la tradición del manejo contemporáneo de los parques naturales. Las contradicciones implícitas en este tipo de montaje teatral de la naturaleza para el consumo, incluyen desde la inversión de cantidades insospechadas de recursos y de trabajo para mitigar y disimular el impacto de los numerosos visitantes ávidos de consumir estos paisajes que terminan por ser no solo producidos sino mantenidos artificialmente; hasta la incapacidad para lidiar con las consecuencias impredecibles de la protección celosa de ciertas especies. 4 . L A “ G E R E N C I A A M B I E N TA L ” La convención de Biodiversidad resume y define su misión de la siguiente manera: La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 60 La conservación de la diversidad biológica, la utilización sostenible de sus componentes, la repartición justa y equitativa de los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos genéticos mediante un acceso adecuado a los recursos y una transferencia apropiada de las tecnologías pertinentes, teniendo en cuenta todos los derechos sobre estos recursos y esas tecnologías así como una financiación apropiada. Las palabras claves de este tipo de formulación surgen, sin duda, del léxico de la administración empresarial: manejo, optimización, beneficio, recursos, transferencia de tecnologías y financiación. De manera similar E. Wilson, en su paradigmático libro The Diversity of Life, propone que “el rescate de la diversidad biológica únicamente puede ser logrado por medio de una hábil articulación de ciencia, inversión de capital y gobierno: la ciencia para abrir el camino con investigación y desarrollo, la inversión de capital para crear mercados sostenibles y los gobiernos para propiciar el matrimonio entre el crecimiento económico y la conservación” (Wilson,1992: 336). Se presenta de manera evidente que los recursos naturales, sean genéticos o de cualquier otro tipo, no se conciben ya como “dones” de la naturaleza. Aquí, claramente, al hablar de recursos se está hablando de capital. El hecho mismo de que sean renovables, es decir “reproducibles”, les confiere el carácter ya no de criaturas (animales o vegetales) sino de productos, de objetos fabricados. Y como se hace evidente en los objetivos de la convención, la lógica a la que se responde es la mercantil que pone en marcha el principio de “cada cosa a su precio”. Las ideas de conservación, de utilización sostenible, de repartición justa y equitativa hacen parte del mecanismo de “fantasmagoría” descrito por Marx, a través del cual el valor de cambio aparece como inherente a la naturaleza de los productos. En este caso aparece como inherente a La Naturaleza. A partir del momento en que la economía de mercado es la forma social que predomina en la cultura, las relaciones sociales se ven reducidas a ser relaciones en- 61 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 tre “cosas”, objetos o recursos. La racionalidad, uno de los principios fundamentales de la economía, se ha convertido en una categoría de la conciencia,23 que abarca todas las dimensiones de la vida social incluyendo su economía de la naturaleza. El que predomine una relación de intercambio de bienes y servicios se ilustra clara y paradójicamente en el concepto de “protección”. Manejar para proteger. Aparte de la obvia ironía de tener que manejar las “áreas salvajes” para asegurar que mantengan su apariencia de paisaje no manipulado, el área a ser protegida, una vez descubierta, categorizada y convertida en recurso, debe ser “manejada” y “administrada” con el fin de garantizar la exclusividad de la explotación de su “riqueza” y de re-producirla. La “protección” implica ante todo un acto de exclusión social, pues no se trata de proteger de manera abstracta la naturaleza, sino de protegerla de “alguien”. De hecho las áreas protegidas consideradas como “exitosas” son aquellas donde no se ejercen las practicas campesinas, donde no hay culturas. Allí se instala el experto en calidad de gerente legítimo: protege, controla, repuebla y mantiene a raya a los indeseados, basando su legitimidad en la magia de la ciencia, con el orgullo y la certeza de quien tiene La Razón. Los expertos cuando tratan de recrear los lugares ideales de naturaleza intacta e incontaminada, lo que están tratando de hacer en realidad es poseer espacios donde poner en practica sus propias ideas de como deberían funcionar las cosas. Se ha llegado de esta manera a producir simulacros verdaderamente notables, como el caso del “parque más irónico”: Denver Rocky Mountain Arsenal, un “refugio de vida salvaje”, ubicado en el sitio donde anteriormente hubo una planta para el desarrollo de armas químicas y una fabrica de pesti- 23 A ello se refiere el concepto de reificación: la transformación en la conciencia tanto de los productos como los productores en objetos, a partir de la eliminación del carácter humano del trabajo. Al verse reducido a parámetros puramente cuantitativos, el trabajo solo puede dar lugar a formas de conciencia, igualmente abstractas. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 62 cidas de la Shell, que por contaminación debieron ser aisladas, lo cual permitió el resurgimiento de la vida salvaje en los predios (Cronon, 1996: 59). El área protegida es un espacio cerrado, como el jardín del Edén. Se busca reconstituir allí el paraíso que habría podido ser nuestro si no hubiésemos perdido el camino cuando tomamos la ruta de la Razón, de la Historia, de la Civilización. Ahora, nuevamente en el círculo de paradojas que parece envolver la naturaleza, lo recreamos en estas “áreas naturales” forjadas precisamente con la racionalidad y la técnica, a partir de la creencia seductora en que es posible lograr tener control total. Van Koepen (1997) ha señalado las consecuencias concretas de estas representaciones en la práctica de la agricultura y el manejo de “zonas naturales”. Muestra como las políticas en la década de 1990 se han caracterizado por su énfasis creciente en la competencia económica global y han perseguido explícitamente en el sector “agrícola” el aumento de la productividad y la disminución, por medio de la tecnificación, del trabajo asalariado; mientras que han centrado el ámbito “conservacionista” en el establecimiento de sistemas de áreas de protegidas. Se ha venido produciendo así una cómoda separación, entre las áreas de alta productividad incondicionalmente modernizadas y las zonas marginales a este desarrollo, donde se trata de “preservar las culturas tradicionales”, que han hecho posible a su vez la “preservación del paisaje”. Esta política está siendo propiciada por agencias multilaterales y organizaciones no gubernamentales internacionales, con miras a garantizar la prohibición de actividades de racionalidad capitalista por parte de los habitantes “nativos” y la “protección de la tradición” en las zonas de conservación. En ello han jugado un gran papel las herramientas con las que se procede, que son las que surgen de las ciencias naturales, la ecología y en el mejor de los casos la planificación, disciplina forjada en el marco de la racionalidad de la economía de mercado. El 63 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 lenguaje neutral y “objetivo” de estas disciplinas logra dar la impresión de que su forma de imaginar la naturaleza es universal y de que ellas son el único medio válido que puede brindar las herramientas (las únicas legítimas por ser “objetivas”) para actuar. De hecho, las prácticas ambientalistas no se dirigen en principio a lugares o localidades concretas, puesto que parten del concepto aparentemente universal de “ecosistema”. En esta mirada “se confunde la historia con la historia natural y el evolucionismo biológico con el devenir social” (Dalla Bernardina, 1996: 202). La aproximación al ecosistema se realiza en los términos neutros de la teoría estructural, que considera las relaciones entre los “componentes” del sistema en todos sus niveles como homogéneos; es decir, que las mismas leyes de oposición y de combinación regulan las unidades del sistema en cualquiera de sus escalas. Esta aproximación hace imposible acercarse a los procesos y dinámicas sociales y con ella se reduce, en muchos casos, el problema a una simple cuestión estadística, a recomendaciones de tipo cuantitativo “de manera que en lo posible no queden huellas de la presencia humana”.24 El “problema de la comunidad” se resuelve fácilmente mediante la fórmula de la participación, con la realización de una serie de talleres o reuniones de consulta, en los que se utiliza la norma disciplinaria de la escuela y el vocabulario críptico de la planificación, y se pretende entablar un “diálogo” donde los interlocutores solo pueden comunicarse en los términos esotéricos de una de las partes. Este discurso, hilado con términos científicos, oculta en el fondo una practica cuyos objetivos y realizaciones terminan por ser, de manera perversa, antéticos. No importa que los resultados concretos pocas veces se aproximen siquiera a los objetivos que proponen, 24 Frase tomada de la licencia ambiental expedida por MinAmbiente para la exploración petrolera en el Bloque Samoré, objeto del conflicto con el pueblo uwa (febrero de 1995). La que representa un buen ejemplo de este tipo de conceptualización y de los costos sociales y, paradójicamente, ambientales que ella implica. La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 64 pues las propuestas de la protección y del manejo del ambiente parten implícitamente del desconocimiento sistemático del contexto, de la realidad social en la que se inserta. Por ello, es central ahondar en el esfuerzo por diferenciar las representaciones que la sociedad nos presenta de ella misma de los efectos que en la acción concreta esas mismas representaciones, en tanto que racionalizaciones colectivas, se han encargado tanto de justificar como de ocultar. Sin duda, las ciencias sociales hacen parte de los excluidos por el paradigma de la protección y del manejo del ambiente, en particular la función hermenéutica y desmistificadora de su método que tiene como una de sus principales tareas “el desmontaje de la maquinaria mítica” de la realidad en que nos movemos. La economía política de la naturaleza La ciencia en general y la ecología en particular se han convertido, sin lugar a dudas, en un recurso político al que se acude como fuente de racionalidad, como base para justificar puntos de vista, para legitimar posiciones y para controlar los términos de las argumentaciones y conclusiones.25 Las cuestiones políticas que conciernen al ambiente o a “lo natural” terminan por transformarse en cuestiones de tipo principalmente científico y tecnológico, lo que ha terminado por despolitizar el debate sobre el ambiente. Leenhardt (2000) insiste en que ello “representa un peligro para el futuro, no por el hecho de que se deje todo el espacio a los científicos cuyo soporte continúa siendo indispensable, sino porque se deja la impresión de que los problemas ambientales son cuestión de técnicos y científicos y no, en primera instancia y fundamentalmente, de política”. 25 Nelkin (1989) ilustra este punto con elocuencia, en su artículo Controversies and the Authority of Science. 65 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 Definir la Ciencia como fuente de autoridad universal plantea dos profundos obstáculos a la posibilidad de corregir el rumbo y reconstruir nuestra relación con el entorno. El primero es el hecho que hace incuestionable que las posibles soluciones a los miles de “conflictos ambientales” se pueden dar únicamente en los términos que visualiza la cultura moderna del consumo. Padilla (1995) nos recuerda que uno de los más conspicuos pasajeros que llegan al Nuevo Mundo a bordo con Colón fue La Verdad. Precisamente, es este mismo pasajero el que viene acompañando el proceso de legitimar las instituciones, los derechos y el vocabulario de la Naturaleza como objeto de la ciencia. Su efecto más poderoso, para ponerlo en términos de Escobar, es quizá el de haber colonizado la realidad hasta el punto en que no podemos ya imaginar ninguna opción diferente a la cultura económica “global” contemporánea, devoradora de recursos, la que valiéndose de la seducción del consumo recubre, como Urano, el planeta. El segundo gran obstáculo radica en que esta forma de ver el mundo y la vida, desplaza el encuentro con otras culturas, con otras cosmologías a un lugar marginal. Reduce el encuentro entre visiones diferentes de la naturaleza y de la naturaleza de la realidad a una mera banalidad. Las posibilidades de intercambio se ven amordazadas por una relación de dominio. Al dar por hecho que la visión científica es la fuente de legitimidad se da también por hecho que hay una serie de aspectos totalmente irrelevantes: los que llevan implícitos la formas de vida y de pensamiento de otras culturas como las indígenas. Ello tiene como consecuencia un proceso simultáneo de invisibilización y de reificación de las prácticas, tecnologías y saberes de una serie de sociedades locales que tienen formas viables de socialización y que han mostrado tener formas “sostenibles” de habitar ciertos medios. No es intrascendente el hecho de que en el caso de Colombia como en muchos otros, sea precisamente en las regiones habitadas por este tipo de sociedades donde se concentran nuestras mas pre- La concepción naturalista de la naturaleza Margarita Rosa Serje 66 ciadas “riquezas naturales”: los bosques, la biodiversidad, las reservas de agua dulce.26 A este tipo de “comunidades” se las considera banales, rezagadas, precarias, sobrevivientes del pasado de la humanidad, casi que “desechables”, a las que en el mejor de los casos habría que “proteger” como se lo hace con las especies en vías de extinción, y a las que en todo caso habría que “educar” y “desarrollar” pero a las que jamás se podría tomar en serio. En nuestro orden de ideas resulta impensable la posibilidad de garantizar la viabilidad de sus formas de vida social que son las que de hecho producen esos paisajes y naturalezas tan valorados para el futuro del planeta. Un ejemplo claro y contundente de ello es el tristemente célebre conflicto con el pueblo uwa frente a la explotación petrolera. La oposición entre la naturaleza y la cultura, la distinción entre lo humano y no humano, la ruptura con el cosmos, no solo tiene consecuencias para el desarrollo del conocimiento en general y de la comprensión de la evolución de la sociedad en conjunto con sus ecosistemas. Tiene también profundas implicaciones para la economía política del mundo contemporáneo. En ella se sustenta tanto su economía material como su economía sexual y racial, sobre las cuales solo se construyen estructuras de aislamiento y de exclusión. Naturalizar la transformación del mundo en una naturaleza externa, objetivada, garantiza su trasformación incuestionada en mercancía y ha terminado por transformar también a las personas en seres sin aura y a sus relaciones en procesos de transacción o de “negociación”. 26 P.e. el Vaupés, la Mojana, el Chocó-Pacífico, la Sierra Nevada de Santa Marta, el alto Sinú y el Cocuy, entre otras. 67 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1-2 1999 BIBLIOGRAFÍA B A RT H E S , R . (1970). Le Mythe, Aujourd’hui. En: Mythologies. Paris: Editions du Seuil (ed.orig.1957). B E N J A M I N , W. (1971) Poesía y capitalismo. Iluminaciones II. Madrid: Taurus. B E R Q U E , A . (1994). (bajo la dir.de) Cinq Propositions pour une Théorie du Paysage. Seyssel: Editions Champvallon. B O U R D I E U , P. (1996). Sobre la televisión. Barcelona: Anagrama. B O Y E R , M . (1996). L’Invention du Tourisme. Paris: Découvertes Gallimard. C L A R K , K . (1994). L’Art du Paysage. 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Con la intención de empezar a delinear su origen en el contexto nacional, hemos escogido los relatos de viaje escritos dentro de la Comisión Corográfica (1850-1859), encabezada por Agustín Codazzi. En estos textos comienza a elaborarse la naturaleza con fines estéticos, se le otorga un carácter del cual carecía y aparece como una fuente de emociones y sensaciones. Como podremos ver, para sentir ese “espectáculo de la naturaleza” era necesario un cultivo y una educación particular de los sentidos. Una sensibilidad guiada por saberes modernos, cánones estéticos y por formas de concebir el orden social. De otra parte, la idea de paisaje fue el medio más complejo que usaron los viajeros para construir una visión estética en torno a la naturaleza y al mundo externo. Esta idea manifiesta, a su vez, la importancia del orden estético en la experiencia y apreciación de lo real. PA L A B R A S C L AV E naturaleza, paisaje, sensibilidad, viajeros, relatos de viaje, Comisión Corográfica 71 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Introducción1 Si bien existen hoy pocas dudas en torno a la historicidad de los sentidos, de las emociones, sentimientos y placeres asociados con el mundo externo y la naturaleza, en el ámbito nacional, desafortunadamente, carecemos de una “historia” y una antropología que dé cuenta de las formas como se ha construido localmente la percepción y representación de la naturaleza. Así, teniendo presente que “la oposición “naturaleza-cultura” no sólo es jerárquica y sus términos portan valores que cambian según las épocas, sino que es el fundamento de las nuevas sociedades latinoamericanas, que define roles dentro de los países y también roles nacionales en organización mundial de la cultura, la política y la economía” (Montaldo, 1995), este artículo pretende desarrollar una lectura particular de los relatos de viajes realizados dentro de la Comisión Corográfica, una propuesta hermenéutica que nos permita reconstruir la elaboración estética de la naturaleza por parte de los viajeros asociados con dicha expedición. No está de más aclarar que la lectura aquí propuesta concibe los relatos de viajes como artefactos culturales, es decir, como textos sujetos a convenciones, estrategias retóricas y diferentes formas de producir significados y “objetos de conocimiento”. Así como la teoría poscolonial reconoce que “podemos leer el discurso sobre el “otro” (o sobre lo otro),2 no tanto en función de su referencialidad, sino como dispositivo en la constitución “propia” del sujeto (europeo) que produce el discurso (Ramos, 1989), aquí asumimos que las crónicas de viaje en cuestión nos hablan más del autor que las escribe que de aquello que dicen representar. 1 Este artículo corresponde a un capítulo de mi tesis de grado titulada: Paisaje, naturaleza y viajeros en la Comisión Corográfica. Este trabajo se adelantó dentro del proyecto: Percepción de la naturaleza y el cuerpo de la nación, bajo la dirección de Zandra Pedraza. 2 No sobra decir, que los relatos de viaje entran en esta categoría de discursos sobre el “otro” o “lo otro”. Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 72 Como podremos ver, el hecho (completamente “natural” para nosotros) de convertir al entorno en una fuente de sensaciones y placeres, presupone una sensibilidad particular que le otorga un papel fundamental a los sentidos en el proceso de conocimiento y en la experiencia del mundo; ésta constituye el punto de partida en la representación y percepción de la naturaleza. La sensibilidad que se despliega en los relatos de viajes le permitió al viajero proponer una mirada estética sobre la naturaleza y el paisaje. En este orden de ideas, las diferentes imágenes de la naturaleza y el paisaje que abordamos en este texto, se nos muestran inseparables de los intereses, valores, ideales y proyectos en los que se vieron involucrados los viajeros decimonónicos. De hecho, Said hace evidente que las representaciones textuales sobre otros mundos logran su “objetividad”, apoyándose en instituciones, tradiciones, convenciones y códigos de inteligibilidad (Said 1978). Así, pretendemos reconstruir el horizonte de sentido que permitió la elaboración retórica y semántica de la naturaleza y, en particular, su representación o composición estética a través del concepto de paisaje. Inicialmente, se sugiere que la sensibilidad del viajero surge en torno a ciertos motivos y constituye un intento por resolver ciertas contradicciones: motivos como el placer que pueden procurar los viajes en estrecha relación con las emociones e impresiones que afectan al viajero en medio de la naturaleza. Y contradicciones como la imposibilidad de civilizar una “naturaleza desenfrenada y exuberante”. Este tipo de paradojas tienden a solucionarse convirtiendo a la naturaleza en objeto de goce estético y estésico, en un espectáculo cuya máxima expresión la encontramos en la idea de paisaje. Así, en una primera parte, abordamos los sistemas de apreciación de la naturaleza (Corbin, 1993), algo que nos permite interpretar y entender la percepción de la naturaleza dentro de la Comisión Corográfica. En este contexto, la sensibilidad del viajero tiene su punto de partida en una sensitividad que “se regocija exponién- 73 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 dose a lo que conmueve los sentidos internos y externos; en ella convergen lo corporal y el mundo corporalmente perceptible con las interpretaciones estésicas” (Pedraza, 1999: 271). Esta sensitividad constituyó el medio principal empleado por los exploradores para estesiar el entorno, es decir, hacer de este una fuente de sensaciones y emociones accesibles a una “sensibilidad cultivada”. En la segunda parte de este artículo, pretendemos desentrañar el concepto de paisaje elaborado por los viajeros de la Comisión. Partiendo de autores como Cosgrove, Montaldo y Hirsch, planteamos que el paisaje puede entenderse como la representación o la composición estética de la naturaleza y el mundo externo. En el intento por comprender esas imágenes de la naturaleza, aparecen los cánones del clasicismo (la armonía, el equilibrio y el orden, entre otros) como los valores esenciales empleados por los exploradores para elaborar y juzgar los paisajes. La preocupación por el orden estético que aparece en los textos de los “liberales modernizadores”, nos muestra que la “estetización” de la vida social –ordenar lo real en función de lo bello– se pensó como un remedio, una cura para los “males” que aquejaban a la sociedad y en esta medida, una forma de impulsar el “tránsito” definitivo hacia la modernidad (Castro-Gómez, 1997). La sensibilidad del viajero EL PLACER DE LOS VIAJES En el intento por esbozar los motivos en torno a los cuales se articula la sensibilidad del viajero, parece ineludible hacer referencia al papel que se le otorgó a la naturaleza y, por supuesto, a los viajes en este proceso. Hacia finales del siglo xix, el historiador, costumbrista y discípulo de Manuel Ancízar, Eduardo Posada, resumía, sin proponerselo, en un corto párrafo, el significado que Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 74 llegaron a tener la naturaleza y, en estrecho vinculo con ésta, el desplazamiento por el territorio nacional en ese siglo: Alguno dijo que Colombia debería tener una literatura de viajes. En realidad,¡qué gran fuente de inspiración es el patrio territorio! Ríos majestuosos, selvas oscuras, montañas enormes, poéticas colinas, valles de esmeralda, arroyos de cristal, simpáticas aldeas. ¡Y qué gran servicio se haría a la Geografía patria, aún incorrecta, si se hiciera, o se escribieran cuando se hacen algunos viajes dentro del país! La descripción de algunas de nuestras bellezas naturales tenemos que buscarla en viajeros extranjeros. Cierto es que la monótona mula, la prosa de los arreos, los caminos llenos de precipicios y barrizales, y las posadas de la edad media, arredran al pobre literato, que gusta más del reposo tranquilo en medio de sus libros. Pero estos viajes tienen su encanto, y más interés que los viajes en tren.Cuando nuestros literatos han dejado la vida de la ciudad enervante y han pasado por los campos, han hecho sus mejores obras: Ortiz canta a Tunja desde el alto de Soracá, Gutierrez González a Aures, Isaacs a Río Moro, Madiedo al Magdalena, Fallón los rocas de Suesca. Pero ¡cuánto sitio hay por ahí pidiendo una pluma o un arpa! Y nuestro arte infantil ¡qué temas tan grandiosos encuentra en esta naturaleza tropical! (Posada, 1977: 1) De este modo, Posada pone en evidencia algo que ha sido completamente ignorado por la historiografía que se ha ocupado de esa época. A saber, que los viajes, privilegio de unos pocos en ese entonces, tenían su encanto y ese encanto también era un motivo para realizarlos (junto con todos los fines prácticos que estuvieron asociados con ellos) y dejar inscritas las experiencias en los diferentes textos. El placer asociado con los viajes no era otro que gozar, deleitarse y disfrutar de la belleza y majestuosidad que ofrecía la naturaleza a lo largo y ancho del país, y por otra parte, regocijarse en los encantos de la vida campestre. A diferencia de los exploradores 75 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 ingleses, vinculados con el proyecto expansionista británico, que veían fea cualquier naturaleza que no estuviese culturizada (Pratt, 1997), los viajeros vinculados con la Comisión (en un intento por definir la identidad nacional) alcanzaron a otorgarle una connotación positiva a la “naturaleza americana”, y poner en evidencia los diferentes significados que esta llegó a tener (para los europeos y los americanos).3 En este sentido, tendríamos que repensar esta dimensión de la historia de la vida privada, pues versiones como la de Efraín Sánchez, quien en su artículo Antiguo modo de viajar en Colombia, basándose en el viajero alemán Alfred Hettner, pretende demostrar que no existió interés alguno entre los viajeros decimonónicos por “moverse de un lugar a otro para absorber siempre nuevas impresiones”. Ante todos los inconvenientes e incomodidades que se presentaban –y que impedían además gozar de los paisajes– los viajes terminaban siendo un “mal necesario”. Hay que reconocer, sin embargo, que no todo era placer en los viajes. A este respecto la conversación que Manuel Pombo sostiene con Enrique Price (uno de los pintores de la Comisión Corográfica) en un encuentro durante su viaje, nos sirve para aclarar el significado de los viajes y de la naturaleza. Después de haberle dicho Pombo a Price que “esta naturaleza intertropical tiene caracteres gigantescos en todos sus reinos”, el segundo le responde: –Es verdad, y en ellos la admiro, así como la hallo inimitable en mis ramos de vistas y paisajes; pero no por eso dejan de ser infernales los 3 Aquí presenciamos la resignificación dentro del orden republicano del “discurso colonial”. La “naturaleza americana” se constituye en un elemento positivo que le otorga un sentido particular a los viajes por estas tierras: un encanto del cual carecen los viajes que podían realizarse en tren por Europa o los Estados Unidos. Vale la pena aclarar que ese placer asociado con la naturaleza se realizó, en varios casos, a costa del “sufrimiento” de los indios cargueros, a costa del trabajo o esfuerzo constante de otras personas. Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 76 caminos de esta provincia; y no soy yo el primero que lo declara, vea usted lo que escribía en 1826 el señor Boussingault […] (Pombo, 1992: 91) Por otro lado, la idea central de Posada, de que la naturaleza tiene algo que decirle o comunicarle, le sugiere temas al literato entregado a sus encantos, tiene su propia historicidad, junto con la misma concepción estética de la naturaleza.Y es en relatos como los de Ancízar y Pombo, en donde se elabora la naturaleza con fines estéticos, se le otorga un carácter del cual carecía, se presta para convertirla en una fuente de emociones y para favorecer prácticas (como los paseos campestres) que apenas comenzaban a difundirse entre las elites neogranadinas. Como podremos ver, esa sensibilidad del viajero, que permitiría leer luego los temas que sugiere la naturaleza, es el correlato del intento por otorgarle un carácter estrictamente sensible a la naturaleza. En pocas palabras, las cualidades estéticas de la naturaleza y las sensaciones y sentimientos que podía producir en el viajero, presuponen un cultivo y elaboración particular de los sentidos, desde la cual son aprehendidas y juzgadas según los códigos estésicos y estéticos predominantes. L A N AT U R A L E Z A Y L A S E N S I B I L I D A D D E L V I A J E R O I L U S T R A D O Según Gómez de la Serna (basándose en la receta del viaje ilustrado expuesta por Rousseau) otro de los motivos que impulsaron el viaje ilustrado está estrechamente asociado con la naturaleza: “se va a viajar con el fin de ponerse en contacto con la naturaleza y descubrir su puro y libérrimo espectáculo” (Gómez de la Serna, 1974: 13). Ciertamente, este impulso podemos encontrarlo en ilustrados como Jovellanos. Algunos autores coinciden en señalar “la especial aptitud del escritor asturiano para sentir la emoción de la naturaleza y la sensación aguda de paisaje que hay en sus versos” (Morales, 1988: 27). 77 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 De nuevo, si nos remitimos directamente al Emilio, es posible vislumbrar las condiciones en las que se desenvuelve la sensibilidad del viajero ilustrado y su inclinación por ciertas experiencias, ambientes y paisajes. Rousseau parece confirmar lo que ya habíamos dicho: para sentir el espectáculo de la naturaleza es necesario un cultivo y una educación de los sentidos, se requiere de un proceso de aprendizaje previo, por así decirlo. Rousseau nos cuenta en su relato, sobre la forma de enseñar a un hipotético alumno a conocer los fenómenos de la naturaleza, un paseo del alumno y su maestro a un “lugar propicio” con la intención de ver y sentir el amanecer. De entrada, el maestro se muestra incapaz de comunicarle al niño las sensaciones que la naturaleza, le procura; el último carece de la sensibilidad necesaria para sentir el espectáculo que parece trascender el lenguaje mismo: Lleno del entusiasmo que experimenta, el maestro quiere comunicarlo al niño; cree emocionarlo volviéndole atento a las sensaciones que a él mismo le emocionan. ¡Pura tontería! Es en el corazón del hombre donde está la vida del espectáculo de la naturaleza; para verlo, hay que sentirlo. El niño percibe los objetos, mas no puede recibir las relaciones que los unen, no puede oír la dulce armonía de su concierto. Se precisa una experiencia que él no ha adquirido, se precisan unos sentimientos que no ha experimentado para sentir la impresión compleja que resulta a la vez de todas esas sensaciones. (Rousseau, 1995: 221) Rousseau no puede ser más elocuente: el espectáculo de la naturaleza sólo es visible para aquél que esté en capacidad de sentirlo, para aquél cuyos sentidos estén “entrenados” y cuya alma esté familiarizada con ciertas emociones o sentimientos: “¿Cómo causará en él emoción voluptuosa el canto de los pájaros si todavía le son desconocidos los acentos del amor y el placer?” (Rousseau, 1995: 221). De esta forma, aquí nos interesa explorar cómo se construyó Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 78 la sensibilidad del viajero en el contexto de la Comisión Corográfica, la manera cómo elaboró sus sentidos con miras a configurar sus juicios y experiencias estéticas. Para comenzar, podríamos afirmar que la sensibilidad del viajero surge en un intento por resolver contradicciones y preguntas que resultan ineludibles para la “misión civilizadora”, a saber: ¿Cómo dominar una naturaleza donde la figura del hombre prácticamente desaparece, cuando no se manifiesta en toda su pequeñez ante su grandeza? ¿Es posible colonizar una naturaleza desproporcionada, amenazadora, cuyo poder y riesgos son superiores a la fuerza humana? Precisamente, esas paradojas tienden a resolverse inicialmente convirtiendo la naturaleza en un objeto de goce estético, es decir, se la reconoce y es elaborada como fuente de emociones y sensaciones, siendo la otra cara de este reconocimiento, la sensibilidad que construye el viajero y a través de la cual logra acceder a los sentimientos que la naturaleza puede transmitirle.4 Esta imagen del viajero, parece expresarla Santiago Pérez, quien a los veintidos años se vinculó a la Comisión Corográfica (en reemplazo de Manuel Ancízar) y realizó expediciones hacia el occidente del país: Si queremos concebir al viajero y simbolizarlo lo comprenderemos en marcha hacia el más allá sobre sus propios pies, midiendo el suelo a pasos acompasados, en contacto directo y constante con el suelo mismo, dejando sus huellas estampadas, como un recuerdo de su personalidad peregrina y fugitiva. Así, en esa comunión íntima con la naturaleza, 4 Como ya habíamos intentado sugerir, el sueño colonizador y la misma idea de civilización, que se gestaron a lo largo del siglo xix, adquieren sentido en la medida en que pretendieron dominar y ordenar –a través de la escritura inicialmente– esa naturaleza que a los ojos del viajero se presenta “desproporcionada y desenfrenada”. Particularmente, ese proyecto constituyó un arma contra los miedos y peligros que la naturaleza podía suscitar. 79 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 el viajero primitivo, la comprendía, la amaba, la temía; para él, el buen tiempo o la tempestad, eran cosas de importancia magna, aspectos que le llegaban al alma, como a la del amante la sonrisa de bienvenida o el ceño de enojo de la amada; visto así el paisaje o, mejor dicho, así sentido quedaba de él en el alma del viajero, una huella más honda y más duradera que la de las plantas de él mismo en el polvo del camino borradas por la primera ráfaga de vientos.5 (Duque, 1951: 8-9) No sobra decir que las condiciones epistemológicas para que surgiera esa noción de la naturaleza como espectáculo ya se habían 5 Vale la pena resaltar, como se sugiere en la parte de La historia de la vida privada (editada por Duby y Ariés) dedicada al viaje en el contexto del surgimiento de la subjetividad moderna, el modelo romántico del viaje, que comenzó a consolidarse a fines el siglo xviii en sustitución del modelo clásico, promovió “una nueva experiencia del espacio y de las gentes, vivida al margen del marco habitual”. A esta nueva experiencia alude Santiago Pérez cuando se refiere a la personalidad “peregrina y fugitiva” del viajero. Esta nueva concepción del espacio o entender el espacio como práctica de lugares, para usar los términos de Augé, “procede de un doble desplazamiento: del viajero, pero también, paralelamente, de paisajes de los cuales él no aprecia nunca sino vistas parciales, “instantáneas”, sumadas y mezcladas en su memoria y, literalmente, recompuestas en el relato que hace de ellas” (Augé 1998 ). Mientras el modelo clásico del viaje se caracterizó por un “itinerario tranquilo y sereno, jalonado por estancias urbanas, que llevaba al turista a saturarse de obras de arte y visitas a monumentos”; en el modelo romántico del viaje se gestaron experiencias ligadas a lo sublime (de la naturaleza en la mayoría de los casos) y a su vez, el intento por hacer “vibrar el yo” adquirió un sentido particular. Aplicar estos modelos a los viajes que nos interesan no deja de ser problemático. Por un lado, resulta inevitable reconocer que los presupuestos epistemológicos de la literatura nacional (el costumbrismo principalmente) producida durante el siglo xix están bastante cercanos al clasicismo. Igualmente, varios autores han asociado las características del “romanticismo hispanoamericano” de ese siglo con la ausencia de una subjetividad propiamente moderna. Y por otro lado, en los relatos de viajes encontramos la elaboración de temas que bien podríamos vincular con el modelo romántico. Temas como el “sentimiento de la naturaleza” que aparece en la sensibilidad del viajero y la experiencia del espacio a la que alude Santiago Pérez, por sólo mencionar algunos. Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 80 dado, en alguna medida, en el complejo horizonte de pensamiento que había legado la Ilustración Neogranadina. Así, vemos que en personajes como Mutis y Restrepo, ya no se pensaba el hombre y el universo en términos analógicos, ya estaba atrás “ese sistema que implica la creencia en misteriosas correspondencias entre el mundo físico y el mundo espiritual, entre lo humano y lo divino, entre el hombre –el microcosmos– y el universo, el macrocosmos” (Corbin, 1993). En pocas palabras, lo que parece confirmarse con la apropiación local de las ciencias naturales es la autonomía de la naturaleza. Esta última se consolida como un ámbito externo al pensamiento humano, regido por unas leyes propias, posibles de descubrir a través de la razón y experimentación, leyes que, sin embargo, habían sido dispuestas por Dios en la misma creación bajo “cifras y caracteres matemáticos” y por esto mismo sólo eran inteligibles para el hombre –los científicos– que tuviera dominio sobre el lenguaje matemático en el que estaba escrito el mundo6 . Si bien es cierto que Mutis enfatiza en el papel que tienen los sentidos en la nueva jerarquía metodológica que se impone a partir de Newton, también lo es que éstos están al servicio de las ideas neoplatónicas o del racionalismo clásico predominantes en su pensamiento. Los sentidos aparecen aquí como un paso transitorio hacia el conocimiento del “autor de la naturaleza”, permiten llegar, ascender de manera inadvertida desde las “cosas visibles” a la contemplación y admiración de ese orden divino, abstracto, que reina en la naturaleza. Precisamente, a partir de esa sensitividad7 que encontramos en viajeros como Manuel Ancízar, los sentidos comienzan a tomar un 6 Esta abstracción de la naturaleza, como lo ha señalado Hirsch, también suponía la abstracción de los mismos hombres, es decir, la consolidación del humanismo. 7 Gran parte del análisis de los textos que realizamos en este artículo está basado en los conceptos elaborados por Zandra Pedraza (1999). De esta manera, la sensitividad “sugiere la capacidad de sentir y el refinamiento de las percepciones (pasa a la pág. 82) 81 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 nuevo significado, y en medio de las sensaciones, percepciones y emociones que acusa el viajero en contacto con la naturaleza, esta última toma su valor estético.Veamos entonces cuál es esa sensitividad que descuaja a lo largo de La Peregrinación de Alpha y que deviene en sensibilidad, en la preferencia por ciertos paisajes y experiencias. M A PA S E M O C I O N A L E S Y S E N S O R I A L E S : LA SENSITIVIDAD DEL VIAJERO En su texto El territorio del vacío (1988) el historiador francés Alain Corbin nos muestra cómo los juicios estésicos y la experiencias cenestésicas cumplen un papel fundamental en los sistemas de apreciación de la naturaleza. Para ilustrar este fenómeno podríamos recurrir a su ejemplo sobre la forma como las náuseas provocadas por el cabeceo y balanceo del barco configuraron el horror hacia el mar que caracterizó la Edad Media y que aumentó a lo largo del siglo xviii. De esta manera, el sistema de apreciación de la naturaleza que comienza a configurarse a mediados del siglo xix en el país, tiene su punto de partida en experiencias de tipo estésico, inscritas en una sensitividad que se regocija en el espectáculo que ofrece la naturaleza a los diferentes sentidos y que permite establecer, junto con la valoración de las diferentes sensaciones, una tipología o una cartografía de los diferentes paisajes. Resulta inevitable reconocer aquí «el papel de lo sensible como parte integral de la definición cultural del conocimiento geográfico», un elemento central en la imaginación espacial (Rincón, 1996). (viene de la pág. 81) sensoriales”. Como esta autora lo expone, “esta inclinación se alimenta de sutilezas: una atmósfera determinada, matices olfativos, caprichos del gusto, anhelo de sensaciones intensas, instantes extáticos, minúsculas y casi imperceptibles conmociones, arrebatos y espasmos sensoriales” (Pedraza 1999: 271). Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 82 En primer lugar, tendríamos que reconocer que la percepción de la naturaleza se gestó localmente relacionándola con la higiene y con aspectos de la teoría hipocrática. Bajo este esquema y en medio de las representaciones -culturalmente codificadas- que el viajero organiza a partir de las sensaciones fisiológicas8 , surge la manera de valorar y experimentar los lugares con los que se establece contacto. Así, la “región andina” adquiere en el texto de Ancízar una valoración positiva que tiene su fundamento en las experiencias corporales –en las interpretaciones sensibles de esas experiencias, para ser más exactos- que afectan al viajero: El ambiente puro, ligero y perfumado con los innumerables olores de los arbustos de la ladera y de los rosales y campánulas que crecen silvestres a orillas de los vallados y alamedas, producía en todo mi ser una impresión indefinible de bienestar, sintiéndome vivir desde el fácil movimiento del pulmón, vigorizado al aspirar aquel aire diáfano y fresco, hasta la palpitación de las mas pequeñas arterias de mi cuerpo. (P. A.: 1) 9 El aire leve y perfumado se respira fácilmente, la circulación de la sangre se anima, y se siente el indefinible bienestar físico que experimenta el viajero al entrar en las regiones andinas y le hace volver los ojos complacido hacia los países calientes que abandona. (P. A.: 240) De este modo, los juicios de naturaleza estésica que encontramos en varios momentos de la Peregrinación y que articulan la 8 Esta es la definición de estesia que Pedraza propone en la última parte de su texto. 9 Las siglas P.A. corresponden al texto de Ancízar La peregrinación de Alpha, las citas que aquí usamos son tomadas de la edición de 1942 publicada por la Biblioteca Popular de Cultura Colombiana. Cuando en vez de las siglas aparece una fecha es porque se trata de otra fuente. Todos los énfasis de las citas son míos. 83 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 percepción del viajero, adquieren sentido o toman su significado dentro del régimen que dio paso a una nueva aprehensión del mundo y a una forma diferente de concebir y cultivar el cuerpo. Este régimen estuvo impulsado por diferentes saberes modernos que promovieron una percepción del cuerpo bajo nuevos parámetros sensoriales. Especialmente, y como ya lo ha señalado Pedraza, la evolución del olfato a lo largo del siglo xviii estuvo marcada por la tendencia a idealizar la desodorización y aromatización en un diálogo constante con los desarrollos de la higiene. La noción de limpieza, introducida por la higiene, revolucionó la percepción de los olores, comprendidos y analizados desde entonces con nueva agudeza. Surgieron simultáneamente la asociación del agua con el placer y, por esta vía, nuevas modalidades de deleite corporal: limpieza, buenos olores y frescura. Y por último se aconsejó el aire puro que da salud y robustece (Pedraza, 1999). Igualmente, la pureza y el aroma de los ambientes asociados con la limpieza y la higiene, características de la “región andina”, encontraron su “equivalente” en la aprehensión de los sonidos. En pocas palabras, el cuerpo cultivado con arreglo a la visión higiénica no sólo discriminó la limpieza de la suciedad a través del olfato y la vista, también se tornó sensible ese cuerpo a los sonidos agradables y armónicos. Así parece manifestarlo Manuel Ancízar, cuando apenas comenzaba su periplo por las regiones nororientales del país. En el siguiente cuadro, donde la “voz de los campesinos” es uno de los tantos “sonidos misteriosos de la naturaleza” que configuran el ambiente, los campesinos sólo son un elemento dentro de todos los que conforman el cuadro que el viajero “observa” como un espectador: Todos los sonidos misteriosos de la naturaleza, al despertar, el balido de las ovejas, el mugir del ganado, la voz de los campesinos y el sordo murmullo de la cuidad, llegaban a mí claros y distintos con la Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 84 vibración peculiar que adquieren en medio de la atmósfera enrarecida de las altas regiones de los Andes. (P. A.: 2) Por otra parte, tal y como podemos apreciarlo en la satisfacción de Ancízar por haber dejado atrás los “países calientes”, dentro de este sistema de apreciación de la naturaleza, la valoración de las sensaciones que afectan al viajero en las “tierras calientes” termina justificando o elaborando una experiencia corporal desagradable cuando se entra en contacto con esas tierras y su ambiente. Los “países calientes”, se definen en oposición a las regiones andinas y así mismo, la cenestesia –la percepción del propio cuerpo– y los resultados que se derivan de sus juicios, constituyen el principio para discriminar el ambiente leve y puro de los Andes, de aquél denso y caldeado que predomina en las regiones bajas. Este es el sentido que rige los juicios estésicos: […] sensación de [salud y bienestar] que sólo en las regiones andinas se disfruta, porque uno de sus principales elementos consiste en aspirar el ambiente leve, purísimo y embalsamado que lo vivifica todo sin oprimir el pecho con la densidad del aire de las tierras calientes. (P. A.: 25-26) La naturaleza dormía bajo el peso de una atmósfera densa y caldeada, y hombres y bestias buscamos la sombra, abrumados de calor […]. (P. A.: 43) José María Vergara y Vergara confirmó en su Almanaque de Bogotá y guía de forasteros publicado en el año de 1866, esta concepción de la atmósfera o del aire que puede leerse entre líneas en los párrafos citados. De esta forma, Vergara y Vergara expresa que “el aire, por el efecto de la atracción del globo es mas denso, es decir, mas lijero, a medida que nos elevamos” (Vergara y Vergara, 1866: 85 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 3). La influencia de la higiene es definitiva en la manera como este literato entendía “la atmósfera” y la influencia del aire en el “organismo humano”: Suelen diferentes miasmas que se exhalan, ya de animales vivientes, ya de las sustancias animales y vejetales en putrefacción, mezclarse con el aire alterando su pureza, y llevar a lo léjos el jérmen de muchas enfermedades endémicas o epidémicas. Con el aire que respiramos, absorbemos a veces la muerte, y a veces un aroma saludable que nos purifica y conforta. (Vergara y Vergara, 1866: 3) La sensitividad del viajero también se desenvuelve y, quizás de manera más abstracta, en un ámbito emocional. Es decir, su manera de sentir y de ordenar las percepciones se alimenta de las emociones que surgen de las mismas experiencias estésicas y corporales. A partir de aquí, tendríamos que hablar de “mapas emocionales”. El viajero esboza una cartografía cuyos principales puntos de referencias son las diferentes emociones y así establece una correlación entre los paisajes y los “estados de ánimo”. Podríamos comenzar la descripción de esa cartografía con la forma como Ancízar experimenta su cuerpo en las regiones bastante altas. De allí derivan ciertas emociones y pensamientos. Veamos entonces, qué nos dice su “memoria sensitiva” en torno a sus exploraciones por “tierra fría”. Ese “observador imparcial” que el narrador pretende ser, es sujeto de ciertas emociones y “espasmos sensoriales” cuando establece contacto con los páramos o las cumbres de las montañas: El observador se encuentra oprimido, y cuando puesto en pie sobre el borde de la insondable cima penetran las miradas en el espacio inferior, surcado calladamente por el tardo vuelo de los buitres, un estremecimiento involuntario se difunde por el cuerpo, y casi pudiera decirse que se siente allí la presencia de Dios. (P. A.: 176) Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 86 El viajero no sólo siente y teme la “presencia de Dios” dada su impotencia frente al espectáculo y la grandeza de la escena, sino que las tempestades por él imaginadas aluden metafóricamente a su propia muerte y fragilidad: En los páramos la tempestad no es majestuosa, tronadora y rápida como en los valles ardientes de nuestros grandes ríos: es callada y persistente cual la muerte, y, como ella también, yerta y lóbrega, sin las magnificencias del rayo, sin la terrible animación del huracán que transporta veloz y arroja sobre la tierra océanos de agua: morir en medio de estos grandes ruidos y conmociones de la naturaleza debe ser para el viajero un accidente súbito, casi no sentido: en los páramos se muere silenciosamente, miembro por miembro, oyendo cómo se extinguen por grados las pulsaciones del corazón; por eso es terrible, y terrible sin belleza, una tempestad en la cima de los Andes: el ánimo se abate, y la energía queda reducida a los términos pasivos de la resignación. (P. A.: 383) Experiencias como ésta terminan asociando los páramos con la tristeza, constituyen regiones “heladas, tristes y desapacibles”. Este valoración de las “regiones altas” parece manifestarla Manuel Pombo cuando nos “describe” lo que siente y piensa en el “Alto de Alegrías: Cuando coronamos el Alto de Alegrías la niebla lo encapotaba y lo batía el viento silbando desapaciblemente; nada, pues, por entonces justificaba su nombre. Pronto reflexionamos que así hay otros rodeados por la tristeza, las alegrías pasadas, aquellas de que sólo queda el recuerdo y de las que dijo la copla: Pasaron mís alegrías Como ajenas, como ajenas; Y me quedaron mis penas Como mías, como mías. (Pombo, 1992: 105) 87 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Sin embargo, en este punto es necesario reconocer que los ideales de la “misión civilizadora” también tocan los sistemas de apreciación de la naturaleza. El sentimiento de tristeza asociado con la soledad de los desiertos, páramos o selvas, contrasta o adquiere sentido en oposición a la animación y vitalidad que puede traer la civilización –o que presentan los pueblos agricultores, prósperos y ricos– y así, este sentimiento remite indirectamente a la colonización de esos “lóbregos” lugares para inundarlos de vida e industria, para que dejen de ser “desapacibles”. Esta oposición entre soledad y civilización que articula las “emociones” de los viajeros aparece con claridad cuando Ancízar imagina el paisaje que pudo existir en el altiplano y lo compara con el paisaje que en ese momento parece mostrar la región: Por manera que lo que hoy es asiento de muchas villas y aldeas donde moran más de 40.000 habitantes y se mantienen 50.000 cabezas de ganado mayor y menor, era en otro tiempo mansión solitaria de aguas dulces pobladas de pequeños peces, surcadas por aves a las que jamás sobresaltó el estampido del arcabuz, ni acaso perturbó el tránsito de ningún barquichuelo. A la soledad y quietud de este mar andino se ha sustituído la animación de la industria. (P. A.: 323) De hecho, y como lo podremos ver en la siguiente parte de este artículo, la sensibilidad del viajero tuvo su mayor expresión en otros ámbitos y se deleitó en una naturaleza culturizada –cultivada–, en paisajes donde lo bello se encontraba regido por los cánones del clasicismo y articulado en el orden estético que promovió el liberalismo modernizador. LOS VIAJES Y EL ÁMBITO ÍNTIMO EN EL SIGLO XIX Para terminar con el mapa emocional que ya comenzamos a Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 88 esbozar y con esta parte del texto, nos parece apropiado realizar una reflexión sobre la relación de los viajes con la soledad. Esto nos ayuda a entender por qué la sensibilidad del viajero prefirió y llegó a idealizar o a construir ciertos paisajes y sólo se reconoció en una naturaleza culturizada y habitada. En realidad, como bien lo señala Pedraza, el ámbito íntimo o privado, “en el cual se desenvuelven la subjetividad, la condición humana moderna y las propias capacidades, es prácticamente ajeno al discurso cortés” que predomina a lo largo del siglo xix. Igualmente, la ausencia de este espacio en el discurso cortés se debe a que este último concibe al ser humano sólo como un ser social, haciendo imposible que se produzca la escisión privado-público. En este orden de ideas, tendríamos que reconocer que el espacio que abrió el viaje para los letrados decimonónicos, constituye un lugar privilegiado para entender la manera de concebir la soledad y el ámbito íntimo en el pensamiento de la época. Como ya hemos podido verlo a lo largo de las citas, el viajero en varias ocasiones se encuentra en regiones donde “la soledad es completa”, ya se trate de selvas o de desiertos. Esa experiencia recurrente de “vacío” en los relatos de viaje, es posible concebirla, siguiendo a Augé, como “la evocación profética de espacios donde ni la identidad ni la relación ni la historia tienen verdadero sentido, donde la soledad se experimenta como exceso o vaciamiento de la individualidad, la hipótesis de un pasado y la posibilidad de un porvenir” (Augé, 1998), es decir, como la evocación de “no lugares”. Para entender cómo pensaba y sentía el viajero la soledad podemos recurrir a sus encuentros con la selva. Las selvas no sólo representaban todo lo opuesto a lo culto o civilizado, sino que aludían explícitamente a la soledad y constituyeron el eje de una experiencia cercana a lo sublime: Dios en el cielo, la soledad por todas partes, los hombres lejos, lejos también sus pasiones y la imagen del mundo primitivo delante y majes- 89 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 tuosa. Tales situaciones no se describen: se sienten, se admira la grandeza de la escena, pero espanta. (P. A.: 485) En este contexto, lo sublime remite a un estado que va más allá del lenguaje, una experiencia inefable que sugiere la imposibilidad de imitar o representar de alguna forma la “naturaleza americana” –solo se puede sentir o ver. Así, Ancízar pone en evidencia el carácter inimitable de ciertos paisajes de “nuestros Andes”10 : Los golpes de vista grandiosos, los paisajes enteramente nuevos, jamás representados sobre lienzo alguno, son frecuentes en nuestros Andes; pero los que se disfrutan desde los parajes en que colindan las dos regiones que llamaré superandina y subandina, cuando uno se halla en la cumbre de la cordillera, es decir, en tierra fría, teniendo a los pies repentinamente las selvas, ríos y llanuras de tierra caliente, no son comparables con nada de lo que estamos acostumbrados a ver, ni hay acaso pincel que pueda representar este conjunto sublime y tumultuoso de dos naturalezas tan diversas, que sólo en la pujanza y variedad de las formas se asemejan. (P. A.: 176) Pero si tratásemos de asignar un sentimiento a esa experiencia de lo sublime tendríamos que recurrir inevitablemente al miedo. Las selvas amenazan al viajero por su estado salvaje, su exuberancia, sus peligros y su misterioso silencio: Al pie de aquellos árboles la figura del hombre desaparece ofuscada por 10 Hay que reconocer aquí, que esta noción de lo sublime presupone que la función principal del arte –similar a cómo lo pensaron los clásicos– es imitar o mostrar la belleza del “mundo externo” y de la naturaleza. Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 90 una sola de sus raíces, tendidas y fuertes como estribos que rodeasen un torreón, y frecuentemente las ramas tronchadas y el rastro de las fieras, cuya guarida quizá no está lejos, advierten que se pisa terreno vedado y se afrontan riesgos superiores a la humana fuerza, débil por cierto en medio de una creación desproporcionada, a ratos silenciosa y entonces más amenazadora. (P. A.: 485) El viajero no llegó a regocijarse en la soledad, como muchos otros lugares era algo desconocido e inexplorado;11 esta situación y la “desproporcionada naturaleza” le inspiran temor y por eso no se reconoce en esa naturaleza «salvaje» –es extraña para él. El letrado decimonónico sólo pensó al hombre como un ser social (por eso no había ningún espacio para que el individuo se pensara a sí mismo), como alguien que “nació para la sociedad” y allí es donde debe encontrar la felicidad: El hombre nació para la sociedad, y así lo demuestra el gozo que experimenta cuando sale de estos bosques y encuentra el primer rancho habitado por semejantes suyos; llega cerca de ellos con el corazón abierto y el semblante benévolo: no son extraños para él: son sus hermanos. (P. A.: 485) Sin embargo, hay que reconocerlo, esta conciencia de que la naturaleza “esta ahí” no sólo para ser conocida y explotada racionalmente, sino para ser sentida –transitoriamente– por un viajero con una sensibilidad particular, adquiere significado en oposición a la “vida citadina” y como una tímida forma de criticarla. Por lo menos así parece manifestarlo Ancízar cuando dice: 11 Solo hasta el modernismo los intelectuales comenzaron a explorar su misterioso “mundo interior”. 91 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 El que ha pasado largos días aprisionado en las paredes y calles de las ciudades, mártir o espectador de las pasiones iracundas que allí envenenan la vida, de las miserias de la ambición y de las bajezas de la corrosiva envidia, siente impresiones indefinibles cuando reposa el espíritu en el seno de las magnificencias de la naturaleza, aspirando el aroma de los bosques y olvidando en presencia de la creación las pesadumbres sociales. (P. A.: 70-71) Paisaje E L PA I S A J E Como bien lo señala Graciela Montaldo (1995), dentro de las diferentes funciones que asumió la escritura en hispanoamérica a lo largo del siglo xix, tuvo singular importancia la de constituir –o construir– y fijar los espacios naturales con el propósito de desentrañarles sentidos vinculados a la organización cultural, social, política y económica. Si bien merecen ser estudiados los significados que se le otorgaron a la naturaleza con relación a la organización económica, política y social que se quería diseñar en las nacientes repúblicas, aquí nos hemos ocupado, haciendo uso de los relatos de viajes, del valor estético que adquirió la naturaleza en la organización cultural de la emergente nación. En esta parte, podremos ver que el medio principal y más complejo que usaron los viajeros para elaborar una visión estética en torno a la naturaleza y al mundo externo, fue convertirlos en paisaje. Montaldo también expone cómo el arte hispanoamericano de principios del siglo xix (la literatura y la pintura en particular) recogió los espacios naturales como materia a representar y los concibió como algo sobre lo que la cultura debe arrojar su mirada estética. Precisamente, a través de la interpretación de esas representa- Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 92 ciones de la naturaleza y sus dimensiones simbólicas podemos acceder a los valores estéticos e ideales que articularon el discurso de los viajeros y mediaron en su forma de experimentar y acceder a lo real. Podríamos comenzar esta labor hermenéutica con una breve indagación histórica que dé cuenta del origen y desarrollo de la noción de paisaje en occidente. Así, el geógrafo inglés Denis E. Cosgrove plantea que, entre los siglos xv y xix en diferentes lugares de Europa, la idea de paisaje vino a significar la representación artística y literaria del mundo visible, el escenario (scenery) visto por un espectador (Cosgrove, 1998). Una idea que implicó una sensibilidad particular que fuese capaz de sentir y experimentar los placeres que el mundo exterior ofrecía. Así mismo, esa sensibilidad estuvo estrechamente relacionada con una dependencia creciente del sentido de la vista como el medio a través del cual debía alcanzarse la verdad. En pocas palabras, el surgimiento de la idea de paisaje es inseparable de la importancia que se le atribuyó al hecho de pintar, mapear, reflejar y representar el mundo como la única forma confiable de conocerlo (Hirsch, 1994). Especialmente, resulta significativo el origen pictórico de la noción de paisaje. Como ya lo ha mostrado Eric Hirsch, lo que vino a ser reconocido o visto como paisaje lo fue porque recordaba al espectador una paisaje pintado, con frecuencia de origen europeo. En este contexto, la pintura de paisaje se encargó más de representar o poner en escena un mundo ideal con la intención de simular una correspondencia entre ese mundo y el paisaje rural que se pretendía representar (Hirsch, 1994). Una vez establecidos estos supuestos de carácter históricoantropológico, sólo nos resta realizar algunas consideraciones de carácter teórico,a partir de la propuesta de Cosgrove esbozada en su texto Social Formation and Symbolic Landscape. Cosgrove, plantea que a diferencia de términos como área o región, el término paisaje alude a un mundo externo mediado por la “experiencia humana subjetiva”. Es decir, el paisaje no es simplemente el mundo que 93 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 vemos, es una construcción, una composición de ese mundo y, de ahí que el geógrafo inglés entienda el paisaje como una forma de ver. En este sentido, podríamos afirmar que el primer paisaje que existió, particularmente desde el Renacimiento, fue la ciudad misma, y fue este punto de vista urbano el que posteriormente se tornó hacia fuera y terminó convirtiendo al “campo subordinado” en paisaje a su vez. Como Cosgrove lo hace evidente, técnicas de representación como la perspectiva tienen su origen en las ciudades. Esta técnica se acomodó perfectamente a la representación de masas arquitectónicas: los patrones regulares y ordenados de las calles y, en general, la perspectiva, sirvió para representar los espacios abiertos y los edificios que conformaban las ciudades (Cosgrove, 1998). Explorando en la etimología de la palabra landscape, Cosgrove encuentra que esta significó en sus comienzos el área que se extiende ante la mirada de un observador que por lo menos o en teoría, haría una pintura de ésta. En la composición de paisajes, el énfasis debe recaer sobre los contenidos estéticos, teniendo en cuenta las “respuestas psicológicas” que éstos puedan suscitar en el espectador. Desde este punto de vista elaborado por la pintura, los paisajes pueden ser bellos, sublimes, monótonos, etc. De esta manera, el paisaje fue revestido desde afuera con “significado humano” en tanto sus “cualidades estéticas” dependían de la “respuesta subjetiva” de aquellos o aquél que lo observara. Este elemento explícitamente humano que hace parte de la noción de paisaje, trae varias consecuencias que no pueden pasar desapercibidas. En primer lugar, el hecho de hablar sobre las cualidades o belleza de un paisaje ya supone asumir el rol de un observador, en vez de un participante. Efectivamente, el uso pictórico del paisaje implica la observación por parte de un individuo removido en aspectos críticos del paisaje que se representa, –una forma distanciada de ver–. Precisamente, y como lo señala Cosgrove, un paisaje pintado, fotografiado o dibujado, puesto en un muro o reproducido en un Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 94 libro, está dirigido a un “individuo observador” que tiene la posibilidad de responder de manera personal a éste, y puede elegir, a diferencia del que participa del paisaje, entre permanecer ante la escena o seguir de corrido. Esto también es cierto para la relación que establecemos con el mundo externo cuando lo percibimos como paisaje y, para decirlo de una vez, a través del concepto de paisaje se nos ofrece una forma particular de control personal sobre el mundo externo. Teniendo presentes estos planteamientos, aquí nos proponemos indagar en la forma como el viajero entendió el paisaje, cuál fue la idea de paisaje que se gestó dentro de la Comisión Corográfica y cuáles fueron las implicaciones que se desprendieron de esta idea para el orden social que se imaginó dentro del proyecto liberal modernizador de mediados de siglo. Inicialmente, y de acuerdo con las ideas ya esbozadas, nos interesa mostrar los valores estéticos que mediaron en la mirada del viajero, en su forma de ver el mundo, en sus juicios estéticos y en la composición de paisajes. Aquí, podremos ver que la sensibilidad del viajero no sólo incluyó aspectos de su sensitividad que ya fueron abordados, también encontró su fundamento y sentido en la doctrina estética esbozada por los clásicos. LOS CÁNONES DEL CLASICISMO E N L A C O M P O S I C I Ó N D E PA I S A J E S Antes de comenzar con la exposición del pensamiento clásico en torno a lo bello y la obra de arte, vale la pena aclarar que ésta no estará basada en autores europeos; más bien, a través de textos escritos por autores nacionales, se pretende abordar la manera como fue apropiado y entendido el pensamiento clásico en sus lineamientos estéticos por algunos pensadores locales y cómo influyó éste en su “visión” de la realidad y, particularmente, en la composición de paisajes. 95 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 En este orden de ideas, nos parece pertinente iniciar esta breve exposición con la equivalencia que se establece dentro de la episteme clásica entre lo bello, lo bueno y lo verdadero. José Manuel Marroquín en sus Lecciones elementales de retórica y poética confirmó sin reserva alguna esta equivalencia cuando afirmaba que: Lo limitado del entendimiento humano nos hace contemplar la perfección, que es aquello a que siempre y en todo aspira nuestra naturaleza, por tres aspectos o en tres formas diferentes. De ahí viene que nos presenten como separadas las nociones de lo verdadero, lo bueno y bello; pero éstas, que parecen ser tres cosas, son una sola y una misma cosa. (Marroquín, 1889: 30) Así, Marroquín no sólo presenta lo bello, lo bueno y lo verdadero como una “misma cosa” e inscribe esta correspondencia dentro de ideales humanistas, sino que de allí se derivan para él ciertos “deberes literarios”: “las bellas artes y las bellas letras buscan la expresión de lo bello, y así hacen amar el bien y la verdad, halagando la sensibilidad” (Marroquín, 1889: 31). Sin embargo, más que describir los deberes del escritor decimonónico y las funciones que impusieron a la escritura en ese siglo (trabajo que, en gran parte, ya está hecho), nos interesa ver cómo afectaron las nociones estéticas de los clásicos el pensamiento y la sensibilidad de la época. De la equivalencia entre lo bello, lo bueno y lo verdadero, se desprenden algunas consecuencias que merecen ser comentadas. La más importante de todas: con la episteme clásica y en el contexto de la Ilustración el orden estético se convierte en una metáfora del orden moral. Por esto, los juicios estéticos constituyen el punto de partida de los juicios morales. En este nivel también podríamos establecer una correspondencia entre los dos tipos de juicio, en apariencia diferentes. Bajo este esquema, sentidos como la vista y el oído adquieren una importancia singular. A este respecto Marroquín Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 96 afirma en su tratado que la “belleza física, objeto especial del arte o de las bellas artes, no se percibe sino por medio de la vista y del oído: las bellas artes no se dirigen sino a estos dos sentidos” (Marroquín, 1889: 29). Si queremos ver cómo se configura la sensibilidad de la época – y del viajero por supuesto– tendríamos que reconocer, siguiendo a Benjamin, que “dentro de grandes espacios históricos de tiempo se modifican, junto con toda la existencia de las colectividades humanas, el modo y manera de su percepción sensorial”; y a su vez, aceptar que el “modo y la manera en que esa percepción se organiza, el medio en el que acontecen, están condicionados no sólo natural, sino también históricamente” (Benjamin, 1982: 23). Como ya habíamos sugerido, junto con Cosgrove y Hirsch, uno de los principales condicionamientos históricos entre todos lo que median en la manera como se organizan las percepciones y los juicios estéticos, lo constituye la esfera del arte y, en particular, las reglas e ideales que rigen la producción de obras de arte, las convenciones culturales que regulan la representación de la realidad y el concepto de belleza que de allí surge. A este respecto, podríamos retomar el tratado escrito por Marroquín, para ver cómo se pensaron el arte y lo bello a lo largo del siglo x i x , dejando a un lado algunas excepciones. Para Marroquín, tanto las bellas artes como las bellas letras deben “hacer patente la belleza física”. Es decir, la función del arte es “imitar” una belleza preexistente y esto nos permite vincular este pensamiento con el clasicismo, en cuanto presupone que la ley a la que esta sometida la obra de arte –y de donde deriva su belleza– no procede de la fantasía, es una ley objetiva que el artista no tiene que inventar sino encontrar, tomarla de la naturaleza de las cosas. Por esto mismo, dentro del clasicismo tiende a identificarse lo bello con lo verdadero (Cassirer, 1994). En el aspecto que más nos interesa –el literario–, Gordillo ha mostrado de qué manera la forma de la escritura de los clásicos estuvo prefigurada por la función 97 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 que se le otorgó a la escritura en el ámbito epistemológico, allí se responsabilizaba al lenguaje y a la palabra de ordenar el mundo y la experiencia (Gordillo, 1999). Igualmente, siguiendo a Hauser, este autor ha propuesto que la belleza del estilo clásico radicaba en la “articulación rítmica de la dicción y en la representación clara y precisa del pensamiento” (Gordillo, 1999: 20). Ciertamente, Marroquín no dudó en realizar un intento por elaborar una definición “objetiva” de la belleza. En el siguiente párrafo de las Lecciones, resultan evidentes ciertos rasgos del racionalismo cartesiano que fueron adoptados por el clasicismo; esto es, se piensa que la belleza artística, la belleza de la obra de arte, depende de la razón, de la aplicación de reglas determinadas racionalmente (Restrepo, 1989) y de ahí que la sensibilidad sea inseparable de la razón, pues esta última es la que finalmente guía los juicios estéticos: Se ha indagado qué es lo que produce en nosotros la impresión propia de la belleza, en estas diferentes artes, y se ha hallado que todas obran por dos medios principales: la variedad y la unidad, de donde resulta la armonía. La belleza física no es, pues, solamente una sensación agradable: para percibirla la sensibilidad obra en unión y de concierto con la inteligencia, que juzga de las relaciones entre los medios y el fin, entre la variedad y la unidad. (Marroquín, 1889: 29) Manuel Ancízar en la parte de sus Lecciones de psicología dedicada a la filosofía del siglo xix y en particular, cuando se refiere a la doctrina estética de la escuela ecléctica –de la cual se consideraba a sí mismo seguidor– encuentra en la armonía uno de los elementos definitorios de lo bello: la armonía de las formas, colores, movimientos, etc. Por otra parte, aclara que la “poesía ecléctica” será la “expresión fiel” de la naturaleza, del hombre y de Dios, “tales como existen para nuestros sentidos y para la razón”. El ideal de escritura Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 98 que Ancízar promueve, rechaza las “trabas ficticias que encadenen el pensamiento a formas convencionales en perjuicio de la verdad” y del repertorio literario que resulte de ese ideal deben estar ausentes las “sutilezas abstractas” que lleven al pensamiento “fuera del mundo real a regiones inconcebibles” (Ancízar, 1851: 34). Sin embargo, antes de entrar a mirar cómo influyen los cánones ya expuestos en la apreciación y composición de paisajes dentro de la Comisión Corográfica, vale la pena reconocer que los paisajes elaborados por los viajeros a través de sus relatos constituyen un lugar apropiado para ver cómo se llevaron a la práctica conceptos como la armonía y el orden, y para entender la forma en que éstos condicionaron los juicios estéticos de los exploradores. Igualmente, y como lo señala Tatarkiewicz a propósito de las relaciones entre arte y naturaleza durante el siglo xviii: “la naturaleza comenzó a valorarse más por su belleza visible que por su poder creativo y la inmutabilidad de sus leyes: el culto racionalista de la naturaleza volvió de nuevo a los encantos visibles de la naturaleza, al color, a la diversidad, y a la eterna novedad de la naturaleza”12 (Tatarkiewicz, 1995: 332). De esta manera, podríamos caracterizar el paisaje en la Peregrinación como una forma de ver, una forma de ordenar y componer el mundo visible haciendo uso de la “descripción”; esta idea (la de paisaje) implica, a su vez, toda una experiencia –del propio cuerpo 12 Esta “nueva” forma de concebir o representar la naturaleza como paisaje también la encontramos en científicos como Humboldt. Según Alberto Castrillón, el principal objetivo de Humboldt en América fue comprender los contrastes existentes entre paisajes. Este estudio no sólo presupone una fragmentación del territorio –su división en cuadros-, sino que cambia de sentido el concepto de naturaleza. Como este autor lo expresa: “En lugar de descubrir en ella [la naturaleza] la manifestación de la voluntad divina que soporta un orden eterno y universal, se trata ahora de comprender las dimensiones específicas que la fragmentan en paisajes. De la búsqueda de la armonía universal en concordancia con la voluntad de Dios, pasamos a la visualización de una naturaleza material dividida”. (Castrillón, 1997: 33-34) 99 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 y del entorno- que tiene su punto de partida en la sensitividad del viajero y sirve como fundamento de los juicios estéticos. Veamos entonces, cuál es el tipo de paisaje que Ancízar pretende erigir como “bello y fresco sobre toda ponderación”: Dejando atrás a Simijaca y andadas tres leguas granadinas escasas, se entra en un valle amenísimo prolongado sureste-noroeste, ceñido de altos cerros que terminan hacia el valle en multitud de colinas redondas, y suaves laderas salpicadas de casitas y sembradas de trigo, maíz, cebada, papas, habas y otros frutos menores, cuyas sementeras, divididas por cercas vivas, y subdivididas en pequeños cuadros, hacen el efecto de un mosaico de variados colores, negros algunos retazos y preparados para la siembra, verdes los otros con los trigales nuevos, amarillos muchos con los rastrojos de la mies cosechada, y no pocos matizados con el vivo colorido de las flores de habas, arvejas y frisoles; paisaje bello y fresco sobre toda ponderación, ante el cual un hábil pintor se hallaría perplejo para reproducirlo en su lienzo, bajo un cielo de azul brillante franjeado de ligeras nubes, y en medio de la atmósfera diáfana de los Andes, que permite ver a gran distancia el contorno de los majestuosos cerros, la vivacidad de los colores, el resplandor de las abundantes aguas y los lejanos rebaños paciendo la tupida grama del valle, matizada con alegres flores de achicoria. (P. A.: 32) En realidad, se trata de un cuadro, un espectáculo, y detrás de esa “superficie visible” hacen su débil aparición los cánones e ideales estéticos que influyen en la elaboración de ese cuadro que Ancízar nos pinta con sus palabras (y con pretensiones de objetividad, no sobra decirlo). Por un lado, tendríamos la armonía de los colores: “negros algunos retazos, verdes los otros con los trigales nuevos, amarillos muchos, y no poco matizados con el vivo colorido de las flores de habas, arvejas y frisoles”. La armonía está compuesta por ese orden (“subdivididas en pequeños cuadros”) que rige la disposición del espacio y la combinación de los colores, de allí proviene el Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 100 “efecto de un mosaico de variados colores”. Y, por otro lado, dentro en la experiencia del paisaje entra en juego la “atmósfera diáfana” de los Andes que le otorga la frescura al espectáculo y permite ver con claridad los contornos de los cerros, los rebaños y los resplandores que afectan la composición del paisaje. Así, la belleza de un paisaje reside en todo un conjunto de rasgos visibles y sensibles articulados mediante la noción de armonía. Un paisaje es ameno por el espectáculo que presentan los colores, por el brillo de las aguas y los contrastes producidos por la topografía y la luz del sol. Para Ancízar, son “bellezas infinitas” las que le otorgan encanto a los diferentes “golpes de vista” que el viajero domina y ordena con su mirada: Volviendo por el camino alto, que llaman, se goza de un admirable golpe de vista al llegar a Sogamoso.Queda esta villa, en primer término, a los pies del espectador, Tibasosa enfrente, Nobsa y Belén a la derecha, dentro de un radio de legua y media, con la llanura, el río y las lagunitas delante de los ojos, como pudiera estarlo un pliego de papel sobre la mesa, notándose claros los vallados, los sauces, los surcos de las sementeras y los animales domésticos alrededor de las próximas casas, en las estancias y huertas: es una miniatura de llanos y cerros, comprendida dentro de un breve cuadro, con infinitas bellezas de colorido, luz, sombras y paisaje, de una frescura incomparable. (P. A.: 319) De esta manera y similar a cómo sucede con Humboldt, según el análisis de Pratt, los paisajes en la Peregrinación se presentan impregnados de fantasías sociales: armonía, libertad y laboriosidad; fantasías que parecen proyectarse sobre mundos no humanos o no urbanos, mejor. Esto parece claro en el siguiente pasaje de Ancízar, donde la “presencia de los cultivadores” le aporta vivacidad al cuadro, además de que sólo son un elemento más dentro del espectáculo que deleita al viajero-espectador: 101 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Todo esto [escenas de cultivo, el espectáculo que produce la luz del sol] realzado por el brillo de las aguas vivas y animado por la presencia de los cultivadores, formaba un conjunto verdaderamente bello y hacía bendecir desde el fondo del corazón los beneficios de la paz y envidiar la tranquila independencia de la vida campestre. (P. A.: 157) En efecto, el hecho de convertir el mundo externo en objeto de apreciación estética, en paisaje, significó para el viajero la posibilidad de un dominio sobre este. Así como la perspectiva, según Williams, le permitió a la clase dominante en Inglaterra ordenar y disponer de la belleza natural, inventarla de acuerdo a su punto de vista e intereses, los cánones del clasicismo fueron útiles a los viajeros decimonónicos para construir e inventar un paisaje ideal y una definición de belleza de acuerdo con su proyecto liberal modernizador. LA ESTÉTICA DEL LIBERALISMO MODERNIZADOR La importancia que adquiere el orden estético dentro del liberalismo modernizador no puede pasar desapercibida: los viajeros vinculados a este proyecto, hicieron del examen visual un “medio de conocimiento”, el “mundo visible” constituyó un elemento esencial al momento de acercarse y juzgar a la sociedad. De ahí la relevancia de entender el horizonte de sentido en el que se inscriben los juicios estéticos de los viajeros. Este procedimiento nos autoriza el acceso a su forma de ver y percibir el mundo. El “aspecto” de los moradores y de los “paisajes urbanos” se conviertieron en signos del orden moral y del “estado de cultura”. De alguna manera, los viajeros vinculados con la Comisión alcanzaron a pensar que un paisaje ordenado y bello, era tanto la causa como la consecuencia de un adecuado orden moral y de una sociedad civilizada (Cosgrove, 1998). Así, el orden en la disposición de Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 102 calles y casas, junto con una “naturaleza culturizada” –los campos labrados y cultivados, cuidadosamente divididos-, en armonía con los colores y cuerpos de los moradores, se convirtieron en el paisaje simbólico perfecto: No desdice el interior de Simacota de lo que su vista lejana promete. Es ejemplar el aseo de las calles y casas, y entre los moradores no se encuentra un solo vago: todos están consagrados al cultivo de los campos, de donde procede que los alrededores del pueblo se hallen cubiertos de sementeras hasta la cima de los cerros y formen paisajes tan hermosos como frescos y variados. (P. A.: 155) […] se encuentra el bello pueblo de Curití, asentado en una ladera limpia y alegre, rodeado de estancias de labor perfectamente cultivadas y convidando al viajero con los hospitalarios techos de sus casas dispuestas en manzanas cortadas por calles rectas y desembarazadas. (P. A.: 228) De esta forma, categorías netamente burguesas como el bienestar, el aseo, la limpieza y la salud, y otras más abstractas cómo el “espíritu de trabajo”, mediaron en los juicios estéticos de los exploradores y constituyeron los componentes esenciales de la belleza. Así lo manifesta Ancízar cuando describe la situación de Caldas: Situado Caldas en una llanurita enjunta, bien ventilada y con buenas aguas potables, presenta un aspecto de bienestar y aseo que ojalá fuera común a los demás pueblos del cantón. Activos e industriosos sus moradores, se aprovechan de la fertilidad de sus terrenos para bien cuidadas sementeras de trigo, maíz, cebada papas, frisoles y otras menestras, y para la cría de ganado, que es abundante y hermoso. (P. A.: 39-40) 103 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 En efecto, la contemplación de pueblos exentos de miseria, llenos de bienestar y prosperidad, donde abundan los “paisajes alegres y variados” traen un efecto positivo en la sensibilidad del viajero y a su vez, en la del lector: “esparcen y ensanchan el ánimo”. Así mismo, la ausencia de belleza en algunos lugares, las ruinas y la desolación, entristecen el ánimo del viajero: En la penosa faena de pasar el río nos sobrecogió la noche, y hubimos de alojarnos en un rancho rodeado de monte y árboles de cacao descuidados, que entristecían el ánimo con el espectáculo de la ruina y la desolación donde antes fue una floreciente hacienda: ahora pertenecía a las monjas de Pamplona, es decir a manos muertas, que marchitaron las labores del antiguo propietario . (P. A.: 532) La imagen negativa de la soledad hace otra vez su aparición en el texto. El silencio y la soledad van en contra del movimiento y la animación que caracterizan la vida moderna. Como ya lo habíamos señalado, para Ancízar, el movimiento de personas y mercancías, facilitado por la construcción de caminos, permite difundir la cultura desde la casa del rico hacia la del pobre, gracias al “roce de gentes”. Es decir, la “falta de tráfico” es un signo del carácter estacionario o retrógrado de ciertos parajes y la ausencia de ruido es otro elemento más para juzgar la “apariencia” de las diferentes ciudades: El aspecto material de la ciudad es silencioso y húmedo: las calles torcidas, mal empedradas y por lo general cubiertas con la pequeña hierba que anuncia falta de tráfico y movimiento . (P. A.: 349) Así como el “aseo en los vestidos es signo frecuente de la limpieza del alma”, la limpieza y las condiciones materiales de los pueblos son un reflejo de la “cultura y civilidad” de los habitantes. Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 104 A la luz del “aspecto material” de los diferentes lugares es posible juzgar el esfuerzo o la preocupación de las “autoridades” por mantener el orden y el aseo en el “espacio público”: Las casas del centro de la villa son de teja, espaciosas y altas; y tanto en el interior de ellas como en las calles, se nota un aseo extremado, signo de la cultura de los moradores y del singular cuidado que ponen las autoridades en mantener el orden y limpieza en los lugares públicos. (P. A.: 223) De nuevo, a los “sujetos de representación”, a las familias distinguidas y cultas les corresponde dirigir la sociedad y, en esta medida, siguen siendo el modelo a seguir. El orden en las calles y disposición de las casas, la belleza y armonía en los “paisajes urbanos”, dependen de hombres inteligentes y cultos que estén dispuestos a plasmar y difundir el “buen gusto”, el “aire racional” que debe predominar en el interior y exterior de las casas. La elegancia y el buen gusto, tarde o temprano, serán recibidos por los diferentes habitantes y así podrán abrirse paso la belleza y el progreso en el “aspecto material”: “el buen gusto y la elegancia no han penetrado todavía en la vida doméstica ni el ajuar y disposición de las casas”(P. A.: 38). Igualmente, el progreso del “orden material” y del “orden estético”, está en función de los avances en el campo económico, es decir, en el aumento de la riqueza, la población y la explotación de la naturaleza. Las “mejoras materiales” también son un resultado de los hábitos y mentalidad que deben difundirse entre los pobladores a partir del buen ejemplo y la instrucción de curas y hombres notables: Duitama decayó mucho de su primitiva grandeza, oprimida y despoblada por el bárbaro régimen de las encomiendas. De diez años a esta parte ha comenzado a mejorar en casas de teja, orden material y aseo, 105 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 resultados de la mayor civilidad de las gentes, y la riqueza y población también mayores. (P. A.: 301) La reforma de las costumbres [inculcar la sana moral, el amor al trabajo] y del interior de las casas nace no solamente de los consejos del señor Calderón sino del ejemplo que a todos presenta su distinguida familia, culta y amable sin afectación, realizándose en Guayatá lo que no puede menos de desear para nuestros pueblos quien los recorra y penetre la bondad de su índole, a saber: un cura ilustrado, jefe de una familia modelo. (P. A.: 413) Por lo demás, resultan evidentes, a luz del análisis realizado, las dimensiones ideológicas que revistieron el concepto de paisaje que se gestó dentro de la Comisión Corográfica. A lo largo de esta segunda parte hemos podido apreciar que “el paisaje representa la manera en que ciertos grupos sociales se han concebido y significado a sí mismos y su mundo a través de su relación imaginada con la naturaleza, y mediante la idea de paisaje han subrayado y comunicado su propio rol social y el de los otros con respecto a la naturaleza externa” (Cosgrove, 1998: 15). Para elaborar en profundidad esta idea podríamos recurrir a la forma como Cosgrove entiende la perspectiva en relación con la pintura de paisaje. Por una parte, la mirada del viajero pretendió ser el punto de vista, el “centro estático y neutral” hacia el cual se dirige el mundo visible y en el que convergen todos los rayos de luz que componen una escena o un paisaje. Sin embargo, y así como la perspectiva les permitió a los pintores renacentistas ordenar y controlar el espacio visual de acuerdo y desde su punto de vista, la descripción y su “aguda sensibilidad”, constituyeron las herramientas principales de los viajeros para construir e idealizar un orden estético que en su forma corresponde con los cánones del clasicismo Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 106 y en esta medida refiere, simbólicamente, valores, experiencias y parámetros estéticos que se muestran inseparables de una sensibilidad y una mentalidad burguesas. Así, el rol social que se atribuyó a sí mismo el viajero es similar al que puede desarrollar un demiurgo. El viajero es dueño de un instrumento esencial de poder: la cultura. Este poder delimita campos de enunciación e interpretación, es decir, mediante el lenguaje culturalmente codificado y puesto en práctica dentro de “instituciones sociales” como la literatura, se llevó a cabo la definición e invención de lo real. Para el caso del paisaje, a través de los relatos de viajes y apelando a una sensibilidad particular, a los exploradores les fue posible definir lo bello y, en consecuencia, lo bueno y lo verdadero. Los otros, campesinos y demás, se convirtieron, junto con su entorno, en un objeto de apreciación estética. Aparecen “ahí dispuestos y estáticos” –como en una pintura– para el explorador, en medio de las imágenes de mundos ordenados, productivos y laboriosos, donde el viajero sólo se ocupa de los “beneficios de la paz” y por esto mismo, deja a un lado cualquier aspecto que pueda interrumpir el goce del espectáculo, se olvida de los problemas o situaciones adversas que pueden afectar a los campesinos subordinados y en esta medida, carentes de independencia. L O S PA S E O S C A M P E S T R E S Para terminar con este artículo y con la intención de darle una dimensión sociológica al análisis que aquí proponemos, nos parece pertinente abordar la forma como se difundió o como fue puesta en práctica, por otros sectores sociales, la sensibilidad que hasta ahora hemos considerada exclusiva del viajero. A este respecto, dos cuadros de costumbres escritos por Eugenio Díaz: La cascada y Paseo al salto, nos sirven como marco de referencia para acercarnos a los placeres que comenzaron a gestarse entre las élites neogranadinas a mediados del siglo xix. 107 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Los textos de Díaz nos muestran la validez, la importancia y la significación social de las ideas que hemos tratado a lo largo del artículo. Para comenzar, el escritor bogotano nos cuenta que entre las “familias distinguidas” de la ciudad son comunes aunque raros los paseos campestres. Comunes, porque solían hacerse con cierta frecuencia con el propósito de que los jóvenes conocieran y “sintieran” las “bellezas naturales” que rodeaban a la pequeña ciudad. Y raros, porque eran todo un acontecimiento que se salía de la vida cotidiana, acompañado de largos preparativos y de “grande agitación”. En efecto, los paseos campestres son un ejemplo de la experiencia estética que comenzaron a tener las clases altas neogranadinas hacia la mitad del siglo xix, asociada con los viajes y articulada en el desenvolvimiento de una sensibilidad hacia la naturaleza y el paisaje. Díaz es claro en este sentido, cuando afirma que: A las seis se pusieron en marcha para el Salto. El día era hermoso. El objeto de viaje no podía ser mejor [conocer el salto] y los caballos eran vivos y andadores.13 (Díaz, 1985: 309) Por otra parte, el significado de los viajes y el motivo para realizarlos, están estrechamente vinculados con la emociones que podían procurar la naturaleza y su soledad característica, a los “corazones sensibles”. Así mismo, la intención de “sentir” y atender a la naturaleza adquiere sentido en oposición a la “vida citadina” y no deja de constituir un “placer arriesgado”: 13 Vale la pena recordar que el Salto de Tequendama era un sitio obligado de visita, a finales del siglo xviii y durante todo el xix, para todos los viajeros extranjeros que venían a conocer estas tierras. Igualmente, son famosas las discusiones entre los “científicos ilustrados”, incluido Humboldt, en torno a la altura exacta del Salto. Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 108 Es admirable en realidad esta semejanza de la fracción de un templo derruido, con su columna brillante en la mitad, con los adornos accesorios de los largos helechos que cuelgan de las hendeduras de las piedras, con las flores de plantas bejucosas, con los verdes musgos de las paredes, y con la vista de algunas mariposas y tominejas, que suelen visitar la mansión solitaria, con designios más vitales que los hombres, que buscan las emociones propias de la soledad, como el ruido de las aguas, la vista de las peñas fracturadas, para oponer un contraste al tumulto de las sociedades humanas, porque así es el hombre, que busca con la variedad el elemento de la felicidad, y hasta se desvive en ocasiones por perder un bien seguro por un placer arriesgado. (Díaz,1985: 169) Los sentimientos, “lo que pasa por el ánimo de algunos de los personajes que tenemos frente de la cascada”, nos muestran un entorno “estesiado”: la naturaleza y el paisaje aparecen en los cuadros como entidades que conmueven de diferentes maneras “la sensibilidad del “corazón humano”. Las “impresiones” producidas por el espectáculo conmueven tanto que llegan a ser irresistibles e inevitables. Rosa, por ejemplo, casi queda tendida en el suelo ante la emoción que produce el espectáculo del Salto: Rosa se había retirado a una especie de dosel que formaba las grandes hojas de dos matas de helecho arborescente (vulgarmente llamado boba) y estaba sentada sobre los musgos con el codo puesto en un tronco carcomido por el tiempo, y cubriéndose los ojos con su delicada mano. No podía soportar la emoción de aquel espectáculo, porque todas las fibras de su corazón se habían conmovido. (Díaz, 1985: 316) En este contexto, los “espacios naturales” se configuran como lugares apropiados para las “emociones de amor”. La cascada y el “ambiente” del paseo suscitan cierta melancolía en Irene, uno de los personajes de La cascada: 109 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 […] Irene lloraba sin gesticulaciones, seduciendo y causando lástima, al recordar que su Santiago no se hallaba entre las filas de los jóvenes del paseo. (Díaz, 1985: 170) Del mismo modo, “la grandeza de la escena” y el “sonido armonioso de la música”,14 que a veces lanza “cierta clase de vibraciones que arrancan emociones desconocidas para el corazón”, y el “ruido natural de la cascada”, son los móviles de las “emociones de amor” que acosan a Arcelia: Arcelia se había quedado con el brazo izquierdo apoyado en hombro de Ricardo, penetrada de la grandeza de la escena que por unos instantes había desviado sus ojos, mas no su corazón, que al ruido natural de la cascada y al sonido armonioso de la música, parecía que se agitaba con dobles emociones de amor. (Díaz, 1985: 170) En este orden de ideas, un sitio como El Salto de Tequendema tiene todos los atributos estéticos y estésicos para servir de escenario a una declaración de amor. Esto es evidente en las palabras que Amílcar le dirige a Jorge en medio de una conversación: –Vámos acercándonos como por casualidad. Les hablamos al corazón, tú a Rosa y yo a Blanca; y ellas nos escucharán palpitando de alegría, porque oyen lo que deseaban. Oír la voz de un amante nuevo es una cosa 14 No deja de llamar la atención el hecho de que, en algunas ocasiones, llevaran músicos a los paseos campestres. Esto sólo nos muestra que el “espectáculo de la naturaleza” es producido culturalmente, de diferentes formas y con distintos fines. Precisamente, la sensibilidad que aquí exploramos sirve como forma de distinción. Así lo expresa claramente un personaje del Paseo al salto cuando dice que: “ver el salto es como si dijéramos un lujo teatral”. Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 110 que no sucede con mucha frecuencia. Todo es favorable aquí para la escena: la embriaguez de los perfumes, la vista de la cascada, la sombra misma de los bosques; todo es un asombro.¡Oh! ¡que esta dicha no estaba reservada sino para el Salto de Tequendama! (Díaz, 1985: 317) De otra parte, en este mismo texto encontramos otro motivo que sirve de fundamento para el miedo, socialmente compartido, hacia las “emociones propias de la soledad”. Entregarse demasiado a los encantos de la naturaleza puede llevar al desenfreno, a la embriaguez. Angelita, una de las protagonistas del Paseo al salto, no sólo se inicia en el placer de sentir y disfrutar de la naturaleza, sino que incursiona, por primera vez, en placeres prohibidos y mal vistos sobre todo en las mujeres: Angelita se pasaba de contenta. Digámoslo de una vez: el vapor de los licores se le había subido a la cabeza, cosa que no le había sucedido nunca. Ella gritaba, cantaba, trepaba escalones, como que nadie la estuviera viendo: también era feliz la pobre muchacha. (Díaz, 1985: 318) Por último, varias cosas podrían decirse con respecto a los temas que se han tratado en este artículo. Hemos podido ver que el “espectáculo” de la naturaleza surge a partir de una “educación” peculiar de los sentidos del viajero. La sensibilidad que este “sujeto” desarrolla tiene su máxima expresión en la idea de paisaje haciendo de la experiencia estética del mundo externo una experiencia total en la que confluyen un conjunto de sensaciones, emociones y juicios estéticos en la definición de lo bello y agradable. Sin embargo, los paseos campestres nos mostraron que la sensibilidad hacia la naturaleza y el paisaje no era exclusiva de los exploradores, era compartida por miembros de las “clases cultas”. La comprensión, por parte del lector, de la manera de sentir del viajero requie- 111 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 re precisamente de una sensibilidad particular, es decir, presupone la existencia en el lector de la misma forma de sentir, o al menos, supone la disposición en el lector para “educarse” en esos nuevos placeres. De este modo, todos los motivos que aparecen en el campo sensible que construyen los exploradores tienen su condición de posibilidad en el orden social y estético que comparten con el público lector –un público conformado por los pocos hombres cultos a quienes iban destinados los relatos de viajes a través de medios impresos–. Conclusiones Más que hacer un recuento en unos pocos párrafos de todo lo que se ha dicho aquí, nos parece pertinente concluir el texto con algunas críticas y aclaraciones, enunciar, a su vez, algunos temas que creemos se pueden y se deben investigar más a fondo. Así, nos parece necesario profundizar en la definición de la sensibilidad del viajero; por ejemplo, resultaría útil interpretar los tratados de psicología, fisiología y anatomía, con la intención de encontrar cómo eran pensados los sentidos, su funcionamiento y su relación con las demás facultades del hombre. Aquí también resultaría apropiado buscar el punto de ruptura epistemológica que permite la aparición de la noción del “espectáculo de la naturaleza”, indagar, en pocas palabras, en el surgimiento de nuevos placeres asociados con la naturaleza. Del mismo modo, cuando abordamos el tema de “los viajes y el ámbito íntimo en el siglo xix” pudimos ver que resulta imposible pensar en la existencia de una subjetividad moderna en el período que abarca este estudio. Esto no sólo implica preguntarnos por el tipo de subjetividad en el que estamos pensando cuando nos referimos a la imagen que de sí mismo forja el viajero; sino aceptar que él no es consciente de su “invidualidad”, por así decirlo, él no dis- Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 112 cierne mediante un acto reflexivo la subjetividad que inevitablemente habita los textos. Por más solo que se encuentre y a pesar de sentirse lejos de todo, de Dios inclusive, el viajero nunca se enfrenta a sí mismo o a su conciencia. No obstante, en la literatura de viajes que analizamos, encontramos algunos rasgos de una subjetividad moderna, elementos como la intención de hacer vibrar el “yo” con el espectáculo que ofrece la naturaleza, o preguntarse por el sentido de la vida en sociedad. Todo esto nos lleva a pensar que la subjetividad de la cual hablamos, es una incipiente subjetividad moderna, no es plena, y por eso el contexto histórico en el que se desenvuelve puede considerarse de transición. El problema del paisaje nos llevó a discutir el papel que cumplió el orden estético en el proyecto liberal modernizador, del cual es producto la Comisión Corográfica. En pocas palabras, pudimos ver cómo la sensibilidad que elabora el viajero le sirve para ordenar y “examinar” (como si se tratase de un médico) la sociedad a partir de juicios estéticos. La independencia del orden de los signos –con la episteme clásica– permitió que los saberes redistribuyeran jerárquicamente los signos, de tal manera que: […] unos aparecían como señales patológicas, mientras que otros aparecían como señales de cura. Las deformaciones de la raza, los hábitos mentales de la Colonia, el imperialismo norteamericano o las vicisitudes climático-geográficas podían ser vistas como síntomas de la enfermedad de las naciones hispanoamericanas. El industrialismo, la revolución, la inmigración extranjera o la estetización de la vida social podían aparecer, en cambio, como el remedio para la misma, como el tónico que revitalizaría el cuerpo decrépito de nuestras sociedades y permitiría su “tránsito” definitivo hacia la modernidad.” (Castro-Gómez, 1997: 127) Por último, en la parte dedicada los paseos campestres surge la pregunta por las relaciones imaginarias entre la ciudad y el campo, 113 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 las formas cómo fue pensado el campo por los letrados durante el siglo xix. Autores como Raymond Williams han expuesto que la “vida campestre” tiene y ha tenido muchos significados; inevitablemente ligados a sentimientos, actividades, experiencias, regiones y épocas específicas. A su vez, nos muestra de qué manera el contraste entre la ciudad y el campo, como formas fundamentalmente diferentes de vida, se remonta hasta los tiempos clásicos (Williams, 1973). Comenzar a explorar en este amplio campo de investigación que se abre con el reconocimiento de la historicidad de las relaciones imaginarias entre la ciudad y el campo puede arrojarnos muchas luces sobre el pensamiento de la época. Sobre todo cuando tenemos en cuenta que la Ilustración europea deslindó de forma definitiva dos conceptos (naturaleza y cultura) que sirvieron para leer la nueva realidad social que surgía en las repúblicas. Es decir, la oposición “naturaleza-cultura” se consolidó como el fundamento de las nuevas sociedades: la posición que allí se ocupa termina por definir roles sociales y simbólicos (Montaldo, 1995 ). Precisamente, autores como Graciela Montaldo han intentado lanzar una mirada sobre la relación ciudad-campo en el contexto hispanoamericano del siglo xix a partir de letrados como Bello y Sarmiento, y ha llegado a afirmar algo que nos sirve para cerrar esta investigación, a saber: (…) la historia del siglo x i x pudo ser leída como la del conflicto ciudad-campo y lo rural –el territorio por excelencia- ocupó en ella tanto el espacio de la utopía agraria como el de la resistencia a la ley, la modernización, la institucionalización. Esa batalla la comienza a perder el campo a fines de siglo porque lo que se impone no son sólo los grupos de poder ligados al desarrollo urbano, sino los valores y prácticas de la ciudad; es la cultura la que ha logrado dominar al campo y a la naturaleza . (Montaldo, 1995: 119) Naturaleza, paisaje y sensibilidad en la Comisión Corográfica Esteban Rozo 114 BIBLIOGRAFÍA Fuentes primarias ANCÍZ AR, M . (1942). Peregrinación de Alpha. 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El análisis parte de la antropología histórica del paisaje y se centra en el estudio de las representaciones del paisaje y de los habitantes de la región producidas por Miguel Triana en su libro Por el Sur de Colombia. Expedición Pintoresca y Científica al Putumayo (1907). De esta manera, la re-lectura ofrecida del texto resalta las imágenes, los argumentos y la estructura de pensamiento que sirvieron para moldear la conciencia nacional frente a la región a comienzos del siglo. Igualmente, se propone una lectura que cuestione los órdenes sociales que se creaban a través de los relatos de viaje, supuestos portadores de verdad y que en definitiva lo que hicieron fue promover la creación de subalternidad. PA L A B R A S C L AV E paisaje, amazonía, subalternidad, pensamiento colombiano, nación. 117 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Introducción ¿Cómo representó la élite colombiana a la amazonía en los comienzos del siglo xx? ¿De qué términos y campos enunciativos se valió para crear esas representaciones, específicamente las relacionadas con sus habitantes y naturaleza? ¿Cómo pensó vincularlos a la sociedad y a la cultura de un país en proceso de modernización? ¿Qué rol les otorgó en ese proceso? Son las preguntas que guían este artículo y que esperamos responder mediante el análisis de la forma como Miguel Triana, a través de su libro Por el Sur de Colombia. Expedición pintoresca y científica al Putumayo (1907), describió y propuso paisajes de la región. Este libro de viajes, uno de los más importantes que vio la luz en la década de 1910 y cuya aparición en el escenario nacional fue ampliamente celebrada y objeto de múltiples elogios por parte de quienes se dedicaban a reseñar las novedades bibliográficas en la prensa del país (Varios, 1909),1 puede ser considerado como uno de los relatos fundacionales, míticos, por qué no, del pensamiento colombiano en torno a la región.2 No en vano, investigadores actuales dedicados a la historia lo han utilizado como fuente en el momento de hacer sus trabajos (Alzate, 1993; Ramírez, 1994 y 1996). La importancia que se le ha dado al libro de Triana hace que quién se esté planteando las preguntas expuestas, se vea en la necesidad de acercarse al relato y tomarlo, esta vez, no como simple fuente de datos sino como un producto cultural y un espacio de 1 Por «el contenido de sus descripciones, el interés patriótico y la elegancia del estilo» algunos lo compararon con la Peregrinación del Alpha de Manuel Ancízar. Otros, lo consideraron «digno de figurar al lado de los más estimados esfuerzos que el cerebro colombiano haya llevado a cabo durante el siglo de la independencia» como se escribió en El Nuevo Tiempo del 19 de septiembre de 1908. 2 El otro gran libro sobre la región, también fundacional, La Amazonía Colombiana. Estudio geográfico, histórico y jurídico en defensa del derecho territorial de Colombia, escrito por Demetrio Salamanca fue publicado en 1917. Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 118 poder a través del cual se creó y moldeó el pensamiento nacional en torno a la amazonía. Esta aseveración cobra valor al tener en cuenta que durante la mayor parte de la historia latinoamericana, y Colombia no es la excepción, la escritura, con su grupo asociado de letrados como los denominara Ángel Rama, ha jugado un papel capital en el proceso de ordenación y clasificación que esa élite, con ideales económicos de corte liberal y señoriales, cuando se trataba de lo social, hizo tanto de las personas como de la naturaleza existentes en las repúblicas que comenzaban a gobernar. Ella fue la encargada, mediante códigos morales, leyes y saberes filosóficoliterarios de legalizar y normativizar la conducta de las personas. Los letrados, y Miguel Triana fue uno de ellos, tuvieron como función en los procesos de creación de sociedades y culturas nacionales “trazar las fronteras que separaban lo normal de lo patológico, lo legal de lo ilegal, la civilización de la barbarie” (CastroGómez, 1997:125). En síntesis, crearon una cartografía o anatomía, la metáfora no importa a pesar de pertenecer a épocas distintas, de los “males” que aquejaban a los grupos sociales que habitaban el país a comienzos del xx. Finalmente y usando términos totalmente actuales, podemos entender esa preocupación por clasificar y ordenar, como el inicio del proceso de creación de subalternidad en los albores de la nación, de la república supuestamente libre e igualitaria. Hablamos de subalternidad (Klor de Alva, 1995: 245) porque los pueblos y territorios descritos por los exploradores/letrados en sus relatos, son segregados y subordinados, a partir de una mirada que mediante el uso de diferentes estrategias retóricas o la invocación de principios éticos y económicos de lo que el viajero, partiendo de su experiencia personal, consideraba el “deber ser” de una sociedad; generalmente, asociado éste con la instauración de la civilización masculina e ilustrada europea y con el progreso constante, valga la redundancia, de la economía capitalista. Para esta mirada, todo lo que se alejaba de ese tipo ideal debía ser objeto de un 119 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 disciplinamiento que condujera al debido encauzamiento de las potencialidades que los nuevos sujetos ofrecían, principalmente, al sistema económico. De otra forma, hoy en día encontramos que esos grupos de personas que en el siglo xix y la mayor parte del xx fueron dispuestos en los márgenes de la sociedades nacionales o del sistema económico e intelectual global, han adquirido la fuerza política necesaria para cuestionar esa serie de representaciones, por mucho tiempo sacro santas, con las cuales la sociedad hegemónica trató de dominarlos. En este nuevo contexto las preguntas propuestas adquieren un sentido adicional, consistente en evidenciar el impacto político que tuvieron esas representaciones, tanto de la subjetividad como del territorio, en la condición social en que han vivido esas personas. Con este objetivo en mente, el análisis que ofrecemos tiene como punto de partida la antropología histórica del paisaje, la cual no se preocupa únicamente por analizar las representaciones, lecturas o formas en que diferentes sujetos describen el paisaje y le dan diversos significados, sino también por indagar la relación que estos establecen con él, su posicionamiento y el papel que le otorgan a otros sujetos en el paisaje, al igual que las razones de tal ubicación. Se diferencia de la geografía cultural porque no pretende establecer contrastes entre las formas de ver, describir o narrar el paisaje, utilizando las lecturas que pueda tener la gente que habita un lugar y los extranjeros (Duncan, 1989 y 1990), sino que se preocupa por ver cómo son comprendidos esos “nativos” por personas ajenas, extrañas a ellos, por el papel que le otorgan estas últimas a los primeros en procesos sociales como la creación de una nación, y por el intento de develar los mecanismos de percepción y estructuras de pensamiento propias de cada una de ellos en un momento histórico particular (Santoyo, 1999). Teniendo en cuenta que nuestras preguntas son por el presente y pasado de la región desde el punto de vista nacional, vale la pena aclarar que el análisis del texto de Triana se elaboró siguiendo el concepto de paisaje esbozado por el Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 120 antropólogo británico Eric Hirsch, quien lo concibe como un proceso cultural en el que constantemente interactúan dos factores, la experiencia de vida en un espacio que se torna en lugar gracias a su narración y el horizonte de existencia posible (Hirsch, 1994), términos que implican, respectivamente, la vivencia cotidiana y la representación hacia el futuro que hace quien realiza el relato. De otra forma, este concepto es relevante no sólo porque permite analizar de cerca el desenvolvimiento narrativo a través del cual se va constituyendo el pensamiento nacional sobre la amazonía, sino porque nos capacita para estudiar y entender las reflexiones de los intelectuales colombianos sobre qué es lo natural y qué lo cultural y cómo convertir lo primero en lo segundo. Adicionalmente, como plantea Graciela Montaldo: En Latinoamérica, el espacio natural… se vuelve centro de la construcción de la escritura y de la reflexión política pues sobre él se asentaban los proyectos de organización de las repúblicas recién independizadas. El pasado, el presente y el futuro de los países de América encuentran en la tierra aspectos que condensan los problemas, identidades y planes futuros; por ello están cargados de ‘significados’, sentidos desde los cuales se hará el diagnóstico de un estado de cosas o se proyectará el porvenir. (Montaldo, 1995:104) Re-lectura del texto de Miguel de Triana En lo que sigue de este artículo, nos dedicaremos a hacer una lectura exhaustiva de la forma en que Miguel Triana pensó y representó la región del Piedemonte amazónico en particular y la amazonía en general. Teniendo, como ya quedó consignado, los términos de experiencia de vida cotidiana y horizonte de existencia posible como derroteros en el análisis del texto del ingeniero civil e intelectual colombiano. 121 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 A grandes rasgos, podemos decir que Triana, a lo largo de su lectura del paisaje del Piedemonte, identifica claramente la existencia de tres lugares: la meseta del Guamués, la región comprendida entre el Limón y el Guineo y, por último, el valle de Sibundoy, existiendo en éste último dos más, los poblados de Sibundoy y Santiago. Cada uno de ellos es percibido de forma particular, con similitudes pero conservando grandes diferencias, como es el caso de los dos últimos pueblos mencionados. Los puntos de encuentro por lo general están relacionados con la posibilidades que brindan a nivel agrícola, mientras las divergencias radican en las costumbres de las personas que los habitan. En cuanto a los grupos humanos, encontramos que los sionas, ubicados en el extremo de la planicie del Guamués, son representados de forma similar a los santiagueños, en cuanto a sus posibilidades para ser partícipes de la civilización, pero diferentes en su forma de vivir. El único grupo que Triana presenta totalmente diferente es el de los sibundoyes. De esta manera, podemos afirmar que la percepción del ingeniero civil se caracteriza por presentar un paisaje poseedor de diferentes lugares con un mismo horizonte de existencia posible, pero en el cual no todos los habitantes tienen la misma tarea que efectuar. Veamos. I. LA CORDILLERA: FRONTERA DE LA CIVILIZACIÓN La cordillera de nevados perpetuos y volcanes que iluminan las noches ecuatoriales, es la barrera formidable que á los colombianos, como á las demás nacionalidades del Pacífico, nos separa de la posesión y disfrute de nuestra posesión oriental, ubérrima en riquezas. Todos los pueblos fronterizos con esa raya dentellada y fría, ya sean colombianos, como Santander, Boyacá y Cundinamarca, ya sean hermanos como las repúblicas allende el circulo equinoccial, más o menos han procurado vencer la barrera con ferrocarriles, caminos o senderos practicables. (Triana, 1907:102) Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 122 Miguel Triana nos presenta a la cordillera de los Andes como una frontera por excelencia, lo es natural y culturalmente porque separa el mundo andino del selvático e impide a las naciones ubicadas en el primero “disfrutar” los beneficios o “riquezas” del segundo. Doblega los esfuerzos de los “pueblos fronterizos” por traspasarla y llegar a sus posesiones orientales, por lo tanto estas últimas se tornan desconocidas para ellos. Ella, más que una línea divisoria es una zona de transición, en sus páramos, pantanos, picos y lagunas se van desvaneciendo las características principales de la civilización. Pocos individuos se atreverían a habitar en ella, y quienes lo hacen son seres marginados que no comparten las normas de la sociedad. Esto último se puede observar en la respuesta que da Triana cuando se pregunta: ¿Qué especie de hombre sería el propietario de gustos excéntricos que, como centinela avanzado de la civilización, colindaba en el silencio y soledad del páramo con las ilimitadas tierras de Oriente? Y contesta: Es, seguramente, un hombre arisco, cuyas energías en lucha con la organización social y los tributos de trabajo personal, fiscalías rurales y demás cargas que la falaz vida social mestiza hace pagar únicamente a los infelices, lo han conducido á buscar la verdadera y única libertad que ofrece el desierto. Aquí no llega el cobrador de impuestos improductivos ni el polizonte altanero, primo hermano del malhechor, que se disfraza con la librea de la autoridad para perseguir al ciudadano, ni el parásito que con el título de pordiosero llama tenazmente al corazón con la patente de la caridad; aquí no alcanza la fastidiosa opinión de los vecinos, con la categoría de sanción social, ni el reglamento antojadizo, hecho ley por ministerio de la fuerza, ni las ritualidades de un culto aparente con el prestigio imponente de una religión de amor. (Triana, 1907: 99) Aunque en primera instancia caracterice al individuo que se atreve a vivir en la soledad y el silencio del páramo como “arisco”, 123 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 pues se rehusa a ser atrapado por la sociedad “mestiza” que lo rodea, al describir la constitución y funcionamiento de esta última lo convierte en un ser ideal que ha dejado todo en busca de “la verdadera y única libertad”. En esta breve descripción, Triana realiza una dura crítica al comportamiento del pueblo mestizo ubicado en el valle de Atris, Pasto en particular y al andino en general, según él, aquí conviven la autoridad y el crimen, las sanciones sociales las hacen los vecinos con su intromisión intrigante, la Ley no existe, tan sólo un “reglamento antojadizo” que tiende al gobierno despótico y, por último, el culto religioso es sólo apariencia. Ser “arisco” en este medio se convierte en una virtud, implica, en cierta medida, una actitud crítica frente a la situación social reinante, la cual no está relacionada con un comportamiento civilizado ya que no existe una la Ley inmutable, un culto religioso sincero y una vida respetuosa en comunidad. Entonces, la calificación de “centinela de la civilización” se torna ambigua, no significa ser el último representante de la sociedad de la meseta andina, porque para Triana los términos civilización y sociedad mestiza parecen no ser equiparables, las características de la segunda hacen que no se la pueda considerar como civilizada, por lo tanto no puede ser un modelo a seguir y tampoco es necesario cuidarlo, todo lo contrario, hay que transformarlo. De otra forma, cuando el autor plantea: aquí [en el páramo] la conciencia se vuelve solamente á Dios, oye su ley en la sublime armonía de la Creación y vive tranquila. La inefable paz del alma, por la cual anhelan en su lucha constante todos los humanos, sólo bate sus alas blancas en la soledad, tras la cordillera y el pantano (Triana, 1907:99), definitivamente está dando a quien vive en los confines de la cordillera un estatus moral superior al que poseen quienes actúan bajo el régimen social antes descrito, uno que sí puede tomarse como modelo a seguir porque surge del contacto con la ley de Dios que se manifiesta gracias a “la sublime armonía de la Creación”. Por lo tanto, podemos decir que para Triana, cuando Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 124 el Hombre se encuentra con la naturaleza lo hace con Dios y, de este, el primero aprenderá como puede llegar a ser civilizado, condición que hasta ahora es equiparable con lograr la paz del alma y la comunicación directa con Dios, sin necesidad de “ritualidades” rimbombantes y aparentes. Otro aspecto interesante en cuanto al proceso civilizatorio encontrado en Triana, es la correspondencia que establece entre un lugar y un estadio de ese proceso y que encontramos en el enunciado, “la inefable paz del alma…sólo bate sus alas en la soledad, tras la cordillera y el pantano”, porque está dotando a la anterior “posesión oriental, ubérrima en riquezas” materiales para las naciones, de otra cualidad igualmente importante para ellas, la paz. En lo anterior podemos observar la forma en que Triana conceptualiza el paisaje de la amazonía antes de traspasar la cordillera y enfrentarse con ella, en su percepción predominan los elementos de juicio económico y religioso. II. EL PIEDEMONTE AMAZÓNICO: PA I S A J E S D E A B U N D A N C I A , COLONIAS, HACIENDAS Y CAMBIO Fertilidad, armonía y colonias agrícolas: la planicie del Guamués Si antes de empezar a descender desde el páramo hacia el oriente, Triana concebía a la amazonía como un paisaje con gran cantidad de tierras cultivables y cuya actual soledad permitiría al ser humano lograr la paz del alma, la entrada al Piedemonte amazónico fue la ratificación de sus pensamientos. Superar la cordillera y toparse por primera vez con la vegetación y el clima de la amazonía significó la llegada a una tierra de promisión, fue, en palabras de Triana, el fin del silencio tétrico y del frío aflictivo de los páramos…la sonrisa de la naturaleza, hasta entonces agresiva, la vivificación del ser y del ánimo. De igual forma, la naturaleza de la región se convirtió en mar y en casa de alguna divinidad 125 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 dependiendo del punto de vista utilizado, exterior o interior. Así, cuando se logra situar afuera, en un punto desde el cual contemplar en conjunto la vegetación que lo rodea, el director de la Expedición científica al Putumayo escribe: …nosotros, no hallando comparación más verdadera y hermosa para medir el espectáculo de mil leguas de verdura que teníamos ante los ojos, en el sitio de “El Panorama”, repetíamos conmovidos: —¡¡¡El mar!!! (Triana, 1907:149) Comparar la selva con el mar es interesante, ya que introduce en el discurso sobre el paisaje amazónico un elemento de juicio diferente a los hasta ahora utilizados, el estético, esto, porque el mar para Triana es “la suprema belleza, la suma de todas las potencias del orbe, el guardador en su seno de todas las riquezas que hay bajo el sol”. Este juicio estético se puede observar claramente cuando dice, “la vista de la llanura amazónica es un espectáculo sublime”, y entiende por este término la preponderancia de la idea grandiosa expresada en forma simple que apenas puede contenerla y explicarla en breve espacio para conmover profundamente el ánimo de modo casi instantáneo (Triana, 1907: 149). Al tiempo que la selva y el mar comparten la capacidad de conmover el ánimo, son ejemplos de la suprema belleza y guardan en su interior todas las riquezas, la primera se diferencia del segundo porque puede ser explorada, el ser humano puede incursionar en ella y tener acceso a lo que guarda en su interior, cosa que no sucede con el mar, pues, este no era accesible fácilmente en la época de Triana. De esta forma, en la medida en que puede llegar a ser comprobada la “grandiosidad” contenida en la selva, vemos como el juicio estético enunciado por el viajero empieza a revestirse de una materialidad. Contiene ahora una parte emocional y otra material, económica, que va saliendo a la luz a medida que el viajero Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 126 se interna y vive en la selva, es decir, que cambia el punto de vista desde el cual la estaba caracterizando. De lo anterior surge un paisaje simple y armónico, representado en la igualdad de “mil leguas de verdura”, pero portador de un sin fin de posibilidades para la sociedad nacional. Estando en el interior de la floresta el ingeniero se deleita describiendo los árboles, el suelo y el aire, elementos que sirven para hacer un diagnóstico de las condiciones que brinda el lugar a la sociedad y a los diferentes seres humanos que habitan y podrían habitar en él. Así, Triana escribe en su Diario de viaje, que termina siendo su libro, lo siguiente: El suelo seco y plano, la selva capuda y tibia, el perfume de la arboleda tropical y el ozono que satura el aire bajo la fronda verde, vivificaban nuestro ser y levantaban nuestro ánimo. El sol, ya casi olvidado en nuestros recuerdos, dejaba caer sus rayos por entre los claros del boscaje, y movía brillanteces de vida bajo las alamedas. Los troncos rectos y erguidos de los árboles, entre los cuales no crece arbusto pequeño, ni se arrastran las zarzas trepadoras, permiten espaciar la vista en todas las direcciones, simulando lejanas perspectivas. La selva grande es una especie de templo de naves indefinidas, donde se siente el hálito de una divinidad fugitiva. (Triana, 1907:145-146) Esta apología a la naturaleza, fruto del reencuentro del viajero con un “lugar” poseedor de una vegetación exuberante, olvidada en las paramunas cumbres de la cordillera y que permite “espaciar la vista en todas las direcciones”, hace que la llegada a la amazonía sea vista como la posibilidad que tiene el Hombre de renacer, de hacer una vida civilizada gracias a la construcción de unos cimientos sólidos que van a tener su base en el trabajo de la tierra. El suelo seco y plano, el ozono que satura el aire, el sol que movía brillanteces de vida y los troncos rectos y erguidos…simulando lejanas perspectivas que los expedicionarios encuentran en el paso de Juntas sobre el río Guamués, a doce leguas de Pasto, son las características que Triana 127 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 hizo extensivas a toda la meseta del Guamués, comprendida desde el paso mencionado hasta el pequeño puerto del Alpichaque, donde el río se vuelve navegable. En esta planicie ubicada a 1000 m.s.n.m. aproximadamente, el suelo, además de seco y plano empieza a ser descrito como “fecundo”, tal cual lo demuestra, según el autor, “la vegetación robusta de que está cubierto”; la temperatura es suave debido a las brisas, cálidas y frías del Atlántico y la cordillera respectivamente, y se encuentran “pequeñas y frecuentes aguas” que la riegan. La conjunción de estos elementos, lleva a Triana a proponer como horizonte de posibilidad la creación de colonias agrícolas, formadas por labriegos de la cordillera y la altiplanicie…[donde]…pueden fundarse cultivos de café, cacao, caña de azúcar, yuca, maíz, pastos artificiales, y cuanto el agricultor de las tierras medias recoge a manos llenas de la próvida labranza (Triana, 1907: 150 y 176). La presencia de “labriegos de la cordillera y la altiplanicie” implica el establecimiento de un tipo de ser humano específico en la colonias, poseedor de unas características físicas y sociales que harían de ellas centros estables y duraderos, basados en el trabajo de la tierra y donde no habría lugar “á los amantes del oro engañoso” o la riqueza fácil. Las cualidades que el autor atribuye a los pobladores de la sierra, las podemos observar cuando escribe lo siguiente: …ellos son los poderosos, son ellos los conquistadores, ellos son los sabios; porque la lucha fisiológica les dio corazón fuerte, músculo recio y voluntad de acero. Bajo la apariencia sufrida y humilde del indio de la altiplanicie, se oculta la energía paciente, señora del mundo, la que esclaviza la tierra y funda la industria, para mediante ella convertir en sus tributarios á los amantes del oro engañoso. (Triana, 1907:58) De esta forma el indígena de la sierra es representado como un ser humano excepcional para el trabajo, físicamente tiene “corazón Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 128 fuerte y músculo recio”, espiritualmente es poseedor de una “voluntad de acero” y de la “energía…que esclaviza la tierra y funda la industria”, elementos que lo hacen el sujeto ideal para depositar en él el futuro de las “colonias” y, por medio de ellas, instaurar la “industria” y la civilización en la planicie del Guamués en particular, y el Piedemonte amazónico en general. Esta representación del indígena es interesante, ya que deja ver el elemento de juicio a través del cual el autor establece una clasificación de los seres humanos, así, la fisiología es la encargada de decir quién es apto para qué, al establecer relaciones entre las características físicas de los individuos, la altitud geográfica, la capacidad para el trabajo y la creación de una sociedad civilizada, de esta forma se explica el deseo de llevar gente de la cordillera y el altiplano. El papel de los enunciados fisiológicos en la definición de los seres humanos es más evidente cuando el explorador escribe: Si en la tierra fría la vida es más lenta, más selectos los productos y el pensamiento es más profundo, aunque más laborioso y tardío, también el proceso de la civilización es perezoso, pero firme…[porque]… no se edifica el palacio de la industria sobre arenas de oro, sino sobre el pedernal que mella la pica de acero…Por esta antítesis irónica, no hay pueblos poderosos que pisen sobre tesoros gratuitos. La expresión austera, el paso lerdo, el pensamiento frío de los hijos de la sierra, corresponden con el trabajo fisiológico gastado á cada instante en producir un aliento de vida; porque en las grandes alturas el simple fenómeno de llevar sangre al cerebro representa un esfuerzo del corazón, tributo á la mera existencia, que al nivel del mar no se apaga… (Triana, 1907:58) Queda claramente demostrada la relación que el explorador establece entre los habitantes de tierra fría, la cordillera y el altiplano con el proceso de civilización, sinónimo de la industria. Según él, estos sujetos son los indicados para instaurar unas bases 129 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 sólidas, firmes, que permitan el desarrollo de la región a largo plazo, ya que fisiológicamente están acostumbrados al trabajo duro y constante para existir. En el pensamiento del autor, ellos son los únicos que podrían explotar todas las riquezas de la amazonía sin dejarse llevar por el deseo de enriquecerse fácilmente, aprovecharían al máximo la fecundidad del suelo al esclavizar la tierra; no se deslumbrarían ante el primer indicio de obtener fácilmente algún tipo de beneficio. En síntesis, son las personas indicadas para transformar el paisaje del Piedemonte, creando en el horizonte de posibilidad el ordenamiento deseado y superando la vacuidad humana que Triana ha creado durante su viaje. Las “colonias agrícolas” planteadas por el explorador, además de ser un medio de apropiación, incorporación de la frontera por parte de la nación, también representaban la posibilidad de incrementar el valor de las exportaciones del país, al querer aprovechar al máximo la fertilidad del suelo mediante la instauración de cultivos de capital importancia para la economía como el café, el cacao, la caña de azúcar y los pastos artificiales para ganado. Hay que tener en cuenta que para 1905 el primero representó el 39.5% de las exportaciones, mientras los demás, incluidos bajo el renglón de “otros agropecuarios” el 34.9% y, durante el período 1906-1910 el 37.2% y el 23.9% respectivamente, los dos porcentajes más altos de ambos períodos (Palacios, 1983: 43).3 Recapitulando, observamos que a medida que Triana efectúa su viaje, va emergiendo un paisaje específico del lugar que recorre y del Piedemonte en general. Sin embargo, en ningún momento establece grandes generalizaciones para esta región, mucho menos para toda la cuenca amazónica. En síntesis, no utiliza su experiencia de vida para proponer que toda la amazonía es igual, por el contrario, el autor parece estar interesado en destacar las diferencias que encuentra. 3 Las cifras fueron tomadas del cuadro no 1, titulado, Composición porcentual del valor de las exportaciones colombianas, 1834/5-1910 elaborado por Marco Palacios (1983). Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 130 De otra manera, encontramos en la lectura a través de la cual Triana va creando el paisaje, una percepción del lugar en la que se mezclan juicios estéticos y económicos, que terminan calificándolo como “sublime, grandioso y fuente de todas las riquezas”, al tiempo que en él no habita ser humano alguno. El horizonte de posibilidad es dominado por los enunciados económicos y fisiológicos, y se caracterizaría por la instauración de las llamadas “colonias agrícolas” como medio de apropiación, por parte de la sociedad nacional, de la planicie. Haciendas, educación indígena y patriotismo: entre los puertos de Guineo y el Limón Con algunas variaciones en su composición, las colonias agrícolas propuestas para la planicie del Guamués, se presentan en el pensamiento de Triana como el principal medio para incorporar el Piedemonte amazónico a la nación o vistas desde la otra cara de la moneda, definen la posición que el gobierno central le otorga a esta región dentro del sistema social, político, económico y cultural que implicaba crear una nación moderna, este rol se puede apreciar más claramente al analizar los cambios introducidos en el modelo de las colonias y sus motivos. Las reformas planteadas se refieren ante todo al tipo de individuos que trabajarían en ellas. La fisiología de los indígenas del altiplano y la cordillera deja de ser una razón suficiente para confiarles la construcción de “colonias” sólidas y prósperas, es necesario que quienes laboren en ellas posean un verdadero interés en el bienestar de la “patria”. Este cambio en la conceptualización del ser humano futuro, se debe a la “experiencia cotidiana” que tiene el explorador durante el resto de su viaje con diferentes comunidades indígenas y blancas existentes en la región, ubicadas en poblados como La Sofía, San José, Guineo, Sibundoy y Santiago, que lo llevan a replantear su pensamiento en torno a los pobladores de la sierra, y a ver en algunos habitantes del Piedemonte, la posibilidad 131 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 de hacerlos participes de las colonias, previa instrucción o “educación de indígenas”. Su “experiencia de vida” en el Piedemonte también presenta algunos cambios. Ahora lo ve como poseedor de una gran cantidad de riquezas a nivel agrícola, gracias a las cualidades del suelo y el “clima sano y apropiado á una gran variedad de cultivos remuneradores”. El explorador introduce dos elementos que no aparecieron cuando pasó por la planicie del Guamués, estos son: la “comunicabilidad” de la región con otras del país y del continente a través de los diferentes ríos y caminos, y la existencia de “indígenas inteligentes y robustos” en el Piedemonte. Una descripción en la que aparecen tanto los nuevos rasgos, como los mencionados anteriormente, la encontramos cuando Triana se dirige hacia Mocoa después de abandonar los pueblos de San José y Guineo. En estos momentos escribe lo siguiente: Los senderos del Guineo y el Limón, sendos puertos fluviales, los más avanzados de las dos grandes aortas de la llanura oriental, hacen su cruzamiento en las primeras faldas de la cordillera, á cuatro leguas próximamente de uno y otro embarcadero. !Qué situación la de esta planicie tan propicia para una colonia agrícola! Distante tres leguas de Mocoa, centro de recursos, los cuales hoy han desaparecido por la decadencia consiguiente al sosiego industrial del territorio; de terreno bajo, plano y seco, aunque rico en corrientes; rodeada de una numerosa parcialidad de indígenas inteligentes y robustos; de clima sano y apropiado á una gran variedad de cultivos remuneradores; en comunicación inmediata con Nariño por el sendero ya colonizado de Mocoa y Sibundoy, con el Tolima por el río Caquetá, el Orteguaza y el camino de Florencia, y con el Grande Amazonas por sus dos robustos brazos, el Caquetá y el Putumayo, con los cuales este “Padre de las naciones americanas” impone su poderosa providencia sobre la patria colombiana. (Triana, 1907:304) Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 132 Como ya se mencionó, las cualidades de los habitantes del Piedemonte reseñadas por el autor, son producto del interés que este ve en ellos por la patria, las cuales se definen en el pensamiento del explorador por dos características. La primera, la preocupación o curiosidad que demuestran ante proyectos económicos como la construcción del camino que los comunicaría con Pasto, del cual Triana es el encargado de proponer el trazado y la segunda, el deseo por conocer cómo es y dónde queda ubicada la capital de la república, al igual que el tamaño del territorio gobernado en ese entonces por Rafael Reyes. Estos elementos van a ser así mismo una crítica a los pobladores de algunas ciudades, Pasto específicamente, que muestran poco conocimiento e interés por el pabellón nacional y los proyectos del gobierno central. Ese comportamiento “patriótico” es presentado por el autor en su texto al referirse, entre otros, a los indígenas sionas del Putumayo, de quienes escribe: Los indios de San José, por ejemplo, se han dado mejor cuenta de nuestra misión que los del valle de Atris y han procedido, en consecuencia, más patrióticamente que muchos señores de categoría en Pasto. Manifiestan también una curiosidad muy racional, en cuanto á las circunstancias del camino… Se consideran más colombianos en su deseo de conocer cómo es la capital de la República y en el lujo del pabellón nacional, que muchos hijos de ciudades que ignoran dónde queda Bogotá y á quienes es preciso conminar para que adornen los frentes de sus casas el día del natalicio de la patria. (Triana, 1907:274) La introducción de enunciados relacionados con la patria es interesante porque deja ver otra función de las “colonias” como un medio de integración de la región a la nación, son una forma de construirla al querer implantar un modelo de ordenamiento territorial y de relaciones sociales consideradas peculiares del carácter nacional; por último, este deseo puede ser relacionado o definido 133 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 como el ejercicio de la soberanía. Ahora no es suficiente traer labriegos de la zona andina para lograr una productividad agrícola alta, sino que es indispensable que quienes trabajen en ellas tengan un sentimiento de pertenencia con la amazonía y la república, sin embargo, esta cualidad no basta para empezar a hacerlos participes de las “colonias”, primero hay que “nacionalizarlos” mediante la educación, la cual depende del estadio de civilización en que se encuentren, “salvajes o bárbaros” según Triana, y que los llevaría a ejercer determinados roles dentro del proceso de colonización. Vale la pena resaltar que según Triana sólo existen tribus bárbaras en la región del Piedemonte, las salvajes se encuentran ubicadas en la planicie amazónica perteneciente a la república. La diferencia entre las categorías de salvaje y bárbaro en el pensamiento de Miguel Triana, radica en que quienes pertenecen a la primera se encuentran “fuera de todo conocimiento y de toda noción, yacen por debajo del nivel del suelo social”, es decir, que pertenecen al orden de la naturaleza, que aún no son seres sociales, mientras que los miembros de la segunda tienen un “nivel moral apreciable, con desintegración de derechos” al tiempo que son amantes de ellos y los defienden de quienes los atacan, con”perseverancia, energía y astucia”. Estas definiciones, hacen que el objetivo de la educación de las tribus salvajes sea una simple nivelación por lo bajo, vincularlos a la sociedad inculcándoles, por lo menos, la noción de la vida de que gozan en el mundo hasta los imbéciles y la sanción moral primaria de los criminales natos (Triana, 1907: 230-231). De otra manera, la educación dirigida a quienes eran considerados como bárbaros difería substancialmente de la anterior, ya que en estos se veía la posibilidad de llegar a aprender el comportamiento y el saber de la civilización. Ante esto, el explorador propone la fundación de escuelas con textos muy elementales en idioma bárbaro, para enseñar a leer, las cuatro operaciones de aritmética y la Geografía general de Colombia, como el primer paso para “nacionalizar” a los Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 134 indígenas, e incluso llegar a enseñarles de forma fácil y apropiada el conocimiento de otras lenguas y todo lo que con éstas se ha logrado expresar, en orden á ideas trascendentales: la filosofía de las ciencias, los preceptos de la moral, las autos (Triana, 1907:238). Estas asignaturas y temas, sugieren una de las formas en que el gobierno nacional pretende o debe ejercer la soberanía y crear una conciencia nacional en los pobladores de regiones de frontera como la amazonía. Mediante el estudio de la geografía se impartiría una noción del territorio de la república y de las características de cada región; la lectura era el instrumento a través del cual se podían enseñar “la filosofía de la ciencia, los preceptos de la moral, etc.” que pretendían ser iguales en todo el país; y la aritmética era la base para ingresar en el mundo de la economía monetizada que implicaban las “colonias agrícolas”. Los dos primero rasgos son aún más importantes, porque sirven para empezar a crear o introducir en la mente de los indígenas, la conciencia necesaria para hacerlos partícipes de lo que Benedict Anderson denomina Comunidad Imaginada (Anderson, 1993) ya que la enseñanza de la geografía tiene la capacidad de mostrar y dar a conocer a un grupo humano determinado, otros grupos a los cuales no va a conocer, pero con los que comparte unas creencias culturales comunes, que, en el caso indígena, van a ser impartidas por la lectura. Es así como estos elementos pueden provocar un sentimiento de comunidad entre los diferentes pueblos que conforman la república. Como corolario podemos decir que la educación propuesta por Triana era un medio de colonizar la imaginación, o el imaginario, al tratar de cambiar la cosmovisión indígena por otra en la cual el mundo se amplía hasta los límites de la nación, y las pautas de comportamiento van a ser redefinidas en función de las que creen pertinentes los encargados de efectuar la enseñanza. En síntesis, las “tribus bárbaras” serían objeto de un cambio a nivel ontológico, en cuanto se pretende modificar su subjetividad y su condición existencial. 135 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Los dos tipos de educación expuestos pueden ser entendidos como el deseo por integrar al sistema social, moral y jurídico de la nación a los indígenas, ya que esto facilitaría al Estado el ejercicio de su soberanía sobre los individuos, al ajustarlos a un modelo cultural hegemónico que de ahora en adelante los situaba en el mismo estatus de los habitantes de las ciudades, pueblos y zonas rurales de la región andina, y por lo tanto los convertía en objeto de las mismas leyes y sanciones. En este momento el tipo de ser humano que estaría vinculado con el proceso de colonización del Piedemonte, es social y culturalmente portador de pautas de comportamiento “occidentales”, debido a los conocimientos que se le impartirían mediante el modelo educativo propuesto por el director de la Expedición científica al Putumayo, al tiempo que las diferencias raciales parecen no tener importancia. Así, en el horizonte de existencia las “colonias” absorben al indígena, convirtiéndolo en jornalero, peón, o en el mejor de los casos, en campesino si lograba ser propietario de un pedazo de tierra, ya que la repartición de esta en las “colonias” no pretendía promover los minifundios, ni mucho menos dar a cada indígena una finca, todo lo contrario, Triana ve en las “haciendas” y en el trabajo de los “colonos”, ex-campesinos en los Andes, los mejores sistemas para usufructuar la región, tal como lo deja ver cuando escribe: Aquella región convida á que se la colonice: allí cabrían numerosas haciendas de ganado, el cual ofrece generosa remuneración en los mercados del Marañón, donde vale una cabeza quinientos soles; allí los cacaotales, cañaverales, tabacales, los cultivos de caucho y kola y las mil industrias agrícolas del Trópico, tapizarían de variados matices de verdura la pampa fecunda. Los capitales grandes y los pequeños recursos encontrarían allí la centuplicación como premio, y el esfuerzo del colono, portador de habilidad y perseverancia, sería recompensado con rápida riqueza. (Triana, 1907:304) Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 136 Observamos aquí un nuevo rasgo del horizonte de posibilidad. Ahora, se añade al modelo de colonización presentado la figura la hacienda ganadera, que encuentra su justificación en la posibilidad de lograr beneficios económicos importantes por medio de la exportación de su producción hacia el corazón de la cuenca amazónica y que en los años posteriores va a marcar el desarrollo de la amazonía.4 Este nuevo elemento nos ayuda a discernir mejor la forma de tenencia de la tierra, ordenamiento espacial que propone Triana, la cual podemos resumir como la implantación del mismo paisaje existente en la región andina, donde predominan los latifundios con sus respectivas relaciones sociales entre el señor latifundista, los jornaleros, aparceros, etc., esto, independientemente de que el autor plantee la posibilidad de “rápida riqueza” para “los capitales grandes y pequeños”, pues, ¿quiénes tenían ese capital? Los indígenas no, tampoco el campesino convertido en colono, estos sólo tenían su trabajo. De esta manera, y como se mencionó anteriormente, la igualdad en las “colonias y haciendas” no es social ni económica; tiende al comportamiento, a las maneras de conducción de los individuos, a la adopción de la norma legal y cultural. El horizonte de existencia posible visualizado por el explorador para la región comprendida entre los embarcaderos de el Limón y Guineo, se caracteriza por la reproducción del sistema productivo agrícola existente en los Andes, y por la necesidad de crear una conciencia nacional que sirva para facilitar al Estado el ejercicio de la soberanía, no sólo sobre el territorio amazónico, también sobre los individuos que allí habitaban. De esta forma, el tipo de educación pro- 4 Sobre la importancia del modelo de la hacienda ganadera en el desarrollo de la Amazonía durante el siglo xx, se recomienda ver los trabajos: Jaramillo J., Mora, L. y Cubides, F. (1986) y Serrano, E. (1994). Al respecto, como señala Bernardo Tovar (1991) hacia 1920, según estadísticas del Segundo congreso de mejoras públicas, ya existían 88 haciendas ganaderas, 11.926 cabezas de ganado vacuno y 15.900 hectáreas de pastos cultivados solamente en la parte del Caquetá. 137 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 puesto, sus asignaturas, temas y pedagogía tenía como objetivo transformar la subjetividad del indígena, en quien se han reconocido aptitudes para la “civilización”, para hacer de él un colombiano, es decir, un individuo conocedor y poseedor de unas normas determinadas de comportamiento para la vida social, económica, política y cultural que son las de una sociedad en proceso de expansión y modernización, situada al comienzo del camino que la llevaría del predominio de lo rural a lo urbano, de las relaciones jerárquicas y recíprocas, a unas supuestamente “igualitarias” entre ciudadanos. En comparación con el horizonte de posibilidad propuesto al escribir sobre la planicie del Guamués, encontramos en este momento junto a los enunciados económicos y fisiológicos, los patrióticos, comerciales, educativos y los relacionados con la soberanía, como los elementos que poco a poco tejen el discurso por medio del cual Triana va creando el paisaje de la región y le otorga a esta una posición determinada dentro de la sociedad nacional. Geoestrategia, costumbres y cambio: el Valle del Sibundoy Al dejar Mocoa y seguir el camino de regreso hacia Pasto, la Expedición llega al valle del Sibundoy localizado a ocho leguas de esta última ciudad. Este, se presenta a los ojos del explorador de igual forma que los lugares anteriores, lo deslumbra por una riqueza inimaginada que al parecer, sólo quien posea un “criterio económico” puede apreciar. Sin embargo, su incursión en el valle lo sorprende ya que lo que había escuchado sobre él era poco frente a lo que observa. Triana escribe lo siguiente: Al salir de los desmontes, se ofrece á la vista del viajero un extenso y hermoso valle, tan plano y festivo como la sabana de Bogotá: es el valle de Sibundoy. Aunque habíamos oído hablar de él; no teníamos cabal idea ni de su formación, ni de su amplitud, ni de su importancia, ni de Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 138 su riqueza: se goza de una sorpresa gratísima al contemplarlo y se maravilla el hombre de algún criterio económico al considerar inmediatamente, cómo ha podido conservarse esta riqueza ignorada y como desdeñada por la industria, á ocho leguas distante de una ciudad, de tan laboriosos habitantes, como Pasto. (Triana, 1907:320-321). Esta vez los enunciados que sirven para dar cuenta de su experiencia de vida en la amazonía están relacionados con la disposición y características del terreno. Al pensar en su “formación, amplitud e importancia”, Triana está evaluando el lugar desde el campo de la geografía física, siendo esta la que determina la riqueza y relevancia del valle para el Piedemonte. De esta forma, podemos decir que esta conceptualización se genera al ser pensado como un punto estratégico para el proceso de colonización, aún más cuando el autor, ese “hombre de algún criterio económico” se maravilla y pregunta, ¿cómo ha podido conservarse esta riqueza ignorada y como desdeñada por la industria, si posee una extensión y un suelo plano que lo asemejan a la sabana de Bogotá, asiento de la capital de la república, y se encuentra tan cerca de la ciudad de Pasto? Esta condición que perturba y fascina al explorador, es importante porque hace del valle un posible punto de avance de la civilización hacia la “región Oriental”, por lo tanto, el centro de enlace entre los pobladores de la cordillera y las “colonias agrícolas y haciendas ganaderas” que existirían en la planicie del Guamués y en la zona comprendida entre los embarcaderos de el Limón y el Guineo, principalmente. Aunque en el horizonte de posibilidad el valle es visto como un punto de unión que, además de ser importante desde el punto de vista estratégico para promover la migración de campesinos provenientes de la región Andina hacia la amazonía, posee suelos ricos para el establecimiento de una industria estable y un poblado duradero, con una vida social propia independiente del flujo 139 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 poblacional. En cuanto lugar, a medida que los miembros de la Expedición científica al Putumayo ingresan en él y visitan los poblados indígenas de Sibundoy y Santiago, encuentran en la concepción de la vida de los habitantes del primero, específicamente en el fuerte “apego á la costumbre”, quizás la causa principal del atraso que los impresionó al arribar al valle y en la actitud de los santiagueños, de supuesta filiación “quichua”, la posibilidad de un futuro para la amazonía ya que son “altivos, trabajadores, inteligentes y ambiciosos de mando” entre otras cualidades que les atribuye Triana. Visualizando un futuro partiendo del presente, el autor establece grandes diferencias entre los habitantes de los poblados. En sus planes no caben los sibundoyes, esta “parcialidad está próxima a desaparecer”, mientras los pobladores de Santiago podrían ser partícipes de sus propuestas. Sin embargo, veamos lo que escribe en su diario de viaje el explorador: Al llegar al valle precursor de Pasto y pasar por la colonia blanca de San Francisco, vestidos hombres y mujeres a la europea, cuando ya se espera pisar tierra de cristianos, choca al viajero tropezar otra vez con indios casi desnudos y sufre de pudor, porque piensa que estos vecinos de la civilización se presentan así por indecentes y no por causa de su salvaje sencillez y naturalidad. Esta esquivez á imitar los trajes civilizados, será suficiente indicativo de la paralización mental de estos indios y de su estado estacionario, si no militara en apoyo de esta tesis un cúmulo de datos característicos, por el mismo estilo. (Triana, 1907:325) En este momento, el tipo de “vestido” utilizado por los habitantes de Sibundoy es el elemento que indigna a Triana. Para él es imperdonable que quienes tienen la oportunidad de residir cerca a centros como Pasto o San Francisco, no posean por lo menos la costumbre de vestir a la “europea”, lo cual dice mucho de ellos, Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 140 tanto como para calificarlos de sufrir una “paralización mental”. Tal carencia significa una incapacidad para recibir y ser partícipes de la civilización o de las normas sociales, culturales y legales de la nación. Podemos decir que el explorador no encuentra en ellos el mínimo de potencial o aptitud para el cambio que está proponiendo con la fundación de “colonias agrícolas” y caminos de migración. Junto a su falta de receptividad, el autor señala otros rasgos que le sirven para vituperar la organización social y las costumbres de los sibundoyes, tal como lo son la falta de higiene, la supervivencia de hechiceros, médicos, brujos, envenenadores y la tendencia al suicidio, todo lo cual lo lleva a plantear su pronta desaparición. No obstante, estas características son el síntoma de un mal mayor relacionado con la actitud ante la vida, a saber, “el apego a la costumbre” que resume Triana al anotar, como están en este momento, así quieren seguir siendo indefinidamente. Para ellos el ideal es la quietud (Triana, 1907:325). A este se contrapone el deseo por el cambio de indígenas como los sionas y santiagueños especialmente. De esta forma, podemos plantear que el explorador atribuye a los pobladores de Sibundoy una forma de entender y actuar en el mundo de orden diferente a la de grupos como los sionas y los santiagueños, que niega toda posibilidad a la transformación de las costumbres y, por ende, tratar de introducirlos en un proceso educativo con el fin de “nacionalizarlos” sería simplemente una perdida de tiempo, tal como se puede deducir de las últimas palabras escritas sobre ellos: …los sibundoyes constituyen una tribu de bárbaros completamente distinta de las que la rodean… que seguramente se extinguirá antes de que la luz de una nueva idea la ilumine. (Triana, 1907:329). Con esta sentencia en mente Triana llega a Santiago, de su experiencia cotidiana aquí, recupera la confianza en los pobladores del Piedemonte y vuelve a ver en ellos aptitudes para la civilización. Esta vez, inspiradas en el deseo e inclinación que muestran los santiagueños por el cambio, representado por la existencia de una 141 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 escuela y por los constantes viajes que hacen rumbo a Pasto. Al mismo tiempo, las actividades llevadas a cabo cotidianamente como ir a misa, su comportamiento en ella, y la preocupación de los niños por ir a la escuela con la “cusma limpia y muy peinados”, son las actitudes que el explorador destaca en ellos. La fascinación aparente de Miguel Triana con las costumbres de la sociedad existente en el último poblado del valle de Sibundoy, lo lleva a establecer una comparación entre sus habitantes y los sibundoyes, en la cual los primeros son objeto de una loa hasta ahora sin precedente en su relato de viaje, tal como lo deja ver cuando escribe lo siguiente: La diferencia [con los sibundoyes], en efecto, es inmensa: estos son altivos, trabajadores, inteligentes, ambiciosos de mando é intrigantes en las elecciones de gobernador. La pureza de sus costumbres hace también contraste con la relajación de los sibundoyes, entre quienes el adulterio es común. Son amigos de hacer largos viajes y aspiran al cruzamiento con los blancos. Las mujeres son fieles, laboriosas y fecundas; ellas les tejen las cusmas de lana azul y las zurcen en randa graciosa con hilo rojo, torcido también por sí mismas; modo de traje que junto con su aseo, sirve para distinguirlos fácilmente. La afición á la música es un rasgo característico de los santiagueños: todos tocan arpa, violín o flauta, instrumentos de un arte superior, construidos por ellos. (Triana, 1907:335) En las trescientas treinta y ocho páginas que componen el texto de Triana, el explorador nunca había descrito de una forma similar a una comunidad, fuese blanca, negra, mestiza o indígena, de esta forma, la representación de los santiagueños resulta única. En conclusión, podemos decir que encuentra en ellos una sociedad ideal desde el punto de vista de las costumbres que poseen y practican, los hombres, las mujeres y los niños tienen cualidades que pueden ser definidas como excepcionales, a tal punto, que llega a escribir: Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 142 sentimos tan tierna emoción, que pedimos al cielo conservara á este pueblo la simplicidad poética de sus costumbres. En esta última frase encontramos la razón de la admiración que lleva a Triana a pedir prácticamente la conjunción entre el horizonte de existencia y el lugar, para que éste no sea transformado con el tiempo. En este momento el enunciado estético, poético, es más fuerte en su pensamiento que los deseos de nacionalizar a todos los habitantes del Piedemonte, incorporándolos al sistema económico y social propuesto, es decir, las “colonias agrícolas”. Visualiza en el horizonte de posibilidad la convivencia entre dos tipos de sociedades; una, en proceso de modernización económica y social y otra que se presentaría como reducto de un estadio social inferior, pero que merece no sufrir el proceso avasallador de la primera, pues la “pureza y simplicidad de sus costumbres” y de su organización social se vería trastocada, generando que al incluirlas en el régimen individualista europeo, se trastornen sus nociones de la vida social, lo cual provocaría su embrutecimiento y degeneración moral (Triana, 1907:335). Encontramos en estos últimos planes del explorador una paradoja o ambivalencia, ya que por un momento son más importantes los enunciados estéticos, que hasta ahora venían siendo puestos en segundo plano dando prioridad a los fisiológicos, patrióticos, económicos y educativos. Parece ceder en su ideal de instaurar colonias con un sistema educativo que asegure la soberanía del Estado, la creación de una conciencia nacional y la modernización económica y social del Piedemonte. Sin embargo, esta “poética de las costumbres” de los santiagueños puede ser interpretada de otra forma, no como la preservación de una sociedad tradicional sino como el tipo ideal de sociedad indígena que quiere Triana, así, la “educación indígena” tendría como finalidad última hacer de las diferentes “tribus bárbaras” de la región portadoras de unas costumbres y un pensamiento similar al de los indígenas de Santiago, ya que estos son partidarios del cambio, “del cruzamiento con los blancos, inteligentes, trabajadores”, las mujeres “laboriosas, fieles 143 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 y fecundas” y poseen aptitud para las “artes superiores”. Igualmente, los niños asisten a la escuela que se encuentra en manos de los misioneros, quienes son los encargados de dar misa, de esta forma aprenden a leer y algo de catecismo, este último como forma de enseñar “los preceptos de la moral, y las abstracciones sobre Dios y el alma” mencionadas anteriormente. Finalmente, podemos decir que la estructura social en que se encuentran los pobladores de Santiago, es el ideal para tener personas que puedan ser incorporadas en los trabajos que implicaban erigir “colonias agrícolas”, haciendas ganaderas y caminos que comunicaran la región con el resto del país, puesto que esos individuos tienen una educación básica y una forma de pensar que los hace aptos para esos menesteres. Por último, el desafío que entre líneas plantea Triana es, ¿cómo incorporar sociedades como la santiagueña, poseedoras de unas costumbres y “nociones de la vida social” dignas de salvaguardar y cuidar de la “degeneración”, a un régimen en el cual prima el interés individual, generalmente asociado con el económico?¿ Cómo hacerlos partícipes de los modelos de colonización sin destruir su relaciones sociales? ¿Cuál es el papel que debe asignárseles dentro del horizonte de existencia posible visualizado? Estos son interrogantes sin respuesta. III. LA LLANURA AMAZÓNICA COLOMBIANA: U N A N U E VA F R O N T E R A Al comienzo de este artículo, la cordillera de los Andes se presentó como la frontera de la civilización, el lugar hasta donde llegaba el influjo de la vida andina caracterizada por las instituciones legales de la república, el trabajo agrícola como medio de subsistencia y las costumbres de los habitantes de pequeñas ciudades como Pasto. De otra forma, a medida que la Expedición científica al Putumayo recorre el Piedemonte amazónico, su director empieza a dar cuenta de diferentes lugares, a darlos a conocer mediante su Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 144 relato que, además, pretende ser un aporte a “la sociología colombiana”, al describir las costumbres de los habitantes de la región. Sin embargo, mediante el proceso de creación del paisaje expuesto en el apartado anterior, el autor instaura otra frontera, presente y futura, que se convierte en una referencia pero que no es traspasada por él, lugar del cual sólo se conoce lo que cuentan los habitantes de la región; al que no llegará rápidamente la influencia de la sociedad nacional, pues primero tendría que establecerse firmemente en el Piedemonte, así, la llanura amazónica colombiana aún no puede ser colonizada. El establecimiento de esta última como una nueva frontera de la civilización, puede ser deducido de las palabras que escribe Triana al iniciar su regreso a Pasto y dar la espalda a la extensa planicie que se abre hacia el oriente, todo esto, en el embarcadero de San José sobre el río Putumayo. En ellas encontramos los límites del pensamiento y de su construcción del paisaje, ya que el autor es incapaz de emitir juicios que provengan de su experiencia, y da por sentado lo que le dicen, por lo tanto perpetúa sin poner en duda algunos imaginarios. El único filtro que aplica parece ser lo que encontró en su viaje hasta el poblado siona y el auge que tuvieron las ciudades de la amazonía brasileña en la época de la explotación cauchera y quinera, que llevó a Manaos y a Belén del Pará a un período de florecimiento sin igual. De esta forma Triana escribió: El río tranquilo y majestuoso que en curvas elegantes se desarrolla llanura adentro, nos invitaba á seguir su curso y parecía prometernos muy hermosas aventuras. Con la imaginación y valiéndonos de los informes del joven Ortiz, hicimos un viaje ideal de salvajes en la incómoda canoa, comiendo plátano cogido al azar en las fecundas vegas, y durmiendo bajo las hojas de las palmeras en la arenosa playa, hasta donde las brisas civilizadoras del océano, con el buque de vapor, traen las comodidades para el viajero. Cerrábamos los ojos para ver la encantadora agitación de la industria que hoy invade el Marañón, para escu- 145 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 char el bullicio de todas las lenguas europeas que allí se hablan y para comparar las inúmeras costumbres que allí se usan, con las que hemos venido describiendo de nuestros compatriotas los sionas y los guitotes, habitantes y señores del predio abandonado que nos toca de derecho en la participación que allí se hacen las naciones. (Triana, 1907: 286) En el paisaje de la planicie amazónica presentada por el explorador existen dos lugares claramente diferenciados, el primero, correspondiente con la parte colombiana, caracterizado por la existencia de la vida indígena, cuyo medio de comunicación es la canoa, y en el cual la naturaleza es la encargada de proveer a los pobladores los alimentos y la habitación, aparentemente sin el menor esfuerzo de estos. El segundo, corresponde a la parte brasileña, lugar de la civilización, donde imperan la industria y las lenguas europeas, se presenta como un centro en cierta forma cosmopolita gracias al comercio que posibilita el encuentro de personas de diferentes partes del mundo. De lo anterior, la planicie amazónica colombiana surge como un punto límite a la civilización que la cerca por sus extremos, por lo tanto, reducto de costumbres indígenas que en un futuro deben ser transformadas para hacer estas tierras partícipes de la vida que plantea la sociedad nacional, como supuesta representante de un deber ser moderno. Sin embargo, su carácter fronterizo en el pensamiento de Triana viene dado por la posición desde la cual él cree que deben penetrar los cambios. No contempla en ningún momento la posibilidad de ejercer una acción desde el río Amazonas hacia el Putumayo, porque esto significaba el influjo de las particularidades de las sociedades brasileña, peruana o cualquier otra que pudiese llegar por esa vía, todo lo contrario, cree que deben ser la cordillera y el Piedemonte los lugares por donde la civilización tiene que llegar a la región. De esta forma, la república colombiana estaría en capacidad de ejercer su soberanía sobre ella al crear en los Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 146 indígenas, mediante el sistema educativo, un sentimiento de pertenencia hacia Colombia; por otro lado, la promoción de la migración de habitantes de los Andes hacia la amazonía, al igual que la construcción de caminos y “colonias agrícolas” también pueden ser entendidas en el marco del ejercicio de la soberanía. Es por todo lo anterior que la planicie se presenta como una nueva frontera para la nación colombiana, en cuanto representa un problema de soberanía sobre la tierra y los habitantes de la región, aún más cuando las propuestas esbozadas por el autor, están relacionadas con la colonización del Piedemonte como una primera etapa de apropiación de la “región oriental”, dejando la llanura comprendida por los ríos Caqueta y Putumayo para una segunda etapa, es decir, a la espera, tal como lo deja ver al escribir: En último término está la pampa casi ilimitada, sobre la que el país no ejercerá posesión mientras no esté en capacidad de llevar á ella millones de colonos que la nacionalicen (Triana, 1907). I V. E L C A M I N O D E L S U R : EL GRAN PROYECTO COLONIZADOR Como se recordará, el objetivo principal de la Expedición al Putumayo consistía en buscar la mejor ruta posible para construir el camino que comunicaría a la ciudad de Pasto con el puerto de La Sofía, sobre el río Putumayo. Por lo tanto, su director, el Ingeniero Civil Miguel Triana, era el encargado de hacer el trazado de dicha obra, con la cual el Gobierno de la República pretendía promover la colonización de la ubérrima “región oriental” e instaurar el comercio entre Nariño y el Brasil. Los argumentos esgrimidos en favor del camino, están relacionados con la importancia que puede tener su construcción como medio de colonizar la “región oriental” y, en nuestro caso, con el proceso de creación del paisaje, está vez, haciendo referencia únicamente al horizonte de posibilidad. De este modo, el explorador escribe: 147 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 El fomento del camino ó, mejor dicho, de tráfico local, es muy fácil. Consiste en adjudicar á uno y otro lado del trazo pequeños lotes a los millares de labriegos pobres que viven miserablemente en la altiplanicie y que mirarían tal adjudicación como un beneficio redentor. También hay en las ciudades y poblaciones de la Sierra un sinnúmero de personas sin oficio bastante lucrativo, más bien cobardes para la lucha de la vida, que propiamente vagos. Estos se enrolarían gustosos, con probabilidades de hacer una pequeña fortuna, el día de esta leva colonizadora. Las adjudicaciones de á 25 ó 50 hectáreas, con apariencia de remuneración ó premio á los peones y empleados subalternos de esta empresa, fue consultada por nosotros al Supremo Gobierno con el objeto de prevenir el evento de que este camino, por el alto costo que ha de representar, se quede en el simple trazo, borrable en poco tiempo por la maleza. La faja de desmontes consiguiente, de un kilómetro de anchura, en toda la extensión de la línea, y el cúmulo de habitantes de esta zona, determinará la construcción y conservación, á escote simulado ó por contribución indirecta, de un camino de capital importancia, sobre un trazo científico… (Triana, 1907:122) En un primer momento, el camino representa la posibilidad de reorganizar la población existente en la altiplanicie, al brindar a los “labriegos” más pobres la oportunidad de asirse a una porción de tierra, que en su lugar de habitación empieza a adquirir precios muy altos. Triana presenta la colonización del Piedemonte como el horizonte de posibilidad en la cual se daría solución al problema rural, condición que también se da a nivel urbano, porque el “fomento del camino” puede servir para atraer a una serie de personas que viven en la ciudades de la cordillera sin una ocupación fija, que, aunque no son propiamente “vagos” según el autor, si se empiezan a percibir como un problema en potencia, pues es necesario ocuparlos en algo productivo. En segundo lugar, el dar tierra a lado y lado del camino a los “labriegos” y vagos de la región andina, convertidos ahora en “peo- Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 148 nes y empleados subalternos”, se convierte en la estrategia por medio de la cual se asegura el éxito de la obra a lo largo del tiempo, ya que estos serían los encargados de hacer el mantenimiento de la vía. Este trabajo constante y no remunerado deja ver otro aspecto del pensamiento de Triana, ya que el hecho de dar tierra a la gente proveniente de los Andes se convierte en un acto a través del cual se pretende amarrarlos al camino. Así, su trabajo en la conservación puede ser entendido como el valor o el impuesto que deben pagar por haber adquirido una parcela. Por lo tanto, esta no es el pago por su participación en la construcción inicial. En conclusión, Triana plantea dejar toda la responsabilidad sobre el camino en manos de sus vecinos, liberando al gobierno de cualquier gasto o inversión para mejorarlo. De esta manera podemos decir que él se acoge a una forma de pensamiento habitual en la historia del país, que cree que la implementación de mejoras técnicas o la elaboración de obras de infraestructura traen, o son sinónimas del progreso y la civilización, tal como se puede deducir de las esperanzadas palabras que escribe para decir: …el camino abriría el campo á la emigración voluntaria de empresas hacia el rico Caquetá y se establecería el éxodo paulatino y atemperado de la raza cordillerana, portadora de una civilización estable, hacia la llanura salvaje (Triana, 1907:123). Este proyecto es el más importante para lograr transformar el “paisaje” del Piedemonte, pues es él quien da pie a la instauración de las “colonias agrícolas”. Es el motor del proceso de apropiación de la amazonía por parte de la nación, posibilita la inmigración de habitantes de la zona andina y, en definitiva, es el elemento que podría hacer realidad, lugar el horizonte de existencia posible caracterizado anteriormente. Es una forma de construir en la amazonía un paisaje nacional. Sin embargo, en el Informe Oficial presentado al gobierno de la República, Triana deja de lado algunos de los argumentos presentados en favor de la construcción de un camino, especialmente los 149 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 relacionados con la reorganización de la población de la zona andina, para dar paso a asuntos netamente económicos, de costos esta vez. El asunto de promover la migración de labriegos de la “raza cordillerana” también es abandonado en cierta medida, ahora empieza a tener en cuenta los beneficios que puede traer utilizar a los indígenas como mano de obra, con el fin de abaratar los costos del proyecto. Con estos problemas en mente Triana brinda dos posibles rutas para construir el camino. La primera partía de Pasto, seguía por los poblados de Funes y Puerres, luego rodeaba el Cerro del Alcalde por su costado sur hasta llegar al Ríosucio, por este se pasaba hacia el Guamués para así llegar a La Sofía. La segunda, a la cual se dio mayor importancia por diferentes motivos analizados a continuación, partía de Pasto, bordeaba la laguna de La Cocha por el norte hacia el lugar de San Andrés, en las inmediaciones del Valle de Sibundoy, y de este bajaba bordeando el río Putumayo hasta San Vicente, para finalmente ir a dar a La Sofía. Ante la ruta por Funes, el explorador parece no tener más argumentos que los expuestos en una serie de estadísticas en las que analiza el costo de la obra, el cual sería de $95.000 en total, con un promedio de $5.000 por legua de construcción, en contra de los $145.000 que valdría la ruta por San Andrés, y en la que el promedio por legua era de $6.000. Sin embargo, esta última presenta alguna ventajas ya que sólo tendría 1180 y 3480 metros de subidas y bajadas, contra 2220 y 4920 metros respectivamente, que tendría la primera. Por último, la distancia total a la que quedaría Pasto de La Sofía por Funes era de 44 leguas mientras por San Andrés era de 38 leguas. Como complemento a las estadísticas, Triana aduce otro tipo de razones por las cuales es mejor construir el camino por la vía San Andrés-San Vicente-La Sofía, algunas de ellas tomadas de las sugerencias que un misionero franciscano con quien se relacionó en Mocoa le dio, y que se resumen en el provecho que se puede sacar de las maderas del valle de La Cocha y del Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 150 trabajo de los indígenas del Valle de Sibundoy, el cual es visto como brazos á precio ínfimo (Triana, 1907) 5 . Además de la mano de obra barata y la madera para utilizar en las obras, el camino por San Andrés del Putumayo presenta a los ojos del explorador varios beneficios, cuyo criterio de evaluación se da a partir de la conceptualización elaborada de los diferentes lugares que identificó en el Piedemonte. Es decir, por la existencia de suelos fértiles, de un clima apto para colonos procedentes de la zona andina, de la comunicabilidad del Piedemonte y, por último, de las características de algunos grupos humanos como los indígenas de Santiago y los habitantes de San Francisco Elementos que se encuentran superpuestos en las razones que utiliza en defensa de esta ruta, y que encontramos cuando escribe en el Informe oficial sobre el camino de “Nariño” al puerto de La Sofía, en el río Putumayo (1906): Transmontada la cordillera por su mayor depresión, en el Boquerón de La Cocha, se encuentran fértiles terrenos colonizables. En primer lugar está el amplio cuenco del lago, á cuatro leguas de la ciudad, de donde se podrá proveer ésta…de productos agrícolas, ya encarecidos; porque los resguardos indígenas de los contornos son insuficientes. En segundo lugar está á ocho leguas… el valle de Sibundoy, más amplio que el de Pasto, fértil, plano y de dulce clima, á 2.000 [m.s.n.m.], donde podrá duplicarse el fomento agrícola de esta capital, ocupado por unos centenares de indígenas, rebeldes al sentido moral. En tercer lugar… se encuentran la amplia meseta que demora á las faldas del Patascoy, circundada por el río Guamués, y los valles 5 Ver los cuadros titulados: Perfil deducido para la línea por Funes…; Perfil deducido para el proyecto por San Andrés de Putumayo y Cuadro comparativo de las cuatro vías. Los argumentos presentados por el misionero, de quien no se da el nombre, pueden encontrarse en: Triana, 1907: 314 151 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 abiertos de los ríos Orito y San Juan, de clima benigno y fresco, á una altura entre 1.000 y 500 [m.s.n.m.], capaces para una gran colonia blanca de más de cuarenta mil familias. En último término está la pampa casi ilimitada, sobre la que el país no ejercerá posesión mientras no esté en capacidad de llevar á ella millones de colonos que la nacionalicen. (Triana, 1907:347) Finalmente, podemos afirmar que en la ruta sugerida por Triana al gobierno central, las características de los lugares que identificó mediante su experiencia de vida en el Piedemonte, son las que determinaron en última instancia la vía escogida. Así, la presencia de grupos humanos en el valle de Sibundoy, en contraposición a la meseta del Guamués, independientemente de las diferencias entre sibundoyes y santiagueños, fue uno de los factores de más peso en su decisión, pues estos representaban la posibilidad de proveer alimentos y mano de obra durante el período de construcción del camino. De igual manera, la actitud de los habitantes de Santiago frente a Triana y la nación, encarnada en la enseñanza escolarizada y los sacerdotes misioneros, fue otro aspecto importante ya que significó encontrar en ellos una predisposición favorable para los intereses del gobierno. Por lo tanto, observamos que los elementos de juicio existentes en la elección de la ruta por la cual iría el camino, no sólo fueron de tipo económico y/o climático: costos, fertilidad del suelo y cualidades de los lugares desde un punto de vista occidental, respectivamente. También jugó un papel de primera importancia la representación que el explorador hizo de los habitantes que encontró durante su viaje en la región. Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 152 BIBLIOGRAFÍA ALZATE, B. (1993). De región a región: los catalanes en la Amazonía. En: Pasado y Presente del Amazonas: su historia económica y social. Pineda C, R. y Alzate, B. (eds.) Bogotá: Universidad de los Andes. ANDERS ON , B. (1993). Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica. C A S T R O - G Ó M E Z , S . (1997). Los vecindarios de la Ciudad Letrada. Variaciones filosóficas sobre un tema de Ángel Rama. En: Ángel Rama y los estudios latinoamericanos. Moraña, Mabel. (ed.) Pittsburgh:Universidad de Pittsburgh Instituto Internacional de Literatura Latinoamericana. DUNCAN , J . (1989). The Power of Place in Kandy, Sri Lanka: 1780-1980. En: The power of Place. 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Actualmente adelanta la investigación sobre las representaciones nacionales de la amazonía colombiana desde 1850 gracias a una beca otorgada por el Ministerio de Cultura. Otras áreas de interés incluyen la ciudadanía, los estudios subalternos y los movimientos sociales. E-mail: aa_santoyod@hotmail.com Paisajes presentes y futuros de la amazonía colombiana Alvaro Andrés Santoyo 154 Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón Profesor asociado Universidad Nacional sede Medellín Resumen L a producción de conceptos de ciertas disciplinas científicas problematiza la sustancialidad de lo que nos es dado como naturaleza vegetal. En este artí- culo se trata de mostrar esa problematización haciendo visible las discontinuidades en los procesos de conocimiento que involucran a los seres vivos y al paisaje. El paisaje no tiene entonces ninguna relación con lo puro, con una naturaleza trascendente, sino que está compuesto de infinidad de pliegues que se han ido construyendo históricamente y que se siguen construyendo hasta realizar la infinidad de variaciones paisajísticas actuales. PA L A B R A S C L AV E viaje, paisaje, discontinuidades, naturaleza, seres vivos. 155 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Se trata de proponerles un viaje, un corto viaje, que comienza aquí en la inmanencia del devenir presente (éste, nuestro actual presente de discurso) y que continúa luego con la problematización de la sustancialidad de lo que nos es dado como vegetación, como naturaleza vegetal, utilizando a la botánica y a la geografia de las plantas como campos siempre problemáticos de producción de discurso y de formas de ver y de hacer visible. El viaje implica desplazamientos de la naturaleza hacia las naturalezas; queremos desconstruir la supuesta intemporalidad del concepto y la estabilidad metáfisica del espacio-naturaleza en beneficio del estudio de algunas conceptualizaciones que han construido naturalezas y de algunos devenires que las han producido como espacios distintos. Entre las muchas naturalezas que han existido y siguen existiendo: la naturaleza reloj; la naturaleza como sistema de leyes matemáticas; la naturaleza atravesada por el racionalismo experimental y la estructura de la materia; la naturaleza ordenada como inventario de la creación divina; las paradojas de la naturaleza romántica; lo patético, lo trágico, lo bucólico, lo pasional y lo verdadero en relación con la naturaleza; la bella naturaleza o la verdadera naturaleza (metafísica de los valores naturales); el naturalismo edificante; la estética naturalista y los escrúpulos del buen gusto propios del hedonismo aristocrático y del moralismo burgués; la naturaleza y la teoría de la evolución por selección natural; las naturalezas ecológicas y ecosistémicas; las nuevas naturalezas de la economía ambiental y del desarrollo sostenible; las naturalezas geológicas, climatológicas e hidrológicas; la naturaleza opuesta a la cultura o incluída en ella; la naturaleza como territorio geográfico, como territorio político; las grafías políticas del viviente en la naturaleza; los desastres naturales; la naturaleza amenazante… entre todas esas naturalezas nosotros problematizaremos el conocimiento de la naturaleza, tanto a través del catálogo de los seres vivos (en el caso de la botánica del siglo xviii, la taxonomía y la sistemática Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 156 vegetal) como el conocimiento de la naturaleza a través del paisaje, del viaje naturalista que busca asociar vegetación a geografías y a condiciones de existencia específicas de las plantas de acuerdo a situaciones climáticas, geológicas, agronómicas y edáficas específicas en un determinado territorio. Este viaje que les propongo tendrá sentido y será eficaz si podemos hacer visible las diferencias entre las naturalezas estudiadas como diferencias elaboradas, no sólo desde el funcionamiento de ciertos saberes y de determinadas disciplinas sino también provocadas por otro tipo de cambios, como por ejemplo, el cambio en las políticas de colonización. Ahora bien, para realizar este viaje comenzaremos trazando unas coordenadas que nos sirvan de orientación, basadas en el planteamiento de las siguientes preguntas: ¿Cómo se ha producido la invención del catálogo de los seres vivos y la del paisaje natural? ¿Qué miradas han provocado esas invenciones? ¿Cómo funcionan los discursos sobre la naturaleza a partir de esas invenciones? ¿Cómo se orientan las percepciones de lo visible-natural con la invención del catálogo y con la del paisaje? Los trazos dispersos dejados por estos cuestionamientos nos sirven para construir un comienzo, para fabricar, desde el problema de la discontinuidad en relación con el conocimiento de la naturaleza, una guía problemática que nos permita responder. Queremos aquí mostrar discontinuidades y no rupturas absolutas en los procesos de conocimiento que involucran a los seres vivos y al paisaje. Se trata de una gran discontinuidad, ya que en el siglo xix el viaje naturalista es indispensable para conocer la naturaleza. Desplazarse para conocer las condiciones locales en las cuales viven y crecen las plantas. Ver y hacer visible la heterogeneidad de la vegetación selvática del trópico en contraste con la homogeneidad paisajística de las zonas temperadas y boreales. Mostrar el mosaico de vegetaciones que, gracias al cambio de pisos térmicos, de condiciones de humedad, de luminosidad y edáficas, ofrece la 157 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 montaña tropical. Hacer de la montaña tropical un paradigma para el conocimiento fitogeográfico de la naturaleza ya que lo que ella reproduce en altitud, en términos de variación paisajística, sucede en todas las latitudes a diferente escala. Según la latitud, las zonas climáticas van del ecuador a los polos: el bosque tropical o ecuatorial, la sabana, el desierto, la estepa, el bosque temperado de hojas caducas, el bosque de coníferas y la tundra. Según la altitud, la sucesión en altura conlleva una sucesión de tipos de vegetación en forma de bandas que rodean las montañas y que sufren variaciones a cada nueva delimitación de altitud, reproduciendo por pisos todos los diferentes tipos de vegetación que se pueden encontrar bajo todas las latitudes. La altitud condiciona la distribución del calor en la superficie de la tierra, ya que el relieve de su superficie se ha erigido en mesetas que se reparten en varios pisos y se encuentra salpicada de montañas que forman cadenas más o menos largas dominando las cimas escalonadas aún más elevadas. La temperatura en las montañas disminuye a medida que se asciende. Un volcán muy alto situado sobre la línea ecuatorial está cubierto en su cima de nieve perpetua. Así, el Chimborazo en la Cordillera de los Andes, representa, en un espacio bien delimitado a causa de la disminución de la temperatura, todos los cambios que se constatarían a lo largo de una sucesión más lenta que iría desde el ecuador a los polos. Alejandro de Humboldt compara los dos hemisferios de nuestro globo con dos enormes montañas que se juntan y se confunden en su base. Las montañas tropicales, a causa de su disposición en altitud, poseen dominios florísticos diferentes, puesto que se escalonan según límites altimétricos y climáticos que designan tipos de vegetación bien diferenciados entre ellos. Estas montañas se elevan generalmente por encima de las llanuras dominadas por el bosque ecuatorial, por los bosques tropicales de tipos diferentes y por las sabanas. Algunas especies nacidas en estas regiones, en ciertas condiciones, ocupan las inclinaciones más bajas. Son con frecuencia los bosques de coníferas los que trepan, como por ejem- Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 158 plo los de Podocarpus, con los pinos y los abetos: Pinus montezumae y Abies religiosa de 2000 a 3500 metros de altitud bajo el trópico americano. Los Pinus hartwegii y Juniperus tetragona suben hasta 3500 y 4000 metros. Los bosques que pueblan las montañas tropicales están entonces compuestos de coníferas de tipo Abies, Picea, Pinus, Cedrus, Podocarpus y Juniperus procera. Encontramos también helechos arborescentes que alcanzan y depasan los 2000 metros de altitud. Además de los bosques, se observan las landas y los terrenos de gramináceas que, sobre las montañas americanas forman las características de los páramos con especies del género Calamagrostis, Festuca, Aira, Sporobolus; composáceas del género Espeletia y Culcitium, ombelíferas, leguminosas y crucíferas variadas. La situación de la cadena montañosa de los Andes es muy singular, puesto que está en contacto con el bosque tropical y el Gran Chaco, en donde se encuentran árboles de balso, de madera de rosa, de palisandro y otras esencias preciosas. Naturalmente, la extensión de los Andes en el sentido norte-sur conlleva una variabilidad importante de flora. A un bosque húmedo y frondoso que llega a los 3500 ó 4000 metros de altitud, sucede un matorral a base de Mírica y de Polilepis con licópodos, de musgos y de líquenes. En otros lugares están (en los Andes septentrionales), los páramos o los pajonales y su estructura monótona a base de Herbáceas y de pequeños arbustos que sobrepasan con frecuencia las alturas de 4000 metros. Las gramináceas en arbusto de los géneros Calamagrostis, Stipa, Festuca y las plantas alpinas como la Gentiana diffusa y Achyrophorus quitensis. Las más grandes altitudes de los Andes se encuentran con frecuencia ocupadas por la puna, o tierras frías, pastos de llamas o de vicuñas. Está caracterizada por los géneros Stipa, Festuca, Culcitium, Pourretia, Polylepis, Lupinus, Azorella y algunas cactáceas. Evidentemente, la vegetación escasea con la altitud, hasta convertirse en formaciones diseminadas que recuerdan bien sea, la de 159 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 las estepas de altitud o las de la tundra, con zonas descubiertas ocupadas por algunos líquenes y algas terrícolas. Con el fin de abarcar toda esta diversidad vegetal presente en una montaña tropical, de establecer un modelo de sucesión de tipos fisionómicos y de comprender así la distribución de los vegetales sobre la superficie del globo según la repartición de estos tipos fisionómicos que delimitan las regiones naturales, Humboldt propone una distribución de las especies vegetales en un corte geográfico dibujado por Schomberger. Fue impreso en colores en gran formato y representa un corte que pasa por la cima del Chimborazo y va desde las riberas del mar del Sur hasta las del Brasil. Sobre este mapa se encuentra indicada la progresión de la vegetación desde el interior de la tierra en donde habitan las plantas criptógamas, hasta la vegetación de las nieves perpetuas. El nombre de cada especie está inscrito a la altura donde dicha especie se encuentra generalmente en la naturaleza según las medidas determinadas por Humboldt. Catorce escalas colocadas a lado y lado del cuadro hacen referencia a la composición química del aire, a su temperatura, al estado higroscópico y cianométrico, a los fenómenos eléctricos, a la refracción de la luz solar, a la disminución de la gravitación terrestre, al cultivo del suelo y aún, a la altura en la que viven los diferentes animales de los trópicos. Este corte de distribución geográfica es uno de los instrumentos más importantes para los análisis que hacen parte de la geografía de las plantas. A partir de Humboldt, se convierte en la herramienta más apropiada para la descripción espacial de la distribución de las plantas sobre el globo terrestre. En la Flora Laponia publicada en 1812, Wahlenberg incluye un corte con anotaciones botánicas y geográficas (Regio Subalpina Betulam albam tantum alens). En su De vegetatione et climate in Helvetia Septentrionali de 1813, él incluye igualmente un mapa de distribución geográfica que representa el corte transversal de una montaña con los nombres de las especies de plantas que crecen en diversas Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 160 latitudes. Joachim Schown publicó en 1824 otro mapa de distribución geográfica en su Plantegeographisk Atlas que hace parte del Grundtraek til en almindelig Plantegeographie. Alphonse de Candolle dibujó en 1855 dos mapas en los cuales están descritas 32 nuevas especies descubiertas en Europa. Ahora bien, según el corte de Humboldt, el trópico que comprende el ecuador y está delimitado por los diez grados de latitud norte y sur, se divide en tres regiones: Estas regiones están representadas en mis dibujos por un corte vertical que, dirigido de este a oeste, pasa por la cordillera de los Andes. Se distingue por un lado, en el oeste, el nivel del mar del Sur, que en sus parajes merece el nombre de Océano Pacífico; ya que a partir del 12º de latitud boréal, pero solamente en sus límites, su tranquilidad no es jamás molestada por vientos impetuosos. Desde esta costa occidental hasta la cordillera se prolonga una llanura extendida de norte a sur, pero que no tiene más de 20 ó 30 leguas de largo de occidente a oriente: es este el valle de Perú, presentando al norte de 4ºE 50' de latitud austral, una vegetación tan rica como majestuosa, y sin embargo árida y desprovista de plantas al sur de este paralelo. El suelo, cubierto de arenas graníticas, de conchas y de sal de gema, guarda todas las huellas de un país que estuvo durante mucho tiempo inundado por las aguas del Océano… (Humboldt, 1807: 491) Podemos ver, a través del corte fitogeográfico, una ilustración del despliegue de un tipo de análisis botánico que va más allá de la nomenclatura y de la clasificación. Es pertinente insistir en el hecho de que este corte botánico no constituye el límite donde se detiene la geografía de las plantas. El ofrece, por el contrario, los elementos denotativos de esta geografía como algunos de los puntos de anclaje de una nueva teoría sobre los vivientes que estamos describiendo. Se trata entonces de viajar no con el fin de constatar la exclusiva movilidad de los hombres sino para levantar la carga 161 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 de inmutabilidad que connotaba el concepto de la naturaleza. Es el viaje mismo, la toma de distancia con respecto a Europa, lo que produce la sensibilización frente a la diferente conformación de los paisajes de la América tropical equinoccial. Se trata entonces de la articulación de una nueva sensibilidad basada en las investigaciones geológicas en función de la comprensión del cambio incesante de la vegetación y de la riqueza y la diversidad de la vida. La empresa del viaje no hubiera tenido tanta importancia si hubiera sido solamente una expedición científica que recorría el planeta, como lo hicieron muchas en la época, en busca de riquezas naturales y cuya finalidad utilitaria concordaba muy bien con la idea de inventario científico. La expedición como tal es importante porque ella constata nuevos hechos: Los naturalistas saben hoy que Buffon desconoció completamente el gato más grande de América. Lo que el célebre escritor dice de la cobardía de los tigres del Nuevo Continente se refiere a los pequeños ocelotes; […] en el Orinoco, el verdadero tigre jaguar de América se tira muchas veces al agua para atacar los indios en sus piraguas. (Humboldt, 1980: 49) El viaje ofrece la posibilidad de articular una nueva teoría proponiendo una definición diferente de las interacciones entre los seres vivos. Es a partir de esta perspectiva, dada por nuevos conceptos y por la constitución de esta sensibilidad, que Humboldt puede explicar la existencia de formaciones vegetales con características diferentes. La diversidad de climas, el escalonamiento de las condiciones geológicas y morfológicas permiten a los otros vivientes alcanzar un equilibrio natural con su medio exterior. La manifestación de este equilibrio está reforzada por la constatación de la diversidad de especies en América tropical. En nuestro caso, el Nuevo Continente posee un equilibrio particular en relación con la naturaleza europea. Equilibrio equivale Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 162 aquí a una aceptación y a un conocimiento de las diferencias entre los seres vivos y no a una concepción a priori de la degeneración de las especies. El equilibrio puede entonces ser una relación de fuerza. Lo que ahora hace posible la existencia de un equilibrio universal es la constatación de la antigüedad y de la estabilidad geológica de América, así como la sorpresa frente a la diversidad de un paisaje: Un viajero que se propone estudiar la configuración y las riquezas naturales del suelo no las determina de acuerdo a las distancias, sino de acuerdo al interés que ofrecen las regiones que va a recorrer. Es este poderoso interés el que nos ha conducido a las montañas de Los Teques, a las aguas calientes de Mariara, a las riberas fértiles del lago de Valencia y por las sabanas inmensas de Calabozo, a San Fernando de Apure, en la parte oriental de la provincia de Barinas. (Humboldt, 1980: 63-64) Son las investigaciones geológicas, el deseo de comprender las leyes que rigen la distribución geográfica de los vegetales, pero también la voluntad de enriquecer con nuevas especies de las regiones tropicales las colecciones botánicas de los Museos de Historia Natural para mostrar que ellas no son de ningún modo degeneradas, algunas de las razones que determinan la concepción biogeográfica del naturalista alemán. Modificando el concepto de equilibrio, Humboldt propone una nueva noción de viaje. Si este concepto de equilibrio continúa operando como principio compensador de los vegetales que se encuentran en todos los continentes, esta compensación se efectúa con base en una igualdad geológica planetaria –en términos de antigüedad y no de configuración de estratos ni de suelos–, y también con base en las diferencias fisionómicas entre los vegetales y en la diversidad de las plantas. Este nuevo concepto de equilibrio natural implica un enfoque diferente hacia la naturaleza y exige también una preparación de la expedición, proyectando el viaje como la condición indispensable 163 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 para la percepción de la movilidad morfológica de los grupos de vegetales. El viaje toma su sentido completo gracias a esta nueva concepción de la movilidad y de la diversidad morfológica de las especies. El desplazamiento del viajero naturalista le pemite constatar otros tipos de desplazamientos: el de los seres vivientes y el de los continentes. En otras palabras, son las prácticas de la botánica, la geología, la geografía, la higrometría, etc. y la expedición misma, los que permiten la configuración de dicha movilidad y la formación del concepto de equilibrio natural. Son estos elementos los que nos permiten fabricar un trayecto en el cual disponer esa discontinuidad a la que hemos hecho referencia; discontinuidad con respecto a otro proceso de conocimiento que en el siglo xviii, le otorgó preeminencia a la sistematización de los seres vivos a través del aislamiento de ciertos elementos invariantes encontrados en las flores. Sacar a los seres vivos de sus contextos locales, secarlos, aplanarlos, inscribirlos en un orden, un género, una familia, una especie, catalogarlos, todo esto constituye el gesto inverso al viaje naturalista. La sistemática natural de la botánica del xviii, buscaba conocer la verdadera naturaleza en el gabinete de Historia Natural, valiéndose de corresponsales para allegar todas las plantas creadas de una sola vez por Dios. Se trata entonces de discontinuidades entre el herbario y el paisaje, entre el sedentario y el nómade, entre el catálogo y las asociaciones paisajísticas, entre inmutabilidad y variaciones, entre geografía concebida como datos complementarios de localización de las plantas y geografía asumida en el viaje como conocimiento de otras geografías. Todas estas trayectorias discontinuas no suponen, sin embargo, una gran ruptura. El catálogo, en cuanto representación jerarquizada, permanecerá como el nivel denotativo en el cual se apoyan los viajeros naturalistas para construir los cuadros de la naturaleza, integrados en una geografía de las plantas. Concepto este desarrollado a partir de la comparación hecha entre las observacio- Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 164 nes fitogeográficas realizadas en suelos americanos, africanos y de la Polinesia del sur y los conocimientos acerca de las fitogeografías de Europa. Si la taxonomía se sirve de la morfología para clasificar los especímenes, la geografía de las plantas, al contrario, busca asociarlos con variables estéticas, climáticas, topográficas, de presión atmosférica, de luminosidad, etc. Esta nueva manera de representación horizontal exige una disposición en perspectiva de los elementos relacionados. El paisaje emerge entonces como posibilidad, a la vez estética y científica, de presentar la naturaleza. La sensibilidad entra a jugar un papel importante en la construcción de dichos cuadros, toda vez que la dinámica de los vegetales produce infinidad de formas vueltas hacia el exterior. Contornos, estructuras, colores y formas delatan más la influencia del medio exterior en la configuración de las plantas, que la pertenencia a grupos cuya única relación sería morfológica. La idea de los seres vivientes como acogidos por cada suelo, en una distribución original y única, comienza a ceder terreno ante la posibilidad de entenderlos como expresión de una serie de condiciones que pueden ser definidas por relaciones más amplias y complejas. La diversidad vegetal es la manifestación viva de esas variables materiales. La naturaleza comienza a ser pensada a partir de una fisionomía que produce en el sujeto sensible modificaciones. No obstante, dicha sensibilidad no es un a priori en el hombre; al contrario, es el producto de la exposición continua a la experiencia. Por tal motivo, el viaje (la experiencia), se convierte en condición necesaria en el momento de pretender un conocimiento adecuado de la naturaleza, ya que el viajero experimenta en su desplazamiento, por medio de la comparación fitogeográfica, las diferencias observadas en distintas partes del globo. Sentir es poder permanecer atento a las situaciones sobre las cuales se tiene algún interés. En un libro de reciente publicación (Castrillón, 2000), busqué comprender las condiciones que permitieron la emergencia de la 165 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 discontinuidad inmutabilidad-variación, así como su expresión iconográfica e iconológica analizando detallamente las expediciones desarrolladas después de la segunda mitad del siglo xviii, especialmente los viajes del capitán Cook a la Polinesia del sur y de Humboldt a América, en los cuales se manifiesta también un cambio en las políticas de colonización durante esta época, que posibilitaría a los exploradores pasar de ser conquistadores y corsarios a ser sabios-naturalistas. El trato con las comunidades originarias exigía su preservación en el momento de hacer una explotación regulada de sus recursos. En adelante no será posible despreciar ninguno de los elementos que conforman el paisaje. Y si bien el Otro será gobernado y sometido socavando sus hábitos, alterando la disposición espacial y expropiando la lengua vernacular, la relación con la alteridad sirve al mismo tiempo como punto de contraste y medida de las costumbres y moral europeas. El viaje posibilita entonces la percepción de fuerzas heterogéneas de vida, alejándose de la tradición de la Historia Natural imperante durante el Antiguo Régimen, según la cual existía una sola naturaleza que se conoce en tanto se clasifica. La movilidad de los viajerosnaturalistas implica una participación mucho más directa, integrados con sus pasiones y sus emociones en la producción conceptual. El objetivo de abarcar la totalidad del universo natural a través del viaje fue un horizonte presente en las expediciones de los viajeros naturalistas desde finales del siglo xviii hasta finales del siglo xix. La botánica guió a la geografía en la elaboración de paisajes y permitió examinar muchas de las especies distribuidas sobre el globo. Los viajeros-naturalistas determinaron que la repartición de floras por región está condicionada por las especificidades del suelo, del clima, de la luminosidad, es decir, por las características propias a cada medio exterior. Esta repartición de las floras condiciona a la vez la distribución de las faunas en el planeta. La repartición de los vegetales es entonces el principio de la dinámica de la vida, es ella quien produce la lógica de las migraciones de los ani- Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 166 males. Para los viajeros-naturalistas de fines del siglo xviii hasta finales del siglo xix, las posibilidades de identificar la naturaleza según el orden de un paisaje pasan por la reinvención y la conceptualización del sentido de identidad entre las referencias tomadas de la naturaleza y la imagen-paisaje que se quiere construir. Pasar de la hoja a la planta, de la planta a un grupo de vegetales, del árbol al bosque, del estanque al océano, de una roca a un conjunto de piedras, por medio de la sutileza del color auténtico, reflejando las condiciones de existencia de los medios para construir paisajes, es dar un sentido de lectura, un orden a nuestra percepción del paisaje. La naturaleza es aquí artificio puesto que está ligada a los gestos del naturalista que hace visible las leyes de su funcionamiento situando cada punto en el espacio geográfico, definiendo coordenadas con la ayuda de protocolos teóricos, de representaciones cartográficas, de observaciones astronómicas y estableciendo relaciones entre estas informaciones científicas según un juego de combinaciones regulado por las observaciones de otros viajeros. Esas son condiciones para la expresión de las observaciones de los viajeros naturalistas que recorrieron la América tropical a lo largo del siglo xix y que, en su mayoría, conocieron los escritos de Alejandro de Humboldt, quien elaboró los modelos de viaje y de observación que sintetizan esas condiciones. Esta formación conceptual y este registro normativo no emanan de una creación puramente personal de Humboldt; es inseparable de un movimiento de pensamiento en el cual el naturalista prusiano se coloca de manera explícita y para el cual el “paisaje” es un todo que se percibe por los sentidos. En relación con la invención de la geografía de las plantas-paisaje natural será Bernardin de Saint-Pierre quien comience a hablar de cuadros de la naturaleza y de geografía de las plantas, pero con Alejandro de Humboldt tales conceptos sufrirán una gran ampliación. Con este texto-viaje queremos mostrar que la noción de paisaje, si bien continúa privilegiando el análisis fisionómico, es ante todo una organización del espacio a partir de criterios estéti- 167 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 cos, que incluyen al hombre como elemento definitivo al momento de pensar las variaciones y similitudes entre las distintas regiones del globo. El no-aislamiento de la naturaleza, la constitución del hombre como parte integrante de los trabajos científicos y la comprensión diferente de los procesos de conocimiento son características que determinan el enfoque de Humboldt hacia el estudio de la naturaleza. El sujeto ya no se encuentra aislado del objeto que conoce sino que comienza a crear las condiciones de su propia explicación, integrándose al análisis de la naturaleza. Con La crítica de la razón pura de Kant, los sentidos son asumidos como la condición de posibilidad del conocimiento y una vía para la estética se abre en el plano científico. Humboldt supo entender la importancia de las sensaciones en las modificaciones sufridas por el sujeto, así como las alteraciones y objetivaciones que, como resultado, se despliegan sobre los fenómenos naturales. Para Kant (insistimos), el conocimiento comienza por los sentidos, pasa de allí al entendimiento y se termina en la razón, por encima de la cual no hay en nosotros nada más elevado para elaborar la materia con la cual la intuición trabaja y para construir la unidad más alta del pensamiento. Conocemos en primer lugar de las cosas las impresiones que ellas nos producen. La sensibilidad retiene la diversidad de la naturaleza y la razón la ordena y la unifica para crear un conocimiento. La sensibilidad y la razón son principios del entendimiento. Se fundan en una simbiosis que hace posible la elaboración de una estética que combina las informaciones técnicas con la sorpresa producida por la impresión primera de un paisaje. La sensibilidad y la razón integran hombre y naturaleza. Los viajeros-naturalistas se alejan de la observación ascética y llegan a comprender cómo se articulan los componentes de la naturaleza en un espacio para producir un paisaje en el que involucran asociaciones de índole bien sea racial (sobre el estado de cultura o incultura de los autóctonos), sobre el predominio de la naturaleza Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 168 en la voluntad del hombre o acerca de la belleza del contraste florístico. Los viajeros que en el siglo xix recorren la América tropical, construyen con sus discursos una vasta geografía de paisajes locales. Retratan con sus palabras, cuando no con sus pinceles, su imagen de naturaleza tropical. Entender el paisaje es posible a través de la integración de informaciones topográficas, geológicas, botánicas, zoológicas, meteorológicas, edáficas, antropológicas, las cuales deben concurrir con el fin de definir el corte inteligible donde se pueden situar los seres vivos y el paisaje que los contiene. La concentración espacio-temporal de los vivientes es posible en virtud de una sintaxis de asociaciones específicas entre esos diferentes vivientes. El paisaje no tiene entonces ninguna relación con lo puro, con una naturaleza naturalizada, sino que está compuesto de infinidad de pliegues que se han ido construyendo y se siguen construyendo, y que han realizado la infinidad de variaciones paisajísticas. En ese sentido el paisaje si está antes de toda cultura, pero no como naturaleza natural sino como artificio natural y condición de posibilidad. El paisaje es espacio representado, es decir, reproduce una forma de pensar que es sentido y norma. Sin embargo, en ese proceso de reproducción, el paisaje se multiplica a través de copias, de simulacros, de variaciones, de híbridos y de mutaciones que lo han ido disolviendo como representación o que lo han ido produciendo y manteniendo como representación. Desplegar esos pliegues es desconstruir la idea de un paisaje idéntico a la naturaleza que representa y mostrar así, que la constitución del paisaje en naturaleza ha sido posible a partir de discontinuidades fabricadas durante varios siglos, discontinuidades que fabrican una forma simbólica que hace visible la naturaleza como espectáculo a través de múltiples imágenes. Si bien es difícil pensar que el paisaje es un artificio, porque ha sido ligado a demasiadas emociones, a demasiados gestos y a demasiados sueños que tienen que ver con el origen del mundo, con la 169 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 armonía y el equilibrio de una naturaleza en estado puro. Si bien es también difícil admitir que el paisaje es una simple copia, insuficiente, de una naturaleza que tampoco es originaria, de una naturaleza que ha tenido momentos de emergencia, que ha sido fija, móvil, divina, humana, diabólica, natural, productiva. La condición de posibilidad y el objetivo de este texto-viaje –que vuelve problema la imagen-pensamiento-catálogo y la imagen-movimiento-paisaje–, ha sido la grieta que hemos encontrado en la naturalidad de la naturaleza cuando observamos que las múltiples variaciones taxonómicas y paisajísticas tienen relación con una naturaleza que sería, al mismo tiempo, el telón de fondo de todas sus representaciones y la imagen de todas sus expresiones. Es decir, así las representaciones de la naturaleza traten de superponerse a lo que representan y mostrarse a partir de esa sustitución como la imagen real, auténtica y verdadera, con este viaje (si es que ha valido la pena realizarlo), hemos mostrado que esas representaciones son construcciones, máscaras, son trayectos, son recorridos tan reales, tan aparentes o tan ficticios como este nuestro viaje que comenzó en la inmanencia de un devenir presente que no es el mismo del comienzo porque hemos fabricado un trayecto juntos, porque hemos hecho un viaje a través de paisajes que han modificado quizás nuestras antiguas percepciones del paisaje. Este texto-viaje se sitúa como trayecto dinámico ya que se propone cambiar ese momento inicial en el que nos encontramos, hacia otro encuentro, hacia este momento, el de ahora, que espero sea distinto, quizás con más incertidumbres y preguntas, pero diferente. Las naturalezas del paisaje Alberto Castrillón 170 BIBLIOGRAFÍA CASTRI L L ÓN , A . (2000). Alejandro de Humboldt, del catálogo al paisaje. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia. HUMBOLDT, A. de. (1807). Essai sur la Géographie des Plantes. Paris: F. Schoell. HUMBOLDT, A. de. (1980). Voyages dans l’Amérique Équinoxiale, T. & Itinéraire. Paris: La Découverte. ALBERTO CASTRILLÓN Doctor en Historia y profesor del Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Medellín. Publicó recientemente su trabajo, Alejandro de Humboldt, del catálogo al paisaje en que analiza más extensamente el tema de éste artículo. Además incursiona en temas como la pluralidad metodológica y práctica investigativa, que hacen parte de los cursos dictados por él. Email: humboltt@epm.net.co 171 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien Departamento de Antropología Universidad de los Andes Resumen L a incursión por distintas expresiones y descripciones del patrimonio cultural –guías turísticas, fotos y postales, entrevistas, participación, textos escritos y artículos de periódicos– permiten entender las formas en que se construye el patrimonio cultural y cómo se constituyen las versiones de los expertos. El análisis se centra en Villa de Leyva, monumento nacional, y repasa estas experiencias desde el ámbito estético –la mirada y la sensibilidad– por varios de los escenarios en que se representa el patrimonio. Se explora el discurso de la autenticidad, como el valor fundamental con el cual se connota a la nación y del cual se desprenden la creación de códigos simbólicos con los que se identifican para la memoria los bienes culturales, que componen y atestiguan la existencia de ese ente nacional de carácter individuado, y las prácticas que marginan u olvidan otras vivencias. Son estas las paradojas del patrimonio cultural altamente idealizado. PA L A B R A S C L AV E autenticidad, tradición, estética, turismo. 171 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Conversaciones1 Cualquier investigación sobre patrimonio cultural hoy, resulta ambiciosa por la amplitud y ambigüedad de campos, esferas y ámbitos que este puede abarcar. Sin embargo, desde el comienzo plantee un proyecto concreto, develar la pregunta de cómo se han construido los significados del patrimonio cultural y, más específicamente, desde tres ángulos interrelacionados: la autoridad, la estética y el turismo. Para el seguimiento de este proceso escogí la localidad de Villa de Leyva (Boyacá), pues aunque tengo vínculos con otros sitios de igual potencial para el análisis, por ejemplo Cartagena (Bolívar), mis nexos más estrechos con la primera han permitido aunar distintas perspectivas y conocer su proceso más de cerca. Como una primera aproximación retomé la literatura y a los expertos en el tema, lo cual dio como resultado que, en la mayoría de los casos, ofrecíamos situaciones comunes: un caso en México era similar a uno en Londres y éste a Villa de Leyva ¿Eran tan evidentes la huellas del proceso de globalización? Lo eran si el manejo de la información reciclaba los textos “cumbres” de los “especialistas” y, a través de su lente, se examinaban los mismos aspectos privilegiados por éstos. El principio de homologación para confrontar las trayectorias seguidas en el curso de la configuración del patrimonio nacional o local, se convirtió en uno de homogeneización. Seguía la estructura colonialista de producción del conocimiento, de privilegiar las voces de las autoridades en el tema y subordinar a ellas las de aquellos en busca de expresar los significados del patrimonio. Debo admitir que no ha sido posible desligarme de este esquema, pero el intento de abordar de manera menos estructurada la información recogida, orientada a develar los sentidos más espe-cíficos 1 Este artículo hace parte del trabajo realizado gracias a una beca de fomento a la investigación que me fue otorgada por el Ministerio de Cultura en 1998. Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 172 con que en la experiencia diaria se construye la noción de patrimonio y con la cual comencé a efectuar la ruptura, tal vez me haya permitido iniciar el camino. Creo que ahí radica también el problema del proyecto liderado desde el Ministerio de Cultura, Diálogos de Nación: “Los expertos nos hemos convertido en muchos casos sin darnos cuenta, en la herramienta ciega de una forma de entender el Patrimonio (... la que pide un determinado modelo de sociedad, resultado de unas políticas económicas y sociales)… Ya no es cosa de todos, ahora solo le pertenece a “los que entienden.” (Cerrillos, 1999:11) Para explicarlo, me remonto a la justificación de mi proyecto, que creo aún sigue vigente. A lo largo del siglo xx, se promulgaron diferentes normas concernientes a la cultura. La legislación, esporádica en un comienzo, se ha incrementado enormemente en los últimos años, para abarcar paulatinamente un espectro más amplio de lo que en su devenir se ha entendido por este concepto. En la última década, la Cultura ha sido objeto de sendas discusiones con miras a incluirla como Ley Básica en la Constitución de 1991 y luego, como proyecto de Ley de la Cultura que contempló la creación de un Ministerio. A raíz de estos objetivos, en diversos foros y a través de numerosos escritos, se han cuestionado las políticas culturales implementadas hasta el presente, sus logros y alcances, con el propósito de enriquecer las normas vigentes incluyendo nuevos derechos y ampliando su cobertura, en el espacio físico y social. Existe el consenso entre varios autores partícipes del debate, en que no sólo basta enunciar una creación y participación colectiva de la Cultura, sino que esta debe admitirse como plural, diversa y cambiante, como culturas. De esta manera, las manifestaciones culturales son consideradas hoy en día como amplias y variadas, y el espectro de normas que las cubre lo es igualmente. Estas normas abarcan desde artes plásticas, escénicas y audiovisuales, literatura y propiedad intelectual, espectáculos, artesanía y folclor hasta patrimonio cultural en 173 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 general. Es, pues, en estos campos que se presentaron propuestas e inquietudes con el objeto de elaborar la Ley General de Cultura: Queremos evitar, a toda costa, que la redacción de una Ley Marco de la Cultura en Colombia se convierta en una formulación retórica de especialistas, aislada de los creadores, sin contacto con la realidad y con las necesidades de los artistas, de todas las regiones y de todas las disciplinas. (presentación de Ramiro Osorio, en Sáenz Vargas, 1993) En las discusiones antes mencionadas, sin embargo, no se ha efectuado una evaluación sobre los resultados –positivos, negativos, insuficientes– que ha generado la implantación de estas normas y luego, la ideología a que ello ha dado lugar a lo largo de este último siglo, especialmente desde la década de 1950. La más visible de las consecuencias es la de haber construido un lenguaje que legitima el escenario constituido por “gestores” de la cultura y “receptores” de la misma. Esa visión “unilateral” de lo cultural, teñida de un carácter occidental y eurocéntrico, puede, y de hecho lo hace, generar apropiaciones disímiles de su significado por parte de quienes pretendidamente no han accedido a su producción (o los receptores), lo cual deriva en no pocas ocasiones en conflictos entre miembros de un mismo grupo o comunidad y de estos con los reputados gestores. ¿Cómo entender los motivos que propician estas tensiones? Por ahora, y vuelvo a retomar el hilo, se ha planteado auscultarlo en los diálogos de nación. Pero como bien lo señala Manuel Gutiérrez (1999) en su artículo Diálogo intercultural en el Museo: silencios, malentendidos y encasillados: “El carácter convencional, regulado, conque se representa el diálogo hace que este carezca de fisuras o incoherencias; lo que hace que pueda ser criticado como un monólogo enmascarado”. Bajo este mismo razonamiento he retomado la propuesta que hace este autor de entablar una conversación con la información para aproximarme a develar las estructuras que dan Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 174 sentido al patrimonio: “La conversación constituye un habla menos formal que la del diálogo; no es sino un ‘hablar entre sí’, sin reglas, sin necesidad de respetar turnos de palabra, sin una asignación previa de papeles interlocutorios. Su informalidad hace que su estructura y su desarrollo sean tan variados como las gentes y las situaciones en que se conversa”. La base de mi conversación la constituye Villa de Leyva en Boyacá. Fue declarada Monumento Nacional en 1954, después de un tímido preludio en 1946 y, como pocas zonas en el país, presenta una gama variada de bienes que se insertan en las definiciones actuales del patrimonio cultural. En el municipio se encuentran bienes culturales identificados bajo la mirada de los expertos como arquitectónicos, arqueológicos, paleontológicos, ambientales, documentales y manifestaciones populares que, tomados aisladamente, han sido tema de muchas investigaciones. Son varios los factores que contribuyen a la formación de este patrimonio diverso, por lo general de índole académica y producto del pesimismo, particularmente el que se gesta en el caos urbano. Este último a su vez incide en otro escenario, el del turismo cultural, el cual se ha incrementado de manera progresiva, y en donde también se expresan los valores que puede tener el patrimonio. De la actividad turística, en Villa de Leyva, se han derivado dos procesos: por un lado, el del repoblamiento del área, por parte de “turistas residentes” (que tienen un segundo hogar en el área), de inmigrantes urbanos que se han instalado de manera permanente en el pueblo y de turistas ocasionales. Del otro lado, los más abiertos conflictos narrativos, sobre las versiones orales, textuales y simbólicas del patrimonio, entre la población local y los nuevos residentes, se han convertido en el medio para que estos últimos puedan esgrimir el control político y social de los distintos eventos colectivos, especialmente de los culturales. El manejo de estos recursos, en principio en manos del Estado quien ejerce el poder para aplicar las diferentes normas, ahora es escrutado por los habitantes de la localidad, 175 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 debilitando la línea que separa a gestores de receptores, pero trazando una nueva entre quienes pugnan por su manejo local. Sobre el uso y divulgación de estos recursos se han manifestado posiciones divergentes, llegando a la arena de las confrontaciones en el ámbito político y, por esto mismo, en temas propensos a ser discutidos en la conversación. Para establecer esta conversación, aquella en la que se comunica y da sentido a la experiencia de lo que se entiende y vive cotidianamente como patrimonio, se recurrió a las distintas voces que han contribuido a mantenerla vigente, las cuales han sido registradas de una u otra forma para ser rememoradas y debatidas, ahora o en ocasiones diferentes. Esto implicó revisar textos e imágenes dispersos en periódicos (El Tiempo, liberal y El Siglo, conservador), revistas (Cromos, de amplia circulación y Diners, circulación exclusiva), literatura especializada (arqueológica, ecológica, histórica), académica (Boletín de Historia y Antigüedades, Repertorio Boyacense), novelada y guías turísticas, centrándome particularmente en el período comprendido a partir de la declaratoria de Villa de Leyva como monumento nacional, a partir de la década de 1950. Además se realizaron entrevistas abiertas a residentes, turistas, funcionarios y profesionales, y dos experiencias de valoración local con niños y jóvenes del municipio. El esquema del artículo sigue la metáfora de la conversación, con sus pausas, quiebres y desviaciones. El tema discurre, en este caso específico, en torno al fenómeno estético, el que media en las percepciones del paisaje patrimonial cultural en Villa de Leyva ¿Quién tiene la palabra sobre la estética que debe regir al patrimonio? ¿De qué manera se forman hábitos para su apreciación? ¿Cómo son percibidos y significados? Estas y otras preguntas conducen a aproximarse a los distintos ideales estéticos que se han pretendido imponer en Villa de Leyva y sus alrededores, lo que éstos evocan, las implicaciones que contienen y el resultado frente a quienes “contemplan” o consumen su lenguaje e imágenes. Se incluye aquí el Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 176 análisis de las motivaciones que inciden en estas apreciaciones estéticas y su poder de exclusión cuando no son compartidos. La conversación se abre en torno a la figura del maestro Luis Alberto Acuña, artista íntimamente ligado al municipio y quien por sus impresiones y expresiones artísticas particulares se convirtió en el centro de debates académicos; es una buena disculpa para iniciar el tema, así como lo fueron otros temas de la investigación el general Rojas Pinilla, figura política y quien firma la declaratoria de monumento o don Florentino Sánchez, residente local y uno de los precursores del turismo en Villa de Leyva. La intención es doble: de una parte se busca percatarse de los significados del patrimonio, cómo son construidos y cómo llegan a circular. De otra parte, se pretende contender la percepción generalizada del patrimonio como proceso de cosificación de lo cultural, más que proporcionarle un carácter material a los “bienes culturales”, mediante la selección de bosques, fósiles, iglesias o coplas, el patrimonio es un proceso de objetificación.3 Recuperar la manera como las personas experimentan, perciben, sienten o comunican aquello que es identificado por los expertos como patrimonio, nos recuerda que este es un medio para entender cómo nos estructuramos como individuos, colectividad o sociedad alrededor suyo, que es en realidad lo que le otorga el adjetivo de cultural. Maestro Luis Alberto Acuña Acaso pocas personas han merecido tan legítimamente el calificativo de humanista como el maestro Luis Alberto Acuña, quien acaba de fallecer a los 89 años de edad en la Villa de Leiva, en cuyo grato ambiente se había 3 Ello ocurre cuando “…la persona como sujeto crea desde su propio ser una entidad de cualquier tipo –incluyendo artefactos materiales– que asumen una existencia externa como objetos, pero después se retoma esta creación para usarla como parte de una nueva explosión de actividad creativa” (Pearce 1994: 202, traducción mía). 177 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 refugiado hace algunos años, en una casa-museo por todos los aspectos admirable. Ejercía ciertamente una función universalista del arte, que en él se manifestaba como pintor y muralista, como escultor y restaurador de primer orden. Pero además fue un folclorista consumado, escritor de fino estilo e historiador de penetrante análisis, exaltado en su condición de numerario de la Academia Colombiana de Historia. Su formación artística se había consolidado en Europa, en donde incluso disfrutó de la estrecha amistad de Pablo Picasso. Y a su regreso, llevado de su vocación por los factores terrígenas, propició la creación del “Movimiento Bachué”, inspirado en los elementos étnicos y mitológicos de la nacionalidad. Eran esos factores los que nutrían el profundo ámbito colombianista y patriótico que aparecía en todos los rasgos de su rica obra artística, de la cual quedan innumerables realizaciones que habrían de prolongar indefinidamente su recuerdo y la admiración por sus imponderables condiciones humanas.4 Tal vez sea frente a lo estético ante lo que se manifiestan las mayores tensiones y las mayores exclusiones, por las connotaciones que ello acarrea en las definiciones del patrimonio cultural. Expresarse de una manera diáfana y “culta”, saber o no identificar un estilo arquitectónico, distinguir entre una obra musical como pieza maestra de aquella que es un fiasco, un poema sublime de una copla popular, han sido consideradas aptitudes estéticas que acumuladas por un individuo, objeto o bien se convierten en capital cultural y confieren la autoridad para decidir u optar por la condición y el valor que posee o debe poseer. Sin embargo, constituye también el lenguaje de exclusión heredado de formaciones sociales rígidas, con las cuales se crearon los mecanismos para distanciar y separar a una masa de individuos indeseada del circuito de los privilegios. 4 El Tiempo, El maestro Acuña, 26 de marzo de 1993, p. 4A, página editorial. Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 178 Con la ruptura estética observada en la Europa del siglo xix, Elías anuncia “... lo que se pierde es ante todo aquella seguridad del gusto y de la fantasía creadora, aquella consistencia de la tradición de la forma que antiguamente podía percibirse hasta en el producto más tosco.” (Elías,1998:62). Hasta entonces, en occidente, especialmente el cortesano y noble, rodeado de estilos como el barroco, neoclásico, biedermeier, Luis xv o de la música “clásica”, tenía la certeza de poder catalogar e identificar aquello que tenía correspondencia con las expresiones artísticas de las cuales hacía parte. De igual manera, si no representaba el estilo al cual supuestamente estaba adscrito, era excluido. El ascenso de manifestaciones artísticas más específicas e individualizadas, proceso que acompañó el aburguesamiento de las sociedades, dificulta percibir y entender los productos de estas nuevas expresiones. Y es aún más evidente, cuando estas ya no dependen de la forma sino de las ideas de sus creadores, “es la naturaleza individualmente vivida y sentida con su valor sentimental individual.” (Elías, 1998:74). Ahora bien, a ello se puede ligar la noción de autenticidad. Esta se fortalece como valor esencial de los individuos, objetos o bienes con la ruptura ideológica entre una sociedad que vive de las “formas aparentes”, la del Antiguo Régimen, cuyo repertorio de expresiones formales, explícito aunque sólo en su apariencia, genera criterios distintivos que indican cómo ha de comportarse, vestirse, pintar, musicalizar o bailar y crea hábitos con que internalizarlos, y la de aquellos excluidos quienes convierten en sentimiento de repulsión estas actitudes consideradas falsas y buscan la manera de expresar la existencia de la individualidad, del ser auténtico, “lo que se es realmente”.5 Paulatinamente, la comprensión de las producciones individuales es asumida por especialistas, quienes las reconocen y agru- 5 179 Rousseau lo señala como “el sentimiento de ser” (en Handler, 1986:3) Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 pan en tendencias hechas visibles por su contenido (no la forma), ya sea en las artes, las ciencias o las letras, por ejemplo. Paralelo a esta consolidación de la autenticidad como parte esencial del ser individual, tal como ha sido planteado, se constituye el proceso en que se hace extensible dicho reconocimiento a las naciones, que son a su vez asumidas como individuadas.6 En el caso de las naciones emergentes la identificación de sus producciones históricas y culturales, como prueba material de su existencia, está mediada por las tensiones en el ámbito estético, ahora que debe regirse por su contenido difícil de aprehender y no sólo por su apariencia. Ello además conduce a la incertidumbre de cómo representarlas, lo cual logra conjurarse con el lenguaje elaborado por los especialistas que crecen junto a ellas. Este proceso de construir la identidad (o existencia) de la nación individuada, se acompaña del fenómeno más amplio de aceptar circunscribirse en el esquema de civilización colonialista, ante el cual es necesario exponerse: qué tan antiguo se es, qué tan original o tan monumental son las producciones, entre otras. Para realizar tal tarea, organismos rectores (por ejemplo, la Unesco) señalan los parámetros con los cuales iniciar la búsqueda, la comparación y la identificación particular. ¿Cómo se traducen estas tensiones en la percepción, apropiación o negación del patrimonio? Paisaje patrimonial o el buen ver La identificación y selección del patrimonio supone crear los marcadores de identidad, lo que se es realmente y con ello, de su 6 Hábito puesto en práctica por el pensamiento moderno occidental (Handler, 1986). Se refiere al producto del cambio cosmológico en cuya anterior visión todo gira alrededor de Dios, para luego hacerlo alrededor del individuo: el “verdadero” yo. Con este creciente individualismo, las culturas nacionales serán representadas también como entes individuados. Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 180 significado. Es un acto de autoridad pues requiere del concepto del especialista autorizado, capaz de comprender las ideas contenidas en las expresiones de la nacionalidad, que no son otras que las suyas. Pero ¿lo es así también la percepción del mismo? Uno de los puntos de enlace entre el patrimonio y el turismo, escenarios en los cuales se recrean los auténticos valores nacionales, es la relevancia puesta en el sentido de la vista (Craik, 1997). En la gestión del patrimonio se pretende materializar, mediante códigos identificables, cada una de las esferas que éste abarca (histórico, arqueológico, fílmico, documental, etc.) para convertirlas en símbolos que, al ser observados o recordados, produzcan emoción y placer, no sólo porque rememoran eventos personales sino colectivos: “...el patrimonio no se compone únicamente de pirámides y catedrales, ruinas, objetos y ciudades históricas, lenguas e idiomas sino de un misterio y una poesía propia lo suficientemente original y diversa para dar vida a un haz de naciones que en su devenir histórico ha tenido como inspiración íntima unirse y reconocerse en paz, justicia y solidaridad.” (CA B 2000:79). Así mismo, el turismo implica la producción y participación en actividades que para su evocación hacen necesaria la recreación de imágenes: ahí estuve yo, allí ocurrió tal cosa. En ambas situaciones la materialización de la experiencia se traduce principalmente en fotografías, postales, videos, folletos, souvenirs como camisetas, artesanías, piedras, conchas u otros objetos que atestigüen la presencia del visitante al sitio o de la experiencia patrimonial vivida (un baile, obra de teatro o recital). Pero estas imágenes no sólo son testigos reales de la mirada que se ha posado sobre ellas, la forma de percibirlas está precedida de principios imbuidos de especificidades cultural y socialmente dadas, que consciente o inconscientemente se despliegan en el reconocimiento de posibles bienes patrimoniales, en la toma de las fotos, la compra de postales y souvenirs o en la decisión de optar por un destino turístico ¿Cuál será el mejor ángulo para tomar esta foto? ¿Qué fondo escojo para fotografiar a mi familia (novio/a, gru- 181 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 po, etc.)? ¡Hay que esperar hasta que esté más despejado (bien sea de gente o de nubes)! ¿Qué es lo más típico que tiene? ¿No habrá algo más bonito? ¡Buscaremos donde descansar y admirar el paisaje! Comportamientos como éstos pueden situarse dentro de procesos más amplios de la exaltación del sentido de la vista: la creación de la perspectiva y la singularización y jerarquización de los elementos observados. Al respecto algunos parten de un período poco anterior al renacimiento europeo, o como lo prefieren otros, antes de la conquista de América, cuando de manera casi simultánea artistas de diferentes áreas (florentinos y flamencos) comienzan a experimentar con la luz y el color para crear efectos que antes no habían sido expresados en el arte (Gombrich, 1997:247). La perspectiva, la capacidad de crear la sensación de profundidad y de disponer para ello de los elementos que contiene el tema representado hacia un punto de fuga común, pretendieron y condujeron a crear una impresión de más realismo en estas obras. Aunque hoy parezca “natural’ dicha forma de expresión (es tema obligado en cualquier clase de dibujo), ella acarreó problemas, entre otros, en la distribución de las figuras y demás componentes dentro del cuadro: “existía el peligro de que la nueva facultad del artista arruinara su más preciado don de crear un conjunto agradable y satisfactorio.” (Gombrich, 1997:262). A quién o qué dar prioridad, cuál sería acaso el mejor fondo, son algunos de los dilemas que enfrentaron los artistas; pero ¿acaso no lo es aún hoy cuando se busca retratar la realidad de la experiencia patrimonial y turística? Habituados como estamos a la perspectiva como forma de ver, las técnicas que aplicaron los maestros para representar las distintas escenas tal vez no sean las que causen mayor asombro hoy, sino el conjunto de figuras que componen algunas de las obras pictóricas del renacimiento, por lo menos desde el punto de vista americano.7 Con el descubrimiento de América y con este de un mundo 7 Rojas Mix (1992) analiza más ampliamente el tema. Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 182 Fig. 1. Van der Aa, Fauna del Darién, siglo XVI , (tomado de Rojas Mix, 1992) de especies desconocidas, en el arte europeo se incorporaron rápidamente algunos de los elementos que hasta hoy llevan a tildar al continente de “exótico”: aves, plantas y representaciones de animales fantásticos, especialmente. Estos vinieron a configurar parte del imaginario del edén, conformado por conjuntos temáticos de la naturaleza bastante singulares que enmarcarían la noción de este paraíso, perdido y anhelado por muchos, tal y como se encontraba descrito en la Biblia (ver fig.1, arriba) . Esta idea del paraíso y, en general, de los acontecimientos y personajes bíblicos, además de los castigos divinos por trasgredir las enseñanzas del libro sagrado o violar la armonía de la naturaleza, eran parte del diario vivir de la mayoría de la población europea (o por lo menos a ojos de la nobleza y los eclesiásticos). Sin embargo, se aduce que esa nueva mirada gestada desde antes del renacimiento, que en el arte se traduce en la perspectiva y la necesidad de hacer medible la naturaleza, para concerla como es ‘realmente’, 183 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Fig. 2. Ianz Barent Alegoría de Magallanes, siglo XVI (tomado de Rojas Mix, 1992) también se desenvuelve en otros ámbitos que ponen en duda una existencia divina que rige destinos y que requieren explicaciones empíricas de lo que es visto. Algunos señalan que es Roger Bacon (12201292) quien inicia la exploración de métodos que conducirían a conocer la naturaleza en la cual estaban inmersos, mediante la observación y medición exacta de sus elementos componentes. No obstante la ruptura con el absolutismo teológico, señalan otros, se logra finalmente con Francis Bacon (1561-1626). En su obra Novum Organum (1620), se espera “acceder a los secretos más ocultos y remotos de la naturaleza, con el fin de obligarla a obedecer nuestros imperativos” (Castro-Gómez, 1999:82) y así separar lo humano de lo natural. Es claro que la herramienta principal de esta tarea será el sentido de la vista, el cual privilegiará la observación de los fenómenos que tratan de ser explicados (ver fig.2, arriba) . Se inicia así, lentamente, el proceso de conocer y entender los principios que rigen el mundo, la existencia de los hombres y lo que les rodea. Este conocimiento se alcanzó tímidamente en un comien- Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 184 zo (siglos xvi y xvii) y con mayor intensidad en tiempos más recientes (siglos xviii y xix) mediante la observación, diferenciación y ordenamiento de los elementos explorados bajo los preceptos del naturalista (ver Serje este volumen), con lo cual se aumentó el poder y control sobre los hallazgos efectuados, entre quienes patrocinaban y realizaban estos estudios. No sorprende que sea en esta última época cuando surge la noción de civilización, y cuando se establece a Europa, pero principalmente a sus eruditos, nobles y cortesanos, como el referente para el ordenamiento y categorización del mundo.8 Los viajeros científicos o naturalistas, categoría compuesta de sólo hombres –por lo que se sabe hasta ahora (ver fig.3, pág siguiente)– además de describir sus experiencias, procuraron ilustrarlas en imágenes donde se recoge la diversidad de sus hallazgos, pero a diferencia del paraíso edénico de comienzos del renacimiento, se establecen nexos más reales entre los objetos de estudio científico (ver Castrillón, éste volúmen). Poco a poco los parajes edénicos y americanos que habían virado hacia expresiones neoclásicas, con nativos representados como dioses griegos rodeados de entornos dóciles, retornaron a expresiones más fieles de aquello que era observado. Alexander von Humboldt (1769-1859), uno de los científicos europeos más destacados de su época, propugnó por una mirada orgánica “la idea básica es la Unidad Fundamental, en que la subordinación al conjunto da sentido a las partes” (Rojas Mix, 1992:186). Además alcanzó su prestigio por ligar el arte y la ciencia en la representación de la naturaleza, la cual buscó poner bajo control mediante esta estrategia;9 cuyas expresiones lograron difundirse ampliamente. 8 Paralelo a esa noción de civilización surge la de cultura, que se contrapone a ella; sin embargo, hoy llegan a ser comúnmente confundidas, ver Williams (1976) y Elías (1997). 9 “La viveza de la descripción estética, él estaba convencido, sería complementada e intensificada por las revelaciones científicas de las ‘fuerzas ocultas’ que hacían trabajar la naturaleza”. Para conocer más sobre “el tejido del lenguaje visual y emotivo con el lenguaje técnico y clasificatorio” con que Humboldt reinventó a América, ver Pratt (1992). 185 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 Fig. 3. Edouard André, Retrato del autor en traje de viaje (tomado de América Pintoresca, 1984) Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 186 Sin embargo, a la vez que impulsó la idea de partir de una experiencia total, también expresó la necesidad de percibir a través de ella el carácter local de la misma, buscó “comprender la singularidad dentro de la multiplicidad” (Rojas Mix, 1992). Y esto se reitera en los estudios que él realizó, y que continuaron sus seguidores. En trabajos subsiguientes, como los de la Comisión Corográfica y otras expediciones en suelo americano, se destacan los gráficos con paisajes o escenas atiborrados de información, al lado de imágenes sueltas con solo uno de sus componentes; una forma finalmente de catalogar y diferenciar (excluir o incluir) los objetos, especies o grupos humanos, de acuerdo con su “naturaleza”, tanto en forma como contenido, hecha visible bajo esta mirada científica –masculina, europea– a la vez que romántica (ver Rozo y Santoyo, éste volúmen). La separación de los componentes locales en unidades particulares, en especies de plantas y aves, clases de minerales o tipos de edificios, indígenas y objetos arqueológicos, se hizo de acuerdo a diferentes atributos hechos perceptibles a través de la retórica producida por estos viajeros (ver fig.4, p á g siguiente). Ilustrados en minuciosos dibujos, frecuentemente revestidos de colores, más explosivos cuanto más exóticos fueran aquellos, alimentaron el proceso de formalización y consolidación de una base empírica que nutriría el desarrollo de las ciencias y las áreas humanísticas y artísticas americanas, de su lenguaje particular para identificar y comprender tanto las especificidades como el conjunto. Los gráficos y sus descripciones se convertirían en las bases de esa nueva retórica, producto del ascenso de las estéticas subjetivas e individuales. Estas harían parte de los distintos estudios ya afianzados en las aulas universitarias, así como de otras áreas que surgirían como profesiones especializadas durante los siglos xix y xx: antropología, arqueología, historia, geología, historia del arte, arquitectura, biología y muchas más. De estos procesos derivan, entre otros, dos aspectos relacionados con el estudio del patrimonio cultural y, por ende, del turismo 187 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 cultural, que merecen ser revisados: uno de ellos, las repercusiones en la categorización o formas de clasificar y significar el patrimonio cultural. En ello inciden las nociones de ‘buen gusto’ implícitas, más que explícitas, en las actividades de identificación, selección y Fig. 4. Grabados recogidos para la edición original de América Pintoresca 1984 (1984) Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 188 divulgación de representaciones de bienes culturales patrimoniales. El otro, la percepción de la relación entre naturaleza y cultura, y cómo esta es cosificada en imágenes con las cuales se construyen y comunican los símbolos del patrimonio cultural. …La Villa tiene aún algo más que mascaradas estilísticas10 Dadas las influencias europeas en lo concerniente a la legislación colombiana sobre patrimonio cultural, no es gratuito ni sorprendente saber que en Villa de Leyva se había elegido un Director de Monumentos y Paisajes.11 Más aún, de acuerdo con lo expuesto anteriormente, al conocer los requisitos exigidos para realizar la labor de registro de los monumentos de carácter histórico y artístico, como se tenía previsto en tal cargo: …me crearon un cargo en el (19)58 como Director de Monumentos y Paisajes. Y hasta tengo la carta del alcalde, que me ponía la tarea de atender turistas… yo soy un pintor testigo de un pueblo. Yo no, realmente no soy apegado a los ‘ismos’ pictóricos’. Soy apegado a un sentimiento más que todo, con una técnica desde luego con influencia española o francesa o italiana, en fin, lo que nos dejaron los paisajistas de fines del siglo pasado. Luis de Llano, Ricardo Borrero, Alvarez Zamora. Yo fui discípulo de discípulos de ellos... entonces esa misma influencia se va transmitiendo paulatinamente hacia los jóvenes, ya me corresponde a mí como jóven (risas)… El paisajista tiene la función de 10 Revista Diners, Villa de Leiva, un lunes en la mañana, texto y fotos de Germán Téllez, octubre 1981. 11 En 1835 se crea en Francia el cargo de “Inspector General de Monumentos Históricos” quien reportaría al Ministerio del Interior los datos referentes a su condición: “...levantamiento de planos arquitectónicos, dibujar los fragmentos, consultar archivos, ir a pie o a caballo en busca de más (monumentos), y en aras de la unidad, todos habrán de tener los mismos principios de arqueología, el mismo sistema de historia del arte.” (en Chastel, 1984:425, traducción mía) 189 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 interpretar el ambiente de cada lugar, y si no lo es así, tampoco va a ser un buen paisajista.12 La paulatina categorización del patrimonio en histórico y artístico, en su estrecha relación con la noción de monumento, parece delatar las tensiones que surgen con las manifestaciones estéticas más recientes e individualistas. El apego a lo histórico, y en la ley 163 de 1959 a todo aquello que comprenda sólo hasta el siglo xviii, muestra la ansiedad por alcanzar cierta seguridad en los símbolos, al apelar a lo que puede formalizarse y que de hecho se hace en un conjunto unitario y estilístico: lo “colonial”. Sólo aparecerán nuevas épocas y con ellas otros “estilos”, como el “republicano”, cuando ya exista el suficiente distanciamiento para crear un lenguaje especializado que permita identificarlo y significarlo. Las tensiones se avivan cuando se catalogan las tendencias más recientes, con criterios ambiguos sujetos a múltiples acepciones, como lo moderno, contemporáneo o posmoderno, dada la imposibilidad de agruparlas por su contenido (individualizado), por lo cual los especialistas acuden aún a criterios formales, técnicos y temporales. Estas incertidumbres serán controvertidas en el campo de las nuevas sensibilidades que acompañan el proceso, y de ellas surgirán los especialistas que crearán un lenguaje de certezas y seguridades, para aproximarse a su entendimiento. Por ahora, se halla en debate definir quiénes o qué les confiere la autoridad de decidir, lo que deriva en más y múltiples posturas particulares. Construir una realidad y definirla como un “estilo”, cultura, etnia o bien cultural, se traduce en crear para ella una historicidad y, a la vez, con esta se verifica la existencia de la nacionalidad misma que la contiene (por ejempo, convertir un metate en bien arqueológico y significante como base del sustento de “nuestros” ancestros). Para comprenderlo hay que especificarlo, lo cual significa extrapolar 12 Entrevista a Antonio Pérez, casetes 8 y 9, 18 de junio de 1999. Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 190 todo aquello que le reste seguridad y fidelidad a su representación, a lo que realmente es. Las expresiones por fuera de la homogeneidad y carentes de posibilidades de hacer una lectura especializada y unitaria, son marginadas y en muchos casos hechas invisibles, tanto que no se lamenta su destrucción ni la nostalgia se afecta por su desaparición. La fidelidad a los hechos exige establecer los límites que separan lo genuino de lo falso, así las imitaciones o aquello que está contaminado son excluidos del circuito de la autenticidad; la individualidad no admite copia ni alteración. Sin embargo, esto constituye la paradoja, pues para sobrevivir, para evitar ser distanciado y excluido, se recurre como estrategia de supervivencia, en la mayor parte de los casos, a asimilar e imitar aquello que subordina y margina, lo que conduce inevitablemente a “aparentar” y perder el carácter auténtico para convertirse en artículo de desprecio, mofa u olvido. Villa de Leiva muestra abundantes rasgos de la ‘cara’ que presumiblemente ha de gustar más a sus ocasionales admiradores. El maquillaje arquitectónico vulgar o pseudo-culto es ya mayoritario en la modesta villa de Andrés Díaz Venero de Leiva. Entre el teórico gusto o sensibilidad de los alelados bogotanos o franceses que vagan por sus calles de viernes a domingo, y la arquitectura que están viendo, comienza, final y ominosamente, a existir una perversa concomitancia que cada día, con cada turista, será mayor y más voluntaria.13 Así se llega a que la noción de autenticidad tan anhelada en las expresiones del patrimonio, contiene la de la “apariencia”. El buen gusto que lleva a distinguirla, conlleva el mal gusto de la copia que busca también esa distinción. La memoria que se haga de una de estas versiones, conlleva el olvido que acarrea hacerla presente. Para neutralizar los efectos de la paradoja, se requiere de quienes puedan legitimar las verdaderas creaciones: ¿Por qué quienes han 13 191 ibid, Revista Diners, octubre, 1981. Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 ido una vez a Villa de Leyva quieren regresar?... los participantes de una ‘élite’ del espíritu, ya célebres en el arte, la literatura, la ciencia, allí venidos a domiciliarse para participar en el bien ser de la Villa, como el pintor Luis Alberto Acuña, el antropólogo Gerardo Reichel-Dolmatoff, el editor Gómez Borrás, el médico estetista Marcelo Vélez, la pintora Silvia Medina, el radiólogo Hernando Morales, el patólogo Gustavo Morales, el ingeniero Francisco Casas Manrique, el planificador Andrés Uribe Crane, el empresario norteamericano Ronald Leif, los marmoleros Paccini, y muchos profesionales y escritores y artistas que construyen o remodelan sus casas para su propio reposo, y político y periodistas como Alvaro y Enrique Gómez Hurtado. Todos en busca del paréntesis del ocio creador, indispensable para fecundar la diaria brega.14 El aguzamiento de la mirada permite al experto identificar con mayor autoridad las especificidades del entorno patrimonial y ello se convierte en una relación dialéctica entre especialistas y bienes culturales, cuando estos últimos se establecen como el soporte de la existencia de los primeros: …al ser el agua sagrada, uno la quiere, y al querer uno las cosas uno no las trataría como estamos tratando en este momento los recursos... por eso yo creo en esa reconstrucción cultural. Es volver... de ese pasado. Y de relacionarnos con el ambiente de una forma armónica y ética. Es como tratar de recordar ese pasado cómo fue... hay mucha evidencia que se la dicen mejor los antropólogos.15 Sólo quien sabe, autoriza su existencia. Mientras las versiones formales se convierten en disputa entre los expertos, los locales sacan provecho de las apariencias que los acercan más al discurso de la autenticidad formulada por tales expertos, a la vez que se impregnan de su lenguaje para sancionarlas (la paradoja continúa): En plena plaza mayor se exhibe ahora la mascarada ridícula de una novísima portada en ladrillo que falsea toda la 14 Canal Ramírez, 1984:17-18 (el énfasis es mío). 15 Entrevista a Klaus Shultze, biólogo del Instituto von Humboldt, 23 de marzo de 2000, casetes 12 y 13 lado A. Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 192 delicada gama de ritmos visuales que las épocas pasadas le dieron al espacio público.16 […] el maestro Acuña mismo hizo un esperpento ahí, una portada que es tremenda, es un pastel ahí.17 Otra gran transgresión a los bienes de Villa de Leyva fue la fachada, en la plaza principal, de la casa del maestro Acuña. Eso forma parte de la arquitectura quiteña, por ejemplo. Es el colmo que todavía los villaleyvanos mostremos esa fachada en un aviso para darle publicidad a Villa de Leyva, cuando eso no forma parte de (ella).18 Aún más, mediante estas apreciaciones, también se delatan las apropiaciones y la conformación de una unidad entre los habitantes y sus monumentos, la individuación del objeto, cuando se recrimina que con la anuencia de los villaleyvanos se ha permitido ese falseamiento de sus bienes y, por ende, de la autenticidad de su identidad o existencia. Estos aspectos se traducen en formas de narrar una manera de vivir y memorar experiencias, en una estética del entorno y en el desenvolvimiento de las personas en éste, a las cuales, aunque históricamente las anteceden varias trayectorias, negocian sus significados sociales y culturales alternos. Esto es posible de analizar con el material documental existente sobre Villa de Leyva, pero también mediante las impresiones de las personas que habitan o conocen el área con sus múltiples contenidos, con ellos es posible reconstruir la manera cómo se estructuran y materializan sus percepciones y transforman su entorno en un sitio patrimonial y cómo, a su vez, este patrimonio se convierte en el estereotipo o modelo para crearlo o reconocerlo en otras instancias y lugares: Hay que adentrarse en este desierto y pasearse lentamente, con ojos de fotógrafo y pintor y saborearlo. De todas maneras, a nuestros ojos profanos, aquellas piedras aparecen sin arraigo ni sustento sobre el terreno que las soporta, como venidas de más allá, de 16 Entrevista a Antonio Pérez, 18 de junio de 1999. 17 ibid, Revista Diners (1981). 18 Entrevista a Clemencia González, personera de Villa de Leyva, 10 de junio de 1999, casete 1 lado B. 193 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 otra parte. Todo allí es ‘otra parte’ y la procedencia de las cosas es incógnita. Del más allá, el ‘más allá’ es la presencia permanente.19 “…Todo retorna a su inmenso blanco y negro original…” Villa de Leyva, libro con fotografías de Abdú Eljaiek y acompañado del poema Pueblito Sagrado de Jorge Alejandro Medellín, fue una de las primeras publicaciones que salió a la luz recién creado el Ministerio de Cultura en 1997. Entre las características más sobresalientes del libro, inmerso en esta era del color y de los medios visuales, está la de su presentación en Blanco y Negro. Esto posiblemente sea el anuncio de las dicotomías y las estructuras rígidas con que se narra este monumento nacional. Tres son los elementos que constituyen esta metáfora del patrimonio: lo natural, lo cultural y la mediación de lo construido que liga a ambos. Sus primeras páginas se componen de fotografías alusivas a los temas de la naturaleza, compuesta por árboles, rocas, montañas y lagunas. Como en el esquema evolucionista, el mundo pierde parte de su carácter natural y primigenio –en la segunda fase–, el cual pasa a ser transformado por humanos que dejan su “huella’ en bardas, muros o detalles arquitectónicos. Por último, las fotografías se refieren a los humanos mismos, lo cultural, encarnado principalmente por mujeres, niños y ancianos campesinos quienes hoy representan la idea de lo tradicional y autóctono. Son reiterativas entre estas imágenes las de mujeres, con sus múltiples faldas, el sombrero y la trenza. Pero esta no es una forma de expresión particular, el esquema se repite una y otra vez en otros textos, como las guías turísticas20, en la 19 Canal Ramírez, 1984:30 20 Ver por ejemplo a Canal Ramírez, 1984 o 1989. En las distintas versiones cambian algunas imágenes, o por lo menos el orden. Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 194 edición Villa de Leyva: huella de los siglos 21 (Restrepo, 1986; obra de varios autores) y en la mayoría de postales. Son varias las asociaciones posibles de realizar con estas imágenes, que aunque aparentan ser simples y demasiado obvias, provienen de procesos más largos hoy convertidos en percepciones rutinarias, que yacen más en el plano del inconsciente. Esto incluye el orden de la presentación de las imágenes, la cual se inicia con la naturaleza. Separada de lo humano y lo cultural, esta ocupa un lugar primordial, está ahí por sí y para sí misma, desconociendo que la mirada y apreciación, los sentimientos y emociones que llevan a enfocar la vista y el lente hacia tal o cual objetivo, están imbuidos de actitudes y principios estéticos y culturales configurados durante los procesos por controlar esa naturaleza. Pero lo dicotómico no es antinómico; también existen nexos fuertes y frecuentes que ligan naturaleza y cultura, esto es reiterativo especialmente en el discurso del patrimonio. La mujer campesina camina por una senda rural, o delante de un muro blanco y puro, sostiene o se encuentra rodeada de canastos y cerámicas elaborados con materias primas naturales, y vende los productos de la tierra en el mercado mientras sonríe plácida e inocentemente. Por el contrario, las casas y las plazas, lo edificado, motivo repetitivo en textos e imágenes, pertenecen a los hombres, a los próceres que allí nacieron (Ricaurte, Neira), murieron (Nariño) o se reunieron (la casa de las Provincias Unidas), sus representaciones sólo incluyen las fachadas de sus moradas, el busto o la figura rígida en bronce. En la estructura narrativa del libro, esto que ha sido construido, media entre árboles y lagunas y mujeres campesinas, como símbolo artificial y masculino que alteró la condición prístina del entorno. Aún en esta dicotomía, que construye todo un lenguaje para significarla, la naturaleza y el paisaje natural conformado bajo esas 21 195 Restrepo, Fernando (coord.), libro de 1986, obra de varios autores. Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 miradas del patrimonio y del turismo, es objeto de subversión frente a la racionalidad que la ha separado y dominado. En contravención con las pretensiones iniciadas desde los Bacon y sus coetáneos, y luego con Humboldt, lo natural como objeto de dominación se resiste a perder su vigor como fuerza mística y mágica, atribuida a estos parajes, y que subyuga al hombre. Una descripción elaborada en 1864 da algunas pistas sobre los cambios sufridos en las percepciones del entorno natural: El hecho es que hoi la Villa de Leiva presenta un aspecto poco risueño. Está rodeada por unas colinas rojizas i peladas que reflejan de un modo particular la luz, dando un tinte más melancólico a sus ruinas de edificios que se ven por donde quiera... 22 Allí voy, desde hace años, no a estudiar la naturaleza sino a sumergirme en ella, a dejarme poseer por ella, sin esfuerzos, ni enfrentamiento, ni resistencia... Más allá de la cultura, más allá de la civilización. Mas allá del tiempo. 23 Hay muchos paisajes y pueblos muy bonitos, pero Villa de Leyva es mágico, es mágico,... Hasta una cepillada de dientes es de sentarse a pensar, cepillando los dientes en el río... todo es un rito, todo es Villa de Leyva... San Agustín, por ejemplo, es otro paraíso. San Agustín, es alucinante también. La gente es... allá tu si encuentras gente extraña. O sea, no es gente común. Por ejemplo, los turistas aquí son comunes. 24 Desastres ecológicos y culturales A estas acepciones se aunó el movimiento ecologista, que aunque no reconoce los signos esotéricos emanados de la naturaleza, si 22 El Católico, Las carmelitas de la Villa de Leiva, 1864, p. 51. 23 Canal Ramírez, 1984:20. 24 Entrevista a una joven turista, 19 años, 13 de junio de 1999, casete 3 lado B. Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 196 por lo menos ha hecho uso de esos discursos para proteger la vegetación, los suelos, animales y fuentes de agua. Examinar este caso devela las diversas imágenes con que se construye la relación entre naturaleza y cultura en Villa de Leyva, y que opera en la ambivalencia del significado de los campesinos, por ejemplo. Simultáneamente, los campesinos se constituyen en referentes del patrimonio natural y del cultural, al encarnar lo prístino y lo tradicional, y se convierten en parte de esa huella mágica que configura el lugar. Pero también para las ondas ecologistas que acogen algunos de esos discursos, las tradiciones agrícolas y el comportamiento de los campesinos van en contravía de los planes de preservación de la naturaleza: “[el campesino]... no piensa en el agua, sino en que solamente le va a dejar una plata, entonces en ese sentido está cambiando la forma de pensar cómo relacionarse con [el entorno]. Cambian las practicas, cambia todo.” 25 Dada esta estructura, es evidente la divergencia que existe entre la bibliografía que usan los ecologistas y la literatura eminentemente visual (tipo Eljaiek), que alimenta los ideales y textos sobre patrimonio cultural o el de las guías turísticas. La producción escrita con carácter ecológico se inicia hacia la década de 1960 y en su comienzo comprende textos técnicos sobre estudios de suelos, geológicos, agroclimatológicos y de especies nativas. En otros se evalúa el potencial de explotación de la zona, a los que seguirían los estudios hechos principalmente por el Incora: posibilidades económicas y planes de crédito. Más recientemente, se encuentran los textos que exploran las incidencias (desastrosas, destructivas) de estas interacciones humanas frente al ambiente natural; mientras que son las investigaciones de corte antropológico sobre campesinos, bajo perspectivas marxistas típicas de la década de 1970, las que dan continuidad a la primera etapa evaluativa de la producción agraria de los ecólogos. 25 197 Entrevista a Klaus Shultze, 23 de marzo de 2000. Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 El primer bloque bibliográfico de estas corrientes ecológicas se destaca por describir el devenir histórico y social del valle de Leyva como algo estático, mientras que en el segundo se da por hecho que los problemas socioeconómicos vigentes son producto de esa inercia y además se enmarcan dentro de un entorno pobre, erosionado y coadyuvante del deterioro y retraso en el desarrollo de la zona. A partir de estos estudios Joaquín Molano (1990) en Villa de Leiva: ensayo de interpretación social de una catástrofe ecológica, plantea una dinámica entre naturaleza y sociedad que pretende explicar las causas y consecuencias de esa interacción retraso/desarrollo con sus consecuencias para el ambiente. El autor parte de dos aproximaciones: la primera asume el espacio como un hecho histórico y social; de ahí que se formule como formación económica y espacial, es decir, una estructura productiva y tecno-productiva que se expresa geográficamente de una manera determinada. El espacio, propone el autor, no es una tela de fondo inerte y muerta. La segunda se enmarca dentro de la teoría de la biogeografía insular que le permite describir, reconstruir y jerarquizar el grado de intervención y disturbio sobre las diferentes coberturas biológicas. En general, la primera parte de su estudio se basa en el análisis exhaustivo de las características del entorno, pero su interpretación social de la catástrofe ecológica recae nuevamente en un modelo biológico idealista de explotación, dado por la contraposición del discurso entre lo nativo y lo exótico, lo natural y lo artificial. Molano propone bajo este esquema que desde las primeras ocupaciones del altiplano, por parte de cazadores y recolectores hasta la explotación agro-alfarera y minero-metalúrgica prehispánica, las relaciones naturaleza-cultura se dieron de manera que podría describirse como armónica, con un alto grado de conocimiento del medio natural por parte de los indígenas. La teoría de la biogeografía insular le permite argumentar que para el período prehispánico hubo complementariedad de recur- Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 198 sos, por la explotación vertical de pisos ecológicos, con lo cual estos no se agotaron: la trilogía ideal de la zona consistía de las labranzas, el matorral y los bosques de manejo diversificado. Considera el autor que la devastación se inicia en el siglo xvi, cuando bosques, aguas, fauna y suelo desaparecieron secuencialmente en mano de los españoles, quienes con las reducciones de la mano de obra indígena se dedicaron a la producción agrícola intensiva. Esa afectación producida en la zona, Molano la achaca a quienes son ajenos y foráneos al lugar, con lo que refuerza el argumento de cómo lo que no es autóctono –en este caso los españoles–, produce la destrucción del entorno por el desconocimiento de las condiciones ecológicas del medio tropical de montaña. A ello se agrega a finales del siglo xix, la disolución definitiva de los resguardos indígenas y el aumento de la población mestiza, heredera de la pérdida de la condición prístina y de la mestización de sus hábitos de explotación agrícola con aquellos destructivos de los españoles. Esta mestización, fruto de las relaciones establecidas entre blancos, negros e indios en los terrenos de las haciendas, y las consecuencias que trajo consigo, posiblemente sea uno de los factores que han incidido para descartar a tales propiedades como patrimonio monumental. Aun cuando las haciendas constituyeron el motor económico regional –en ellas se establecieron las dinámicas sociales más intensas–, su carácter impuro, de explotación y de devastación, ha impedido hacerlas visibles en el contexto patrimonial. A la desintegración de los resguardos y de su pobladores, se suman las posibles expectativas que tienen los mestizos de contar con tierras propias, la posterior mecanización del campo y el fomento a la reinversión del producido, ocurridos ya durante el siglo xx, que se traducen en factores que incrementan la presión ejercida sobre las tierras con su consecuente agotamiento. Sin embargo, aun los mismos ideales ecologistas de la década de 1970 casi conducen a aumentar la catástrofe, cuando el Inderena 199 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 intentó fomentar la siembra de bosques de eucalipto, proyecto que no dio resultado por los avales exigidos por la Caja Agraria para otorgar el crédito para la reforestación. Hoy día las corrientes ambientalistas nuevamente buscan rescatar la imagen primordial y auténtica del patrimonio al entretejer una relación más armoniosa entre naturaleza-cultura, representada por el campo y los campesinos que aún habitan la región. Se han emprendido tareas como recuperar las tradiciones de significados y usos de plantas y animales, alguna vez presentes en la zona, así como también inducir al cambio de practicas agrícolas: [el] río Leyva me gusta, porque hay flores y árboles y porque bajaba el río y porque ahí uno puede sacar el agua para regar los cultivos.26 Bajo este influjo ambientalista se suspende en el tiempo los hábitos de la mestización, para dar relevancia a las tradiciones prehispánicas que se configuran bajo la representación de “la campesina”. Sin embargo, las múltiples percepciones dicotómicas construidas bajo la mirada ecologista, repercuten hoy en distintos escenarios, como el de las fiestas, por ende en aquello considerado patrimoniable. Un San Isidro mal visto En el marco de la plaza de Villa de Leyva coexisten dos formas diferentes de percibir esta relación entre naturaleza-cultura. Una en que la vocación agrícola, aquella que con sus practicas ha devastado el área, se celebra con la fiesta de san Isidro Labrador, evento en el que los campesinos acopian en sus veredas una parte de sus cosechas y productos para luego en la plaza, frente al atrio de la 26 Oscar Rojas, 10 años habitante de la vereda de Monquirá, experiencia de valoración local, marzo 2000. Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 200 iglesia parroquial, poner en remate lo reunido. La plata recogida se dona al párroco y de esta manera se pagan las misas a San Isidro con la esperanza de un año siguiente próspero para la producción. Las dos veces en que he presenciado esta fiesta, han participado en ella de manera casi exclusiva los campesinos que aún habitan las veredas del municipio de Villa de Leyva, aunque como ellos mismos lo manifiestan, el número se reduce cada vez más, pues poco a poco la población de algunas de estas veredas ha sido reemplazada por nuevos propietarios, generalmente provenientes de Bogotá u otras ciudades. La otra, la feria del árbol, evento ecologista de creación más reciente, busca propiciar la reforestación del área con especies “nativas” como buganvillas (mexicanas), acacias (africanas) y de otras variedades como los frutales –feijoas, manzanos y duraznos– y árboles que requieren de mayor cuidado al plantarlos –robles, guayacanes y cedrelas–. Este evento se desarrolla igualmente en la plaza principal y en sus primeras versiones logró ocupar la mayor parte de este espacio –gracias al patrocinio de una firma de autos–. La asistencia, si bien tampoco se ha destacado por su afluencia, ha contado con mayor variedad de participantes, desde los mismos campesinos, los residentes de la cabecera municipal, propietarios de fincas y los turistas, pues además de los árboles se ofrecen esporádicamente otros productos, bien sea comestibles o artesanales. En 1997, coincidió la realización de ambos eventos en el mismo día. En un rincón del atrio se organizó la fiesta de San Isidro y en el marco de la plaza, la feria del árbol. Unos daban la espalda a los otros, en dos actividades que aparentemente relacionadas, pues convergen en la modificación del suelo y del paisaje, culturalmente se perciben como opuestos: lo catastrófico de las tradiciones agrícolas devastadoras y devoradoras del entorno y el recurso de las plantas que sana las heridas dejadas por aquellas. El acto festivo religioso, en busca de la anuencia de un ser supremo para la continuidad 201 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 de su existencia, y el de la sobria feria ecológica, que con el beneplácito de agrónomos y biólogos, busca controlar y recobrar el entorno. Pero aún más, los campesinos, al no portar el vestuario típico, con el cual se ha construido el estereotipo de su imagen, la profusión de faldas, sombrero, ruana y trenza, son objeto de indiferencia pues no son vistos ni reconocidos por los visitantes y participantes de la feria del árbol. Bajo su actual indumentaria, sobre el campesino se posa la mirada que lo significa (identifica y cataloga) como mestizo, el que se adaptó a las prácticas españolas. Por el contrario, “La Campesina’, protagonista de las múltiples imágenes que recrean los mágicos espacios de Villa de Leyva, se configura en símbolo alegórico de lo natural, lo puro y autóctono, en otras palabras, encarna la experiencia auténtica y se convierte en código de ella. Aquellos que deseen proyectar una imagen de patrimonio o busquen destinos turísticos de ciertas características, lo identificarán mediante esa imagen codificada (baste ver las innumerables postales de Villa de Leyva con este motivo y algunas de las guías). No necesariamente los turistas irán tras esa experiencia auténtica, “lo que realmente es”, ni en la identificación y selección del patrimonio quedará incluido este código, el de “La Campesina”, pero sí se convierte en referente de un lenguaje en común, de una memoria y de una mirada especializada que excluye o no ve lo que no es semejante, como los campesinos de la fiesta de San Isidro. De la misma manera, experiencias como estas dotan de sensibilidades a los individuos, con las cuales se marcan y reproducen estas diferencias. Mientras el campesino mestizo es objeto de desprecio e indiferencia, marcado por su “apariencia”, más cuando esta apariencia intenta imitar la del asistente a la feria del árbol, “La Campesina” despierta sensaciones de nostalgia y melancolía entre aquellos que lamentan su desaparición, como las de la feria que lamentan por igual la pérdida del entorno natural. Dado que la celebración de ambos eventos creó incompatibilidades y dificultades en el desarrollo de los mismos, la fiesta de San Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 202 Isidro se trasladó para el día del campesino, en los primeros días de junio, mientras que la feria del árbol se mantiene en o alrededor del 12 de octubre, ‘día de la raza’, que actualmente conmemora la devastación de la población indígena (la de los naturales) a manos del español, de efecto similar al desastre ecológico denunciado por Molano. Experiencias sensibles como estas se materializan en la diferenciación de los escenarios de su representación y en la marginación de su producción. ¿Son realmente dicotómicas estas percepciones, o conducen a una circularidad en la construcción de las percepciones del patrimonio? En el caso de las fotografías de Eljaiek, en su libro Villa de Leyva, incluye imágenes de otros parajes que no corresponden a dicha población. Para construir el semblante de Villa de Leyva como patrimonio cultural, hace uso de este particular lenguaje discursivo sobre la autenticidad con el que se crean e implementan códigos para significarlo como tal. Al mismo tiempo, algo llamado “Villa de Leyva”, proporciona las estrategias para materializar como patrimonio otros lugares o elementos vistos como similares, sean estos cuales sean, indiferente del espacio y del tiempo: En Barichara, en Santander, Barichara es un municipio muy bonito. Tiene una semejanza con Villa de Leyva. Pero entonces dice uno ‘se asemeja a Villa de Leyva’. O sea, la primera es Villa de Leyva.27 La naturaleza del patrimonio Decir que los bienes y personas no son productos puros e imparciales, puede parecer ahora un “lugar común”. No obstante, para constituir el patrimonio cultural, entendido como aquello que 27 Entrevista a una mujer turista en la plaza de Villa de Leyva, 14 de junio de 1999, casete 3 lado A. 203 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 confiere una identidad y la dota de autenticidad, se ha requerido de la creación de símbolos específicos que identifican los ámbitos, esferas y campos que comprende. Ello ha significado privilegiar una de las muchas facetas como auténtica, de acuerdo al espacio (social y físico) y el tiempo en el cual se ha producido, mediante estrategias que no necesariamente han sido negociadas. Lentamente esta tarea de construir el patrimonio cultural, como noción más amplia que aquella que la representa en los monumentos, se diversifica en múltiples bienes y con ello se incrementa el espectro de participantes en su selección y manejo. Esta se ha desarrollado paralelamente al proceso de consolidación de carreras profesionales de algunas disciplinas científicas y de las humanidades (antropología, historia, bellas artes, literatura). Concomitante al surgimiento del Estado nacional, estas se han dispuesto para la búsqueda de los elementos que demuestran y proporcionan el soporte de su existencia individuada. La mirada con la cual se seleccionan los bienes culturales nacionales, resulta de configuraciones históricas más amplias, modeladas en el occidente europeo, con sus estructuras dicotómicas características, las que son apropiadas y experimentadas de manera particular, como ha sido señalado en el estudio sobre patrimonio en Villa de Leyva. El aumento en el espectro de bienes, que comprende abarcar nuevos patrimonios ampliando su acepción a más ámbitos del que los vincula con los monumentos –en bienes y valores culturales–, busca ser consecuente con la diversidad que se busca legitimar a partir de la Constitución de 1991. Pero existen evidencias que parecen demostrar lo contrario. Aunque se destaca que poco a poco han venido a completar el grupo de bienes patrimoniales los testimonios de la naturaleza, por ejemplo, el que estén amparados por una entidad diferente, el Ministerio del Medio Ambiente, perpetúa la idea moderna que busca extrapolar y hacer énfasis en la diferencia entre lo natural y lo artificial, lo producido por la madre tierra y lo alterado por el hombre y su “cultura”. Otro caso similar Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 204 ocurre con los bienes arqueológicos, los que se oponen a los históricos: los indios “naturales”, constituidos así por la mirada del europeo del siglo xvi, son objeto de estudio de disciplinas científicas cada vez más cercanas a la biología y a tratados econométricos, exactos y medibles, como la arqueología. La brecha interpuesta por la irrupción y los efectos de la entrada de los españoles, cuya imagen devastadora se asimila a aquella de los vándalos destructores de monumentos, son materia de estudio de los historiadores. La oposición no está signada simplemente por la esencia de sus componentes –lo natural y prístino vs lo humano y contaminado–, es la manera de elaborar y conferir una identidad antropológica a quienes representan estas oposiciones, materializadas en los bienes culturales o monumentales con que son construidos como relatos o símbolos. El lenguaje constitutivo de esas identidades no sólo está connotado por esencialismos sino que lo dota de sensibilidades particulares para su percepción: de nostalgia y melancolía, sentidas como ansiedad o desasosiego que hacen necesaria la memoria de aquello que las produce, o de desprecio e indiferencia, que marcan el olvido. En ellos se basan los expertos quienes “captan” estas condiciones y con su identificación y discernimiento legitiman su posición. En esta línea de examen a la construcción del patrimonio, ahora bajo el discurso de la diversidad –los diálogos de nación–, que busca ampliar el espectro a otras voces con las cuales construir los referentes contemporáneos por medio de los bienes culturales, cabría preguntar ¿qué tan popular seguiría siendo cualquier manifestación expresada por ese sector mayoritario de la población, si ha de pasar por la opinión del experto para significarlo?28 Posibles expresiones antagónicas al esquema erudito occidental o de la formación de sensibilidades particulares, que originan las diferencias entre lo popular o étnico, sin duda quedan 28 205 Sobre este tema habla más extensamente García-Canclini, 1989. Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 impregnados de estas, al estar atravesadas por los procedimientos que depuran el lenguaje en que se comunican, como las fichas de registro de bienes que requieren de datos estandarizados (a ello ya se referían las instrucciones del inspector de monumentos) o los relatos sensibles más evidentes entre los turistas, y en los cuales la diversidad de experiencias y percepciones quedan convertidas nuevamente en unidades constantes. Sólo hay que pensar en cómo sería el registro del paisaje patrimonial a través de la mirada del participante de la fiesta de San Isidro y la del visitante de la feria del árbol. Para el registro fotográfico ¿serán iguales las imágenes que tome el campesino que el turista o ecologista? De esta manera, las herramientas y estrategias construidas para identificar bienes y monumentos, que hoy la legislación pone en manos de sus “poseedores”,29 han señalado y siguen señalando una dirección teñida por los discursos históricos y culturales occidentales y nacionalistas, que en el caso del patrimonio se han visto cargados de las nociones de autenticidad que privilegian no a individuos sino a entes individuados homogéneos (como naciones o culturas), fundamentados por las tendencias disciplinarias y científicas que derivande ellos. Formulado el patrimonio de esta manera, se alejan las posibilidades de participación y confrontación de otras realidades que no se ajustan a estos esquemas y, más aún, se impide la objetificación y se reitera la cosificación; el patrimonio así constituido no es más que un discurso monológico, autoritario y arbitrario, que suprime la expresión de las anheladas narrativas de la alteridad. 29 Ley 397 de 1997, Artículo 8. Las Entidades territoriales con base en los principios de descentra-lización, autonomía y participación, les corresponde la declaratoria y el manejo del Patrimonio Cultural y de los Bienes de Interés Cultural del ámbito municipal, distrital, departamental, a través de las Alcaldías municipales y las Gobernaciones respectivas y de los territorios indígenas, previo concepto de los Centros Filiales del Consejo de Monumentos Nacionales... Paisaje y patrimonio cultural en Villa de Leyva Monika Therrien 206 A pesar de estos hechos evidentes, aún hoy se mantienen posturas ideales que encubren las situaciones contradictorias y paradójicas del patrimonio cultural, producto del significado monolítico dado a los bienes culturales, por cuanto en nombre del patrimonio cultural se aboga por causas más justas y en igualdad de condiciones. Reconocer al paisaje como patrimonio y categorizarlo como estético, por ejemplo, le confiere al bien un carácter objetivo. Ello dificulta reconocer las divergencias y lo fragmentario de su condición, lo subjetivo, produciendo contradicciones y rechazo hacia las distintas versiones y sensaciones. 207 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 AGRADECIMIENTOS Debo buena parte del trabajo incluido aquí a un grupo de jóvenes entusiastas recién egresados de la universidad, interesados en experimentar en esta propuesta y sin los cuales no habría llegado hasta este punto en la investigación. Agradezco a Oscar Salazar, quien me apoyó en todas las entrevistas, a Nadia Rodríguez y Diana López quienes desarrollaron la experiencia de valoración local con niños y jóvenes del área del valle de Leyva y a Alvaro Santoyo, a quien le tocó asumir las tediosas horas de consulta en el centro de documentación y en las bibliotecas. Igualmente a Adriana Gómez, Zoad Humar, Marcela Bernal y Alejandra Upegui encargadas de la revisión de los periódicos, entre todos ordenaron, clasificaron y seleccionaron la información recopilada, base del presente estudio. BIBLIOGRAFÍA AMÉ RICA PINTORES CA (1984) Bogotá: El Áncora Editores. Edición facsimilar de la obra original de 1884. CAB (2000) Patrimonio cultural y natural: la visión del C A B . Tablero, revista del Con- venio Andrés Bello, año 24 (63):78-85 CANAL RAMIREZ, G. (1984) Villa de Leyva. Bogotá: Canal Ramírez- Antares Ltda. CASTRO, S. (1999) Fin de la modernidad nacional y transformación de la cultura en tiempos de globalización, en J. Martín-Barbero, F. López de la Roche y J.E. Jaramillo (eds), Cultura y globalización. Bogotá: Ces, Universidad Nacional, pp: 78-102. CHASTEL, A. (1984) “La notion de patrimoine”. En: Les lieux de mémoire, P. Nora (dir.), Vol. II, La Nation **. París: Gallimard . pp: 405-450. CE RRILLOS, M. L . (1999) “Prólogo”, en: Somos Patrimonio. 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Debe indicarse en la parte externa del diskette el tipo de programa empleado, así como el nombre completo del autor y el título del trabajo. No se aceptarán trabajos con tachones, enmiendas o correcciones a mano. Todos deben presentarse en forma final. El título del trabajo, así como el nombre del (o de los) autores y su afiliación institucional irán en una página frontal aparte. Debe incluirse la dirección de correo y teléfono del autor principal y, de ser posible, su dirección electrónica. No habrá correspondencia sobre materiales no solicitados. A partir del volumen 11, ningún manuscrito podrá exceder de las 30 páginas que cumplan las condiciones arriba señaladas. Los trabajos con más páginas de las permitidas no serán tenidos en cuenta ni serán retornados a sus autores. Referencias bibliográficas Únicamente deben aparecer en la bibliografía las referencias citadas en el texto. Todas aquellas que no se encuentren en el texto serán eliminadas de la lista bibliográfica. Las referencias en el texto siempre van en paréntesis, y siempre con el apellido completo del autor. No se emplearán abreviaturas como Op.cit, loc.cit, Ibid, etc. Siempre se ha de escribir el apellido del autor citado cuantas veces sea necesario. Excepción a esta norma será únicamente la abreviatura et al., para referirse a diversos coautores, una vez nombrado el autor principal. Ejemplo: (Drennan et al., 1992). Si se hace referencia a una cita textual, debe incluirse siempre el número de la página de la cual se transcribe la cita. Ejemplo: (Drennan, 1996: 237). Si se está haciendo referencia a un concepto o a una idea global de otro autor, basta con citar el autor y el año. Ejemplo: (Drennan, 1996). Para citas textuales siempre se emplearán las comillas (“), y separarse del texto principal. Las citas de cronistas o documentos tempranos se harán siempre en castellano modernizado. Para los trabajos sobre arqueología que presenten fechas de radiocarbono, dichas fechas deben ser dadas en años de radiocarbono antes del presente (BP), indicando además: (a) número de muestra y nombre del laboratorio, (b) si la fecha dada es corregida (convencional) para 13C, (c) material fechado y valor de la tasa 12C-13C. No se aceptarán artículos con fechas en años antes de Cristo sin calibrar. Solamente 211 Revista de Antropología y Arqueología Vol 11 n os 1- 2 1999 se publicarán fechas en años calendario que sean el resultado de la calibración de la fecha radiocarbónica, y debe indicarse además la curva utilizada y la referencia bibliográfica pertinente. Formato de la bibliografía: No ingrese ningún tipo de comandos en su diskette, como indentar, justificar, etc. Debe dejar la bibliografía sencilla, dejando un espacio entre un título y el siguiente. Solamente subraye el título pertinente: libros REICHEL-DOLMATOFF, G. (1978). Beyond the Milky Way: Hallucinatory Imagery of the Tukano Indians. Los Angeles: UCLA Latin American Center. artículos en revistas REICHEL-DOLMATOFF, G. (1975). “Templos kogi: introducción al simbolismo y a la astronomía del espacio sagrado”. Revista Colombiana de Antropología XIX: 1999-245. artículos en libros de contribución REICHEL-DOLMATOFF, G. (1973). “The Agricultural Basis of the Sub-Andean Chiefdoms of Colombia”. En: Peoples and Cultures of Native South America. D.R. Gross (Ed). New York: Doubleday, pp.28-36. Ilustraciones Todas las ilustraciones serán en blanco y negro. Solamente se aceptarán fotos en blanco y negro en papel brillante con buen contraste, y siempre y cuando sean indispensables para ilustrar a lo que se refiere el texto. Todas las ilustraciones deben venir marcadas atrás con el nombre del autor y el título del artículo. Así mismo, deben incluir allí su texto explicativo correspondiente. Para cada ilustración, debe haber una referencia en el texto. Los dibujos y mapas deben ser ORIGINALES en tinta negra y papel blanco, o papel pergamino. Los dibujos y mapas impresos por computador NO serán aceptados, a menos que sean de alta resolución. Los mapas o fotografías por computador en línea punteada o con grano visible NO son aceptables. Proceso de evaluación Tan pronto sea recibido un trabajo por la Revista de Antropología y Arqueología, éste será distribuido a dos evaluadores anónimos quienes decidirán sobre el particular. La revista enviará un acuso de recibo a los autores tan pronto lleguen sus artículos, e informará a los mismos sobre la decisión de los evaluadores en un plazo no mayor de 60 días a la dirección de correo o de internet que aparezca en la hoja de presentación del artículo. La Revista de Antropología y Arqueología NO mantendrá correspondencia sobre trabajos rechazados, limitándose a enviar la notificación de rechazo al autor. Todo trabajo que requiera de cambios o ajustes sugeridos por los evaluadores debe ser corregido y enviado de nuevo en un plazo no superior a 20 días. Los originales aceptados para publicación no serán devueltos a sus autores. Por ello sugerimos enviar solamente duplicados de fotografías. Normas para la presentación de artículos a la Revista de Antropología y Arqueología 212