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LLAMADOS A VIVIR LA PLENITUD Esta expresión, LLAMADOS A VIVIR LA PLENITUD, nos pone en contacto con la narración bíblica, muy conocida por todos: Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra…. Y los creó macho y hembra…. Y los bendijo Dios…”. (Gén. 1, 26 – 29). Toda persona, aunque cuenta con esta claridad respecto de su origen, en su existencia humana se encuentra con interrogantes que no puede evitar, y que no puede responderse a satisfacción, ni hacer que otro se los responda con pleno sentido. Entre tantos interrogantes hay unos que gravitan incesantemente a su alrededor: ¿Qué es la vida? ¿Qué, y quién es el hombre”¿Qué sentido tiene la vida, la existencia humana? Y, “Qué sentido tiene la muerte”. La vida, el hecho de vivir, el hombre, como también la inteligencia, la necesidad y la capacidad de amar, de pensar, de hablar, son misterios de cada día que sorprenden, y son siempre realidades nuevas, que no agotan nunca su riqueza, ni la admiración que producen. Ningún sabio, ni pensador, ni científico, ni literato, ni filósofo, escapó al interrogante lógico, ¿Qué es la vida?....En el fondo, es ¿Qué sentido tiene la vida, la existencia humana? Y, “Qué sentido tiene la muerte”. Y ninguno pudo dar respuesta completa; ellos nacieron, vivieron y murieron constatando su anhelo creciente por tener al menos una explicación. Como todos los humanos, crecieron con tales inquietudes, y sólo los que profundizaron con mirada de Fe, tuvieron luz sobre esos misterios inquietantes al ser humano, y en sus corazones hubo paz, esperanza y serena espera. Al hombre cristiano le es dado saber luchar y vencer lo indebido de la vida, con Cristo “fuente de vida” y “triunfador de la muerte”. Quien vivió para el Dios de la vida, quien caminó con Él luchando gozosamente, construyó el arco del triunfo, y al llegar su día y hora pasó, por Él, a la vida en plenitud, a la vida eterna a la que estaba llamado. Quien vivió por la fuerza de la fe, tuvo gozo y fuerza para vivir, hasta llegar a decir con convicción en aras de la vida: ¡Sólo Dios es necesario! ¡Él es mi Padre, en Él confío! Él es el Dios de la vida. La persona humana, la vida humana, con ser un don maravilloso, y que tiene como fuente la magnánima bondad de nuestro Dios el Señor, tiene un término, un final en su vida terrena, pero por su dignidad, por su condición de creado “a imagen y semejanza de Dios”, trasciende en el tiempo y en el espacio, porque está llamada a vivir la plenitud, a disfrutar la vida eterna, a cantar las alabanzas eternas a su Dios y a recrearse junto a Él por días sin fin. Consideración especial cuando muere una de nuestras Hermanas Cuando experimentamos el dolor de la muerte de Hermanas, nos encontramos ante una realidad de dolor en la Familia Vicentina y nos mueven sentimientos muy particulares: Estas queridas Hermanas fueron llamadas a la existencia y también a la vida de “Consagradas a Dios, en la Compañía de las Hijas de la Caridad, y en comunidad de vida fraterna en común, para el servicio de los Pobre”. Especialmente su vida de Consagradas transcurrió a la luz de la Fe cultivada con esmero, lo que les condujo serenamente hasta su último momento como habitantes de la tierra en conquista de “tierra prometida”, para entrar con paz y alegría a la morada celestial. Cuando Dios nos visita y nos habla por el dolor y el consiguiente, respetuoso y fervoroso silencio físico que impone la muerte de nuestras queridas Hermanas, nos une y alienta su grato recuerdo por haber compartido con ellas la vida y el Carisma vocacional; quienes continúan la marcha son las testigos de la gracia que Dios les dio de “verlo en los Pobres” (C. 10, b), y de haberlos servido con amor y entrega totales. Este es el sentimiento que también nos une con las familias de estas queridas Hermanas, quienes nos privan de su compañía porque les llegó el día y la hora de la cita eterna. Cuando tenemos el dolor de la muerte de una Hermana, no podemos negar que el corazón está herido, como tampoco podemos negar que estamos confortadas en la Fe, por la seguridad que tenemos de que su abrazo de amor con el Padre de todos ya lo han tenido y celebrado en la Patria que las esperaba. Todas cantamos alegres al Padre y Señor que es la Roca de nuestra salvación, como fue de cada una de las Hermanas a quienes llamó para las bodas eternas, porque Él las bendijo durante su vida con la gracia de su amor, con la gracia de las virtudes con que las enriqueció y a través de las cuales vivieron santa y ejemplarmente el estado de vida consagrada como Hijas de la Caridad. Todas estas queridas Hermanas vivieron la madurez del amor a Jesús, camino, verdad y vida. Cada una, vivió con gozo y lealtad al Señor, los años de vida consagrada que Él le tuvo destinados para vivirlos en comunidad de vida fraterna y en el servicio de los Pobres. “Si deseas creer hasta el infinito, coloca el infinito dentro de tu vida. Si quieres ser grande opta por Dios. No lo ocultes. Intenta buscarlo. Él está en la hierba que crece, en el agua que corre, en la Oración, en La vida…..porque la vida, con Dios, no muere….” Roque Schneider SOR ANA JULIA VALENCIA PARRA Unos momentos a la memoria de nuestra querida y siempre bien recordada Hermana Sor María Elena Toro Ruiz Nos ha visitado Dios y nos ha hablado por el dolor y el consiguiente silencio que impone la muerte, la partida de nuestra apreciada Sor Ana Julia. Nos encontramos aquí para celebrar la liturgia de exequias a esta Hermana nuestra, muy de nuestros afectos sinceros, agradecidos. Lleguemos gozosos y cantemos alegres al Señor que es la Roca de nuestra salvación como fue de Sor Ana Julia en sus 90 años de existencia. Cantemos una acción de gracias porque Él, nuestro Dios, la bendijo con amor eterno, la hizo dócil a su Gracia y fiel a su amor. Ella vivió la bendición de la Fe recibida en el Bautismo y caminó el sendero trazado en el Evangelio y en las Bienaventuranzas, en la Compañía de las Hijas de la Caridad. Sus 65 años de vocación los vivió con gozo y lealtad al Señor que la llamó porque la amó y la quiso consagrada en cuerpo y alma a su proyecto de amor. Nuestra Provincia de Bogotá guarda en su historial testimonios que son tesoros espirituales de su vida: Sor Ana Julia escribió con su vida y durante ella, en el Libro de Vida de la Provincia: en él están las páginas de sus 12 años como Directora, Formadora, y la de los 9 como Visitadora, como su primera responsable y representante legal ante el País y ante la Compañía. Buena parte de las Hermanas de la Provincia tuvimos a Sor Ana Julia como formadora y sabemos que sus directrices fueron según el corazón de Cristo, y el espíritu aprendido en nuestros Fundadores. La Provincia sigue en deuda con ella por sus años de vida como Hija de la Caridad y por ello será una persona presente en nuestra mente y en nuestro corazón, porque, tanto qué admirar, tanto qué recordar, tanto qué agradecer, no pasará al olvido; la deuda de gratitud con ella es inmensa…. No vamos a entrar en detalles, pero escogemos y recordamos por unos segundos, su talento de arquitecta para dirigir y ver terminadas estas dos casas en las que nos encontramos: La Casa de los Pinares y la Milagrosa, destinadas, la primera a encuentros de espiritualidad, convivencias, reuniones especiales, y la segunda, el lugar que acoge a las Hermanas para la atención especializada en su salud; no dejamos de lado las remodelaciones de varias de nuestras casas, todas con lujo de detalles de funcionalidad. Recojamos nuestros sentimientos y digamos: Dichosos los que llegan a tu casa, gozando de tu amor, Señor. Dichosos los que llevan la esperanza de estar en tu casa para verte por siempre jamás. Gracias Señor, pro la vida de Sor Ana Julia. Y confiemos en que ella alabará y dará gracias al Señor por nosotras, eternamente, en la Asamblea de los justos. Unos pocos testimonios Esta Hija de la Caridad fue una mujer llena de Fe viva en todo momento, en toda circunstancia; y como probada en su cuerpo, supo unir su pasión de enferma a la pasión salvadora de su Jesús crucificado y resucitado; su fe y adhesión a Jesucristo Resucitado le asistió y fortaleció en sus últimos días; podemos interpretar que en el silencio de su corazón, en su dolor íntimo de enferma, su fe le hacía mirar al Crucificado y repetir confiadamente: “Él me amó y pagó el precio de mi rescate”. En lo que nos consta podemos asegurar que la vida de Sor Ana Julia fue una liturgia permanente de amor, de confianza, de alabanza a Dios. En su lecho de enferma le escuchamos decir: “El Señor es mi fuerza….”. “Dios mío, clamo a ti día y noche”. “Señor, sólo Tú eres Santo, no me abandones”. Sor Ana Julia perdurará en nuestros recuerdos, por su don de persona amable, amiga, emprendedora, prudente, llena de Dios, y por la gracia que nos correspondió en el disfrute de su compañía como Hija de la Caridad. Con ella nos unió el amor a Jesucristo, la Fe en el Dios de los humildes, su confianza en la divina Providencia. “Nuestro provenir está en las manos de Dios que siempre está de nuestra parte”, decía firmemente a la Hermana que confiaba en su consejo. La realidad de la muerte de Sor Ana Julia nos sitúa ante la nuestra, y no podemos ocultar que se hacen presentes a nosotros interrogantes del salmista: ¿Quién morará en tu casa, Señor? ¿Quién habitará en tu monte santo? Y, aplicados a Sor Ana Julia estemos seguros que la respuesta es: el que anda sin tacha en tu presencia… el que dice la verdad de corazón…. El que no hace daño a su prójimo….el que es fiel hasta el final. “Dichosos los que mueren en el Señor”. “Alégrense los justos y gocen en el Señor; aclámenlo los de corazón sincero”. “Si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con Él”. (I Ts. 4, 13).