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QUE NUESTROS CORAZONES NO SE CARGUEN DE GLOTONERÍA P. Steven Scherrer, MM, ThD www.DailyBiblicalSermons.com Homilía del sábado, última semana del año, 29 de noviembre de 2014 Apc. 22, 1-7, Sal. 94, Lucas 21, 34-36 Las citaciones bíblicas son de Reina Valera, revisada 1960, si no indico otra traducción. “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” (Lucas 21, 34-35). Cristo quiere que vivamos sobriamente en este mundo, no en glotonería e indulgencia inmoderada en comida y bebida. Los placeres mundanos, como estos, nos hacen olvidar a Dios. Por esta razón Jesús nos enseñó que será difícil para un rico entrar en el reino de Dios, porque él está rodeado de la comida suntuosa, las golosinas, y los placeres mundanos, y por eso normalmente encuentra su deleite y placer ellos. Así el viene a ser dividido entre Dios y estos placeres mundanos y trata de servir a dos señores, Dios y las riquezas y placeres del mundo, lo cual es imposible (Mat. 6, 24). Este intento de servir a dos señores sólo divide su corazón, impidiéndole amar a Dios como debe, con todo su corazón, con un corazón indiviso (Marcos 12, 30). El amor de su corazón, en vez de ir directamente a Dios, es disipado y debilitado al ir en muchas direcciones diferentes. Puede ser obsesionado fácilmente con los placeres de la carne y del mundo, causándole olvidar a Dios. Por eso Jesús dice: “Difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mat. 19, 23-24). Todos estos placeres mundanos son como una red que nos atrapa y ata a la tierra para que nuestros corazones no puedan levantarse a Dios en oración. Cargan nuestros corazones. “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida” (Lucas 21, 34). Por eso las escrituras nos dicen que siempre debemos ser sobrios, vigilantes, y siempre prevenidos para la venida del Señor. “El fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios y velad en oración” (1 Ped. 4, 7). Debemos vivir dentro de la esperanza por la venida del Señor para estar siempre preparados por él. Así Cristo quiere que vivamos. “Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuando será el tiempo” (Marcos 13, 33). “Estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mat. 24, 44). Debemos dejar los placeres mundanos si queremos estar siempre preparados para el Señor. Así encontraremos el tesoro escondido, que es el reino de Dios dentro de nosotros. Sólo al renunciar a todo lo demás lo descubriremos. Esto es lo que el hombre que descubrió un tesoro escondido tenía que hacer para obtenerlo. Tuvo que vender todo lo que tenía y usar este dinero para comprar el campo en que el tesoro estaba escondido (Mat. 13, 44). Jesús está diciéndonos aquí que así tenemos hacer nosotros para entrar en el reino de Dios. Tenemos que renunciar a todo lo demás para tener un corazón verdaderamente desprendido de los placeres y tentaciones y obsesiones de este mundo para amar a Dios con todo nuestro corazón, con un corazón indiviso. Los placeres mundanos son como los espinos que ahogan una semilla para que no dé fruto (Lucas 8, 14). Como la semilla es ahogada por los espinos, así nosotros somos ahogados por la glotonería y la indulgencia en los placeres del mundo, para que nuestros corazones se carguen y no pueden levantarse hacia Dios. ¿Es esta la condición en que queremos estar cuando el Señor venga en las nubes del cielo con todos su santos en gran luz? Más bien debemos ser irreprensibles en el día de su venida, preparados, vigilantes en oración y cantando sus alabanzas (Prefacio 2 Adviento). Dios os confirmará “para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 1, 8). Por nuestra parte, tenemos que quitar los obstáculos y evitar las tentaciones que nos desvían y obsesionan. No queremos ser como la generación de Noé, porque “como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre” (Lucas 17, 26). Fueron cogidos desprevenidos y descuidados, disfrutando de la vida, olvidadizos de Dios, cuando súbitamente “vino el diluvio y los destruyó a todos” (Lucas 17, 27). Más bien “estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida” (Lucas 12, 3536). 2 Así, pues, debemos siempre vivir: prevenidos y vigilantes para la venida del Señor, evitando las tentaciones que nos desvían y obsesionan, y amando a Dios con un corazón indiviso, buscando todo nuestro deleite en él. 3