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Años de cátedra en Pisa y Padua. El prestigio de un profesor universitario Europa, siglo XVI pa asistió al surgimiento de nuevas formas de organización política, de cael último manifestadas tercio del siglo y la primera mitad del siglo XVI, Euronacional, porXV el afianzamiento del poder monárquico en Francia, Inglaterra, España y las posesiones de la dinastía Habsburgo, de origen germánico, gobernadas por la Casa de Austria. Tras la caída de Constantinopla, el imperio otomano dominaba Europa oriental; el inmenso reino de Polonia era una potencia feudal, y Rusia, heredera de la cultura bizantina, surgía como un estado moderno bajo el poder de los zares. Al norte, los reinos de Suecia y de Dinamarca controlaban el Báltico. Italia, dividida en pequeños estados, era apenas una denominación geográfica, pero las repúblicas de Venecia y de Génova eran potencias marítimas que comerciaban con Oriente y transportaban por el Mediterráneo productos textiles y alimenticios. Los viajes de exploración habían doblado la extensión del mundo conocido; cuarenta años después del descubrimiento de América por los españoles, se creaban los grandes imperios iberoamericanos. Las primeras expresiones del capitalismo manufacturero, el mercantilismo, el desarrollo de nuevas técnicas destinadas a la producción y la integración de América, África ecuatorial y el Extremo Oriente con la zona atlántica ponían de manifiesto la superioridad geopolítica y económica de Europa, que surgía a la modernidad como centro del mundo. El humanismo y el Renacimiento fueron manifestaciones complementarias, en lo cultural, de la ascensión del poderío europeo. En 1519 fue coronado Carlos V, emperador de un imperio Habsburgo en el cual "no se ponía el sol". La extensión territorial de los dominios imperiales lo convertían en el monarca más poderoso de Europa: a las posesiones españolas que ya gobernaba con el nombre de Carlos 1 (y que incluían las de ultramar y las obtenidas en Italia, como el Milanesado y el reino de Nápoles), se agregaba la sucesión del Sacro Imperio Romano Germánico, los Países Bajos y el Franco Condado, amén de territorios del norte africano. Mas gobernar tamaño imperio, verdadero rompecabezas geopolítico y cultural, sin lengua ni intereses comunes, no habría de ser sencillo; configuraba, más bien, una proeza. Pese a las riquezas que afluían de América, Carlos V heredaba una pesada deuda contraída con los banqueros Fugger, que habían apoyado su elección, y que crecía continuamente. Las rivalidades nacionalistas de los sectores que integraban sus dominios se manifestaban una y otra vez, dando lugar a interminables conflictos regionales, a la vez que los turcos musulmanes de Solimán el Magnífico, bajo cuyo sultanato el imperio otomano había alcanzado su mayor poderío, amenazaban por el este. En el Mediterráneo, los buques cristianos Durante rácter 75 eran constantemente saqueados por piratas del Islam cuya base de operaciones se hallaba en el norte de Africa, en particular en Argel. Criado en Flandes, Carlos V designó funcionarios de ese origen en cargos de alta responsabilidad, lo cual despertó la indignación y rebeldía de los españoles, temerosos de quedar subordinados a los Habsburgos alemanes. Durante su reinado aconteció la Reforma y se inició el Concilio de Trento, lo cual agravó la intransigencia de católicos y protestantes. En un principio, y según los deseos de Erasmo, Carlos V había intentado sin éxito fomentar el diálogo entre ambos bandos religiosos, mas luego acabó combatiendo a los protestantes (en particular en los Países Bajos). Sus esfuerzos para asegurar la paz interior en sus dominios y convertirlos en bastión de la cristiandad en materia religiosa y política, al modo de un nuevo Imperio Romano, resultaron un rotundo fracaso. Al fin, agobiado, dispuso la división del Imperio y abdicó: los nacionalismos habían triunfado. En 1556, su hijo Felipe, con el nombre de Felipe n, se hizo cargo del sector español, que incluía a Nápoles, Sicilia, Cerdeña y los Países Bajos. Su hermano Fernando, quien ya ejercía el poder en nombre del emperador, heredó en 1558 el sector germano, con sede en Viena. Ese mismo año, Carlos V murió en un monasterio. Desde entonces hubo dos imperios bajo el poder de los Habsburgo: el de España y el de Viena. Ambos permanecieron aliados, mas fue España, durante el reinado de Felipe n y hasta fines del siglo XVI, la que se consolidó como la mayor potencia europea. ~ Imperio Habsburgo RUSIA OCÉANO ATLÁNTICO El imperio Habsburgo de Carlos V. Al sector europeo es necesario agregar las posesiones españolas de ultramar. Adviértase la crítica situación geopolítica de Francia y la presencia, siempre amenazante, del imperio otomano. Las regiones indicadas en negro eran territorios de la República de Venecia. En 1556, Felipe 11se hizo cargo del sector español del imperio, que incluía a Nápoles, Sicilia, Cerdeña y los Países Bajos, y poco después Fernando de Habsburgo hizo lo propio con el sector restante, con sede en Viena. A partir de entonces hubo dos imperios bajo el poder de los Habsburgo: el de España y el de Viena. 76 EUROPA, SIGLO XVI Con el arribo de Carlos V al trono, el poder de los Habsburgo amenazaba la integridad de Francia, como se puede advertir en el mapa adjunto. Para colmo de males, el rey inglés Enrique VIII estaba casado con una española, Catalina de Aragón, lo cual presuponía la posibilidad de una alianza entre Inglaterra y el Imperio. La responsabilidad de impedir la penetración de los Habsburgo en Francia corrió por cuenta del rey Francisco I (protector de Leonardo da Vinci) y su sucesor Enrique II, quienes gobernaron entre 1515 y 1559, fecha esta última en la cual Carlos V había ya abdicado y muerto. La estrategia adoptada por Francisco I consolidó la monarquía absoluta en Francia: se trataba de fortalecer el poder interior y a la vez quebrar el poderío Habsburgo invadiendo territorios fronterizos, como los de Italia del Norte, y aun el reino de Nápoles, por medio de oportunas alianzas, según el momento, con gobernantes escandinavos, príncipes alemanes protestantes, los turcos de Solimán el Magnífico y el papa Clemente VII. Aunque Francisco I no logró extender las fronteras de Francia, su política impidió al menos que los Habsburgo quebrasen la integridad de su territorio. Su sucesor, Enrique 11, procedió de modo similar. Durante el reinado del muy católico Felipe II, en la segunda mitad del siglo XVI, la Contrarreforma tuvo en España una de sus expresiones más intransigentes. Fueron perseguidos por igual católicos disidentes y protestantes; los judíos y musulmanes conveliidos al catolicismo (morisco s) de quienes se sospechaba que aún profesaban sus antiguos credos, corrieron igual suerte. La Inquisición empleó allí los procedimientos más aberrantes, aunque, como hemos señalado, ya eran habituales desde fines del siglo XV, época de los Reyes Católicos y del infame Torquemada. A diferencia de Carlos V, su hijo subordinó la política a la religión y los intereses europeos a los de España. Si bien Felipe II logró la anexión de Portugal, no consiguió doblegar la insurrección en los Países Bajos, salvajemente reprimida con el auxilio de la Inquisición, situación que se prolongó luego de su muerte y habría de culminar con la formación de un sector católico, incorporado a España (la actual Bélgica) y de la protestante "República de las siete Provincias Unidas" (la actual Holanda), con capital en La Haya, cuya independencia fue reconocida por Francia e Inglaterra en 1596. Con el apoyo de estas potencias, los holandeses prosiguieron su lucha contra España, que de hecho admitió la condición de estado independiente de la República en 1609 y formalmente sólo en 1648. El nuevo y próspero país europeo se convertiría en el siglo XVII en un importante centro comercial, marítimo y cultural, con proyecciones colonialistas. En 1555, Felipe había contraído matrimonio con la princesa inglesa María Tudor (pues su padre pretendía así atraer a Inglaterra al catolicismo), lo cual parecía preanunciar una nueva amenaza para Francia; el rey Enrique II reaccionó declarando la guerra a España con el apoyo del papa Paulo IV y los turcos, mas finalmente se firmó la paz de Chateau-Cambrésis (1559), que obligó a los franceses a abandonar toda pretensión sobre Italia. Presa tentadora para sus poderosos vecinos franceses y españoles por su riqueza económica y cultural, amén de su posición estratégica, Italia había sido hasta entonces escenario de sangrientas guerras. Desde 1434 los Medici gobernaban la República de Florencia en nombre de las familias más poderosas de la ciudad, pero al convertirse en el Gran Ducado de Toscana, en 1569, la región ya estaba sometida al control de España. La paz de Chateau-Cambrésis aseguró la dominación española en el Milanesado, en Saboya, en el Piamonte y en el sur italiano (Nápoles, Sicilia y Cerdeña), gobernado por un virrey. Los estados pontificio s 77 (que al norte se extendían hasta Bolonia) continuaban bajo la férrea autOlidad de la Iglesia romana, que se aprestaba a lanzar la Contrarreforma. Sólo la República de Venecia, potencia mediterránea comercial y naval en perpetua rivalidad con la de Génova, conservaba vestigios de un régimen republicano. Era gobernada por un Dux (caudillo), elegido y controlado por un Senado o Gran Consejo representativo de una oligarquía constituida por unas quinientas familias. Al finalizar las guerras de Italia, gran parte de la península se hallaba por tanto bajo un doble influjo: la España de Felipe 11 en lo político y la de la contrarreformista Roma en lo religioso. En esas condiciones, se inició un período de relativa paz en la región. Subsistía mientras tanto el peligro turco. Una oportuna alianza de Felipe 11 con el papa Pío V y la República de Venecia, la Liga Santa, permitió obtener a la cristiandad una resonante victoria sobre los turcos en la batalla naval de Lepanto (1571), episodio que señala el inicio de la lenta declinación del imperio otomana. El éxito alentó la esperanza de hacer retroceder a los turcos hacia el este y expulsar a los piratas musulmanes que asolaban el Mediterráneo, pero los pragmáticos venecianos abandonaron la Liga y acordaron unilateralmente la paz y un tratado comercial con el sultán Selim 11. Luego se agravaron los conflictos de España con Inglaterra, gobernada por la enérgica Isabel 1, en plena expansión económica y con iguales pretensiones hegemónicas que las españolas. Las frecuentes incursiones de aventureros ingleses (como Francis Drake) en las rutas comerciales españolas y portuguesas, con el apoyo de la Corona, dieron lugar a una creciente rivalidad entre ambas naciones, agudizada por el apoyo inglés a los insurgentes de los Países Bajos. Finalmente, Felipe 11 trató de invadir Inglaterra con resultados desastrosos: su célebre "Armada Invencible" fue demolida en 1588. Con su muerte, diez años más tarde, comenzó la declinación de España en el escenarió político europeo y la expansión comercial y marítima de Inglaterra. Mas el "Siglo de Oro" habtÍa de dar todavía a luz la obras mayores de Cervantes, Lope, Góngora y Quevedo. Mientras reinaban Felipe 11 e Isabel I. en Francia se sucedían sangrientas guerras religiosas (1559-1598), interrumpidas por breves treguas. A comienzos del conflicto, un quinto de la población francesa adhería al calvinismo, sector que contaba con el apoyo material de Inglaterra y los alemanes protestantes. Los católicos, por su parte, recibieron el auxilio de España. Los intentos de conciliación entre ambos bandos por parte de una débil monarquía fracasaron: en 1562 el fanatismo religioso inundaba toda Francia. Diez años más tarde aconteció la trágica "matanza de San Bartolomé", en la que fueron asesinados miles de protestantes (hugonotes) y que dio lugar a la creación de una Unión calvinista, que se declaró independiente del rey. La unidad política de Francia estaba en peligro; el país, sumido en la anarquía. La resolución del conflicto y la pacificación sólo llegó a fines del siglo con el reinado de Enrique IV, protestante convertido al catolicismo y primer monarca de la dinastía borbónica, quien estableció las bases para el fortalecimiento político, económico y cultural de Francia en el siglo XVII. A contramano de la época y para disgusto de la Iglesia de Roma, en plena cruzada contrarreformista, el Edicto de Nantes (1598) reconoció los derechos civiles y políticos de los protestantes en un país oficialmente católico. El gobierno de Enrique IV, con la colaboración de su hábil ministro de finanzas, Sully, devolvió la paz y la prosperidad a Francia, a la vez que consolidó el poder de una monarquía centralizada que habría de evolucionar luego hacia el absolutismo. Al iniciarse el siglo XVII, la hegemonía que habían ejercido los 78 Habsburgo en Europa llegaba a su fin, en d~trimento del irresistible ascenso de Inglaterra y Francia. Esta fugaz travesía por la historia política europea, de la que da cuenta el cuadro adjunto, es atingente a la hora de considerar el contexto en el cual vivió y desarrolló su obra Galileo. Nunca abandonó Italia. Su vida transcurrió en el ámbito de dos estados italianos, la independiente y liberal República de Venecia y el Gran Ducado de Toscana, sometido éste a los intereses de España, pero los episodios más agitados de su actuación pública acontecieron en Roma, corazón de la Contrarreforma. Su conflicto con la Iglesia, y en particular el proceso al que fuera sometido en 1633 por la Inquisición romana, no está desvinculado de episodios que afectaban a una pieza más del rompecabezas geopolítico europeo: el papado. Todo lo cual quedará en evidencia más adelante. 79 El argumento de la torre invoca el movimiento vertical de la piedra con respecto a la Tierra y a la vez el movimiento de la Tierra con respecto al Sol. Se han "mezclado" sistemas de referencia: tal es el malentendido. Cuando se describe el fenómeno con respecto al Sol, vemos moverse solidariamente a la torre y la Tierra, pero también que la piedra no cae hacia el centro de ella (como afirmaba Aristóteles) sino que describe una parábola y acompaña horizontalmente a la torre hasta golpear el piso al pie de la misma. Esta conclusión resulta de adoptar una nueva teoría del movimiento, fundada en la existencia de movimientos inerciales, en lugar de la aristotélica. El Sol podrá moverse con respecto a una Tierra quieta en el centro del universo, o bien ocurrir a la inversa, pero no será con objeciones de este género que podremos decidirlo. No sabemos si en 1609 Galileo se hallaba en condiciones de presentar consideraciones como las anteriores, puesto que no publicó por entonces nada al respecto; insistimos en que nuestra exposición es una reconstrucción de los argumentos que emplearía en sus libros de madurez y que analizaremos más adelante. Los historiadores, por el contrario, han tenido que vérselas con manuscritos incompletos y desordenados. En los trabajos recientes de Stillman Drake y en particular en su mencionado libro Calileo at Work, el autor describe cuán ardua es esta tarea a propósito de su análisis de los manuscritos inéditos que se hallan en la Biblioteca Nacional de Florencia: fechas inciertas, intervención de copistas, superposición en una misma hoja de anotaciones con distintas grafías y realizadas en diferentes épocas, necesidad de recurrir al análisis de tintas y papeles, etc. Pero podemos asegurar, al menos, que Galileo se hallaba hacia 1609 en camino de formular una nueva mecánica inercial, compatible con el movimiento de la Tierra. Su adhesión al heliocentrismo había sido expresada ya públicamente y es necesario, para completar esta breve síntesis de su pensamiento durante su período paduano, que nos ocupemos de ello. Copernicanismo El primer documento en el que Galileo expresa sus simpatías por el heliocentrismo copernicano data de mayo de 1597; se trata de una carta crítica dirigida a cierto colega de la Universidad de Pisa, Jacopo Mazzoni, quien afirmaba erróneamente que el heliocentrismo era incompatible con el aumento del panorama estelar que acontece cuando se asciende a una montaña. Poco después llegó a sus manos el ejemplar del Mysterium cosmograPhicum de Kepler, en cuyo prefacio el autor declara entusiastamente su adhesión a la tesis de Copérnico. En realidad, Kepler había pedido a un amigo que distribuyera su libro entre "matemáticos italianos" en general, pero Galileo respondió de inmediato como si se tratara de un obsequio muy personal. Luego de agradecerle el envío como prueba de una futura amistad entre ambos y asegurarle que, si bien hasta el momento sólo había leído el prefacio, leería el libro a la brevedad, agrega que hace muchos años ya adopté la doctrina de Copérnico, y su punto de vista me permite explicar muchos fenómenos de la naturaleza que, por cierto, quedan sin exPlicación atendiendo a las hiPótesis más corrientes. Yo he escrito muchos argumentos en apoyo de Copérnico, y he refutado el punto de vista opuesto, escritos éstos que, sin embargo, 98 no me atreví hasta ahora a que viesen la luz pÚblica, temeroso de la suerte que corrió el propio CopéYllico, nuestro maestro, quien, aunque adquirió fama inmortal, es para una multitud infinita de otros (que tan grande es el nÚmero de necios) objeto de burla y escarnio. Kepler respondió a esta carta muy complacido, alegando la doble alegría de iniciar amistad con un italiano y de que ambos coincidieran en una profesión de fe copernicana. Confiaba en que Galileo leería su libro y le haría conocer su opinión ("prefiero la crítica más acerba de un solo hombre ilustre al aplauso aturdido del vulgo") y luego de aclarar que "nuestros verdaderos maestros son Platón y Pitágoras", instaba a Galileo a dar a conocer públicamente sus argumentos en favor de Copérnico, pues sería preferible que nos ayudásemos y que, con nuestros comunes esfuerzos, empujáramos hacia su meta este carruaje que ya está en movimiento. TÚ podrías ayudar a tus colegas dándoles la tranquilidad de tu acuerdo y la protección de tu autoridad. Porql~e no solo tus italianos se niegan a creer que están en movimiento porque no lo sienten; tampoco aquí, en Alemania, se hace uno popular sustentando tales opiniones. Pero existen argumentos que nos protegen de estas dificultades. ¡Ten fe, Galilei, y sigue adelante! Luego de invitarlo cortésmente a residir en Alemania si así lo deseara, Kepler rogaba a Galileo que le informara, al menos privadamente, acerca de los argumentos procopernicanos de los que afirmaba disponer. Pero Galileo nunca respondió y la correspondencia entre ambos se interrumpió hasta 1610. Para narrar la historia subsiguiente de estos ilustres y complementarios contemporáneos, ciertos historiadores, con virulencia digna de mejor causa, han dado batalla en favor de Kepler o de Galileo, según sus preferencias personales. Los primeros, como el escritor Arthur Koestler, atribuyen el silencio del profesor de Padua a su soberbia y a un orgullo herído por la velada insinuación de cobardía que se advertiría en la carta de Kepler. El partido progalileano, en cambio, pone el énfasis en que Galileo en realidad no disponía de argumentos realmente convincentes en favor de Copérnico y, sin ellos, se exponía a hacer el ridículo ante el público y ante el propio Kepler. Pero hay otra razón que explicaría su actitud. Kepler no conocía en absoluto la "ideología" galileana, alejada por igual del aristotelismo y del esoterismo neoplatonista, y la referencia del astrónomo alemán a una presunta tutoría intelectual común de Platón y Pitágoras debió parecerle a Galileo un despropósito. El Mysterium cosmographicum es un libro fascinante no por lo que afirma sobre el universo sino por lo que afirma sobre Kepler. Su carácter místico, su recurso a la numerología y su lenguaje incomprensible para quien no fuese un iniciado neo platónico debieron provocar en Galileo una gran decepción, y de allí su silencio. No existe documentación adicional que resuelva la cuestión sobre bases más objetivas. Estas declaraciones privadas, sin embargo, no nos dicen nada acerca de por qué Galileo adhirió al copernicanismo. A lo sumo puede arriesgarse una hipótesis histórica, que Stillman Drake ha explotado al máximo. Interesado por el problema de las mareas, asunto de la mayor relevancia para el gobierno veneciano, no habría hallado otra forma de explicarlas como no fuera admitiendo el doble movimiento de la 99 Tierra. Esto lo habría llevado a considerar seriamente la doctrina de Copérnico y sus implicancias mecánicas, orientando sus estudios en el sentido señalado anteriormente, esto es, tratando de crear una mecánica inercial compatible con el movimiento terrestre. Un bosquejo de la teoría de las mareas fue enviado por Galileo a su amigo Sarpi en 1595, dos años antes de que enviara la carta a Kepler. No se le conocen otras manifestaciones privadas o públicas acerca de su copernicanismo hasta 1604. En esa fecha apareció en el cielo una nova y Galileo dictó a propósito de ella tres conferencias públicas en las que afirmaba la pertinencia del estudio de la posición del nuevo astro a propósito de la cuestión cosmológica: la nova se hallaba en la región supralunar. Pese a admitir explícitamente que suscribía las opiniones de Copérnico, decidió por esta vez no participar abiertamente en una serie de polémicas que despertaron sus conferencias en el ámbito académico, a la espera de disponer de mayores evidencias. No dejó, sin embargo, de responder bajo seudónimo a. una crítica de su amigo Cremonini, quien, en un opúsculo que atribuía a otra persona, afirmaba que los procedimientos de medición válidos en la región sublunar no lo eran en el caso de aquellos astros donde reina el éter. Galileo replicó con un curioso diálogo entre dos campesinos, escrito en dialecto paduano, en el que uno de ellos ~ostiene que en tales casos no hay que seguir las instrucciones de los filósofos sino las de los matemáticos, habituados a medir, y a quienes les tiene sin cuida.: do si aquello que miden está hecho de éter o polenta (un horrible potaje de la . época). Ambos contendores, Cremonini y Galileo, comprendían que la cosmología aristotélica no podía presentar grietas aisladas sin riesgo para el edificio entero, pero sólo el primero se sentía en la obligación de protegerlo. Por lo demás, Galileo respondió a sus adherente s y a sus críticos de manera típicamente galileana, asegurándoles que pronto escribiría un completísimo libro sobre el tema. El año dél milagro En el verano boreal de 1609, Galileo tenía cuarenta y cinco años, se hallaba redactando un tratado sobre el movimiento que, esta vez sí, pensaba dar a la imprenta, y a la vez diseñaba una estrategia para abandonar la Universidad de Padua y acogerse a los favores florentinos del Gran Duque. Pero intervino la fortuna y un episodio incidental cambiaría la orientación de sus estudios y la de su propia conducta pública en el transcurso de los siguientes veinticinco años. En julio se hallaba en Venecia. Preguntó a Sarpi sobre ciertos rumores que circulaban por la ciudad acerca de un curioso instrumento, presuntamente inventado en Holanda, que permitía observar ampliados los objetos lejanos. Sarpi los confirmó. De regreso a Padua, supo que un extranjero se había entrevistado con miembros del gobierno veneciano y había ofrecido, a precio elevado, el artilugio en cuestión: un tubo de metal con dos lentes en sus extremos. Galileo supuso que una de ellas era convexa y la otra cóncava. Se instaló en su taller, comenzó a trabajar y a mediados de agosto disponía de un telescopio equivalente a nuestros actuales binoculares. Sarpi, a sabiendas de que Galileo se hallaba en camino de construir por cuenta propia el instrumento, recomendó al gobierno veneciano que rechazara la propuesta del desconocido. El 21 de agosto de 1609 Galileo presentó su telescopio ante el Senado de la República, cuyos miembros pudieron comprobar personalmente la eficacia del instrumento desde lo 100 alto del campanile de San Marcos. Tres días después, Galileo lo obsequió al Dux de Venecia, Leonardo Donato: con él, le aseguró en una carta adjunta, las naves de guerra venecianas podrían avistar las flotas enemigas mucho antes que el observador más entrenado. Complacido, el gobierno premió la donación con un contrato vitalicio y la duplicación de su sueldo. Poco después, en noviembre, Galileo ya había logrado construir un telescopio de unos quince aumentos y lo enfocó a los cielos. Lo que allí observó, un nuevo mundo, cambiaría radicalmente su propia historia y a la vez la historia de la ciencia. Pero no fueron éstas las únicas novedades que trajo el sorprendente año 1609. En Heidelberg, Alemania, Kepler publicaba su segundo libro, la Astranamia nava. La redacción del texto había finalizado cuatro años antes, pero una serie de conflictos con los herederos de Tico Brahe, a cuya muerte Kepler le sucediera como matemático imperial en Praga, demoraron la publicación del manuscrito. Un cuñado y ex ayudante de Tico se encargó de redactar el prólogo, en el cual recuerda que "todo el material (me refiero a las observaciones) fue reunido por Brahe". No faltaba a la verdad, pero eludía referirse a lo sustancial, el contenido del libro. Pues en realidad Kepler había llegado mucho más lejos que Brahe: había resuelto el R los planetas. 'i' «5:.. 40,-: ~~... ~__ m~_~_~ __ ¡;,.,..~_,~ J!IW ~ =~ -~_~WH;~~~_m_Mifn>!*'t!!¡fJW$ -'¡t~~¡:~:~~ s:. ilim"~~.~'" ,;.-I 0;04 .... \~ lA DEUDAlosDEhzstorzadores GALILEO Dzscuten 01-.(. t~ ,~w s ! ~2 ~ 1I~ o ~;e~~;~II:~ f,'~'''''~.''¡r2 CON lA CIENCIA MEDIEVAL "~~ ~é ~'~\~ ; ~t'~J] \.- i~ >- \f~;.. , ,~ Hacia fines que del siglo XIX predominaba la convicción de de quehis medioevo justificara una investigación en materia cia. Las catedrales, las epopeyas, la escolástica, poco tendrían que ver ~a. Eliminado abruptamente el yugo del oscurantismo clerical y el monopolio filosófico de Aristóteles por los nuevos héroes de la ciencia, Copérnico, Kepler, Galileo, Descartes, Newton, la revolución científica era concebida como una manifestación tardía y original del Renacimiento que poco debía al pensamiento de épocas anteriores. Un vacío de siglos separaba a Ptolomeo de Copérnico, a Aristóteles de Galileo. Luego sobrevinieron estudios históricos que habrían de modificar este ingenuo panorama. Sin duda es posible hablar de "oscuridad" en la Europa mediterránea en los siglos que siguieron a la caída del Imperio Romano de Occidente, pero luego del siglo X la Edad Media mostró, en particular como consecuencia de la recuperación del fondo documental grecolatino y el inicio simultáneo de una gran revolución en cuanto a medios de producción, una gran fecundidad científica, filosófica, técnica y artística. En particular, historiadores de la ciencia dedicados al estudio del período señalaron la importancia del pensamiento medieval para el desarrollo de la ciencia revolucionaria posterior, e incluso llegaron a creer, al poner en evidencia las argumentaciones de Buridan, Oresme y los mertonianos del siglo XIV, que la obra de Copérnico y Galileo no había sido otra cosa que una reelaboración creativa de una tarea llevada a cabo tres siglos antes por aquellos eruditos medievales. El principal defensor de esta tesis fue el tísico químico, filósofo e historiador de la ciencia Pierre Duhem, a quien se debe el redescubrimiento de la ciencia medieval y cuyos trabajos más im101