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Homilía pronunciada por S.E.R. Mons. Christophe Pierre Nuncio Apostólica de México TOMA DE POSESION DE S.E.R. MONS. OSCAR ROBERTO DOMINGUEZ C., M.G. OBISPO DE ECATEPEC Queridos hermanos en el Episcopado. Sacerdotes, consagrados y diáconos. Distinguidas autoridades. Muy queridos hermanos y hermanas en Cristo. Al quedar vacante la amada iglesia particular de Ecatepec luego de la renuncia presentada por S.E.R. Mons. Onésimo Cepeda Silva, su pastor durante 17 años, el Santo Padre Benedicto XVI ha querido, con paternal solicitud, designar como nuevo obispo de esta diócesis a S.E. Mons. Óscar Roberto Domínguez Couttolenc, M.G., quien movido por la obediencia que brota de la fe y del amor a Cristo y a su Iglesia, viene a gastar su entera vida al servicio de todos como sacerdote, amigo, Padre y Pastor. Viene como sucesor de los apóstoles para recibir “la herencia” que su predecesor deja en sus manos y que Mons. Oscar Roberto recibe con aprecio y con espíritu de discernimiento para, sostenido por la gracia del Espíritu Santo e iluminado por la experiencia acumulada durante sus cinco años de episcopado como Pastor de Tlapa, dar nuevo impulso a la tarea evangelizadora en esta tierra. Lo hace en un momento providencial al estar por iniciar el año de gracia, el Año de la Fe que el Santo Padre Benedicto XVI ha propuesto a toda la Iglesia. Hecho que ya, en sí, contiene una retadora y maravillosa propuesta: ir al encuentro y ayudar a que todo hombre y toda mujer encuentre a Cristo Jesús de manera personal e íntima; para que lo conozcan y se enamoren de Él, y para que verdaderamente, en consecuencia, lo sigan coherentemente. ¡Esto es tener fe! La designación de un obispo generalmente suele suscitar muchas y variadas expectativas; no solo en el pueblo de Dios, sino también en la sociedad, porque del nuevo obispo se esperan y prevén múltiples iniciativas, determinadas acciones, especificas posiciones. Pero, en realidad, -y conviene subrayarlo-, lo que en definitiva esperan Cristo, la Iglesia, la sociedad y el mundo, es que, a semejanza de Jesús, el obispo sea el Buen Pastor siempre dispuesto a dar su vida por las ovejas. Y tienen razón, porque si en la ordenación el obispo ha recibido el don del Espíritu por el que Jesucristo mismo se hace uno con él, es precisamente para que sea Buen Pastor de su rebaño; para que en su vida y en su acción refleje que aprende al estar, día a día, con su Maestro. Efectivamente, al igual que los Apóstoles, -ha recordado el Santo Padre- “también nosotros hemos sido elegidos para «estar con Él» (Cfr. Mc 3,14), acoger su Palabra y recibir su fuerza y vivir así como Él, anunciando a todas las gentes la buena nueva del reino de Dios” (a la CAL, 20.02.200); porque "el Señor (que) nos llama amigos, nos hace sus amigos, se confía a nosotros, nos confía su cuerpo en la Eucaristía, nos confía su Iglesia. Consecuentemente debemos ser de verdad sus amigos, tener con él un solo sentir, querer lo que El quiere y no querer lo que El no quiere” (13.V.2005). "Los Obispos, -nos dice por su parte la Lumen Gentium (n.22)-, presiden en nombre de Dios la grey, de la que son pastores, como maestros de doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno, de modo que (...), así de modo visible y eminente, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y actúan en lugar suyo ". El Señor, -recuerda a su vez el Documento de Aparecida -, llama a los obispos “a ser maestros de la fe y por lo tanto a anunciar la Buena Nueva, que es fuente de esperanza para todos, a velar y promover con solicitud y coraje la fe católica; (.. a) ser testigos cercanos y gozosos de Jesucristo, Buen Pastor” (n. 187). Ser -dice Aparecida-,_ testigos de Jesucristo. Testigos enviados a servir. Es este, de suyo, el fin último de todo ministerio en la Iglesia muy especialmente el del Obispo: ser servidor humilde y fiel de Jesucristo, servidor abnegado hasta la donación sin reservas en el amor total al pueblo que se le confía; servidor de la esperanza, de la comunión, de la reconciliación y de la paz. Pastoreo y testimonio que será auténtico y fecundo, sólo si a semejanza del Buen Pastor nace del amor total: "Yo doy mi vida por las ovejas", ha dicho Jesús. Dar la vida por las ovejas, ofreciendo la vida por Cristo. Es esto, lo sabemos bien, lo que ante todo Jesús espera de aquellos a quienes ha llamado a ser sucesores de los apóstoles: que sean sus amigos, o mejor, que sean "almas enamoradas" (Mane nobiscum Domine, n. 18), para, desde ahí, hacer del ministerio episcopal “un oficio de amor" (San Agustín, Iohannis Evangelium Tractatus 123,5), enseñando, santificando y rigiendo al pueblo de Dios desde la humildad y la abnegación, siendo maestros de la fe, mensajeros de la Palabra de divina, testigos obedientes de la verdad, custodios del depósito de la revelación, ministros de la gracia, de la vida y de la santidad, dispensadores de los sacramentos, del perdón, de la paz y de la verdad, particularmente ahí donde más fuerte es la presión de la cultura individualista que atiende a marginar toda apertura a la trascendencia. La Iglesia, queridos hermanos, ante todo en la persona de sus obispos es deudora de esta profecía de esperanza a un mundo angustiado por los problemas del sinsentido de la vida. Es deudora de esta profecía para el hombre que se siente derrotado por el mal y por la muerte; un hombre al que falta la esperanza y que vive en la oscuridad porque ha preferido dejarse llevar solo por los deseos. “Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza " (S.S. 44), y cuando se pierde la esperanza, el hombre se precipita en el sinsentido, cava su propia tumba, vive sin vivir verdaderamente. Qué gran reto para el obispo del hoy: ¡anunciar y llenar las mentes y los corazones, los ambientes y las culturas de la esperanza que no defrauda! Ser profetas de esperanza sin dejarse “intimidar por las diversas formas de negación del Dios vivo que, con mayor o menor autosuficiencia buscan minar la esperanza cristiana, parodiarla o ridiculizarla”. El envío y la tarea, querido hermano, que el Señor Jesús hace de ti y te confía a través del Santo Padre, son por demás retadores. Porque se trata de anunciar y ofrecer la Vida: tu vida y la vida de aquel que es la Vida; anunciarla y ofrecerla ni más ni menos que al hombre de esta nuestra actual cultura en la que se entrecruzan tantas vidas sin esperanza, incapaces de poder saborear la auténtica experiencia de amor; de “vidas” que transcurren sumergidas en las perennes angustias típicas de una sociedad autosuficiente y orgullosa, individualista y ansiosa del “tener”, en donde se es y se vive sin más horizontes que los de la inmediatez, y sin más ilusiones que las de los sueños efímeros que provocan oscuridad, en medio de la cual es urgente y necesario que Cristo, Luz del mundo, se haga tangiblemente presente. Hacer presente a Jesucristo, el único que sabe verdaderamente lo que es el hombre, para que la muerte que se anida en el corazón del hombre a causa del pecado sea vencida; para ofrecer a la persona humana la posibilidad de un giro radical en la concepción de su vida y de la historia de la humanidad: el giro del Amor infinitamente misericordioso de Dios, que proclamado, testimoniado, celebrado y practicado en y desde la comunión, se revela para todo hombre como el verdadero y único camino de vida plena y eterna. Como el Santo Padre Benedicto XVI lo ha evidenciado, el sacerdote y lo eres-, es aquel que está “de pie”, como el centinela que vigila; que está, por una parte, siempre atento a recoger los signos que Dios envía y, por otra, atento a las exigencias del pueblo que camina por la senda de la salvación. La tarea es retadora. Pero tú, hermano, sabrás sin duda apropiarte existencialmente del espíritu del salmo para afirmar sin titubeos: “El Señor es mi pastor, nada me faltará (...). Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad”. Querido Mons. Cepeda; amados sacerdotes, religiosas, religiosos y fieles laicos que han consagrado sus mejores energías a la evangelización de esta amada Diócesis de Ecatepec, en nombre de Cristo y de la Iglesia agradezco la labor realizada. El Señor, dueño de la mies, no sólo hará fructificar con abundancia su trabajo, sino que, además, será generoso en recompensar a cada uno. Por nuestra parte, de corazón queremos encomendarlos al Señor. Que Él les conceda ser siempre y en todo momento fieles discípulos, entusiastas apóstoles, y dinámicos misioneros y servidores de la fe. Que Él fortalezca incesantemente en ustedes la esperanza, la comunión y la obediencia a la Verdad, para que sean, siempre y en todo momento, testigos de esperanza que muestran a los hombres la fuerza que viene del Espíritu y del amor infinito de Dios. Mons. Oscar Roberto: en nombre de Cristo y de la Iglesia te exhorto e invito: ¡Toma el timón!; llama y convoca al rebaño que es sólo de Jesús, pero que Él confía a tu cuidado y guía. ¡Mantenlo en profunda y real comunión! Como Señor de la Historia, el Señor cuenta contigo para que en su nombre ofrezcas la verdad a los constructores de la sociedad, a los medios de comunicación, a los intelectuales, al mundo de la cultura, a las familias y a los hombres, a las mujeres y jóvenes que se dedican a los trabajos menos visibles, al mundo de la ciencia, del arte y del deporte, y para ofrecer su luz a quienes caminan en las múltiples formas de tinieblas. Que tu modelo, ideal y motivación sean siempre la figura del Buen Pastor que sale en busca de cada hombre y de cada mujer. Aquel que sigue al hombre hasta en sus desiertos y confusiones. Aquel que quiere cargar sobre sus hombros a la oveja perdida para ponerla a salvo. El verdadero Pastor, Jesucristo, a quien, junto a toda tu nueva familia diocesana hoy te encomendamos, para que te conduzca y te lleve, y para que te ayude a ser, por Él, en Él y con Él, el buen pastor de su rebaño en la amada tierra de Ecatepec. Haz tuya la exhortación del Santo Padre Benedicto XVI que dice: “acojan con corazón abierto a los que llaman a su puerta: aconséjenlos, consuélenlos y sosténganlos en el camino de Dios, tratando de llevarlos a todos a la unidad en la fe y en el amor, cuyo principio y fundamento visible, por voluntad del Señor, deben ser ustedes en sus diócesis (cfr. LG 23). Tengan en primer lugar esta solicitud con respecto a los sacerdotes. Actúen siempre con ellos como padres y hermanos mayores que saben escuchar, acoger, consolar y, cuando sea necesario, también corregir; busquen su colaboración y estén cerca de ellos, especialmente en los momentos significativos de su ministerio y de su vida. (Y) tengan la misma solicitud por los jóvenes que se preparan para la vida sacerdotal y religiosa” (21 .XI.2006). Que María Santísima, Madre y Señora nuestra, que acompañó con su maternal amor y con su oración los primeros pasos de la Iglesia, acompañe, sostenga e impulse el caminar de esta iglesia particular, obteniendo a todos la gracia y la fuerza constante del Espíritu de Cristo que les ayude a vivir, en fidelidad y alegría, su vocación de discípulos y misioneros, de miembros vivos de la Iglesia y de conscientes constructores de la “civilización del amor”, en marcha por la senda que conduce a la santidad plena. Así sea.