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Domingo 4º de Cuaresma, ciclo B
DIOS, EL PADRE, ES AMOR
por BRUNO FORTE
Una palabra hebrea expresa de la manera más densa la característica peculiar del
Dios del pueblo escogido, el Padre de Israel, se refiere al amor de Dios con la imagen
fuerte de las entrañas de una madre, rachamim. Dios está visceralmente enamorado del
ser humano: además de ser el Padre de la hesed, del amor de caridad fuete y fiel, el Dios
bíblico es también el Padre de la ternura y de la misericordia. [...]
El Dios de Israel es un Dios maternal, que conoce la ternura y tiene siempre los ojos
fijos en su criatura, porque la ha grabado en las palmas de sus manos. Este Dios es tan
maternal que se hace pequeño para que nosotros existamos: es lo que expresa la doctrina hebrea del zim-zum, el divino contraerse. La mística hebrea reconoce en ello el corazón del misterio de la creación: Dios se humilla y ofrece espacio a la existencia de sus
criaturas; Dios nos crea como mujeres y hombres libres ante Dios. Dios nos ama hasta el
punto de aceptar el riesgo de nuestra libertad, incluso de la libertad de decirle: «No te
reconozco». Esta es la humildad divina: el Dios bíblico es el Dios humilde, el Pare de las
misericordias, el Dios que se hace pequeño para que el ser humano exista.
Ese Dios desea del ser humano la teixuvà, palabra que se traduce por conversión y
que propiamente significa ‘retorno’. Dios desea que volvamos a su casa. Nos ha creado
libres por amor y en el amor espera nuestro retorno cuando nos hemos alejado de Él. [...]
El Dios, que se ha orientado al ser humano por amor, que se ha hecho padre y madre
con entrañas de misericordia es el Dios que vive la xekinah, es decir, que «planta su tienda» entre su pueblo, comparte su dolor y su alegría. El Padre de Israel es totalmente distinto al dios lejano, frío, ideológico, que abruma al hombre: es, en cambio, el Dios que
tiene rasgos de ternura incluso cuando juzga, porque el suyo es un juicio de verdad y de
amor, que te dice la verdad sobre ti mismo, porque te escruta y te conoce como nadie
más te podría conocer. Es el Dios padre-madre en la ternura y el perdón, en la misericordia y en la humildad, que nos hace libres para existir y adherirnos al pacto e incesantemente nos llama a la conversión, al retorno a su corazón divino, a fin de vivir con corazón
de hijos.
A este Dios, Jesús lo ha llamado abba, palabra de la ternura con que los niños se dirigían al padre y que también los adultos usaban para expresar confianza. Jesús fue el
primer judío que se dirigió a Dios con ese nombre: es la invocación llena de significado
que resuena en Marcos en la hora suprema del dolor, cuando todo parece hundirse y la
soledad es total, porque incluso los discípulos no han sido capaces de velar ni una hora
con él: Abba, Padre, todo es posible para ti; aparta de mí esta copa. Pero que no se haga
lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Esta es la revelación del Padre, en las manos del
cual confía su espíritu. Por tanto, el Padre de Jesús es el Dios capaz de salir de sí mismo
y de sufrir por amor a su criatura: no sólo el Dios humilde, el Dios de la compasión y de la
ternura, sino el Dios tan libre de sí mismo que paga el precio supremo del amor.
L’essència del cristianisme, Barcelona, Fundació Joan Maragall, 2002 (Cristianisme i cultura ; 39), 79-81
MONESTIR DE SANT PERE DE LES PUEL·LES