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con los secretarios de Educación (1963-2006), Pablo Latapí, una de las figuras más sobresalientes del ámbito educativo en México, destacó la importancia de la investigación educativa, explicando cómo puede y debe ser un instrumento para la toma de decisiones gubernamentales, en instancias como la Secretaría de Educación Pablo Latapí Sarre En Andante con brío. Memoria de mis interacciones Andante con brío Memoria de mis interacciones con los secretarios de Educación (1963-2006) Pablo Latapí Sarre La obra comienza con un repaso de las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado mexicano a lo largo del siglo XX, haciendo especial hincapié en la Cristiada y la persecución religiosa. Posteriormente, el autor relata algunas de sus experiencias más significativas, entre ellas las vividas durante sus años en la Compañía de Jesús. En la parte medular del libro, Latapí describe su interacción —a lo largo de más de 40 años— con 14 secretarios de Educación, de Jaime Torres Bodet a Reyes Tamez Guerra. Sin duda, uno de los elementos más valiosos de Andante con brío es el tono personal e íntimo; Latapí usó sus memorias y su Andante con brío Pública. experiencia para hacer de este libro un documento único y una contribución de gran importancia para la investigación educativa en México. La presente edición fue revisada, corregida y ampliada por el 9786071610140-forro.indd 1 PABLO LATAPÍ SARRE fue uno de los principales impulsores de la investigación educativa en México. Su trabajo lo hizo acreedor a distinciones académicas y premios, como el Nacional de Ciencias y Artes en el campo de las ciencias sociales en 1996. Su profusa obra abarca los temas de desigualdad educativa, valores humanos, filosofía de la educación y política educativa. El Fondo de Cultura Económica ha publicado La investigación educativa en México, El financiamiento de la educación básica en el marco del federalismo (en coautoría con Manuel Ulloa Herrero), Un siglo de educación en México (coordinador), El debate sobre los valores en la escuela mexicana y La SEP por dentro. Las políticas de la Secretaría de Educación Pública comentadas por cuatro de sus secretarios (1992-2004). nueva edición 9 786071 610140 Empastado. Ajustado para 260 pp. Lomo 1.4 cm + .6 ceja. Papel cultural de 75 g. Guardas: pantone 5435 VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO www.fondodeculturaeconomica.com autor antes de su fallecimiento en 2009. 6/11/12 10:03 AM VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO ANDANTE CON BRÍO PABLO LATAPÍ SARRE Andante con brío MEMORIA DE MIS INTERACCIONES CON LOS SECRETARIOS DE EDUCACIÓN (1963-2006) FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Primera edición, 2008 Segunda edición, 2012 Latapí Sarre, Pablo Andante con brío. Memoria de mis interacciones con los secretarios de Educación (1963-2006) / Pablo Latapí Sarre. — 2ª ed. — México : FCE, 2012 258 p. ; 21 × 14 cm — (Colec. Vida y Pensamiento de México) ISBN 978-607-16-1014-0 1. Latapí Sarre, Pablo — Vida y obra 2. Educación — México — Historia — Siglo XX I. Ser. II. t. LC LB422 V57 379.72 L137a Distribución mundial Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008 Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com www.fondodeculturaeconomica.com Tel. (55)5227-4672; fax (55)5227-4640 Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos. ISBN 978-607-16-1014-0 Impreso en México • Printed in Mexico ÍNDICE Nota a la segunda edición ............................................... Introducción .................................................................... Agradecimientos ............................................................... 9 11 17 I. Antecedentes ............................................................. El contexto político-religioso de México a partir de los años veinte................................... Antecedentes personales ......................................... 19 II. Los secretarios .......................................................... Jaime Torres Bodet (1958-1964) ............................ Agustín Yáñez (1964-1970) ..................................... Víctor Bravo Ahuja (1970-1976) ............................. Porfirio Muñoz Ledo (1976-1977) .......................... Fernando Solana (1977-1982)................................. Jesús Reyes Heroles (1982-1985) y Miguel González Avelar (1985-1988) ................... Manuel Bartlett Díaz (1988-1992) .......................... Ernesto Zedillo (1992-1993) ................................... Fernando Solana, José Ángel Pescador y Fausto Alzati (1993-1995) ................................ Miguel Limón Rojas (1995-2000) ........................... Reyes Tamez Guerra (2000-2006) .......................... 60 61 68 84 100 112 19 41 132 140 145 154 158 171 III. Reflexiones finales .................................................... 179 Sobre mi experiencia personal ............................... 179 Sobre la IE y las decisiones políticas ...................... 223 Epílogo: ¿valió la pena?................................................... 247 Referencias bibliográficas ................................................ 251 NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN Celebro que la primera edición de 3 000 ejemplares se haya agotado en pocos meses, tratándose de un libro destinado a públicos especializados. En esta segunda edición he hecho las modificaciones siguientes: por una parte, he corregido algunos datos erróneos (ninguno de trascendencia), que se deslizaron por inadvertencia o mi falta de memoria. Por otra, he ampliado la información sobre algunos temas siguiendo el consejo de varios lectores amigos. Concretamente, en cuatro puntos: doy más detalles acerca del estudio que elaboré en 1961 sobre el “texto único” y que nunca publiqué; preciso en qué consistieron mis colaboraciones con el secretario Jesús Reyes Heroles, que había pasado por alto; explico con mayor detenimiento el contenido de mis críticas a las universidades católicas, y amplío la información sobre el contexto social y cultural en el que se ubicaban mis acciones o investigaciones en favor de la justicia social y educativa. Estas ampliaciones, sin embargo, no exceden en conjunto unas seis páginas. El tema del libro, recuerdo a los lectores, se limita a un eje de mi actividad profesional: el de mis interacciones con los secretarios de Educación Pública; por esto no se explaya ni en la historia de la política educativa ni en la de la investigación educativa en México, temas que siguen en espera de sus historiadores. Deliberadamente no quise actualizar el libro incluyendo el periodo transcurrido de la administración de la SEP a partir de diciembre de 2006. Mi desacuerdo con el “arreglo político” establecido por el presidente Felipe Calderón con 9 10 NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación en detrimento de la educación nacional, la pobreza del Programa Sectorial 2007-2012, y las lamentables confusiones y precipitaciones de la Alianza por la Calidad de la Educación marcan muy negativamente, a mi juicio, el actual sexenio. Opino que será más conveniente esperar el término del mismo para proceder a un análisis más completo. PLS México, D. F., 2009 INTRODUCCIÓN Al llegar a una edad avanzada uno se pregunta qué servicio puede aún prestar a su país. Tengo 80 años; mi vida profesional se ha desarrollado en el medio de la investigación educativa (IE) como investigador y promotor de instituciones, y comprendo que más allá de eventuales investigaciones que todavía pudiera realizar, serían más importantes otro tipo de contribuciones, mientras tenga la capacidad mental para hacerlas. Precisamente por la edad es posible aportar reflexiones y apreciaciones de carácter más general, visiones históricas a partir de la propia experiencia o testimonios personales que de otra suerte se olvidarían. En esta perspectiva es donde se sitúa este libro, en el que me propongo reconstruir las relaciones que, a lo largo de 40 años y en función de mi trabajo, he tenido con varios secretarios de Educación Pública. No intento escribir mis “memorias”, lo que sería pretencioso y tendría otras implicaciones, sino sólo recuperar un eje interesante de mi vida profesional, pues la IE que desarrollé y promoví estuvo siempre enmarcada en mi relación con la política educativa del país y con las autoridades de la Secretaría de Educación Pública (SEP). El libro se aproxima al género de “memorias”, pero limitándose a un aspecto parcial, seleccionado entre otros varios posibles. Deseo contribuir, a través de las experiencias que he vivido, a que se comprenda mejor la política educativa y su relación con la IE. Hace 40 o 30 años esa relación estaba marcada por circunstancias particulares que han evolucionado con el tiempo; el contexto sociopolítico condicionaba las percepciones y las actuaciones de las autoridades 11 12 INTRODUCCIÓN de la SEP y las mías propias, y es conveniente dejar constancia de ello. El género autobiográfico tiene sus riesgos. El autor, limitado por sus recuerdos, puede caer en apreciaciones subjetivas que desvirtúen la realidad; sin pretenderlo, puede olvidar hechos importantes o “presentizar” excesivamente el pasado (pues de alguna manera es inevitable), moldeándolo al gusto de sus actuales valoraciones y deseos. Además, le será difícil no idealizar sus propias actuaciones. Nada garantiza que yo no incurra en estos riesgos, pero al menos los tengo presentes. Existe, además, otro escollo: la fuente principal de los relatos autobiográficos es la memoria del autor, que recuerda los hechos en cuanto resultaron significativos para él, esfumando con frecuencia fechas exactas y otras circunstancias que, sin embargo, conviene precisar en un texto escrito. Procuraré verificar las fechas de los hechos que refiero, pero advierto por adelantado que no siempre será posible. Respecto a acontecimientos del pasado más generales, como los relativos a la historia de la SEP o a las biografías de personajes públicos, supongo en los lectores suficiente familiaridad con ellos, pues no sería factible documentarlos en un texto no especializado en historia, como es el presente. Fundé el Centro de Estudios Educativos (CEE) en 1963, a los pocos meses de haber regresado de mis estudios de doctorado en Alemania.1 Desde el principio consideré que la investigación que deseaba promover debería estar guiada por ciertas orientaciones: enfocarse hacia la educación pública y, específicamente, hacia las políticas y decisiones que la determinan; ser pluridisciplinaria en su enfoque, 1 Recibí el título de la Universidad de Hamburgo a mediados de julio de 1963; al llegar a México, después de una breve etapa exploratoria, empecé a trabajar en la fundación del CEE, cuyas escrituras como asociación civil datan del 26 de noviembre de 1963. INTRODUCCIÓN 13 superando la concepción entonces en boga de que investigar la educación se reducía a profundizar en el aprendizaje de los alumnos o a hacer “psicología de la educación”; ser, además, rigurosamente científica, sin adoptar posiciones ideológicas que la sesgaran en sus presupuestos, motivaciones o resultados. Los sistemas educativos no solían entonces considerarse objetos de investigación; tampoco era usual que las decisiones de política pública se juzgaran por su relación con las fundamentaciones técnicas en que se basaban. Siendo entonces miembro de la Compañía de Jesús,2 al regresar de Alemania discutí ampliamente con mis superiores mi propósito de establecer el CEE. Ésta era una idea innovadora en la Provincia jesuita, cuyas obras educativas se centraban principalmente en seis colegios de enseñanza básica y la entonces incipiente Universidad Iberoamericana (UIA). Conté con superiores de amplia visión que, además, me tuvieron plena confianza. La Compañía de Jesús no me proporcionó ningún apoyo económico para la obra que me proponía crear; su financiamiento recaería sobre mí y requirió de un gran esfuerzo personal. Los dos primeros años los recursos provinieron de contribuciones generosas, siempre pequeñas, de empresas (muchas dirigidas por antiguos amigos o conocidos míos) que creían en la importancia de la obra; después el CEE dispuso gradualmente de otros ingresos por contratos de investigación con algunas universidades públicas o privadas, por la venta de sus publicaciones y por el apoyo de la Fundación Ford. Debo añadir 2 En la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús había seguido desde mi juventud el largo currículo de formación en Humanidades (tres años), Ciencias (un año), Filosofía (tres años) y Teología (cuatro años). Terminados esos estudios, realicé durante más de cuatro años los de doctorado (en Filosofía, con especialidad en Ciencias de la Educación), en las universidades estatales de Múnich y Hamburgo; recibí mi título de Doktor der Philosophie en esta última en julio de 1963. 14 INTRODUCCIÓN que mis colaboradores entendían la precariedad económica de la institución y aceptaron trabajar con sueldos siempre modestos; había una mística que creo logré transmitir a todos ellos para asumir sacrificios porque teníamos un compromiso personal con nuestro trabajo. Las tareas que emprendíamos se veían como pasos hacia objetivos sociales y humanos que todos asimilaban como propios. El CEE, por lo tanto, nació como una obra auspiciada por la Compañía de Jesús. Los bienhechores que tuvimos veían en mi presencia el aval de esta prestigiada orden religiosa. Esto nunca se ocultó, pero desde el principio insistí en que el CEE no debía ser confesional, sino una institución secular, rigurosamente científica y, a la vez, inspirada por los valores cristianos de servicio, veracidad, promoción de la justicia, defensa de los derechos humanos, solidaridad con los más necesitados y apertura a todas las maneras de pensar. Con la jerarquía eclesiástica no se tenía especial relación,3 aunque informé de nuestro trabajo en dos ocasiones al cardenal arzobispo de México, Miguel Darío Miranda, en visitas de cortesía. Esto no obstante, con el ánimo de evitar que en las esferas del gobierno se percibiese a la institución como provocadora, amenaza a la laicidad de la educación o defensora de las posiciones de la Iglesia en la educación, guardamos siempre las formas externas entonces habituales: en las publicaciones no se aludía a la relación con la Compañía de Jesús, a mí se me trataba siempre con mi título académico de “doctor”, y en el CEE (en cuyo personal había investigadores de diversas creencias) se evitaban celebraciones de carácter religioso. Las relaciones entre el CEE y la Provincia jesuita se normaron desde 1967 mediante un convenio privado en el que: 3 Las órdenes religiosas, como la Compañía de Jesús, están exentas de la jurisdicción de las autoridades diocesanas. INTRODUCCIÓN 15 a) se establecía que la Provincia proporcionaría el personal jesuita requerido; b) se garantizaba también que el director sería jesuita y que la Provincia estaría representada en su Consejo Directivo, y c) se establecía que los valores cristianos orientarían la institución. Los bienes patrimoniales pertenecían a la asociación civil (CEE, A.C.) integrada mayoritariamente por seglares, y en caso de disolución, se transferirían a otra asociación civil de objetivos semejantes.4 Por estas circunstancias peculiares, propias del contexto mexicano en esos años, mis relaciones con la SEP estaban condicionadas, indirecta, pero muy realmente, por las que había entre la Iglesia y el Estado mexicano, y ésta es la razón por la que trataré este tema en cuanto antecedente que debe tomarse en cuenta. El libro se estructura en tres capítulos. En el primero expongo algunos antecedentes que me parecen necesarios tanto en relación con el contexto político-religioso del país en esos años (los cincuenta y sesenta), como con mis actividades personales anteriores a la fundación del CEE en 1963. Ambos son indispensables para ubicar adecuadamente el asunto de este libro. El segundo capítulo recoge los hechos relacionados con mi interacción con los titulares de la SEP y procedo cronológicamente, sexenio por sexenio. Acompaño los hechos narrados de una reflexión sobre mi interacción con el funcionario en cuestión, la cual está generalmente centrada en tratar de puntualizar qué conocimiento especializado aportaba yo, ya fuese como crítico externo, ya como asesor dentro de la SEP. 4 Norma Georgina Gutiérrez Serrano publicó un estudio (1998: 13-38) que contiene serias inexactitudes respecto al carácter del CEE, las cuales señalé en un artículo (Latapí, 2000: 371-376): “Precisiones sobre los orígenes y primeros años del Centro de Estudios Educativos. Correcciones a un libro reciente”, Revista Mexicana de Investigación Educativa, vol. 5, núm. 10, julio-diciembre de 2000, pp. 371-376. 16 INTRODUCCIÓN En el tercer capítulo intento profundizar un poco más en las experiencias narradas. Me parece que a partir de mi caso se pueden derivar algunas conclusiones sobre el tema más amplio de la relación de la IE con la toma de decisiones en el rubro de la política educativa. El libro interesará, espero, a diversos públicos. A los historiadores de la educación mexicana les aportará elementos contextuales, en ocasiones novedosos, así como información sobre cómo se percibían en la SEP, en las décadas pasadas, algunos problemas del desarrollo educativo y las posiciones de los sucesivos gobiernos ante las críticas externas. A los investigadores de la educación, puede aportarles perspectivas que les permitan revalorar los inicios de la IE en el país. A los antiguos y actuales políticos y funcionarios relacionados con la educación, testimonios que pueden ser de interés. A los historiadores de la Compañía de Jesús en México, espero que también les aporte o refresque situaciones que revelan circunstancias características de las épocas aquí referidas. Y para aquellos a quienes interesa la relación entre la Iglesia católica y el Estado mexicano, el libro puede también ser una referencia testimonial. Paulatinamente —con altas y bajas— se va consolidando en México una sociedad civil más consciente de sus responsabilidades ciudadanas. Los actores de este proceso también encontrarán en estas páginas hechos que ameriten su reflexión. Ernst Bloch resumía así el sentido de hacer historia: comprender el pasado desde el presente, y comprender el presente desde el pasado. Ojalá logre yo contribuir, un poco, a ambos objetivos. AGRADECIMIENTOS Agradezco a mis magníficos amigos Carlos Muñoz Izquierdo, Sylvia Schmelkes y Felipe Martínez Rizo la acuciosa lectura del borrador de este libro y sus muy importantes observaciones; los errores y deficiencias son, por supuesto, sólo míos. Mi reconocimiento también a la licenciada Consuelo Sáizar, directora general del Fondo de Cultura Económica, por la acogida benévola que dio a mi manuscrito, y a Leonor Garrido por el profesionalismo con que corrigió mi texto y lo preparó para la edición. Agradezco también al Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM, donde trabajo, el haber podido desarrollar este ensayo como parte de mis actividades académicas durante 2007. Respecto de las citas bibliográficas, se adopta la manera de citar a autores “por referencias”, es decir, indicando en el texto sólo el nombre del autor, la fecha de publicación y el número de página, y presentando al final del libro la bibliografía completa, ordenada alfabéticamente. Sin embargo, en algunos casos ha parecido conveniente añadir en una nota al pie la referencia completa con todos los datos editoriales, para comodidad del lector. Es el caso de las publicaciones de la SEP o las mías, que son muchas, pues identificarlas en la bibliografía podría causar confusiones. 17 I. ANTECEDENTES EL CONTEXTO POLÍTICO-RELIGIOSO DE MÉXICO A PARTIR DE LOS AÑOS VEINTE Para comprender el contenido de este libro, y en particular las circunstancias y el contexto en que se situaron mis actuaciones desde 1963, es indispensable explicar —y lo haré con cierta amplitud en atención a los lectores menos familiarizados con estos temas— el clima político-religioso que imperaba entonces en el país. Al pertenecer yo a la Compañía de Jesús en esos años, mis actividades como investigador, fundador y director del Centro de Estudios Educativos (CEE) y articulista en la prensa se interpretaban naturalmente como propias de un miembro vinculado a la Iglesia (al “clero”, dirían los no católicos), y así lo eran en realidad. No se comprenderían mis relaciones con la Secretaría de Educación Pública (SEP) si se prescindiese de esa realidad que, además, me marcaba con una imagen social definida. Esto me obliga a referirme al conflicto Iglesia-Estado que seguía latente y se manifestaba muy especialmente en el ámbito de la educación. Este conflicto tenía como antecedentes inmediatos la política hostil a la Iglesia de los gobiernos revolucionarios, la lucha armada de los años veinte conocida como “la cristiada”, y los “arreglos” celebrados entre el gobierno y la jerarquía eclesiástica de 1929. Estos últimos determinaron el modus vivendi que caracterizó las relaciones entre la Iglesia y el Estado por varias décadas. Para los católicos que procuraban comportarse como tales y actuaban en algún sector de la vida pública, ese 19 20 ANTECEDENTES modus vivendi era una realidad cotidiana: consistía en un conjunto de reglas no escritas que normaban necesariamente la actuación tanto de los católicos (y de los sacerdotes y obispos) como de los funcionarios del Estado. A estos últimos ese modus vivendi les marcaba las conductas políticamente correctas, establecía los límites de lo permitido, interpretaba las leyes y prescribía los estilos de comunicación con el mundo eclesiástico; a las autoridades eclesiásticas y a los católicos en general ese modus vivendi les imponía múltiples comportamientos en la vida pública, sobre todo en su relación con el gobierno. Podríamos calificar de polarización ideológica el saldo que había dejado en la sociedad mexicana el conflicto político-religioso; ese “cisma permanente”, como lo calificó Vasconcelos,1 dividía —y todavía divide— a católicos y anticlericales en relación con la interpretación de nuestra historia, las características de nuestra cultura y nuestro proyecto como nación.2 El origen del modus vivendi El régimen colonial de la Nueva España se caracterizó por la estrecha unión de la Corona con la Iglesia católica, al grado de que con mucha frecuencia resultaba imposible distinguir cuál de las dos asumía o ejecutaba las acciones de gobierno. La justificación misma de la Conquista que se daban a sí mismos los reyes de España descansaba en “la propagación de la verdadera fe” y “la salvación de las almas 1 Así tituló Vasconcelos un ensayo que publicó en un libro-homenaje dedicado a Alfonso Reyes, editado por El Colegio de México; lo leí en Alemania y no he podido encontrar la referencia exacta. 2 Garciadiego (2006) profundiza en las divergencias de interpretación de la historia de México y hace ver cómo las profundas divisiones políticas del país se han manifestado en los respectivos credos históricos. ANTECEDENTES 21 de los indígenas”; era un régimen de “patronato real” que otorgaba a las autoridades eclesiásticas grandes privilegios, a la vez que delegaba en ellas importantes responsabilidades en el orden temporal; y, por otra parte, establecía privilegios de la Corona para intervenir en asuntos internos de la Iglesia. Este régimen de distribución de facultades por mutuos acuerdos se fue ampliando con el tiempo, al establecerse, por ejemplo, que disposiciones o decretos canónicos requirieran el placet regio para aplicarse en las Indias. Las reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII, tendientes a fortalecer al rey frente al poder eclesiástico, propugnaban que debía ser el soberano y no el papa quien tuviese la autoridad para actuar como vicario de Cristo en estas tierras (González, 1994: 15 y ss.). Desde la Independencia la Iglesia católica se mostró renuente a aceptar que el nuevo régimen le implicaba redefinir su posición institucional en la vida política del país y renunciar a privilegios que le habían sido propios en el régimen colonial. La confrontación con los gobiernos liberales, que a la postre triunfaron, estalló con la Reforma, al promulgarse las leyes que establecían la separación EstadoIglesia y proclamaban las tesis del liberalismo, repetidamente condenadas por la Santa Sede.3 Afirma un autor: El conflicto entre el Estado y la Iglesia selló para un siglo el destino del liberalismo. Éste tuvo que construirse en contra de su cultura religiosa y no con ella, como fue el caso para el liberalismo anglosajón. En México, a la intransigencia de la Iglesia católica respondió la radicalización liberal anticlerical […] 3 Pío IX (Acerbissimum, 27 de septiembre de 1852) condenó la separación entre Iglesia y Estado y se opuso a las “libertades” proclamadas por los regímenes republicanos; León XIII condenó la doctrina que establecía que la autoridad venía del pueblo y no de Dios. La modernización de los Estados nacionales del siglo XIX “se llevó a cabo no sólo sin el concurso de la Iglesia, sino incluso con su condena expresa” (González, 1994: 119). 22 ANTECEDENTES Una vez establecida la ruptura con la Iglesia, el liberalismo tuvo que emprender solo el camino de la reforma [Bastian, 1994: 33]. La confrontación Iglesia y Estado, sin embargo, quedó atenuada por varias décadas durante el Porfiriato, pues se prefirió dejar sin aplicar muchas de las disposiciones legales. Con la Constitución de 1917 el conflicto Iglesia-Estado no sólo renace sino se exacerba, al promulgarse varios artículos (3°, 5°, 27 y 130) abiertamente hostiles a la Iglesia e incluso contrarios a derechos humanos elementales: no sólo se desconocía jurídicamente a “las agrupaciones denominadas iglesias”, sino que se sometía a regulaciones a los ministros de culto, se prohibían los votos monásticos, se prohibía a la Iglesia organizar o dirigir escuelas y se pretendía someter la vida interna de la Iglesia a diversas disposiciones. La animosidad de los constituyentes más radicales se centró en la educación, pues juzgaban que la acción del clero promovía el fanatismo y el oscurantismo, no menos que la subversión contra el gobierno. El clero —“el más funesto y el más perverso enemigo de la patria” (constituyente Mújica)— debía ser eliminado del dominio de la enseñanza, no sólo imponiendo en la escuela pública un tajante laicismo, sino extendiendo éste a la enseñanza de “los particulares” en los niveles básicos y en la educación destinada a obreros y campesinos. Ya antes de la promulgación de la Constitución la jerarquía había respondido con diversas movilizaciones y con una carta pastoral colectiva “sobre la actual persecución religiosa y normas de conducta para los católicos” (noviembre de 1914), y al promulgarse la Constitución, con una enérgica protesta firmada por la mayoría de los obispos que ya residían en el exilio, protesta que había sido aprobada por el delegado apostólico y el papa (Meyer, 1978: vol. 2, 101).4 4 Además de Meyer (1978), en este apartado me baso en Villaseñor (1977), Blancarte (1994 y 1996), Meyer (1989) y Olimón (1992 y 1994). ANTECEDENTES 23 En este clima de violenta hostilidad y constantes recriminaciones sobrevino un incidente que hizo estallar la persecución y condujo al país a una verdadera guerra intestina. La protesta del arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez, desató la persecución por parte del gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno, la cual provocó nuevas manifestaciones de muchos obispos y elevó el problema a escala nacional. De 1917 a 1924 se gestó la organización de la defensa de la libertad religiosa y de la lucha cristera. Entre los múltiples incidentes que se produjeron en esos años (sobre todo en Jalisco, Colima, Michoacán, Guanajuato y Tabasco) destacan la expulsión del nuncio apostólico Filippi por Obregón (y de varios delegados apostólicos que lo sucedieron), el atentado con una bomba en la basílica de Guadalupe, las represalias del gobierno contra el propósito de construir una capilla en el Cerro del Cubilete, el Congreso Eucarístico Nacional de 1924 que se interpretó como provocación política, la organización (a través de la Confederación Regional Obrera Mexicana, CROM) de una iglesia cismática, el cierre de las escuelas católicas y, sobre todo, la llamada Ley Calles, que limitaba el número de sacerdotes y los obligaba a registrarse (Meyer, 1978: vol. 2, 125 y ss.). El 21 de abril de 1926 los obispos, con aprobación de Roma, dieron a conocer una pastoral colectiva en la que expresaban su enérgico non possumus y apelaban a una urgente reforma de la Constitución. El 2 de julio Calles publicó un decreto que definía una serie de delitos en materia religiosa que constituía una declaración de guerra (Meyer, 1978: 263). La respuesta del Episcopado fue la suspensión de cultos como acto extremo de protesta. A partir de este momento se multiplicaron los alzamientos armados y se extendió por una parte importante del territorio nacional una guerra que habría de durar tres años, con enormes costos políticos para el gobierno, pérdidas militares considera- 24 ANTECEDENTES bles y costos económicos para todo el país. Meyer (1978: vol. 3, 266) calcula las muertes cristeras entre 25 000 y 30 000, y las de soldados federales en 50 000; el desastre de la economía agrícola fue mayúsculo. A lo largo del conflicto armado de los cristeros se multiplicaron los intentos de negociación, los cuales desembocaron finalmente, en 1929, en acuerdos entre la jerarquía y el entonces presidente Emilio Portes Gil. Con la mediación del embajador de los Estados Unidos, Dwight W. Morrow, el delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores y el obispo Pascual Díaz Barreto5 sostuvieron conversaciones con Portes Gil y lograron que el gobierno aceptara y publicara en la prensa algunas aclaraciones que permitían a la Iglesia considerar que el conflicto quedaba superado en lo sustancial (Meyer, 1978: vol. 2, 340; véase también Villaseñor, 1977: passim). El presidente Portes Gil aseguró a los obispos negociadores que no era la intención del gobierno ni el sentido de la Constitución ni de las leyes destruir la identidad de la Iglesia ni intervenir en sus funciones espirituales, y respecto a ciertos artículos de la ley que, según él, se habían malinterpretado, declaró los puntos siguientes (que publicó la prensa el 22 de junio de 1929):6 1. Que el artículo de la Ley que determina el registro de los ministros (de culto) no significa que el Gobierno pueda re5 Pascual Díaz, por cierto, era jesuita. Había ingresado a la Compañía de Jesús siendo ya sacerdote, fue superior de la comunidad de la Sagrada Familia en la ciudad de México, y el Vaticano lo había nombrado obispo de Tabasco. Desde 1926 era secretario general del Episcopado mexicano; luego lo expulsaron a Guatemala y Texas. En 1929 fue llamado a Washington para preparar una solución a la situación de la Iglesia en México. A raíz de los “arreglos”, Roma lo nombró arzobispo de México (25 de junio de 1929). Arturo Reynoso, S. J., ha estudiado su persona y su actuación en una tesis (aún inédita) de historia, en la Universidad Iberoamericana (2003). 6 Citado por Antonio Rius Facius (1966: 441-442). ANTECEDENTES 25 gistrar a aquellos que no hayan sido nombrados por el superior jerárquico [sic] del credo religioso respectivo, o conforme a las reglas del propio credo. 2. En lo que respecta a la enseñanza religiosa, la Constitución y leyes vigentes prohíben de manera terminante que se imparta en las escuelas primarias y superiores, oficiales o particulares, pero esto no impide que en el recinto de la Iglesia los ministros de cualesquiera [sic] religión impartan sus doctrinas a las personas mayores o a los hijos de éstas que acudan para tal objeto. 3. Que tanto la Constitución como las leyes del país garantizan a todo habitante de la República el derecho de petición y, en esa virtud, los miembros de cualesquiera [sic] Iglesia pueden dirijirse [sic] a las autoridades que corresponda para la reforma, derogación o expedición de cualesquiera [sic] ley. Palacio Nacional, junio 21 de 1929 El Presidente de la República E. Portes Gil (rúbrica). El delegado apostólico, monseñor Ruiz y Flores, en declaraciones a la prensa ese mismo día, explicaba que las diferentes conversaciones tenidas con el presidente se habían llevado a cabo con buena voluntad y respeto y, como consecuencia de ello y por las declaraciones hechas por el presidente, “el clero mexicano reanudará los servicios religiosos de acuerdo a las leyes vigentes”. Por su parte, los dos jerarcas mexicanos manifestaron que estaban satisfechos con las declaraciones del presidente Portes Gil y que, por lo tanto, ordenaban al clero reanudar los servicios religiosos, con la esperanza de que esto condujera al pueblo mexicano, “animado por un espíritu de buena voluntad, a cooperar con todos los esfuerzos morales que se hagan para beneficio de todos los de la tierra de nuestros mayores” (ibidem). 26 ANTECEDENTES Éstos fueron los “arreglos”. Eran no sólo muy informales y frágiles, sino incompletos; dejaban fuera, entre otros, tres asuntos fundamentales: la derogación de la legislación hostil a la Iglesia que le negaba incluso toda identidad pública y jurídica, la devolución a la Iglesia de sus propiedades, y la garantía de amnistía a los combatientes cristeros. Los obispos negociadores se contentaron con las declaraciones publicadas y las promesas verbales del presidente Portes Gil, y el Vaticano lo aprobó. Después del 21 de junio de 1929, la jerarquía, con algunas excepciones, procuró que los cristeros depusieran las armas y las entregaran al gobierno, asegurándoles que éste respetaría sus vidas, lo que no fue verdad en numerosos casos. Muchos curas desalentaron la lucha armada y aconsejaron aceptar la nueva situación como principio de una solución al conflicto. La Iglesia reemprendió sus actividades y así se inició un periodo de coexistencia que puede denominarse “pacífica”, pero siempre tensa con los gobiernos en turno, situación que se denominó modus vivendi. La evolución posterior a 1929 El conflicto religioso seguía en pie a pesar de los “arreglos”, pues las leyes (algunos artículos fundamentales de la Constitución de 1917 y algunas leyes reglamentarias) no se habían derogado, pero se asumió como logro una especie de “separación amistosa de Iglesia y Estado”. En el fondo, el conflicto sólo había cambiado de forma: ahora el gobierno le reconocía a la Iglesia implícitamente su independencia, jerarquía y jurisdicción; la jerarquía se avenía a sujetarse temporalmente a las leyes fiándose de su “interpretación benévola”, según se le había prometido, y los católicos tenían derecho a reclamar si juzgaban que las leyes se aplica- ANTECEDENTES 27 ban injustamente y a procurar su derogación por las vías legales. En la práctica, la situación de la Iglesia era precaria y humillante, pues se siguieron aplicando la mayor parte de las disposiciones legales que vulneraban sus derechos. Los seminarios empezaron a reorganizarse con grandes penurias. Los sacerdotes, religiosos y religiosas tenían que vestir como civiles; muchas de sus obras debían ocultar su carácter religioso para evitar incautaciones o expropiaciones; para esto se recurría a “fachadas” laicas que las disimulasen. La presencia pública de la Iglesia quedaba profundamente disminuida; sus propiedades debían inscribirse como pertenecientes a algunos seglares amigos o a asociaciones civiles. En términos populares solía decirse que la Revolución había logrado “bajar del caballo a la Iglesia”, a diferencia de lo que sucedía en otros países latinoamericanos. La situación era particularmente difícil en el campo de la educación. El gobierno de Calles y los que le siguieron (Emilio Portes Gil 1928-1930,7 Pascual Ortiz Rubio 193019328 y Abelardo Rodríguez 1932-1934)9 fueron hostiles a la educación católica; se pretendió implantar medidas “desfanatizadoras”, como la educación sexual, sin medios pedagógicos adecuados; la laicidad escolar era interpretada no como neutralidad ante las diversas religiones, sino como una ideología antirreligiosa.10 Por parte de la Iglesia se prohibió a los católicos enviar a sus hijos a las escuelas públi- 7 Su secretario de Educación fue Ezequiel Padilla. Sus secretarios de Educación fueron Aarón Sáenz, Carlos Trejo Lerdo de Tejada, José Manuel Puig Cassauranc, Alejandro Cerisola y Narciso Bassols. 9 Sus secretarios de Educación fueron Narciso Bassols y Eduardo Vasconcelos. 10 Recuérdese el “Grito de Guadalajara”, discurso en el que Calles anunció el propósito del gobierno de apoderarse de la conciencia de las nuevas generaciones. 8 28 ANTECEDENTES cas y enseñar en ellas, y el gobierno intensificó sus medidas contra las pocas escuelas católicas que aún sobrevivían. El gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940),11 si bien menos agresivo en sus declaraciones, promovió desde el principio la reforma del artículo 3º para implantar lo que se llamó la “educación socialista”, con formulaciones desorbitadas (como que la educación procurase “el conocimiento racional y exacto del universo y de la vida social”) y disposiciones extremas hostiles a la Iglesia y a los particulares. La jerarquía eclesiástica reaccionó vivamente a estas medidas. Pío XI había publicado en 1931 la encíclica Divini Illius Magistri, en la que precisaba las atribuciones tanto de la Iglesia como del Estado y de los padres de familia en materia educativa. Ese mismo año el arzobispo de México, Pascual Díaz, publicó una instrucción pastoral en contra de “la laicidad absoluta” que se imponía como obligatoria en la enseñanza secundaria,12 y en 1934 otra instrucción pastoral sobre la importancia de la educación religiosa. Una importante mejora ocurrió con el régimen del presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946), quien públicamente se declaró “creyente” y procuró un “gobierno de unidad nacional”. A él se debió también que el artículo 3º fuese reformado a fines de 1945 con el fin de suprimir la orientación socialista, aunque las cláusulas hostiles a la educación privada siguieron vigentes. El texto de esa redacción, de la que fue autor Jaime Torres Bodet, ha seguido vigente, en sus orientaciones doctrinales, hasta el presente. Aunque las disposiciones legales fuesen a veces aplicadas con márgenes discrecionales de consideración por algunos funcionarios, la situación de la Iglesia en sus obras 11 Sus secretarios de Educación fueron Ignacio García Téllez y Guillermo Vázquez Vela. 12 Gaceta Oficial del Arzobispado de México, enero de 1931. ANTECEDENTES 29 educativas se asemejaba a la de una Iglesia perseguida, arrinconada y casi clandestina. Esto no obstante, desde 1940 hasta las reformas constitucionales promovidas por el presidente Salinas de Gortari en 1991 y 1992, la educación confesional se fue “normalizando” en su operación cotidiana; aunque eran ilegales, las escuelas católicas obtenían el reconocimiento oficial y muchas llegaron a ser las mejores del país por su calidad académica; en ellas era frecuente encontrar a hijos de muy importantes políticos. El mismo presidente De la Madrid era egresado de una de ellas. Interpretaciones del modus vivendi entre los jesuitas Los jesuitas mexicanos habían sufrido en carne propia los efectos de la persecución religiosa. Incluso tuvieron que establecer en los Estados Unidos su casa de formación.13 Sus superiores provinciales y muchos miembros de la orden participaron obviamente en las vicisitudes de esos años; recuérdese, entre otros, la suerte del padre Miguel Agustín Pro, fusilado sin proceso alguno. Muchos de los jóvenes que ingresaban a la orden en esos años provenían de medios católicos conservadores o cercanos a los cristeros o a la lucha por la libertad religiosa.14 El historiador jesuita José Gutiérrez Casillas (1981: 173) afirma que la Compañía de Jesús nunca adoptó una posición oficial respecto a los “arreglos” del 29: 13 Ysleta College, cerca de El Paso, Texas, funcionó como casa de formación de 1929 a 1951, año en que el colegio se trasladó a la ciudad de México. 14 Un caso notable es el del padre Heriberto Navarrete quien, antes de entrar como jesuita, había sido cristero y pertenecido al Estado Mayor del general Gorostieta, el principal jefe cristero; pero otros muchos habían tomado parte en acciones de respaldo a esta lucha y continuaban fieles a sus convicciones. Véase Navarrete (1973). 30 ANTECEDENTES la inmensa mayoría de los jesuitas apoyaba la defensa armada pero, al pasar del tiempo y aceptarse el modus vivendi [fue sólo] una minoría muy reducida [la que] considerándose mejor informada, siguió pensando que esa medida había sido errónea. No se llegó, sin embargo, al punto de la insubordinación. Puede decirse que la misma diversidad de opiniones entre los católicos conscientes respecto a los “arreglos” se reflejaba dentro de la Provincia: había quienes mantenían una posición intransigente y reivindicativa, y los que adoptaban una actitud más pragmática, considerando que era más importante adaptarse a la situación real; incluso había también quienes opinaban que, después de todo, resultaba saludable que la Iglesia careciese de todo poder y privilegio y viviese persecuciones, pues esto contribuía a su purificación al apartarla del poder y devolverle su carácter evangélico. Considero un hecho notable, que habla muy alto de la inteligencia y magnanimidad de la orden, que a los jesuitas en formación se nos dejara en plena libertad para establecer nuestro propio juicio. Se leían en público15 obras de historia de México de diversas orientaciones y se confiaba en el buen criterio que cada jesuita elaborase, sin temer la diversidad en un asunto tan complejo y discutible. Las interpretaciones del modus vivendi en la comunidad de Enrico Martínez Aunque el tema de la situación de la Iglesia en México me había siempre interesado, como es obvio, y aunque hubiese leído bastante sobre él en autores de diversa orientación, no 15 Era costumbre en las casas de formación que se leyeran obras importantes durante las comidas. ANTECEDENTES 31 me atrevo ahora a afirmar que en 1963 tuviese yo una posición perfectamente definida al respecto. Creo que entonces pensaba que, aunque los “arreglos” hubiesen sido un error de parte de la jerarquía, lo que importaba era situarnos en la realidad, trabajar en ella y procurar que la situación de la Iglesia mejorase para que cumpliese mejor su misión. Para comprender el contexto de la Provincia jesuita en el momento en que empecé mi trabajo (1963), quizá sea útil reconstruir cómo era la comunidad a la que se me adscribió, la llamada “casa de escritores”, situada en la calle de Enrico Martínez en el centro de la ciudad de México. En ella abundaban las personalidades; todos convivíamos en las comidas y en los momentos de recreación, y se llegaba a conocer las maneras de pensar, muy diversas, en temas como el que nos ocupa. En esta comunidad me relacioné por cinco años con: — el padre Alfredo Méndez Medina, veterano iniciador de movimientos sociales en México, organizador de la primera reunión nacional para impulsar el cooperativismo (llamada Dieta de Zamora, 1917) y fundador del Secretariado Social Mexicano dependiente de la jerarquía; — el padre Joaquín Cordero Buenrostro, quien había fundado y dirigido grupos de formación para universitarios (el Centro Labor, el Centro Lex y el Centro Bíos).16 También había fundado la Confederación de Escuelas Particulares en el Distrito Federal y el Secretariado de Educación de la Arquidiócesis; — el padre Joaquín Cardoso, muy activo escritor y fundador de varias revistas que se publicaban en la Obra Na16 Este último lo había iniciado el padre Martín Dauvergne (1869-1913), en el Colegio de Mascarones, en 1902; después lo dirigió un jesuita biólogo, Jesús Amozurrutia, hasta 1933; luego el padre Félix Lanteri, hasta 1940, y finalmente el padre Joaquín Cordero; éste lo anexó al Centro Cultural Universitario, que fue el núcleo inicial de la Universidad Iberoamericana; sigue activo hasta el presente. 32 ANTECEDENTES — — — — cional de Buena Prensa, institución fundada y dirigida por muchos años por el padre José Romero, quien ya había muerto; el padre José Bravo Ugarte, historiador muy profesional y respetado, quien representaba una visión de México y de la Iglesia realista y bien fundamentada; el padre Carlos de Maria y Campos, escritor de obras para jóvenes y de catequesis; el padre José Hernández del Castillo, escritor y colaborador en actividades pastorales, y el padre Francisco de la Maza, muy anciano, dedicado a actividades pastorales. A estos jesuitas de la vieja guardia, que habían vivido la persecución y estaban sumergidos en la compleja realidad político-religiosa del país, se sumaban otros tres, de una generación intermedia: — el padre Enrique Gutiérrez Martín del Campo, que acababa de ser rector del Instituto Patria y poco después sería nombrado provincial; en esos años apoyaba al Secretariado de Educación de la Arquidiócesis y era consultor del cardenal Miguel Darío Miranda. De sus ideas críticas sobre la educación privada daría testimonio, pocos años después, la decisión que tomó, siendo provincial, de cerrar el Instituto Patria; — el padre Luis Enrique Ruiz Amezcua, dedicado al campo de la ética para médicos y enfermeras, y — el padre David Mayagoitia, quien desde 1948 había establecido y dirigido la Corporación de Estudiantes Mexicanos, muy activa en la UNAM.17 Publicaba la revista Corporación. 17 Esta organización sucedió a la famosa Unión de Estudiantes Católicos (Unec), fundada por el padre Bergoend y dirigida después por los pa- ANTECEDENTES 33 Finalmente estaba el grupo de los más jóvenes, al que yo me incorporé: — el padre Wifredo Guinea, director de la Obra de Buena Prensa, quien más tarde habría de morir trágicamente, víctima de un secuestro; — el padre Antonio Serrano, pintor y artista, que colaboraba en Buena Prensa; — el padre Xavier Guzmán Rangel, creador de varias obras en beneficio de los estudiantes del Instituto Politécnico, y — el padre Enrique Maza, escritor y periodista. Había también dos hermanos coadjutores (es decir, legos): Francisco Lozano y Jesús García de Quevedo, que se ocupaban en diversas tareas. La mayoría de los miembros de esta comunidad había hecho sus estudios regulares de filosofía y teología en el extranjero, algunos en España, otros en Francia y Bélgica; otros habían realizado especializaciones en los Estados Unidos. Por esto existía una visión internacional; además, venían de visita o a pasar varios días con nosotros jesuitas de otras casas o países; por otra parte, el hecho de que los miembros de la comunidad tuviésemos contacto con muy diversas clases sociales era una gran ventaja para el conocimiento real del país. Era, pues, la de Enrico Martínez una comunidad rica en personalidades. Cuando se trataban temas relacionados con el modus vivendi —generalmente con ocasión de alguna noticia— era fácil advertir un abanico de posiciones. Los de más edad tendían a las más críticas por razón de las experiencias que habían vivido; los jóvenes, en genedres Jaime Castiello (1937) y Enrique Torroella; suspendida por la jerarquía en 1945. En ella se formaron algunos de los miembros fundadores del Partido Acción Nacional. 34 ANTECEDENTES ral, se inclinaban por las más pragmáticas. Pero no recuerdo ninguna discusión apasionada por ninguna posición; todos parecían comprender que era un problema complejo y de no fácil solución.18 Incomunicación, suspicacia, hostilidad y simulación Estos cuatro sustantivos resumen la relación enfermiza que se advertía, en los años sesenta, entre la Iglesia y el gobierno mexicano, principalmente en el medio educativo. Del lado de la Iglesia las heridas no habían cicatrizado. Se venía trabajando, desde los cuarenta, en construir y expandir un sistema educativo privado (tanto para las clases medias como para las más desposeídas), en muchos aspectos al margen de la ley y enfrentando continuos obstáculos de las autoridades. De parte del Estado continuaba el distanciamiento receloso; por un lado, había conciencia de la amplia base social y la vasta red organizativa de que disponía la Iglesia, y por otro, se guardaba memoria de las reacciones de hostilidad de la jerarquía en las últimas décadas. Incomunicación Sin canales institucionales de comunicación entre ambos medios, los contactos eran casuísticos y esporádicos. Formalmente las escuelas católicas procuraban cumplir las instrucciones recibidas de la Secretaría de Educación Pública y los requisitos necesarios; los supervisores verificaban que así fuese. En otro ámbito, quienes de parte de la 18 Consúltese Barranco (1996: 39 y ss.). ANTECEDENTES 35 Iglesia deseaban conocer los proyectos del gobierno que pudieran afectarlos (como la Comisión de Educación del Episcopado,19 o el secretariado de la Arquidiócesis de México,20 o la Federación de Escuelas Particulares del Distrito Federal)21 tenían que recurrir a intermediarios de carácter clandestino. Dos nombres me vienen a la memoria, ambos cercanos a jesuitas que trabajaban en obras educativas: una maestra y técnica en educación, Eulalia Benavides de Dávila, que estaba en la SEP y tenía acceso a información importante dentro de ella, y el licenciado Javier Piña Palacios, a la sazón al frente del departamento jurídico de la misma SEP; ambos transmitían al medio eclesiástico advertencias sobre programas o planes que pudiesen afectar a la educación católica. Los contactos con ellos, sin embargo, debían mantenerse en gran sigilo y eran sólo orales, debido a lo delicado de la situación. Otro contacto que me fue de alguna utilidad al iniciar mis actividades en el CEE fue el de Emma Godoy, maestra muy reconocida en el medio oficial, poetisa y católica practicante. La consulté sobre mis planes de fundar el CEE, aprovechando que había alguna relación entre su familia y la de mi madre. Ella no pareció comprender lo que el CEE aportaría desde el ángulo de la investigación; más urgente le parecía trabajar directamente en la formación de maestros, sobre todo de las maestras que, siendo católicas, se desempeñaban en escuelas oficiales, y recomendaba proporcionarles asistencia pedagógica y pastoral. 19 Esta comisión era presidida en los años sesenta por el obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo. 20 Dirigido en esos años por dos sacerdotes diocesanos: Luis Hernández y Faustino Cervantes Ibarrola. 21 Los presidentes de esta federación solían ser salesianos o maristas. 36 ANTECEDENTES Suspicacia y hostilidad En el medio educativo católico predominaba una actitud generalizada de suspicacia ante el Estado, fundamentada en los hechos recientes y que, además, era recíproca. Aunque la SEP no era homogénea ni sus funcionarios o los maestros constituyesen un bloque anticlerical, el discurso público sí se caracterizaba por su tono hostil a la Iglesia. Había ciertas premisas axiomáticas que normaban la relación con las escuelas confesionales; se las veía con recelo y se interpretaban como intentos de dominio, nunca como oportunidades de colaboración. Se temían los recursos humanos de que la Iglesia podía disponer y las simpatías de que gozaba en amplios sectores de las clases acomodadas. Era imposible pensar que se organizase un debate público sobre estas cuestiones con ánimo de derribar prejuicios. Los temas de disenso eran muchos: las interpretaciones de la laicidad escolar, el derecho de los padres de familia a la educación de sus hijos, las atribuciones del Estado y de la Iglesia en este campo, y no se diga el tema polémico de la historia del país. Muchos años antes, en 1952, el padre David Mayagoitia, ya mencionado, había organizado en Guadalajara un Congreso de Cultura Católica que, independientemente de su contenido, cumplió con la función de recuperar un espacio público para la Iglesia y mandar un “globo de prueba” que explorara las reacciones gubernamentales ante esta manifestación eclesiástica. Simulación La situación era contraria a la realidad de la sociedad mexicana y, en consecuencia, suscitaba reacciones de simulación por ambas partes. En la parte oficial, los inspectores ANTECEDENTES 37 que visitaban las escuelas particulares y conocían perfectamente su carácter religioso aparentaban no darse cuenta de las violaciones a la ley (incluso, por ejemplo, de la existencia de capillas en algunos colegios); les bastaba consignar que se cumplían formalmente los requisitos legales. No pocos funcionarios de alta jerarquía de la SEP enviaban a sus hijos a escuelas confesionales, aunque el hecho debía sustraerse a los medios de comunicación. Por parte de las escuelas católicas se aceptaba que los religiosos que en ellas enseñaban asegurasen por escrito, como se les exigía, que no eran “ministros de culto”22 y que ajustarían su enseñanza al laicismo prescrito. Se evitaba la indumentaria propia de religiosos vistiendo todos de civil; se escondían libros e imágenes religiosas que pudiesen ser comprometedoras; sin embargo, se organizaban misas y otras ceremonias religiosas fuera del local de la escuela, lo cual sucedía también, por cierto, en algunas escuelas oficiales. Era, por lo tanto, una situación de mentiras sociales mutuamente consentidas en beneficio de la convivencia pacífica, mentiras impuestas por la realidad. Lo que sucedía en el sector educativo también ocurría en otros campos de la vida pública. Muchos funcionarios de altos puestos procuraban que sus lealtades a la Iglesia no fuesen conocidas y se ocultaban para asistir a misa. Matrimonios de hijos de presidentes o secretarios de Estado muchas veces debían celebrarse de modo que pasasen inadvertidos ante los medios de comunicación. Estas ambigüedades y simulaciones se aprendían por ósmosis y acoplarse a ellas era necesario para sobrevivir. Ésta era la “peculiaridad mexicana”. 22 Los religiosos no eran necesariamente “ministros de culto” en sentido estricto; si eran sacerdotes, podían además asegurar que, en cuanto enseñantes, no eran ministros de culto. Por otra parte, no dejaba de ser contradictorio que el Estado laico, que desconocía toda personalidad jurídica a la Iglesia, tuviese que apoyarse en el dictamen dado por ésta sobre el carácter de ministro de culto de una persona. 38 ANTECEDENTES Mejoramiento del clima Iglesia-Estado en los últimos años El conflicto religioso de México ha entrado en una etapa diferente. Influyeron no sólo las reformas constitucionales a los artículos 3° y 130 en 1991 y 1992, el establecimiento de relaciones diplomáticas con el Vaticano y los repetidos viajes del papa Juan Pablo II a México aceptados por el gobierno, sino también cambios graduales en la sociedad mexicana, dentro del propio gobierno y de la Iglesia, procesos que no es posible analizar en este breve espacio. Lentamente se han ido imponiendo actitudes de mayor respeto y tolerancia en ambas instituciones. La elevación del nivel educativo de la población ha contribuido a que, aun en medios otrora intransigentes y fanatizados, impere hoy un clima más civilizado respecto a la libertad religiosa y otros derechos humanos, se acepte en la práctica el pluralismo religioso y se adviertan avances hacia una convivencia democrática. La Iglesia, después del Concilio Vaticano II, ha bajado el tono a su pretensión de imponer “la verdad” y ha acentuado su misión de acompañamiento a los seres humanos; el Estado, a su vez, ha restado relevancia a su antiguo discurso doctrinario y antepuesto sus preocupaciones por el desarrollo económico y la competitividad en el plano internacional. Las nuevas generaciones de mexicanos viven de otra manera sus convicciones y lealtades. En contrapartida, hay que señalar que la nueva cercanía entre Estado e Iglesia ha traído consigo un juego político de intercambio de conveniencias, a veces mediante pactos privados que pueden interpretarse como una recíproca complicidad en la que cada parte utiliza a la otra. Aunque hay que confiar en que llegaremos a superar el conflicto religioso (como lo ha logrado, por ejemplo, Francia, que hoy interpreta la separación Iglesia-Estado de 1905 y su laicidad escolar de maneras más conciliadoras y ANTECEDENTES 39 constructivas), todavía surgen dolorosas evidencias de que sigue latente. Recientemente23 la Arquidiócesis de México declaró que preparaba una iniciativa para reformar los artículos 3°, 24 y 130 de la Constitución y la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público con el fin de que se reconozcan varios derechos de la Iglesia y “haya una verdadera libertad de religión”. Concretamente mencionó los siguientes derechos: el voto pasivo de los ministros de culto (es decir, que puedan ser votados); a expresar sus opiniones en materia política y a asociarse con fines políticos; a que las asociaciones religiosas posean medios de comunicación masivos; a que en las escuelas públicas se den clases de religión si así lo solicitan los padres de familia, y a que las Iglesias reciban subsidios públicos mediante la recaudación de un impuesto especial que recogería y distribuiría el Estado. En el trasfondo de estas demandas está, según aparece en las declaraciones de la Arquidiócesis, no sólo el rechazo a los procesos históricos de secularización de la vida pública que se ha dado en los países de Occidente a partir de la Ilustración (y que en México ha sido sumamente conflictivo), sino el propósito de pugnar por una concepción del Estado diferente: se habla de un “Estado aconfesional” que vendría en sustitución del “Estado laico”. Un Estado aconfesional sería neutral ante las diversas confesiones religiosas, pero con él se borraría la clara separación de los órdenes político y religioso que es tan característica del Estado laico. Estos hechos muestran que algunas autoridades eclesiásticas de la más alta jerarquía todavía alimentan pretensiones de poder que alterarían el actual equilibrio en las relaciones Iglesia-Estado. Aún estamos lejos, por lo tanto, de lograr una relación armoniosa entre el Estado y la Iglesia 23 Véase la prensa de las dos primeras semanas de julio de 2007. 40 ANTECEDENTES en México. Por otra parte, a mí, como católico, me resulta significativo comprobar que el concepto de Iglesia que está detrás de estas demandas de la Arquidiócesis es el de una institución que procura asegurarse el máximo de garantías jurídicas y políticas posibles. Ésta fue históricamente la Iglesia del “universo de cristiandad” medieval, o la de la Colonia en la Nueva España, cuando Iglesia y Corona se confundían en el ejercicio del poder y el disfrute de sus beneficios. Querer regresar a esta Iglesia es un error histórico y político, además de una incoherencia con las posiciones del Concilio Vaticano II. A los católicos que vamos depurando nuestra idea de Iglesia en la dirección contraria —como una comunidad de fieles en la fe cuya seguridad no estriba en el poder temporal, sino en la confianza en Dios, como aparece en el Evangelio— nos chocan profundamente estas demandas de la jerarquía eclesiástica.24 Ante este tipo de comportamientos pienso, con otros católicos, que “estábamos mejor cuando estábamos peor”. Hay una tensión entre Iglesia-comunidad e Iglesiainstitución;25 ambas mostrarán siempre las lacras de la condición humana, pero en la Iglesia-comunidad es más fácil que se preserve el espíritu del Evangelio; en la Iglesiainstitución (cuya necesidad ni niego ni repruebo) este espíritu se ve sofocado por intereses humanos que le son contrarios. Veo con cierta nostalgia otros tiempos en que la Iglesia mexicana, acosada y desamparada, vivía más puramente su esencia como comunidad de fe, estaba más cerca de los pobres, entendía mejor su misión de anunciar el Evan24 El presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, Emilio Álvarez Icaza, preguntaba en la prensa al cardenal Rivera: “¿No sería mejor que en vez de preocuparse por defender los derechos de los ministros de culto, estuviese usted preocupado por defender los derechos de los pobres, mucho más violados —y más importantes— que los de los primeros?” 25 Recuérdese la distinción entre Gesellschaft (sociedad) y Gemeinschaft (comunidad) de Ferdinand Tönnies. ANTECEDENTES 41 gelio y constituía un testimonio humilde de la esperanza cristiana.26 ANTECEDENTES PERSONALES Hay otro tipo de antecedentes que parecen necesarios para comprender la materia de este libro: los de carácter personal. Seleccionaré algunos hechos significativos que muestran cómo se fueron afinando mis preferencias por la investigación sobre la educación y la política educativa. Algunos primeros pasos (1957-1963) Cursaba yo mis estudios de teología en la ciudad de México (1954-1957) cuando visitó México un jesuita, cubano de origen, de nombre Manuel Foyaca, que tenía el encargo del padre general de la Compañía de Jesús de promover la fundación de Centros de Investigación y Acción Social (CIAS) en América Latina y, para lograrlo, de seleccionar jesuitas jóvenes que se preparasen en áreas académicas idóneas, principalmente en sociología y economía. En esa ocasión decidí preparar un pequeño estudio sobre la situación de la educación en México y lo presenté al padre Foyaca indicando mi deseo de realizar “estudios especiales” (término usado para estudios adicionales de especialización) en el área de educación. Mi trabajo era bastante rudimen26 La problemática de la relación Iglesia-Estado es social y políticamente compleja, y las soluciones que le han dado los países occidentales están condicionadas por sus respectivas tradiciones. En México la reciente legislación ha optado por un régimen de “separación” entre ambas instituciones, confiriendo a “las Iglesias” el estatus de “asociación religiosa”, las cuales no son ni públicas ni privadas sino sui géneris. En el caso de la Iglesia católica interviene, además, la circunstancia adicional de que su autoridad suprema, el papa, encabeza un Estado, el Estado Vaticano, con el cual se establecen relaciones diplomáticas. 42 ANTECEDENTES tario; lo había realizado con la escasa información de que disponía. Presentaba un resumen estadístico del sistema educativo mexicano y un diagnóstico en el que se sugerían algunas causas de las deficiencias, con el fin de concluir que la Iglesia y la Compañía de Jesús, a través de los futuros CIAS, deberían asumir nuevas responsabilidades en el campo educativo, lo que suponía contar con personal especializado. El estudio, por cierto, aunque elemental, cumplió su cometido; se me aceptó como miembro del futuro CIAS de México y, en esa calidad, se me envió a estudiar un doctorado a Alemania. Esa filiación al CIAS cambió posteriormente al consolidarse el CEE como institución especializada en investigación educativa (aunque siempre mantuve estrecha relación con los jesuitas mexicanos asignados al CIAS). Un hecho revelador, que hace al caso, es que en ese ensayo cuestionaba la eficacia de la escuela católica en la formación de los jóvenes y destacaba, sobre todo, que por atender las escuelas católicas como fórmula prioritaria, la Iglesia había abandonado el trabajo con los educadores del sistema público de enseñanza. Argumentaba, en términos eclesiásticos, que al estar bautizados todos los niños o jóvenes mexicanos tenían derecho a ser educados en su fe, derecho que no se satisfacía principalmente porque los recursos docentes de las órdenes religiosas se concentraban en las escuelas confesionales. También esbozaba una posible estrategia alternativa para el trabajo educativo de la Iglesia, que consistía en establecer “centros para escolares” dependientes de las parroquias, que estarían plenamente dentro de la ley. Esos centros tendrían tres objetivos: apoyar pedagógicamente a los alumnos y maestros, sobre todo de las escuelas públicas; introducirlos a algún oficio sencillo con apoyo de maestros locales (como carpinteros, electricistas, costureras o mecánicos), y ofrecer formación religiosa para aquellos alumnos cuyos padres lo deseasen. ANTECEDENTES 43 Esta visión crítica no gustó al padre Enrique M. del Valle (ex provincial y a la sazón maestro de novicios), a quien di a leer mi estudio; recuerdo que discutimos este punto con respeto por ambas partes. Narro esto como muestra de que, desde esos años, había madurado en mí (por qué razones, no lo sé con precisión) el propósito de dedicar mis esfuerzos a la educación pública, desde la investigación. Una entrevista con Vasconcelos Como parte de este propósito decidí conocer personalmente a José Vasconcelos. Yo había leído desde mi adolescencia varios de sus libros: su Breve historia de México y casi todos sus volúmenes autobiográficos y, aunque su personalidad me suscitaba juicios encontrados, comprendía que era un personaje excepcional en la historia del país, y que su visión de la educación, como fundador de la SEP, había orientado nuestro desarrollo en este campo.27 Vasconcelos había regresado a México en 1940, después de largos años de autoexilio por los Estados Unidos, Europa, Asia y América Latina. Para el régimen priista era una figura incómoda (más, sin duda, por su “giro a la derecha” que por haber encabezado la insurrección de 1929 tras las elecciones de ese año). Algunos presidentes lo trataban con cierta lástima y, en ese momento, a fines de 1957, ocupaba el puesto secundario de director de la Biblioteca México, en La Ciudadela, sin duda para asegurarle un modesto ingreso. Él completaba su sueldo con colaboraciones periodísticas (no recuerdo si en el semanario Hoy o en Mañana) que yo solía leer. Al pedir la cita, mencioné que era sobrino de 27 Fue secretario de Educación Pública del 10 de octubre de 1921 al 2 de julio de 1924. 44 ANTECEDENTES Manuel Toussaint, quien había sido su secretario particular cuando fue rector de la Universidad Nacional, y que había muerto dos años antes.28 Me recibió sin más. Recuerdo la impresión que me causó: debe haber tenido entonces 76 años (había nacido en 1881); su mirada intensa contrastaba con una expresión permanente de resentimiento o de indiferencia; recuerdo también su escritorio cubierto de pilas de libros. Le pregunté su opinión sobre el desarrollo educativo del país (terminaba el sexenio del secretario José Ángel Ceniceros) y su respuesta fue tajante: la educación es un desastre, carece de mística, lo esencial se ha perdido; textualmente añadió: “Esto no terminará hasta que se expulse por las armas a quienes han desvirtuado la Revolución”. Escuchó con escepticismo mi propósito de prepararme intelectualmente para trabajar por la educación y, de despedida, me obsequió un ejemplar, dedicado, de su libro De Robinsón a Odiseo. Lo que recuerdo, con pena, es que a la semana siguiente leí su colaboración periodística en la que se advertía un tono gobiernista, en claro contraste con las opiniones que me había externado. ¿Necesidad de plegarse a las reglas no escritas del periodismo mexicano de entonces? ¿Contradicción que ejemplificaba las muchas contradicciones de su personalidad? 28 Manuel Toussaint (1890-1955), casado con Margarita Latapí, hermana de mi padre (a cuya casa íbamos durante mi infancia casi todos los domingos, pues ahí vivía mi abuela), fue un intelectual notable, cuya obra de investigación en el campo de la historia del arte colonial mexicano logró amplio reconocimiento. Además de secretario de Vasconcelos en la Universidad Nacional, fue fundador y director del Instituto de Investigaciones Estéticas (1938 a 1955) y director del Departamento de Monumentos Coloniales. Fue miembro de las academias de Historia y de la Lengua, así como de El Colegio Nacional. En su casa conocí, siendo yo adolescente, a intelectuales como Alfonso Reyes, Justino Fernández y Artemio de ValleArizpe, entre otros. ANTECEDENTES 45 Mi admiración y respeto por Vasconcelos se reforzó, sin embargo, por esa entrevista. Recuerdo que murió poco después, el 30 de junio de 1959, y siento que los gobiernos mexicanos hayan tardado tanto en reconocer públicamente su extraordinaria estatura. Es interesante recordar que, por la fecha de la visita que narro, él andaba gestionando ante Torres Bodet el apoyo del gobierno para cumplir con un compromiso académico en el extranjero (según lo narra Torres Bodet en sus Memorias). Lo recordaré siempre como un gran hombre a quien correspondió como destino encarnar una alternativa para el desarrollo de la posrevolución que le quedaba grande a la clase política de esos años. Inauguración del Consejo Nacional Técnico de la Educación Otro hecho que muestra mi interés personal por la educación pública en esos años es haber asistido, creo que en 1956, a la inauguración del Consejo Nacional Técnico de la Educación. Supe por la prensa que esta ceremonia se realizaría y recuerdo que conseguí tener acceso a ella gracias a algún amigo de la Universidad Iberoamericana que gestionó que representara yo a esa incipiente institución. Fue éste probablemente mi primer contacto con el protocolo del medio oficial. Recuerdo que vi muy de cerca al presidente Adolfo Ruiz Cortines, quien me pareció excesivamente maquillado (tenía entonces 66 años); de los discursos no recuerdo nada en especial, ni siquiera el del secretario José Ángel Ceniceros. A este secretario nunca lo traté personalmente, pero su figura me simpatizaba; era un hombre preparado y conciliador; seguía yo sus declaraciones sobre “la escuela de la mexicanidad”, que fue el eslogan de su sexenio, y conocía también un pequeño libro cuyo tema me interesó mucho: 46 ANTECEDENTES Glosas históricas y sociológicas. Ahí leí una interpretación conciliadora de la frase de dicho artículo que encarga a la educación combatir “la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”. Como jurista, Ceniceros concluía con razón que “todo espíritu auténticamente religioso se uniría a este propósito”.29 Un poco más de cerca conocí por esos años a varios colaboradores de Ceniceros: los profesores Celerino Cano, Luis Álvarez Barret y Moisés Jiménez Alarcón, maestros de la vieja guardia que se habían incorporado a la SEP como funcionarios. Tener que asistir a ceremonias oficiales como la que acabo de narrar, un poco como espía que penetraba en terreno enemigo, donde la presencia de la Iglesia estaba proscrita, lo recuerdo como un hecho que revela las grandes distancias que se habían establecido entre el medio educativo oficial y los círculos eclesiásticos. La Iglesia realizaba su labor educativa en sus propias escuelas, disimulando todo lo necesario, y el Estado concentraba sus esfuerzos en construir una escuela pública que enfrentaba el difícil reto de la pobreza de la gran mayoría de la población y el del crecimiento demográfico. Gobierno e Iglesia avanzaban en sus respectivos proyectos, enemistados, desconfiados e incomunicados. Había en este juego de las relaciones Iglesia-Estado varias reglas no escritas. Una de ellas (sobre la que me instruyó mi hermano Andrés, que frecuentaba los organismos empresariales) era curiosa: 29 José Ángel Ceniceros (1900-1979), originario de Durango, era abogado y doctor en derecho por la UNAM. (No he podido comprobar si además realizó estudios de maestro normalista.) Ocupó el puesto de subprocurador general de la República, pero su carrera principal fue la de la diplomacia: en la SRE fue oficial mayor, subsecretario y encargado del despacho, así como embajador en Cuba y Haití. ANTECEDENTES 47 si pones en un eje diversas instancias de la Iglesia y diversas instancias gubernamentales, vas a ver que rara vez hay comunicación directa entre ambos bandos; la comunicación suele hacerse mediante algún organismo (o persona) del ámbito empresarial que tenga la confianza de la Iglesia y, a la vez, acceso al aparato del Estado. La regla funcionaba en los cincuenta y siguió siendo válida hasta mediados de los setenta: incluso obispos o secretarios de Estado “puenteaban” sus relaciones con el otro bando mediante empresarios amigos, seleccionados cuidadosamente por su ubicación en un amplio espectro y por su discreción. ¿Qué información tenía yo entonces acerca de la educación nacional? No deja de sorprenderme ahora por qué tuve una visión tan clara de querer dedicarme a mejorar la educación nacional, y de hacerlo a través de la investigación científica. Lo natural hubiese sido incorporarme a las tareas educativas que realizaba la Provincia jesuita: colegios, universidades o misiones, pero yo tenía, en cuanto recuerdo, dos razones para plantearme un horizonte diferente: primera, una apreciación crítica de la eficacia de las escuelas y universidades católicas que provenía de mi experiencia como maestro en el Instituto de Ciencias (colegio jesuita de Guadalajara) en 1951-1953, pues pese a que éste era un magnífico colegio en términos académicos, había comprobado desde entonces su muy reducida capacidad para modificar los valores de clase de los alumnos.30 A esto se añadía que, en mi aprecia30 Mi insistencia en que los alumnos debían tomar conciencia de las profundas desigualdades de la sociedad mexicana quedó expuesta en mu- 48 ANTECEDENTES ción, el esfuerzo por construir un sistema paralelo de escuelas católicas implicaba abandonar a la mayoría de la población —en general la más pobre— que asistía al sistema público. En segundo lugar, tenía mucha fe en que la labor de investigación aportaría soluciones constructivas a los problemas educativos; por eso me propuse realizar un doctorado en una buena universidad europea. Era costumbre en la Provincia que los jesuitas jóvenes que lo desearan propusiesen al superior provincial realizar “estudios especiales” una vez concluidos los ordinarios de letras, filosofía y teología. Yo me empeñé en ir a Alemania en vez de estudiar en Bélgica, lugar que el superior inicialmente me propuso. Pese a la devastación de la guerra, en 1958 las universidades alemanas estaban ya reorganizadas y yo contaba con los catálogos de varias de ellas. Mi principal motivación para preferir este país era el principio de la akademische Freiheit31 que imperaba en la tradición universitaria y, sobre todo, el ejemplo de un ilustre jesuita mexicano, el padre Jaime Castiello y Fernández del Valle (a quien sólo conocí a través de sus libros), que había hecho su doctorado en la Universidad de Bonn en 1933 y enseñado después un año en la Fordham University en Nueva York para dirigir luego en México la Unión Nacional de Estudiantes Católicos (UNEC).32 No encontré en las universidades alemanas a las que asistí (Múnich y Hamburgo) el enfoque preciso sobre “políticas educativas” que buscaba. Integré mi doctorado esco- chos editoriales de la revista Juventud, la revista del colegio, que dirigí durante esos años. 31 Este principio de “libertad académica” no sólo se refería a la libertad de docencia e investigación, sino implicaba que el estudiante podía asistir a las clases o seminarios de su elección e integrar su programa de estudios según sus preferencias, bajo la supervisión de su tutor. 32 Jaime Castiello murió el 28 de diciembre de 1937 en un accidente automovilístico en Zimapán, Hidalgo. ANTECEDENTES 49 giendo como “área mayor” (Hauptfach) educación, y como “menores” (Nebenfächer), sociología y psicología. Ciertamente aprendí mucho, sobre todo por los seminarios de dificultad creciente que implicaba el doctorado y por el sistema de tutoría que era fundamental en la universidad alemana tradicional. Más importantes para mis actividades futuras fueron dos experiencias que tuve en Europa: asistir a las conferencias internacionales de educación que organizaba anualmente la Oficina Internacional de Educación en Ginebra, y relacionarme con colaboradores del Instituto Internacional de Planificación de la Educación (IIPE) de la UNESCO, que se estaba organizando en París. A las conferencias internacionales asistí por casualidad, pues coincidían con estancias mías dedicadas a estudiar en la Biblioteca de la Oficina Internacional de Educación (OIE) para avanzar en mi tesis doctoral. Esas reuniones constituyeron para mí una oportunidad privilegiada de escuchar los informes que cada gobierno presentaba acerca del desarrollo de su sistema educativo; de hecho, me proporcionaban un panorama internacional y actualizado de las políticas educativas. Ahí conocí también a algunos de los delegados que México enviaba y conversé amigablemente con ellos. Conocí también a Jean Piaget (que apenas empezaba a ser famoso), quien solía llegar al Palais Wilson en bicicleta, con boina negra, y sentarse en la tribuna de “observadores”, igual que yo, a pesar de que había sido antes director de la OIE.33 Por otra parte, al IIPE, fundado en 1963, lo visité varias veces en mis viajes anuales a Europa, y creo que ahí aprendí a 33 Más tarde supe también que por esos años Piaget combinaba sus investigaciones empíricas sobre las estructuras cognoscitivas, que realizaba en Ginebra, con encargos y algún puesto de la UNESCO en París. Torres Bodet narra en sus Memorias que durante su periodo al frente de la UNESCO (1948-1952) lo había nombrado director general adjunto y jefe del Departamento de Educación en 1949-1950, hechos poco conocidos. con los secretarios de Educación (1963-2006), Pablo Latapí, una de las figuras más sobresalientes del ámbito educativo en México, destacó la importancia de la investigación educativa, explicando cómo puede y debe ser un instrumento para la toma de decisiones gubernamentales, en instancias como la Secretaría de Educación Pablo Latapí Sarre En Andante con brío. Memoria de mis interacciones Andante con brío Memoria de mis interacciones con los secretarios de Educación (1963-2006) Pablo Latapí Sarre La obra comienza con un repaso de las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado mexicano a lo largo del siglo XX, haciendo especial hincapié en la Cristiada y la persecución religiosa. Posteriormente, el autor relata algunas de sus experiencias más significativas, entre ellas las vividas durante sus años en la Compañía de Jesús. En la parte medular del libro, Latapí describe su interacción —a lo largo de más de 40 años— con 14 secretarios de Educación, de Jaime Torres Bodet a Reyes Tamez Guerra. Sin duda, uno de los elementos más valiosos de Andante con brío es el tono personal e íntimo; Latapí usó sus memorias y su Andante con brío Pública. experiencia para hacer de este libro un documento único y una contribución de gran importancia para la investigación educativa en México. La presente edición fue revisada, corregida y ampliada por el 9786071610140-forro.indd 1 PABLO LATAPÍ SARRE fue uno de los principales impulsores de la investigación educativa en México. Su trabajo lo hizo acreedor a distinciones académicas y premios, como el Nacional de Ciencias y Artes en el campo de las ciencias sociales en 1996. Su profusa obra abarca los temas de desigualdad educativa, valores humanos, filosofía de la educación y política educativa. El Fondo de Cultura Económica ha publicado La investigación educativa en México, El financiamiento de la educación básica en el marco del federalismo (en coautoría con Manuel Ulloa Herrero), Un siglo de educación en México (coordinador), El debate sobre los valores en la escuela mexicana y La SEP por dentro. Las políticas de la Secretaría de Educación Pública comentadas por cuatro de sus secretarios (1992-2004). nueva edición 9 786071 610140 Empastado. Ajustado para 260 pp. Lomo 1.4 cm + .6 ceja. Papel cultural de 75 g. Guardas: pantone 5435 VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO www.fondodeculturaeconomica.com autor antes de su fallecimiento en 2009. 6/11/12 10:03 AM