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Destinos Conectados Charla para las Canonesas del Santo Sepulcro y Acompañantes Weaving Day - 11 de abril 2015 ¿Qué hay en un nombre? En un reciente debate en el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra, fue presentada la propuesta de que la antigua práctica de nombrar a una diócesis según la sede del obispo debería modificarse para permitir a una diócesis ser nombrada con el nombre de una región también. Para aquellos de nosotros en la diócesis católica romana de Brentwood y la diócesis anglicana de Chelmsford, ambas cubriendo el antiguo condado de Essex, y por cierto, la única diócesis anglicana y católica de Inglaterra cuyos límites son exactamente coincidentes, (y por lo tanto se impone sobre nosotros la responsabilidad particular de hablar con una sola voz por el Evangelio en esta región), eso significaría que podríamos llamarnos la diócesis de Essex y del este de Londres en su lugar. ¿Importa esto? Después de todo, ¿que hay en un nombre? Bueno me opuse a este proyecto, y por estas razones. La iglesia no es una organización. La iglesia es una forma de ser; una forma de ser el uno con el otro y una manera de estar con Cristo, de reflexionar y participar en la vida de Dios. Se trata de una comunidad definida y constituida por un destino conectado. En Cristo nos convertimos en una nueva humanidad, donde las antiguas divisiones ya no cuentan, y donde está puesta sobre nosotros una nueva responsabilidad por los demás y por el mundo (ver Gálatas 3, 26-28). O para decirlo de otra manera, la iglesia no es una ONG eclesiástica y espiritual cuya tarea es la de producir una comunidad. La iglesia es una comunidad que debido a su tamaño y escala -y porque está hecha por seres humanos falibles con una capacidad fantástica para desordenar- requiere organización, pero como comunidad del pueblo de Dios, su propósito es, pidiendo prestado el lenguaje de esta conferencia, tejer entre los propósitos del mundo los propósitos de Dios; anunciar el cambio de régimen de Dios, el camino de Dios de justicia y de paz, declarar que pertenecemos el uno al otro, que nuestros destinos están conectados. Y para continuar con la eclesiología por un momento, esta comunidad de la que formamos parte, tiene un principio -una fuente- y ese principio y esa fuente es una persona, Jesucristo. Él es el único en el que los propósitos de Dios se juntan con el destino humano. Y Jesús nombró apóstoles; y los apóstoles plantaron iglesias; y por lo tanto, todas las iglesias, desde sus inicios -desde su fuente- tenían una particularidad: una particularidad de persona (tanto individual como representativa) y una particularidad de lugar desde el que su ministerio y misión fluyeron. Esta persona es el obispo. La diócesis y la Iglesia no son meras regiones para ser organizadas o administradas, sino comunidades en las que encontramos nuestro destino en Dios. La iglesia no es una pirámide con el obispo en la parte superior (supervisar no tiene por qué significar dominar sobre), sino que es una pirámide invertida, donde el obispo es la fuente y el siervo y el punto de reunión para la comunidad. Por lo tanto somos la diócesis de Chelmsford, Brentwood, este pueblo en comunión unos con otros, a través del oficio apostólico del obispo. Aunque no podemos concebir la iglesia de esta manera sin al mismo tiempo ser muy dolorosamente recordados de nuestras divisiones, ya que estos dos obispos y estas dos diócesis no estamos en comunión unos con otros, sin embargo, vivimos y proclamamos la misma fe apostólica. Pero ese es tema para otro día. A lo que sí nos conduce es a la comprensión de la Iglesia como un discipulado de iguales. Nos reunimos en torno al obispo como el que proporciona la conexión -el tejer juntos- de la iglesia en este lugar con la iglesia en todo lugar; la iglesia en un momento, con la iglesia a través de la historia y la eternidad. El obispo tiene una responsabilidad particular de enseñanza -y supongo que si estoy aquí por algún motivo hoy es para estopero incluso aquí, es sólo para recordar a la iglesia las verdades y los propósitos que se nos han dado; revelado a nosotros en Jesucristo. Y la otra razón por la que la persona y el lugar importan, y definen la iglesia relacional y sacramentalmente, más que sociológica y geográficamente, es que cada persona y cada lugar importan. Esa es la consecuencia fundamental de la Encarnación, de la cual fluye toda la doctrina social cristiana. Nos confirma en la creencia de que cada persona está hecha a imagen de Dios. También esto es por lo que el nombre de ‘cristiano’ importa. Aunque Jesús llamó a sus seguidores ‘discípulos’, el nombre de los que le siguen que se ha adherido realmente es ‘cristiano’. Esto es porque seguir a Jesús significa ser como Jesús. ¿De qué otra manera verá la gente a Jesús hoy, excepto dentro y a través de nosotros? ¿Cómo van a saber sus propósitos y sus prioridades para el mundo, excepto a través de nosotros? ¿Cómo van a conocerlo como un punto de encuentro a menos que lo vean en el encuentro en nosotros? Cuando decimos que estamos llamados a ser discípulos en nuestra vida diaria, no nos limitamos a decir que le hablamos a la gente acerca de Jesús, también nos referimos a que todo lo que es Jesús, y sus prioridades para el mundo, y su camino de justicia, amor y paz, debe ser evidente en nuestras vidas. Es útil recordar que los seguidores de Jesús fueron llamados por primera vez ‘cristianos’ en Antioquía (Véase Hechos 11,19-26). Fue en esta ciudad cosmopolita donde la fe cristiana se desató de sus raíces judías y comenzó a convertirse en una fe de todo el mundo; y era para los que no eran parte de la fe que se les dio el nombre de ‘cristianos’ no para distinguirlos de los judíos, sino porque su vida y su enseñanza no sólo hablaba de Cristo, sino que lo revelaba. Es esto a lo que debemos aspirar, llevando el nombre de Cristo en medio de las confusiones, las injusticias y las desigualdades de nuestro mundo. Este es el gran tema del Nuevo Testamento ya que se desarrolla, y se está desarrollando en nuestras vidas hoy en día: los que siguen a Jesús continúan su ministerio -llevan su nombre- y son su presencia en el mundo. Si Jesús es el lugar de encuentro entre la humanidad y Dios, entonces nosotros también deberíamos encarnarnos y perpetuar este ministerio de traer los propósitos de Dios y las necesidades del mundo juntos. En un pasaje culminante, enraizado en su propia experiencia de conversión, el apóstol Pablo, quien descubrió que en la persecución a la iglesia él había perseguido a Jesús, llama a la iglesia el ‘Cuerpo de Cristo’, y describe nuestra pertenencia a la iglesia (nuestro discipulado de iguales) como si fuéramos ‘miembros y órganos’ en un cuerpo, cada uno con un papel que desempeñar y cada uno viviendo en armonía e interdependencia con el resto (ver 1Corintios 12,12-27). Esta igualdad e interdependencia también tiene profundas implicaciones políticas en la forma en que nos tratamos unos a otros dentro y fuera de la iglesia. Y otro nombre para evocar, antes de seguir adelante: Pablo llama a los seguidores de Jesús ‘santos’. Sus cartas a menudo comienzan con una oración recordando a los cristianos que están ‘llamados a ser santos’ (ver Romanos 1,7 y 1 Corintios 1,2). La palabra ‘holy’ significa ‘santo’, y aunque difícil de definir, la santidad es algo que la mayoría de nosotros reconocemos cuando la vemos. Hay algunas vidas que irradian una cercanía a Cristo convincente y dinámica, de manera que al ver a esa persona y estando con ellos es como si Cristo mismo estuviera presente. Este es el mayor don del Espíritu, que es, por supuesto, el Espíritu de Jesús. Es lo que las bienaventuranzas describen cuando prometen que vivir de esta manera significa haber recibido -esto es, en realidad estar ya morando- en el reino de Dios. Esta enseñanza acerca de un reino -un nuevo régimen, una nueva forma de habitar la tierra- es central a nuestra pertenencia a la Iglesia y a vivir la vocación cristiana. Ser cristiano es vivir la vida de mañana hoy. Vivimos aquí y ahora como miembros de la iglesia de Dios y ciudadanos del reino de Dios. Y como vivimos de esta manera nos moldeamos más y más a la semejanza de Cristo. Nuestros corazones y nuestras mentes se cambian. Estamos llenos, como las bienaventuranzas ponen, con sed fresca y anhelo de ver la justicia de Dios prevalecer. Somos fortalecidos en nuestro testimonio para ver, en palabras de la oración de Cristo, el reino de Dios llegado a la tierra. Una de las mejores descripciones de esta nueva vida, y de la inclinación hacia los pobres y los olvidados que va con esto, es el Magnificat, el cántico de alabanza que María cantó cuando visitó a su prima Isabel. Como una fuente desbordante, es una canción que brota de los pozos profundos de la fidelidad de María a Dios; ella es la que cree que las promesas del Señor se cumplirán en ella (ver Lucas 1,45). Pero también clama contra la necedad y la vanidad del mundo, con la promesa de que los humildes serán levantados y los hambrientos alimentados. Así que lo primero que debemos hacer si queremos responder en la manera de Cristo a las desigualdades e injusticias de nuestro mundo, es arraigarnos a nosotros mismos en la oración y sacramentalmente a la vida de la iglesia, las personas que llevan el nombre de Cristo, son su comunidad en el mundo para llevar sus propósitos a efecto. Esto nos obliga a la disciplina de la oración, el ayuno, y el lamento que vemos en las Escrituras y en las vidas de los santos, y que serán la mejor dotación de nuestro discipulado, dando forma y refinando nuestras intenciones. Cuando oramos sintonizamos nuestro corazón a los propósitos de Dios; comenzamos una revolución contra los reinos de la tierra; recibimos la energía que necesitamos para vivir y deplorar y trabajar por la justicia de Dios. Pero también tenemos que tener claro cómo trabaja Dios. Muchas personas cristianas -y sospecho que la mayoría de las otras personas también- si piensan acerca de cómo Dios actúa en el mundo, o bien piensan, bueno, no actúa; o si lo hace, es directamente como, por así decirlo, desde afuera. La audaz, y nos atrevemos a decir, escandalosa, idea que vemos en Jesús, es que Dios actúa desde el interior de la creación. Dios cambia las cosas desde el corazón del mundo; primero siendo parte de ese mundo en Jesucristo, y luego atrayendo hombres y mujeres a pequeñas comunidades de fe -la iglesia- y trabajando hacia fuera desde ellos. Como Rowan Williams ha dicho“Dios está transformando el mundo, curando sus heridas y perdonando y superando nuestros fracasos, estando con y en los procesos del mundo -sobre todo, en ese proceso único que es una vida humana: la vida primero de Jesús, pero luego las vidas de aquellos que han sido llamados y encargados por Jesús para ser -como él y por causa de él- lugares donde el mundo de Dios puede comenzar a florecer y expandirse en el mundo” 1. Entonces, ¿qué apariencia podría tener esto? ¿qué debemos hacer realmente? Permitidme hacer algunas observaciones. Es imperativo que los cristianos se involucren y tengan una voz clara sobre ciertos principios políticos y temas particulares. Esto será teórico y práctico. Nosotros somos los que le podemos recordar al mundo que la idea relativamente moderna del estado nación no significa que hemos dejado de ser, y que probablemente siempre seremos una ‘comunidad de comunidades’ y cada comunidad y cada persona merece respeto y espacio. Esto debería dar forma a nuestro enfoque de la inmigración y la diversidad. Nos debería inspirar a involucrarnos más y a entender al desconocido en medio de nosotros. Nos conduce a una subsidiariedad en la toma de decisiones, a decisiones descentralizadas al nivel más bajo compatible con la eficacia, en el asunto local y particular. Recordando al mundo que esto es probablemente una de las mejores maneras de desafiar la actual acumulación de poder en cada vez menos manos, y el no menos importante poder que ahora se ejerce sobre las naciones por organizaciones multinacionales sólo motivadas por el beneficio y de ganancias prácticamente inexplicables. También comenzará a frenar la creciente marea de la sospecha y la carrera de odio que alimenta el ascenso de la ideología de derechas y el fundamentalismo religioso. Pero hay otras implicaciones, tanto grandes como pequeñas. Así, por ejemplo, al crecer en la década de 1960 me encontré nacido en un mundo moldeado y dominado por la idea de que el estado proveería. Permítanme ofrecer un pequeño ejemplo de lo que esto significaba, cómo ha cambiado y donde podría llevar. Cuando yo era niño, si había nieve en la senda delante de mi casa, me hacían pensar que era el trabajo del ayuntamiento venir y limpiar. Este era el mundo que yo habitaba. Luego, a partir de 1979, fui catapultado a un mundo donde ya no había ninguna confianza en la provisión estatal, excepto como red de seguridad para los más pobres. Si había nieve en la senda delante de mi casa era mi problema. Yo tenía la esperanza de que me alcanzaría suficiente riqueza para poder pagar a alguien para limpiar la nieve, o por lo menos para ser capaz de comprarme una pala decente. Pero si no podía hacerlo yo mismo, nadie más lo haría. Este cansado balancín sube y baja entre el estado y el mercado ha dado forma a la política de este país durante los últimos setenta años, y ha generado un cinismo agotado acerca de la política en general y los políticos en particular. Nadie confía en la eficiencia del Estado. Pero nadie confía en las promesas del mercado tampoco. Pero a lo largo de este período la enseñanza social católica y el testimonio coherente de la Iglesia de Inglaterra a través de informes como Fe en la Ciudad, han atestiguado otra manera. En primer lugar yo soy responsable de la nieve en la senda delante de mi casa. Pero yo soy el responsable de la de mi vecino también. De hecho, mi vecino es mi primera responsabilidad, por lo tanto, quiero ser parte de una nación -una comunidad de comunidades- donde el poder y la toma de decisiones y la riqueza se distribuya de tal manera que el ser un buen vecino, tanto personal como comunitariamente, sea alentado y posibilitado. El gobierno está despertando lentamente a esto. Déjenme darles dos ejemplos más recientes. Aquí en Essex el consejo local está tratando de trabajar con las iglesias y otras comunidades de fe para proporcionar apoyo y aliento a los voluntarios; no pidiéndoles que hagan el trabajo que de otro modo podría haber sido hecho por profesionales del cuidado pagados, sino para ampliar la capacidad de lo que ya está sucediendo, apoyándoles de manera apropiada. Tomad por ejemplo a los ‘cuidadores’; es decir, personas que brindan atención primaria a largo plazo a una persona mayor, enferma, o que no puede salir de casa. Mucho está pasando ya; y también es el caso que muchos otros estarían dispuestos a ayudar y cuidar de un vecino si se les pide. Pero, ¿cómo puede ser esto mejor organizado? Bueno, ¿por qué no utilizar las infraestructuras y depósitos de buena voluntad que ya existen en la iglesia y en otros grupos de fe, apoyando a los que ya participan, conectándolos y reclutando a otros? Cuando comenzaron estas discusiones no sólo estuvieron algunos sorprendidos por lo que la iglesia ya estaba haciendo, también fuimos capaces de resolver un problema al ayuntamiento mediante la inyección de un cierto sentido común que tanto se necesita. Algunos ayuntamientos habían puesto pósters en las consultas médicas ofreciendo apoyo a los ‘cuidadores’. Pero no muchas personas contactaban con ellos. Sabían que los cuidadores estaban allí. Y ellos sabían que necesitaban un respiro y mantenerse a sí mismos, pero no se ponían en contacto. La solución era simple. La mayoría de este apoyo continúa dentro de las familias y de comunidades bien conectadas. Pero si debo cuidar a mi anciana madre lo hago por mi amor por ella. Yo no me llamo ‘cuidador’, y entonces asumo que este póster está abordando a otra persona. Este es un cambio pequeño, pero significativo, que ha aumentado ambos el apoyo a los cuidadores y la capacidad de cuidar que la iglesia ha formado ya. Y desde abajo hacia arriba y de dentro hacia afuera. Y más recientemente, a raíz de los terribles asesinatos Charlie Hebdo en París, el gobierno está preocupado de poner más recursos en la lucha contra el extremismo. Pero en lugar de hacerlo de una manera pesada burocrática de arriba hacia abajo, con una manera de aplicación de la ley, nosotros, la Iglesia de Inglaterra, a través de nuestro programa interreligioso, llamado Vecinos Cercanos, estamos proponiendo que añadan capacidad a lo que ya estamos haciendo, no tanto enseñar sobre el extremismo desde fuera, sino desarrollando la obra de construcción de comunidad desde el interior. Porque la iglesia, con sus pequeñas comunidades en cada comunidad, y su fe encarnada que ve en cada persona, sea cual sea su fe, la imagen de Dios, ya está haciendo este trabajo, se confía en ella para reunir y apoyar a las comunidades, y está mejor colocada para que esto suceda. Ahogamos a los extremistas de su oxígeno de odio mediante la construcción de comunidades de confianza y amor. Entonces, finalmente, están las cuestiones incómodas de las que muy pocos están dispuestos a hablar, y contra las que los políticos luchan tímidamente. ¿Quién más va a hablar a favor de cada pobre? ¿Quién más va a recordar al gobierno que sus políticas, por muy bien intencionados, han llevado al hambre y la ansiedad; familias preocupadas porque si ese par de zapatos se compra no quedará nada para la comida? ¿Por qué si no los bancos de alimentos se han convertido en una característica de la vida británica en los últimos dos años? ¿Y quién más en esta elección que viene, va a recordar a los votantes que hay un mundo ahí fuera, que las decisiones que tomamos sobre nuestra economía y el bienestar tienen un efecto directo sobre otros en las comunidades más pobres de todas? Esto sin duda, es el destino conectado del que esta conferencia habla, la visión cristiana fundamental de que mi bienestar y mi destino están ligados con el bienestar y el destino de mi vecino, ya sea la persona de al lado cuya senda delante de casa necesita limpieza de nieve, o el niño en el África sub-sahariana que no tiene acceso al agua potable, o el agricultor en Bangladesh cuyas vastas tierras agrícolas planas de la bahía de Bengala se ven amenazadas por la subida del nivel del mar. Con la predicación, la enseñanza, la acción afirmativa y la protesta directa se requiere que la iglesia sea la presencia de Cristo, dando testimonio de una forma diferente de habitar la tierra, de vivir la vida de mancomunidad de Dios, y recordar al mundo que pertenecemos el uno al otro, que tenemos que ser un mundo que vive en una comunidad de comunidades bajo un Dios, una mancomunidad de diversidad y diferencia, reconstituida por Cristo, en quien todas las cosas subsisten y en quien se revela una nueva humanidad. Y la Iglesia es signo e instrumento de esta esperanza. Así que déjenme terminar con una historia que espero pueda alentarles en su propio testimonio y discipulado. Hace unos años fui invitado por un grupo llamado Clero contra las Armas Nucleares, de la que soy miembro, a unirme a ellos en una protesta en Faslane, la base naval de Glasgow que tiene el programa de misiles Trident, el así llamado de ‘disuasión nuclear’ de Gran Bretaña. Por un momento dejemos a un lado cuanto cuesta Trident. Pongamos a un lado de qué otra manera podría ser gastado ese dinero. Pongamos a un lado los argumentos morales contra las armas nucleares. Pongamos incluso a un lado si se puede pensar que un elemento de disuasión nuclear es posible, apropiado o justificable. Quiero hablar de lo que la protesta le hace a uno; por qué la hacemos, y por qué hay que seguir haciéndola. Por qué un día escocés de primavera bastante húmedo, celebré la misa a las puertas de Faslane. Y la policía escocesa, que imagino no son un gran fan de las propias armas nucleares, fueron amables y serviciales al permitir que nuestra protesta tuviera lugar ¡e incluso preguntaron si nos gustaría ser arrestados o no! Era una pequeña manera de lanzar contra las fuerzas oscuras y aparentemente imparables del mundo, el testimonio de Cristo: la esperanza de que hay otra forma de vida y una forma de paz; y que las encontramos como un solo pueblo, conectados en nuestros destinos y reunidos en una nueva humanidad por la muerte y resurrección de Cristo; y que esta nueva humanidad y esta nueva esperanza constantemente se están haciendo presentes por el reunirse de un pueblo, partiendo un pan alrededor de una mesa. La Eucaristía es un signo eficaz no sólo de lo que está por venir, sino de lo que Dios pone a efecto a través de su pueblo, su iglesia. Habla del anhelo de Dios de reunir a todas las personas y todas las naciones alrededor de su plan para un mundo en Cristo. Así que incluso si pensaseis que las armas nucleares podrían ser un compromiso aceptable, esta sería todavía una protesta de la que podríais ser parte, porque es trascendente; señalando nuestro fracaso y nuestra necedad, hasta el día en que las espadas acaben convertidas en arados. Mantiene ante el mundo un signo eficaz de una nueva comunidad y una nueva forma de habitar la tierra. Cuando llegué a casa, la gente me decía lo valiente que era por hacer tal cosa, y poner mi cabeza por encima del parapeto. Y yo respondí mis queridos hermanos y hermanas, permítanme decirles, ¡el aire por encima del parapeto es fresco y agradable! Por el contrario, es el aire debajo del parapeto el que es maloliente y fétido. Es cuando la iglesia sólo se preocupa de sí misma y de su reputación cuando ahoga el espíritu. Y sólo cuando nos dirigimos fuera para servir y dar testimonio de Dios al mundo, es cuando verdaderamente se respira el aire fresco del reino de Dios. Así que quienquiera que seamos y donde estemos y con todos los recursos que tengamos, debemos definir nuestra pertenencia a Cristo al pertenecer también el uno al otro, y al trasladar las verdades hermosas y liberadoras del Evangelio, al egocéntrico, obsesionado consigo mismo y auto dependiente individualismo de una sociedad de consumo que está cautivada y engañada por el exceso, que no sabe nada del ya es suficiente, y que ha quitado efectivamente el puente levadizo a la comunidad y al prójimo. Estamos llamados a cantar una canción diferente. El canto de un amor que sólo puede ser real cuando alcanza a los demás. Entonces, ¿dónde mejor encontraré a Cristo hoy? Es en mi prójimo. ¿Y cómo más puedo servir a Cristo, excepto sirviendo a mi prójimo y construyendo un mundo donde los vecinos importan? ¿Y dónde puedo ver vivida esta nueva humanidad de destinos conectados y un discipulado entrelazado? Alrededor de la mesa del Señor y en la casa de la iglesia de Dios. Porque llevamos el nombre de Cristo y somos miembros de su cuerpo, la iglesia. _____________________________ 1 Rowan Williams, Encontrando a Dios en Marcos, SPCK, 2014, Pág. 43.