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Atrapados entre una roca y una pared*: vivir libremente en el Año Nuevo lo largo de la celebración litúrgica de la Natividad de Nuestro Señor, hemos contemplado la iniciativa que tuvo Dios para salvarnos y hacernos su pueblo en Cristo. La iniciativa es de Dios, y es para que nos preguntemos, aceptemos y decidamos vivir en la luz de lo que Dios ha hecho. La iniciativa de Dios y sus obras son claras por su naturaleza misma como creaciones de Dios en la Sagrada Escritura, la cual da testimonio de lo que Dios ha hecho en la historia y en los sacramentos de la Iglesia, todas ellas acciones del Cristo resucitado. Estos son todos dones que Dios nos da, ofrecidos gratuitamente a nosotros para nuestra salvación. Y debido a que son dones de Dios, llevan su sello, no el nuestro. Son como una roca que nos brinda seguridad si nos aferramos a ella, pero que nos destruye si la ignoramos. La religión tiene que ver, en primer lugar, con lo que Dios ha hecho para mostrarnos quién es. Dios es como una roca. Sus acciones y obras constituyen la realidad objetiva. El aspecto subjetivo de la religión, la experiencia que aportamos a lo que Dios ha revelado, debe comenzar con la obediencia a Dios y a sus caminos. Hacer la voluntad de su Padre fue el motivo por el que vivió y murió Jesús. Cuando nuestros caminos no se ajustan a los caminos de Dios, nuestra experiencia subjetiva se convierte en una dura pared. Para hacer que nuestra experiencia tenga “alguna salida”, comenzamos a deformar los caminos de Dios, acomodándolos a nuestros modos. Encontramos una fuente de satisfacción subjetiva, no en la revelación divina, sino en una búsqueda interminable de nuevas experiencias, o en ocasiones, de nuevos dioses. Cortamos la realidad al tamaño de nuestro pedazo de tela, el cual nunca se estira lo suficiente como para escondernos de Dios, para cubrir nuestra desnudez delante de él. Atrapados en deseos y sueños puramente subjetivos, nuestra experiencia puede destruir lo que estamos llamados a ser. A www.catolicoperiodico.com No son únicamente nuestros pecados personales los que nos alejan de Dios, vivimos en una sociedad que nos dice que la experiencia subjetiva es donde comienza y donde termina nuestro ser, sin importar lo que se pone en consideración. Sin importar el asunto, se espera que preguntemos primero de qué manera este hecho, o esta cuestión, encaja en nuestra experiencia, lo que significa que nunca estamos abiertos a lo que es realmente nuevo. Es decir, no podemos salir de nosotros mismos y ver más allá del medio social que da forma a nuestra experiencia de vida. Al comienzo de un nuevo año, muchas personas hacen resoluciones pensadas en ayudarles a vivir con mayor libertad. Estamos decididos a abandonar las adicciones o hábitos que poco a poco nos están matando. Estamos resueltos a ser más generosos con los demás y a reparar las relaciones rotas, incluso con Dios. A veces, las resoluciones se rompen desde el principio del año, ya que son respuestas que no abordan de manera efectiva la “pared” sin salida en la que vivimos: hábitos de vida, costumbres sociales, presiones sociales. No podemos cambiar nuestras costumbres a menos que seamos capaces de cambiar nuestras vidas a un lugar diferente. Esto no quiere decir recoger y mudarse a otra ciudad o país; significa aferrarse a Dios y a sus caminos, permitirle sacarnos de esa pared sin salida de nuestra experiencia subjetiva hacia la roca de la verdad objetiva. Vivir libremente, como criaturas de Dios, y como hijos e hijas amados de Dios en Cristo nos lleva a un estrecho espacio entre la roca de los dones de Dios y la pared sin salida de un mundo o una vida sin Dios, una vida enteramente determinada por nuestras ideas y experiencias. En esa abertura entre la roca de la verdad objetiva y la pared del deseo subjetivo, nos encontramos con nuestra libertad y con nuestra felicidad en esta vida y la siguiente. Ese lugar es descubierto en la oración. La oración litúrgica y sacramental es la oración de la Iglesia inmersa en el misterio de la vida y el ministerio de Cristo. La oración personal es la experiencia de la presencia de Dios en nuestras vidas, que nos lleva fuera de nosotros mismos y dentro de su vida divina, al descubrimiento de que a Dios le gusta estar con nosotros. En la oración, podemos ir de la experiencia que tenemos de nosotros mismos a tener la experiencia de Dios. Esta puede ser una experiencia terrorífica a menos que nuestra fe nos siga diciendo que Dios es amor. El amor demanda, pero también es cierto que cumplir las demandas del amor nos produce enorme alegría. Como un pueblo libre y que ora, la Iglesia recibe la misión de contarle al mundo quién es Cristo y cómo es su amor abnegado. Hoy llamamos a esto la “nueva evangelización”. No es que Dios sea nuevo. Dios no es ni viejo ni nuevo, sino que es eterno. Si nuestra experiencia nos esconde de Dios o esconde a Dios de nosotros, necesitamos nuevos enfoques para decir la verdad que Dios ha revelado acerca de sí mismo y del mundo. La gente escucha lo que Dios dice a través de la iglesia, únicamente si han escuchado a la Iglesia misma, y no a alguien que reporta lo que la Iglesia hace o dice. A veces recibo cartas preguntando por qué no hablamos sobre el control de armas o sobre la salud o sobre la situación de los inmigrantes y los pobres o, en el otro lado del espectro político, sobre el aborto, la vida en pareja o el uso de las drogas. Pues, de hecho, la Iglesia ha hablado sobre todos estos problemas y sobre muchos otros más. Aquellos que estén realmente interesados en las enseñanzas de la Iglesia pueden suscribirse a esta y a otras publicaciones católicas y pueden consultar las páginas web de la Arquidiócesis (www.archchicago.org) y de la Conferencia Católica de Illinois (www.ilcatholic.org). Lo que dice la Iglesia, a menudo no se informa en otros lugares, porque hacerlo sería una Cardenal Francis George O.M.I. La columna del Cardenal muestra de que la Iglesia es algo más que una reliquia medieval. La Iglesia tiene algo que decir sobre los problemas que surgen en cada época porque la enseñanza de Cristo abarca toda la experiencia humana. En el encuentro con Cristo en su cuerpo, la Iglesia, estamos verdaderamente libres, incluso de nosotros mismos, y somos llevados a una nueva forma de vida, marcada por la verdad que nos hace libres y el amor que nos mantiene a salvo. Aprendemos a vivir entre la roca y esa pared sin salida, juntando lo que Dios ha hecho de manera objetiva, con lo que nosotros deseamos, para ser subjetivamente felices. Que Dios llene este Año Nuevo con esa felicidad personal que viene de hacer nuestro lo que es una verdad eterna. Que Dios los bendiga. Sinceramente suyo en Cristo: Cardenal Francis George, O.M.I. Arzobispo de Chicago * Aunque la expresión que usa el Cardenal en inglés (la popular frase “Between a rock and a hard place”) se traduciría más correctamente como “Entre la espada y la pared”, decidimos traducirla de una manera más literal debido a la naturaleza del texto. (Nota del editor). Reprinted with permission from February 2013 Católico