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Sacudida a los obispos y silencio en Guadalupe Óscar Perdiz Figueroa En la primera jornada de la visita del Santo Padre Francisco a nuestro país tuvo tres encuentros principales: con el presidente en Palacio Nacional, con los Obispos en la Catedral de México y con la Virgen de Guadalupe. El Papa aprovechó este primer encuentro de protocolo, de sonrisas, aséptico y en el que no pocos políticos aprovecharon para retener al Papa con saludos y circunlocuciones de ocasión. Aquí el Papa dejó un mensaje muy claro: Administrar inteligentemente los abundantes recursos naturales de México y sobre todo los valiosos que son sus jóvenes. El futuro se forja formando hombres honestos desde las familias. El Estado debe promover la familia y el matrimonio que es el espacio del amor. Ver en la Iglesia Católica no un estorbo sino una colaboradora en el proyecto de paz y de promoción de todas las personas –comenzando con los más débiles– y construyendo una civilización del amor. Superar el jacobinismo que es esa religión que exagera el laicismo, reconocer que México tiene un estado laico que debe servir a todos, reconociendo la variadísima riqueza cultural mexicana superando las ideologías de siempre. En la Catedral de México el Papa sacudió a los Obispos con un discurso tan largo y claro como su objetivo: tomar de conciencia del momento tan delicado que vive el país, es una situación que se ha vuelto compleja y en la que las respuestas y actitudes tradicionales son insuficientes. Los mexicanos necesitan de un regazo donde reclinarse ante los desafíos. El mundo complejo se mejorará comenzando con una mirada a la historia reconociendo en primer lugar a “los pueblos indígenas y sus fascinantes y no pocas veces masacradas culturas”. México tiene necesidad de sus raíces para no quedarse en un enigma irresuelto. Los indígenas de México aún esperan que se les reconozca efectivamente la riqueza de su contribución y la fecundidad de su presencia, para heredar aquella identidad que les convierte en una Nación única y no una más entre otras. Sólo así se superarán las visiones pesimistas de México como de un país que no acaba nunca de encontrar y cumplir su destino. ¿La iglesia está condenada siempre a un segundo lugar en la sociedad mexicana? La historia de México es un pozo de riquezas donde excavar, que puede inspirar el presente e iluminar el futuro, en ello la Iglesia ha sido protagonista desde el inicio. ¡Ay de ustedes si se duermen en los laureles! Para no caer en la paralización de dar viejas respuestas a las nuevas cuestiones. Los ejemplos de Vasco de Quiroga o Fray Juan de Zumárraga son iluminadores. "No minusvaloren el desafío que el narcotráfico representa para la "sociedad mexicana", comenzando por la Iglesia. El narcotráfico, "es como una tumor cancerígeno que devora". "La gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones no se combaten con condenas genéricas". Hay que tener el "coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral" para contribuir a crear una "delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza". Eso se logra "comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, la comunidades políticas, las estructuras de seguridad". El Papa insistió en que solo así se podrá liberar de esa inundación en que se ahogan tantas vidas: los que mueren, y los que delante de Dios tendrán “siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos billetes igualmente sucios de sangre y la conciencia anestesiada y los estimuló a: "Ser Obispos de mirada limpia de alma transparente y de rostro luminoso”; a vigilar para que sus miradas no se enturbien con la mundanidad; no dejarse corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa. Esto implica superar el carrerismo, no buscar puestos y dignidades o solo medrar a costa de los fieles. Sin miedos a la trasparencia. La Iglesia no trabaja en la oscuridad. Los invitó a no "perder tiempo y energía en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas" o en los "vanos proyectos de carrera". Con decisión los dijo "si tienen que pelearse, peléense. Si tienen que decirse cosas, díganlas. Pero como hombres, en la cara". Junto con las familias hay que trabajar con los jóvenes. Son los más frágiles los que se dejan seducir más por la potencia vacía del mundo, por las ideologías, hasta exaltar las quimeras y sus macabros símbolos". El Papa confía en que la Iglesia será capaz “contribuir a la unidad de su pueblo; de favorecer la reconciliación de sus diferencias y la integración de sus diversidades y de promover la solución de sus problemas endógenos". Atender a los migrantes, arrojar bálsamo sobre sus heridas sin escatimar en gastos y acompañarlos por donde pasan que no se sientan excluidos del mundo. Sería un error ver en ese discurso un regaño o pedradas al Episcopado Mexicano, más bien hay que verlo como una lúcida invitación a todos –comenzando por ellos– de trasformar el país con valentía, todos estamos llamados a ponernos el saco. México y la Iglesia caminarán con firmeza, a pesar de las piedras del camino o la fatiga pueda atrasar su marcha. El sábado por la tarde, el Papa colocó todo eso en el regazo de Maria, en el Tepeyac, en un encuentro conmovedor y silencioso después de la misa. Con ello mandó un último gesto de esperanza en la mirada tan tierna de la Virgen de Guadalupe. En ese rostro está la seguridad de que México y su Iglesia llegarán a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia, con Dios. Para descargar este artículo en Formato PDF, da clic en el siguiente vínculo: Informes: comunicacion@familia.edu.mx @I_JuanPabloII